Mostrando las entradas para la consulta catalanes ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta catalanes ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro quinto

LIBRO QVINTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGON, PRIMERO DESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. De lo mucho que el Rey se afligía por no haber salido antes a hacer guerra a los Moros, y del honesto descargo que para esto le daban los suyos.

Año era de nuestra redención MCCXXVIII cuando el Rey, habiendo ya cumplido los xx de su edad, y hallándose muy dispuesto para ejercitar las armas, y que por eso tanto más deseaba extender con ellas su nombre y fama por el mundo, andaba muy afligido y descontento, por no haber aun salido de sus reynos, ni hecho cosa alguna insigne en los extraños. Señaladamente por no haber perseguido antes a los Moros vecinos a sus reynos, ni a imitación de sus antepasados, tomado les por fuerza de armas algunas villas y castillos para introducir la fé y nombre de Cristo en ellos: por haber sido este su principal fin y designo, desde que comenzó y reynar, y de cuando fundó la religión y orden de nuestra Señora de la Merced para la redención de cautivos Cristianos. La cual le había ofrecido como primicia de la general redención que había de hacer dellos, conquistando los reynos de los Moros. Pues como desta tardanza tuviese el Rey alguna manera de empacho, y mostrase dello descontento, no faltaron algunos antiguos criados suyos que le habían seguido en todas las jornadas que hizo desde que comenzó a reynar (según algunos escritores lo significan) que se atrevieron con buenas razones a distraerle de aquella su persuasión (
psuasió) y prepostero sentimiento. Para esto se valieron de las que le causaban empacho, para más abonarle el entretenimiento pasado: con fin de darle mayor ánimo para llevar adelante su tan heroico intento. Porque le mostraron claramente, como el haber salido antes de sus reynos para tan importantes empresas de guerra, fuera tan errado negocio, cuanto el entretenerse había sido del todo acertado, y muy en su lugar y tiempo hecho. Pues antes, ni la edad, ni el consejo, ni la autoridad y experiencia, que tan necesarias son para llevar guerras en tierras extrañas, le acompañaban: ni la necesidad que tuvo de dejar primero sus reynos apaciguados le permitían la salida. Sino que le fue mucho mejor, con sus pequeños y bien regidos ejércitos, pasar los primeros ejercicios de la milicia dentro de sus tierras, antes que con muy grueso campo andar desvelado por las ajenas: según que la experiencia lo trae, y la razón después de bien considerado todo, lo aprueba. Porque de comenzar poco a poco, y con pocos, a ejercitarse en la guerra: de ir en persona por general de una hueste mediana: de ver depender de si todo el gobierno de ella: claro está que a este le será forzado y también posible llevar el cuidado de todos, y que pues los conoce, y va por lugares conocidos, ya no por sus tenientes (como en los ejércitos grandes) sino por si mismo podrá fácilmente no solo regirlos, pero en los principales ejercicios de guerra hallarse presente ante todos. Como es para ser en el concertar los escuadrones, y en el trabar de las escaramuzas el primero: para según la ocasión y tiempo, así presentar, o no, batalla a los enemigos: para darles muchas veces alarma, y no por esto luego acometerles: para ponerse en celada, o descubrir y falsear la de los otros. Finalmente para tener siempre los ojos con la sospecha abiertos, y prevenir antes que ser prevenido: con los demás ejercicios y advertimientos militares, que por haber pasado su persona Real tan en particular por ellos, habían sido ocasión y medio para pasarle de soldado a gran capitán, como lo era. De manera que por haber empleado sus primeros ejercicios de armas dentro sus reynos, como quien echa mayores raíces para dentro, había sido como creciente de río represada, que al fin sale con mayor ímpetu de madre: o como en las baterías de las ciudades que solían dar contra el muro con las machinas arietarias, o bayuenes: las cuales cuanto más se retiraban , y con debido espacio se entretenía, tanto mayor era la arremetida, y más terribles encuentros hacían. Verificaban esto los mismos, con heroicos ejemplos de los más célebres capitanes Romanos, señaladamente del gran Scipion Africano. El cual se entretuvo por algún tiempo en Sicilia, en la ciudad y puerto de Saragosa, para fabricar y trazar consigo mismo la presa de la ciudad de Carthago. Porque cuanto más sin ruido daba orden en el aparejo de sus machinas e instrumentos bellicos para la empresa, y con pocos soldados trazaba el pelear contra muchos, tanto mejor salió de repente afuera, y con mayor gloria alcanzó la presa y conquista de ella. Lo cual refiriendo Valerio Maximo con muy grande admiración, concluye su dicho sabiamente con esto, Que los ilustres y extremados ingenios, cuanto más se recogen, tanto con más glorioso ímpetu sacan a luz sus cosas. Por donde concluyeron su razón para más animar al Rey a poner en ejecución sus generosos propósitos, con decir, que todo lo que la ciudad de Saragosa en Sicilia en cosas de mar y tierra pudo aprovechar y valer al Africano para la conquista de la ciudad de Carthago: en todo aquello podía valer y servir al Rey para que cualquier conquista que allende el mar quisiese emprender contra moros, la ínclita y antigua ciudad de Tarragona, nobilísima colonia de Romanos, y muy celebrada por las historias dellos, donde a la sazón el Rey se hallaba. De cuyo asiento y comodidades grandes de mar y tierra para paz y guerra hablaremos en el capítulo siguiente.

Capítulo II. Del asiento, antigüedad y excelencias de la ciudad de Tarragona.

La ciudad de Tarragona, que fue antiguamente cabeza de la provincia Tarraconense, y de la España citerior, está fundada sobre un cabo de monte que da sobre la mar al oriente, cuya población antigua fue tan grande, que según fama, se extendía el monte abajo por lo llano con mucho número de casas, hacia el puerto de Salou, el cual mira al lebeche, y se le descubre entre levante y medio día. Puesto que la ciudad, a respeto de su antigua grandeza y
vezinos, agora es muy pequeña. Y porque entendamos la causa dello, brevemente recorreremos lo que por los Annales y historias de la corona de Aragón se halla escrito de ella. Como desde la primitiva iglesia, cuando esta ciudad por los méritos e intercesión de su gloriosa patrona santa Tecla mártir, recibió la fé y religión Christiana, hasta por todo el tiempo de los Godos, no solo mantuvo mucha parte de su población y grandeza:
pero también en lo espiritual, fue cabeza de muchas yglesias Cathedrales. Porque con la asistencia de su Prelado, y
suffraganeos, que sin los de Cataluña, lo eran también los Obispos de Aragón, Valencia, y Navarra, se celebraron en ella muchos concilios provinciales, con decretos santísimos que en ellos se publicaron: y que por la grande devoción que había de la misma santa fue su iglesia, que es la mayor de la ciudad, muy venerada y amplificada de muchos predios y dones, por los mismos Reyes Godos y otros devotos, a ella concedidos. Hasta que sobrevino la general entrada y destrucción (destruycion) que hicieron los Moros en España. Los cuales tomaron a esta ciudad y la arruinaron y destruyeron de manera, que por algún tiempo quedó yerma. Lo que fue ocasión para que el trato grande de mar que en ella había comenzase a pasar a Barcelona. Teniendo pues aviso desto el Papa Vrbano segundo (como lo refiere en sus Annales Geronymo çurita) y considerando lo mucho que esta ciudad en tiempo antiguo había florecido, y sido potentísima en lo temporal: las muchas calidades y comodidades que tenía para poder volver a sustentar el estado antiguo,que también tuvo en lo espiritual: luego que entendió que los Condes de Barcelona habían echado los Moros de ella y de todo el campo, restituyó en ella la silla Pontifical Metropolitana, que antes tenía, dándole pastor y Prelado, y por sus suffraganeas las siete iglesias Cathedrales de Cataluña, con las demás, que como hemos dicho, ya se teñía antes. De ahí quedó hecha cabeza de la que agora
llaman provincia en Cataluña. Siguiose poco después que el Conde don Ramón Berenguer abuelo del Rey don Alonso el segundo, viendo la ciudad tan mal parada y despoblada, y que no la podía restaurar como debía, la dio con todo lo temporal a la iglesia de santa Tecla y al Arzobispo S. Oldegario que entonces era, y a sus sucesores: con fin que la reparasen, y defendiesen de los Moros, y que se mantuviese con la autoridad y devoción que a su patrona santa se debía. Lo cual efectuado, como luego se hallase el Arzobispo empachado con el cargo y regimiento secular la dio en feudo a un Barón principal de la tierra llamado Roberto de Aguilon. Este de ahí a pocos años no la quiso tener, sino que la restituyó a la iglesia, y al Arzobispo llamado don Bernaldo. El cual finalmente volvió el señorío antiguo, y gobierno temporal de ella, con ciertas reservaciones de rentas y derechos, al Conde Berenguer, de esto reclamó Guillen Aguilon hijo de Roberto, pretendiendo ser suya la ciudad en el estado que su padre la tuvo. Sobre ello pleiteó con el Arzobispo que sucedió llamado Vgo de Ceruellon, y hubo entre los dos tantos debates, y altercaciones terribles
que el demonio fue parte para que el el Aguilon matase al Arzobispo don Vgo, por defender los derechos de su iglesia. Y acaeció que en el mismo año Thomas Becket (Thomas Becheto) Arzobispo de Canterbury (Cóturbé) en Inglaterra fue martirizado también por defender los derechos e inmunidades de su iglesia. Pues como el conde don Berenguer procediese contra Guillé el matador, privole de todo el derecho que pretendía, y echole para siempre de la tierra. Por donde hubo nuevo concierto entre los Arzobispos y Condes, de cierto mixto Imperio y gobierno de la ciudad, y por este han pasado todos los Reyes sucesores hasta hoy en día: el cual dejaremos de especificar, por ser ajeno de nuestro propósito e historia. Pues ni aun lo de arriba se ha dicho a otro fin, que por mostrar, no fue falta de la tierra, sino sobra de grandes ruinas y persecuciones que pasaron por esta ciudad, el haber vuelto a tan pequeña población, a respeto de su antigua grandeza. La cual aunque la vemos en el monte recogida, allí está muy fuerte y bien edificada, con su iglesia mayor, tan suntuosa y bien labrada, como haya otra en la corona, y tan adornada de Prelado, dignidades, cabildo y clero: que por eso, y ser su ciudad tan antigua cabeza de la mayor provincia de España, puede tenerse por la más principal de toda ella. Demás que por tener tantas iglesias suffraganeas, y haber con ellas celebrado muchos concilios, como dicho habemos, con harto buen título ha pretendido siempre el Primado de las Españas, También por la liberalidad que con la ciudad usan sus Prelados, la vemos en nuestros tiempos notablemente mejorada, a causa de la universidad para todas sciencias, que de nuevo han fundado en ella. Pues con el edificio de las escuelas, colegios, y hospitales que se levantan junto al muro, por lo menos se halla un tercio más acrecentada. Mas si volvemos a lo que ella por si misma vale y puede, vemos que con la oportunidad del mar abunda de toda cosa. Así por la gran copia que tiene de mucho y muy delicado pescado, como por el gran concurso de naves en su puerto para ser proveída de toda mercaduría. Porque en lo que toca a las demás provisiones y auituallamientos, no le falta cosa de la vida. Mayormente por tener a la parte del septentrión muy fértiles dehesas para el pasto, y crianza de todo género de ganados, con mucha diversidad de caza y montería. Y sobre todo por la extraña abundancia que de su gran campo, que llaman de Tarragona, se le acarrea. El cual a vista de ella se extiende hacia el poniente sobre una espaciosa y deleitosa llanura, cercada de altos montes, y solo hacia el mar abierta, por donde le entran los embates de él con mucha frescura. Es este campo de si tan fértil, y con la muchedumbre de fuentes y acequias para su regadío, tan aparejado y hecho a producir todo género de mieses, y variedad de frutos, que de su tamaño no hay cosa mejor en la Europa, y que por eso ha llegado a ser de lo muy poblado de ella: por las muchas y muy grandes villas y lugares que en él se hallan, como colonias fundadas por los Arzobispos, cuyo es el mando y señorío del Campo. Y así como pueblos salidos de las entrañas de la ciudad, la obedecen y proveen de todo lo necesario. De suerte que se conoce, como a causa de tan buenas comodidades y auituallamientos que esta ciudad alcanza por su campo y puerto, tuvieron antiguamente los Romanos, sus procónsules y ejércitos alojados en ella, como cabeza y fortaleza puesta para la defensa y gobierno de su provincia antigua, que comprendía la mayor parte de España, para de allí hazer rostro a los Carthaginenses, sin dejarles entrar, ni poner el pie en ella. Por esto la fortificaron muy bien, entre otros, los dos Scipiones que mucho tiempo residieron en ella, y no solo la dotaron de los privilegios y prerrogativas de las ciudades de Italia, pero la ennoblecieron grandemente, con muy ilustres e insignes edificios de Theatros, tropheos, sepulchros, y templos, con otras muy magníficas y suntuosísimas obras, de las cuales quedan admirables vestigios y señales. Mayor nombre de los que se descubren hoy en día cavando debajo tierra, que son tan grandes, tan profundos, y conformes a los edificios antiguos que por ellos se muestra realmente como está una ciudad sobre otra, y que por las ruinas de ella ha venido a ser
manifiesto que por ventura era llano. Puesto que la obra costosísima de los conductos que hicieron para traer el agua de muy lejos y que hoy vendría (vernia) cauallera a la ciudad, señala, que parte, o lo mejor de ella, o su alcázar, estuvo edificado en alto. Como se ve por los arcos que pasan y atraviesan de monte a monte, y aunque están rotos en algunas partes, no por eso se tiene por difícil del todo ni demasiado costosa la restauración y reparo dellos. Y es cierto que restituyéndose el agua a la ciudad, mejoraría notablemente, y la población se acrecentaría. Ni hay porqué dejar de hacer memoria de otra maravillosísima obra que los mismos edificaron, y fue al muelle, o puerto fabricado, que al pie del monte hicieron en la mar, para encerrar en él las galeras y otros bajeles pequeños, que en Salou no se tenían por seguros. El cual estaba hecho a semejanza de otro de Roma, con el mismo artificio, junto a Ostia a las bocas de Tiber, delante un pueblo que por razón del puerto, se llama Portu, y de no haberse frecuentado el uno ni el otro, están los dos casi ciegos, pero no imposibilitados para ser restituidos en su primer estado. Concluyamos pues, que por las mismas causas y fines porque los Romanos se aprovecharon del asiento y campaña, del mar y puerto de esta ciudad, con las demás comodidades dichas: por las mismas también los Reyes de Aragón y Cataluña se valieron desta, para fabricar y poner en orden sus armadas, y hacer sus salidas y empresas por mar. Por las cuales llegaron los Cathalanes a ser tan señores, y temidos por la mar, que yendo en corso contra infieles, siempre volvían muy prosperados y ricos. Mas porque la armada que en esta ciudad y puerto se aderezó (adreço) para la empresa de Mallorca por orden y mandado del Rey, fue de las más principales que Catalanes hicieron, será bien que descubramos la ocasión y motivos, que al Rey se ofrecieron dentro la ciudad, para emprender esta conquista, con el favor y ayuda que tuvo de Cataluña para también acabarla.


Capítulo III. De la nueva ocasión que al Rey se ofreció para la empresa de Mallorca, con el convite (cóbite) de Pedro Martel, y de lo que respondió al Rey sobre la pregunta de las Islas, vecinas a Tarragona.


Apaciguados los alborotos, alteraciones y bandos que en los dos reynos de Aragón y Cataluña había , así de los vasallos contra el Rey como de los pueblos y vasallos contra vasallos: y restituida la Condesa Aurembiax en su estado de Urgel con el favor del Rey, y por su mano casada con don Pedro de Portugal: partió el Rey de Lerida (como dijimos antes) para Tarragona, y llevando consigo a don Nuño Sánchez (el cual por muerte de su padre el Conde don Sancho, había sucedido en el condado de Rosellón con el de Conflent y Cerdaña y otros pueblos) y a don Vgo Conde de Ampurias, a don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne en la Gascuña, con otros señores y Barones de Cataluña, entró en la ciudad con mucho triunfo, por el grande recibimiento que en ella se le hizo. A donde a causa de visitarle, concurrieron muchos principales hombres de las ciudades y villas de los dos reynos, con otras gentes, que de todas partes venían, a darle gracias por la general y tan deseada paz, que por su mano gozaban todos. De manera que estando la ciudad muy puesta en recrear al Rey con juegos, espectáculos, y representaciones de las que allí antiguamente se usaban, Pedro Martel ciudadano principal y rico, del número de los del consejo y regimiento de la ciudad, hizo al Rey, y a todos los grandes y barones de los dos reynos, que allí se hallaban, un
convite solemnísimo, y muy espléndido, a uso y costumbre de la tierra. Porque suelen los Catalanes, que de suyo son medidos y concertados en el comer, y gente de pocas palabras, y muchas manos, convidar muy de tarde en tarde, pero magnífica y espléndidamente. Tenía Pedro Martel su casa donde fue el convite al cabo de la ciudad, y el asiento y cuadra donde se celebró la fiesta del, en una muy espaciosa y descubierta galería, que demás de estar muy bien aderezada (adreçada), daba sobre la mar. De donde a todas partes se descubría una muy larga y extendida vista. Pues como fuese la comida opulentísima, y cual al convidado se debía, alzados los manteles, cuando después de contento y saciado el apetito y gusto, también buscan los otros sentidos sus pastos y adecuados objetos, de música, de buenos olores y espectáculos, que suelen en aquella hora ser muy acceptos, y que no faltaron, volvieron todos los ojos a contemplar la mar, que siempre hinche la vista, y la recrea más que otra cosa. Y estando con gran silencio comenzó el Rey a preguntar, qué Islas había por aquel mar más cercanas a la costa de Cataluña, y cuan grandes y bien pobladas eran, y pues sabía que todas las poseían Moros, qué trato seguro tenían con ellos los Cristianos, siendo tan infestado aquel mar de corsarios infieles, que no solo robaban a cuantos bajeles encontraban de Cristianos, pero aun cautivaban a la gente, y según las quejas que de esto llegaban a sus oídos debía ser el daño mayor de cada día. Entonces se levantó en pie Pedro Martel, por ser el hombre que más había navegado por aquellas partes, y tenía bien vistas y reconocidas todas las Islas del mar mediterráneo: y hecho su debido acatamiento al Rey, y a los demás (como quien pide licencia para hablar primero) respondió desta manera. Rey y señor nuestro, las Islas pobladas, y más propinquas a Cataluña son cuatro. Las dos que llamaron los griegos Baleares, le dicen Mallorca y Menorca, y las otras dos que están más conjuntas a la tierra firme en derecho del Reyno de Valencia, que también los Griegos llamaron Pityusas, son Yuiça y la Formentera. De todas estas, Mallorca es la mayor y más fértil y poblada, y en segundo grado Menorca, que dista poco de ella. Son todas pobladas de Moros, súbditas, y que obedecen al Rey que se intitula de Mallorca, en donde reside de contino, y tiene sus Xeques como gobernadores puestos en cada una de las otras. Son muy fértiles y abundantes de todo lo que importa para el mantenimiento humano: y con todo eso salen de allí grandes corsarios por la mar a causa del aparejo que tienen para hacer armadas, con las cuales hacen robos y daños grandes a cuantos navíos encuentran de Cristianos. Porque a los que cautivan tratan con grandísima crueldad si no reniegan la fé para ser moros: y entre otros es este reyno el más molestado y perseguido de ellos. Mas si los reyes de España se juntasen con buena armada para conquistarlos, no se tiene por imposible salir con la empresa. Y es cierto que tomadas estas Islas, no solo se limpiaría nuestro mar de corsarios, y sería la navegación segura y muy provechosa para la Cristiandad: pero con poca armada de galeras que se pusiese en ellas, se impediría el paso a los Moros de África, para que no pasasen tan a su salvo a favorecer a los de Valencia y Granada, para la ruina de los reynos circunvecinos de Cristianos. Porque como son Islas tan fértiles de pan, vino, y aceite, y de todo género de ganados con lo demás necesario para abastecer y sustentar ejércitos: y que sin eso abundan de madera y metal para hacer naves y galeras, podriase muy bien de allí por mar, y de Cataluña y de Aragón, por tierra emprender la conquista del reyno de Valencia. De manera que quien fuere señor destas Islas no solo lo será absoluto deste mar de España, pero hará muy prósperos y ricos a estos reynos: y les abrirá el paso para ir más al seguro a dar con sus armadas en la costa de Berbería (Berueria). Como acabó Pedro Martel su razonamiento, todos los convidados platicos de mar que le oyeron, aprobaron su buen discurso y parecer, y con más razones lo confirmaron, facilitando mucho al Rey la conquista: así por el grande aparato de armada y municiones que en Cataluña tenía para emprenderla: como por lo que se entendía de la afición y buena gana con que la gente Catalana le seguiría en esta jornada, por ir a vengarse de los Mallorquines Moros, por tantos robos y daños dellos recibidos. Mayormente por haber tentado tantas veces de emprenderla sus Reyes antepasados, y nunca proseguido la empresa: que parecía quedaba, por la voluntad divina, reservada a él: para que echada de allí la impía secta de Mahoma (siendo este su principal fin y deseo) fuese por su mano introducida en ellas nuestra santa fé Catholica.


Capítulo IV. De la nueva ocasión que Retabohihe Rey de Mallorca dio para que se le moviese guerra, y de lo que la Isla era en tiempo de los Reyes Moros.


En este medio que el Rey se detenía en Tarragona, se ofreció una nueva ocasión dada por el Rey de Mallorca, que puso en mayor obligación al Rey para tomar muy de veras esta empresa, como se entenderá por lo que se sigue. Había pocos días que reynando en estas Islas Retabohihe Moro, sus corsarios de Menorca saliendo en corso (como solían) a robar, encontraron con ciertas naves de mercaderes Catalanes que venían de hacia el poniente de Sevilla, cargadas de muy rica mercaduría, y aunque a los principios hicieron alguna resistencia, pero como el poder de los corsarios fuese sobrado, por salvar la principal mercadería que son las vidas, se rindieron y entregaron con sus naves a ellos: y luego los llevaron con toda la presa a presentar a Retabohihe a Mallorca. El cual se holgó mucho con tan buena presa, y hinchió su palacio de lo bueno y mejor de ella, dejando para los cosarios, se aprovechasen, del rescate de los cautivos. Pues como se supo todo esto en Barcelona, y era pérdida que tocaba a muchos, la ciudad hizo gran sentimiento de ellos: y de presto formó su embajada, empleando el nombre del Rey, para el de Mallorca, rogando le tuviese por bien de mandar a sus corsarios restituyesen las naves con los marineros gente, y mercadería que habían tomado de mercaderes Catalanes, por mayor conservación de la antigua amistad, que entre Mallorca y Cataluña había: que haciéndolo, obligaría mucho al Rey de Aragón para gratificarle con otra cortesía, por la que en esto haría a los Catalanes sus vasallos. A lo cual respondió Retabohihe con gran cólera y soberbia: de qué Rey es esta demanda que traes? Es, dijo el embajador, del Rey don Jaime de Aragón, hijo de aquel gran Rey don Pedro, que hallándose con su ejército en la famosísima batalla de Vbeda contra los ejércitos de los moros de África y España, en compañía de los Reyes de Castilla y Navarra, fue gran parte para los sojuzgar, y alcanzar gloriosísima victoria de ellos. Como oyó esto Retabohihe se encendió en tanta saña contra el embajador, y con tan airado rostro le maltrató de palabras, que faltó poco para mandarle echar por las ventanas. Pero aplacado por los suyos que escuchaban al embajador por sus libertades, mandó que por horas se saliese de la Isla, y sin esperar más respuesta se embarcó y partió de ella. Este llegó a la sazón a Tarragona, y contó puntualmente ante el Rey, y los de su Corte, lo que en su embajada le aconteció con el Rey de Mallorca, y el soberbio y desenfrenado ímpetu con que le echó de la Isla, sin darle otra respuesta. Lo cual oído por el Rey, de común acuerdo y parecer de todos, se concluyó, que la guerra contra Retabohihe y sus Islas era justa, y que se pregonase a fuego y a sangre, así por relevar de tan continuos daños y gruesas pérdidas a la gente y costa de Cataluña: como por librar millares de cautivos Cristianos que estaban detenidos en ellas: principalmente por introducir la fé y religión Cristiana en ellas. Con esta deliberación y sentencia quedó determinada la guerra contra estas Islas. De las cuales brevemente tocaremos lo que fue de ellas estando en poder de Moros. Como habían sido sojuzgadas dellos, del tiempo que entraron y destruyeron a España. Cuyos Reyes vivían muy disolutamente como tiranos: pues no contentos de la gran riqueza y fertilidad de ellas, hacían sus armadas, y por mano de cosarios, que salían en corso cogían cuantas naves y bajeles encontraban de Christianos: cautivando las personas y robando para el Rey toda la mercadería y naves que llevaban. Por esta causa se fundaron tantos castillos y torres por la costa destas Islas. Señaladamente por la de Mallorca que está llena de puertos y calas, y quedan hoy en día por atalayas, para descubrir los navíos que por tormenta, o por otras necesidades tocaban en la Isla, para luego cogerlos. Y así
son tantos los castillos y torres de las atalayas, que a la vista parece a los navegantes que es la más poblada Isla del mundo. Por lo cual y ser ella tan rica y abundante, como en los dos libros siguientes mostraremos, fue tan preciada de los Cosmographos que la llamaron la Isla dorada, y en las tablas Geographicas, la pintaron dorada, a imitación de la Aurea Chersoneso de Asia, que llaman la provincia de Calicut. En esta Isla que es la mayor de todas, residían los Reyes Moros con su corte, las demás eran súbditas a esta, y se regían por los Xeques, o gobernadores que el Rey ponía en cada una de ellas. Los cuales eran grandes corsarios, y tenían tanto dominio sobre el mar de su comarca, que de sus manos muy pocos navegantes escapaban. Lo cual era en muy grande afrenta de los Reyes de España, y mucho más para los de Aragón y Cataluña por no haberlas sojuzgado antes. Puesto que las continuas guerras que tenían con los de Valencia y de Granada
no les dejaba emprender jornada fuera de sus reynos.


Capítulo V. Como el Rey tuvo cortes generales en Barcelona, y del gran razonamiento que en ellas
hizo para persuadir la guerra de Mallorca.

Como acabó el Rey de entender la tiranía y mal trato del Rey de Mallorca, y las continuas presas y daños que sus corsarios hacían de cada día contra las haciendas de los mercaderes, por mar y en la costa de Cataluña, de suerte que ya eran absoluto señores del mar mediterráneo de España: propuso determinadamente en su ánimo de llevar a delante esta conquista. Para ello mandó convocar cortes generales a Catalanes en la ciudad de Barcelona para el mes de diciembre siguiente. Acudieron a ellas todos los Prelados, y Abades señores de vasallos, con todos los grandes y señores de título, y Barones del reyno: juntamente con los Síndicos de las ciudades y villas Reales: con poderes bastantísimos, para entrevenir y consentir en todo lo que el Rey para tan santa y provechosa
empresa para el reyno, pidiese, y en las cortes se determinase. Llegado el plazo y congregados todos, se ayuntaron en el palacio real, adonde después de dada por cada uno, según su orden y grado, la obediencia al Rey, estando sentado en su Real solio, vestido de púrpura, con su cetro (sceptro) en la mano, y las demás insignias reales, habló en voz alta y suave que la podían oír todos, desta manera. Fieles vasallos, de vuestro gran concurso y alegre rostro con que os veo aquí todos congregados, vengo a juzgar, que os ha de ser muy grato y acepto todo lo que hoy, por grave que sea, he de proponeros. Mayormente por la experiencia que de mí tenéis, que ni he jamás demandado cosas que no pudiessedes muy bien cumplir, ni otras algunas sino las que para mí son honrosas, y para vosotros útiles y provechosas. Cuanto más, que la que propondré (proporne) agora, puesto que se encara para la comodidad y ampliación de nuestros reynos y señoríos: nuestro principal fin es para mayor ensalzamiento y dilatación de nuestra fé católica, con la extirpación de la perversa secta Mahometica. Porque estas tres cosas son las que desde que comencé a reynar propuse en mi ánimo de llevar siempre adelante. Y si las ocupaciones que hasta aquí he tenido, en asentar las diferencias y altercaciones de nuestros reynos no me lo estorbaran, sin duda saliera con ellas. Mas pues al presente se nos ofrece la ocasión tal, con la desocupación que deseamos, para entrar en la demanda: es menester, que tomando el favor divino por nuestra verdadera guía, y vuestra ayuda y fuerzas por compañeras, os dispongáis a proseguir con nosotros la cruel guerra que por mar y por tierra determinamos mover contra los infieles Moros. Y que pues aún no es llegada la sazón y aparejo que se requiere para mover la contra los de tierra firme, pasemos primero con buen ejército la mar,
y los echemos de las Islas de Mallorca y sus circunvecinas. Así para librar a esta ciudad y reyno de los daños que recibe de ellas: como para dedicarlas al nombre, y fé santa de nuestro Señor Iesu
Christo, y su bendita madre: y para incorporarlas en nuestros reynos de la corona.
Porque si bien lo miráis, los Moros de todas estas Islas mayores perros y enemigos vuestros son, y mucho más perniciosos para vuestra navegación y tratos de mar, que los que tenemos en tierra firme vecinos, Pues no solo os privan del trato y comercio, no consintiendo que os alegéis (allegueys) a ellas, ni os valgáis de su increíble fertilidad y copia de mantenimientos para beneficio destos reynos: pero aun con las continuas correrías que sus corsarios hacen por mar contra vuestros
vaxeles y mercaderías, y por tierra robando la costa, os causan muchísimos daños, cautivándoos las personas, y por el rescate,
llevando se os lo mejor de vuestras haciendas. De manera que si salimos
con la empresa: demás de los provechos grandes que sacaréis de ellas, seguirse han dos cosas importantísimas. La una que aseguraréis vuestra navegación y costa de los corsarios dellas, y de los de África, con la buena armada que pondremos en ellas. La otra que con este nuevo señorío, facilitaremos la empresa de Valencia. Y aunque a la verdad vemos ser esta conquista muy difícil y ardua, y no menos costosa que trabajosa, porque se hace por mar, cuya experiencia no tenemos, y por esto nos será algún tanto lícito el temerla: pero confiando en lo mucho que vosotros en el arte del navegar y pelear por mar, excedéis a las otras naciones, y el poder y fuerzas que para proveer de gente, armas, y dineros tenéis: demás que pelearéis por vuestra común utilidad y provecho: no hay duda, sino que en todo nos valdréis de manera, que tendrá (
terna) muy próspero suceso esta jornada. Mas porque aprovecharía poco mover guerra por defuera, no quedando la paz firme en casa, ha se de procurar cuanto a lo primero, que todas las diferencias y discordias así públicas, como secretas, que andan sembradas por el Reyno, entre gente que no atiende sino a inquietarse los unos con los otros, que ante todas cosas, mediante nuestra autoridad y decreto, se asienten y apacigüen. Para que pacificados entre si los ánimos de esta gente distraída, revuelvan, y encaren todo su furor e ir a contra los Moros de esta conquista. Pues es muy cierto que terna poca fuerza la guerra movida contra Moros. que no fuere nacida de la concordia firme dentre Christianos.


Capítulo VI. Como fue aprobada por todos la proposición de la conquista, y de lo que el Reyno, Prelados, Señores y Barones ofrecieron para ella, y de la general paz que se hizo por toda Cataluña.


Acabado el razonamiento del Rey, súbitamente se oyeron grandes voces de aplauso y contentamiento por toda la congregación, alabando mucho los buenos fines y determinaciones del Rey, con la general aprobación de su demanda. Y así luego se levantaron en pie los prelados que allí se hallaban, el Arzobispo de Tarragona, y Obispos de Barcelona y Girona con los Abades, y de uno en uno fueron con palabras santas y de mucha afición (cuales refiere el Rey en su historia) a darle gracias por tan santa, y útil demanda, y tan enderezada al servicio de Dios, y bien común de sus reinos: ofreciéndose de acompañarle y seguirle en ella con sus personas, o de ayudarle según la posibilidad de cada uno, con gente y dineros para esta guerra. Y así por contentar al Rey, y que se quitasen todos los estorbos para la ejecución de la empresa se determinó en las mesmas cortes, se hiciesen treguas y universal paz entre todos los del reyno: no embargante cualesquier diferencias que hubiese
entrellos, so pena de la vida, o destierro perpetuo, para los que rehusasen la paz y tregua. Las cuales se pregonasen desde el río Cinca donde entra el Ebro, hasta la fortaleza
de Salsas, de allí al río de la Cenia, volviendo al mismo río Cinca. Porque toda Cataluña se contiene dentro de una figura triangular, cuyas dos lineas colaterales salen de Cinca. La una por las raíces de los Pyrineos la vía de Salsas hasta el mar, hacia el levante, la otra va Ebro abajo hasta el río de la Cenia al medio día. De donde comienza la basis o fundamento del triángulo, y vuelve por la costa de la marina de Tortosa, Tarragona, Barcelona, Girona, y Rosellón hasta dar en Salsas. Lo segundo fue que por tan justas y honestas causas y razones y tan evidente provecho y utilidad del reyno, se otorgase para esta jornada el tributo del bouage, del cual hablamos en el precedente libro, que pues se solía dar a los Reyes el primer año de su Reynado, y no se les negaba cuando se ofrecían algunas muy grandes necesidades, que por ser esta para tan gran beneficio del reyno, y servicio del Rey, cuanto podía ser otro, se le otorgase para esta guerra. Este tributo, como dijimos, no dejaba de valer mucho en aquel tiempo, a causa que todos criaban ganados mayores y menores, y daban tanto por cabeza, con lo demás que se acostumbraba por las haciendas. Y como el fin de los capitanes no era de acumular para si, sino de vencer, y no alargar la guerra, bastaban estos tributos para los gastos de ella. Junto con esto los señores de título, y los ricos hombres, y barones del reyno, prometieron de ayudar al Rey en esta empresa liberalísimamente. Porque el conde de Bearne ofreció de seguirle con CCCC hombres de armas, con su persona, a su propia costa. Y don Nuño Sánchez ofreció su persona con cierto número de caballos ligeros a su costa, y admitió por todos sus estados de Rosellón, Conflent y Cerdaña se publicase y ejecutase el edicto de la general paz y tregua, y también consintió en el tributo del bouage por todas ellas. Tras estos todos los señores y Barones, y luego las ciudades y villas Reales, a competencia ofrecieron de servir y seguir al Rey con gente y dinero.




Capítulo VII. Como se pregonó la guerra contra Mallorca, y de las capitulaciones que se hicieron conforme a los sucesos de ella.

Luego se pregonó por todos los reynos de Aragón y Cataluña, y también por Mompeller, y
la Guiayna, la guerra contra Mallorca: y se hizo mucha gente de a pie y de a caballo. Señalose el plazo para el embarcar de allí a cuatro meses, que sería para los XIII de mayo siguiente. Y el lugar, en la ciudad de Tarragona, y puerto de Salou, a donde se habían de juntar todas las naves y galeras: para lo cual se había ya hecho general embargo de ellas por todos los puertos de Cataluña, porque estuviesen a punto para dicho plazo. Así mismo para más atraer y asegurar los ánimos de los capitanes y soldados, mandó el Rey ordenar y sacar en pública forma las condiciones y estatutos que se habían de observar por todos en el discurso desta guerra, prometiendo él por su parte de cumplirlos al pie de la letra, debajo su real fé y palabra. Y así los publicaron, y contenían lo siguiente. Lo primero que con todos aquellos que a su propria costa, con sus personas, o con gente de a pie, o de a caballo, o con sus navíos, o galeras, o con aparatos navales, seguirían el ejército del
Rey, con todos: y con cada uno se había de hacer partición de cuanta presa y despojos se ganasen, así de la campaña como de pueblos de enemigos, guardando a cada uno su proporción según los gastos y servicios en la guerra hechos, y según el tiempo que comenzó y perseveró en hacerlos. Lo segundo, que de todo lo que se adquiriese por la guerra, así de tierras y campos, como de lugares y pueblos grandes y pequeños, se hiciese la división entre los señores y capitanes del ejército, conforme a la misma razón del tiempo y gastos, y según por su calidad a cada uno le pertenecía. Reservando para el Rey y corona Real la mayor parte, y también las casas reales, palacios grandes, dehesas, con los prados, huertas y jardines principales, que en las ciudades, villas y otros cualquier lugares se hallasen: juntamente con los castillos y pueblos fuertes, como cosas necesarias y pertenecientes a la corona real, a efecto de poner en ellos su guarnición y gente de guarda para la defensa del reyno. Y también para que teniéndolas a su mano, y siendo señor dellas, pudiese mejor igualar y allanar las altercaciones que en el repartir de los despojos suelen seguirse, prevaleciendo a la razón y derecho las armas. Que mediante su autoridad, y el juicio de hombres buenos, se decretase todo conforme a razón y justicia. Para lo cual nombró por jueces árbitros a Berenguer Palou, o Palauesin (como otros dicen) Obispo de Barcelona, persona insigne en letras y en santidad de vida, y a los Condes don Nuño de Rosellón, y don Vgo de Ampurias, a don Guillén Vizconde de Bearne, don Ramón Folch Vizconde de Cardona, don Guerao Conde de Cabrera, el cual, aunque privado del condado de Urgel, no por esto le faltó poder con su hábito de Templario, para seguir al Rey en esta, y otras jornadas. Añadiose a los decretos que los Prelados, Arzobispos y Obispos, que a sus costas ayudasen con gente en esta jornada, demás de los diezmos y primicias que por derecho común y divino se les debiesen acogidos y llamados para la general repatriación de los despojos, y de las tierras y lugares, como de los demás en la forma dicha.
Otrosi que para la fábrica y edificio de los Templos, que tomadas las Islas se tenían que edificar para el culto divino, se les señalasen con las competentes y rentas a arbitrio de los mismos jueces. Últimamente deliberaron, porque no quedasen las Islas desiertas, que los Barones, y otros caballeros, a quien por su parte y porción les hubiese cabido algunas villas, o lugares, fuesen obligados a residir personalmente en ellas, o dejar otros en su lugar: otramente fuesen luego sus villas y lugares incorporados en la corona real. Estas fueron las condiciones y capitulaciones que para la buena y concorde ejecución desta guerra y empresa se ordenaron. Estando a todo esto presentes el Rey, y los señores, y Prelados, con los demás nombrados en las Cortes, y aceptando los jueces árbitros el cargo de las reparticiones. Con esto se concluyeron las Cortes, y el Rey dio licencia a todos volviesen a sus tierras por mejor ponerse con orden para la jornada, y acudir al plazo y puerto señalado.




Capítulo VIII. Como el Rey fue a Tarazona, y halló de paso en Calatayud a Zeyt Abuzeyt, Rey de Valencia, y de las causas de su venida, y favor que se le dio para cobrar su reyno.

Entre tanto que pasaba todo esto en Barcelona, y el Rey andaba muy puesto en el aderezo de la armada para la empresa, y en dar prisa en collectar el bouage, entendió como era llegado a Tarazona, Ioan, Cardenal de santa Sabina, a quien el Papa Gregorio IX, enviaba por Legado a latere con muy grandes poderes y facultades para tratar y concluir negocios muy arduos con el Rey, señaladamente para declarar sobre el divorcio que había puesto contra la Reyna doña Leonor el mismo Rey. El cual luego se puso en camino, acompañado de algunos Prelados y grandes de Aragón que se hallaban con él en Barcelona. Como llegase de paso a la ciudad de Calatayud, la cual como en fertilidad y belleza de tierra, en nobleza y autoridad de ciudadanos, y grandeza de comunidad y pueblos que se rigen por ella, sea la segunda de Aragón, hizo muy gran recibimiento al Rey: el cual tuvo en mucho los buenos servicios que los pocos días que se detuvo allí se le hicieron: donde fue avisado como Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con pocos de a caballo había entrado en la ciudad, y pedía con instancia le llevasen ante el Rey, porque tenía que tratar con él negocios de grande importancia. Como oyeron esto los que iban con el Rey, maravilláronse mucho de esta novedad. Pero el Rey que ya sabía la causa de la venida de Abuzeyt, alegroles con decir estuviesen de buen ánimo, porque con la llegada deste se le abría la entrada del reyno de Valencia, por haber recibido poco antes cartas del mismo, con las cuales muy en secreto le avisaba de parte suya y del Príncipe Abahomad su hijo, lo mucho que deseaban los dos tener amistad y alianza con él, y verse * para comunicarle cosas muy graves, y que cumplían mucho a todos, mas les dijo, que como los de Valencia hubiesen entendido algo destas cartas, y por ellas sospechado de él cosas contra su secta, y seguridad del Reyno, comenzaron a indignarse contra él; y por eso antes de verse, con algún trabajo, se había salido secretamente del reyno a verse con él. Esta fue la causa de la venida de Abuzeyt, según refirió el Rey, y lo escribió en su historia. Pero el Obispo de Burgos, que compuso la historia general de Castilla en lengua Latina, muestra como fue mayor la causa de la venida de Abuzeyt, diciendo como este, no solo escribió al Rey de Aragón, pero que envió a Roma embajada secreta al sumo Pontífice, significándole como estaba muy dispuesto y aparejado para hacerse Cristiano, y que daba por testimonio desta su voluntad firme, haber ya mucho tiempo que no usaba
de la crueldad que solía con los cautivos Christianos, ni de hacer entradas, ni robos en tierras de ellos. Y que como fue descubierta esta embajada y cartas, uno de los principales del reyno llamado Zaen, con el favor de otros, echó a Abuzeyt del Reyno, y se alzó con él. De manera de llegado a Calatayud y entrado a ver al Rey, fue recibido por él, y por todos con mucha honra y real respeto, como el Rey lo mandó. Declarado por Abuzeyt el ánimo y afición que al Rey, y a los Christianos tenía, y lo mucho que certificaba se haría Cristiano luego que cobrase el reyno, comenzó a pedir favor y socorro al Rey para cobralle: prometiendo y protestando que cobrado que le hubiese, se
lo entregaría, porque Abahomad su único sucesor e hijo también estaba en lo mismo. Y tenían por muy cierto que mucha parte del reyno en sabiendo que se valía del favor y ayuda del Rey de Aragón, se declararían por él contra Zaen, al cual no querían tener por señor. Como oyó esto el Rey, tuvo su consejo, y entendiendo la verdad y llaneza con que Abuzeyt trataba su negocio, y que era muy creíble que pondría en ejecución y cumpliría lo que prometía: concluyeron, que vista su justa demanda y afición para ser Cristiano, debía ser oído y creído, y que no había porqué negarle el favor y socorro que pedía, y así convenía ayudarle con gente y armas. Porque de esta manera poco a poco se comenzaría la conquista de Valencia, y sería hacer gran prevención para la de Mallorca.
Porque entreteniendo con esta guerra, aunque lenta, a los Valencianos, ningún socorro ni ayuda osarían dar a los de Mallorca. Ni tampoco los de Murcia y Granada viendo a sus vecinos los de Valencia puestos en guerra dejarían de favorecer a ellos por acudir a los de Mallorca. Y así llamado Abuzeyt, el Rey se le ofreció liberalísimamente, y prometió luego valerle con gente y dinero.


Capítulo IX. Del socorro que dio el Rey a Abuzeyt para cobrar su reino, y fue por capitán de él don
Blasco de Alagón, del cual fue esta la causa de su entrada en el reyno, y no la que otros dicen.

Determinado ya el Rey o los de su consejo de favorecer a Abuzeyt para cobrar su reino, y que poco a poco fuese recogiendo lo perdido: o si quiera entretuviese la guerra hasta que el Rey, acabada la conquista de Mallorca, emprendiese la de Valencia, y se valiese de Abuzeyt y sus amigos para pasar delante. Y así entendieron en hacer las capitulaciones y conciertos que se habían de observar en el proseguimiento de la guerra, sobre lo que el uno al otro se prometieron. Primeramente que todas las villas y castillos que Abuzeyt cobrase, las cuales por la antigua división de los Reynos tocasen a la corona de Aragón, que la cuarta parte de lo conquistado con todos sus derechos y pertinencias, recayese a la señoría del Rey. Que las fortalezas de las villas que se ganasen, se pusiesen en poder de caballeros Aragoneses, y las que tomasen fuera de la división, fuesen de Abuzeyt. El cual por hacer valederos y firmes los conciertos, prometió dar en rehenes seis villas de su reino con sus fortalezas en los confines de Aragón y Cataluña: que fueron Peñíscola, Morella, Cullar, Alpuente, Xerica y Segorbe. También el Rey prometió de su parte valer y defender a Abuzeyt con todo su poder, y dar en rehenes a Castielfauich y Ademuz, dos villas fuertes con sus castillos, muy propincuas al Reyno de Aragón, las cuales el Rey don Pedro su padre había ganado por fuerza de armas en el Reyno de Valencia: condición que dos caballeros Aragoneses tuviesen las fortalezas y tenencia dellas por Abuzeyt. Puesto que no hallamos que pasase en efecto el entrego de las unas, ni de las otras conforme al concierto. Desde entonces comenzó Abuzeyt a entender en la recuperación del Rey no con el pequeño ejército que el Rey le formó: dándole por capitanes a don Blasco de Alagón, y a don Pedro Azagra señor de Albarracín, con la gente de caballo de Teruel. Y cierto que parece esta más verdadera causa de la entrada y detenimiento de don Blasco en el reyno de Valencia, que la infame y muy indigna de su valor y persona le aplican algunos escritores falsamente, diciendo, que estando indignado don Blasco contra el Rey por gran suma de dinero que le debía, y le entretenía con palabras por no pagársela, salió con gente armada al camino a la Reyna doña Leonor, al tiempo que pasaba de Aragón para Castilla, despedida del Rey por el divorcio que con ella hizo (del cual se hablará luego), y que llevando su recámara muy rica, y llena de joyas que el Rey le había dado a la despedida, la salteó y robó don Blasco: y que por huir del Rey se metió por el Reyno de Valencia adentro, donde estuvo dos años, hasta que el Rey le perdonó. Lo cual cierto parece desatino, porque tan atroz y descomedido robo, ya que no se pudiera reparar por parte del Rey con prender y condenar a muerte a don Blasco, debiérase enmendar con recompensar a la Reyna su pérdida, y la injuria, que el Rey tomara por propia para ejecutar el castigo en don Blasco siempre que haberle pudiese, o perpetuamente desterrarle: Pero que al cabo de dos años, como dice, volviese ante el Rey, y que sin restituir las joyas le perdonase, fuera tanta la infamia que por esto incurriera el Rey, que pudiera muy bien don Blasco transferir en él su pecado. Ni se ha de creer que el Rey, si quiera por su descargo, dejara de hacer mención alguna dello. Y así como cosa de sueño lo damos por fabuloso.



Capítulo X. Como el Rey puso divorcio contra la Reyna doña Leonor, y que es falso lo que dicen que doña Theresa se opuso al matrimonio de ella, y de los matrimonios anticipados.

Luego que el Rey hubo despedido a Zeyt Abuzeyt con la gente y capitanes para comenzar la guerra del Reyno de Valencia, determinó, para poder más sin cuidado atender a la de Mallorca, proveer de heredero en sus reynos, pues según los sucesos de la guerra son inciertos, no quedasen sin sucesor. Y así le pareció que lo mejor sería declarar al Príncipe don Alonso su hijo único, y de la Reyna doña Leonor. por sucesor en ellos. Por esto deseaba ya verse con el Legado para decretarlo con su autoridad. Sino que se lo estorbaba notablemente el divorcio que antes había hecho con la Reyna, por las causas que poco después alegó ante el Legado: que fue por el impedimento de cuarto grado
de consanguinidad había entre los dos, para el cual no fueron dispensados por el sumo Pontífice: y también por haberse casado ante la edad legítima, que no pasaba de XII. años cuando casó con ella, por lo que muchas veces dijo, y lo confirmó en su historia. que pasaron XVIII meses que no pudo tener acceso carnal con ella. De donde claramente se ve ser errónea la opinión del curioso historiador el maestro Pedro Antonio Beuter y de otros, cerca la venida del Cardenal Legado en aquella fazó. Diciendo como en Cataluña hubo una nobilísima mujer llamada doña Theresa Gil de Vidaure, la que se opuso al matrimonio que el Rey hizo con la Reyna doña Leonor: pretendiendo que había sido antes el suyo con el mismo Rey, de quien tuvo dos hijos varones: y porque se vio desechada de él se fue a Roma y presentó su libelo al Pontífice, el cual envió por esta causa al Legado para declarar sobre el divorcio de doña Leonor, y matrimonio de doña Theresa. Pero todo
esto es falso, por muchas causas, y por sola esta, que arriba tocamos, imposible. Porque si casó con doña Leonor a los X años de su edad, y por su imbecilidad pasaron tantos meses que no fue apto para mujer, como era posible que ya antes hubiese comunicado con doña Theresa, y que tuviese
dos hijos de ella. Demás que no es creíble, habiendo (como dicen) venido el Legado a instancia de doña Theresa para declarar en favor de su matrimonio, que por entonces instase el Rey por el divorcio de doña Leonor, para dar más lugar a la demanda de doña Theresa habiéndosela negado por toda la vida. Pues dado que fue verdad lo que de doña Theresa dicen, que tuvo dos hijos del Rey, a don Iayme y a don Pedro, y que los heredó (como adelante diremos) y a doña Teresa dio rentas en Valencia, en cuyos arrabales en un sitio llamado la Saydia, edificó un principalísimo
monasterio de monjas, adonde pasó su vida con gran religión y recogimiento. Pero cuanto a lo demás, lo que se halla por muy cierto es, que el matrimonio al cual se opuso ella, no fue el de doña Leonor, sino el segundo que el Rey hizo con doña Violante hija del Rey de Vngria. Y que del engaño del nombre de Leonor por Violante, nació este error manifiesto. Volviendo pues al divorcio de doña Leonor, como no hallamos que el Rey alegase en público otras más causas para descasarse, de las que arriba hemos dicho, y estas por legitimar al Príncipe don Alonso, que nació de ellos,
eran muy fáciles de remediar, y se podía muy bien ratificar el matrimonio entre ellos: todavía en ver que el Rey tanto instaba el divorcio, se creyó debía tener alguna grande causa oculta, que notificó
muy en secreto a los jueces, y que fue tal que hizo algún efecto: como en el siguiente capítulo diremos. La cual, como algunos imaginan, debió nacer de algún íntimo odio entre los dos que pudo concebirse del anticipado matrimonio, y por la imbecilidad del agente, y ardor de la
concupicencia sin poderse amatar, se sigue tal menosprecio entre ellos que pasa a divorcio. Y así se ve destos matrimonios anticipados, o como dicen, antecogidos, que muchos de ellos para en separación y aborrecimiento, y que en alguna manera se habrían de evitar: pues no es justo que a los particulares intereses y comodidades de los hombres, se haya de posponer la madureza y sazón de naturaleza que el matrimonio y sus adyacentes requieren. Pues así como no puede durar mucho tiempo
el fruto del árbol que antes de tiempo madura, así los tales matrimonios no solo suelen ser infructuosos y estériles, pero están muy sujetos a causar odios y divisiones.


Capítulo XI. Como el Legado tuvo Concilio de Prelados en Tarazona, ante quien el Rey propuso
el divorcio hecho con doña Leonor, y que tenía por legítimo a don Alonso hijo de los dos.

Llegado pues el Cardenal Legado para tratar del divorcio de doña Leonor, y declarar sobre negocio tan grave, que había de resultar en notable injuria de ella, y hacer dudosa la legitimidad de don
Alonso único hijo y sucesor del Rey, luego convocó Concilio nacional en Tarazona, para que donde se celebraron las bodas allí se hiciesen las obsequias de este matrimonio. Acudieron a él los principales Prelados de España, don Rodrigo Arzobispo de Toledo, don Aspargo Arzobispo de Tarragona, que ya era muy viejo, con nueve Obispos que fueron, Burgos, Calahorra, Segovia, Sigüenza (Ciguença), Osma, Lerida, Huesca, Bayona, y Taraçona, personas de mucha autoridad y doctrina y de muy gran ejemplo de vida. Los cuales después de estar muy bien informados por los
aduogados y procuradores de las dos partes, y alegado todo lo que se podía por parte de la Reyna: vistos y muy bien reconocidos los méritos de la causa: estando ya para pronunciar la sentencia, el Rey compareció en persona en el Concilio el día antes de la publicación della: adonde assentado en medio de los Prelados, y en presencia de los señores y grandes del reyno que consigo vinieron,
habló desta manera. Apostólico Legado, y muy Reverendos Prelados. No puedo dejar de confesar, como ha poco más de ocho años que en esta misma ciudad, yo casé en faz de la santa madre yglesia, mediante su autoridad, con la Reyna doña Leonor de Castilla, y que nuca he dudado de la verdad y firmeza de este matrimonio: tanto que perseverando en esta fé hube en ella a mi único hijo don Alonso, al cual siempre he tenido y tengo por propio y legítimo, y como tal lo he llamado, y declarado por sucesor para después de mis días, en todos mis reynos y señoríos. Por tanto quiero avisaros como tengo esta mi declaración de sucesor en don Alonso mi hijo, por muy rata y firme, y si menester es vuestra autoridad para ello, la hago y confirmo de nuevo, salvos mis derechos en lo del divorcio con doña Leonor, por las causas que cada uno de vosotros tiene, por mi descargo, de mí entendidas. Y así os requiero declaréis sobre estos dos artículos decisivamente. Esto dicho se levantó para salirse de la sala del Concilio, y como todos se levantasen para acompañarle, hizo los quedar, rogando les considerasen, y determinasen este negocio con mucho acuerdo, señalando la sucesión de don Alonso. Porque dudando ya el Rey de ella, por el divorcio que quería hacer poco antes teniendo cortes en Lerida a los Aragoneses, le había declarado por su heredero y sucesor en el reyno de Aragón, y ciudad de Lerida con su distrito: queriéndola incorporar en el reyno de Aragón, y le juraron por Príncipe sucesor. Esto hizo con fin que los demás hijos que de otra mujer le naciesen, sucediesen en los otros estados de Cataluña y Mompeller.


Capítulo XII. Que por las secretas causas que para esto tuvieron los Prelados, pronunciaron por el divorcio, y como se despidió doña Leonor del Rey, el cual tomó la insignia de la cruz de mano del Legado.


Como los Prelados hubiesen de pronunciar la sentencia sobre el divorcio, salva la legitimidad de don Alonso: para concordar dos cosas en si tan diferentes y contrarias, tuvieron sobre ello sus alteraciones y consideraciones secretas: que no se podía deducir ni comunicar en proceso. Por donde venía a ser entre si muy diferentes los votos, y muy difícil el pronunciar la sentencia, por las informaciones aparte dadas por el Rey. Mas considerando que a los jueces, o que muchas veces suele mover más una secreta razón y causa importante, que cuanto esta deducido en proceso, o que en las causas de los Reyes, conviene alguna vez por beneficio universal de los reynos, juzgar más presto por la universal consideración y ley de buen gobierno, que por las leyes escritas y alegadas, y que de estos juicios hay cada día muchos: fue así que
inferida la confesión del Rey en la sentencia, pronunciaron. Que no embargante la legitimidad de don Alonso hijo del Rey don Iayme de Aragón y de la Reyna doña Leonor de Castilla, y que era verdadero y legítimo sucesor del Rey su padre, tenía lugar el divorcio hecho por el Rey contra la Reyna, con la total disolución del vínculo conyugal (cójugal). Esta sentencia fue muy solemnemente in pleno concilio publicada y notificada al Rey, y a doña Leonor, y aunque pareció muy extraña, toda vía ella fue vista y revista, y también suscrita por el Legado Apostólico y nueve Prelados, entre Arzobispos y Obispos, los más principales y doctos de toda España, y con decreto de concilio, sin discrepar ninguno: siendo la mayor parte dellos de reynos extraños, y no súbditos del Rey. Porque se vea no tuvieron particular afecto, sino toda libertad para descargar su conciencia y conforme a ella dar su voto cada uno. Con esta sentencia no se derogó la donación de las villas y pueblos de Aragón hecha en favor de doña Leonor, de las cuales fue dotada al tiempo que casó con el Rey. Con esto, y muchas joyas y riquezas que el Rey le dio, se despidió de ella, y le envió a Castilla. Y así queda más justificada y confirmada la rectitud de la sentencia: con esto que ni la Reyna doña Berenguela su hermana, ni don Fernando su sobrino Rey de Castilla, tuvieron por alevoso el divorcio: pues ni hicieron sentimiento alguno de ello, ni se apellaron de la sentencia para el sumo Pontífice, que a sobrar razón, appellaran. Hecho esto, el Rey se despidió del Legado y de los Prelados, usando con ellos de toda liberalidad y magnificencia, conforme a quien él y ellos eran: y se partió para Tarragona, por llegar a ella antes del día del plazo, cuando toda la gente que se hacía para la jornada de Mallorca se había de hallar junta en la ciudad y puerto de Salou. Aunque no pudo ser tan presto la junta, por mucho que el Rey lo trabajó, que no se alargase hasta por todo el mes de Setiembre, que para entonces estuvo ya el armada aprestada. Pues como se hallasen ya congregados en la ciudad los señores, Barones, y caballeros de todas partes para embarcarse, de nuevo se publicaron y aprobaron los capítulos que en Barcelona se firmaron sobre la división de las tierras, y despojos que se adquiriesen en la conquista: entrando y siendo acogidos a igual repartimiento de lo capitulado los Aragoneses que seguirían el ejército real, y en la guerra y servicios, se igualarían con los demás. Añadieron para la misma división dos jueces más de los arriba nombrados, que fueron el Obispo de Girona y don Bernardo Campà Comendador de Miravete (Mirauete): el cual era Vicario del gran Maestre del Temple en los reynos de España. Finalmente pareciendo al Rey que importaba poco ir los soldados Cristianos a pelear con los infieles, muy armados de lanza y escudo y todas armas si no llevaban los ánimos guarnecidos de verdadera fé Cristiana, impresa y sellada en sus corazones con el señal de la Cruz, y pasión de Cristo su capitán soberano: mandó que todos tomasen la insignia de la Cruz, y la pusiesen sobre sus armas y arneses. Y para que esto se hiciese con más solemnidad, se partió con los capitanes y principales de su Corte para Lerida, a dos jornadas de Tarragona, por donde ya pasaba el Legado de vuelta para Roma: y ayuntados en la iglesia mayor, comenzando el Rey, tomaron la Cruz los demás de mano del Legado para ponerla sobre sus armas. Y para los ausentes dio el mismo Legado comisión y facultad a los Prelados que se hallaban en el ejército, diesen la Cruz a todos los soldados que quedaban en Tarragona. Demás de esto, muchos de aquellos señores y capitanes fueron armados caballeros por mano del Legado. El cual hecho esto, con mucho contentamiento y satisfacción del Rey se despidió de él, y se partió para Roma: y el Rey volvió con su gente a Tarragona para dar calor a la empresa de Mallorca.

Fin del libro quinto.




Libro undécimo

Libro undécimo

Capítulo primero. Del gran cuidado que el Rey tenía de la fortaleza de Enesa, y como tuvo nueva de la muerte de don Guillen Dentensa, y de los extremos que por ella hizo.

Por este tiempo andaba el Rey muy cuidadoso de la fortaleza de Enesa, que tan a despecho de la ciudad había dejado hecha, y como cosa que tanto le importaba para llevar adelante su empresa, ponía todo su estudio y pensamiento en conservarla: entendiendo en proveerla por mar y por tierra de gente, armas y vituallas. Porque sabía muy bien que después de aquella memorable victoria de Don Guillen, había quedado Zaen tan afrentado y sentido, que como herido de mortal rabia pensaba volver otra vez con mayor ejército, para asolar la nueva fortaleza, y tomar venganza de lo pasado: según se veía por la gente que para esto hacía, sin la que esperaba de allende de cada día. Demás que se recelaba de los otros Reyes Moros de España, no fuesen en ayuda del mismo Zaen contra los Cristianos, por ser esta guerra contra la común libertad de ellos. Considerando pues estas, y otras causas, que para darse mayor prisa, a abreviar esta empresa tenía, mandó convocar cortes para el reyno de Aragón en Zaragoza: para donde se partió, en llegar el plazo, de Tortosa a fin de representar a los principales y barones, y a las ciudades y villas Reales, la necesidad grande que se ofrecía para llevar adelante, y no desistir desta guerra. Puesto que antes de comenzar las cortes pareció a los del consejo se publicase el edicto para todos los grandes y barones, que habían tomado de los Reyes en feudo villas, castillos, y heredades, y los que tenían caballerías de honor por merced de los Reyes: mandándoles que para la pascua de Resurrection, se hallasen juntos en la fortaleza de Enesa. Entrando pues el Rey en Zaragoza, luego fueron con él don Fernando su tío, y los del Real consejo don Blasco de Alagón, don Ximeno de Vrrea, don Rodrigo Liçana, don Pedro Cornel, que para esto fue llamado de Burriana, García Romeu, y don Fernando de Azagra señor de Albarracín hijo de don Pedro, y otros Barones del Reyno, con los síndicos de las ciudades y villas Reales. Los cuales se congregaron y entraron en Zaragoza con grande aparato, pensando que las cortes habían de durar mucho tiempo: pero apenas pasaron ocho días, después de comenzadas, cuando llegó nueva de Enesa, como el capitán don Bernaldo Guillen, quebrantado de tantos trabajos y cuidados que en la defensa de Enesa había padecido, adoleció de tan recias calenturas, que murió dentro de pocos días. Con esta nueva se entristeció tanto el Rey, como si realmente fuera su propio padre el muerto. Porque en este grado tenía a don Guillen, y así se lamentaba muchas veces diciendo a voces, que en un mismo día había perdido su más amado pariente, y el más excelente y señalado capitán de toda la Europa. Por lo cual tanto más se dolía de su propia desgracia, por no quedarle ningún otro igual a él en armas, ni en fidelidad y valor, así para encomendarle la defensa de la fortaleza de Enesa, como para llevar adelante la conquista de Valencia.


Capítulo II. Que los del consejo fueron a consolar al Rey por la muerte de don Guillen, y de lo que don Fernando le dijo por que desamparase a Enesa, y de lo que le respondió el Rey.

Como don Fernando y los del consejo entendieron el sentimiento grande y extremos que el Rey hacía por la muerte de don Guillen, determinaron de ir a palacio para consolarle muy de veras: pues con la nueva del muerto quedaba ya extinta la envidia que le tenían, y (como es propio de envidiosos) convertida en compasión y lástima. Llegados ante el Rey, con muestras de muy grande sentimiento y dolor de la nueva: comenzaron de alabar muy mucho al muerto, encumbrando sus heroicos y esclarecidos hechos hasta las nubes, y que por ellos, y ser quien era, se le debían obsequias Reales. Y que pues a tan heroicas y Cristianas obras, y tan dedicadas al ensalzamiento de la fé y religión católica, como don Guillen había hecho en su vida, no podía dejar de corresponder la eterna y celestial gloria: se consolase su Majestad Real, y mitigase su dolor y tristeza que sentía de la nueva. También comenzaron a tratar de quien le había de suceder en el cargo, si la guerra había de pasar adelante. Y sobre esto don Fernando que siempre se preció poco de hacer cosa buena, fue de parecer con los demás del consejo, y así lo explicó. Que la fortaleza de Enesa se debía desamparar, y retirar de allí al ejército. Porque habiendo perdido a un tan gran capitán, tan valeroso y diestro en vencer y ser temido de los Moros, como don Guillen, se podía muy bien creer, que se atreverían los Moros a venir de nuevo con mayor ejército que antes para asolar la fortaleza, y hacer pedazos a los que hallarían en guarda de ella. También por escusar tantos, y tan excesivos gastos como se hacían en sustentarla, que ya no quedaba cosa por empeñar del patrimonio Real. Principalmente por quitar la ocasión de poner en peligro la persona Real, pues se veían los peligros en que tan arrojadamente se ponía de cada día con los Moros, para caer en mano dellos, y poner en confusión a todos sus Reynos. Pues como todos aprobasen el voto y parecer de don Fernando, y deseando que el Rey pasase por ello, mostrasen no querer oír réplica: encendiose el buen Rey en tanta cólera, que revolviendo los ojos airados sobre todos ellos, y dando muy grandes señales de su magnanimidad y valor, mostró quererles decir lástimas: pero se moderó, y respondió con mucho asiento. Que nunca Dios quisiese, que su empresa buena: y para tan buenos fines comenzada: de la cual, aunque con mayores ocasiones, ni se apartó antes, ni quiso dejar de proseguirla: que agora con tan prósperos successos la dexasse: y que la fortaleza, que con el ayuda de las ciudades había edificado, y con la sangre de los suyos tan gloriosamente defendido, la desamparase para perpetua ignominia suya y de su ejército. Mayormente por haberla dedicado, después de hecha, para defensa y guarda del Templo, que a honor y gloria de la virgen y madre nuestra señora de la Merced allí se edificaba. Sin esto que lo mucho que lo movía para haberla de conservar era, no solo la oportunidad del lugar tan cercano a la ciudad, pero la reputación y opinión del, por haber allí los suyos con tanta gloria y fama roto y postrado las fuerzas y ejército del Rey de Valencia, delante de sus propios ojos, y también mostrado cuanto mayores son las de los Cristianos, pues tan pocos vencieron a tantos. Demás que para ir de cada día oprimiendo al enemigo, y arrinconando la ciudad, así talándole su cultivado campo, como haciendo en él tales y tan buenas presas, que podía muy bien el ejército mantenerse dellas, y con esto excusar los excesivos gastos de antes: ningún otro lugar había en el Reyno más acomodado que aquel. Y así concluyó su respuesta: que por lo mucho que tocaba a su honra, y reputación de su ejército: no solo cumplía sustentar la fortaleza, y emplear todo su poder en conservar lo que hasta allí se había ganado del Reyno: pero que era necesario sacar nuevas fuerzas para pasar adelante, hasta tomar la ciudad, y salir con toda la empresa.


Capítulo III. Del riesgo que aquel día pasó la empresa de Valencia, y que los Reyes no se han de remitir en todo al parecer de otros sin dar el suyo, y de como el Rey vino a Enesa.

Acabada de dar por el Rey su respuesta, y solución a las razones de don Fernando, ninguno fue más osado de replicar, ni contradecirle así de temor por verle tan airado contra ellos como por la mucha razón que le sobraba en cuanto decía. Con todo esto se vio aquel día, la empresa de Valencia en un tombo de dado, que dicen, y en tan grande riesgo, que llegó a punto de ser desamparada, y perdido todo lo ganado. Porque se vio en cuan poco tuvieron la honra y cosas del Rey sus consejeros. Cuya flojedad y determinación o por sus particulares intereses, o por que les parecía aquello lo mejor, sino fueran vencidas con la incomparable constancia y magnanimidad del Rey, no solo hubieran causado el no pasar adelante esta guerra: pero aun si se estuviera al voto y parecer dellos, se hubieran desamparado las plazas ya ganadas, y retirado de todo el Reyno el ejército. Por donde es grande lástima y mancilla de los Reynos, ver a los Reyes y Príncipes en las cosas muy graves del gobierno, remitirse en todo y por todo al voto y parecer de otros, sin decir ni de liberar cosa por el suyo propio. Siendo así que los Reyes, con el cetro (sceptro) que reciben de la mano de Dios por quien reinan, se les comunica algo de lo divino para bien regir. Y que en siendo Reyes pueden discurrir más que otros, y casi adivinar lo venidero. Pues no debalde dijo a este propósito Salomón, que el corazón de los Reyes está en la mano de Dios: de cuyo favor viene, que tenga cada reino su particular ángel tutelar por custodio, y es cierto que este acompaña al Rey y endereza a buenos fines su regimiento. Y así debe el Rey, oídos los pareceres de todos, proponer el suyo, y hacer él la deliberación, aunque sea contra el parecer de muchos. Porque este mismo instinto y modo de deliberar sus cosas, siguió este gran Rey: cuyas empresas y jornadas, puesto que por los de su consejo eran reprobadas, y condenadas, y muchas veces reídas: vemos que por encomendarlas siempre a Dios, puestas por su parecer en ejecución, todas le sucedieron tan felizmente, que para siempre serán admiradas. De manera que con solo Fernán Pérez Pina Aragonés, y Bernaldo Besalú Catalán, barones valerosos y bien ejercitados en guerra, que aprobaron su parecer entre los del consejo, determinó partirse para Valencia, derecho al castillo de Enesa, con don Ximeno de Vrrea , y cincuenta caballeros. Puesto que sin ser llamados, don Fernando con los de su voto le siguieron todos. Llegando a Enesa entró luego en el templo de nuestra Señora, que aun no estaba acabado, y dadas gracias a ella porque le había tenido de su mano, para no dejarse convencer de los suyos, fue a visitar el sepulcro donde estaba depositado el cuerpo de don Guillen, y lloró muy tiernamente sobre él, y mandó mudarle a otra parte del Templo, donde estuviese más honrosamente, a causa de que por la fama de su gloriosa victoria y hechos contra Moros, era muy visitado y casi venerado como santo, hasta que le llevaron al monasterio y Abadía de Escarpe de frayles Bernardos en Cataluña, no lejos de Lerida, a donde por su testamento se mandaba llevar a sepultar.


Capítulo IV. De las mercedes que el Rey hizo al hijo y parientes de don Guillen, y de los capitanes que nombró por guarda de la fortaleza, y del juramento que hizo de no partirse de ella.

El día siguiente después que el Rey llegó a Enesa, hizo venir ante si a don Bernaldo Entensa hijo de don Guillen, mozo de XI años, a quien siempre llevaba en su servicio, y le amaba como a su padre, y por más honrarle le armó caballero de su mano, con toda la solemnidad y ceremonia que usara con su hijo propio: y quiso que sucediese en todas las tierras, villas y lugares de su padre, con las demás mercedes, y caballerías de honor que a parte le había dado. También a don Berenguer Dentensa propinco deudo de don Guillen, por ser tan buen capitán, y haber sido compañero de don Guillen en aquella memorable batalla contra Zaen, nombró por general del ejército, y alcayde de la fortaleza dándole por conjunto a don Guillen Aguilon, con las compañías de los caballeros del Ospital, y del Temple, y de los Comendadores de Vcles y Calatrava, que ya de antes estuvieron allí en guarnición. A los cuales dejó provisión de armas y vituallas para muchos días, con lo demás necesario para sustentar el ejército. Y esto hasta la primavera: cuando volviera sin falta con mucha más gente, para poner el cerco sobre la ciudad. Mas luego que se sonó por el campo, que el Rey se iba, y que no volvería tan presto, comenzaron la mayor parte de los soldados que quedaban en guarnición a murmurar de la ida, y señalar que se partiría de allí cuantos quedaban. Porque cuarenta caballeros se conjuraron, y claramente dijeron y un fray Pedro de la orden de sant Domingo, que para decir misa y confesar a los soldados seguía el campo: que si el Rey y los grandes se iban, ellos harían lo mismo, y desampararían la fortaleza: desto fray Pedro dio luego aviso al Rey. El cual lo sintió en el alma, pensando entre si, que desamparada Enesa era del todo perdida la empresa, y que en la hora los Moros de Burriana con toda su comarca, y las demás tierras que había conquistado en el Reyno hasta los límites de Tortosa, se alzarían y cobrarían todo lo conquistado, con mucho daño, y mayor ignominia suya. Y como entendiese que también sería en vano, pensar que con buenas palabras, o con amenazas se refrenarían los soldados (según es intolerable la insolencia y atrevimiento de ellos, cuando se amotinan todos) mandó convocar toda la gente así de a pie como de a caballo en el templo de nuestra Señora, donde poniendo en presencia de todos la mano sobre la Ara consagrada del altar, juró que no desampararía, ni se apartaría Enesa en ninguna manera, y que si no era para mayor beneficio y favor del ejército, no se alargaría hacia Aragón más de hasta Teruel: ni hacia Cataluña pasaría el río de Vldecona, hasta que hubiese tomado por fuerza de armas, o como mejor pudiese, la ciudad de Valencia. Mas porque no pensasen del, que esto lo decía fingidamente, y con fin de cumplirlo, luego entendió en que la Reyna doña Violante con la princesa su hija del mismo nombre, viniesen a residir dentro del Reyno. Con este juramento tan solemne que el Rey hizo, se aquietó todo el ejército, y de ahí adelante se le mostró muy obediente y fiel. Pocos días después desto el Rey fue a Peñíscola por visitar aquella fortaleza. De donde envió al Abad don Fernando a Tortosa, para que acompañase a la Reyna, y Princesa, y las trajese por la vía de Peñíscola, donde se holgó mucho la Reyna, por ver aquel tan extraño asiento de fortaleza, como se ha dicho antes en el libro tercero: de allí pasaron a Burriana, donde quiso el Rey que quedasen: pareciéndole que el buen asiento y alegría de tan llana y fértil campaña les daría contento. Pero la Reyna sobornada por las palabras de don Fernando, procuraba de divertir al Rey de la empresa de Valencia, alegando las dificultades que le habían enseñado: mas aprovechó poco, porque como el Rey entendió la frasi de don Fernando, claramente le respondió que se dejase de porfiar en aquella demanda, que no mudaría de propósito: y así dejándola en Burriana se volvió a Enesa al Puig de santa María, porque así se nombró de allí adelante el monte de Enesa.


Capítulo V. Como Zaen acometió al Rey de partido con ciertas condiciones, que no se aceptaron, y que hubo dello murmuración en el campo, y como Almenara se rindió al Rey.

Por este tiempo acordándose Zaen de la infelice batalla del Puig de Enesa, por haber sido tan ignominiosamente roto y vencido en ella de tan pequeño ejército de Cristianos, estando su Rey ausente: y más viendo que de cada día iba de aumento el ejército dellos: y que estaba el mismo Rey tan puesto en llevar adelante la empresa contra él, que por salir con ella, ni se apartaba ya del Reyno, ni hacía casi del de Navarra que por la muerte del Rey don Sancho le pertenecía: comenzó a temerle muy de veras: y por esto quiso ver si por vía de concierto podría dar fin a esta guerra solo que librase a su ciudad de trabajo, porque del resto del Reyno se curaba poco, a causa de ser Rey nuevo, y que mucha parte del aun no le había dado la obediencia. Y así determinó de ofrecer al Rey partidos y aceptar del qualesquier condiciones que le pidiese. Para esto envió secretamente un Moro noble muy gran privado suyo al campo de los Cristianos, a tratar con el capitán Fernán Díaz hidalgo principal de Teruel, como está dicho, y continuo del Rey, que era muy su conocido y amigo antiguo, sobre negocios de paz, diciéndole como se quejaba mucho de su Rey, porque sin tener causa justa le perseguía y quería despojar de su Reyno, sabiendo cuan bien se lo defendería: pero porque saliese con honra de su empresa, le dijese se contentase con el partido que le ofrecía, como quien partía con él a medias su Reyno. Que le entregaría todos los castillos del Reyno que estaban entre los términos de Teruel y Tortosa, con los de la ribera del río Guadalaviar hasta junto a la ciudad: y más que a sus propias costas le edificaría una bellísima casa como fortaleza en la Saydia, el más alegre arrabal de Valencia, donde pudiese poner su gente de guarnición, y solazarse en ella, con la entrada y salida de la ciudad libre para su persona y criados siempre que quisiese: postreramente que le pagaría X mil besantes cada un año de tributo, solo que quitase todas las guarniciones y gente de guerra que tenía por el Reyno, y se retirase a los suyos. Oídas las condiciones y partidos que Fernán Díaz representó al Rey de parte de Zaen, y vista la impertinencia dellos, luego se entendió, que no las señalaba con fin de cumplirlas, sino para alargar el tiempo de día en día con buenas palabras, hasta que poco a poco llegasen los socorros que de África y de Granada esperaba. Pero el Rey en cosa no vino bien de cuantos partidos Zaen ofrecía, por ser muy impertinentes, y mal regulados. Y así mandó se le diese por respuesta, que él no venía a quitarle el Reyno, sino a sacarlo de las manos del tirano, para restituirlo a Zeyt Abuzeyt su verdadero Rey. No pareció bien a muchos de los señores y capitanes, que no daban en las intenciones de Zaen, la respuesta que el Rey le mandó dar: mostrando como los Reyes sus antepasados, nunca desdeñaban semejantes partidos de paz: y que era recia cosa quererlo llevar todo por punta de lanza. A los cuales por entonces no quiso replicar el Rey: mas de asomarles, que quien podía lo más, no debía contentarse con lo menos, y mal compartido. Entre tanto que esto se trataba en Enesa, acaeció que un Moro que era Alcayde del castillo de Almenara, juntamente con otro principal de la villa, que estaban mal con Zaen, y eran del bando de Abuzeyt, secretamente trataban con el Rey, de entregarle la villa con el castillo, que está en un monte muy levantado e inhiesto sobre ella. Y como estos dos hubiesen ya atraído a su opinión a otros del pueblo que también querían mal a Zaen, fueron a verse con el Rey a Burriana, donde venía muchas veces de Enesa, y otras partes, a verse con la Reyna, y le prometieron para cierto día le entregarían la villa de Almenara con su castillo. Enviando pues el Rey su gente de armas delante para el plazo concertado, luego les fue entregada la villa. De allí como quisiesen subir a tomar la posesión del castillo, en compañía de los de la villa, los del castillo, pensando que venían a tomarlo antes que se diese la villa, comenzaron a tirar muy buenas canteras. Pero como el sota Alcayde supo que con los Cristianos venían mezclados los de la villa, y que el mismo Rey andaba con ellos, luego se le entregó con algunas condiciones que aceptó el Rey. Con las mismas se dieron luego los castillos del Val de Vxò, con la villa de Nules, y el castillo de Alfandech. Los cuales por estar cercanos a Burriana cayeron debajo de la guarnición y gobierno de ella, y con esto el Rey pasó al Puig de Enesa.

Capítulo VI. Que ganados todos los lugares entorno a la ciudad, determinó el Rey poner cerco sobre ella, y como hecha reseña de la gente, confiaba mucho en los Almugauares.

Pasada ya la pascua de Resurrección, como los nuestros volviesen a hacer robos y cabalgadas por el campo de la ciudad, los castillos de Betera, Paterna, y Bulla, se entregaron al Rey con los mismos partidos que poco después (como veremos) los de Silla. De manera que habiendo ya tomado el Rey todos los castillos y torres alrededor de la ciudad, y siendo ya señor de la campaña, determinó poner cerco sobre ella, y cerrarle todas las entradas y salidas. Mostró en esto el Rey su incomparable valor y magnanimidad, teniendo en tan poco, como se vio al enemigo, pues con tan pequeño ejército, que apenas bastaba para tomar una pequeña villa, se atrevió a cercar una tan grande ciudad, fortalecida de tan alto y ancho muro, y tan llena de gente y armas, demás de estar bien avituallada, a causa de haberse recogido en ella muchos principales del Reyno, que seguían la parcialidad de Zaen, con lo mejor de sus haciendas y vituallas, no siendo el ejército Cristiano que salió de Enesa para ello, de trescientos y setenta caballos arriba: y estos contando los que traía don Hugo Folcalquier Vicario del Maestre del Ospital, y un comendador de Alcañiz y otro de su orden con XXV y más don Rodrigo Lizana con XXX, don Guillen Aguilon con XV de los escogidos y probados en la batalla de Enesa. Don Ximen Pérez Tarazona capitán de caballos con ciento y treinta, y los de la guardia del Rey que llamaban los Almugauares: en los cuales estaba la mayor fuerza del ejército, y en quien el Rey mucho confiaba, que eran hasta ciento y cincuenta. De suerte que toda la gente de a caballo llegaba a los trescientos setenta ya dichos, y los de a pie a solos mil soldados, como lo refiere el Rey en su historia. Y con ser tan pocos, no por eso dejó de poner el cerco, confiando del favor de Cristo y su bendita madre, y de la buena querella que por su santo nombre llevaba: también de las compañías de infantería y de caballos que de cada día esperaba de los dos Reynos, con otras de los extraños, que sabiase aparejaban, para venir a hallarse en esta jornada, así de la Guiayna, y de toda Francia, como de Italia e Inglaterra, que llegaron a tiempo de entrar en el cerco. Mas porque de cuantos en su ejército había, de ningunos confiaba tanto como de la compañía de los Almugauares, según arriba señalamos, de los cuales en la historia del Rey se hace mención, y que eran tenidos por los más valientes y fieles, hablaremos un poco de la origen y costumbres dellos, y de su extraño modo de pelear, con tan diferente vestido y trato, en el capítulo siguiente.


Capítulo VII. De la origen y costumbres con el diferente modo de vestir y pelear de los Almugauares.

Los soldados de la guarda del Rey, de quien más se fiaba, y siempre traía consigo, eran los que en Arauigo llamaban Almugauares, nombre impuesto por los Moros, a los soldados del Rey de Aragón que significa, del polvo, como hombres salidos del polvo de la tierra, o de la labranza, para soldados: o por mejor decir, que como en la guerra fuesen estos los más fuertes y valientes de todos, hollaban sus enemigos, y como es manera de decir en arábigo, los reducían en polvo. Estos no eran todos soldados viejos como algunos historiadores creyeron: porque también había bisoños entre ellos: antes eran soldados de a pie robustísimos que los escogían de pueblos montañeses como gente dispuesta, nervosa y membruda, nacidos y criados en el campo, y hechos a los trabajos del. De donde trasladados a la guerra se hacían en invierno y en verano a dormir en tierra y al sereno, igualmente padeciendo frío, calor y hambre. Y de su trato eran gente cruel y fiera, y que de grosera, no solo hablaban poco, pero ni se comunicaba, ni se juntaba para hacer camarada con otros, que con los de su jaez y condición. De aquí era que do estaban recogidos, salían como fieras sueltas a pelear muy alegres y determinados. Llevaban un mismo vestido de invierno y de verano, que lo vestían sobre la camisa, y le ceñían con una cuerda de esparto bien apretada. Y todo él así jubón como las calzas, greuas, y çapatos hasta el bonete era hecho de pieles gruesas de animales: juntamente con su zurroncillo (çurrózillo) que apenas cabía el pan y vino para mantenimiento de un día: no llevaban otras armas que ofensivas, como lanza, espada y puñal, y los más una porrimaça, con las cuales salían a pelear, y osaban esperar y hacer rostro, no solo a los escuadrones de a pie, pero aun a los de a caballo. Porque firmando en tierra el cuento de la lanza, y refirmándola con el pie derecho, encaraban la punta a los pechos del caballo, el cual con su mismo ímpetu y arremetida se la metía por los pechos, y se quedaba en hastado. Y el peón con la destreza de hurtar el cuerpo, se libraba así de la lanza del caballero como del encuentro del caballo. De suerte que su principal ejercicio y destreza en el pelear era, mezclarse con la caballería, y matar los caballos para en cayendo el caballero, ser sobre él, y degollarle, y robarle: y en caso que muerto el caballero quedase el caballo vivo a sus manos, su premio era cogerlo y pasar de soldado de a pie, a hombre de a caballo: pues también había de ellos, como habemos dicho, compañías de a caballo, como de a pie: y que en el uno y otro ejercicio eran diestrísimos, y sobre todo fidelísimos al Rey. Según lo afirma el historiador Montaner en la historia que escribe del gran Rey don Pedro hijo del Rey, donde hablando de las guerras que tuvo con los Franceses en Sicilia, y se sirvió mucho de los Almugauares, refiere como solían decir los hombres de armas de Francia, que tenían en muy poco a los hombres darmas de España, pero que a los Almugauares temían en grande manera.


Capítulo VIII. Como partió el Rey con el ejército a poner cerco sobre la ciudad, y pasó por el Grao el cual se describe, y que llegó a Ruçafa, donde salió Zaen a escaramuzar, y por qué causa no se le dio lugar para ello.

Determinado ya el Rey de partir para poner cerco sobre la ciudad, mandó hacer muestra general del ejército, y hallándole muy en orden y bien armado, el día siguiente por la mañana después de oída misa con mucha devoción, y encomendado su empresa muy de corazón y alma a nuestro señor y su bendita madre partió de Enesa con todo el ejército, muy alegre por la nueva que tuvo en aquel punto, como la Reyna doña Violante había parido al Príncipe don Pedro en Burriana, aunque otros dicen en Barcelona, do quiera que fuese, no por eso dejó de proseguir el Rey personalmente su empresa. Y dejando en Enesa su guarnición de gente para la guarda de ella, que fueron los cien caballos de Teruel, con una compañía de infantería, y a don Berenguer dentensa por general dellos, mandó que marchase el campo por la marina adelante hasta llegar al Grao en el paraje, y a media legua de la ciudad. El cual es un pueblo pequeño junto a la mar, a donde tiene su ataraçanal, y contratación marítima la ciudad: aunque las naves y bajeles grandes que allí se aportan, tienen poca seguridad, por ser toda aquella marina playa bien peligrosa, y de poco fondo, y muy desigual, y así hacen fondo muy adentro en la mar: que por eso llaman Grao a este pueblo, porque su playa está debajo el agua llena de montones, o bancos de arena, que como gradas van a dar en el profundo, y sobreviniendo tormenta, las naves si no se recogen con tiempo en otros puertos, o se echan a la mar dan al través, y se encallan en estas gradas. Hazense estos montones de la mucha arena que el río Guadalaviar que allí junto entra en mar de ordinario trae con sus grandes avenidas, y en tanta manera va cegando toda aquella ribera, que hoy viven los que vieron batir las olas del mar junto a las paredes del Grao, y agora le ven un gran tiro de ballesta alejado de ellas. La misma malicia de de playa hay a las bocas de Júcar, y de allí adelante hasta el cabo Martín junto a Denia, que por otro nombre llaman el cabo de la herradura, hacia el mediodía, dicho así, porque volviendo de allí atrás por la costa adelante al otro cabo que llaman de Orpesa al septentrión, que distan entre si por linea recta XV leguas y por tierra XXV, hace un grande seno y entrada la mar a manera de herradura, cuyo medio viene en frente del Grao: dentro del cual seno y espacio hay muy poco hondo, y aquel desigual, por las causas arriba dichas, de las crecientes arenosas de los ríos que en ella entran. Pasando pues el ejército el río Guadalaviar, mandó el Rey asentar el Real en unos casales, a poco menos de media legua de la ciudad. Donde hizo plantar las tiendas, con fin de aguardar allí la demás gente que esperaba, hasta tener el ejército más lleno para poner el cerco. Luego el mismo día vieron salir de la ciudad un gran tropel de gente de a caballo a vista del ejército, poniéndose muy en orden para pelear. Pero mandó el Rey que ninguno se moviese de su puesto, hasta hecha señal por el maestre de campo, por no venir a las manos con el enemigo antes de tener la tierra conocida y los pasos de ella: lo cual entendido por los moros, se volvieron a la ciudad. El día siguiente por la mañana, los Almogávares no embargante el mandamiento del Rey, pareciéndoles se le hacía mayor servicio en no perder alguna buena ocasión, se salieron de su puesto, sin que el Rey lo supiese, y se fueron para Ruzafa, arrabal muy poblado que está poco menos de quinientos pasos de la ciudad, con fin de saquearlo. Como lo supo el Rey, mandó que todo el campo se pusiese en armas, y se allegase al arrabal, temiéndose que en ser descubiertos del muro los Almugauares, se podrían ver en muy grande aprieto, y pagar bien su atrevimiento, si no les acudiese socorro. Y fue así que en el punto que fueron descubiertos del muro, Zaen salió a dar en ellos, con cuatrocientos caballeros, y X mil infantes. De estos hasta número de 40, se echaron por unos campos habares (hauares) adentro, que estaban regados, a coger habas: por ventura para dar ocasión a que se trabase (trauase) alguna escaramuza. Como los vio don Ramon Abellán (Auellan) Comendador de Aliaga en la tierra de Aragón de los del Hospital, y también Lope de Luesia Aragonés, procuraban a toda porfía que se arremetiese contra los cuarenta desmandados, y se tomasen vivos para saber dellos la intención y designios de Zaen, y el número de gente que tenía. Pero no quiso el Rey consentir en ello: porque el ejército aun no tenía su asiento fortificado, ni hecho sus palenques y fuerte do recogerse con el bagaje, para ponerse en defensa, en caso que el enemigo prevaleciese. También porque recelaba que los Moros yendo descalzos, adrede habían regado los campos para poder mejor pelear que los nuestros calzados por el agua, demás que la salida de la escaramuza sería difícil y peligrosa, a causa de las muchas acequias que atravesaban por diversas partes, y para los que no sabían los pasos de la tierra, sería poner así a los de a pie como a los de a caballo en muy gran enredo y trabajo. En esto se pasó todo el día, estándose los dos ejércitos mirando el uno al otro a un tiro de ballesta, sin darse más ocasión, ni señal para pelear: antes Zaen en hacerse noche recogió su gente, y se metió en la ciudad. También el Rey con todo el ejército se retiró a Ruzafa, que ya estaba hecha un fortificado Real, cercado de una buena empalizada, y al embocadero de cada calle su enmaderamiento de tablas con sus cestones. Diose la guarda de aquella noche con el nombre a cincuenta de a caballo de los más escogidos. También por la mañana se consultó sobre el auituallamiento, y provisión del campo. Pero hubo poco que pensar sobre ello, porque los mismos Moros de Ruzafa, y de los otros arrabales, y alquerías, que llaman, de la huerta y vega, traían todas las provisiones y vituallas que tenían a vender a muy barato precio, por no esperar a que los soldados se las tomasen por fuerza, y les diesen a saco las casas. Además de esto que de Enesa y Burriana llegaba por mar de cada día, de donde también proveían de armas y aparejos para las machinas y trabucos que se armaban para el cerco. Mas el día siguiente, ni otros cinco después, Zaen ni su gente no parecieron, ni salieron a escaramuzar. Desto se maravillaban mucho: porque como Zaen fuese animoso y ejercitado en guerra, y llevase a los nuestros por entonces aventaja en gente, parecía que con grande mengua suya rehusaba de salir a pelear: según que en otras ocasiones, como dijimos en el precedente libro, que se le habían ofrecido para pelear muy a su salvo, también había rehusado lo mismo, y dejamos para este lugar el declarar la causa dello. La cual fue no por negligencia, ni cobardía suya, sino de puro recelo y temor que de los suyos tenía, a causa que como fuese tirano, y hubiese echado del Reyno a Abuzeyt Rey bueno, había agraviado a muchos, y así tenía no pocos enemigos dentro de la ciudad, señaladamente los que seguían la parcialidad de Abuzeyt que eran de los principales de la tierra. Porque estos aunque callaban y disimulaban, todavía estaban con ánimo de hacer salto contra Zaen, siempre que alguna buena ocasión se les ofreciese. Por eso temía Zaen de salir a las escaramuzas, porque si le llevaban de vencida los Cristianos, no le hiciesen pedazos los suyos, o le entregasen vivo al Rey enemigo. Y así procuraba Zaen secretamente, como dijimos, de entregar por concierto la ciudad, sino que se le daba poco oído, por ofrecer partidos impertinentes, y también porque le animaban mucho los de su parcialidad y bando a que se entretuviese, confiados de los socorros que adelante diremos.


Capítulo IX. De los Prelados, señores, y Barones, y de las ciudades y villas, con la diversidad de naciones, que acudieron al cerco de Valencia, y del modo como eran alojados en el campo.

En este medio acudían los Obispos y Prelados de los dos Reynos, cada uno con la gente, o dinero que podía como fueron el de Zaragoza, Tarazona, y Huesca de Aragón, el Arzobispo de Tarragona, y obispo de Barcelona, Girona, Lerida, y Tortosa de Cataluña. También los señores y Barones de los dos Reynos arriba nombrados con la gente de a caballo, y de a pie, conforme a la posibilidad de cada uno. No faltó gente de castilla, señaladamente los comendadores de las órdenes de Vcles y Calatrava, los que pudieron, por llevarse los demás el Rey don Fernando de Castilla para la guerra que hacía por este tiempo contra los Moros del Andalucía, y les ganó a Córdoba y Sevilla. Asimismo se juntaron con estos los comendadores mayores de las mismas órdenes del Reyno de Aragón, el de Montalbán, y el de Alcañiz, trayendo todos muy escogida caballería, y otra gente consigo. Demás destos llegaron las compañías de infantería hechas por las ciudades de Teruel, Daroca, Tarazona, Borja, Calatayud, Zaragoza, Huesca, Lerida, Tortosa, y Barcelona: cada una por si, con el mayor poder y aparato que podía. Tras estos llegó el Arzobispo de Narbona llamado Pedro Aymillo, de los más nobles y más poderosos caballeros de la Guiayna. Porque sin el Arzobispado, era señor de muchos pueblos, como se le pareció, pues trajo a su sueldo para esta guerra cuarenta caballos ligeros, y seiscientos infantes. Cuya venida fue al Rey gratísima, porque trajo más gente que ningún otro grande de sus reynos. Finalmente acudieron otros muchos caballeros de Francia, Inglaterra, y de Italia, que movidos por la fama del Rey, y de su católica y tan santa empresa, venían muy de buena gana a favorecerle con sus personas y gente. Según que en las historias de los Ingleses se halla, que Enrico tercero Rey dellos envió gran número de soldados para esta conquista. Y lo mismo se halla de los Franceses, por orden del Rey Luis el santo, que para contra Moros nunca faltaba. Por donde aumentando de cada día el ejército, determinó de no quedar más en el arrabal, sino llegar de hecho a poner cerco sobre la ciudad. Con esto los Moros acabaron de encerrarse para padecer los miserables trabajos que pasan por los cercados. Pues como venían las compañías de las ciudades, así se guardaba el orden con ellos en lo de los alojamientos, es a saber, los que más tarde llegaban, su alojamiento era más cercano a la ciudad. Porque las compañías y gente de Barcelona, que vinieron por mar con muy grande y suntuosísimo aparato de gente, armas, y machinas, y llegaron últimos, fueron alojados más propinquos a la ciudad, a manera de penitencia por la tardanza. Venían todos tan ganosos de servir al Rey, y de ganar honra en esta jornada, que ninguna diferencia, ni distensión se movió sobre los alojamientos: lo que en todas las guerras y asientos de Reales suele ser negocio bien debatido y reñido.


Capítulo X. De la consulta que hubo por cual parte del muro acometerían la ciudad, la cual se describe, y de las razones del Arzobispo de Narbona y de las del Rey sobre ello.

Estando ya repartido el ejército, y asentado el cerco sobre la ciudad a medio tiro de ballesta, con las máquinas y trabucos armados y puestos en orden para batirla: moviose plática por vía de consulta delante del Rey por los principales Capitanes del ejército a quien mandó congregar a consejo: para entender, por cual parte del muro sería mejor comenzar a batir la ciudad. Porque por ser muy grande y bien entendido el asiento y rodeo de ella, no se podía cercar del todo, ni dar juntamente los asaltos por diversas partes: si sería mejor reconocer las más flacas, y acometer por ellas. Estaba la ciudad puesta en llano, casi en forma redonda, y tenía en circuytu poco menos de media legua. La cual entre otras se mandaba por cuatro puertas principales. La primera se decía de la Boatella puesta entre mediodía y poniente. La otra siguiendo a la mano izquierda, que decimos de Baldiña, hacia el Septentrión. La tercera al levante debajo una muy alta y ancha torre, que hoy en día de llama del Temple. La cuarta hacia el mediodía llamada de la Xerea. Entre esta y la de la Boatella, había muy grande espacio y distancia, y en el medio un cantón, o punta de muro muy salida que encierra la área y patio donde está hoy fundada la insigne Academia y célebre Universidad de Valencia, de la cual se hablará en el libro siguiente. Extendíase esta punta, o salida hacia la mar en aquella parte donde estaba alojada la mayor fuerza y cuerpo del Real y ejército: y que por la mucha distancia que había de la una puerta a la otra, sin ninguna, o muy pocas torres en medio, era aquella parte del muro desierta, y con menos gente guardada que las otras. De manera que oída la relación que del asiento y postura de la ciudad se hizo, el Arzobispo de Narbona, que como dijimos, era muy experto en guerra, porque en su mocedad la había seguido mucho con los Reyes de Francia: preguntado de su parecer, dijo, Que las machinas y asaltos sería mejor encararlos a la puerta de la Boatella, que a otra parte del muro: porque sería más fácil a los combatientes dar sobre las puertas de madera, y romperlas, y quemarlas para facilitar la entrada, que no quebrantar el muro de dura piedra, estando en parte a donde antes de ser vistos, ni sentidos los enemigos podían salir de la ciudad, para dar sobre el Real improvisadamente, y muy a su salvo recogerse. Por que con dejar buena guarda los de dentro en aquella parte del muro por hacer rostro, y resistir a la batería: podía salir todo el resto del ejército de Zaen por las cuatro puertas, y tomar el campo del Rey por las espaldas, y confundirlo todo. Como el Arzobispo hubo dicho, y a todos pareciese también, que ya casi se conformaban con su voto: el Rey fue de contraria opinión: y la esforzó con harto más eficaces razones que las del Arzobispo. Mostrando como con mayor comodidad, y más a su salvo del ejército, se podía batir aquella parte del muro, que no la puerta de Boatella. Lo primero, por estar aquella parte angular guarnecida de poca gente, y menos puesta en defensa, y también muy apartada de las dos puertas:por donde no se podían hacer ningunas súbitas salidas de gente de la ciudad contra el ejército y machinas, que no fuesen mucho antes descubiertos por los centinelas, para poderles ir al encuentro. Lo segundo porque aquella parte de muro no tenía torres salidas para fuera, y por eso no podían los de dentro sino de derecho en derecho, y no por los lados, ni de través, dar con las saetas, ni otras cualquiera armas en los del ejército: sino que con la salida de la esquina era forzado que los que estaban en defensa, se dividiesen unos de otros, y que ni hubiese lugar para ser muchos de cada parte, ni que viesen los unos el peligro de los otros, ni se pudiesen valer: y así habría menos resistencia al batir del muro. Lo último que estando el ejército en aquella parte más propinco a la mar, era cierto que defendería mejor las vituallas con lo demás que se le trajese por mar, sin que los enemigos lo pudiesen saltear, ni aprovecharse de ello. Finalmente para mejor impedir que el socorro de allende que esperaban los enemigos, no se juntase con la ciudad, sin ser antes descubierto y destoruada su desembarcación, y con esto acabó su dicho.


Capítulo XI. Como prevaleciendo la opinión del Rey se batió la ciudad por la parte que señaló, y se llegó hasta agujerear el muro, y como se tomó el pueblo de Silla a partido.

Oídas por los del consejo de guerra las razones de ambas partes, hallaron que en todo prevalecía las del Rey, y con esto fueron de parecer que la batería y asalto se diese contra la esquina del muro. Lo cual se puso luego en ejecución con muy grande diligencia y porfía de los soldados: fortificando cuanto a lo primero el Real con buena empalizada y cestones para defenderse de las repentinas salidas y arremetidas que podían hacer los Moros contra él. Y con esto llevando siempre adelante las trincheras y ganando tierra, comenzaron a asestar las máquinas y sus tiros de grandes piedras la parte de la esquina: juntamente con las pequeñas que llaman mantas, y en Latín testudines: cuyo uso fue en la presa de la ciudad de Mallorca muy acertado. Podían muy bien las máquinas grandes: aunque de lejos, asestar sus tiros de piedras contra el muro, y más a dentro sobre las casas de la ciudad haciendo notable daño en ellas: pero para las mantas era muy dificultoso el allegarlas, a causa de las dos grandes acequias, o valles de inmundicias de la ciudad que concurrían junto al muro, el uno que venía de hacia la Boatella, y el otro de hacia la puerta de la Xerea que servían de foso, y se juntaban delante la punta del muro, y no había más de una puente pequeña sobre la junta de las dos acequias, por donde era imposible pasar las mantas, por cuanto al pasar se encaraban así bien los del muro a dar sobre ellos con piedras y saetas, que atemorizaban y causaban muy gran daño en los que ayudaban a llevarlas. A esto acudió el Rey con su buen ingenio en disponer por detrás de las mantas, y por los lados, buenos ballesteros que se encarasen con mucha atención contra los que de lo alto del muro disparaban, para que uno a uno diesen en los que se asomasen. De manera que con ser pocos los del muro, por su estrechura, con la buena maña y encaramiento de los ballesteros, los hicieron menos: y así cesando la resistencia, pasaron las mantas por la puente adelante; y luego con la industria de unos soldados de Lerida, que en esto eran diestrísimos, y en la presa de Mallorca, y en la de Ibiza (como se ha dicho) fueron siempre los primeros en los asaltos y roturas del muro: allegaron con las mantas a tocar con él. El cual fue luego con picos, y con sal y vinagre en tres partes agujereado, hasta que pudo haber entrada para un cuerpo de soldado por cada agujero. Esto fue hecho con tanta presteza, por complacer al Rey, que de lejos a voces los animaba: que visto el servicio dellos, y en cuan poco tenían la vida solo le contentasen, prometió de remunerarlas harto bien, como lo cumplió después muy aventajadamente. Entretanto que esto pasaba, y los de la ciudad, sintiendo el daño del muro, acudían a fortificarlo: Don Pedro Fernández de Azagra, y don Ximeno de Vrrea con su gente de a caballo, y cuatro compañías de infantería, con dos máquinas pedreras, se fueron a Silla, mediano pueblo, a dos leguas de la ciudad a la parte de medio día: y llegados asentaron con grande presteza las máquinas, y batieron el muro con algunos asaltos que por las partes más flacas del comenzaron a dar los soldados. Pero los de dentro confiados de que Zaen les enviaría luego socorro, se defendieron valerosamente ocho días enteros. Pasados estos, y no llegando el socorro, se entregaron con estas condiciones. Que no fuesen saqueados, ni echados del pueblo: que pagarían los gastos del cerco, y darían perpetuamente tributo al Rey: al cual y no a otro, se darían. Luego despacharon los Capitanes para el Rey, avisando del entrego y condiciones. El cual holgó mucho dello, y envió a decir a los de Silla, con la patente firmada de su mano, que se contentaba de los conciertos: que se diesen, que los recibía debajo su amparo y protección, y así se dieron.


Capítulo XII. Como la armada de Túnez llegó a la playa de Valencia, y de las prevenciones que el Rey hizo contra ella, y lo que hicieron los del campo en burla de los de la ciudad.

Volviendo al combate de la ciudad, con el cual llegaron las mantas tan junto (como está dicho) al muro, que se pudo agujerear, luego los de dentro acudieron con gran presteza a cerrar lo agujereado con tierra, piedras, tablas, y vigas de punta, y atravesadas de manera, que con el concurso de toda la ciudad a remediar el daño, se rehizo, y reparó aquella parte de muro tan fortificadamente, que de allí adelante estuvo más en defensa que lo demás. Con todo esto la artillería de las máquinas y trabucos iba siempre haciendo nuevos daños por otras partes del muro, por divertir a los de dentro. Y pues el Rey tenía ya las espaldas seguras con tan grande ejército, y sabía las necesidades, y hambre que en la ciudad comenzaban a sentirse, creyendo que de si misma se rendiría presto, no la combatía con toda la prisa y furia que podía. Estando en esto, aconteció que arribó a la playa la armada de Túnez con doce galeras Reales, y otras seis fustas, que llaman Zabras, enviadas por el Rey de Túnez en socorro de Valencia. Las cuales a prima noche echaron áncoras en frente del Grao, para dar ánimo a Zaen y a los suyos, y para acobardar a los nuestros. Desto fue luego avisado el Rey a la media noche: y sin decir nada tomó cincuenta de a caballo, con doscientos Infantes, y se fue la vuelta de la marina: donde dejado los de a pie escondidos dentro de unas matas, se puso con los de a caballo detrás de unas chozas de pescadores no lejos de la marina, teniendo sus espías junto al agua: para que en saltando algunos de la armada en tierra, fuese luego sobre ellos, por prender algunos, y entender dellos que tanta sería la gente que venía en la armada. Juntamente despachó de allí dos de a caballo por la costa adelante, para avisar a los de Burriana, Peñíscola, Tortosa y Tarragona, de la venida de la armada de Túnez, y que estuviesen a punto con las galeras para correr por la costa a defender los lugares marítimos. De manera que los de Túnez dieron noticia de su venida a la media noche con grandes lanternas y Fanales, con muchas llameradas, y grande estruendo de atambores y trompetas, para ser sentidos de los de la ciudad. Los cuales descubiertas las lumbres, y oída la música, conociendo ser la armada y gente de Túnez, y teniendo por cierto que por ellos serían socorridos y librados del cerco, respondieron con la misma salva, y estruendo de trompetas y añafiles, notificando como daban señales de obediencia al Rey de Túnez como a su verdadero señor, y libertador de la patria. Lo cual visto por el Rey, envió a mandar al ejército que hiciesen otro tanto en el campo, y con mayor alegría y estruendo. Y que llevasen toda la noche lumbres haciendo hogueras entorno de la ciudad, en tanto que se detuviese la armada en el mismo puesto, para que entendiesen los cercados, que los del campo no ignoraban la venida de la armada, y socorro de Túnez, y que no desmayaban por ello. Dice se que la siguiente noche, se hicieron en el Real ciertos instrumentillos de fuego, que vulgarmente llaman cohetes. Los cuales dado fuego y echados en alto caían como rayos, y reventaban como truenos dentro la ciudad. Destos echaban tantos en el campo, que se dice, que los Moros viendo aquellos como monstruos de fuego, se atemorizaban, y los tuvieron por ma agüero. De aquí quedó en la ciudad, lo que después de tomada ella se ha continuado hasta nuestros tiempos en cada un año, hacer gran fiesta la víspera del glorioso mártir sant Dionis, con el estruendo de trompetas y atambores, y el jugar de cohetes y otros fuegos, tomando ocasión de aquella noche, que apareció la armada de Túnez, y fiesta que en la ciudad, y en el campo de los Cristianos se hizo a causa de ella. De suerte que la esperanza que la ciudad tuvo de ser descercada con el socorro de los de Túnez, con la buena diligencia del Rey que les impidió la desembarcación, se deshizo, y con la arrebatada partida de la armada desvaneció del todo. Porque a dos días que estuvieron surgidos en la playa, como ninguno de la ciudad vino a ellos, se fueron costeando la vuelta de Peñíscola: donde como desembarcasen algunos a hacer agua en la fuente de la villa, pensando que aun estaba por los Moros, fueron luego sobre ellos Fernán Pérez Pina y Fernando Ahones Gobernadores de ella con la gente de guardia, y a buenas lanzadas los echaron de la tierra. Pasando más adelante al puerto de los Alfaques saltaron en tierra. Mas los de Tortosa que ya estaban avisados salieron a ellos, y viniendo a las manos mataron xvij de ellos, y a los demás hicieron embarcar a más que de paso. Pues como vieron los del armada el ruyn efecto de su navegación, mudaron de propósito, y se volvieron a Túnez.

Capítulo XIII. Como idos los de Túnez proveyeron los de Tortosa el campo de vituallas, y que los Moros volvieron a las escaramuzas, y ganaron una los Aragoneses y Catalanes, y perdieron otra los Narboneses.

Partida la armada de Túnez, y quedando el mar seguro, luego los de Tortosa proveyeron por mar al campo de pan, y otras vituallas: con las cuales y de la misma tierra había tanta hartura en él, que para según era grande, fue cosa bien de maravillar. Porque creció de manera que llegó a mil caballos, y 60 mil infantes. Pues como anduviese noche y día la batería de las máquinas y trabucos con grande furia haciendo su oficio contra la muralla y casas por la misma parte del ángulo, los de la ciudad por divertir a los nuestros de tan continuo batirla, volvieron a las escaramuzas, y así comenzaron muchos a salir fuera por la puerta de la Boatella, donde había muy grandes aparatos dentro para su defensa. Haciendo pues los Moros sus arremetidas contra las máquinas, con sus alcancías y granadas de fuego para quemarlas, y acudiendo al mismo tiempo los del muro a disparar sobre los nuestros: fue tanto el debate de ambas partes, que a la manta que antes sirvió para agujerear el muro, y de nuevo volvía para hacer lo mismo, hecha pedazos la hicieron retirar, con muchos heridos de los que en ella iban. Esto pudieron hacer los del muro muy a su salvo, porque con la repentina venida de los Moros a escaramuzar se divertio el campo del combate, de tal manera que dejaron de tirar a los del muro por dar sobre los Moros, ya cuando ellos se iban con buen orden retirando, y por aquella vez los nuestros no los siguieron. Acaeció de ahí a dos días, que ciento de a caballo de los nuestros arremetieron juntos contra un gran tropel de caballos que salieron de la ciudad a dar sobre el Real, y haciéndolos retirar por la puerta de la Xerea a dentro, que no estaba con mucha guarda, se entraron mezclados con los Moros: y matando xv de ellos, se volvieron sin faltar ninguno al Real, que fue cosa harto señalada, y bien alabada por el Rey. Al cabo de tres días pretendieron hacer lo mismo los cuarenta caballos del Arzobispo de Narbona, con algunos otros de la Guiayna, no sabiendo el engañoso arte de pelear de los Moros jinetes. Los cuales tenían por costumbre de arremeter con grande alarido contra sus enemigos, y luego como quien vuelve las espaldas fingían huir, para con este ardid atraerlos a que se desmandasen, y sin orden se arrojasen sobre ellos: a dos fines, o de traerlos hasta dar en alguna celada, o abriéndose en dos alas, revolver a cerrar con ellos, y tomarlos en medio. Saliendo pues desta manera los Moros con grande ímpetu, los Narboneses que los estaban aguardando, sin dar parte al Rey arremetieron para ellos, los cuales les volvieron las espaldas retirándose como quien huye hasta llevarlos junto al muro de la puerta de la Boatella, de donde como estaba de concierto, llovieron tantas saetas y piedras sobre ellos, que casi ninguno dejó de ser herido, y algunos murieron: mas sobreviniendo la noche se retruxeró: quedando los Moros muy ufanos desta victoria. Luego se fue el Rey a ver al Arzobispo, para consolarle, y para tener gran cuenta con la cura de sus heridos.


Capítulo XIV. Que por allegarse el Rey mucho al muro, fue herido en la frente, y como sano volvió presto a las escaramuzas.

Continuando los Moros sus repentinas salidas, pensaron algunos del campo en cogerlos, y así se pusieron en celada detrás de unas caserías que estaban en frente de la puerta de la Boatella, aunque algo apartadas, para en salir luego dar sobre ellos, y seguirlos hasta meterse dentro de la ciudad con ellos. Pues como el Rey, no sin causa se recelase de esta determinación de los suyos: los cuales de confiados que les había de suceder tan bien como a los primeros, se disponían a lo mismo, se puso con muy buen cuerpo de guarda cerca del muro, armado de todas armas, con su yelmo en la cabeza, para impedirles la entrada: donde estando tan fijo, que no eran parte las saetas espesas que disparaban sobre él para removerle de su puesto, acaeció que alzando por descuido la visera del yelmo le dieron con una saeta en lo alto de la frente, por la más extraña manera que jamás se vio en cabeza armada, y aunque no encarnó mucho la herida, pero como saliese sangre, y le diese sobre los ojos, fuele necesario recogerse a su tienda a curarse de ella, y detenerse algunos días sin salir a fuera, a causa de la hinchazón que se le hizo en el rostro, tanto que se le atapó un ojo: de lo cual se siguió grande alteración y sobresalto por todo el ejército, y los Moros, que luego lo supieron, tomaron dello muy grande orgullo. Mas no permitió nuestro Señor que se lograsen mucho dello: porque con el favor divino, y la buena cura de los cirujanos (cirugianos) y médicos, a los cinco días se halló sano, y deshecha la hinchazón sin ningún otro accidente. Con esto no pudo acabar consigo de no salir luego en público, para dar con su presencia ánimo a los suyos, y quitarlo a los enemigos: los cuales ya estaban muy ufanos, y se tenían por descercados, pensando que la cura duraría mucho, y que faltando la presencia Real, ninguna cosa buena haría por si el ejército, y así con las escaramuzas lo confundirían todo. En lo cual no se engañaban del todo. Porque cierto era el Rey como una grande alma, que informaba, y daba casi el ser a todo su ejército. Demás de su universal gobierno que llevaba, al cual siempre estaba intento, y junto con eso, era tan comunicable y afable con los soldados, que tenía especial cuenta con todos. Mayormente con los valientes, y señalados, que a estos llamaba hermanos, y se entremetía en los ejercicios militares y a todo peligro con ellos. Y es cierto lo que de él se escribe, que le acaeció no pocas veces, a un súbito rebato, y tocar al arma a la media noche, levantarse con gran presteza de la cama, y echada una cota de malla sobre la camisa, con su tan preciada espada, que llamaban Tisona, que se la enviaron de Monzón (como él dice) arremeter para los enemigos, y de ahí los suyos viéndole acudir de los primeros, pelear como leones.


Capítulo XV. Como don Pedro Cornel y don Ximen de Vrrea dieron asalto a una torre de la ciudad y fueron maltratados, y el Rey dio otro a la misma, y la quemó.

Andando en estas escaramuzas y asaltos los del campo con los de la ciudad, dos principales capitanes del ejército llamados don Pedro Cornel, y don Ximeno de Vrrea, deseosos de señalarse en esta jornada, se juntaron sin dar parte al Rey, ni a los otros Capitanes, y con solas sus compañías emprendieron de combatir la puerta de la Boatella, pues los Moros habían ya de tal manera fortalecido el agujero del muro, que no se podía por aquella parte ganar tierra con ellos. De suerte que a cabo de tres días que lo pensaron, y aparejaron lo necesario para el efecto, secretamente se levantaron antes del día, y arremetieron con sus máquinas portátiles, como vayuenes arietinos (de los cuales se ha hablado antes) a encontrar con la misma puerta. Pero la hallaron tan firme, a causa de estar de parte de dentro muy fortificada, que no hicieron en ella misma: antes fueron muy mal tratados por los Moros que guardaban la torre, que estaba al lado de la puerta: de la cual echaron gran copia de saetas y piedras, que no les dejaban continuar el combate: hasta tanto que súbitamente fue abierta, y salió un gran tropell de gente de a caballo bien armada, y dio tan descargadamente sobre los nuestros, que les fue bien necesario el retirarse con muy gran daño a cuestas. Esto fue hecho tan de rebato, y tan sin avisar a nadie, que cuando acudió el campo en socorro dellos, ya los Moros se había metido dentro la ciudad, y cerrado la puerta. Lo cual sintió el Rey mucho, no tanto por el daño hecho a los Capitanes y gente de ellos (que esto decía lo habían muy bien merecido) cuanto por haberse así arrojado temerariamente, sin su licencia: y luego mandó publicar el asalto de la misma torre para el día siguiente. Venida la mañana, mandó juntar doscientos caballos, con cuatro compañías de Infantería, y una de las principales máquinas, para que todos juntos a una concurriesen en la batería, sin querer tener en cuenta con la puerta, sino con la torre, dejando apercibido el campo, para en caso que saliesen los Moros a dar sobre ellos por aquella, o por otra puerta, acudiesen, y procurasen de revolverse con ellos, y entrarse juntos en la ciudad, que él haría lo mismo. Más proveyó de una banda de ballesteros que no atendiesen a otro, que a encarar y dar en los que asomasen por las almenas de la torre. Con esto comenzó la máquina a disparar sobre ella: pero la hallaron tan fuerte, y bien apercibida de armas, que bastaban pocos para muy bien defenderla. Porque con solos diez hombres de guarda se defendía a muy grande daño de los de fuera. Los cuales con esto se ensoberbecían tanto, que no solo burlaban de los nuestros: pero teniéndose por muy seguros, cerraron las puertas de la torre por dentro, sin acoger a ninguno de los suyos a que les ayudasen, por repartirse entre si solos la gloria de la defensa, y aun a los de nuestro campo los exhortaban, a que se diesen a merced del Rey, que por ser tan valientes y buenos soldados les haría mercedes; contra estos disparaban más de propósito, y hacían mayor daño en ellos. Viendo esto el Rey, mandó traer fuego de alquitrán, y echar muchas granadas del sobre la torre, y también meterlas por las bocas de las troneras bajas. La cual como estuviese dentro enmaderada, prendió el fuego tan presto, y turbó el grande humo a las guardas de tal manera, que no tuvieron tino para abrir la puerta a los suyos, para que entrasen a socorrerles: sino que el fuego y humo los ahogó, y consumió: y la torre con el gran ímpetu del fuego, a vista del ejército y ciudad ardió, y en un punto se hundieron las obras muertas de ella, con tanta presteza, que no dio lugar a ningún socorro. Por donde los de la ciudad viendo su perdición cierta, hallándose desamparados de todo favor y ayuda: y más que las vituallas y mantenimientos les iban faltando, determinaron rendirse, y para persuadir esto a Zaen, acordó el pueblo de enviárselo a decir con buenas razones, por algunos principales de la ciudad: de tal manera, que en caso que no viniese bien en ello, le forzasen, y aun hiciesen ademán de poner en él las manos: que sería luego todo el pueblo con ellos.


Capítulo XVI. De los embajadores que el Papa y ciudades de Italia enviaron para rogar al Rey fuese a librarlos del Emperador Federico, y como determinó de ir, y la causa porque se estorbó la ida.

Por este tiempo, como la fama del Rey, y gloria de sus memorables hechos volase por el mundo, y fuese celebrado su nombre con título del mejor y más belicoso Capitán de la Europa, y con esto tan pío y católico, que todas sus guerras y empresas eran para más ensalzar la fé católica y religión Cristiana, determinaron el sumo Pontífice Gregorio IX, y ciudades de Italia, de invocar su favor y ayuda contra el impío y cruel Emperador Federico: el cual perseguía con inicua y cruel guerra, no solo a las ciudades de Cremona, Mantua, y Pauia: pero aun las había contra la Sede Apostólica, y amenazaba a toda Italia, la había de poner debajo de su cruel yugo. Pues como llegasen los Embajadores, y entrados ante el Rey notificasen lo dicho: añadieron, que Federico no solo era impío y digno de ser descomulgado, por haber conjurado y tomado armas contra su madre la santa sede Apostólica, y sacerdotes de Cristo: pero aun porque como cruel e inhumano, había puesto las manos en Enrico su propio hijo primogénito, y primo hermano de su Real Alteza, intitulado ya Rey de Romanos: y que lo había metido en cárceles, y privado de la vida y Reyno, por solo que favorecía las cosas del Pontífice. También las ciudades de Milan, Boloña, y Plazencia de las principales de Italia, a quien nuevamente amenazaba Federico, enviaron sus cartas al Rey con las del Pontífice, echándosele a pies, y suplicando, se apiadase de ellas, y tomase a cargo su defensa con la de toda Italia, y del Imperio Romano, porque removiendo del a un tan intolerable tirano, le servirían como a su verdadero Emperador y señor, con gente y armas. Ofreciendo para los gastos de esta empresa luego de presente darle CL mil libras Imperiales. Y para cada año prometían de acudirle con los derechos y rentas ordinarias que pagaban a los Emperadores en la Lombardía de los Alpes a dentro: y que le tomarían por su perpetuo patrón y general Gobernador de todos ellos. Finalmente toda Italia le daría título y renombre de común padre, y libertador de la patria, y sin eso la Sede Apostólica le honraría con el título de Católico defensor de la Iglesia. Oídos por el Rey con toda su Corte los Embajadores, dijo que daría presto la respuesta a su demanda. Y en este medio mandoles hospedar muy espléndida y suntuosamente, y que entretanto que deliberaba la respuesta, los llevasen por todo el Real, para que viesen el asiento y grande aparato del. También mandó juntar el consejo Real y de guerra, donde se hallaron el Rey y la Reyna, y el Arzobispo de Narbona, juntamente con los Obispos de Zaragoza, Huesca, Vich, Albarracín, y los Vicarios de los Maestres del Temple y Hospital, y otros señores de Aragón, y Cataluña, y más los capitanes del ejército. A los cuales brevemente propuso, como se le ofrecía la empresa, y socorro de Italia, y de la Sede Apostólica, al tiempo que tenía la de Valencia en los términos que veían. Por lo cual pedía le diesen consejo sobre cual de las dos proseguiría. Porque si a la una le obligaba el propio interés de su casa y Reynos: a la otra le compelía la defensa de la casa de Dios, que era la Sede Apostólica en la tierra, junto con el universal reparo de toda Italia: que lo mirasen bien, porque sin más réplica seguiría lo que determinasen. Mucho se maravillaron todos de tan alta proposición, mayormente por lo que ya se había divulgado la gran necesidad y estrechura en que estaba toda Italia, y con el encarecimiento que el sumo Pontífice y ciudades pedían el favor del Rey contra el Emperador Federico. Y así como de negocio muy arduo, difícil y dudoso, y en tiempo que parecía no había porque dejar de las manos la empresa que tenía, por cuantas se podían ofrecer en el mundo: estuvieron todos muy suspensos, sin saber a cual parte decantarse. Pero después que se oyeron diversas razones por ambas partes: fue cosa de grande admiración, y como milagro de Dios, la resolución que todos sin discrepar ninguno tomaron en el consejo, y fue: Que el Rey en ninguna manera volviese el rostro a la fortuna: pues se le ofrecía muy favorable y honrosísima para emplearse en cosas tan graves, y de tan memorable empresa, porque ser llamado en tal tiempo para dos tan importantísimos negocios, como socorrer a la Sede Apostólica, y poner en libertad a Italia, sin duda que parecía ocasión que venía por orden y disposición divina, no solo para con su propia mano y armas ganar el título de católico: mas aun para que venciendo al Emperador tirano mereciese el nombre de Augusto, y quedarse con el Imperio. Que no se tuviese cuenta con la empresa de Valencia: pues la tenía en tales términos que apretándola de nuevo, muy brevemente, y casi por horas saldría con ella. Y así con el duplicado título que llevaría de conquistador de dos Reynos, y señor de cuatro, acrecentaría mucho su opinión para llevar el renombre de libertador de Italia. Como esta determinación cuadrase mucho con la magnanimidad del Rey, llegó a términos el negocio, que en el mismo Real capitularon los Embajadores con el Rey, y se hicieron los conciertos siguientes. Que el Rey se obligaba de pasar en Italia con mil caballos ligeros, y con todo el aparato de guerra necesario. Que sustentaría guerra hasta la muerte contra el Emperador Federico, y ciudades que le seguían en las provincias de la Lombardía, Trevisana, y la Romania: siempre que el sumo Pontífice y ciudades de Milan, Boloña, y Plazencia cumpliesen lo prometido, como arriba está dicho. Firmadas las capitulaciones de ambas partes, los Embajadores que habían visto las grandezas del Rey, y cuan corta era la fama del, en respecto de su gran poder y magnificencia, demás de las mercedes y dones que del recibieron: se volvieron muy alegres y contentos por tan cumplido despacho como llevaban a las ciudades. Mas no mucho después, o por la astucia de Federico, que temiéndose de la venida del Rey, volvió fingidamente en gracia del Pontífice: o que por esta misma causa, aliviadas las ciudades de la guerra de Federico, no curasen de solicitar más al Rey, o porque no fue voluntad de Dios, que por emprender guerra ajena, dejase de proseguir la que estaba en casa, paró esta empresa: y así pues cesó la ocasión de Italia, volvió de propósito a ponerse en acabar la de Valencia.


Capítulo XVIII. Del secreto trato que Zaen tuvo con el Rey, y como vino Abuamat a concluir el partido, y de la graciosa justa de dos caballeros Moros con dos Cristianos.
Dixose arriba en el capítulo XV como viendo los de la ciudad su perdición, y por haber el ejército de los Cristianos crecido mucho, y puesto la ciudad en tanto aprieto, habían determinado de hacer embajada a Zaen, como la hicieron, rogándole viniese bien en que se tratase de partido con los Cristianos, por las causas arriba relatadas. Y así oída por Zaen la embajada, mostró tener gran sentimiento de lo que el pueblo le decía. Con todo esto les dijo que pensaría en ello, y les daría muy presto la respuesta. Como viese Zaen la razón que el pueblo pedía, y que a no contentarle se podía ver en algún aprieto de rebelión y motín, dio por respuesta, que pues la voluntad de todos era entregarse a los Cristianos, determinaba complacerles: que confiasen del asentaría lo del entrego de arte que aunque supiese quedar sin Reyno, sacaría algún buen partido para todos. Porque entendía que el Rey Cristiano estaba tan deseoso de ganar la ciudad, y con eso era tan piadoso, que por solo entrar en ella sin derramamiento de sangre, les otorgaría cuantos partidos le pidiesen, que por lo menos les aseguraba las vidas con parte de las haciendas. Quietose mucho el pueblo con la buena respuesta de Zaé. El cual envió luego a Halialbatan Moro nobilísimo deudo suyo, con cartas al Rey para declararle en nombre y palabra suya, y de su hijo el mayorazgo, las condiciones con que se le entregaría la ciudad, si le prometía de las aceptar y cumplir. Oyó el Rey de buena gana a Halialbatan: y vistos los partidos y conciertos que Zaen pedía, ser harto honestos y resolutos, no le pareció por entonces comunicarlos con persona del ejército, sino que en la hora despachó al mismo embajador, respondiendo secretamente, que los aprobaba todos sin excepción alguna. Sospechose luego en el campo que se trataba de concierto con Zaen, y que sería de paz: porque apenas fue llegado el embajador a la ciudad, cuando vieron salir de ella a Abuhamat sobrino hijo de hermana de Zaen, de los principales señores del Reyno: el cual enviando por salvo conduto para venir a hablar con el Rey, se lo otorgó, y por su mandado salieron a recibirle don Nuño, y don Ramon Berenguer de Ager, de los más ancianos y principales del ejército: al cual tomaron en medio, y viniendo juntos, salieron tras ellos dos caballeros Moros con sus caballos enjaezados, y con las lanzas y adargas, muy gallarda y hermosamente puestos. Los cuales, porque no se creyese de los de la ciudad que por estar cercados, y en aprieto, habían perdido nada de su orgullo y brío de pelear, en pasando el río arremetieron juntos hasta llegar a las tiendas del Rey, antes que llegase Abuhamat, y sin apearse desafiaron a dos otros caballeros Cristianos a correr sendas lanzas. Como se adreçassen luego muchos para salir a ellos: don Ximen Pérez Taraçona de la casa del Rey, le suplicó diese a él y a otro su compañero licencia para salir en campo contra los dos Moros. Lo cual quiso estorbarle el Rey, poniéndole delante algunas culpas y pecados, que solo el peso y gravedad dellos le echarían de la silla, y perdería el renombre que tenía de valiente. Como don Ximen Pérez replicase con mayor importunidad, permitiole el Rey la salida. De manera que corriendo las lanzas bajas, el encuentro del Moro fue demanera que don Ximen Pérez voló de la silla y cayó en tierra. Al otro Moro salió don Pedro Clariana, caballero generoso de Cataluña, y comenzando a correr el uno contra el otro, acaeció que el Moro, de miedo, o porque quiera, antes de encontrar volvió las riendas al caballo para la ciudad con tanta velocidad, que por mucho que apretó Clariana por alcanzarle hasta pasar el río, no pudo llegar con él, porque se entró en la ciudad. Desto rieron tanto todos los del ejército, que no hubo lugar para reír la caída de don Ximen Pérez. Luego Abuhamat que había parado por ver el successo del desafío, tomó a su lado al caballero Ximen Pérez, y acompañados de los mismos don Nuño y don Ramón llegaron a la casa que llaman el Real donde los Reyes Moros solían tener su ordinaria habitación y morada, a tiro de ballesta de la ciudad. Pues aunque el Rey tenía también su tienda Real parada en el campo, y estaba allí de ordinario: pero se había por entonces retrahido en la casa del Real, por dar audiencia y tratar con los embajadores más en secreto. Y así llegó Abuhamat y fue recibido del Rey con mucho honor: y dejados a fuera los Prelados con todos los del consejo: el Rey solo con la Reyna, y Abuhamat, y el faraute se encerraron para concluir los capítulos y conciertos del entrego. Y aunque se ofrecían algunas dificultades para bien concluir, pero con el largo poder y secreta comisión que Abuhamat traía para no volver sin cerrar el partido a toda voluntad del Rey, fue finalmente concluido como lo quiso y lo demandó Zaen: y el Rey de parecer de la Reyna que también dio su voto en ello (como la historia dice) firmó el concierto. El cual en suma fue, que entregando Zaen la ciudad con todos los lugares y pueblos que estaban a su devoción, se le permitiese salir de ella con toda la gente de paz y guerra hombres y mujeres, y más toda la ropa y ajuar que llevar pudiesen. Que fuesen acompañados de la guarda del Rey hasta ser puestos en las villas de Cullera y Denia, quedando sola Denia libre para su morada y perpetua habitación de Zaen. Que tornasen cinco días de término para vaciar la ciudad. Con esto despidió el Rey a Abuhamat. El cual vuelto a la ciudad como publicase el concierto, fue por Zaen y por el pueblo con mucho contento de todos aceptado.


Capítulo XVIII. Que sabidas las capitulaciones del entrego hubo en el ejército grandes murmuraciones y quejas del Rey porque se les quitaba el saco de la ciudad y de la satisfacción que el Rey dio sobre ello.

Luego que Abuhamat fue vuelto a la ciudad, mandó el Rey convocar todos los Prelados y grandes con los principales capitanes del ejército en una sala del Real: a los cuales notificó los conciertos y condiciones con que Zaen le entregaba la ciudad y Reyno, y que las había aceptado por evitar los grandes inconvenientes que entendía se habían de seguir llevando el negocio por vía de asalto, y fuerza de armas: y porque redundaba en mayor honor suyo, y salud del ejército echar los enemigos de la ciudad y Reyno, sin derramar sangre, pues quedaba absoluto señor de todo: que les rogaba tuviesen por bueno el concierto hecho, y se aparejasen para entrar a gozar de tan principal ciudad, y ser heredados de la habitación y tierras de ella. Como oyeron esto los capitanes del ejército, vueltos a don Nuño, y a Azagra, Vrrea, y Cornel que eran los caudillos del campo, comenzaron todos a murmurar del Rey y de sus conciertos, y con la mudanza del rostro mostraron cuan mal sentían de ellos: antes se salieron muchos de la sala, y por aquel día, ni se aceptó, ni se respondió al Rey cosa a derechas: sintiéndose mucho los mismos caudillos, así del poco caso que el Rey había hecho de ellos, no habiéndoles dado parte, ni consultado con ellos lo que trataba con Zaen antes de concluir el concierto: como por quedar el ejército defraudado del premio que esperaba por sus largos trabajos de la guerra, con el rico saco y robo de la ciudad. De manera que pasando la queja adelante hablaban muy rotamente del Rey diciendo, que no se hubo así en la presa de Mallorca: pues no habiendo estado el campo sobre la Isla y ciudad más de XIV meses, libremente permitió a los soldados dar a saco la ciudad, de donde volvieron muy ricos a sus tierras: y que en la conquista de Valencia, que duraba ya por cinco años, donde habían padecido tan continuos trabajos, y con tantos peligros ganado ya la mitad del Reyno, y traido la ciudad a términos de entregarse: que les privase del saco de ella, siendo tan rica y bastante para hacerlos bienaventurados, que esto era cosa muy dura, y para tentar la paciencia de los soldados: porque esta era hacienda dellos, y no era de buen capitán quitar a los amigos por dar a los enemigos. Y así como cosa inhumana, y muy ajena de la antigua costumbre y magnanimidad del Rey, se la condenaban por inicua y alevosa. No falta alguno de los autores que escribieron esta historia que sumariamente significa, como toda esta queja de los grandes, y pesadumbre de palabras de los soldados llegaron a los oídos del Rey. El cual envió luego por don Nuño y los demás principales capitanes del día antes, a los cuales congregados en la misma sala, habló de esta manera. No puedo, capitanes míos, dejar de mucho maravillarme de vuestro mal regulado sentimiento, y demasiada soltura de palabras, pues sin discurrir, ni pasar por todo, queréis posponer el bien universal de la guerra, a los particulares intereses y provechos de cada uno: pretendiendo que la conquista de Mallorca y la ocasión tan sobrada que hubo para dar a saco su ciudad, se ha de comparar con la empresa de Valencia, y que valen las mismas razones para la una que para la otra, siendo entre si muy contrarias y diferentísimas. Pues dado que la guerra de Valencia haya durado cinco años y algo más, y la de Mallorca no más de catorce meses, fue esta tan costosa, tan peligrosa y sangrienta, habiéndose perdido en ella, como sabéis, y muerto a mano de los Moros el Vizconde de Bearne, y don Ramón de Moncada, con otros muchos de su linaje: que fue muy justo por la sangre y muerte de estos, se tomase cumplida venganza de los matadores. Y también porque las antiguas injurias y robos que Retabohihe Rey de la Isla y sus corsarios habían hecho contra los mercaderes Catalanes y toda la costa de Cataluña, se recompensasen con darle a saco la ciudad. Lo cual con la conquista de Valencia no tiene semejanza alguna. Pues en ella apenas habéis visto, que ni uno solo de los grandes, ni capitanes que me han seguido en esta jornada haya muerto a manos de los Moros, ni que se ofrezca ocasión alguna de venganza. Antes en todas las escaramuzas que con vosotros han tenido siempre han llevado lo peor, y que solo yo, y don Guillen Dentensa mi tío habemos sido los descalabrados. Demás que en la batalla del Puig de Enesa, con el favor divino, los pocos nuestros no solo vencieron a los muchos dellos, pero aun en el alcance tuvieron riquísima presa y despojos. De manera que si juntáis todo esto con las continuas cabalgadas y presas hechas por los soldados en la campaña y arrabales de Valencia, verdaderamente hallaréis que se igualan, y aun exceden al más rico despojo y saco que podía esperarse de ella. Sin esto creéis vosotros, que el asalto y saco que pensauades dar a la ciudad, había de ser mucho a vuestro salvo, hallándose treinta mil combatientes en ella, que habían de pelear como desesperados por su ley, y por su patria, a vista de sus hijos y mujeres? Podía ser esto sin mucho derramamiento de sangre de Cristianos? Pensáis que esta ciudad es como las otras que con solo entrarlas son ya vencidas? Sabed que tiene dentro de si otra no menor defensa que la del muro: pues con abrir los albañares, o madres, que dicen, por las calles, no solo refrenaran el ímpetu de los de a caballo, pero a los de a pie pondrían en mayor aprieto, echándolos cada vecino desde su puerta a bote de lanza en los albañares, y las mujeres desde sus ventanas hundiéndolos a pedradas: para que de esta gran matanza, y corrupción de cuerpos como de esto sucedería, otro no se siguiese, que una cruel pestilencia, cual fue la de Mallorca. Pues si me decís, que bastará para los Moros asegurarles la vida, y que se vayan desnudos: como esto no se pueda acabar con ellos: o lo atribuyáis (atributeys) a su generoso ánimo, que más presto quieren quedar sin vida que sin alguna hacienda: o se la concederéis, por hacer buena mi liberalidad y clemencia. Porque enviarlos desnudos sin ningún refrigerio, sería condenarlos en vida a una tan vil muerte como nace de la demasiada pobreza. Suplirá pues la falta del saco, para los principales de mi consejo, y corte, los señoríos y tierras que por todo el reyno os he de repartir: para los ministros y oficiales del ejército, desde el decurió, o caporal, hasta el capitán, y para los aventureros que han seguido la guerra a sus costas, las heredades y campos que entre ellos he de distribuir: y para los demás soldados, las casas y patios que en tan insigne ciudad por mi mano han de tener y poseer. Demás de la triunfante entrada que para gloria de Dios, haremos en ella todos.


Capítulo XIX. De las muchas donaciones que el Rey hizo de campos y heredades para cumplir, tomada la ciudad, y de la figura del Murciélago que sacó por devisa en su estandarte.

Como fue divulgada por todo el ejército la cumplida satisfacción que el Rey había dado de si a las quejas que había del, por no haber permitido se diese a saco la ciudad: con las buenas esperanzas que había dado de los tres repartimientos: don Nuño con los demás grandes, y los capitanes, con toda la soldadesca, quedaron tan contentos y satisfechos de su promesa, que de nuevo vinieron todos a ofrecerle para morir en su servicio. Puesto que hubo algunos capitanes tan desmesurados, señaladamente de los aventureros, que le pidieron les diese firmado de su mano y con su Real sello, las mercedes y repartición de campos y heredades que les había de caber, tomada la ciudad, conforme a los servicios de cada uno, lo cual les concedió, y dio firmado de su mano liberalísimamente. Pero estas donaciones anticipadas fueron tantas, que realmente vinieran a imposibilitar la repartición, si no fuera por la buena salida que el Rey dio a tan intrincado negocio como en el siguiente libro diremos. Pues para que a todos fuese notorio lo que con Zaen se había capitulado sobre el entrego, fue concertado, se se enviase el estandarte del Rey a la ciudad, para que en señal de rendimiento, lo alzasen en lo más alto de la torre que está sobre la puerta del Temple. Descubriose aquel día una nueva insignia que sacó el Rey por devisa, la cual mandó asentar en la punta de su estandarte Real, que fue un murciélago de plata fina hermosamente labrado. El cual dio mucho que imaginar, y maravillar a todos hasta entender la cifra, o enigma del. Mas aunque de la causa y propósito desta devisa no hallamos nada escrito en la historia del Rey, ni de otros sino cosas muy confusas y cortamente tocadas: brevemente notaremos aquí lo que de la intención y fines del Rey, cerca deste blasón habemos conjeturado. Porque confiriendo las condiciones y naturaleza del murciélago con los más insignes hechos del Rey, parece que tuvo muy gran razón de tomar este animal, entre todos para su devisa. Por ser esta ave hecha a manera de dragón con alas, o como le llaman en lengua Limosina, Ratpenat, que significa ratón con alas, y que es ciego de día, pues hasta el sol puesto no sale de su nido, y vuela (como dice Plinio) con dos alas como de pergamino, y pare hijos de dos en dos, y les da leche con las tetas que tiene: mas los abraza y lleva por el aire do quiere: y que tiene los dientes salidos para que volando por el aire se coma los mosquitos que encuentra. Son sus manos como garfios para asir reciamente, y retener lo asido con ellas, y aunque es su aspecto horrible, pero acaba su cuerpo en una muy lisa y buena anca, o cola, de la cual se ase otro Murciélago, y deste otro, y después otro y otros, y se ve que de uno quedan muchos colgados. Desta manera el Rey, estando muy fundado en el cerco de Valencia, parecía que volaba de noche a modo de murciélago, cuando secretamente, sin que lo supiesen los suyos, trató con Zaen del rendimiento de la ciudad, y que fue antes concluido entre los dos, que sabido ni divulgado. De mas que como el murciélago no tiene alas sino muy duras y graves para volar muy recio, así el Rey en sus negocios y ejecución de empresas, aunque fue prompto, nunca fue súbito, ni liviano, antes se mostró siempre grave, constante, y sagaz en el discurrir. Tuvo dos hijos don Pedro y don Iayme, los cuales llevaba siempre consigo en paz y en guerra, para que con su buen ejemplo de hechos y fama, como de buena leche los criase. Así mismo con las armas como con los dientes se comía los crueles mosquitos que son los Moros atormentadores de los Cristianos, a los cuales terriblemente perseguía. Tuvo junto con esto las manos corvas y asideras para coger y retener lo cogido: porque los Reynos que una vez conquistó, maravillosamente retuvo, y para siempre conservó: y ni de lo que él ganó por sus manos, ni de lo que le dejaron sus antepasados perdió palmo de tierra: Demás de eso, como fuese para sus amigos de suaves costumbres, y de amable rostro, para sus enemigos los Moros fue siempre dragón espantable, tanto que viéndole, u oyendo su nombre, temblaban todos ellos. Finalmente a modo de murciélago, que acaba en una luengua suave, y muy tratable cola, concluyó el Rey sus hechos y vida, en una muy larga e inmortal memoria de glorioso nombre y fama: la cual no dejó áspera, ni desigual con altos y bajos, sino cual fue toda su vida igual y en nada asimismo desemejante. De la cual se asieron todos sus sucesores y descendientes Reyes y principales para valerse de su ejemplo y hechos, y llegar a ser tales con imitarle (imitalle).


Capítulo XX. Como el estandarte del Rey se alzó en la torre del Temple en señal de entrego, y de lo que el Rey hizo cuando le vio, y como se fueron los Moros, y entró con triunfo en la ciudad.

Salió el Rey el día siguiente en amaneciendo del Real, que está enfrente de la misma torre del Temple, y armado de todas armas sobre un caballo blanco, se puso en medio del campo junto al río, donde estaba ya todo el ejército puestos sus escuadrones muy en orden, como para entrar en batalla. Y como pusiese los ojos con todo su pensamiento en la torre, los de la ciudad levantaron el estandarte Real sobre ella, en señal de rendimiento. Lo cual visto por el Rey luego se apeó del caballo, e hincando las rodillas en el suelo, inclinó la cabeza y besó la tierra, y volviendo los ojos hacia el oriente dio inmensas gracias al gran Dios y señor de las batallas, derramando algunas lágrimas de gozo, por tan soberano beneficio y merced, como le había hecho en concederle esta tan pacífica y no sangrienta victoria: las mismas se hicieron por todo el ejército, con la salva y gran estruendo de trompetas y atabales con mucha grita y alaridos de alegría y regocijo. Luego mandó hacer pregón público notificando a todos los de la ciudad que quisiesen salir de ella, se les daba cinco días de término, con facultad de poder traer consigo sus armas y caballos, y las demás alhajas que pudiesen llevar a cuestas, y que dentro de XV días se recogiesen en Cullera, y Denia con Zaen su Rey. Mas se les otorgaron treguas por tiempo de ocho años, dentro del cual término ninguna guerra les había de mover el Rey, antes defenderlos en caso que otros se la moviesen: y se obligó de guardar todos estos conciertos con juramento solemne: e hizo que los Prelados y grandes de los dos Reynos juntamente con las ciudades y villas Reales jurasen lo mismo. También se obligó Zaen de entregarle todas las villas y castillos que desta parte de Xucar estaban por reducirse, como arriba se ha dicho: y no se obligó a entregar las de la otra parte del mismo Río, porque como era Rey nuevo, y mal quisto, no se había extendido sobre ellas su mando, ni estaban por él. Para firmar todas estas capitulaciones y conciertos, y apartarse del gran tumulto del ejército, se retiró el Rey por aquellos cinco días a Ruzafa, y allá fue Zaen para esto a verse con él, del cual fue muy bien recibido, y se concluyó toda cosa. De manera que antes que se cumpliesen los cinco días, como ya los Moros estuviesen en orden para salirse con toda su familia hombres y mujeres con sus halaxas: mandó el Rey se juntase toda la caballería y se pusiese en hilera, por todo aquel espacio de Valencia a Ruzafa, y también más adelante hasta la marina, por donde va el camino para Cullera, porque pasasen pacíficamente, hallándose presente el mismo Rey que los encaminaba. El cual estaba tan puesto en guardarlos, y mirar por ellos, no se les hiciese sobra por la gente de guerra, que desmandándose algunos soldados contra las mujeres y niños, arremetió para ellos, y los hirió mortalmente. El número de los que salieron de la ciudad (como lo refiere su Real historia) fue hasta cincuenta mil, con los cuales envió parte de la caballería, que los acompañase hasta dentro Cullera. De donde se fueron muchos a los Reynos de Murcia, y Granada, y los más se esparcieron por el Reyno, por los montes y valles haciendo sus chozas: y por la ocasión de muchas fuentes que en él hay, comenzaron a edificar y hacer lugares. Siendo pues ya todos partidos, el día mismo, aunque bien tarde, entró el Rey en la ciudad con su merecido triunfo, acompañado de los Prelados y grandes, y de todo el ejército. Esto fue por el mes de Setiembre, víspera de la fiesta del glorioso sant Miguel, año de nuestra redépció M.CC.XXXVIII (1238). Según que por los actos de la concordia hecha entre el Rey y Zaen, y por testimonio de muchos escritores desta historia, se confirma. Puesto que en la del Rey, y de Marsilio autor grave, se halla que la entrada fue el año siguiente. Lo cual puede ser error de los transcribientes, o diversa computación de los años, porque en la misma historia del Rey se lee que en el año siguiente después de la presa de la ciudad, que dice fue MCCXXXIX el Rey fue a Mompeller, y en el mismo año a 4 de Iulio vio aquel tan grande y memorable Eclypsi del Sol que describe él mismo, del cual se hablará en el libro XIII.

Fin del libro undécimo.