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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro XX

Libro XX.

Capítulo primero.

De los avisos que el Rey tuvo por el gobernador de Murcia de la venida de Abenjuceff sobre la Andalucía, y como por la ausencia del Rey de Castilla no había quien la defendiese.


Siendo ya el Infante don Alonso hijo y nieto del Rey, declarado legítimo sucesor en los Reynos de su padre, y jurado Príncipe de común consentimiento de todos los Prelados, grandes y Barones, y de los Síndicos de las ciudades y villas reales de los tres Reynos que en las cortes se hallaron: determinó el Rey en las diferencias que con el Vizconde y los demás de su parcialidad tenía, no proceder más con rigor, ni fuerza de armas contra ellos, pues se le habían humillado, sino con clemencia, y benignidad hacerlos venir a su obediencia. Además de haber claramente entendido que mucho antes se le hubieran sujetado, si las cartas y palabras de don Fernán Sánchez no se los estorbara. Por donde se vio que la muerte del mismo Sánchez fue causa del reconocimiento de ellos. Con esto despachadas las cortes pasó de Lérida a Barcelona, a fin de convocar de nuevo a los mismos, para que de bien a bien se juzgasen las diferencias, porque quedasen para siempre asentadas. Pero el mismo día que entró en Barcelona llegó a él un correo con cartas del gobernador de Murcia, dando aviso como Abenjuceff Miramamolin de Marruecos con poderosísimo e infinito ejército que de sus Reynos, y otros había congregado, estaba ya a la lengua del agua para pasar al Andalucía, con fin de juntarse con el Rey de Granada que ya lo aguardaba: para volver a cobrar toda la Andalucía, y según amenazaban, pasar más adelante para hacer lo mismo de toda España. Además de esto que estaban los lugares marítimos desiertos de gente y de municiones, y sin ningún aparato de guerra, y lo peor era, estar por este tiempo el Rey don Alonso ausente, y por su ausencia las cosas de todos sus Reynos tan turbadas y perdidas, que si con tiempo no se acudía con el remedio, no solo sería sojuzgada muy en breve toda el Andalucía pero también pasaría el mal adelante a los Reynos de Aragón, Cataluña, y Valencia. Porque tomada la Andalucía se tenía por muy creído que luego darían sobre Murcia, y por consiguiente se entrarían por el Reyno de Valencia, y lo demás quedaría seguro. Por tanto le suplicaba se apiadase de aquellos Reynos, y no permitiese quedar privados sus propios nietos de todos ellos, y que tuviese cuenta ante todas cosas con el Reyno de Murcia, que había de ser el paradero de los enemigos. Como el Rey entendió esta nueva, que ya era vieja para él, por lo que abajo diremos, no dejó de entristecerse tanto, sintiendo mucho la ausencia de don Alonso tan fuera tiempo, que era la causa de tantos daños, y de que los moros se atreviesen a pasar tan a menudo en España. Pero no por eso perdió un punto de su gran generosidad y ánimo: ni eran parte la edad y años para dejar de tener todo el tesón contra la fortuna. Y por no perder cosa de lo hasta allí ganado en opinión y fama, determinaba de emprender esta guerra él mismo en persona. Y así respondió con el mismo correo al gobernador de Murcia, como luego sería él mismo en persona con él, o enviaría con toda presteza a su hijo el Príncipe don Pedro con buen ejército en su socorro. Y entendiendo donde estaba recogido don Alonso le escribió, increpándole duramente por la ausencia tan fuera tiempo como a sus Reynos hacía, viéndolos puestos en tan grande estrecho y necesidad, para que acudiese a valerles que él no le faltaría. Pero don Alonso ni respondió, ni acudió al llamamiento del Rey, por estar muy recogido hacia las Asturias de Oviedo en lugares de si fuertes, temiéndose de las conspiraciones que sus hermanos y vasallos querían hacer contra su persona, por la muerte de don Fadrique su hermano, y de don Symon Ruyz de Haro, y otros caballeros, de que le inculpaban. Por lo cual y su tan extraña condición y trato para con los vasallos, vuelto después a Castilla, y queriendo señorear como antes, de nuevo fue perseguido por su hermano don Manuel, e hijo don Sancho que reinaba, y de los mismos vasallos, con tanto rigor que por sentencia le privaron del gobierno y administración general de sus Reynos. Cosa rara con haber sido este Príncipe además de tan supremo letrado como dicho habemos, en la ciencia de Astrología, y que por su mano fueron recopiladas las cuatro partidas de la copiosísima y general historia de España, fue liberalísimo y muy valeroso y guerrero, y que con haber perdido cosa en todos sus Reynos de cuanto el gloriosísimo Rey don Fernando su padre ganó: tuvo continua guerra contra el Rey de Granada, y le ganó el Reyno de Murcia y lo incorporó en la corona Real de Castilla.


Capítulo II. Por el cual se descubren las causas y antecedentes de la venida de Abenjuceff, y como el Rey de Granada fue el promovedor de esta guerra.


Antes que vengamos a tratar del successo y effectos desta guerra de Abenjuceff, conviene descubrir, y que se entiendan las causas y aparatos de ella: por ser cosas harto dignas de considerar y poner en memoria. Hallándose el Rey de Granada muy acosado de las continuas guerras que don Alonso Rey de Castilla le movía, y que apenas le había cogido el Reyno de Murcia, cuando ya con el favor del Rey de Aragón su suegro lo había cobrado, y por ser ya perdida para los Moros Valencia, de suerte que ya no le quedaba en España amigo, ni valedor alguno de su secta para poderse valer contra e Rey de Castilla: determinó recorrer al favor y amparo de los Reyes de África, que siempre fueron muy voluntarios en mover guerra a España, entre otros al gran Miramamolin de Marruecos llamado Abenjuceff: por ser mozo gallardo, valiente y muy poderoso en gente y dineros, y mucho más deseoso de ganar honra, la cual ponían los Moros no tanto en mover guerras y alcanzar victorias de ellos entre si, cuanto en sojuzgar a los Cristianos, y por esto en mover guerra contra España como contra Cristianos, no había moro que no se dispusiese muy de corazón para seguirla, y poner toda su felicidad en matar un Cristiano. De manera que pareciéndole que Abenjuceff tomaría de buena gana esta empresa: le envió sus embajadores con muy buenos presentes de las mejores cosas de España para atraerle a su voluntad, y en suma le escribió que si se disponía a pasar al Andalucía con el mayor ejército que pudiese, estaría aprestado para favorecerle con todo su poder, pues se partiesen a medias todo lo ganado, asegurándose que acabaría con facilidad esta empresa por muchas causas y razones. Señaladamente por la ausencia del Rey de Castilla, que se había ido sin saber donde y para muchos días, y que había dejado sus Reynos encomendándolos a su hijo, mozo de poca experiencia en cosas de guerra, y muy apartado del Andalucía: la cual por la ausencia de su Rey, estaba muy desguarnecida de gente y armas, y sin eso toda la tierra y gente dividida en parcialidades: porque los grandes y Barones del Reyno, no solo estaban mal con su Rey, pero entre ellos había muy grandes pasiones: ni obedecían de buena gana a don Fernando su Príncipe ya jurado, por el odio del padre, y por ser mozo de poca edad, y en las cosas de la guerra, como dicho está, muy inexperto: y que no había por qué recelarse del Rey de Aragón, ni de su poder y ejército, por hallarse muy ocupado y entretenido de sus vasallos, con quien tenía muchas diferencias, y estar todos sus Reynos puestos en bandos y parcialidades, y que hallaría más presto favor que resistencia en ellos. Cuanto más que le aseguraba de todo daño que se le pudiese seguir por la parte de Aragón, porque él movería guerra contra los de Murcia y Valencia y los entretendría para que con más seguridad y valor pudiese la esclarecida gente de Marruecos sojuzgar el Andalucía, demás que en desembarcar él, y poner el pie en ella, tenía por muy cierta la rebelión de los Moros de Valencia en su favor, y que por esta vía quedaría enredado el Rey de Aragón para no pasar adelante a buscarle. Finalmente le certificaba que en sabiendo que hubiese desembarcado con su gente, acudiría luego a la hora a ser con él con X mil caballos y XXX mil infantes. Le cuadró mucho a Abenjuceff la embajada y designo del Rey de Granada, y holgándose infinito de tan buena ocasión que se le ofrecía para ganar mucha fama y gloria en esta empresa, después de haber bien recibido y despedido los embajadores, dando su fé y palabra que haría luego su pasaje con todo el ejército y poder que tenía, comenzó a imaginar y pensar muy de propósito sobre el modo y arte que tendría para tomar a los Andaluces descuidados y de improviso, y como ataría mejor las manos al Rey de Aragón, para que no pudiese salir de sus Reynos, ni impedirle su empresa.


Capítulo III. De la embajada que Abenjuceff envió al Rey, el cual entendida su astucia despidió a los embajadores sin respuesta, y como el Rey de Granada se confederó con los Arraezes de Guadix y Málaga (Malega).


Se siguió que para mejor salir Abenjuceff con su intención y designios (desiños), mandó luego pregonar guerra por todos sus Reynos y señoríos, y los de sus amigos, fingiendo ser contra un su vasallo Moro valiente y poderoso, al cual había puesto por gobernador en Ceuta ciudad marítima, muy fuerte y bien provista de gente y municiones, y se le había rebelado y alzado con ella, y porque se sospechaba de él tenía trato secreto con los Cristianos del Andalucía para darles paso contra los de Marruecos, o con este achaque mantenerse en su rebelión. Tras esto con el mismo engaño y ficción envió dos Moros principales con muy suntuosa embajada al Rey que estaba en Barcelona, con la cual le rogaba que para la guerra y castigo grande que quería hacer contra un su vasallo rebelde, por que resultase en muy notable ejemplo para Moros y Cristianos, le enviase hasta quinientos caballos jinetes de los más escogidos y nobles de Aragón, juntamente con la armada de XX naves, y que sabida su voluntad le enviaría luego doscientos mil besantes Ceutineses para que más presto se pusiesen en orden y aportasen en cualquier puerto de sus Reynos fuera el de Ceuta. Con condición, que si el cerco puesto sobre ella se alargase por más de un año, solo que la ciudad se tomase, le enviaría cincuenta mil besantes, y a los caballeros no solo les daría dobles pagas con sus armas y caballos enjaezados, pero aun con otros muchos dones los enviaría a sus casas muy aventajados. Lo pensó todo esto Abenjuceff no muy fuera de propósito, considerando que estando ausente el Rey de Castilla, todo el gobierno y defensa de ella y del Andalucía había de venir a manos de su suegro el Rey de Aragón, y que según su valor y fuerzas no dejaría de emprenderlo. Y por eso le estaba bien socolor de amistad pedirle los quinientos caballeros y armada por mar, para que disminuyéndole por esta vía su poder y fuerzas, no le sobrasen para valer y defender al de Castilla. Mas como después de oídos los embajadores de Abenjuceff, el Rey descubriese el engaño y cautela con que venían, y también se persuadiese haber sido toda esta máquina y concierto fabricado por el Rey de Granada, les oyó bien pero ninguna respuesta les dio, sino que hecho muy buen tratamiento a sus personas, mandó se saliesen de sus Reynos cuan en breve pudiesen. De esto no se afrentaron los embajadores, mas lo tomaron con paciencia, porque conocían el Rey había entendido el engaño de la embajada, y se temían de peor respuesta. Luego supo esto el Rey de Granada: y temiéndose que los Arraezes de Guadix y Malega sus vecinos y enemigos con quien tenía treguas, que acabadas estas luego serían inducidos por el Rey de Aragón para que le moviesen guerra por una parte, y el Rey por otra, se adelantó a confederarse con ellos, notificándoles la venida de Abenjuceff con el ejército poderosísimo que traía, para que se ajuntasen con él, y todos tres se entrasen por la Andalucía adelante, pues él tomaba a cargo de hacer rostro al Rey de Aragón si viniese contra ellos por la vía de Murcia. Pues como los Arraezes viniesen en lo que pedía y aconsejaba el Rey de Granada, escribió luego a Abenjuceff, se diese prisa en pasar el estrecho con su ejército, que a la hora le entregaría dos principales villas del Andalucía, que eran Algezira y Tarifa muy cercanas al puerto do desembarcaría, para su primer alojamiento. Y que tenía ya de su parte a los Arraezes de Malega y Guadix que le ayudarían mucho en esta jornada.

Capítulo IV. Como el Rey dio prisa al Príncipe don Fernando de Castilla para que saliese con ejército contra Abenjuceff, el cual desembarcado ajuntó su campo con los Arraezes y dieron batalla y mataron a don Nuño de Lara con su gente.


Luego que se partieron de Barcelona los embajadores de Abenjuceff, y se entendió claramente que la guerra que se aparejaba en Marruecos no era contra el Gobernador de Ceuta sino contra el Andalucía, y que venía Abenjuceff en persona con el mayor poder y número de gente que nunca se vio, escribió el Rey al Príncipe don Fernando su nieto que se hallaba en Burgos,y le envió un capitán de los más expertos que en su ejército tenía, para que después de haberle significado el gran peligro en que sus Reynos del Andalucía estaban con la venida de tan grande muchedumbre de enemigos como entraban en ella, le animase y diese orden en preparar lo necesario para la defensa de ella. Y que con la más gente, y diligencia que pudiese, marchase para la Andalucía, exhortando de paso a los pueblos, y rogando con cartas y mensajerías a todos los grandes y barones de sus Reynos, tuviesen por bien de seguirle y acompañarle en esta jornada, de cuyo successo dependía el ser y común bien, o mal de toda España. Pues él en persona se entraría con su ejército por el Reyno de Murcia, y movería guerra contra los de Granada, que eran los promovedores de esta guerra, a efecto de divertir al enemigo, para que dividido, fuese más fácil el acometer y vencer por si a cada uno. Por este tiempo como ya Abenjuceff tuviese congregada toda su gente y no pudiese encubrirse más el fingimiento y engaño de la guerra de Ceuta con que pensó engañar al Rey con su embajada: hizo de nuevo publicar guerra contra la Andalucía, y en recibiendo el último aviso del Rey de Granada, luego se embarcó con todo su ejército y pasó el estrecho de Gibraltar, y desembarcado tomó luego posesión de las dos villas Algezira y Tarifa, como arriba dijimos. Fue tanta la gente que pasó con él, que según se entiende por la historia de Castilla, fueron XVII mil de a caballo, y la infantería pasaban de ciento y treinta mil: como fue del todo desembarcado el ejército se alojó en las dos villas y luego llegaron a él los embajadores del Rey de Granada con presentes y muchas vituallas para el ejército, y entendiendo las diferencias que el de Granada y los Arraezes de Guadix y de Malaga tenían entre si, y que andaban en conciertos, vino él en persona con poca gente a verse con ellos, y con su venida acabó de hacerse el concierto entre ellos. Con esto juntados los ejércitos de Granada y de los Arraezes con el de Abenjuceff, se partió entre ellos la provincia para que cada uno acometiese y emprendiese su repartimiento señalado. A Abenjuceff cupo Sevilla con su comarca: al de Granada Iahen con sus contornos. Los Arraezes pareció que debían acompañar a Abenjuceff por no ser práctico en la tierra, y que le guiasen. Puesto que convinieron en esto, que si el Rey de Aragón venía la vuelta de Murcia en socorro de ella, por que no se entrase por Granada hallándola sola sin gente de guerra, o por Guadix y Malega que estaban cercanos a Murcia, pudiesen el de Granada con los Arraezes dejar a Abenjuceff y volver por su casa. Pero antes que los ejércitos se dividiesen andando por la provincia comenzaron a talar los campos y a destruir y saquear todos los lugares y villas que no estaban en defensa, de suerte que iba toda ella en muy gran ruina. Era entonces gobernador de Cordoua don Nuño Góçales de Lara, el cual luego que entendió que había saltado en tierra Abenjuceff dio aviso al Príncipe don Fernando a Burgos, como era tan innumerable el ejército de los Moros de África que ocupaban toda la Andalucía y la destruían de manera, que si no acudían con pronto y buen socorro de a caballo para alancear la gente desarmada como venían la mayor parte de los Moros, no se vería más señor de ella. Don Fernando que oyó esto, se turbó mucho, y aunque el Rey su abuelo (como dijimos) le animó antes con sus cartas y embajada, todavía en ver a los enemigos ya dentro de casa, y a su padre ausente, y así con pocos años y menos experiencia en las cosas de la guerra además de la flojedad y poca afición con que los grandes y barones del Reyno se movían a seguirle, perdió algún tanto el ánimo. Con todo, hecho un ejército de presto, envió a su hermano don Sancho con mucha parte de él, y con toda la caballería la vuelta de Córdoba, para socorrer a don Nuño, y luego siguió él con la otra parte del ejército. Pero antes que don Sancho llegase, sabiendo don Nuño que Abenjuceff marchaba para la ciudad de Écija, no muy lejos de Sevilla, juntó la más gente que pudo que fueron hasta número de trescientos caballos, y cinco mil infantes, y con él se puso primero en ella. Mas como fuese valeroso capitán y magnánimo, aunque en esto mal considerado, no sufriéndole el corrçon de estar encerrado, determinó de salir afuera y meterse en campo, y sin aguardar la gente de don Sancho, por si solo con los suyos acometió a los enemigos aunque muy aventajados en número y armas, lo que fue causa de su rota. Trabada la pelea combatieron los de don Nuño tan valerosamente que por muchas horas fue igual y dudosa la victoria: pero como Abenjuceff sobrase en gente, y los Arraezes con los de Granada que entendían el modo de pelear de los Cristianos les hiciesen cruel resistencia, don Nuño quedó muerto, y con él doscientos y cincuenta de los de a caballo, y cuatro mil infantes: de los cuales no quedara uno solo vivo para traer la nueva, si no fuera por una pequeña villa algo fortificada que no la nombra la historia, donde se recogieron los que pudieron escapar del campo. En este día, si Abenjuceff no consintiera a los suyos detenerse en la presa y despojos del campo, sino que prosiguiera la victoria, no hay duda, según que la provincia estaba desprovista y atemorizada con la nueva que se divulgó de esta victoria, la sojuzgara toda de una vez, y saliera con su empresa. Mas el temor que tuvo de la venida de don Sancho y don Fernando, y querer contentar a los suyos que tan encarnizados estaban en la presa, y pereza que de ahí les tomó para pasar adelante: también por haber quedado muchos heridos y muertos en la batalla, no le dejó seguir el alcance, y también por no dividir el ejército en muchas partes.


Capítulo V. De la gente que el Arzobispo de Toledo hizo contra Abenjuceff, y que por mucho adelantarse fue preso de ellos y vencido su ejército, y a la fin muerto y cortada la cabeza y las manos.


En este medio viendo los grandes y Prelados de Castilla cuan de veras iba este negocio de los Moros luego que supieron el triste suceso de don Nuño de Lara y de los suyos, cada uno por si hizo gente de guerra en sus tierras para juntarse con el ejército de don Sancho. Entre otros el Arzobispo de Toledo don Sancho hijo del Rey, (de quien antes hablamos) entendiendo los grandes daños y pérdidas de gente y ganados que Abenjuceff iba haciendo por la provincia, no pudiéndolo sufrir como Príncipe valeroso, hizo a costa suya un mediano ejército de infantería por el Reyno de Toledo. El cual juntado con la caballería de la ciudad, y de Madrid, de Guadalajara, y de Talavera de la Reyna, todas villas muy principales del Arzobispado, sin tener noticia de la rota de don Nuño y los suyos, llevó a toda esta gente hacia la ciudad de Jaén, a donde ya era llegado don Lope Díaz de Haro: y todos deliberaron de aguardar allí puestos en fortificación al ejército de don Sancho, para que juntos diesen sobre los enemigos, que sin duda hicieran efecto. Mas el Arzobispo inducido por el mal consejo y lisonjas de un Comendador de Vcles, llamado Martosio (que las pagó muy bien muriendo de los primeros) diciéndole que trayendo don Lope tan poca gente, y él mucha, muy lucida y mejor armada, no se había de detener, ni perder la ocasión de tan gloriosa victoria que podía alcanzar de los Moros, para poderse atribuir a si solo el haber librado la provincia: mayormente andando los enemigos muy gloriosos y descuidados por la victoria de don Nuño (que ya había llegado la nueva de ello) y que infaliblemente los vencería. Alabó el Arzobispo el consejo del Comendador, y le cuadró tanto, que en lugar de hacer alto, y por ocasión de la triste nueva, tomar consejo sobre lo que debían hacer: luego sin dar razón a don Lope, ni a los demás capitanes de su ejército, mandó que le siguiesen todos, y sin hacer reseña de la gente, ni mandarles ponerse a punto de pelear, se puso delantero, y marchó con tanta prisa hacia donde estaban los enemigos, que estaban cerca, que sin esperar que se pudiesen poner en orden sus gentes, ni que acabase de llegar la retaguardia, él mismo arremetió de los primeros a dar en ellos. Los de Abenjuceff que los vieron venir tan sin orden a meterse a pelear con ellos, salieron con grande ímpetu muchos juntos de la gente de a caballo, y con sus acostumbrados alaridos y estruendo de atambores, los tomaron en medio, e hicieron tan horrible estrago y matanza en los pobres Cristianos que ninguno escapó de muerto, o preso, hasta la propia persona del Arzobispo que fue preso por la gente de Granada, a donde querían ya llevarle y presentarle a su Rey. Lo cual visto por los de Abenjuceff, levantaron muy grande alboroto sobre ello: y en un momento se dividió todo el ejército de los Moros en dos parcialidades, contendiendo sobre cual de las dos se había de llevar la persona del Arzobispo, o los de Granada que fueron los que realmente le prendieron: o los de Abenjuceff que hacían cabeza y eran la mayor parte del ejército. Y como después de haber mucho debatido de palabras sobre ello, viniesen ya a las manos, el Arraez de Málaga viendo el alboroto y juego tan mal parado, y que había de suceder en común ruina de todos, llegó con gran cólera do el Arzobispo estaba preso en medio del ejército de los de Granada, y tirándole una azagaya le atavesó por los hombros de parte a parte con tanta fuerza que cayó luego en tierra muerto. Diciendo el Arraez, no quiera Mahoma, que por respeto de un perro mueran tantos y tan señalados capitanes, y con ellos se pierda todo el ejército, y luego le cortó la cabeza y la mano derecha, en que llevaba las sortijas y anillos pontificales, y con esto se apaciguaron todos. Luego entendieron en despojar los muertos y saquear el Real y bagaje de los Cristianos, que iban riquísimos, y pasaron adelante la guerra los moros con buen ánimo por haberles sucedido tan prósperamente en las dos primeras jornadas que se les habían ofrecido contra los Cristianos.


Capítulo VI. Como viniendo el Príncipe don Fernando con el ejército adoleció y murió, y don Sancho su hermano se levantó con el Reyno, y como fue el Príncipe don Pedro a la defensa de Murcia.


Por el mismo tiempo don Fernando que partió de Burgos y enviada la mitad del ejército delante con don Sancho su hermano, venía poco a poco recogiendo la gente que de las villas y ciudades se le enviaba, oyendo las nuevas, que tuvo juntas de las dos rotas de don Nuño y del Arzobispo su tío, y como con todos sus ejércitos habían quedado muertos en el campo a manos de los moros, lo sintió tanto que del todo se demudó, y entrándose en un pueblo grande que llaman Villareal para hacer allí junta de todo el ejército, adoleció de tan recia calentura, que muy en breve murió de ella, en la flor de su mocedad y peor tiempo que podía ser para sus Reynos. Hizo su testamento, y dejó a don Alonso su hijo muy niño heredero universal de todos sus Reynos y señoríos. Mas don Sancho hermano del muerto pretendiendo que a él venía la sucesión del Reyno, hallándose con el ejército en pie, en muriendo su hermano, comenzó a tomar posesión del Reyno, y tratarse como Rey. Para más confirmarse en ello, mandó convocar a los grandes y principales del Reyno, y a los síndicos de las universidades, y congregados, de su voluntad y consentimiento envió capitanes y gobernadores con mucha gente de guarnición para ponerla en las más principales fortalezas del Andalucía, y él aumentando de cada día su ejército, osó pasar a Sevilla. Entrado en ella, y siendo muy bien recibido de todos, estableció allí su Reyno, y proveyó muy de propósito las cosas de la guerra. Pues ya don Alonso su padre por su larga ausencia, o por las causas dichas, no osaba volver a sus Reynos. Y así por esto, como porque muy pocos seguían a don Alonso hijo de don Fernando, regía libremente don Sancho sin contraste alguno. Desde entonces comenzaron en Castilla a levantar la cabeza los Cristianos contra los moros: mayormente por lo que ahora diremos. Como en este medio el Rey que estaba en Barcelona aderezando la armada por mar, y gente por tierra para tomar la vía de Murcia, oyese los prósperos éxitos que Abenjuceff había tenido en la guerra, por el mal gobierno de los de Castilla, y con el favor de los de Granada, habiendo vencido a los Cristianos dos veces, y en la postrera prendido y muerto al Arzobispo su hijo con tanta crueldad. Además de esto, don Fernando su nieto haber fallecido en tal tiempo, y que todo iba derrota, mandó al Príncipe don Pedro que ya estaba en el Reyno de Valencia con la gente que halló allí a punto que eran mil caballos y V mil infantes, se pusiese dentro en Murcia para socorro de los de Castilla, y que juntándose con la gente de Murcia hiciese guerra contra el Reyno de Granada señaladamente contra los de Málaga: porque de esta manera dividiría el ejército de los enemigos.


Capítulo VII. Como por la guerra que don Pedro movió contra Granada y Málaga, se dividió el ejército de los Moros y el Rey emprendió la defensa de Castilla.


Partió luego don Pedro con la gente que halló hecha en Valencia, y se fue para Murcia, a donde con la que halló de guarnición en las fronteras, se entró por el Reyno de Granada, dando el gasto a la campaña y saqueando y asolando villas y castillos, llevándolo todo a fuego y a sangre: señaladamente en las tierras y aldeas de Malega, pues por la muerte del Arzobispo de Toledo hecha por el Arraez de Malega llevaba ánimo y orden de asolarlo todo. Luego que supo esto el Rey de Granada, que se estaba siempre en su ciudad, viéndose atajado y con su perdición al ojo, envió a mandar al general de su ejército que había enviado en ayuda de Abenjuceff, y también al Arraez de Malega que para resistir al Príncipe don Pedro y atajar sus grandes crueldades y destrucción que en lo de Granada y Malega hacía, se despidiesen de Abenjuceff, y se volviesen a la hora para Granada. Los cuales en recibiendo el aviso se fueron a despedir de Abenjuceff, y sin más consulta se partieron con toda su gente y se volvieron a Granada. Pues como el Miramamolin así súbitamente se hallase solo y desamparado de los compañeros, que con tanta prisa y promesas de que no faltarían de ser siempre con él todo el tiempo que la guerra durase, le habían hecho venir a valerles: y entendiese que el Príncipe don Sancho que estaba en Sevilla mandaba hacer grande aparato de armada por mar, para impedirle el paso y vuelta para África, y en fin no esperase ya de otra parte socorro: dejó de hacer más cabalgadas por la provincia, por mucho que los suyos se hubiesen cebado en ellas, y sin atender a tomar una buena tierra para fortificarla, y dejar un pie en la provincia, pues con el favor del Rey de Granada la pudiera bien conservar, se volvió con todo su ejército para Algezira: adonde se detuvo algunos días, hasta que don Sancho, con el entretenimiento que don Pedro hizo a los de Granada y Arraezes, se rehizo, y pudo con el ejército que le acudió de Castilla, y el que ya tenía, haberlas con Abenjuceff, y, o por concierto, o como quiera (que no lo toca la historia del Rey) le echó de toda la Andalucía. Entretanto el Rey de muy lastimado por la muerte del Arzobispo su hijo, confiando se había de vengar de aquellos crueles perros, de cada día hacía más gente, y con fin de ir él en persona, mandó pregonar guerra contra ellos: pues de ver a los Reynos de Castilla tan desamparados tenía obligación por el beneficio de sus nietos de emprender la defensa de ellos: también porque resultaba de ella la seguridad y conservación de los propios: poniendo como sabio su principal fin y estudio, no tanto en conquistar Reynos, cuanto en conservar los conquistados. De aquí venía que preguntándole algunas veces sus íntimos criados, por qué tomaba tan de veras esta guerra contra los moros, no le bastaban los Reynos ya ganados? Respondía, qué me aprovecha haber ganado tantas y tan gloriosas victorias con los Reynos conquistados, si con el continuar la guerra, no conservamos lo ganado? Y si por aniquilar (anichilar) y perseguir a los enemigos de Dios, no empreamos la vida en cuanto podemos? Por estas causas, y por no dejar sin venganza la muerte del Arzobispo, no se puede creer con el ánimo que se preparaba para proseguir esta guerra. Y así escribió a todas las ciudades y villas Reales, y a los grandes y Barones de sus Reynos, rogándoles que para la fiesta y Pascua de resurrección acudiesen a Valencia con el mayor poder de gente y armas que pudiesen. Todo esto pasó antes que se dividiese el campo y ejército de los Moros, con la nueva que tuvieron del estrago que don Pedro hacía en las tierras de Granada y de Málaga, y así como se siguió que Abenjuceff, viendo que se le fueron los Arraezes y los de Granada, se recogió, como hemos dicho, a Algezira, y se volvió a África, o no salió más en campo, no tuvo necesidad el Rey, pues Murcia quedaba en defensa, de ir contra ellos.




Capítulo VIII. De los alborotos populares que se movieron en Zaragoza contra los regidores de la ciudad, y lo mismo en Valencia, y como se apaciguaron.


Estando el Rey en Barcelona aparejando con gente y armas para proseguir la empresa contra los moros, le llegó nueva de Aragón, como en Zaragoza súbitamente se habían levantado grandes alborotos llamando al arma y libertad, con tan grande ímpetu y furor del pueblo contra los regidores, que llaman jurados, de la ciudad, que viniendo con sus mazas delante e insignias purpúreas de magistrados a remediar el ruido, echaron mano de ellos los alborotadores, y al principal jurado en cap, que dicen, que se llamaba Gil Tarin, mataron cruelmente. Como lo entendió el Rey, escribió al justicia de Aragón, que hiciese tan ejemplar justicia de los delincuentes, que fuese escarmiento para todos. El justicia hizo sus diligencias y a muchos que prendió de ellos hizo cortar las cabezas. De la misma manera, y en un mismo tiempo, se levantó en Valencia otro alboroto y tumulto a manera de comunidades, de los populares contra los oficiales Reales y de la ciudad, sin que se entendiese, ni se pudiese sacar en limpio la ocasión de ello, como tampoco se entendió en lo de Zaragoza, mas de un furor y deseada licencia de pueblo, y llegó a tanto que echaron a los jurados y oficiales Reales de la Ciudad, y les asolaron las casas, siendo el capitán de ellos uno llamado Miguel Pérez que era hombre célebre y muy estimado de los del pueblo, siendo uno de ellos. Avisado de esto el Rey que había llegado ya de Barcelona a Tortosa, mandó a don Pedro Fernández su hijo persiguiese aquellos traidores, y que hiciese ejemplar justicia de ellos: el cual puso tal diligencia en perseguirlos que luego huyeron todos, y quedaron perpetuamente desterrados de la ciudad y Reyno, y los que disimuladamente volvieron fueron presos y hechos cuartos. Por este tiempo vinieron a Valencia muchos señores y barones de los Reynos para seguir al Rey en esta jornada contra Abenjuceff y los de Granada, a los cuales recibió muy bien el Rey, y mandó aposentar y proveer de toda cosa, y estando poniéndose en orden para ir contra Granada, se estorbó la ida, por la nueva que llegó del Andalucía como el campo de Abenjuceff se había dividido por las causas arriba dichas. Por lo cual, y por las necesidades que en Valencia se ofrecían, para atajar las nuevas rebeliones de los moros del Reyno, que con la fama de Abenjuceff, y favor de los de Granada se levantaron, determinó de no pasar adelante, sino quedarse en Valencia, por acudir a los principios de los males.




Capítulo IX. De las rebeliones que hubo en el Reyno y de la venida de Alazarch por caudillo de ellas, y de la del Conde de Ampurias, y como se cobraron los lugares rebelados.


En el tiempo que las cosas del Rey de Granada iban prósperas con la venida de Abenjuceff, ciertos moros del Reyno, siendo muy solicitados por los de Granada, y persuadidos de que ningún tiempo se les podía ofrecer en la vida más oportuno que entonces para rebelarse contra los Cristianos, se conjuraron, y con el secreto favor y gente de a caballo que les enviaron los de Granada, comenzaron a fortalecer algunas villas y castillos, echando de allí los Cristianos que moraban en ellas. Esto por muy secreto que iba siempre se entendió que fue intentado a los principios por Abenjuceff, teniendo por averiguado que no podría salir con la empresa del Andalucía, si no entreteniendo al Rey con meterle la guerra dentro de casa, y también por lo que hicieron los Arraezes y Rey de Granada por divertir al Príncipe don Pedro que tanto los aquejaba (aquexaua) dentro de sus tierras. Y así enviaron ciertas compañías de gente de a caballo muy escogidos de los dos ejércitos al Reyno de Valencia, con los cuales la rebelión crecía de cada día, y cerraban los caminos de manera, que ningún Cristiano dejaba de ser desbalijado y robado, y si resistía muerto. Entre otros un Moro rico llamado Abrahimo, comenzó a reedificar, y fortalecer un castillo llamado Serrafinestrat el cual poco antes había el Rey mandado derribar, como lugar aparejado para semejantes rebeliones, según el paso y asiento áspero y enriscado que tenía. Los primeros que se rebelaron fueron los de Tous, y los lugares de las tres valles de Alcalá, Gallinera, y Pego, con los de Guadalest, Confrides, y Finestrat, en la región de la Contestania. Esto fue antes que los jinetes de Granada y de Abenjuceff entrasen en el Reyno. Después de entrados ellos, se rebelaron con mayor ocasión los lugares de Montesa y Vallada, con otros pequeños pueblos junto a Xatiua: y el mal iba creciendo de cada día, porque los de Granada enviaban nuevas compañías de gente de a caballo con dinero y armas a los del Reyno. Por esta causa estando el Rey en Valencia ajuntó los señores y Barones de los tres Reynos que allí se hallaban, de cuyo parecer y voto, publicó guerra contra los rebeldes, pues se hallaba con la gente hecha y puesta en armas. Para esto se proveyó de vituallas, y mandó llamar al Príncipe don Pedro. El cual poco antes, dejando buena parte del ejército en guarnición en el Reyno de Murcia en las fronteras de Granada, se fue con la otra a Cataluña: y de muy sentido y lastimado por lo que el Conde de Ampurias había hecho contra su querida villa de Figueras (según arriba dijimos) comenzó a hacer cruel guerra a las tierras y vasallos del Conde. Pero no embargante todo eso, usó el Conde de un buen ardid contra el Príncipe, porque dejando sus tierras muy bien guarnecidas de gente y fortalecidas, se vino derecho a Valencia con la gente de guerra que pudo a servir al Rey contra los rebeldes y concertar sus diferencias entre él y el Príncipe. Cuya venida con tanta y tan bien armada gente, fue al Rey tan grata y acepta, que luego mandó pregonar por toda Cataluña que ninguno fuese osado de seguir al Príncipe don Pedro en la guerra que llevaba contra el Conde de Ampurias, y a quien lo contrario hiciese le fuese cortada la cabeza. Finalmente determinando el Rey con el ejército que tenía hecho salir en campo para dar contra los rebeldes, muchos de ellos que lo sintieron fueron luego con mucha humildad y arrepentimiento a reconciliarse con él. De estos fueron los primeros los de Montesa y Vallada con otros cercanos, a los cuales perdonó fácilmente, porque se reconocieron luego, y pidieron perdón, y también porque no se rebelaron antes, sino después que la gente de Granada entró en el Reyno, y tuvieron alguna más justa causa para rebelarse que los de Tous, Alcalá, y val de Gallinera (Guillanera) con sus veziños, a los cuales no quiso perdonar el Rey sino hacerles cruel guerra. Con esto se partió de Valencia, y vino a Alzira, donde supo como los de Thous, que está cerca, fortificaban su castillo, y se habían hecho fuertes en él, a los cuales envió un capitán con su compañía para decirles se diesen, lo cual dijo el capitán, y añadió de suyo, no rehusase de hacerlo, pues tenía bien conocida la benignidad y buena gracia del Rey para los que llanamente se le entregaban. Mas confiados ellos del socorro que les traía el Capitán Alazarch (el que pocos años atrás había sido perpetuamente desterrado del Reyno, y ahora volvía con los de Granada para ser caudillo de los rebeldes) respondieron que ellos no tenían, ni conocían por Reyes y señores sino al Miramamolin Abenjuceff, y al Rey de Granada, que al Rey de Aragón le tenían por buen hombre, mas no por propio y natural Rey de los moros. Vuelto el capitán al Rey con esta respuesta, dijo más, que había, aunque de lejos, reconocido la fortaleza, y que no tanto por estar muy fortalecida, cuanto por el socorro de Alazarch que aguardaban por horas, había dejado de combatirla y tomarla. Entonces el Rey pasó de Alzira a Xatiua, para alegrar y dar ánimo con su presencia a los soldados de guarnición que estaban repartidos en las dos fortalezas.


Capítulo X. Como los Moros dieron asalto a la villa de Alcoy, y fueron repelidos y Alazarch muerto, y que saliendo los de Alcoy tras ellos dieron en una celada y fueron degollados.


En llegando el Rey a Xatiua envió parte de la caballería e infantería a Alcoy y Cocentayna, dos villas muy principales y ricas de la Contestania, las cuales después que el Rey echó los Moros del Reyno, quedaron como desiertas, y se poblaron de Cristianos, a los cuales se repartieron y establecieron las tierras y campos de ellas, teniendo fin a que los moros no se apoderasen más de villas ni pueblos cercados. Y por esta causa desde entonces fueron pobladas de Cristianos, y solo quedaron los Moros en los lugares pequeños hechos vasallos de los señores, a los cuales así el Rey como sus hijos y descendientes Reyes repartieron por Baronías todas las tierras que poseían los Moros por el Reyno. Pues como después de haber enviado el Rey el socorro a las villas para defenderse de los doscientos y cincuenta jinetes con el capitán Alazarch que había llegado de refresco de Granada, estos con los del Reyno marcharon para batir a Alcoy, y llegados, parte se pudieron no muy lejos de la villa en celada, parte arremetieron a dar el asalto sobre ella: pero les fue tan mal en el asalto, que se hubieron de retirar de veras, con muy grande daño y pérdida suya: quedando los más de ellos muertos, o mal parados, y su capitán Alazarch cruelmente herido de una saetada de la cual murió allí luego: puesto que no tardó mucho a ser vengado. Porque como los Moros levantaron el cerco, y se retiraron llevando el cuerpo de Alazarch con grandes llantos y alaridos (araridos), los de Alcoy de muy ufanos por la victoria pasada, salieron con grande ímpetu siguiéndolos sin llevar ningún orden, pero los moros retirándose medio huyendo los llevaron hasta dar en la celada. De la cual salieron tan rabiosos, que juntamente con los del asalto, de tal manera revolvieron sobre los Cristianos que los degollaron casi a todos.




Y Capítulo XI. Como los Moros tomaron algunas fortalezas, y de la victoria que alcanzaron de ellos los Cristianos en el campo de Liria, con otra presa en Beniop, y como los Moros saquearon a Luchent.


Como se divulgó la nueva triste para moros y Cristianos, de la muerte de Alazarch y pérdida de los de Alcoy, por arte e industria de los de Granada, sintieron mucho los Moros del Reyno la muerte de Alazarch, pero con la victoria siguiente tomaron grande orgullo, y comenzaron a combatir algunas fortalezas donde había guarnición de Cristianos, con esto volvió a cobrar fuerzas la conjuración y rebelión de los Moros. Por donde el Rey volvió a Valencia, y de nuevo mandó llamar a todos los señores y barones del Reyno que por razón de las tierras establecidas a ellos en feudo, estaban obligados a seguirle en la guerra, y estar en defensa del Reyno. Los primeros que acudieron al llamamiento fueron don García Ortiz de Azagra señor de Albarracín, y el lugarteniente del Maestre del Temple (que según afirma Asclot en su historia) era don Pedro de Moncada, con algunas compañías de infantería y de caballos. Los cuales como entendiesen que había asomado un gran golpe de gente de hasta X mil moros de a pie en el campo de Liria a cuatro leguas de la ciudad, para saquear algunos lugares, y también las cabañas de Cristianos, salieron el lugarteniente y don García con hasta mil y doscientos jinetes, y llegados a vista de los Moros los acometieron con tan esforzado y varonil ánimo que mataron doscientos y cincuenta de ellos, tomando pocos a merced, los demás se les huyeron a más andar faltando, de los nuestros solo un escudero con cinco caballos que murieron. De este hecho tan singular quedó el Rey muy admirado, y alabó mucho el gran valor de estos dos caballeros y de toda su gente y compañeros: a los cuales hizo mercedes. Luego volvió el Rey a Xatiua por ser su presencia muy necesaria en aquella parte para dar ánimo y socorro a los que estaban en guarnición por las fortalezas, y hacer rostro a los moros que le amenazaban jurando que le habían de quitar a Xatiua. Estando allí entendió que muchos de aquellos jinetes de Granada habían pasado por el valle de Albayda más arriba de Xatiua en socorro de los de Beniop, a donde tenía hasta dos mil de ellos cercados don Pedro Fernández. El cual como buen capitán e hijo de tal padre, se dio tan grande prisa en prevenir al enemigo, que antes que los de Beniop pudiesen fortalecer su castillo, ni llegarles el socorro, les dio asalto, y tomó la fortaleza, y entró en la villa y los degolló a todos. Por donde los de a caballo que venían en su ayuda sabiendo la destroza, y pérdida de ellas volvieron las riendas y se fueron para Luchente lugar de Cristianos, el cual como estuviese mal provisto de gente y armas fácilmente le tomaron y saquearon.




Capítulo XII. Como por detener al Rey que no fuese a Luchent, fue gran parte del ejército con los de Xatiua vencidos de los moros, y lo mucho que el Rey lo sintió.


Como el Rey supo el saco y pérdida de Luchent sintiolo mucho y tomó grande cólera sobre ello. Y aunque por su vejez y una grave dolencia que había tenido de la cual apenas había convalecido, estuviese muy flaco y debilitado, con todo eso determinó de ir en persona a perseguir los Moros con el ejército que se hallaba. Mas por mucho que el Vicario del Temple, y don Ortiz, y el Obispo de Huesca le rogaron no saliese de la ciudad hallándose con tan pocas fuerzas por la dolencia pasada, ni se pusiese en medio de tan desesperados enemigos para perder su vida con la de todos sus Reynos, no dejó por eso de ponerse a caballo para irse con el ejército contra ellos: pero como todos a una mano se ajuntasen a impedirle la salida, prometiéndole que todos ellos irían en persona contra los enemigos, si se quedaba en la ciudad, porque a no hacerlo le desampararían y se irían: a esto decía que él solo los acometería: hasta que persuadiéndole los médicos, y pronosticándole nueva dolencia que por ser el tiempo tan caliente, y el camino tan áspero se le seguiría: ni aun por esas mostraba querer quedar. Finalmente como sobreviniesen los Prelados y Teólogos que le amenazaban a voces con la ira de Dios y penas del infierno, si no evitaba un tan manifiesto y evidente peligro de su persona y vida: y tras ellos acudiesen los religiosos con todo el pueblo y mujeres con grandes voces y lloros poniéndosele unos y otros amontonados delante: se quedó muy triste y angustiado en la ciudad. Y así los del ejército por complacerle, luego sin ningún orden tomaron la vía de Luchente, sin hacer provisión alguna de tiendas ni bagaje, ni tampoco de vituallas, como si ya tuviesen la victoria en la mano: y caminaron toda la noche con grandísima fatiga y pesadumbre a causa del excesivo calor. Llegando pues a Luchent muy de mañana, descubrieron los enemigos que al parecer serían quinientos caballos y tres mil infantes, puestos bien en orden, y que de cada hora les acudía más gente, a los cuales en llegando arremetieron los nuestros tan desordenadamente, sin esperarse los unos a los otros, pero con tanto valor y esfuerzo, que no fueron parte los capitanes para detenerlos a buenas cuchilladas, ni para que se dejasen de trabar tan reñida y cruel batalla. Porque es cierto, según el coraje que los nuestros llevaban, si a los enemigos no les creciera el socorro de todo aquel valle, sin duda se defendieran de los primeros: y no fueran tan miserablemente vencidos, y la mayor parte de ellos degollados, con el buen don Ortiz y el hijo de don Bernaldo Entensa con la mayor parte de la caballería. Lo mismo fue de los de Xatiua que por detener al Rey, se juntaron haciendo cuerpo por si, y no llegando juntos con el ejército del Rey, sino con el mismo desorden, mezclándose en la batalla, fueron todos degollados por los Moros, con tanta presteza, sin escapárseles ninguno a causa que luego eran los jinetes con cualquier desmandado, que (según dice Marsilio) fue divulgado proverbio entre los de Xatiua de esta rota, el martes aciago. Fueron presos en esta batalla algunos caballeros y nobles, señaladamente el vicario del Maestre del Ospital, el cual fue llevado a Biar, donde se habían ya rebelado algunos Moros del pueblo con el favor de los jinetes, mas fue luego liberado por la industria de un moro tornadizo que había sido soldado del Rey, y amaba mucho al Vicario, y después de la muerte del Rey lo trajo sano y salvo al Príncipe don Pedro, y recibió mercedes por ello. Sabido pues por el Rey el rompimiento y gran pérdida de su ejército con los de Xatiua, lo sintió en el alma, y mucho más cuando entendió que por no llevar orden los suyos, sin esperarse los unos a los otros, y sin considerar primero el número y puesto de los enemigos, se arrojaron a ellos. Y así tanto más se afligía por no haber ido en persona con ellos, porque sin duda lo hubiera mejor considerado todo, y con el gran orden que tenía en el pelear, con el cual había siempre con pocos prevalecido contra sus enemigos, aunque muchos más, no se le escaparan estos. Estando en esto llegó el Príncipe don Pedro con algunos principales señores de los dos Reynos, al cual luego el Rey entregó la parte del ejército que le quedaba con otra más gente de guerra que había mandado hacer para que fuese a distribuirla por las fortalezas del Reyno a las fronteras de Murcia. Lo cual pudo hacer don Pedro pacíficamente, porque luego después de la batalla de Luchent, los jinetes, hecha muy buena presa y despojado el campo, se retiraron la vuelta de Granada que no parecieron más, a causa de estar ya deshecho el campo de Abenjuceff, y con haberse retirado el ejército de Granada, cesado la guerra. Por lo cual sintió el Rey algún alivio de su gran pesar, pues quedaba el Reyno pacífico, y eran muertos los caudillos de los Moros, y los que quedaban de muy perdidos y destrozados de las guerras pasadas también deseaban mucho reposar. Y lo mismo los Cristianos que de llevar siempre las armas a cuestas ya no podían más sufrirlas.


Capítulo XIII. Como el Rey adoleció en Alzira, e hizo general confeßion de sus culpas, y llamó al Príncipe don Pedro, y de las cuatro cosas notables que le encargó para su regimiento.


Por mucho que el Rey se recreó y alegró su espíritu con ver la guerra acabada, y con la ida de los jinetes, y muerte de los caudillos y cabezas de la rebelión, quedando el Reyno pacífico y quieto: todavía los trabajos pasados, las aflicciones de cuerpo y alma, con la carga de los muchos años, fatigaron tanto su persona, que no pudo librarse de caer en una muy grave dolencia, la cual le fue ya antes pronosticada por los médicos, y así por consejo de ellos, siendo el tiempo rezissimo de calores, y ser Xatiua muy subjecta a ellos, se partió con mucho dolor de dejarla, porque la amó siempre mucho y acordándose de la gran pérdida de gente que por su servicio hizo en la jornada de Luchent, se le doblaba el dolor en apartarse de ella. Se vino para Alzira, a donde porque se le aumentaba la dolencia, después de haber recorrido por su memoria y conciencia sus culpas y vida pasada, hizo una confesión general con muy grande arrepentimiento de todos sus pecados, ante el Obispo de Valencia, y otras personas religiosas que siempre llevaba consigo, y recibió el cuerpo de nuestro Señor Iesu Christo con muchas lágrimas y manifiestos indicios de verdadera contrición. Mas como después de hechos y procurados muchos remedios los médicos desconfiasen de su salud, y se lo notificasen, alzó las manos al cielo y dio gracias a su criador porque le llamaba en tiempo que tenía todo su corazón y pensamiento puestos en él, y por cobrar a él le pesaba muy poco dejar el mundo. Y luego mandó llamar al Príncipe don Pedro, con cuya vista y presencia se holgó mucho. Al cual el día siguiente por la mañana, oída con mucha devoción la misa, en presencia de los Prelados, grandes y barones que allí se hallaron, le amonestó mucho a que con los ojos del alma, mirase y ponderase muy bien los grandes y tan inmensos beneficios que la bondad divina había hecho a su Real persona en este mundo por todo el tiempo de su vida, habiéndole concedido reinar por espacio de sesenta años y algo más, y a gloria suya infinita, y alcanzar victoria de los enemigos de su santo nombre en cuantas guerras emprendió contra ellos, además de los Reynos y señoríos que tan prósperamente le había permitido conquistar y añadir a la corona Real: que por tanto confiase alcanzaría las mismas mercedes y mayores de su divina mano, si en todo caso se preciase de llevar siempre delante sus ojos y alma cuatro cosas las cuales de presente le advertía. La primera, si amase y tuviese a Dios por su único y soberano Rey y señor sobre todas las cosas, y le temiese, y se encomendase a él con todas las propias muy de verdadero corazón y alma. La segunda si mediante justicia, llegase a tener sus Reynos y pueblos conformes con mucha paz y concordia: porque de aquí se sigue no solo la salud y conservación, pero el aumento y ampliación de ellos, y hasta aquí llega la obligación de los Reyes. La tercera, si mantuviese firme vínculo de amor y concordia con don Iayme su único hermano de padre y madre. Pues no por otro fin había dado en segundo lugar a don Iayme el Reyno de Mallorca con las demás Islas y estados de Mompeller y Perpiñan tan cercanos a sus Reynos de la corona: sino para que juntadas las fuerzas y ánimos de ambos hermanos, hiciesen por mar y por tierra continua guerra en la costa de África para ser señores del mar. La última que no harían cosa más acepta a nuestro señor, ni a si más agradable, ni para los Reyes, y Reynos más segura, que echar a cuantos Moros había del Reyno: porque estos como de si sean capitales enemigos de los Cristianos: jamás tendrán verdadera paz con ellos, y ni con ruegos, ni buenas palabras, ni aun obras, se doblarán intrínsecamente a estar bien con los Cristianos. Además de esto le encargó tuviese mucha cuenta con el Obispo de Huesca, a quien había criado en palacio de pequeño, y por haber salido tan principal hombre y de tan buen espíritu y letras, le había hecho su gran Chanciller de Aragón, y también a su hermano el Sacristán de Lerida, y a Vgon Mataplana Arcediano de Vrgel todos personas fidelísimas, y de su Real consejo, juntamente con los criados antiguos de palacio, a los cuales deseaba tuviese en mucho y los aventajase a todos los demás. Finamente recelando que si moría de aquella dolencia, el Príncipe con los demás querrían llevar su cuerpo fuera del Reyno al Monasterio de Poblete, y que por acompañarle y ausentarse del Reyno, se podría levantar alguna nueva rebelión, ordenó que si la muerte le tomaba en Alzira, su cuerpo fuese depositado en la iglesia mayor de nuestra señora que él había mandado edificar en ella. Y si en Valencia, en el templo mayor: hasta que acabada del todo la guerra, fuese llevado al mismo Monasterio en Cataluña, y allí sepultado.


Capítulo XIV. Como el Rey tomó el hábito de los frailes Bernardos y hecho testamento, se hizo traer a Valencia donde murió, y su cuerpo fue depositado en la iglesia mayor.


Dicho esto por el Rey, como ya la habla le fuese faltando, paró un rato, y tomando un cordial, o sustancia, cobró algún esfuerzo, y queriendo apartarse del todo de las cosas de acá, y no pensar en otras que las soberanas y perpetuas, renunció libera y absolutamente sus Reynos y señoríos conforme a la repartición últimamente hecha y aprobada por todos, al Príncipe don Pedro. Porque lo demás del Reyno de Mallorca y señoríos de Mompeller y Perpiñan con los demás que en la misma repartición están contenidos y cupieron al Infante don Iayme, poco antes le había ya puesto en posesión de ellos. Hecho esto, mandó que le vistiesen el hábito del glorioso sant Bernardo y orden de Cistels, de la cual siempre fue muy devoto, con ánimo de pasar al monasterio de su religión y orden de nuestra señora de Poblete, y hacer allí profesión de la regla, para dedicarse del todo al servicio de Dios y contemplación de las cosas celestiales el tiempo que le quedase de vida. De manera que por quererlo así el Rey y obedecerle el Príncipe don Pedro, con mucha humildad y lágrimas puesto de rodillas le besó las manos, y recibida su bendición, se partió luego hacia los confines de Murcia, por si la dolencia y muerte del Rey causase algún movimiento en los de Granada, por suceder en los Reynos don Pedro, de quien tan lastimados quedaban ellos y los Arraezes por la destroza que poco antes habían hecho en sus tierras. Llegó a Biar, y cobró luego la fortaleza que con el favor de los jinetes de Granada poco antes los de la villa habían quitado a los Cristianos, y puso gente de guarnición en ella, y se detuvo por allí pocos días aguardando en qué pararía la dolencia del Rey. El cual viendo que su mal siempre crecía, se mandó traer a Valencia, en una litera, al cual salió a recibir toda la ciudad con harto más llanto que alegría, y se aposentó dentro de ella. Luego en llegando entregó su testamento sellado al Obispo de Valencia, para después de ser muerto publicarlo, y como ya propinquo a la muerte la voz y alientos le faltasen, y se le diese el Sacramento de la extrema unción, encomendándose muy de corazón y alma a Cristo y a su bendita madre, con el ayuda y esfuerzo de los Prelados y religiosos que le asistían, y con santísimas palabras le endreçauan sus afectos, levantados los ojos y manos juntas al cielo dio el alma al Señor que se la había criado y encomendado: a los IX del mes de Iulio, año de nuestra redención MCCLXXVI, habiendo llegado a edad de LXVIII años, luego fue embalsamado su cuerpo y depositado en la iglesia mayor como lo tenía mandado. La sepultura y obsequias se las hicieron con mediana pompa y ceremonias por la ausencia del Príncipe y de los hermanos, estando todos por mandato del Rey distribuidos por diversas partes del Reyno para su defensa, de manera que ninguno de ellos se halló presente a la muerte del padre, sino que a ejemplo del Príncipe, cada uno acudió a su puesto: hasta que de ahí a poco tiempo vuelto el Príncipe y coronado Rey, le hizo llevar con muy grande pompa y suntuosidad Real al monasterio de Poblete donde está magníficamente sepultado.




Capítulo XV. Que muerto el Rey se publicó su testamento por el cual se entiende los hijos que tuvo y cómo los colocó a todos.


Muerto el Rey fue abierto y leído su testamento, hecho y firmado de su mano, y sellado con su sello en Mompeller a XXVI de Agosto, cuatro años antes de su muerte. En el cual aprobaba las donaciones y repartimientos hechos de sus Reynos y señoríos en favor de don Pedro y de don Iayme hijos legítimos de doña Violante, como de su verdadera y legítima mujer nacidos: A don Iayme y a don Pedro hijos que tuvo de doña Teresa, declaraba también por legítimos. De estos al mayor hizo donación de la villa de Xerica con su fortaleza y baronía en el Reyno de Valencia con todo su territorio y jurisdicción. Al menor dio la villa, castillo y baronía de Ayerbe, con otros lugares en el Reyno de Aragón: con condición que el hermano que tuviese hijos sucediese al que no los tuviese. Y careciendo los dos de hijos volviesen a la corona Real. Y mas que muriendo don Pedro y don Iayme hijos de doña Violante sin hijos, sucediesen en todos sus Reynos y estados don Iayme y don Pedro de doña Teresa, y estos quiso que fuesen preferidos a qualesquier hijas aunque fuesen de doña Violante. Puesto que después de hecho este testamento, por causas muy graves (como en el precedente libro mostramos) tuvo por nulo el matrimonio de doña Teresa, quedando en lo demás el testamento en su fuerza. Tuvo otros hijos bastardos, a don Fernán Sánchez de la Antillona, que miserablemente fue echado y ahogado en el río Cinca, a quien el Rey había dado la casa de Castro, de donde su hijo don Felipe Fernández y sucesores se han siempre denominado. Tuvo a don Sancho Arzobispo de Toledo. Último a don Pedro Fernández de una nobilísima dama Aragonesa llamada Berenguera Fernández, diferente de la otra Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, de la cual ningún hijo tuvo. Dio a don Pedro Fernández la Baronía de Yxar (Híjar) en el Reyno de Aragón, de la cual también se denominó él y todos sus descendientes, que después han aumentado el estado con haber juntado con la casa el Condado de Belchite, y con este es agora una de las principales casas y señorías de Aragón. Tuvo cuatro hijas de doña Violante, de estas la mayor casó con el Rey don Alonso de Castilla. La segunda, Gostança con don Manuel hermano del mismo Rey. La tercera, doña Isabel con don Felipe Rey de Francia. La cuarta doña María se metió en religión. También llama por herederos y sucesores en los Reynos, a los hijos de estas, en caso que los cuatro primeros hijos no los tuviesen. Finalmente prohibió que por ningún tiempo sucediesen mujeres en los Reynos. De donde se colige, que contando las mujeres, y a don Alonso hijo de doña Leonor la primera mujer tuvo el Rey XIII hijos, y fueron los más de ellos no solo heredados de Reynos y señoríos, pero como salidos de sus entrañas generosísimas, y criados al pasto de su ejemplo de vida y hazañas esclarecidas, fueron tales, que merecieron ser hijos de tal padre.


Capítulo último. Donde se hace epílogo y sumaria relación de la vida, virtudes y señaladas hazañas de este Rey.

Para que concluyamos ya, y lleguemos al fin de la historia y por remate de ella pongamos ante los ojos de todos los Reyes y Príncipes del mundo que presiden en el gobierno de grandes imperios, una perfecta imagen y retrato, no solo de un sabio Rey y Príncipe para tiempo de Paz, y de un famosísimo e invictísimo capitán para tiempo de guerra, pero de un perfecto y Cristianísimo varón para todo tiempo, haremos aquí un breve sumario como epílogo, así de las aventajadas virtudes, y heroicas hazañas de este Rey como de sus intenciones y fines Cristianísimos, que siguió toda la vida. Porque si miramos su fé y religión Cristiana, hallar las hemos no solo testificadas por su singular estudio y devoción con que defendió y amplió la religión Cristiana: pero muy confirmadas por la obra, con los dos mil templos que por él fueron mandados edificar a gloria de Dios. Si consideramos su magnanimidad y valor, desde su niñez tuvo ánimo para regir los más principales cargos del mundo de Rey y de gran capitán. Si su consejo en el determinar, ninguno oyó más atento el ajeno que él, pero con ninguno acertó más que con el propio. Si su prudencia, en sus consideradas acciones y tanta igualdad de vida con tan prósperos sucesos, descubrimos que fue prudentísimo. Si su gobierno de Repub. quién fundó leyes, quién hizo fueros, y reformó los antiguos, como pudo discrepar de la buena administración de ella? Si su sagacidad y providencia en la guerra, aunque fue increíble su celeridad y presteza en prevenir al enemigo: no le faltó madurez y tiento para el acometerlo. Si tratamos de su admirable persona, su aspecto venerable, salud y disposición corporal: ninguno se halló en sus Reynos de mayor, ni más bien proporcionada estatura, ninguno fue más valiente, sano, y hermoso, ni a quien más por su majestad de persona, suavidad de rostro, y afabilidad y trato, se aficionase todo el mundo. Gozó de tanta salud que pasó toda la vida sin dolencia grave, sola una fue la que lentamente sin perturbar su ánimo le acabó: Si su modestia y templanza, no se vio Rey en el comer y beber más templado: ni en los deleites y pasatiempos más moderado: ni en el decir y hacer más recatado, y ni en fin de regocijos que no fuesen de armas, más apartado. Si venimos a su valor y esfuerzo en las empresas de guerra, por lo cual alcanzó renombre y título de conquistador: de quien entendemos que se halló en treinta batallas, como pudo carecer de la esclarecida fortaleza, con las demás virtudes militares? Si su admirable constancia, quién ningún hecho grande dejó de emprender, ni desistió jamás de la empresa, y que salió siempre con ella, no será su blasón de constante? Mas ni pudo perder su natural ser de clemente, por mucho que se mostró áspero y severo con un su tan desobediente y rebelde hijo: pues para con las demás gentes y pueblos, no solo se mostró siempre liberal y clementísimo: pero sin perder algo de su autoridad, fue con todos humanísimo. Qué diremos de su paciencia, pues demás, que sin caer de su estado, siempre, do fue menester la tuvo: ninguna se comparó con la que prestó con sus tíos don Sancho y don Fernando, perpetuos émulos y perseguidores suyos. Qué no suplirán su liberalidad y magnificencia (propias virtudes Reales) pues en las presas y despojos de las ciudades, y de reales de enemigos, nunca retuvo cosa para si, todo lo repartió, y a todos enriqueció? Finalmente las divinas virtudes de justicia y misericordia, así las ejercitó, que no solo alcanzó por ellas ser tan amado y como temido de los suyos: pero aun por las mismas fue muy estimado y alabado de sus enemigos: y por ellas mereció en el Reynar por tan luengo y felice tiempo, ser a todos cuantos Reyes hubo muy aventajado. Porque reinó cumplidos sesenta años, y dejó a sus hijos y sucesores no solo pacíficos y con doblados Reynos de los que heredó: pero les abrió el camino para alcanzar los que después acá se han adquirido. Por donde como no sea tenida en más la virtud del ganar, que la del conservar lo ganado: Qué cosa pudo ser para este Rey más gloriosa, que ni de los Reynos que heredó, ni de los que por su mano conquistó, ni en vida suya ni de sus sucesores hasta hoy se haya perdido un palmo de tierra? Qué más feliz y dichosa, que haber sido él mismo el principio y fundamento (como en el proemio se prueba) del inmenso imperio, y de la mayor monarquía que nunca se vio en el mundo, cual hoy mantiene nuestra España, rige y administra el invictísimo don Felipe segundo de este nombre su gran Rey y señor de ella?

LAUS DEO. 

Impreso en Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete, a la plaça de la Yerua. Año 1584.

Libro duodécimo

Libro duodécimo

Capítulo primero. De la venida del Vizconde de Cardona a Valencia, y como saqueó a Villena y Saix en el Reyno de Murcia y de la muerte de don Artal de Alagón.

Tomada la ciudad de Valencia, y echado Zaen con toda la morisma de ella, acaeció que luego essotro día después de entrada, andando el Rey muy puesto en reparalla, y ensancharla, llegó ante él , don Ramon Folch Vizconde de Cardona muy a punto de guerra con cincuenta caballos ligeros de los más escogidos de toda Cataluña, a pedirle de merced (ya que no fue su ventura llegar a tiempo de poderse hallar en el cerco y presa de la ciudad) le diese licencia para pasar adelante con su gente hasta el Reyno de Murcia: donde pensaba hacer alguna buena cabalgada, por dar a conocer a los Moros, quién era el Rey de Aragón, pues apenas había conquistado a Valencia: cuando ya emplazaba guerra a los del Reyno de Murcia. Holgose infinito el Rey con su venida, y recibiole muy amigablemente, diciendo que él siempre había tenido por escusada su tardanza, porque sabía muy bien las justas causas de ella, y trabajos que con sus vasallos tenía. Pero que se maravillaba mucho, porque con tan poca gente quería emprender tan grande y dudosa hazaña. Y como le ofreciese algunas compañías de infantería que le sirviesen en la empresa, y don Ramón se excusase de aceptallas, porfiando en su demanda, permitiole (pmitiole) el Rey proseguir (pseguir) su viaje, y mandole proveer de vituallas y tiendas con lo demás necesario para el camino, de lo que en el Real quedaba. Ofreciósele por compañero en esta jornada don Artal de Alagón, hijo de don Blasco, mozo ardiente y belicoso que sabía muy bien los pasos con las entradas y salidas de aquel Reyno, por haber estado en él muchos días, cuando fue desterrado de Aragón. Aceptó su ofrecimiento el Vizconde muy de buena gana: y llevando su guía, como no entrasen en poblado, pasaron sin ningún estorbo hasta llegar a un grande valle cerca de Biar, casi a vista de Villena, el primer pueblo del Reyno de Murcia. El cual por ser muy principal, y en nuestros tiempos poblado de gente hidalga, determinaron de acometerle, a fin de saquearlo. Y así llegando a la media noche sin ser sentidos entraron de improviso en él, hallándole sin guardia con las puertas abiertas: y se dieron tal diligencia, que antes que los del pueblo se pudiesen juntar y poner en armas tenían ya saqueada la mayor parte del. Pero luego cargó tanta gente sobre ellos de las aldeas, que les tomaron las calles, y comenzaron a pelear con ellos tan bravamente, que les fue forzado, llevando delante la presa, salirse con buen orden del pueblo, y extenderse por la campaña, sin que ninguno los siguiese. Llegaron a otra villa llamada Saix, en la cual, por estar sin cerca, también entraron, y la acometieron valentísimamente, peleando los unos, y saqueando los otros. Mas como se pusiese todo el pueblo en armas, y le viniese socorro de los lugares vecinos, fueles forzado, hechos un cuerpo recogerse y mirar por si, por las muchas saetas y piedras que al pasar de cada casa les tiraban: tanto que entre otros don Artal fue herido de una pedrada en la cabeza, y derribado del caballo murió luego. Por donde fue necesario retirarse y salir de la villa a más que de paso: llevando consigo el cuerpo de don Artal con grandísima dificultad y trabajo, hasta llegar a Valencia. Sintió mucho el Rey esta muerte, con todos los de su corte, y mandó con mediana pompa depositar su cuerpo en una iglesia antigua que había en la ciudad del sancto Sepulchro: hasta que fueron trasladados sus huesos en Aragón, y puestos en la sepultura de sus antepasados. Tuvo el Rey en mucho la memorable hazaña del Vizconde, como si con ella le hubiera abierto la puerta y facilitado la entrada para el Reyno de Murcia; y así se lo agradeció mucho, y le hizo mercedes dándole joyas de grande estima al tiempo de su partida. Con esto se despidió el Vizconde del Rey, y se volvió con triunfo a Cataluña.


Capítulo II. Como la mezquita mayor de Valencia fue consagrada en iglesia, y de las diversas invocaciones que tuvo antes, hasta que fue dedicada al nombre de nuestra Señora.

Partido el Vizconde, luego el Rey trató del asiento y reparo de las cosas de la ciudad, la cual a causa del largo cerco los Moros habían dejado muy descompuesta y perdida. Cuanto a lo primero pareció ser necesario hacer el repartimiento de las casas a los soldados y de los campos y heredades a los capitanes y oficiales del ejército, y establecer leyes y fueros. Mas como primera que todas fuese la casa de Dios, luego el otro día que el Rey entró en la ciudad con la asistencia de los Prelados de Aragón y Cataluña, y el de Narbona, que siguieron esta empresa, se fue derecho a la Mezquita mayor, donde los Moros solían celebrar las mayores fiestas y ceremonias de su secta. Allí el arzobispo de Tarragona revestido de pontifical, después de haber purificado el lugar con saumerios de incienso (encienso), y rociado con agua bendita, y palabras sagradas con la señal de la cruz, hizo levantar un altar, en el cual fue celebrada misa solemne por el que estaba ya electo primer Obispo de Valencia, que después fue por el sumo Pontífice confirmado, llamado Ferrario de santo Marrino, Preposito que antes era de la iglesia de Tarragona. El cual fue varón muy escogido de grande santidad de vida, y doctrina. Hechas allí por el Rey y la Reyna, y por los demás infinitas gracias a nuestro señor Iesu Christo y a su sacratísima madre, por haber llegado a echar de la ciudad la secta Mahometica, para introducir la religión Cristiana, fue consagrada la misma Mezquita en Templo, a honor y nombre de nuestra señora santa María: después de muchos títulos e invocaciones a que fue dedicada en diversos tiempos, por Gentiles, Moros, y Cristianos. De las cuales se halla haber sido la primera en tiempo de los Romanos a su diosa Diana. Después en la venida de los Godos, que recibieron la religión Cristiana se consagró al nombre del Salvador. Más adelante perdidos los Godos por la entrada de los Moros de África en España, y sojuzgada por ellos, se dedicó a Mahoma: mas ganada después Valencia de los moros, aunque para poco tiempo, por don Rodrigo de Biuar llamado el Cid Ruidiaz, caballero principal de Castilla, y de los más valientes de su tiempo, se intituló de sant Pedro. Pero como luego en muriendo el Cid cobrasen la ciudad los moros, volvió el templo a ser profanado con el mismo título de Mahoma, hasta conquistada por el Rey la ciudad, fue de nuevo purificado, como está dicho, y perpetuamente dedicado a la invocación y santísimo nombre de María. Porque era tanta la devoción y religión con que este Rey veneraba y nuestra señora, que todos sus votos hacía a ella, y todos los Templos grandes y pequeños que en cualquier tierra mandaba edificar, a sola ella con su hijo benditísimo los dedicaba, y así se tiene por cierto que el grande afecto y devoción que hoy los desta ciudad y Reyno tienen al santísimo nombre de proceden del ejemplo de este buen Rey, y que esta fue obra de Dios y suya.


Capítulo III. Como se derribó la mezquita mayor, y edificó nuevo Templo sobre ella, y fue hecha iglesia catedral, y de la fiesta ordinaria que se hace de ello en la ciudad.

Andando el Rey con los Prelados muy puesto en esta consagración de la mezquita, y considerando que en las paredes y relieves de ella quedaban algunas moldaduras y figuras que siempre renovarían la memoria de las cosas de Mahoma, para tropiezo de los que nuevamente se convertirían a la fé de Cristo nuestro señor: determinó poco después, con el parecer de los Prelados, y de su consejo, volver a la mezquita en procesión con todo el pueblo que le seguía, y como llegó a ella tomó un martillo de plata, y en comenzar a derribarla por defuera, luego los Prelados, y tras ellos los principales del ejército, con todos los soldados, y gastadores del campo hicieron lo mismo. De manera que siguiéndole todos, cada uno con su instrumento, fue muy en breve la mezquita echada por tierra, y del todo asolada. Y en ser limpiado (alimpiado) el suelo, fue dada al Rey por mano de muy expertos maestros e ingenieros una muy buena traza y modelo de templo, y pareciéndole bien comenzó a edificarse uno de los más bien trazados y suntuosos que hay en la Cristiandad, según le vemos en nuestros tiempos acabado. Pues dado que en la grandeza y labores no iguale con algunos, pero en lo particular viene a sobrepujarles, y ser raro entre todos: como es por su muy alto ancho y bien encumbrado cimborio: por su bien labrado retablo con personajes grandes de relieve de plata fina: por su anchura y melodía de Órganos: por su firme y liso suelo: con su admirable fábrica de Cabildo, y su ochavada fortísima, y muy alta torre de campanas: y en lo espiritual mucho más, porque la singular copia de reliquias sagradas que en su sacristía tiene las más raras y admirables de santas que haya otras en la Cristiandad: con los vasos de oro y plata y ornamentos riquísimos y muchos. Y demás de su copiosísimo número de sacerdotes y ministros sagrados, la suntuosísima y devotísima solemnidad de sus continuos oficios y sacrificios divinos, que no se halla en esto con quien compararla. De manera que por sus particulares, sin duda iguala con cualquier iglesia de toda España. A esta concedió el Rey sus prerrogativas y privilegios de las inmunidades que por divino y positivo derecho se deben a las iglesias: para que los caídos en qualesquier casos y crímenes, como no fuesen de los exceptados por el derecho, les valiese de Asylo y salvaguarda. También alcanzó del sumo Pontífice Gregorio IX, fuese hecha catedral, y se le restituyese su antigua diócesis y distrito: del cual, puesto que se dijo que solía ser antes de otra cabeza, y que en tiempo de Bamba Rey de los Godos fue dado e incluido en la provincia de Toledo: quiso el Rey, pues conquistó de nuevo este Reyno, que fuese de allí adelante (según lo había votado) sujeta y suffraganea a la iglesia de Tarragona. Esta restauración de iglesia, y restitución de Diocesi, con la silla Obispal, y asignación de Metropolitano, que se expidió por bulla áurea del mismo Pontífice, fue concedida a los IX del mes de Octubre el siguiente año 1239, en el día y fiesta del glorioso S. Dionis mártir, y, o por memoria de la fundación de la catedral: o de la ida del armada de Túnez (como en el precedente libro se ha dicho) se hace cada un año en este día muy solemne procesión por el Obispo, Cabildo, Dignidades y Clerecía (Clerezia), llevando el Juez (Iuez) ordinario de lo criminal la gran bandera que llaman del Ratpenat, antigua memoria y conmemoración de lo que el Rey sacó en el cerco de Valencia: siguiéndole los oficiales Reales de la ciudad con una compañía de gente de guerra, que llaman el centenar y con todo género de música. Van todos a la iglesia de sant Iorge martyr, patrón de la corona de Aragón, por memoria y acción (hazimiento) de gracias desta restitución de la Sede Obispal.


Capítulo IV. Donde se confirma, por la bulla de Gregorio IX, se erigió en cathedral la yglesia de Valencia, y se dio por sufraganea a la de Tarragona, no embargante la pretensión del Arzobispo de Toledo.

Sobre esta división, o separación de iglesias, es a saber de haber hecho la iglesia catedral de Valencia sufraganea a la metropolitana de Tarragona, se entiende por ciertas escrituras y proceso formado que se ha hallado en el Archivo (Archiuio) de la iglesia de Toledo: como en Valencia, al tiempo que el Rey entró en la ciudad, y comenzó a fundar la yglesia, hubo gran contradicción y protestas hechas por los Procuradores del Arzobispo de Toledo contra el de Tarragona, que estaba presente a la fundación, alegando por el de Toledo, como Valencia fue ya antes Obispado en tiempo de los Godos, y suffraganeo de Toledo: como se mostraba por muchos Concilios Toletanos Provinciales, en los cuales se halla la subscripción de Obispos de Valencia: y también por la división de las diócesis que hizo Bamba Rey de los Godos, por la cual incluía a Valencia en la provincia de Toledo, como está dicho: con otras muchas razones que no sufre la historia por ahora especificarlas. Pues también para confutación (cófutacion) de ellas, se alegaron por el de Tarragona otras tantas, no menos concluyentes que las primeras: para lo cual hubo nombrados jueces por entrambas partes, a efecto de declarar en la causa. Mas como no se dio sentencia definitiva sobre ella, por no haber conformidad sino discordia entre los jueces, con apelaciones puestas por entrambas partes, quedó la causa indecisa, hasta que por la bula arriba dicha de Gregorio IX, que se halla originalmente en el archivo de la iglesia mayor de Valencia, a petición del mismo Rey se erigió iglesia catedral en Valencia, y se le asignó Diócesis, y fue dada por sufraganea a la metropolitana de Tarragona. Y así con esta asignación y decreto Apostólico han continuado la una y la otra iglesia su posesión y prescripción de jurisdicción activa y pasiva, de 400 años a esta parte. Por donde pudo muy bien Valencia con la nueva erección de iglesia y Diócesis por la gracia Apostólica, ser separada de la jurisdicción y provincia de Toledo: como lo han sido en nuestros tiempos dentro de España las iglesias catedrales de Burgos, Calahorra, y Segorbe, que desde su origen y fundación fueron sufraganeas de la Metropolitana de Zaragoza, y ahora lo son cada una de diversas: no embargante, que en estas no ha habido contradicción ni protestos, como los hubo en la primera de Toledo contra Tarragona: porque son tan justificadas las razones que hacen por Tarragona, que no han lugar las de Toledo. Conforme a esta contradicción hubo otra semejante entre los mismos Metropolitanos, y por las mismas causas, sobre la elección y nominación del primer Obispo de Valencia. Porque el Obispo de Albarracín que se halló presente en el cerco y entrada la ciudad, como Procurador y agente del Arzobispo de Toledo, ejercitó algunos actos de jurisdicción y oficio de Metropolitano. Por el contrario el Arzobispo de Tarragona ejercitó otros de más clara jurisdicción: porque purificó la mezquita de Valencia, y consagró la iglesia mayor, y en ella al Obispo de Lerida, que no se nombra, y aun antes de entrar en la ciudad usó más distintamente de su jurisdicción eligiendo en Obispo de Valencia a un padre muy docto llamado fray Berengario de Castellbisbal Prior de Predicadores de Barcelona, y compañero de aquel santo Varón fray Miguel de Fabra, de quien hicimos larga mención arriba en la conquista de Mallorca. Puesto que las contradicciones del Arzobispo de Toledo fueron parte para que esta elección no tuviese efecto: y así el Berengario fue luego después electo Obispo de Girona. Con todo eso, después de muchas disputas con interponer el Papa Gregorio IX su autoridad y decreto, Valencia fue sufraganea de Tarragona, y el primer Obispo de ella fue Ferrer de S. Martín de nación Catalán, y con esto el Arzobispo de Toledo desistió por entonces de su pretensión. De mas que como a todo esto se hallase presente el Rey y fuese el negocio de tanto peso, y que ni él en su historia, ni otros escritores de aquel tiempo en las suyas, ni el mismo Arzobispo de Toledo don Rodrigo, a quien por su interés tocaba anotar este perjuicio, habiendo escrito de la misma conquista de Valencia, no haya hecho mención alguna dello, es de creer que con el decreto Apostólico cesó del todo esta querella y pretensión. Y así quedó Valencia suffraganea de Tarragona hasta que el Papa Innocencio VIII año 1482 erigió a Valencia en Metrópoli, y hoy tiene por suffraganeas las iglesias de Mallorca, Orihuela y Segorbe.
Capítulo V. Que fue la iglesia catedral dotada de diezmos, y del repartimiento de ellos, y como comenzó a edificarse el templo de sant Vicente Martyr.

Hecha y erigida la iglesia mayor en catedral, y nombrado el Prelado para el gobierno de ella y de su diócesis, luego a imitación de las otras iglesias catedrales, se fundó en ella su colegio, y Cabildo de Canónigos y Dignidades, para los más principales cargos y ejercicios de la iglesia. Mas considerando el Rey que así porque a las iglesias y Eclesiásticos les son por divino derecho concedidos los diezmos de todos los frutos de la tierra: como porque se acordaba de la promesa pública que en una congregación de Prelados, Comendadores, y otros señores y Barones, hizo en la ciudad de Lerida dos años antes que tomase la ciudad de Valencia: de que si nuestro señor le hacía gracia de poderla ganar de los moros, restituiría en ella la iglesia Catedral, y la dotaría amplísimamente, conforme a lo que por el Concilio Laterenense, cuando le concedió los diezmos de las tierras que conquistase de moros le fue encargado, quedaba muy obligado a cumplirla: hizo perpetua y libre donación al Obispo y Cabildo de la iglesia mayor, de todos los diezmos del término de la ciudad y Diócesis de Valencia, para que le dividiesen entre el Prelado, Canónigos y Dignidades: reservando para si, y sus sucesores por concesión y gracia del sumo Pontífice, el usufructo de la tercera parte de ellos. Esto por recompensa de los grandes gastos que hizo, así en conquistar el Reyno de los moros, como por los que de allí adelante se habían de hacer para conservar lo conquistado. El cual tercio diezmo, con la misma obligación, fue después repartido entre muchos señores, barones, y universidades del reyno, por servicios hechos en la defensa del, quedándole al Rey mucha parte de ellos. Y es cosa de notar ver el pío y buen ánimo que mostró para con las iglesias, con tan favorables fueros y privilegios como ordenó y dio para la conservación y cobranza de los diezmos, y censos Eclesiásticos. Asimismo visitó los lugares antiguos y sagrados de la ciudad: señaladamente las cárceles y prisiones donde padeció el gloriosísimo mártir sant Vicente de Huesca, así dentro, como fuera de la ciudad: la cual desde entonces le tomó por su divino patrón: a cuya devoción y nombre mandó el Rey edificar un templo muy suntuoso y grande con su monasterio y convento de frailes Bernardos, fuera los muros de la ciudad camino de Xatiua, al cual también concedió grandes privilegios, e inmunidades para los criminosos, que se retrajesen (retruxessen) a él, como a la iglesia mayor, y le dotó de grandes posesiones y rentas. Sin eso mandó en frente del (que solo hay la vía pública en medio) edificar un Hospital para pobres peregrinos: a la puerta y entrada del cual está retratada mejor que en otra parte alguna, la verdadera imagen y efigie del mismo Rey en la pared, y tan bien impresa, que con haber pasado cuatrocientos años que se pintó con estar sujeta al polvo y lodo de la calle, se conserva para la vista muy entera. La causa porque este Templo siendo comenzado a edificar, paró el edificio, y se mandó después en vida del mismo Rey acabar a gran prisa, se dirá adelante.


Capítulo VI. Del repartimiento que se hizo de las casas de la ciudad para los soldados, y de los linajes y familias que quedaron en ella, y del privilegio que se dio a los de Lerida.

Habiendo el Rey, como cosa más propia y necesaria, dado fin a lo que tocaba al culto divino, se aplicó todo a hacer la división y repartimiento de las casas, campos, y heredades, entre los soldados y capitanes del ejército. Fue negocio este de muy gran peso, y que dio al Rey trabajo infinito, particularmente por las muchas donaciones que hizo a diversas personas de los campos y posesiones, los días antes que la ciudad se tomase: por que fueron en más número y cantidad que se hallaron campos para repartir. Comenzó primero por la división de las casas entre la gente y soldados que habían enviado las ciudades y villas Reales de Aragón y Cataluña. Repartidas pues y derribadas las casas viejas hechas a la morisca, cada uno edificó a su gusto otras muy altas, y más bien labradas. Quedan hoy desta memoria la calle de Zaragoza en la ciudad vieja, y la calle de Barcelona en la nueva, que se extendió fuera del muro viejo, al cual encerró de si el nuevo. También para los de Teruel asignó uno de los principales portales de la ciudad, defendido de dos grandes, muy fuertes y bien labradas torres que le tienen en medio, y se llama de los Serranos de Aragón, cuya cabeza es la ciudad y Comunidad de Teruel, de las cuales y su poder, arriba en el libro tercero se ha hecho larga mención. Por lo semejante hacia el poniente la vía de castilla, para la defensa de la principal puerta que llaman de Quarte, se plantaron los fundamentos de dos torres muy eminentes, cuales vemos a los dos lados de la puerta, y que por ser tan altas y tan bien hechas, y estar en los más alto de la ciudad puestas, descubren, y son descubiertas de los caminantes de tan lejos, que alegran extrañamente la vista, y dan muy grande muestra del gran ser de la ciudad, como convenía hacerlas tales, para ganar la boca, que dicen, a los Castellanos, por ser gente valerosa, y que sabe muy bien engrandecer lo mucho, y bueno, y no perdonar a lo poco y ruyn. Asimismo de las otras ciudades de Aragón como Calatayud, Iacca, Huesca, Tarazona, Daroca, Borja, Albarracín, y Balbastro, con las principales villas de Aínsa, Monçó, Alcañiz, Caspe, Montalbán (Montaluá), Pertusa, Exea de los caualleros, Cariñena: y también de Cataluña las ciudades de Tarragona, Tortosa, Vrgel, Vich, Girona, Balaguer y Elna, con la insigne villa de Perpiñá, Villafranca, Manresa, Tárrega, y Ceruera, Agramút, Granulles, Cruilles, con otras, de las que quedaron en la ciudad muchos valerosos soldados, y capitanes del ejército, con los sobrenombres dellas. Y fueron estos por sus memorables hechos muy estimados, y perpetuaron sus linajes y familias en ella, extendiendo su nombre y fama hasta en nuestros tiempos. Puesto que para los de Lerida se otorgó particular y muy favorable privilegio, por haber sido los primeros que en las baterías aportillaron los muros de la ciudad en tres partes (como está dicho en el precedente libro) pues en cuanto a ellos, ya dieron la entrada al ejército. Por donde como si fueran los primeros que escalaron el muro, y de hecho entraran la ciudad, cumplió el Rey con ellos lo que antes, cuando mandó pregonar el asalto, había prometido a las ciudades cuyos soldados primeros que todos hubiesen escalado, y entrado la ciudad. Porque tomando por motivo que estos tales por abrir camino al ejército se habían puesto en tan evidente peligro, y encomendado su vida a la balanza de la fortuna, y por servir al Rey arriscado sus personas, apique de dejar huérfanas sus mujeres, hijas, y hermanas: concedía a su ciudad dos cosas. La primera que pudiesen dar peso y medida a Valencia. La segunda enviar trescientas doncellas, para que el Rey las dotase y casase con los principales soldados del ejército: como de hecho vinieron luego de Lerida y de todo su distrito, y fueron por el Rey dotadas, y colocadas con sus maridos. Y también el peso y medida de ella aceptados e introducidos en la ciudad y Reyno, como hoy en día se usa dellos. Asimismo muchas otras familias y linajes poblaron la ciudad, no solo de Aragón y Cataluña, pero de la Guiayna, y otras partes de Francia que vinieron con el Arzobispo de Narbona: Como fueron los Narbones, los Carcassonas y Tolosas. Ni es de creer que a este buen Arzobispo, que tan principalmente ayudó al Rey en esta conquista dejase de agradecérselo, aventajándole con alguna más principal Prelacia, o en otra manera. Entre todos estos no faltó una nobilísima familia y linaje de Romanos (como dice la historia) que vinieron a servir al Rey en la conquista, y se quedaron a poblar la ciudad, llamados Romaníns, con el acento agudo en la última sílaba, que así los nombraban los de Guiayna y Cataluña. Los cuales no solo fueron proveydos de casas, campos y posesiones, pero tan estimados por sus esclarecidos hechos, y nación, que aunque mezclados con otras familias y parentescos, el sobre nombre de Romaní nunca le han perdido, antes otros linajes con este sobrenombre se han mucho ilustrado. Sobre todos fueron los antiquísimos y principalísimos linajes de Cataluña descendientes de los condes Berengueres, de los Moncadas y Cardonas, con los cuales quedó muy ilustrada esta ciudad y Reyno: en el cual señaladamente los Moncadas y Cardonas, quedaron muy aventajadamente heredados de tierras y vasallos.


Capítulo VII. De la traza que se dio para ensanchar la ciudad, y de las doce puertas y cinco puentes de ella, con el discurso de los primeros pobladores, y de los edificios que en ella se hicieron.

Por este tan célebre acrecentamiento de linajes y familias, para más ennoblecer la ciudad, mandó el Rey ensancharla mucho más de lo que antes era, y que se extendiese fuera del muro viejo. Y así se puso luego todo en orden, por el grande aparejo y comodidad que la ciudad tiene para edificar, dentro de si por la copia del agua de los pozos, y cabe si por la diversidad de mineros de piedra durísima y fortísima: también por la abundancia de cal, arena, y yeso, y mucho más por la continua obra que siempre anda de tierra cocida de ladrillos, con los cuales se hizo toda la muralla argamasada muy ancha, alta, y fortísima. Demás que para los pertrechos y enmaderamiento de las casas también alcanza toda la comodidad necesaria: así por los grandes bosques de pinos altísimos que nacen a jornada y media de ella en el Marquesado de Moya, de donde se provee de ordinario cada año: como por el gran compendio y facilidad que tiene para atraerlos por su río Guadalaviar, que pasa junto a los bosques, y recogida la madera, la trae río abajo hasta dejarla a las mismas puertas de la ciudad. De manera que a semejanza de los Romanos antiguos, cuando fundaban sus colonias, se señaló esta con un sulco llevando alrededor el arado: por el cual hizo levantar los nuevos muros, y quiso que la ciudad tuviese doce puertas: quizá por tener siempre su ánimo y pensamiento puestos en las cosas divinas: y por imitar aquella santa ciudad que vio y retrató el profeta Ezechiel, que se abría por doce puertas. Porque a su semejanza tiene la ciudad de Valencia otras tantas: tres que miran al Oriente, tres al mediodía, tres a poniente, y tres a septentrión: con cinco puentes grandes hacia el septentrión y al oriente sobre el mismo Río, y da cada una de ellas en un Arrabal, y en dos caminos reales. A fin que para todas las naciones y gentes del mundo se les abriese la puerta, y por falta de puentes no impidiese el río la entrada a los extraños. Pues realmente ningún natural quedó en ella (como está dicho) sino que fue toda poblada de extranjeros. De aquí parece que le es natural el acogerlos mejor que ninguna otra ciudad, para ser común patria para todos. De donde viene que muchos vulgarmente la llaman madre de extranjeros, y madrastra de los naturales, y no muy fuera de razón: porque estos descuidados de su estado, por el abundancia y regalo en que nacen y se crían, no estiman el bien que tienen, y fácilmente le pierden. Mas los extranjeros, como vienen de la necesidad a la abundancia y regalo, lo tienen en mucho: y por no perderle viven con recato, y con curiosidad le conservan: como se halla de muchos extranjeros, que entraron niños y desnudos en ella, y por su buen ingenio y diligencia, junto con la continencia, y sobriedad, acumularon en setenta años muy grande copia de hacienda: cuyos hijos que nacieron de madres Valencianas, y se criaron con el regalo de ellas, a los sesenta meses después de heredada la consumieron toda: por no haber cuando los padres de heredar a sus hijos de discreción como de hacienda. Pues levantado ya el nuevo muro, y fortificada y crecida la ciudad, luego comenzaron a derribar la vieja, por estar edificada a la morisca, y a labrarla muy suntuosamente, abriendo las calles, y descubriendo patios, los cuales muy en breve fueron llenos de casas, templos, monasterios, Hospitales, lonjas, y otros edificios públicos, sin dejar en toda ella lugar ocioso, ni impertinente. Señaladamente en la grande área y plaza del mercado, donde es incomparable el infinito concurso que de gente, de vituallas, y de todo género de provisiones de ordinario hay en él cada día. Mas por que se entienda la religión y fervor de devoción con que comenzó esta ciudad, y ha continuado su edificio en lo espiritual: vemos que allende de las trece iglesias parroquiales que después acá se han edificado y dotado de tan copiosa y venerable clerecía, se hallan edificados en nuestros tiempos, a gloria de Dios, treinta monasterios de todas las religiones, dentro, y alrededor de la ciudad, no muy dotados de rentas, pero mantenidos de la continua limosna de los vecinos de ella. De manera que ha llegado a ser la ciudad casi tres veces más de lo que era en tiempo de Moros: y por todas partes tan igualmente poblada, que no hay hijada, que dice, sino que toda es en todo ciudad Realísima.


Capítulo VIII. Como el Rey hizo los fueros del Reyno en lengua Lemosina, y se quejaron los Aragoneses porque no se escribieron en la suya.
Dado ya orden por el Rey en lo material de la ciudad, como en en los edificios y casas para habitar en ella, comenzó luego a darle la forma y espíritu, con las nuevas leyes y fueros necesarios para ser bien regida, y el Reyno con ella. Y por ser el Rey, no solo fundador de la ciudad, pero de sus leyes y fueros, quiso que se escribiesen en su propia lengua materna, que fue la Limosina, como se hablaba en Cataluña. La cual tuvo su origen en la ciudad de Limoges en Francia, y era común para toda la Guiayna: pareciéndole que por ser lenguaje llano lo entendería mejor el vulgo, y se libraría de tan diversas y confusas interpretaciones del derecho que suelen nacer de la variedad y extrañeza de las otras lenguas de España, porque de andar mezcladas unas con otras, eran fáciles y ocasionadas para dar muchos sentidos sobre cada cosa. Como entendieron esto los Aragoneses, que con ejército formado le seguían, y se habían hallado en la conquista del Reyno, y entrada de la ciudad, se tuvieron por muy agraviados, de que los fueros y leyes de Valencia se escribiesen en lengua Catalana, o Limosina, tan obscura y grosera: y que fuera harto mejor en la Latina, o alomenos Aragonesa. Mayormente porque los fueros, como leyes provinciales, están de si tan apegados, y toman tanta fuerza del derecho común y leyes de los Romanos, que para más clara interpretación dellos, era necesario escribirlos en la misma lengua que fueron escritas las leyes, como la Romana, o alomenos la Aragonesa: por ser esta no solo común a las demás de España: pero entre todas las de Europa (como se probará) más conjuncta, más hermana, y casi la mesma, con la Romana. También era del mismo parecer, y conformaban en la pretensión por su propia lengua los Castellanos, y los demás mercaderes Españoles, que allí se hallaban, que hablaban casi en la misma lengua que los Aragoneses: aborreciendo en grande manera la Catalana, o Lemosina, porque no se podían hacer a ella, ni hablarla, más que la Caldea.


Capítulo IX. Del origen de la lengua Española, que fue de la Romana, la cual se enseñó en Huesca de Aragón por los Romanos, y la aprendieron mejor que otros los Aragoneses.

Antes que por el Rey se satisfaga a la queja y agravios propuestos por los Aragoneses en el precedente capítulo, para mejor responder a todo, será bien mostrar lo que de su vulgar lengua Aragonesa se siente, y descubrir algunos buenos secretos del origen y principio de la universal lengua Española, que llaman Romance, que se nos ofrecen de presente: valiéndonos de esta digresión para mayor ornamento de la historia. Es a saber, como esta lengua fue totalmente derivada de la Romana Latina por haber sido por los Romanos introducida y enseñada por toda España, y puestas escuelas en las principales ciudades y lugares de ella: y como para los Aragoneses, que son la mayor parte de los Celtíberos, se pusieron en la ciudad de Huesca, donde no sola la aprendieron con mucha curiosidad, pero hasta en nuestros tiempos la han retenido, y conservado más pura, e incorrupta que en las demás partes de España. Pues cuanto a lo primero que la lengua Aragonesa, con la que llaman Castellana, hayan sido nacidas de la Romana Latina, y que esta fuese por los Romanos enseñada en España, claramente se colige del tiempo de Quinto Sertorio Senador y gran capitán Romano, el cual por haber seguido la parcialidad de Mario, persiguiéndole por ello L. Silla, fue desterrado de Roma, y se vino a España: donde descubriendo el generoso y natural valor de los Españoles, y su ardor y fuerzas para la guerra, aunque en lo demás los halló bárbaros y rudos (rudes): con su arte y maña los instituyó, y amaestró de manera, que no solo en armas, y en el ejercicio y uso de pelear, los igualó con los Romanos: pero aun halló modos, como en lo demás, hacerlos idóneos y suficientes para toda cosa de gobierno. Y así para que mejor conociesen el bien que les hacía, y le tuviesen todo amor y respeto, mandó poner escuelas en Huesca, con muy buenos maestros Romanos, para que les enseñasen las lenguas Latina y Griega, a fin de que con esta mañosa obra de enseñarles, realmente tuviese como en rehenes los hijos de los más principales señores de la Provincia: y para que con la instrucción en las lenguas, y erudición Romana, se habilitasen, y pudiesen ser acogidos a los cargos y preeminentes oficios de la guerra, según que Plutarco historiador grave más largo lo escribe en la vida del mismo Sertorio. Mas aunque a la verdad, Huesca de la cual habló Plutarcho, es diversa de la Huesca de Aragón, porque la otra está en la Andalucía al extremo de los Tudetanos, donde Sertorio hizo sus guerras, y hoy se llama Huéscar, y la de Aragón está fundada a las faldas de los Pyrineos hacia el Septentrión: pero de su antigüedad (antiguidad), y gran tiempo que duran sus escuelas, con otros vestigios e indicios que de los Romanos se hallan en ella, claramente se ve que fue también en esta Huesca fundada Academia de lenguas, y con la continua lección perpetuada. Porque es más que verosímil, que otros capitanes Romanos antes y después de Sertorio, como los dos Scipiones y Pompeo (Pópeo), principalmente el Emperador Augusto César (Caesar), hicieron escuelas en España, y mucho más en la citerior donde están los Aragoneses, y donde más ellos se detuvieron. Y así se muestra que en ninguna parte mejor que en Huesca las instituyeron, por no hallar otro lugar más apto para el propósito de los Romanos: por ser esta ciudad de asiento alegre y bien fortalecida, de muy fértil campaña, y de toda cosa provista (proueyda), ser muy mediterránea, para más seguramente retener como en rehenes los estudiantes nobles, y más por estar separada del comercio y comunicación de diversidad de gentes, para no ser distraídos de sus estudios y ejercicios de lenguas: a efecto que después de haber bien aprendido la Latina, no solo se valiesen los Romanos dellos como de farautes y espías para descubrir los ánimos y designios de los Españoles, tan amigos de libertad, pero también para que fuesen admitidos así al gobierno y cargos de la República como en los oficios de la guerra.


Capítulo X. De la afición con que los Españoles aprendían la lengua Latina, y como en todas las villas y ciudades de España había públicas escuelas para enseñarla, y que en los Aragoneses quedó más apurada.

Para confirmación de lo dicho en el precedente capítulo, se halla que cebados los Españoles de los premios que los Romanos daban, y honras que hacían a los más hábiles en la lengua Latina, se dieron con tanta afición y estudio a ella, que hasta los padres, hermanos, y hermanas, cogían cada día de los niños cuando volvían de las escuelas, las lecciones (liciones) que habían oído aquel día, y con esto hacían la lengua Latina familiar y doméstica. Y en fin aquellos nombres y vocablos que los Romanos ponían a las cosas se recibían y han quedado para siempre en España. Llegó este ejercicio a tanto, que hay quien escribe, que no había otros juegos para los niños, ni se permitían otras contiendas para tirar a la joya, sino por mejor hablar en Latín, declamando por las plazas y cantones para más ejercitarse en el uso de la lengua. De manera que no solo en las dos Huescas, pero en las más ciudades y villas de España, se ha de creer, había instituidas escuelas y puestos maestros para que juntamente con las lenguas enseñasen todas las artes liberales, para más atraer a los auditores a entender los misterios y admirables secretos dellas. Señaladamente en la ciudad de Sagunto junto a Valencia, que hoy se llama Murviedro, donde (como adelante mostraremos) fue tanta la devoción que para su mal, tuvo al senado y pueblo Romano, que no solo tomaron sus leyes y costumbres para regir su República, pero también aprendieron la lengua Latina para entenderlas. Pues para manifiesto argumento de que la entendieron y hablaron familiarmente, está aun en pie el gran teatro que edificaron en la misma ciudad para representar al pueblo las comedias Latinas que les enviaban de Roma: y es muy cierto que tan gran concurso de pueblo, no era para solo ver, sin que entendiesen la lengua en que ellas se representaban. Porque de otra manera, como es posible que todos los Españoles chicos y grandes hombres y mujeres aprendiesen la lengua Latina, ni que la convirtiesen en tan cotidiano y familiar uso de hablar, y en el tanto se fundasen, que por él, sin más dejasen el antiguo y materno suyo propio. Demás de eso, que tuviesen el Latín Romano con tantas raíces (razizes) aprendido, que ni por la nueva lengua de los Godos, ni por la bárbara Arábiga de los Moros, que después entraron en España, jamás se haya perdido, ni vuelto a la antigua? Salvo que con el tiempo, como los Romanos se apartaron de España, y los vocablos iban faltando, los Andaluces entre otros, ayudándose de los nombres Arábigos de Granada su vecina, los mezclaron con la Latina. Mas no fue así de los Aragoneses, los cuales con la misma tenacidad y porfía que acostumbran emprender otras cosas, han conservado hasta hoy aquella misma lengua Latina que se aprendió en las escuelas de Huesca: Porque no hablan vulgarmente otros vocablos que, o, Latinos, o derivados de ellos: y también muchos Griegos, si se atiende a la etimología (Etymologia) dellos. Pues entre otras hemos leído algunas Epístolas compuestas de unos mismos vocablos y una misma significación y congruencia (congruydad) en las dos lenguas Aragonesa y Latina: y también con curiosidad, hemos hallado (sin las que han introducido los Médicos) ochenta dictiones Griegas y Aragonesas de una misma terminación, significación y sentido. Para que se vea cuanta ha sido la firmeza y constancia de los Aragoneses, pues por la vecindad y contratación de los otros Reynos propincos, de lengua más inculta, no se les ha apegado nada en su cotidiano uso de hablar: mayormente estando rodeados a la parte de mediodía de los Moros de Valencia que hablan en Arábigo (Arauigo), por la de oriente de los Catalanes, con su lengua Lemosina: a la de Septentrión de los Cántabros, que incluyen Vizcaínos y Navarros: de cuya lengua como reliquias de la antigua Española (lo que piensan muchos) ni en un solo vocablo se han aprovechado: sino que con la conversación de los Castellanos, que retienen la lengua Romana, se han conservado, sin que en el valerse de vocablos ajenos les hayan imitado (imtado). Ni se admite por verdadero lo que algunos pretenden (pretiendé) que los Aragoneses hablan Castellano grosero y bastardo, y que tienen los mismos vocablos que en Castilla, sino que no los componen en buen estilo: porque como está dicho ambas a dos lenguas tienen una origen y principio de la Latina, y así no puede ser una dependiente de la otra: sino que como dice el proverbio. Todos de un vientre y no de un tempre. Porque a la verdad los Castellanos tienen los conceptos de las cosas más claros, y así los explican con vocablos más propios y bien acomodados demás que por ser de si elocuentes en el decir, tienen más graciosa pronunciación que los Aragoneses, los cuales pronuncian con los dientes y labios, y los Castellanos algún tanto con el paladar, que les ha quedado del pronunciar de los Moros que forman las palabras con la garganta y es cosa de gusto, oír a un moro hablar Castellano, ver cuan limpia y graciosamente lo pronuncia, que casi no le toca con los labios. Puesto que por el mismo caso los Aragoneses pronuncian mejor la Latina que los Castellanos, porque profieren con los labios y dientes que son los principales instrumentos de la pronunciación Romana: cuya fuerza ha podido tanto, que habiendo quedado en Aragón muchos pueblos de Moros, que llaman Tagarinos, entre los Cristianos, los Aragoneses no solo no han usurpado algún vocablo Arauigo dellos, pero les han forzado a dejar su propia lengua por la Aragonesa: la cual se ve que hoy hablan todos. Para que por ningún tiempo pueda llamarse bárbara la lengua Aragonesa, así por ser más conjunta que todas a la Latina: como por haberse conservado por tantos siglos entre tantas bárbaras sana, e incorrupta. Ha sido necesario traer todo esto de la origen y observación desta lengua, a propósito que la pretensión de los Aragoneses cerca los fueros de Valencia, como está dicho, no pareciese impertinente: ni ellos indignos de que el Rey en esto les complaciese: pues la conquista del Reyno de Valencia por la antigua división entre el Rey de Castilla, y el de Aragón, tocaba a los Aragoneses, los cuales no habían faltado con su ejército, empleando vidas y haciendas en conquistarlo: por lo cual merecían que en nombre suyo, y de su Reyno se escribiesen los fueros de Valencia en su lengua, y aunque se redujesen a los fueros de Aragón todos.


Capítulo XI. De las justas causas que el Rey dio para escribir los fueros en lengua Lemosina, y de la excelencia dellos, y grandeza de la ciudad.

Perseverando el Rey en su determinación, no embargante la queja de los Aragoneses, mandó escribir y publicar los fueros y leyes del Reyno en su propia lengua Lemosina, por las justas y legítimas causas que su Real consejo para ello dio. Primeramente porque estaba en absoluta libertad del conquistador dar leyes nuevas a los pueblos por él conquistados, escritas en la lengua que quisiese, solo que estuviesen fáciles y claras de entender, sin curar de más elegancia, ni arreos de palabras porque había de ser llano y manifiesto al pueblo lo que para su amonestación, o castigo se le daba por ley. Y así tomada la ciudad y echados por una parte todos los Moros de ella, y por otra acogidos los Cristianos de diversas tierras para poblarla, era necesario que el conquistador introdujese (introduziesse) su propia lengua: a fin que no solo quedase en ella su gloriosa memoria, pero que con esto satisficiese (satisfiziesse) y cumpliese con la voluntad y honra de la mayor parte del ejército y gente que le ayudaron en la conquista. Pues se hallaba haber sido doblada la gente y ejército de los Catalanes con los de Guiayna que siguieron al Rey en la conquista y población de Valencia, que la de Aragoneses, y de otras partes. Demás que no era cosa conveniente que los Valencianos que tan conjuntos (coniunctos) estaban en el trato de mar y tierra con los Catalanes y de la Guiayna, usasen de otra lengua que de la que era familiar y propia a los unos y a los otros, y por eso mucho menos necesario, ser regidos y juzgados por leyes y fueros escritos en extrañas lenguas. Ni era buena consecuencia, que por tomar los fueros su fuerza e insistir en el derecho común, por el cual se han de declarar para bien juzgar con ellos, se hayan de escribir en lengua Latina, o en la más conjuncta a ella: por que no había cosa más ajena de la intención del Rey, que revolver sus fueros claros con leyes oscuras. Pues no por otra causa quiso que sus fueros se escribiesen en lengua tan vulgar y llana, que por desterrar desta Repub. tantas, y tan varias y dudosas interpretaciones del derecho: mandando con expreso fuero, que en caso que se ofreciesen dudas sobre la inteligencia del fuero (que suelen estas hacer siempre tardos, e irresolutos a los Dotores en el determinarse) no se recorriese a ellos, sino a solo juicio de buenos hombres: y que estos no atendiesen sino a la pura verdad del hecho, y conforme a ella juzgasen. También por dar con esto alguna satisfacción al pueblo malicioso, para el cual no hay cosa más grata, que ser juzgado de jueces sacados de medio del, como de compañeros, que a estos vemos que cree más, porque a los Doctores tiene los por sospechosos, y cavilosos. Con estas razones y causas que el consejo dio de parte del Rey a los Aragoneses, desistieron de su demanda, y se conformaron en todo con la voluntad del Rey. Mas porque continuemos nuestro propósito, fundó el Rey con tan principales y bien advertidos fueros su Repub. Valenciana, a juicio de todos los que con curiosidad han reconocido y visto otras Repúblicas por el mundo, que ninguna los tiene más claros, más santos, ni mejores. Según que la misma ciudad lo testifica con su buen gobierno y augmento, como fruto que nace de ellos. Pues llega a ser tan poblada, tan rica y abastada, y de aquel tiempo acá tres veces mayor de lo que era. En tanto, que con haber muchas Valencias en la Europa, los Franceses la han llamado siempre la mayor diciendo en su lenguaje (Valance le gran) porque a la verdad sus casas llegan a número de diez mil, y vecinos son veinte mil, sin sus arrabales, y caserías de la huerta, que llaman Alquerías que son otra tanta ciudad.


Capítulo XII. De la elección que el Rey hizo de Fieles para repartir los campos y heredades, y como murmurasen de ella, la hizo de otros, y en fin volvió a los primeros.

Hechos los fueros y leyes para el gobierno de la ciudad y Reyno, fue el Rey muy solicitado por los oficiales del ejército hiciese la repartición y distribución de los campos y heredades de la huerta y dehesas, contenidas en el distrito de la ciudad, como cosa debida, y que por recompensa del saco de ella, que les había quitado de las manos, andaban todos muy intentos en la demanda: mayormente los que antes de tomada la ciudad habían alcanzado del Rey donaciones de tantas jugadas de campos. Por esta causa eran intolerables las importunaciones de los pretensores. Por donde hecha ya la división de casas por los fieles que para ello se deputaron, de nuevo eligieron dos otros fieles, o repartidores para la división de los campos. Para lo cual fueron nombrados por el Rey, don Assalid Gudal letrado y del consejo Real, y don Ximen Pérez Tarazona Vicecanceller del Reyno de Aragón, dos nobles Aragoneses, y muy diestros en las cosas del gobierno, y que no solo eran señalados por la mucha plática y experiencia de negocios, pero en la sciencia legal excedían a todos los de la Corte, y valer en las dos cosas era tenido a los nobles y generosos por muy honroso. De suerte que se les dio cargo para que reconocidos los campos, según el espacio y medida dellos, se asignase a cada uno lo que conforme a las donaciones hechas por el Rey les pertenecería. Sobre este nombramiento de los fieles para la división, hubo grande murmuración entre los señores y capitanes del ejército, y con esto mucha queja del Rey: pareciéndoles no ser cosa decente para negocio tan principal, nombrar tales fieles, por muy honrados y letrados que fuesen: que fuera harto más acertado nombrar otros de los mayores Prelados Eclesiásticos, y más grandes señores de su Corte. Lo cual aunque desagrado mucho al Rey, pero considerando que los mismos grandes que pedían el cargo, hallándose inhábiles para regirlo, luego mudarían de parecer, sin dar más parte dello a Gudal, ni a Tarazona, respondió que nombrasen los que quisiesen, que los aprobaría, y daría el cargo. En la hora fue dada al Rey la nómina de los que podían ser nombrados, que fueron de los Prelados, Berenguer Palaçuelos, y Vidal Canellan, Obispos de Huesca y Barcelona, y de los grandes, don Pedro Fernández de Azagra señor de Albarracín, y don Ximen Vrrea General de la caballería, ambos nobilísimos señores, y muy esclarecidos en la guerra, y así el Rey les confirmó luego en el cargo. Quejáronse mucho al Rey los primeros nombrados, por haberlos así súbitamente privado del cargo sin oírlos, y con gran mengua suya admitido a otros. Respondioles el Rey, que no se les diese nada por ello, porque tenía por muy cierto que los nombrados, viéndose embarazados por su inhabilidad, y dificultades del cargo, no solo le renunciarían, pero que con muy grande honra volvería a ellos: cuanto más dijo el Rey, que sé yo algún secreto, que cuando torne a vosotros el cargo siguiendo mi parecer, desharéis todas las dificultades y estorbos que se os puede ofrecer. De manera que los cuatro fieles comenzaron a poner mano en la división, y como luego se les ofreciesen grandes enredos, y ni supiesen, ni pudiesen deslindarlos, y con esto fuesen de día en día difiriendo la división, y creciese mayor murmuración contra ellos, que contra los primeros, luego de si mismos se inhibieron del cargo, y le renunciaron del todo.


Capítulo XIII. Como el Rey gustó mucho de los que dejaron el cargo del repartimiento, y que se restituyó a los primeros, y de la industria que dio en la repartición para que fuesen muchos heredados.

Gustó mucho el Rey de los Prelados y Grandes, que habiendo con alguna ambición procurado para si el cargo de la repartición con gran aplauso del ejército, sucedió que por las causas dichas, no solo le dejaron, pero pidieron volviese a los primero nombrados Gudal y Tarazona: a los cuales llamó el Rey, y en presencia de todos les confirmó el cargo: y para que mejor, y con más honra saliesen con la empresa, les descubrió su pecho, dándoles el modo y traza que habían de tener para quitar de raíz todas las dificultades, y embargos del repartimiento: porque se descubrían tan grandes, que casi imposibilitaban la repartición: las cuales mostró el mismo Rey se quitaría, haciendo dos casos con su autoridad y decreto. La una que así como en Mallorca en semejante división se había usado, las jugadas de los campos, que antes eran cada una de tantos celemines de simentera, de allí adelante se redujesen a la mitad, y sobre esto se estableciese ley perpetua: pues con buen título y razón podían los conquistadores hacer y dar (como está dicho) nuevas leyes a los conquistados, mayormente no quedando ninguno de ellos en la ciudad, y viniendo bien en esta ley los que de nuevo la poblaban. La otra era, que se examinasen muy bien las mercedes y donaciones hechas por el Rey antes de tomar la ciudad, y que reconocidos los servicios y gastos hechos por cada uno de estos tales, y limitados según el tiempo que siguieron la guerra, y ejercitaron las armas, así fuese la justa recompensa dellos: porque desta manera sobraría para todos. Siguiendo pues los fieles la forma y advertimiento del Rey, no solo igualaron los campos con las donaciones, pero aun sobraron tierras: y con esto fueron heredados en la huerta y campaña de la ciudad, CCCLXXX hombres principales del ejército de los dos Reynos, los que por su valor y mano se ennoblecieron en esta conquista. Esto fuera de los grandes, y principales del consejo real, porque a estos el Rey les repartió, y dio en feudo villas y castillos por todo el Reyno, con la obligación de seguir al Rey en tiempo de guerra, o en otra manera, de mayor o menor cargo: según la merced hecha a cada uno dellos. Cuyas familias y linajes desde la conquista acá, han florecido y perseverado con mucha alabanza, y quedan en sus estados con la gloriosa memoria de sus antepasados.


Capítulo XIV. De donde les viene a los Valencianos ser valientes en el acometer, y por qué causas el Rey les permitió los desafíos, y como fue Valencia Roma primero llamada.

Con el buen repartimiento de campos y heredades que los fieles con el consejo del Rey hicieron, quedaron colocados en esta ciudad tan gran número de gente escogida, como arriba dijimos. Los cuales con el buen sustento, y continua guerra que siempre tuvieron en defender la ciudad, y conquistar el Reyno de los Moros, la ennoblecieron con su linaje y familia en tanta manera: que no sin muy justa causa entre todas las ciudades de España la llamaron Valencia la noble como planta frutificante, y descendiente de aquellas primeras familias de Aragoneses y Catalanes, que por haber seguido a este Rey en tantas guerras quedaron por sus propias manos ennoblecidas. Lo cual se arguye de la misma nobleza y fortaleza que hoy queda y permanece en sus descendientes. Pues realmente de la gente Española, ni para acometer, ni para menos tener cualquier peligro en las empresas, jamás fueron los Valencianos de los postreros. Porque a estos la saturnina melancolía de los Catalanes sus progenitores, mezclada con lo dulce de la tierra a que son muy dados, se les ha convertido en pronta y Marcial cólera. Y tanto más porque Marte es señor, y está en la casa del signo Escorpión, al cual, por observación de Astrólogos, está sujeta Valencia. Y así la concurrencia de los dos planetas (según lo afirma Cipriano Leouicio) hace los hombres generosos, fuertes, animosos, airados, ardientes, prontos, liberales, arrojados a todo peligro, buenos para gobierno, vanagloriosos, amigos de venganza, y que no sufren injurias como estos. De aquí fue que para moderar esta su natural y pronta cólera, porque movida se les pasase presto, y con darle un desvío pronto, no se reconociese en venganza, a fin que luego en pasar la guerra se siguiese la paz: les permitió el Rey los desafíos de uno a uno, o de tantos a tantos. Así porque aflojando la cólera con la presencia e igualdad del trance y armas, diese lugar a la concordia: como porque por la codicia de ganar honra y victoria en el combate, se aumentase el ánimo, y mantuviesen las fuerzas para emplearlas contra los enemigos de la Repub. De donde ha venido que, o por el natural hervor de la sangre, o por el apetito de gloria, no hay gente como ella, que menos rehuse este género de combate, ni a que más se haya siempre dado. Por esta misma causa, y ser los Valencianos tan propincos a los Saguntinos (como adelante mostraremos) es posible que antiguamente se hubiesen igualado en fuerzas y valor con ellos. Ni se da por fabuloso (dando la antigüedad por autor) lo que vulgarmente se refiere, que Valencia fue primero llamada Roma, por haber sido nombre impuesto por Griegos corsarios, que navegaron por estas partes, e hicieron sus entradas y correrías por las tierras y lugares marítimos, y que de haber hallado en Valencia más resistencia, y gente más guerrera que en las otras tierras, la llamasen Pxuñ
que quiere decir valentia: y que por esta causa los Romanos reduciéndola a colonia, la llamasen Valécia, porque no encontrase con el nombre de Roma: mudando la voz, y quedando la significación, según que en nuestros Comentarios de Sale, lib. 2 más largamente se declara.


Capítulo XV. Que los Aragoneses que vivían en Valencia podían ser juzgados según los fueros de Aragón, y aunque se les negó, fueron parte para que los de Valencia fuesen más benignos, y del abuso dellos.

Volviendo a las leyes y fueros que el Rey estatuyo para la ciudad y Reyno, con asistencia de hombres muy letrados y expertos, y que habían considerado las leyes y gobierno de otras Repub. principalmente teniendo atención a los vicios e insolencias en que la mocedad Valenciana incitada por el gran regalo y abundancia de la tierra podía caer: determinó por estas causas fuesen los fueros de Valencia algo más ásperos que los de Aragón, los cuales de muy benignos, entre otras cosas, eximen a los delincuentes de venir a cuestión de tormento: y así quedaban los de Valencia en el inquirir, castigar y punir muy severos y rigurosos. Lo cual visto por los Aragoneses que estaban heredados y vivían en Valencia, acordándose de las libertades, y benignidad de fueros de Aragón, tentaron de contrastar sobre esto, siquiera por eximirse de ellos: pretendiendo que puesto que vivía en Valencia, habían de ser juzgados ellos y sus haciendas conforme a los fueros de Aragón. Pero fue por demás su demanda, porque se les respondió, sería cosa semejante a monstruo de dos cabezas, ser la ciudad y Reyno juzgado con leyes y fueros entre si contrarios y diferentes. Con todo eso fue tanta la porfía de ellos, alegando las libertades y benignidad de los fueros de Aragón que fueron parte para que se moderasen y diesen a Valencia fueros más benignos de lo que estaba ordenado, y de lo que agora (según la viveza de los ingenios y libertad de la gente) se les hubiera concedido. Puesto que a la verdad los mismos serían, agora como entonces, también suficientes para desterrar los vicios y males de la tierra, si se diese lugar a la ejecución dellos, y en los crímenes se ejecutase luego su rigor, y en los pleitos y cosas de hacienda, no se ampliase tanto su benignidad y favor, como adelante lo notaremos.


Capítulo XVI. De la razón por que se describen las excelencias de la ciudad y Reyno tan copiosamente, y de las justas causas que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por poblar a Valencia.

No hay porque maravillarse, ni tener a demasiada afición, el tanto detenernos en la descripción de las excelencias de esta ciudad, que parece no queremos dejar cosa por decir de ella: porque en esto cumplimos con el oficio de fiel historiador, cual a este Rey se debe. Pues si de alabar el mundo con las grandes maravillas que en él hay, resulta tanto mayor obligación para haber de alabar al sumo artífice y criador del y dellas, como de obra y hazaña por sus manos hecha: a imitación y sombra de esto, habiendo sido el Rey el primer conquistador de esta ciudad, y echado a todos los infieles de ella, y de nuevo plantado la fé y religión Cristiana, regándola con la viva agua de doctrina divina, la cual mandó luego introducir en ella: y que por haberse con sus tan excelentes fueros y leyes perpetuando el buen gobierno y conservación de ella, ha llegado a ser y prosperar mucho más de lo que aquí la podemos alabar y con nuestro ínfimo estilo engrandecer: Porque todo esto no resultará en mayor loor y gloria del mismo conquistador? Como siendo esta una de las más bien acabadas hazañas por sus Reales manos, no será aquí muy copiosamente descrita y amplificada? Para que continuando lo dicho, con lo que por decir queda de ella, pasemos adelante, y mostremos, como a causa de haberse salido todos los moros de la ciudad, y quedar del todo desierta de gente, se siguió, que el ejército, no solo de los Aragoneses y Catalanes, pero de Franceses y Romanos (como arriba dijimos) se quedasen a poblarla, y por ella olvidasen sus propias tierras, por las sobradas causas y razones que para ello tuvieron. Porque si los hados (como el vulgo dice) les hubieran ofrecido felicísimo asiento y morada en esta ciudad, así fue igual la importunidad de todo el ejército, por ser acogidos en el repartimiento de las casas, y de los campos y heredades, para quedarse a vivir con ella. De manera que tan presto como la ciudad fue despoblada de los moros, fue poblada y dos tanto aumentada por los cristianos: pues con la religión y fueros tan santos para su temporal y espiritual gobierno, juntamente se introdujo (introduzio) la política (policía), y delicado modo de vivir en ella. Mas porque declaremos en particular algunas de sus principales excelencias, por las cuales es tan conocida y nombrada en todas partes: vamos por cabos declarando lo más principal de ella, y por lo que llega a ser muy singular entre todas las de la Europa. Como es por la comodidad de su asiento, por la gran templanza y suavidad de aire: por su rica y varia fertilidad de campaña: por su grandeza y concurrencia de gente: por su trato e infinidad de mercadurías, con las propias y muchedumbre abundancias del Reyno: que todo será para más descubrir el lustre y gran ser de ella. Volviendo pues a su asiento y fundación, lo que se entiende es, que según su natural sitio y aparejo para ser muy poblada, su fundación fue muy antigua entre todas las ciudades de España (según que otros escritores lo han significado) pero su aumento comenzó de aquel tiempo que la gran ciudad de Sagunto su vecina a XII mil pasos de ella (donde agora está Murviedro) fue destruida por Annibal y ejército de los Cartagineses, como adelante diremos. Porque se cree, que después de esta destrucción, que por no haberle acudido con el socorro el pueblo Romano padeció Sagunto: proveyó el Senado viniese Gne. Scipion procónsul a España, para ver si podría reparar las ruinas y pérdida de ella: pero como la halló tan despoblada y yerma, así por la gran falta de aguas, que por los conductos ya rotos solían traer a su río y vega: como porque Valencia, y otros pueblos vecinos a Sagunto, se las habían usurpado, y dividido entre si su territorio y campaña, pasó a Valencia, donde vista la gran fertilidad de la tierra, con la abundancia de aguas que para ser bien cultivada tenía, dejó a Sagunto, y en su lugar hizo a Valencia colonia Romana, y la sustituyó en toda la señoría y mando que Sagunto en su territorio poseía: ennobleciéndola con nuevos edificios, y otras comodidades públicas (como luego mostraremos) a causa de ver su felice asiento, y constelación (costellacion) próspera debajo del signo de Escorpión, con la compañía de Venus y Marte: los cuales (según la opinión de Astrólogos) causan admirables efectos, como en el capítulo XII, poco antes se han copiosamente declarado: y que bastan los efectos para creerlo. Lo mismo se halla en lo que toca a la pureza y sanidad de aire, y hermosura de tierra. Porque está situada en el mejor, y más templado suelo de la Europa: por estar hacia la marina, abierta al oriente: para que antes que los vapores crasos y húmedos que de la noche quedan puedan dañar por la mañana a los ciudadanos, los haya el sol ya levantado y disipado. Está hacia el Septentrión a tres leguas rodeada de un perpetuo monte, que desde el cabo donde está el devoto monasterio de frailes menores, que llaman Val de Iesus, corre hacia poniente y mediodía en forma de semicírculo, que comprende toda su vega y huerta. Por el cual monte pasan de invierno, y se refrenan los rigurosos vientos de la Tramontana, que revueltos con la fragancia de tan buenas yerbas y flores, purgan los malos vapores, y desecan las humedades de ella. A los cuales suceden de verano los vientos que los Griegos llaman Etesias, que son el Boreas templado: y muy saludables, porque suelen estos templar el excesivo calor de los caniculares. También por el poniente se vale de los lluviosos vientos de Castilla: para que con el más cómodo regadío del cielo, maduren los frutos de su vega, y los del monte crezcan. Puesto que su mayor abundancia de aguas le acude por el Levante: del cual también se vale para hacerse venir las naves cargadas de pan de Sicilia hasta su Grao y marina. Finalmente por la parte de mediodía, por donde había de ser más infestada, también templan su calor los suavísimos vientos Australes, que rociados del mar, por donde pasan, refrescan la tierra, y cuando el sol es más ardiente más los mueve, y son los que llaman embates. De donde es que con haber en ella concurso de todas las gentes y naciones del Orbe, a dicho de todos, ningún otro aire como el de esta ciudad se halla más común y saludable para todos: y tanto más porque si acaece a los extranjeros adolescer en ella, no hay otra en la Europa más pueda de remedios que ella para cobrar la salud: así por el grandísimo ejercicio de la medicina platica y especulativa que en si tiene: como por la mucha abundancia y excelencia de adrogas, de yerbas, y mucho más de regalos que en ella hay para los dolientes: y que se puede muy bien decir, como suelen, que valen más los regalos de Valencia que las medicinas de otra parte. Pues si consideramos las aguas en ninguna parte se hallan más saludables que en ella. Porque su río Guadalaviar, que viene de hacia el septentrión fresco, y desde su nacimiento muy quebrado y ligero por entre peñas, llega tan apurado, que según opinión de Médicos, y se prueba por experiencia, ningún río hay de agua más sana y delgada, que la suya. Mayormente después que la ciudad goza del ordinario y abundoso acarreo de la nieve, cuyo efecto es comunicar toda su frialdad al agua puesta en vasos (no mezclada con ella, que no es sano) sino con circular movimiento meneados, y refregados con en ella: porque de esta manera, restituyendo al agua su propia calidad primera que es de frigidísima, viene a ser muy grato, y para la concoction, y digestión, muy apto y sano el beber con ella. Porque demás del suavísimo regalo que se alcanza con el beber frío en tierra de si caliente, y más siendo el tiempo ardiente: aun es mayor la salud que se le sigue de esto, por la templanza y freno que el frío pone al excesivo calor interior de los cuerpos, cual del calor de hígado se padece en ella: como en nuestros Comentarios de Sale lo tenemos más largamente probado. Puesto que no por eso deja de ser buena el agua de los pozos, sino es para quien no la tiene vezada, de la cual abunda en tanta manera la ciudad, que con los de los arrabales se hallan treinta mil pozos en ella. Los cuales ayudan mucho a la firmeza y sanidad de la tierra, defendiéndola así de terremotos y otras aberturas, como de pestilentes vapores, para que salga no con ímpetu, debajo de la tierra sino poco a poco, y como rociados y templados por los mismos pozos.


Capítulo XVII. De la rara y artificiosa obra de los albañares de la ciudad, y de la gran limpieza y sanidad que tiene por ellos.

Se junta con los demás provechos que los pozos hacen a la ciudad, para ser una de las más limpias y sanas del mundo, lo que ayudan ellos para conservar y mantener aquella tan singular y rara obra de los albañares públicos, que en latín llaman cloacas, con los particulares de cada casa, hechos los unos y los otros con tanto artificio, y comodidad para la limpieza de la tierra: que realmente cuando no los había debía ser esta ciudad muy intolerable y enferma, por ser húmeda y caliente, donde más fácilmente se corrompen las cosas, que si fuese fría y seca. Como lo vemos de muchas otras, que por falta de esta policía, no solo se valen de corrales llenos de suciedades, pero las calles quedan inficionadas de mil inmundicias con intolerable hedor por las mañanas. Y así se halla que excede en esto a las cloacas y policía de Roma, y las demás ciudades de la Europa. Puesto que es fama fue por los Romanos hecha esta obra en Valencia, siendo Gne. Scipion procónsul y Presidente de España, y que por orden suyo se edificaron estos albañares, por sacar las suciedades no solo de cada casa, pero todas juntas sin ningún mal olor, fuera de la ciudad: lo cual es argumento que sin ellos no se podía vivir en ella. Esta obra subterránea dellos con tanto artificio, y suntuosidad hecha, que no fue menos que edificar media ciudad el acabarla, por tantos arcos, puentes, y bóvedas que en lo profundo hay, y tan fuertes, que aun causa mayor admiración, que de mil y setecientos años acá que se edificaron, han siempre permanecido y permanecen en su rigor y entereza de obra. La cual está acabada desta manera, que por la parte de entre septentrión y poniente, donde tiene un poco de pendiente la ciudad, le entra una grande acequia de agua, sacada del mismo río: la cual después de haber aprovechado para adobar paños y tinturas, se divide en tres otras acequias, que llevadas debajo tierra por sus albañares, no solo reciben las aguas de las lluvias que se recogen de las calles por los albellones, o caños, pero aun recogen las inmundicias o heces de todas las casas para echarlas fuera de la ciudad. Y con esto vienen a ser muy grandes por esta vía, que tiene cada casa por si pozo y cocina, de los cuales todas las aguas que echan caen en aquella canal, en la cual entran las inmundicias de la casa, las cuales ayudadas con el agua, por sus alcaduzes da en las madres o canales que artificiosamente hechas va por medio y debajo de las calles, hasta que da en los tres grandes albañares. De esta manera las suciedades de cada casa por si, y de todas juntas, van por fuera de la ciudad, hinchiendo los fosos y barbacanas entorno de ella, hasta que toman la vía de la mar, y fertilizan muy mucho los campos que de paso riegan. Pasa más adelante la policía, que si acaece en casa, o por las calles, ataparse los albañares, esto se conoce luego en el estancarse la corriente de ellos: y en abrir la madre, o canal en aquella parte se purga en la hora, sacando la suciedad. La cual no es intolerable de hedor, como suele en otras partes, ni infecta (inficiona) el aire, por cuanto no está de mucho tiempo represada. Para que así como en un cuerpo humano nace la dolencia de la dificultad que hay para expeler (expellir) sus excrementos, y como por el contrario sana con la fácil evacuación dellos: por lo semejante se prueba, que la principal salud de esta ciudad consiste en la limpieza y continua evacuación de las inmundicias de ella.


Capítulo XVIII. Del estanque llamado Albufera que no es malsano, antes causa muy gran provecho y recreación a los de la ciudad.

Mucho menos hay que oponer por contraria a la salud de la ciudad la vecindad del estanque, que llaman Albufera en arábigo, y significa mar pequeño. La cual está a una legua de la ciudad, y tiene tres de largo: por pretender algunos que por estar al mediodía, y retenidas en él las aguas, fácilmente se corrompen con el grande calor de la tierra, e infectan la ciudad. Lo que en ninguna manera se sigue, ni puede corromperse, a causa de ser tan grande y espacioso, y entrar en él algunas continuas acequias de agua, de la cual, y de la del cielo viene a crecer tanto, que lo abren de cuando en cuando por la parte donde está estancado y más propinquo al mar, y por allí se vacía y purga toda su hez y corrupción. De donde se sigue que entrando aquella agua en la mar al gusto de su dulzura suben infinitos peces pequeños por la corriente arriba, y se meten por el estanque adelante, los cuales creciendo, y no permitiéndoseles volver al mar, es increíble la ganancia que dan a los pescadores, y provisión a la ciudad, por ser tanta la abundancia de pesca que en él se queda. Demás de la infinita diversidad de aves acuáticas (aquatiles) que de invierno vienen de otros estanques a este, tanto que lo cubren, y están tan asidas a él, que no hay levantarlas de una parte del estanque, que no se asienten luego sobre la otra. Por donde causan tan grande recreación y regocijo a los que navegan pescando y cazando por él, que viene a ser este uno de los más regocijados recreos y deleites de cuantos hay en la Europa: así por la seguridad de la navegación, por no haber en él tormenta, como porque a causa del poco hondo, que apenas llega a un estado de hombre, no puede haber naufragio que no sea más ridículo que peligroso. Y también por la variedad y singularidad de caza y pesca juntas, de que en él se goza. Pues se ve entre los que andan con sus barquillos navegando, los unos atender a pescar: los otros a levantar las aves espesas como nubes a volar sobre ellos, y cada uno con su arco a derribarlas a bodocazos, los otros a seguir los jabalíes que a veces se ven pasar a nado, y travesar el estanque de una dessa en otra. De manera que todos juntos, y cada uno por si, gozan de las tres cosas a la par alegrísimamente, y más que por remate de la fiesta, se juntan todos en medio del estanque, aprestada la flota de cuarenta, o cincuenta barcos, y con la buena mochila que cada uno trae, hacen sus comidas tan espléndidas (esplandidas), y con su música y danzas tan regocijadas, como se harían en medio de la ciudad, según que se refiere en nuestros Comentarios de Sale, donde se hace más cumplida descripción de este estanque.


Capítulo XIX. De la gran fertilidad de su vega y de la diversidad de mieses, árboles y frutas, con la artificiosa compostura de sus huertas.

Pues habemos discurrido sobre la buena sanidad y temperamento que en el sitio, cielo, aire, y aguas, de esta ciudad hallaron los conquistadores tan cómodo para si, mostremos como mucho más por la grande fertilidad y abundancia de su campaña y vega, se determinaron a vivir en ella. Porque la hallaron tan varia y copiosa de frutos, que pudieron muy bien compararla con la tierra de Egipto. Pues a esta, como por tener el cielo siempre sereno, y el suelo fértil y hecho a producir todo género de frutos, en salir el río Nilo de madre con su limoso riego la hace abundar de toda variedad de mieses: así en esta ciudad y vega cuyo cielo casi de ordinario es sereno, no solo los comunes frutos de otras tierras, pero seiscientas maneras dellos suele producir de suyo con la buena obra de Turia su río fecundísimo. El cual no con excesiva creciente, ni con ordinario salir de madre, como el Nilo, sino con la medida y artificiosa derivación de sus aguas por acequias, que riegan los campos, y los alegran y fertilizan no hay semilla, y ni injerto, ni frutal en el mundo, que plantado y cultivado en el campo de Valencia, no tome y fructifique cumplidamente. Demás que puede tanto la industria y trabajo del labrador en bien cultivarle, que nunca lo deja estar ocioso, ni carecer de fruto: pues se halla que un mismo campo produce tres o cuatro mieses en un año. Qué diremos de su admirable cultura en injertos de árboles? Qué de su lunar observación y orden en el plantarlos? Dónde se vio de un mismo tronco salir cuatro diferentes especies de un género de fruto? Qué se dirá de la infinidad de viñas, cuyo licor en abundancia llega hasta dentro en las Indias? Pues si admirable es la variedad de sus árboles, si la fruta de ellos, rara y suavísima: también es la vista y composición de sus huertas, y el artificioso concierto de ellas incomparable: por la increíble copia que en ella hay de arrayanes, jazmines, naranjos, limones, y cidras de infinitas maneras con que los sentidos del olfato y vista tanto se apacientan y el gusto despierta.


Capítulo XX. Del asiento y descripción del Reyno, y de su grande fertilidad, y como se divide en tres regiones, y de las Prelacias y ditados que en él se contienen.

Hemos (auemos) ya dicho de la ciudad, y su campaña, queda lo que se ofrece declarar del Reyno, así de su asiento y postura, como de su gran fertilidad y cumplimientos de toda cosa. Del cual hallamos que está como en figura cuadrangular, extendido sobre la ribera del mar mediterráneo Baleárico, hacia el Oriente y mediodía, y que siguiendo la costa del mar, por el cual está el Reyno atajado, su longitud es sesenta leguas, y su latitud desigual cuando mucho es XVI leguas, y cuando menos ix. Tiene su elevación de polo en treinta y ocho grados, y según afirman los Astrólogos está sujeto al signo de Escorpión con los de Venus y Marte: como poco antes en la descripción de la ciudad se ha notado. Los Reynos que lo encierran, y cercan de mar a mar, son el de Murcia por la parte de mediodía, el de Castilla, por el poniente, el de Aragón por Septentrión, y el de Cataluña, que cierra el otro cabo del mar, entre septentrión y Oriente. Es todo él hacia lo mediterráneo muy lleno de montes, y sus llanuras son hacia la marina, que como medias lunas se extienden espaciosamente, y las llaman planas. A estas cercan los montes, cuyos cabos entre plana y plana van a dar a la mar, y se riegan por sus ríos y fuentes que pasan por medio de ellas: como es la plana de Burriana, que hoy llaman de Castellón, por ser esta la mayor y más principal villa de ella, que la riega el río Mijares: a la plana de Murviedro el río Palancia: la de Valencia el río Guadalaviar: la de Alzira el río Chucar: la de Gandía y Oliva sus propios ríos: la de Denia y Xabea sus fuentes y añoríos: y lo mismo lo de Villajoyosa y Alicante. Finalmente la de Elche y sus circunvecinas, y entre todas la de Orihuela que riega el río Segura: demás de la mediterránea y fertilísima huerta de Xatiua con sus dos ríos, y algunos otros grandes valles que van a dar en el mar como la de Bayrén (Bayré) que es de Gandía (Gádia), y la de Valdina y otras: de las cuales adelante hablaremos. Sin estas hay otra mayor que llaman de Quart, que confina con la vega de la ciudad, la cual si se regase (que bien podría) sería para mayor abundancia de pan y ceuadas que todas las otras juntas: las cuales por ser marítimas y de regadío, son de las más fértiles y frutíferas del mundo. Porque su fertilidad no solo consiste en la abundancia, pero en la mucha variedad y diversidad de frutos, y sobre todo en la excelencia de cada uno de ellos. Fuera de estas llanuras marítimas, todo lo demás del Reyno son montes y valles en muchas partes ásperos y fragosos, pero tan llenos de grandes y pequeñas fuentes, que por ellas son los valles muy fértiles y abundosos de todo género de mieses y frutales, aunque no tanto como lo marítimo, por no gozar, así bien del aire y comercio de la mar, como del suelo tan húmedo. Con todo eso son los montes muy fértiles para panes y pastos de ganados, junto con la templanza del invierno, pues por esto, y nunca faltar el pasto, son la estremadura de Aragón para ganados. De donde viene a ser este el más habitado y poblado reyno de España, pues vemos en él fundadas cinco ciudades, y sesenta villas, y al pie de mil lugares, y que contiene dentro de si un Arzobispado, de Valencia y dos Obispados, Segorbe y Orihuela, con la mitad del de Tortosa: con catorce ditados y estados de señores, que son tres Ducados, Segorbe, Gandía y Villahermosa: cinco Condados, Cocentayna, Oliua, Almenara, Albayda, y Elda: cinco Marquesados, Denia, Elge, Lombay, Guadalest, y Nauarres: y un Vizcondado, Chelua, todos ricamente dotados. Demás de las dos supremas dignidades de Almirante de Aragón y de Maestre de Montesa con sus encomiendas, y en fin se hallan en él hasta ochenta mil casas de Cristianos viejos, y veinte y dos mil de Moriscos: estos por la mayor parte están esparcidos por los montes y valles del Reyno, a causa de que al tiempo de la conquista como fuesen echados de las ciudades y villas muchos de ellos se fueron a habitar por los montes ásperos, y valles solitarios, y doquiera que hallaban fuentes, o ríos allí hacían sus chozas y asiento: y los señores en cuyo término, o territorio paraban, ayudándoles a poblar y hacer casas, se los avasallaban, y así quedaron muchos valles y hoyas, que dicen, pobladas de ellos por todo el Reyno. Los cuales dándose a la agricultura, carbonería, y esparto, con otras granjerías del monte, llegaron a proveer la ciudad, como hoy en día, de muchas cosas, y a enriquecer sus señores. Porque de viles y miserables que son trabajan, y no comen, ni visten, por vender y hacer dinero. Puesto que los que quedaron en las llanuras, con las granjerías más ricas del azúcar y otras cosas, pasan la vida con más policía que los montañeses. Está pues el Reyno dividido en tres regiones (como brevemente ya antes se ha señalado) la primera que toma desde la raya de Cataluña hasta el río Mijares, que dijeron de los Ilergaones, y la habitan los Morellanos, y los que llaman del maestrado de Montesa, es tierra por la mayor parte montañosa y áspera, pero muy abundante de seda, de aceite, y de mucho y muy excelente vino, de pan no tanto, pero con los buenos pastos para ganados, y el lanificio, con la oportunidad del mar y pescados, tienen los moradores buen pasamiento en ella. La segunda región que toma desde el río Mijares hasta el río Xucar, es la Edetania marítima, y contiene en si las planas de Castellón, de Murviedro, y de la ciudad, hasta la plana de Sueca (çueca) y Cullera, con todo lo que hacia Aragón y Castilla comprende el Ducado y ciudad de Segorbe con su Obispado, con las villas de Xerica y Chelua, que todo es parte de la Edetania. La cual es tierra fértil, y aunque fragosa, pero con la oportunidad de los ríos y regadío, son los valles de ella muy fructíferos, y de los bien cultivados del Reyno: y que en todo género de mieses tienen su medianía. La tercera región que es la Contestania se extiende desde Xucar hasta Biar y Orihuela, frontera del Reyno de Murcia, contiene en si las tres ciudades, Xatiua cabeza desta región, Alicante, y Orihuela, con muchas villas grandes, y muy poblados lugares, los cuales pasada Xatiua, todos son montañas, tan abundantes de mucho y muy buen trigo, vino, aceite, sedas, ganados mayores y menores, de lanas y obra de peraylia, y de la yerba sosa borda, o barilla tan necesaria para hacer el vidro, y hay campos de ella: que en fin se tiene por la más rica y provechosa partida del Reyno.


Capítulo XXI. De los grandes provechos y comodidades que la ciudad y Reyno tienen por la vecindad del mar, y de lo que se opone a esto y se responde.

Por la gran distancia y longitud que el Reyno tiene desde la raya de Cataluña hasta la del Reyno de Murcia siguiendo la costa del mar se ve que mucha más vecindad tiene con la mar que con cualquier de los otros cuatro Reynos que le cercan por tierra, y que así por esto, como por ser mayores las ocasiones y provechos que de aquí se ofrecen al Reyno, se enriquece más por la mar, que por el comercio de la tierra. Y no solo por la riquísima ganancia de la pesca, pues demás de serle continua, y que arma sus almadrabas para pescar los atunes y otros pescados de paso: y también se vale mucho del ganancioso uso de la navegación, mediante el cual, las provisiones y mercadurías de otras partes le entran con gran abundancia, y las del Reyno se sacan con mucha ganancia. Puesto que contra esto oponen algunos, que le vale poco el mar a la ciudad, pues no solo carece de puerto, pero tiene (como en el precedente libro dijimos) la más peligrosa playa del mundo: y porque no goza como otras ciudades, que están a la lengua del agua, de la continua vista y alegre contemplación del mar, del cual está media legua apartada, y así se privan los ciudadanos del regocijo y contentamiento que da el ver aportar naves y galeras, y desembarcar nuevas gentes, y mercadurías de todas partes, y del continuo refresco y viento de mar, con otros muchos provechos y comodidades que trae el vivir junto a él. Mas todo esto, a la verdad bien mirado, no es de tanta consideración: que por eso pierdan su lustre y valor las ciudades mediterráneas, y que no valgan otras, ni sean tenidas por marítimas las que ven y descubren el mar, aunque de lejos, sino las que se dejan lavar y combatir de sus olas: siendo así que la distancia con retención de la vista del mar, sucede en mayor reposo y tranquilidad y aun utilidad de las tales ciudades. Porque si bien lo consideramos, que provecho ni utilidad se saca del continuo mirar el mar, y contemplar el inquieto movimiento de sus inconstantes olas, que jamás están quedas, sino que, conforme a su movimiento, o hacen vacilar los ojos, y al ánimo que los sigue, o no dejan considerar con atención las cosas: antes parece que embotan el ingenio, y que los hombres de tanto mirarlas dan en tontos: por lo que vemos que ningún género de gentes son de menos discurso, ni más rudos que los pescadores, que nunca parten los ojos del agua. Por esta y otras razones, el gran historiador T. Livio, describiendo el asiento de la ciudad de Roma, pone por muy grande utilidad la distancia que de ella a la mar hay de doce millas: y ni porque su puerto de Ostia es pequeño, y no frecuentado de grandes naves, ni porque su playa Romana sea muy peligrosa de navegar, disminuye en nada las alabanzas de Roma. Porque no hay duda, sino que la ciudad marítima que carece de puerto, está menos sujeta a la repentina venida de armadas de enemigos. Por donde como no es notable falta de la ciudad carecer de puerto, así es mucho más útil que en el Reyno haya pocos puertos, y aquellos bien fortificados, pues para lo que toca a la guardia de los corsarios Moros de África, que solían muy de ordinario robar toda la costa del con sus repentinos asaltos, y gente infinita que cautivaban, se ha hallado en nuestros tiempos, por la felice memoria de Carlos V Emperador y gran Rey de España, y con la industria de Don Bernardino de Cardenes Duque de Maqueda Visorey que entonces era de Valencia, el más sano remedio que hallarse podía: como si de nuevo cercaran toda la costa de muy alto y fortísimo muro. Esto se hizo levantando por todas las sesenta leguas que hay de un cabo de la costa al otro, hasta veinte y cinco torres muy altas y bien fortificadas, comprendidas las que ya los pueblos grandes marítimos tenían hechas, las cuales a dos leguas de distancia se van de una en otra descubriendo, con dos hombres de guarda y uno de a caballo que están en cada una dellas: para que cada prima noche con fuegos se hagan del un cabo al otro señales de paz, o de enemigos que andan por la mar, señalando el número de los bajeles, o fustas descubiertas, para que en espacio de un hora quede avisada toda la costa, y estén los lugares marítimos y las compañías de caballos ligeros que hay de guarda en orden, así acaece que en ver los corsarios que son descubiertos, o se van, o si se echan en tierra, luego saltan las guardas de caballo a dar aviso a los pueblos, los cuales salen y cogen los moros con la presa hecha. Este remedio ha succedido tan prósperamente, que de muchas personas que solían los corsarios cautivar cada año, y con el rescate dellos destruir el Reyno, pasan diez años que apenas pueden hacer un asalto sin gran riesgo suyo: porque mayor alarma no se les puede dar, que descubrir los de las torres. Finalmente tiene el reyno repartidas por territorios y pueblos sus particulares abundancias, y fertilidades de frutos, con los cuales no solo sustenta a si, y a la ciudad, y Reynos comarcanos: pero aun a los de allende el mar provee. Pues hallamos en el mismo Reyno tierras que abundan de panes, y pastos para ganados: otras de vinos y algarrobas, otras de aceite y miel: otras de azúcar y arroz: otras de cabrío, carbón, y leña: de esparto las más: de seda, y su gran trato todas sin sacar ninguna.


Capítulo XXII. De la objeción (
obiection) y nota que algunos ponen al Reyno por la falta de pan y carnes, a lo cual se responde y satisface.

Queda satisfacer a los que a boca llena burlan de quien alaba este reyno por abundoso en todas cosas, padeciendo tan grande falta de pan y carnes, que sea necesario en cada un año hacer provisión de ello, y traerle de reynos extraños: mostrando que ni para si, ni para la ciudad tiene de estas dos tan importantes vituallas, lo que ha menester para su mantenimiento. Pero yerran no poco los que livianamente juzgan de las cosas, sin mejor considerarlas: siendo así que está en mano del Reyno mostrar como puede abundar de todo, si bien, lo que hace por su parte, se escuchare. Porque entre otras cosas, si la mucha variedad y copia de árboles como frutales y morales: si el increíble viñedo, y las mieses de azúcar y arroz, con otros delicados frutos que ocupan sus campos y heredades, se convirtiesen en sementeros de pan y pastos de ganados: si la innumerable gente que por el Reyno hay, señaladamente en la ciudad, que le sobra para poblar tres otras como ella, fuese menos: si tantos extranjeros como a ella vienen con su grande trato no la encareciesen: no hay duda, sino que los atroxes y carnecerias de ella abundarían todo el año de su propio pan y carnes para los naturales. Pero si fue miserable cosa ver al Rey Midas, con sobrarle mucho oro perecer de hambre (según la fábula) no sería de mayor cortedad y miseria del Reyno de Valencia (teniendo en esto de do valerse) ocuparlo con sola la crianza de pan y carnes, y con esto privarle de la varia, rara, y admirable producción de tantos otros, y tan excelentes frutos? Porque dado que la falta de pan es el nudo (ñudo) que más ata y enreda la Repub. es tanta y tan solícita la diligencia, que los padres y Regidores de ella suelen poner en el proveerse del a su tiempo, y prevenir a esta necesidad: que en los mayores y más estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha sido por toda España, Valencia por su prevención ha tenido hartura. Demás que de sus vecinos y comarcanos Reynos de Castilla, que son abundantísimos de pan, y no pueden pasar sin valerse para muchas cosas de Valencia, es tan ordinaria y cotidiana la provisión y acarreo del, que se puede la destos comarcanos reputar por propia y doméstica mies del Reyno: y como sementera que no ha de faltar, contarla entre las harturas de Valencia. Lo mismo se puede decir de las carnes, ser tan abundante la crianza dellas en sus vecinos Reynos de Aragón y de Castilla, que por sobrarles, es necesario, siendo tan cierta la expedición y ganancia, traerlas a la carnicería de Valencia. De donde se echa de ver la sobrada razón que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por habitar esta, y lo mucho que por sus descendientes hicieron en heredarlos en tan abastada ciudad y Reyno, donde gozasen de tan saludable aire, de tan deleitoso cielo y fértil suelo.


Capítulo XXIII. De la comparación que de Cataluña y Aragón se hace con Valencia.

Los mismos que hasta aquí daban contra la ciudad, no pudiendo en ella hacer mella, las quieren haber contra sus naturales y ciudadanos, notándolos de inútiles y livianos, por cuanto de verse que gozan de tierra tan fértil, abundante, y regalada, tienen tanta cuenta con lo presente, y en holgarse, que por eso ni les fatiga la memoria de las cosas pasadas, ni el cuidado de lo por venir les apremia, ni se aprovechan de la constancia y templanza de sus Reynos comarcanos de Aragón y Cataluña, para tener más cuenta con la honra y hacienda, que no con el buen tiempo y holganza cual los desta ciudad tienen. Y así dan mucho que maravillar de si, porque siendo estos dos Reynos tan conjuntos y circunvecinos a Valencia, son en el vivir, y en el pretender, los unos de los otros diferentísimos. A lo cual se responde, que la diferencia que entre si tienen los tres Reynos es natural e innata a cada uno de ellos, o por alguna influencia y constelación del cielo, o por el asiento y propio agro de la tierra, o que por la competencia y guerras que antiguamente hubo entre ellos, se diferenciaron en el modo de vivir y costumbres. Y así parece que la diferencia de entre ellos nació de los tres tiempos, pasado, presente y por venir. Pues se ve que los del Reyno de Aragón, porque siempre se glorian de los hechos de sus antepasados, y a respecto de ellos desprecian los presentes, ni tienen tanto cuidado de lo por venir, sino que con gran constancia y valor defienden sus fueros y antiguas leyes, como testigos de su antiguo valor y libertades: es de ellos el tiempo pasado. A los Catalanes, o por la esterilidad de la tierra que en muchas partes es mal cultivada y delgada, o porque naturalmente son hechos a la templanza y provecho, y de lo por venir tan solícitos que apenas gozan de lo presente: les cupo el tiempo venidero. Mas los Valencianos, a quien por la fertilidad y abundancia de la tierra, les es casi presente toda cosa, y que más cuenta hacen de su propia virtud y hazañas, que de las de sus antepasados: ni tampoco temen les ha de faltar la gracia de Dios en lo por venir, y por eso gozan de lo presente, es este su propio tiempo. De donde les viene muchas veces el ser largos y también pródigos. Como se ve, que para los pobres de Cristo, y para el mantenimiento de su religión y religiosos, mayormente para la amplificación de sus Templos y culto divino, son manifiestamente liberales. Porque lo dan de buena gana y se alegran del bien que hacen. De aquí viene que los mismos tres Reynos, en la misma forma que los tres tiempos, también se reparten entre si los tres bienes, de que viven, y suelen honrarse y gozar los hombres: que son el honesto, el útil, y el deleitable, pues así como por las mismas causas y razones que arriba acomodamos los tiempos a los Reynos, lo honesto recae en Aragoneses, y lo útil en Catalanes: así en los Valencianos, que saben usar de todo, cabe lo deleitable, y se compadece (como dice Salomón) junto con el buen vivir, el alegrarse.


Capítulo XXIV. De los ingenios Valencianos y como por la comparación del azogue se descubre la grande excelencia y fineza dellos.

Concluyen su porfiada querella contra los Valencianos los que en los dos precedentes capítulos vanamente dieron contra la ciudad, y arguyendo de livianos a sus ciudadanos, disparan su mal concertada machina contra los delicados y raros ingenios dellos: de los cuales, aunque confiesan que son singulares, y de muy excelente discurso, como por otra parte sean inquietos, y demasiado agudos, dicen que despuntan en variables, y que de ahí vienen a ser los sujetos inconstantes, y poco firmes en sus dichos y hechos. Lo que si cae en hombres de gobierno, les parece que puede resultar en gran daño de la Repub. siendo la fundamental virtud de ella la constancia. Declaran más su intención, para probar la poca firmeza, y menos tomo de estos ingenios, con la comparación y semejanza que de ellos hacen con el azogue, o argento vivo, que los Philosophos naturales llaman Mercurio, a causa que con su inconstancia e inquietud burla a los que le tratan, mayormente si entienden en detenerlo, o como dicen, aquedarlo. Y esto, por lo que de él juzgan los Alchimistas, que no solo es muy necesario para juntar y colligar los otros metales entre si: pero aun afirman, que de si es pura y fina plata, y que pasaría por tal, si no se huyese, o si aquedase: según que muchos dellos han trabajado infinito por aquedarlo, pero no a todos ha succedido bien su trabajo. Viniendo pues a cuadrar la comparación, parece cierto que con ella más presto se alaba por todas vías, y que por ninguna se vitupera la calidad destos ingenios. Por cuanto se muestra claramente por ella, como a manera del azogue ha de ser el buen ingenio humano, veloz, pronto, y fácil: porque con esto es más apto, y se dobla más para aprender y collegir todas las ciencias y artes, y para mejor discurrir por todas ellas. Pues así como al azogue les es propia la mudanza, e inquietud, y ni por eso pierde su propia naturaleza de plata fina: por lo semejante, como haya sido tenido siempre en menos el ingenio tardo y perezoso, que el acelerado y pronto: le tienen tal los Valencianos, que se aventaja al de todos. Porque debajo de aquella celeridad se muestra, que los tales ingenios andan, discurren, y traspasan el inmenso e infinito piélago de la raciocinació, y discurso humano: y que no hay alteza, ni profundidad, ni latitud de polo a polo, que no la penetren y transciendan. Mas aunque se así (como lo vemos) que los tales ingenios dan en precipitadas, y peligrosas deliberaciones, y que hacen varios e inconstantes sus dichos y hechos a los deliberantes: todavía, como los Alchimistas, en poco, o en mucho, han hallado el modo y arte para que no se vaya el azogue, mas que se pueda gozar por plata fina: así no ha faltado a los Valencianos su arte y manera para moderar y asentar su movilidad y demasiada agudeza de ingenios. Porque han hallado una y muchas formas y vías por do guiarlos, de manera que den en honestas, iguales, y constantes deliberaciones, a las cuales, por los medios de la buena institución, mostraremos como los ciudadanos desde su tierna edad van muy bien encaminados.


Capítulo XXV. De los medios y remedios que Valencia tiene para reducir los ingenios de sus naturales a constantes, discurriendo por todos los estados.

Ordinaria cosa es en las ciudades siempre que se ven algunos mozuelos hacer insolencias y malas crianzas, dar la culpa a sus madres, porque de haberlos criado regaladamente y no castigado quedaron tales. Pero no hay porque en todo condenarlas, si consideramos cuan mezclado anda con lo irracional el amor natural de las madres para con sus hijos: y aun mucho más las excusaremos, si mostraremos como en la crianza dellos, aunque son ellas las que ministran, el sobrestante de esta obra y la que en ella manda, es naturaleza: por lo que para su intención y fin cumple, que este humano y corporal edificio se levante muy firme y recio, y como los cimientos no suelen ser labrados, ni pulidos, sino de piedra dura, y de argamasa fuerte: así a las madres se les permite en la crianza de sus hijuelos tiernos, ser muy piadosas con ellos, y hacerles grandes regalos, antes que rigurosamente castigarlos, ni darles golpes. Pues demás que por entonces el niño tierno, no es capaz de disciplina, ni se acuerda, que por que lloró le dieron: también dándoles, se espantan, y se perturba en alguna manera lo que naturaleza obra en los tales, que solo está intenta en adormecerlos, y proveerles de regalados alimentos, y en hacer buenas paredes de carne, y firmes cimientos de huesos, a fin de que por la ternura del edificio, no entre en él mazo, ni escoplo de disciplina, antes de los cinco años: sino que suave y rudamente pase adelante, solo que crezca y embarnezca el sujeto, para que el alma su moradora, pueda labrarle con las disciplinas a su modo, y con más seguridad pulirle dentro y defuera. De donde se ve en Valencia, que los ingenios que con la buena leche y regalos crecen, vienen comúnmente a ser más delicados y sutiles, y con esto tanto más vivos y dóciles para ser instruidos en todo género de artes y disciplinas, y mucho más en la Cristiana: porque esta con la leche comienzan a percibirla. Con este primer fundamento de crianza, los unos se dan a las siete artes liberales, los otros a las siete mil mecánicas, y como para estas tenga la ciudad tantos y tan excelentes maestros, y delicados oficiales, que las enseñan, y aprovechan a cada uno en su arte: por esta vía se halla que los ingenios destos, que por ventura no hallándose con alguna arte, de vivos se perdieran, se sosieguen y perseveren en lo bueno. Lo mismo se procura y provee, aunque por más excelentes medios, para los que siguen las liberales, pues para todo género de ciencias, tiene la ciudad dentro de si fundada una de las más insignes y famosas Universidades de España, la cual como en lenguas, y las demás artes (fuera de Cánones y leyes) iguala con todas, así en la sana exposición de la santa escriptura no debe nada a las demás: ayudándose de la frecuencia y concurso de diversos Collegios, y conventos de todas órdenes y religiones, que con igual lección y doctrina sólida magnifican la facultad Theologica. Los cuales con su predicación, y ejemplar vida, a gloria de Dios fructifican y cultivan estos liberales ingenios de los ciudadanos de manera, que vienen a asentarse y apoyarse en lo bueno, y de volátiles como el azogue, con tan buenos medios y remedios paran en constantes como plata fina. Señaladamente los ciudadanos del regimiento a quien toca el gobierno de la República: cuyos ingenios cultivados con la buena institución, y mediano ejercicio de letras, junto con el buen ejemplo de sus padres conscriptos que la rigieron, vienen a ser muy asentados, y a ponerse con debido celo y deseo de acertar en el regimiento de ella. Los cuales no porque no hayan visto, ni tratado en otras Repub. se han de tener por faltos de experiencia: pues solo el haber nacido y vivido en esta ciudad, y haber leído los estatutos y ordinaciones de ella, junto con tener ojo a los ejemplares pasados cerca de su gobierno, les basta para quedar muy curtidos y experimentados en toda cosa de su oficio público. Demás que no han de ser tenidos por varios, y mudables de ingenios, por ser así, que muchas veces son varios y mudables en los pareceres, y recios en el contradecirse unos a otros: que lo permite esto el Ángel bueno de la Repub. para que más se avive el buen zelo de cada uno en mayor beneficio de ella: asin que como en el parto del hijo suelen preceder mayores dolores: así de mayores oposiciones y contradicciones nazcan más perfectas de liberaciones y decretos. Pues ni esto les viene por falta de celo, ni por ser rústicos y pertinaces, sino por ser de blandos y bien acomodados ingenios, para variar a la postre, si menester fuere, y como sabios mudar de parecer, siempre de bueno en mejor. Porque tales ingenios, aunque fáciles y agudos, como sean blandos y suaves, son más aptos para el buen gobierno, que no los tardos y tercos, que de muy casados con su parecer vienen a concebir y parir efectos monstruosos. Y así se ve, que el gobierno de esta ciudad es de los más admirables y bien trazados del mundo. Pues ni podría ser en ella el vivir tan suave, ni el pasamiento tan alegre y de contento, sino se gozase de toda la abundancia que humanamente se desea: la cual totalmente nace, y es manifiesto fruto del buen gobierno y administración de ella. Todo lo cual se debe a este buen Rey que dio el principio y medios para que en esta ciudad siempre fuese bien gobernada. Como aquel que participando de la constancia Aragonesa, y de la templanza Catalana, se perfeccionó con la afabilidad y liberalidad Valenciana, y alcanzó título y renombre de constantísimo, prudentísimo, y liberalísimo.

Fin del libro duodécimo.