Capítulo primero. De las causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.
La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron, y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina, dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos en ellas.
Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor (del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos (alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla. Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado. Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo, que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima (según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares, si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego, o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides, sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina, pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De donde al tratar de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados, acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía, cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero. Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han revuelto en los tres reynos de la corona todo para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la mano del Rey a la de todos los demás:
por una principal razón que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido, mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron, porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su historia.
Capítulo
II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a
pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con
la hija del Rey de Castilla.
Don Alonso el segundo (comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de Cataluña (los cuales dos estados comprenden gran parte de la España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda, por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió dar su hija por mujer al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España, entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.
Don Alonso el segundo (comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de Cataluña (los cuales dos estados comprenden gran parte de la España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda, por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió dar su hija por mujer al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España, entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.
Capítulo
III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo
como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller
por casar con ella.
A esta sazón el Emperador Manuel, sin tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón, encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes
trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque, que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados, y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia. Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora, viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con la Princesa su huéspeda, y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho, después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.
A esta sazón el Emperador Manuel, sin tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón, encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes
trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque, que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados, y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia. Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora, viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con la Princesa su huéspeda, y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho, después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.
Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su consejo.
Oída por el Senado de Mompeller la proposición hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público, platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda, lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas, junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada, hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos, o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno, ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás. Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla, por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan. Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo, e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio: así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo, será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada hazaña.
Respondieron al señor de Mompeller los de su consejo.
Oída por el Senado de Mompeller la proposición hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público, platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda, lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas, junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada, hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos, o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno, ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás. Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla, por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan. Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo, e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio: así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo, será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada hazaña.
Capítulo
V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la
Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se
celebraron las bodas y parió una hija.
No se abrió la puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad, sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello, diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea, tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo la buena fee y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes? Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto, aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio, pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla; adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados, y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron. Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.
No se abrió la puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad, sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello, diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea, tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo la buena fee y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes? Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto, aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio, pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla; adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados, y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron. Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.
Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la
Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.
Después de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen: siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana, siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a propósito de la misma historia.
Después de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen: siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana, siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a propósito de la misma historia.
Capítulo
VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo
dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió
en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.
Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos) acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor, sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los Condados de Rosellón, y Pallâs, los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el Condado de la Proença de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce, entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón, y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande triunfo de esta victoria para Zaragoza.
Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos) acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor, sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los Condados de Rosellón, y Pallâs, los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el Condado de la Proença de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce, entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón, y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande triunfo de esta victoria para Zaragoza.
Capítulo
VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde
su primo se casaron hubieron sendos hijos.
Residiendo el Rey en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien, o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba a la mano al Rey en las cosas del gobierno. Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey acometido de echar a su madre fuera de él (fuera del). Mas por quitarse de tan mala ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella, mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer, como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque fue desgraciado como se dirá adelante.
Residiendo el Rey en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien, o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba a la mano al Rey en las cosas del gobierno. Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey acometido de echar a su madre fuera de él (fuera del). Mas por quitarse de tan mala ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella, mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer, como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque fue desgraciado como se dirá adelante.
Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del
Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la
sede Apostólica.
Viéndose el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden, como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de Ostia, doce millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río Tiber arriba, fue honrosamente recebido de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el Senador con el pueblo Romano, y le entraron por la puente, que agora llaman de Sixto, en la ciudad, y fue llevado como en triumpho a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado. El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según el antiguo uso y cerimonia, recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y solennidad, acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este templo por Pedro Obispo y Cardenal de Portu, (de cuyo districto se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el sumptuosisimo y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero (cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo doscientos y cincuenta mahozemutos de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y valía cada mahozemuto seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (de a y) adelante pudiesen tomar la corona real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y exemptos los había hecho pecheros, según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista) Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices latinos.
Capítulo
X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la
Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como
fue allá.
Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no se sufría tomar mujer sino de ygual sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas: puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más priesa a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los grandes, y los del consejo real, no diuertiesen al Rey de este casamiento. Por eso procuró con mucha arte y maña de atraerlos a todos a su parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron. Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón, para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos (por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto, no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija, por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de nuestro gran Rey don Iayme.
Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no se sufría tomar mujer sino de ygual sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas: puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más priesa a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los grandes, y los del consejo real, no diuertiesen al Rey de este casamiento. Por eso procuró con mucha arte y maña de atraerlos a todos a su parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron. Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón, para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos (por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto, no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija, por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de nuestro gran Rey don Iayme.
Capítulo XI.
De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó
viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.
Conforman todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo, pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad, como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien, muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor, determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca, que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey, ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la
Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el concierto fuese para luego.
Conforman todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo, pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad, como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien, muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor, determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca, que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey, ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la
Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el concierto fuese para luego.
De manera
que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal
barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala,
fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo
al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido
de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y
alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella:
no consintiendo la Reyna que otri
que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el
Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no
viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para
mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo
señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó
muy atento, hasta que vencido del sueño se adurmió,
y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la
viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes
que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen
Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que
pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama
juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna
cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre
estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la
Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como
adelante diremos.
Capítulo
XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de
Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.
A esta sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en orden con todas sus gentes para la general defensa de España. Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del bouage que era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado. De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los reynos
A esta sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en orden con todas sus gentes para la general defensa de España. Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del bouage que era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado. De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los reynos
de
Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército
poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos
caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales
llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y
Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil
caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al
de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas
de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin
más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y
fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del
ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro, aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el viii, repartido entre los ejércitos de Aragón y Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.
de retaguardia (según el Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro, aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el viii, repartido entre los ejércitos de Aragón y Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.
Capítulo
XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños
misterios que en su bautismo acaecieron.
En este medio la Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era, para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los Tornamiras, por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un infante muy formado y bellísimo, el primer día de Hebrero en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M. cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.
Cuando comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el cántico Te Deum laudamus, a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel. Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles, en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas, con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase, como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno, estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto pleyto contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá, fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años, tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos, aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo padre.
En este medio la Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era, para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los Tornamiras, por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un infante muy formado y bellísimo, el primer día de Hebrero en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M. cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.
Cuando comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el cántico Te Deum laudamus, a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel. Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles, en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas, con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase, como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno, estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto pleyto contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá, fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años, tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos, aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo padre.
Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de
sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor
contra todos.
Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por suficientes causas que doña María antes que casase con él había consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos hijas de él y que siendo este mismo vivo, sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado por nullo el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella. Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde, pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con un rescripto, por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don
Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos. Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona, para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios, determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio sentencia, y declaró el Papa, que Guillen pretenso hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo. Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó pacifica señora de todo su estado.
Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por suficientes causas que doña María antes que casase con él había consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos hijas de él y que siendo este mismo vivo, sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado por nullo el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella. Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde, pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con un rescripto, por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don
Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos. Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona, para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios, determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio sentencia, y declaró el Papa, que Guillen pretenso hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo. Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó pacifica señora de todo su estado.
Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey
su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía
que se levantó en la ciudad de Albi.
Al tiempo que esto pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía. Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey, que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde, porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge, por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna, renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S. Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de ella condenados a privación de sus estados y señoríos, aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.
Al tiempo que esto pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía. Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey, que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde, porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge, por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna, renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S. Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de ella condenados a privación de sus estados y señoríos, aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.
Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se
le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató
su real persona.
Crecía de cada día el rencor y enemistad que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos, como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba, que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella, se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.
Y así encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente. Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría y gloria de la victoria.
Crecía de cada día el rencor y enemistad que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos, como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba, que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella, se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.
Y así encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente. Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría y gloria de la victoria.
Fin del libro
primero.
Continuar con el segundo libro