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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro octavo

LIBRO OCTAVO

Capítulo primero, de la fama y renombre que el Rey ganó por la conquista de Mallorca, y como fue llamado y prohijado por el Rey de Navarra.

Conquistada la ciudad
y Isla de Mallorca, el nombre y fama del Rey fue tan célebre, y se extendió con tanta gloria y reputación suya, por todas partes: que no solo acrecentó el temor y espanto a los Reyes Moros, pero mereció todo favor y gracia para con los Príncipes Cristianos. Porque demás que amedrentó al Rey de Túnez, uno de los más poderosos de África, para que no osase enviar el socorro prometido al Rey de Mallorca: Y a quien el sumo Pontífice y ciudades de Italia tuvieron en tanto, que invocaron su favor y ayuda (como adelante se dirá) para contra el Emperador Federico: También el Rey don Sancho de Navarra, entendidos sus tan prósperos successos y señaladas hazañas, se le aficionó en tanta manera, que lo prohijó, y aunque con desigualdad suya, quiso también ser de él prohijado. Mas porque tratemos agora de este tan señalado efecto de amor y afición, como se arguye de la adopción, o prohijamiento, que pasó entre estos dos Reyes, junto con los varios successos del: declaremos quien fue este Rey don Sancho de Navarra, juntamente con las causas y razones que tuvo, así para prohijar al Rey de Aragón, como para ser prohijado del, no embargante que el partido del de Aragón fuese muy aventajado al suyo. Fue este Rey don Sancho, el mejor y más esforzado que jamás tuvo Navarra, a quien por su grande constancia en llevar siempre sus empresas adelante, demás de ser muy valiente de su persona, llamaron el fuerte. El cual después que salió victorioso de aquella famosísima, y siempre memorable batalla de Vbeda, en las Navas de Tolosa, cuando hecho un cuerpo con los Reyes de Castilla y Aragón, vencieron a doscientos mil Moros (como en el primero libro se ha dicho) volviendo a Navarra, con el ocio se hizo excesivamente gordo, y también con la dolencia de gota que le sobrevino, que miserablemente le atormentaba, vino a ser tan gafo, y lisiado de pies y de manos, que ya no podía moverse de un lugar, sino estarse tullido siempre en la cama, volviéndose tan deforme (difforme), que tenía empacho de ser visto en público. Puesto que dicen otros, que su mal fue una muy grave dolencia de cáncer que se le encendió en una pierna, y que por esto se estuvo siempre retirado en el castillo de Tudela, sin salir del mucho tiempo, y sin dejarse ver sino a muy pocos de sus privados. Le hacía (haziale) a este buen Rey, viejo, enfermo, y sin hijos continua y solapada guerra el Rey de Castilla, pretendiendo tener derecho al reyno de Navarra, y para no mostrarse en ella, solicitaba a don Diego López de Haro señor de Vizcaya (que es la Cantabria marítima) con el cual de mucho antes tenía el Rey de Navarra diferencias, por los pueblos de Álava (Alaua) y Guipuzcua entre Navarra y Vizcaya. Y así con esta ocasión el de Castilla le valía con gente y dinero para proseguir la guerra en su nombre contra el de Navarra. Con esto don Diego con la gente Castellana corría el campo a don Sancho, y no había quien le resistiese. De suerte que viéndose don Sancho imposibilitado para defenderse dellos, y que por mucho que se acomodaba en los partidos de paz que les movía, no querían venir a concordia: determinó de avenirse con el Rey de Aragón, y con su favor y ayuda valerse contra ellos. Pues como se hallase en Tudela, ciudad de las principales de Navarra, de muy alegre, llano y hermoso asiento, a la ribera del Ebro río caudalosísimo, en los confines de Aragón y de Castilla, y a vista del gran monte de Moncayo, envió sus embajadores al Rey don Iayme a Zaragoza, donde a la sazón era llegado de la conquista de Mallorca, para hacerle saber, como tenía muy grande voluntad y afición de alcanzar su amistad, y hacer ciertas alianzas y conciertos con él muy a su gusto y provechosos para sus Reynos. Y como por sus manifiestos impedimentos de edad y dolencias, no pudiese ir en persona a verse con él, le rogaba muy de veras quisiese venir a verle en Tudela, pues estaba propinca a Zaragoza. Oído esto por el Rey, y entendida la gran dolencia y impedimentos de don Sancho, pues la distancia no era más de una jornada, determinó de ir a verle, y contentarle: así por conocer a un tan esclarecido y bien nombrado Rey que tan amigo y estimado fue del Rey don Pedro su padre: como por lo bien que a los Reyes está visitarse, y conocerse por las personas: a fin de que viéndose como en espejo los unos a los otros, y lo que son, con lo que representan vengan en mayor conocimiento de si mismos: y consideren que el sujeto de su grandeza y dignidad Real es naturaleza humana, y que en sustancia no son más que los otros hombres, sino que viene de la mano de Dios, alzar los muchos a uno por Rey y sujetarle. Llevó pues consigo el Rey a don Atho de Foces su mayordomo mayor, a don Rodrigo Lizana, don Guillen de Moncada, Pedro Pérez justicia de Aragón, y a don Blasco Maza (no Alagón), del cual sobrenombre está equivocada la historia del Rey, como sea así que don Blasco de Alagón andaba entonces por el reyno de Valencia con Zeyt Abuzeyt en la conquista, como dijimos en el libro cuarto. Llegados pues a Tudela, no pudo ser el Rey, ni en la ciudad, ni fuera de ella, tan decentemente recibido, como a su Real persona se debía, por los impedimentos y dolencias del de Navarra. Antes fue necesario subir al castillo, y entrar dentro del retrete donde el Rey estaba, para en llegando, poderle más presto hablar que ver. Y así por entonces hechos sus cumplimientos de palabras amorosas, se salió a su aposento dentro en palacio, donde fue con todos los suyos muy espléndidamente hospedado. El día siguiente volvió a visitar al Rey don Sancho: el cual se esforzó a enderezarse en la cama, y comenzando su plática dijo al Rey. Que el grande amor y afición que le tenía junto con el deseo de ver su persona, por ser hijo de tan esclarecido padre como lo fue el Rey don Pedro su mayor amigo y compañero que tuvo en la victoria de Vbeda contra los Moros, había sido la principal causa para procurar su venida a Tudela: pero mucho más por acabar de entender del los felices successos que había oído de sus memorables empresas: habiéndose aventajado con ellas en valor y gloria, a todos los Reyes de España: y no menos por la proximidad (propinquidad) y vínculo del parentesco que entre ellos había: pues con ningún otro le tenía más conjunto que con él, excepto don Tibaldo su sobrino hijo de Tibaldo Conde de Champaña, y de doña Blanca su hermana. Al cual por su ingratitud y menosprecio de muchas buenas obras de padre que le había hecho: en fin le había dado ocasión para tratar y acabar con sus vasallos, le privasen de la sucesión del Reyno, y llamasen a él que tanto les convenía para todo beneficio común y defensa del mismo reyno. Por esto hallaba que para debilitarle la sucesión, ninguna otra vía mejor, ni más firme había, que prohijándose el uno al otro, y acogiéndose en el total derecho y sucesión de sus reynos. Pues podría con harto mejor partido ser él llamado a la sucesión de Navarra, que no él a la de Aragón: siendo ya viejo de LXXVIII años, y que no era posible naturalmente vivir más que él siendo mozo que apenas llegaba a los XXIIII (XXIV). Como acabó su plática el de Navarra, el Rey hizo muchas gracias por el buen concepto que de él tenía, y la afición y benevolencia con que lo confirmaba: que no faltaría por él de corresponder con su amor, y con todo el oficio de agradecimiento que le debía. Y en lo que tocaba al negocio de la adopción, que para él era muy nuevo y de mucha consideración, que pensaría sobre ello, comunicándolo con los suyos, y que entendido lo que era, y adonde podía llegar el efectuarse, sin perjuicio de sus reynos y sucesor, él se revolvería y le respondería. Con esto se salió afuera, y se fue a su aposento a tratar y consultar una tan grande novedad con los suyos.


Capítulo II. Como el Rey sabido el parecer y resolución de los de su consejo cerca el prohijamiento, la dio por respuesta al de Navarra, el qual tuvo por buena, y del concierto que hicieron.

Maravillado quedó el Rey extrañamente de la proposición hecha por el de Nauarra. Y recogido en su aposento mandó llamar a los de su consejo que traía consigo: a los cuales notificó la larga plática que con el Rey de Navarra había tenido, y lo que muy de veras le había propuesto cerca de la adopción y prohijamiento que habían de hacer el uno al otro, para poder entrar en la sucesión de los reynos. Puesto que el fin y alma de esta proposición le parecía no era otro, que por obligarle a la defensión de Navarra contra Castellanos. Oyendo esto los del consejo se admiraron muy mucho de
tal demanda, y aunque a la verdad parecía cosa muy aventajada para el de Aragón, todavía se
altercó mucho, y hubo diversos pareceres sobre ello. Pues aunque al Rey le estaba muy bien, y le convenía el partido, si quiera para mayor confirmación del derecho antiguo que por sus antepasados fue adquirido al Reyno de Navarra: pero que adoptar el Rey al de Navarra, no le podía hacer, siendo vivo don Alonso su hijo único, ya jurado Príncipe sucesor por los barones y grandes, y por las villas y ciudades del Reyno, y también por los de Lérida. Porque era cosa monstruosa un viejo de casi 80 años, ser prohijado por un mozo de tan poca edad: y que también era muy fuera de razón y justicia convidar a otro a la sucesión del Reyno, echando fuera al legítimo sucesor del. Pues como se tratase esto entre ellos, y como cosa muy desaforada y contra toda razón, se dejase indeterminada y dudosa: con las mismas razones y dudas fue referida por don Blasco Maza, Foces y Lizana, al Rey de Navarra. El cual lo representó así a los de su consejo. Pero como su fin era no tanto prohijar al Rey, cuanto valerse de su favor y ayuda contra los Castellanos, y esto importase muy mucho al Reyno: todavía volvió por respuesta a los mesmos, e insistió, en que cumplía se hiciese esta alianza y confederación por vía del prohijamiento: puesto que por él ningún derecho le quedase a la sucesión de Aragón sino muertos el Rey y el Príncipe don Alonso sin hijos. De suerte que leída esta
determinación y decreto de los Navarros al Rey, los halló tan útiles, y honrosos para si, y para el Reyno de Aragón tan provechosos, que luego, con la aprobación de los de su consejo, solo que le quedase la sucesión, prometió de ayudar al Rey de Navarra con todo su poder y estado: y cumplir con diligencia cuantos conciertos y capítulos sobre esto se formasen: y así el uno al otro se adoptaron de la manera que está dicho. Se hallaron (
hallaronse) presentes a este célebre acto los principales señores de título, y Barones, con los síndicos de las ciudades y villas Reales del Reyno de Navarra, y también los señores y de su consejo que tajo (truxo) el Rey de Aragón. Los cuales por ambas partes con juramento afirmaron, que tendrían perpetuamente ellos y sus descendientes, por rato, y grato todo lo allí concertado y decretado. La cual adopción y prohijamiento, aceptados por los dos Reyes, y con la mano y sello de ellos firmados, se concluyó con tanta autoridad y firmeza, que no deben tener en poco los Reyes de Aragón su derecho tan justamente por esta vía adquirido a este Reyno: si quiera para más justificar la antigua y pacífica posesión que del tienen. Porque si se atiende a lo que significa adopción, si se considera que el Rey con todo el reyno de Navarra, que podían, la hicieron, y con expreso juramento confirmaron el concierto y cumplimiento de ella: si se examinare la causa dello, que fue por valerse del favor y ayuda del Rey que adoptó, para beneficio y defensa del Reyno constituido en tan manifiesta necesidad: si en fin se tiene respeto, a que la cumplió el adoptado, y que lo defendió con su persona, gente, y dinero, muchas veces, y las hubo contra el Rey de Castilla, no embargante que era su propio yerno, como adelante se dirá, no hay
otro que inferir de todo esto, sino que con la muerte del Rey don Sancho adoptante, se acabó de confirmar y consolidar la sucesión y derechos del Rey don Iayme el adoptado, y sus sucesores, en el reyno de Navarra. Según se muestra por el mesmo instrumento y auto de adopción, el cual pone Geronymo Zurita en el libro tercero de sus Annales de los Reyes de Aragón. Y que por ser auto tan célebre y solemne le inferiremos aquí palabra por palabra. Si quiera porque se entienda del lenguaje que había entonces en el Reyno de Aragón, haber sido poco diferente en los vocablos, del que agora se usa, salvo en la pronunciación y estilo.


Capítulo III. Contiene el tratado formal del auto de concordia y adopción que los dos Reyes de Aragón y Navarra se hicieron el uno al otro.

Conocida cosa sea ad todos los que son, & son por venir, que yo don Iayme por la gracia de Dios Rey de Aragón, desaffillo ad todo ome, & affillo a vos don Sancho Rey de Navarra de todos mios regnos, & de mias tierras, & de todos mios señoríos que
oue ni he ni deuo auer, & de castiellos & de villas & de todos mis señorías. Et si por auentura deuiniesse de mi Rey de Aragó, antes q d vos Rey de Navarra, vos Rey d Navarra que herededes todo lo mio, assi como de suso es escrito, sines contradezimiento (cótradezimiéto), ni contraria (cótraria) d nulhome del mundo. Et por mayor firmeza de est feyto, & de esta auinença, quiero & mando (mádo) que todos mios ricos homes, & mios vassallos, & mios pueblos juren a vos señoría Rey de Navarra, que vos atiendan lealmente (lealmét), como escrito es de suso. Et si no lo fiziessen, que fincassen por traydores, & que nos pudiessen saluar en ningún logar. Et yo el Rey de Aragon vos prometo, & vos conuiengo lealmét, que vos faga aentender, & vos atienda luego, assi como de suso es escrito: & si non (nó) lo fiziesse, que fosse traydor por ello. Et si por auétura embargo y aue nenguno de part de Roma, o houiere, yo Rey de Aragon so tenudo por conueniença por desferlo ad todo mio poder. Et si nul home dl sieglo vos quisiesse fer mal por est pleyto, ni por est paramiento que yo è vos femos, que yo vos ayude lealment contra todo home del mundo. Adonde mas que nos ayudemos cótra el Rey de Castiella toda via por fe sines engaño.
Et yo dó Sancho Rey de Navarra por la gracia de Dios, por estas palabras, & por estas conueniéças desafillo ad todo home, & afillo a vos don Iayme Rey de Aragon de todo el Regno d Navarra, & de aquello qui el reyno de Navarra pertañe: & quiero & mádo que todos mios ricos homes & mios Concellos juren a vos señoría, que vos atiendan esto con Navarra, & có los castiellos, & con las villas si por auentura deuéiesse antes de mi que de vos. Et si no lo fiziessen que fossen traydores, assi como escrito es de suso. Et ambos ensemble femos paramiéto & conueniençia, que si por auétura yo en mía tierra camiasse ricos homes, o Alcaydes, o otros qualesquiere en mios castiellos, aquellos aqui yo los diere castiellos, o castiello, quiero & mádo que a qll qui los reciba por mi que viéga a vos, & vos faga homenage. Que vos atiéda esto assi como sobre escrito es. Et vos Rey de Aragon, que lo fagades cúplir a mi desta misma guisa, & por estas palabras en vuestra tierra. Et vos Rey de Aragó atendiendo me esto, yo don Sancho de Navarra por la gracia de Dios, vos pmeto a buena fe que vos atienda esto assi como escrito es é esta carta. Et si no lo fiziesse que fosse traydor por ello, vos Rey de Aragó atédiédome esto assi como sobre escrito es en esta carta. Et sepá todos aqllos qui esta carta verá, que yo dó Iayme por la gracia de Dios Rey de Aragó: Et yo dó Sancho por la gracia de Dios Rey de Navarra, amigamos entre nos por fe sines engaño & fiziemos homenage el vno al otro d boca & de manos, & juramos sobre quatro Euangelios que assi lo atendamos, Et son testimonios de est feyto, & de est paramiento que fizieró el Rey de Aragon, & el Rey de Navarra, & del Affillamiento assi como escrito es en estas cartas, don Atho de Foces mayordomo dl Rey de Aragó, & don Rodrigo d Liçana, & don Guillen de Moncada, & don Blasco Maça, & don Pedro Sanz notario & repostero del Rey de Aragon. Et don Pedro Perez justicia de Aragon, & frayre Andreu Abad de Oliua, & Eximeno Oliuer móge, & Pedro Sáches d Variellas, & Pedro Exemenez de Valtierra, & Aznar d Vilana, & dó Martin de Miraglo, & don Guillé justicia de Tudela, & don Arnalt Alcalde de Ságuessa. Facta carta domingo segúdo día de Febrero en la fiesta de santa Maria Cádelera, in Era Millesima ducétissima sexagessima nona en el castillo de Tudela. Que fue año d la natiuidad del Señor M.CCXXXI.
puesto que en este instrumento de la adopción, ninguna mención se hace del infante don Alonso, como el Rey lo affirma, por ventura de consentimiento de ambas partes.

Capítulo IV. Como se trató entre los dos Reyes de la defensa de Navarra, y de lo que prometió el de Aragón para ella, y del súbito arrepentimiento del de Navarra, y del dinero que le pidió prestado el de Aragón.

Hecho ya el auto, e instrumento de la adopción entre los dos Reyes sellado y firmado por muchos,comenzó a tratar de la guerra y medios que se habían de inquirir para echar el enemigo de la tierra. Sobre lo cual los Reyes y los grandes de los dos reynos que allí se hallaron trataron largo. Pero sobre todos el Rey don Sancho como muy platico y cursado en cosas de guerra, advertía lo que más convenía hacer en el proseguirla, animando mucho a todos, y concluyendo su larga plática y discurso, con decir que gente por gente no debían nada los Nauarros a los Castellanos, los cuales en número podían sobrarles pero no en valor y fuerzas. Y que valiéndose Navarra de la compañía y favor y amparo de Aragón ayuntados los dos ejércitos, no solo defenderían muy bien a Navarra, pero aun serían poderosos para entrar en Castilla, y echar de sus reynos al mismo Rey. No contradijo en cosa alguna el Rey a lo que el de Navarra habló: sino que concluyó la conversación, con decir que estaría presto y en orden para cierto plazo con dos mil caballos, con tal que los Nauarros acudieren con otros mil para el mismo plazo y no en otra manera. Lo cual prometieron ellos de cumplir muy a su tiempo. Pero ni dieron el modo, ni mostraron la posibilidad para ello. Porque su Rey aunque quedó rico de la jornada y despojos de Vbeda, no solo estaba enfermo de la podagra que comienza por los pies pero aun enfermaba más de las manos, por tenerlas siempre muy atadas a la bolsa. Y así era fama que la mayor parte de los trabajos que por la guerra tenía, nacían de la avaricia, por no querer gastar, ni sustentar las guarniciones necesarias por las fronteras del Reyno, para hacer rostro al enemigo. De manera que, o por los dos males, o porque ya se hubiese arrepentido de haber privado del Reyno a don Thibaldo su sobrino, súbitamente dio muestras muy contrarias del concierto primero. Y de ahí adelante en las pláticas que se tenía de la guerra, comenzó a hablar con mucha tibieza y disgusto, sin dar calor a los negocios, sino respondiendo con algún fastidio a lo que sobre ellos le preguntaban. Mas no embargante esto, volvió el Rey a confirmar lo dicho y prometido, que fue de traer los mil caballos para la fiesta de pascua de Resurrección, y los otros mil para el día de S. Miguel de Setiébre y que los tendría en orden en los confines de Aragón y Navarra: siempre que los Navarros tuviesen los otros mil prometidos como está dicho, para el mismo plazo. Finalmente como quedase concertado que se vería otra vez en Tudela en la fiesta de Pascua: el Rey entendió en despedirse, y en tanto que se trataba de esto, pidió al de Navarra prestados cien mil sueldos. Los cuales le prestó don Sancho de buena gana, y se le ofrecieron por rehenes y prendas cuatro villas del Reyno de Aragón vecinas a Navarra, que fueron Herrera, Peñaredonda, Ferrel y Faxina. Recibiendo la moneda el Rey la empleó toda en beneficio del Reyno de Navarra. Porque las compañías de soldados que poco antes había mandado hacer en Zaragoza para otra parte, mandó venir luego a estar en guarnición y guarda de aquellas villas y castillos de Navarra que están en frontera de Castilla, hacia donde don Lope hacía sus correrías y entradas.

Capítulo V. Como se partió el Rey para Zaragoza, y de allí a Tarragona, y de los conciertos que hizo con don Pedro de Portugal por pasar al condado de Vrgel.


Se volvió (
volvióse) el Rey de Tudela a Zaragoza algún tanto desabrido, después de hechas sus promesas y conciertos con el de Navarra, y halló que andaban muchos rumores por la tierra, cerca del grande aparato de guerra, que el Rey de Túnez hacía para venir con gruesa armada sobre Mallorca, con ánimo de conquistarla para si. Esta nueva se confirmaba por lo que se sabía de ciertas naves de Genoveses y Pisanos que el mismo de Túnez mandó embarcar en el puerto de Bona de su reyno, y mucho más por las cartas que recibió el Rey de Santaugenia gobernador de la Isla, venidas con una fragata a gran prisa para avisar de lo mismo. Sintió mucho el Rey esta nueva, porque le obligaba a volver luego a Mallorca. Y así partió en la hora para Tarragona, a donde mandó convocar cortes para Catalanes y Aragoneses, llamando sobre todos a los que gozaban de caballerías de honor, y mucho más a los que tenían campos y heredamientos en la Isla, que les cupieron por la repartición hecha al tiempo de la conquista, para que a cierto día se hallasen todos puestos en orden en el puerto de Salou, donde él en persona se había de embarcar con el ejército para Mallorca. Entretanto que el Rey aguardaba la gente de Aragón y Cataluña, vino al puerto don Pedro de Portugal, a quien poco antes casó el Rey con Aurembiax condesa de Urgel, y le había hecho merced de algunas villas en el campo de Tarragona, y también la Condesa su mujer, que poco antes era muerta, le había dejado heredero del Condado: al cual recibió muy bien el Rey, y se holgó mucho con su vista. Y como por una parte desease hacerle todo favor y mercedes: y por otra mejorar el patrimonio Real para si, y a sus sucesores, pensó prudentísimamente lo que a los dos estaría bien. Que el Condado de Urgel, que era de los más poderosos y principales de Cataluña, no solo en fertilidad de campo, pero en valor y número de gente guerrera, se incorporase en la corona Real, y entrase en posesión del antes que don Poncio Cabrera por muerte del mismo don Pedro pretendiese haberlo: y que en recompensa, se le diese la Isla de Mallorca, y también Menorca en ser conquistada. Lo cual propuesto ante don Pedro, vino bien en ello, más por condescender con la voluntad del Rey, que así lo quería, y lo pedía con algún afecto: que por trocar la vida y asiento de tierra firme con la Isleña. Sobre esto hicieron su concierto y escritura de concordia. Que transferido y transportado por don Pedro en el Rey, todo el derecho por el testamento de la condesa su mujer le pertenecía al Condado de Urgel, transportase el Rey en el la señoría del Reyno de Mallorca, y derecho de Menorca, con las demás Islas conjuntas, siempre que se conquistasen, tomándolas en feudo, y poseyéndolas durante su vida, conforme a la costumbre y Ley de Barcelona: reservándose el Rey para si la fortaleza de la ciudad, dicha Almadayna, con las villas y castillos de Alaró y Pollença: y que fuese él y su ejército acogido en todos los otros lugares fuertes de la Isla mayor, siempre que menester fuese. Que don Pedro tratase bien y tuviese por amigos los que el Rey tenía en la Isla. Que muerto don Pedro, sus herederos quedasen con sola la tercera parte de la Isla, y la tuviesen con el mesmo feudo ellos y sus sucesores. Lo postrero, que de presente gobernasen las Islas en nombre y con poder de don Pedro, los mesmos don Pero Maça, y su compañero Sentaugenia gobernadores puestos por el Rey, por ser muy platicos en el gobierno y en la continua defensa de ella. Estos tratos y conciertos se hicieron allí en el puerto, presente Pedro Pérez justicia de Aragón, y los demás señores y barones que allí se hallaban. Los cuales loó y aceptó don Pedro, y con juramento solemne prometió de guardar en todo y por todo. Este fue realmente el derecho que don Pedro tuvo a las Islas de Mallorca y Menorca. De donde se collige ser fingido y fabuloso lo que refiere un antiguo historiador: que don Pedro por si mismo conquistó y sojuzgó estas Islas. Como sea muy averiguado, que vino de Portugal muy pobre y desterrado que ni tenía gente, ni dineros, para salir con tan grande empresa. Y aun si no fuera recogido y amparado por el Rey su primo, nunca él hubiera llegado a aquel estado de intitularse Rey de Mallorca. Demás que era hombre tan remiso y desaprovechado que no tenía ánimo para pensar en tan alta empresa. Porque amonestado por el Rey, se pusiese luego en orden para navegar, y ir a defender su reyno y Islas, y por esto le hiciese general del armada: fue tal su diligencia, que llegó el postrero de todos los señores y Barones del reyno al puerto, con solos cuatro caballeros de compañía, ya cuando el Rey había entrado en la galera, a donde le recogió con harto empacho y paciencia: por ser hombre don Pedro que cuanto más propinquo era en sangre al Rey, tanto más se le alejaba en magnanimidad y valor.


Capítulo VI. Como el Rey pasó a Mallorca, y sabido que el de Túnez no armaba, movió guerra contra los Moros de la Isla que se habían rebelado, de los cuales se rindieron la mayor parte.

Llegado ya el plazo para pasar a la Isla, ajuntada la armada y embarcados los trescientos caballos ligeros, con nueve compañías de infantería, gente muy lucida, que se hicieron en los dos reynos:
como aguardasen tiempo hecho, para hacerse a la vela, llegaron al Rey don Aspargo Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Ceruera antiguo y valeroso capitán que fue del Rey don Pedro, que entonces era monje de Poblete, hombres ya muy viejos, y le suplicaron muy encarecidamente mirase bien lo que hacía, y que por entonces no navegase, ni tantas veces tentase la fortuna que era variable por mar: ni con tan poca gente como llevaba, saliese en campo contra un tan poderoso Rey como el de Túnez: que sería mejor enviar a don Nuño capitán valerosísimo, tan platico en la Isla, y experto en las cosas de la guerra, para solo fortificar y defender la ciudad, hasta que su Real persona, con mayor ejército, y más gruesa armada fuese a socorrer la Isla: pero aprovechó poco su pía amonestación. Antes encomendándose el Rey en las oraciones y sacrificio
dllos se hizo a la
vela, y con viento próspero a tercero día llegó con la mayor parte del armada a la Isla, al puerto de Sollar. De donde tomó la posta y se puso en la ciudad antes que se supiese su partida de Tarragona. Al cabo de tres días llegó la otra parte del armada a la ciudad. Cuya tan impensada venida con su Real persona, espantó mucho a los de la Isla, aunque estaban tan apercibidos para la guerra que se holgó extrañamente de verlos, y los alabó mucho. Pasados XV días después de llegado, vino nueva cierta de África, por las espías que el Rey al punto que llegó a la Isla envió a Berbería con una fragata armada en hábito de mercaderes, como el Rey de Túnez ni hacía armada, ni por aquel año podía emprender jornada alguna, por estorbos y alborotos que se habían levantado en su Reyno, lo cual alegró mucho a toda la Isla. Hallándose pues el Rey libre de este recelo, determinó con el
ejército que trajo, y la demás gente que hizo en la Isla, hacer guerra de nuevo contra tres mil moros que se habían juntado y tomado las fortalezas de Pollença, Sátuer (Santver), y Alarò, y se defendían en ellas valerosamente con muy grande daño de toda la Isla, impidiendo la contratación de ella, robando y persiguiendo a todos los Christianos hasta los Moros de paz, porque no se ayuntauan con ellos. Era cabeza y capitán de esta conjuración y motín un valeroso Moro llamado Xuarpio. El cual como entendió que el Rey iba a buscarle con campo formado, no quiso seguir el mal ejemplo de otros capitanes Moros pertinaces, ni provocar al Rey a mayor ira contra si: sino que debajo de
honrosos conciertos y condiciones, hizo saber al Rey por medio de un cautivo Christiano que le envió, se pondría en sus manos con toda su gente. El Rey se holgó mucho de la demanda y prometió de cumplirla con las convenciones que el Moro pidió. El cual luego vino para él con toda su gente, dejadas las armas aparte, y le entregó las fortalezas que tanto importaban, señaladamente la de
Alarò, como antes dijimos, que también había tomado. Las cuales cobradas por el Rey, movido por la generosidad y buen trato de Xuarpio, a él y cuatro capitanes o cabodescuadras parientes suyos
hizo mercedes de campos y heredades, con otros beneficios de estima: y por su respeto perdonó a todos los que le siguieron, los cuales de allí adelante le fueron muy fieles. Demás destos había otros
dos mil rebelados que no quisieron darse al Rey por mucho que ofreció perdonarles, y tratarles como a Xuarpio y a los suyos: antes se subieron a los más altos montes de la Isla, donde se rehicieron, con otros más que se juntaron con ellos, y llegaron a número de tres mil. Mas pues quedaba ya la Isla poblada de Christianos, para poderles resistir: no quiso el Rey por entonces detenerse en perseguirlos, porno perder el tiempo, que tan forzado le era emplear en averiguar negocios graves con su presencia en los dos reynos, y mucho más en acudir al Rey don Sancho de Navarra, por ser ya llegado el plazo para verse con él.

Capítulo VII. Del recelo que el Rey tuvo, no mudasen de propósito los Navarros, cuyo origen, ingenios y costumbres se describen.

No fuera parte otra razón ni causa alguna para hacer desistir al Rey de la guerra comenzada, con los rebeldes de la Isla, que tanto se la inquietaban, sino el haber empeñado su palabra al Rey de Navarra de acudir con su caballería a Tudela para el día del plazo: recelándose del, no pretendiese con
este achaque de la tardanza, salirse de lo concertado entre ellos: según que a la despedida le dio algún indicio y sentimiento dello. Sospechando también de los Navarros, no pretendiesen lo mismo: así por seguir la opinión de su Rey, como por cubrir por esta vía su imposibilidad de poner en campo, y tener en orden para el mesmo plazo los mil caballos que habían prometido. Porque tenía muy conocidas las condiciones y costumbres de ellos, y temía que de ser ellos no menos cortos de paciencia que de posibilidad, no dejarían de culparle de tardo, sin tener consideración, que de su tardanza no se les había recrecido daño alguno, y así se dio toda la prisa que pudo por salir de la Isla, y ser luego en Navarra. Mas porque el recelo del Rey cerca la impaciencia y corta posibilidad de los Nauarros, no nos haga sospechar de ellos cosas que no sean dignas de tan esclarecida nación, y gente valerosa: será bien que hagamos una breve relación de lo que se entiende de sus usos
y costumbres, y que saquemos a luz sus generosas virtudes y señalados hechos, para que a respeto destos, sean de poco momento algunos descuidos (si se pueden llamar) de naturaleza, que se hallan en ellos, como en qualesquiere otras naciones los suyos, y mayores. Porque son los Navarros y Vizcaynos (a los cuales juntos llama Plinio Cántabros, y los pone en un cantón de la España, entre Septentrión y Poniente) gente que no solo en batalla campal, pero en los particulares desafíos de uno a uno, se han mostrado siempre valentísimos: y que de ser hombres de grandes fuerzas, puestos en el ejercicio de las armas, hacen un ánimo y pecho tan generoso, que no se ofrece en la guerra cosa por muy ardua y peligrosa que sea, que no sean ellos de los primeros en emprenderla. Viene les esto de su proprio natural y cosecha, y no por ser descendientes de los Godos, como algunos muy al revés de lo que pasa piensan. Como sea verdad, que la fama y
belicoso valor de los Cántabros antecedió muchos años y siglos a la venida de los Godos en España. Pues ya en el tiempo del Emperador Augusto Cesar, el Poeta Horacio llama belicosos a los Cántabros y confiesa el mismo Augusto, por lo que escribe del, Suetonio Tranquillo, que ninguna guerra tuvo en su vida más difícil, ni más peligrosa y dudosa, que la de los Cántabros. De los cuales se halla ser hombres,
y mujeres bien hechos, de afable rostro, y bien proporcionados miembros: aunque en común no muy grandes ni dispuestos, pero alegres, y en un punto coléricos. Son gente muy unida entre si, y muy aparejada para morir por la defensa de su patria. Los ingenios de si no son muy eminentes, sino cuando se cultivan, ejercitándose en letras, y en otras
qualesquier artes mechanicas, porque se aplican, y las trabajan más que otros; Puesto que de su natural inclinación y fines, son todos casi iguales, y desean unas mesmas cosas, señaladamente los Vizcaínos: de los cuales a este propósito dijo uno, que no había más de un Vizcaíno en el mundo. Demás que son tan amigos de guardar
siempre unas mismas costumbres de vida, y trajes de vestir, que apenas solían permitir se les apegase algo de los extraños. Su lenguaje se cree comenzó en ellos, o que es la primera lengua que se habló en España. Y por eso es burla creer, les quedó de los Romanos, o Godos, porque no hay lengua más diferente de la suya, que la Española moderna, así Castellana como Aragonesa, con haber nacido estas dos de la Romana (como adelante probaremos) pues demás de ser muy obscura y remotísima del común hablar de España la Vizcaína, apenas se puede bien pronunciar, y ni escribir,
según lo afirma Pomponio Mela. Tampoco se cree haber salido del lenguage de los Godos, por ser muy diferente del Vizcayno lo que se halla escrito dellos. Asimismo son los Vizcaynos y Nauarros
pobres de vocablos propios y aquellos en el hablar
preposteramente collocados. Lo que se entiende dellos, cuando recién salidos de su patria hablan en Romance, porque las más veces, o han de usar de superfluos circunloquios para declarar sus conceptos, o en medio de la plática callar, y así hablan más sobre pensado. De aquí es que en la fidelidad, a la cual es proprio el silencio, exceden a las otras naciones, y huyen de los que mucho parlan, como de que quien mucho yerra: y como tienen el ánimo bueno y sencillo, es tanta la estima y cuenta que hacen de su hidalguía, como del más fino instrumento que se puede hallar para mantener fama y honra, que constituyen su principal riqueza en gozar de ella, mas la tienen en tanto, que por ella morirá así el pobre como el rico, así el pequeño como el grande, puesto que no haya sujeto de hacienda para mantener el estado della. Con esta
su grandeza de ánimo han emprendido por mar y por tierra hazañas muy arduas y valerosas, y que han salido con ellas. Porque no se ha de poner en lo ínfimo de sus hechos, que por mucho que los
conquistaron los Moros, no fueron del todo echados de sus tierras, y patria, y que también fueron los Navarros de los primeros que las cobraron de los Moros, y los echaron dellas. Sobre todo porque de tal manera han conservado siempre la verdadera fé y religión Christiana, que jamás se halla haber poco ni mucho discrepado de ella. Por donde se concluye de ellos, que según su valor y ánimo, son pocas las tierras y reyno que poseen. Y así (volviendo a la historia) se entiende que no fue falta de ellos, sino de la tierra, no haber puesto en campo la caballería prometida. Y que por eso tanto menos razón hubo para zaherir al Rey la tardanza. Cuya magnanimidad y valor fue tanto, que no embargante que los Navarros, muerto su Rey don Sancho, no dieron lugar a que el Rey se valiese del prohijamiento, les fue padre, y les tuvo siempre por hijos, pues en la primera y segunda vacante del Reynado (como adelante se verá) nunca les faltó, antes los defendió y amparó del Rey de Castilla con su persona, ejército, y hacienda por muchas veces. De manera que por acudir a
Navarra, se despidió de la Isla, dejando por gobernador a don Pero Maça en ella: al cual hizo merced de la villa de san Gairén (
Gayren). Porque con el mesmo orden que había repartido en la ciudad las casas, y defuera los campos y heredades, así a los principales de su consejo, y del ejército, había hecho mercedes de pueblos y Baronías. Tabien dexo al mesmo Santaugenia por compañero de la gobernación a don Pero Maça: y encargó mucho a los dos, que aparejasen lo necesario para la guerra y empresa de Menorca, porque volvería muy presto para solo entender en la conquista de ella.

Capítulo VIII. Como el Rey volvió a Tudela, y hallando a don Sancho disgustado por no haber llegado al plazo, se despidió del con buena gracia, y de lo que pasó con un soldado que halló en la antecámara.

Partiose luego el Rey de la Isla con solas tres galeras, y a tercero día aportó en Tarragona. De allí hechos algunos negocios, que no faltaron, de la provincia, pasó a Zaragoza, a donde se le ofrecieron algunos bien importantes, pero los unos resolvió, los otros dejó comenzados para averiguar a la vuelta de Tudela, donde se daba extraña prisa por llegar antes que se supiese de su venida. Pues como entendió que el Rey don Sancho siempre estaba en Tudela, se partió a verse con él con los mesmos don Atho su mayordomo, Lizana, Moncada, Pedro Pérez que fueron antes con él a Tudela, salvo don Pero Maça que se quedó en la Isla. Como llegase a vista de la ciudad saliole a recibir don Pedro Ximeno de Valtierra nobilísimo caballero de Navarra, y de antes conocido del Rey, al cual notificó como don Sancho su Rey estaba, muy desabrido contra él por no haber acudido su Real persona para el día de Pascua con la caballería prometida. Como oyó esto el Rey, tanto más deseó verse luego con el de Navarra, y llegado a Palacio, se entró para él, que le halló en el mismo retrete y cama donde le dejó. Luego le significó las justas y bastantes causas de su tardanza, y de cuan grande y evidente peligro había librado la Isla con su presencia, y cuan necesario le había sido el detenerse en ella, o se perdiera todo. Mas que de su tardanza no recibiese pena, que la recompensaría con añadir doscientos caballos más a los dos mil que tenía prometidos para ayuda de la guerra: sobre la cual en este medio no hallaba que se hubiese innovado cosa alguna ni hecho movimiento por el señor de Vizcaya: y así no había por qué culparle por la tardanza. Que en fin estaba prompto y en orden para acudir con su caballería, si también lo estaban los mil caballos de
Navarra. Pero que se maravillaba del poco estruendo de armas, y de los pocos, o ningún caballo que había hallado en la ciudad, ni fuera de ella: que mandase hacer muestra general, porque juntados los dos ejércitos iría él en persona con ellos a echar a fuera los Castellanos, y presentarles batalla. Como el Rey acabase su razonamiento, y aguardase la respuesta de don Sancho, y ninguna le diese, antes mostrase le fatigaban mucho sus males, saliose un poco fuera del retrete, y vio un soldado con semblante de valeroso y platico, que andaba triste y pensativo paseando por la antecámara. Al cual
preguntó quién era, y qué negocios de palacio le distraían de la guerra, de qué ejército venía allí enviado. Vengo, dijo el soldado, con
recaudos del capitán de las compañías y gente que está
en guarnición y guarda del reyno por las fronteras, para significar al Rey, como se ofrece una muy buena ocasión para hacer salto sobre don Lope y los Castellanos en cierto puesto donde han de
acudir, para que ninguno dellos escape de preso o muerto, con solos doscientos caballos ligeros que de nuevo le provean: y con haber hoy cuatro días que vine con este despacho, no se me ha dado lugar para hablar a su alteza. Alterose tanto el Rey de oír esto, que sin avisar primero, tomó de la mano al Soldado, y se metió por el retrete adentro, quejándose al mismo don Sancho de la flojedad
de los suyos, por dejar perder tan buena ocasión como se les ofrecía para triunfar de sus enemigos, haciendo contar al soldado lo que pasaba, a lo cual añadió el Rey que le proveyese de vituallas
para unos catorce días, que partiría luego con su gente para ellos, y los acometería. Mas don Sancho, o que por sus dolencias estuviese muy fatigado, o por causa de Thibaldo su sobrino que ya era vuelto en su gracia, hubiese mudado de propósito, y se arrepintiese del prohijamiento hecho, fuele muy pesado todo cuanto el Rey le decía. El cual como entendió que don Sancho ni quería proveer lo que convenía para beneficio de su reyno, ni tampoco en cosa alguna valerse, ni
aprovecharse de sus ofrecimientos, y que era perder tiempo porfiarle más sobre ello: mostró que estaba siempre prompto y en orden para cumplir lo prometido, y con esto se despidió del y de los Navarros. Y pues se hallaba libre desta guerra determinó volver a Zaragoza, y de allí pasar a delante a los confines del reyno de Valencia, por reprimir las entradas y correrías que los Moros hacían en los dos reynos, y para dar orden como acabar la guerra de Mallorca contra los rebelados.


Capítulo IX. De las nuevas que el Rey tuvo de la guerra de Mallorca, y de la venida de los gobernadores a persuadirle pasase a ella, porque a solo él querían rendirse los Moros.

Partiendo el Rey de Tudela vino a Thauste pueblo antiguo camino de Zaragoza, a donde encontró con unos mercaderes de Cataluña que pasaban a Navarra. A los cuales preguntó qué nuevas
había en Barcelona de la guerra de Mallorca, respondió uno de ellos, como se decía por muy cierto, que los Moros que se habían rebelado en las montañas estaban fuertes: y que por mucho que los gobernadores de la Isla con su ejército daban en ellos, y con diversas escaramuzas los habían muy maltratado y muerto a muchos, todavía se defendían con gran daño de los Christianos, a los cuales salteaban por los caminos, y hacían muy grandes robos y muertes por la Isla. También se decía que con la esperanza que los Moros tenían de la venida del rey de Túnez en su socorro se entretenían, sin quererse dar a ningún partido. Puesto que el día que partimos de Barcelona se dijo, como trataban, de concierto con los gobernadores: pero que no se tenía por nueva cierta. Agradecioles el rey la relación hecha, y no dejó de creer algo de lo que le dijeron. Estando pues con algún pensamiento y recelo de lo que sería, llegó un correo de a caballo con cartas de los gobernadores de la Isla, que eran llegados a Zaragoza, avisando como para el día siguiente serían con su alteza. No dejó el Rey de recibir mayor alteración de esta nueva que de la que los mercaderes le dieron, y así pasó toda aquella noche con el mismo recelo. Venida la mañana levantose antes del día, y dichas sus devociones estando oyendo misa sintió grande estruendo de gente de a caballo que entraba por palacio y sabido que eran los gobernadores, que partieron de Zaragoza de buena madrugada llegaban en aquel punto, acabada la misa mandó que entrasen. Como los vio el Rey: sospechando que no sin muy grande causa, y necesidad urgente, venían los dos juntos, pues dejaban la Isla sola: después de haberlos muy bien recibido y abrazado con mucho amor y muestra de alegría, venciendo con su magnanimidad el sobresalto y mala sospecha que de esta venida tenía, preguntoles medio riendo. Quereys me ya decir como la Isla es perdida? O que se la ha sorbido la mar, o que la han vuelto a cobrar los Moros con el favor del Rey de Túnez? y que solos vosotros habéis escapado de las manos dellos para traerme la nueva? Los pilotos han desamparado la nave, sin duda que es perdida. A estas palabras, haciéndose adelante don Pero Maça por atajar la mala sospecha del Rey, respondió. No querays, Rey y señor nuestro, atormentaros con tan engañosa sospecha: ni a nosotros privarnos de la buena opinión que para con vos hemos siempre ganado. Mas presto pensad de la Isla y de nosotros, que si no quedase sana y salva a vuestra devoción y servicio, y tan segura como está la nave con buenas ancoras en el puerto, que los pilotos nunca la dejaran, ni jamás apartaran la mano del timón, y gobierno de ella. Antes por haberla dejado muy a recaudo y segura, os traemos
una nueva muy alegre, y no menos honrosa para nosotros que útil y provechosa para toda la Isla. La cual porque no
menospreciassedes, no creheyendola: ni la desechassedes por falta de no haber bien
entendido lo que pasa: pensad cual ella es, que venimos los dos en persona a darla. Sabed señor que los Moros que poco ha, al tiempo de vuestra partida, dejastes en la Isla rebelados y retirados a la montaña, han hecho tantos daños y males por toda ella, que otra vez nos han traido casi a punto de perderla, y a nosotros con ella. Y así ha sido necesario hacerles de nuevo guerra, y ir a perseguirlos dentro de sus cuevas con campo formado. Mas como no
pudiessemos sacarlos de ellas, y en volver las espaldas luego se esparciesen por la Isla a hacer sus acostumbradas cabalgadas, determinamos de subir a los montes más altos a talar y destruirles sus campos que allí tenían muy cultivados, y cogerles el infinito ganado de que se mantenían. Lo cual fue parte y causa, para que acometiéndoles de partido lo escuchasen. Aunque las condiciones que pedían eran muy a gusto de ellos, y que tiraban a toda libertad. Las cuales nos pareció no admitir, por no concluir cosa tan perniciosa, como era dejarlos a toda su libertad, sin vuestra Real autoridad y consulta: ni tampoco desecharles del todo su demanda: por que ellos como desesperados no se arrojaren sobre nosotros, y como tales hiciesen algún grande daño y destrozasen los nuestros. Porque a causa de haberlos tan maltratado así en las escaramuzas como en haberles talado sus campos, y quitado el ganado, están tan mal con nosotros, que se han juramentado a que, o a ningún otro se rendirán que a vuestra Real persona:
o que a muy gran costa de nuestras vidas perderán las suyas ante nosotros. Por tanto señor os suplicamos que os deis toda prisa, para que con vuestra pronta ida y presencia, entendáis en apagar del todo esta centella que tantas veces vuelve a revivir, para el continuo incendio y ruina de la
Isla. Porque si os detenéis, haced cuenta que dentro pocos días quedaréis sin ella. Pues el Rey de Túnez en quien siempre confían estos perros y le llaman, por una parte, y la Isla de Menorca por otra, con las otras dos propinquas, como miembros que son de la mayor, viéndoos absente se nos atreverán a hacer cruel guerra, por cobrar su cabeza.

Capítulo X. Como determinó el Rey de pasar a la Isla, y del testamento que hizo, dejando por su universal heredero a don Alonso su hijo.

Oídas por el Rey las buenas razones de don Pedro, con tan mejoradas nuevas de las que había entendido antes de los mercaderes, se holgó mucho con ellos, y se animó en grande manera para pasar de nuevo a Mallorca. Y así mandó recoger ciertas compañías de soldados que para la conquista de Menorca tenía ya hechas. Y luego sin más detenerse en Zaragoza que de paso, se partió para Tarragona, por dar prisa a la embarcación. Puesto que atendiendo a lo por venir, y porque andando de cada día envuelto en tantos peligros de guerras y continuas navegaciones, si falleciese improvisadamente, no quedase confusa para los suyos la sucesión de sus reinos, hizo testamento de nuevo, e instituyó a don Alonso su hijo único, a quien la Reyna doña Leonor su madre criaba en Castilla, por su universal heredero y sucesor en todos sus reinos y señoríos, así de Aragón, como también del Reyno de Mallorca después de los días de don Pedro de Portugal, y de los Condados de Barcelona y Urgel, del Principado de Mompeller, con todos los otros estados que por tiempo conquistase por su mano. Mandando a todos los grandes y señores de título, y a los Barones de sus reinos, y a las ciudades y villas Reales, que le tuviesen por legítimo y universal heredero suyo, y por tal le obedeciesen. El cual si muriese sin hijos, sustituya por heredero con las mismas condiciones a su primo hermano don Ramón Berenguer Conde de la Prohença y sus hijos y sucesores. Faltando todos estos, a don Fernando su tío: para que aplacase su antigua cobdicia de reynar, solo por sus días, por ser ya monje profeso, y que no se podía casar. Después deste constituyó herederos los más propinquos parientes de la casa y sangre Real. Así mismo estando con algún recelo de la institución y crianza de don Alonso, después de haberle mucho encomendado, y puesto debajo del amparo de la santa sede apostólica, mandó que tuviesen el cargo de criarlo, y bien instituirle el buen viejo don Aspargo Arzobispo de Tarragona, por haber sido el que instituyó a él, y le tuvo en sus brazos al tiempo que le juraron por Rey en las primeras Cortes que tuvo en Lérida: y también a los maestres del Ospital y Temple de la corona de Aragón, y a don Guillen Ceruera monge de Poblete. Mas declaró, que por cierto tiempo le tuviesen en la fortaleza de Monzón, donde él había tomado su crianza y primera disciplina del comendador Monredon, al cual, si vivo fuera, se lo encomendara. Finalmente quiso que esta sucesión fuese válida, si doña Leonor, y el Rey de Castilla, en cuyo poder estaba el Príncipe don Alonso, lo entregasen liberalmente a los
tudores nombrados, y que entrase en posesión de los Reynos pacíficamente, no por fuerza, ni con mano armada. El cual testamento fue firmado, y publicado en Tarragona, en presencia del mismo Arzobispo, del Abad de Poblete, y de fray Pedro Cendra, religioso doctísimo y de muy santa vida, que entonces era Prior del convento, y monasterio de Predicadores en la ciudad de Barcelona, y don Guillen de Moncada, y de otros grandes y barones de los dos reynos. Del cual testamento y sucesión del Príncipe don Alonso, se siguió muy grande contentamiento y aplauso por todos los reynos.


Capítulo XI. Como pasó el Rey por tercera vez a Mallorca, y determinó conquistar a Menorca,
cuyo
aßiento y excelencias de Isla se describen.

Hecho que fue y publicado el testamento muy a gusto del Rey, y de todos cuantos lo oyeron (puesto que no se había de poner en ejecución cosa de las que en él se contenían, sino en caso que falleciese el Rey) entendió luego en embarcarse con los señores y Barones nombrados, en dos galeras, y otras naves y bajeles que llevaban las compañías de Infantería que habían de quedar en la Isla, y partiendo de Salou, a tercero día aportó con toda la armada en la ciudad de Mallorca. Lo primero que el Rey hizo en desembarcar fue subir con los Canónigos y Clero que le salió a recibir en procesión, a la iglesia mayor, donde se holgó extrañamente viendo la obra que iba muy adelante, con tan admirable y suntuosa traza, cuanto de ningún otro Templo él había visto: del cual estaba la capilla mayor acabada. Allí hizo infinitas gracias a nuestro Señor y a su bendita madre, por tan felices y prósperos successos que por tierra y por mar siempre le concedían. Luego tuvo consejo de guerra con los principales capitanes y maestre de campo, que allí se hallaba el comendador Serrano del Temple expertísimo en guerra, y con ellos don Assalid Gudal, y los dos gobernadores de la Isla, con los demás que en el precedente capítulo nombramos. Ante los cuales propuso la conquista que determinaba hacer de la Isla de Menorca, por lo mucho que importaba para la conservación y defensa de Mallorca: antes que los de Túnez y de la Berbería se apoderasen della, y le naciese allí un cruel
padrastro para siempre inquietarla: por ser Isla muy fértil y con los puertos y fortalezas que tenía, muy bastante para mantener ejército: y que por eso cumplía anticiparse a tomarla. Pues como a todos pareciese bien la proposición y deliberación del Rey, determinose la conquista della: y que los soldados bisoños se quedasen en la ciudad, y los platicos entrasen en dos galera y fuesen a Menorca con el orden secreto que se diese a los capitanes de ellos. Y así se armaron luego y abastecieron las dos galeras, en las cuales se embarcaron dos compañías de Infantería muy platica y
lucida, y se partieron para Menorca. Esta es la menor Isla de las Baleares, la cual tiene a Mallorca casi (
quasi) al poniente, y dista de ella (según Plinio, y el Rey en su historia) XXX millas, hasta el cabo de Formentor, al cual responde enfrente el puerto de una pequeña, y bien fortalecida ciudad, que llaman Citadela: que está fundada en alto sobre el puerto bien seguro y ancho: y es muy deleitosa, por estar rodeada de arrabales, y caserías, con su campo muy fértil y plantado de frutales y arboledas, entretejidas con mucha hortaliza (ortaliza) y yerbas saludables. Puesto que según la opinión de Marsilio, que escribió esta historia, solamente es buena para criar todo género de ganados mayores y menores, y no para todos granos ni mieses. Pero Tito Livio, y la experiencia dicen, y muestran, que su campo es muy fértil, y hábil para producir todo aquello que produce el de Mallorca. Hay dentro de la Isla muy grandes montes, aunque no tan ásperos y levantados, ni tan cavernosos como los de Mallorca. En el más alto de estos en medio de la Isla, había edificado un palacio grande y casa de placer donde se recreaban los Reyes Moros, todas las veces que pasaban a
ella. En la cual se hallan cuatro puestos, que son la Citadela, Serinao, Fornel, y Mahò. Este es el más famoso de toda la Europa porque es muy ancho y muy seguro: y se nombro así, del Capitán Magon hermano de Anibal famosísimo capitán de Carthagineses. Los cuales poblaron esta Isla que está al septentrión de ellos. Según en ella quedan aun señales y memorias de los pobladores. Y no falta quien escribe que nació Anibal en ella. De suerte que Mahón y Ciudadela, como principales, y más seguros puertos de la Isla, tenían guarnición de gente de guerra
sujeta a los corsarios, y estaban en defensa.
Capítulo XII. Como llegaron las dos galeras a Citadela, y saltó la gente en tierra, y del ardid que usó el Rey con los de la Isla para que se le entregase luego.

Llegaron las dos galeras con los soldados viejos a tomar puerto en la Citadela, sin que ninguno de la tierra se los estorbase (
estoruasse) y luego saltaron en tierra, y publicaron ser gente Christiana, enviada por el Rey Christiano de Mallorca, y trataron con el gobernador de la Isla por sus intérpretes, notificándole, que pues su Rey antiguo de Mallorca había sido vencido y sojuzgado por el Rey de Aragón, y la ciudad porque no quiso luego rendirse, fue tomada por fuerza de armas y saqueada, con tanto derramamiento de sangre, y los demás daños que padeció, que por eso tuviesen los de la Isla por bien de rendirse y entregarse a toda merced del mismo Rey, que de su condición era tan benigno y piadoso, que les haría toda merced, y consentiría se quedasen con sus casas y posesiones pacíficamente en ella. De otra manera, no queriendo darse a buenas, supiesen que habían de padecer mayores crueldades y muertes que la ciudad de Mallorca, y que los echarían de la Isla. Como oyeron esto el gobernador y principales de ella, que luego fueron allí todos, y sabían muy bien todo cuanto había pasado en Mallorca, pidieron tiempo para tener su consejo y dar la respuesta. Y luego les presentaron mucha cantidad de pan y carnes, pasas y higos para que en el entretanto comiesen sin desmandarse por la ciudad, y ellos se entraron en la fortaleza: donde mientras trataban de rendirse, puestos a unas ventanas que miraban a Mallorca, el Rey que quedaba en ella con parte del ejército, acompañado con tres de a caballo se subió en un monte, que es un principal cabo de la Isla llamado, como dicho se ha, Formentor, o de Menorca, porque la mira de allí, y está enfrente de la Citadela. Esto era al tiempo que anochecía, y pensando el Rey en lo que harían los soldados, y el entretenimiento que podrían hacer los de la Isla por no darse, usó deste ardid con ellos, y como lo pensó le sucedió. Porque llamó a los capitanes que le seguían, para que mandasen a los soldados que en un mismo punto cada uno encendiese las retamas en diversas partes del monte, señaladamente donde más se descubrían a la Citadela, de manera que les pareciesen diversas hogueras y para los que las viesen de lejos representasen lumbres de algún grande ejército. A donde como echasen los ojos los de la ciudad, que estaban en la fortaleza, conjeturaron, que aquella visión, o prodigio, no significaba, ni era otro, que de algún grandísimo ejército de los Cristianos que estaba muy en orden, aguardando lo que ellos responderían a las condiciones y partido que se les había ofrecido de parte del Rey: para que en sabiendo que no querían darse, y que rehusaban su clemencia, fuesen luego sobre ellos. De suerte que alterados por la visión, y atajados del miedo luego sin más consulta determinaron darse a toda merced del Rey. Para esto llamaron a los capitanes Cristianos, y quien abiertas las puertas de la fortaleza libremente se la entregaron con toda la Isla. Solo suplicaron se les permitiese a todos los de la Isla quedar en ella, y no ser echados a otra parte: pues prometían servir al Rey, y a sus oficiales fidelísimamente, como perpetuos esclavos. Con esta nueva despacharon luego los capitanes para el Rey una fragata con el principal dellos, y llegado ante el Rey hizo relación de todo lo que había pasado en la Citadela, y como realmente pensaron los Moros, vistos los fuegos del cabo de Menorca, eran de algún muy grande ejército que venía sobrellos, y con esto luego en aquel punto se rindieron. Holgó mucho el Rey del próspero successo, y pacífica entrada de la Isla. Y así mandó que la tomasen a toda merced suya, y les asegurasen personas y haciendas con lo demás que pedían. Tomada la fortaleza y pueblo de la Citadela con todos los otros puertos y pueblos de la Isla, sin permitir dar a saco tierra alguna: el gobernador con otros principales de la Isla fueron llevados en una de las galeras al Rey, y en saltando en tierra todos se le postraron a los pies con su ceremonia morisca, y besada la rodilla se le rindieron como a su señor y Rey en su nombre y de toda la Isla.


Capítulo XIII. Como los Moros rebeldes en sabiendo que Menorca era tomada, se rindieron al Rey, y les perdonó, y como dejando puestos gobernadores en las dos Islas se volvió para Cataluña.

Desta manera que habemos dicho, se sojuzgó, y vino en poder del Rey la Isla de Menorca, cuya nueva fue luego divulgada por toda Mallorca. Pues como los Moros rebeldes de la montaña, que
hasta allí se estuvieron a la mira, y no cumplieron lo que habían prometido a los gobernadores de entregarse a la persona (psona) del Rey en llegando, entendieron que Menorca se había rendido, y la benignidad y todo buen partido que el Rey había usado con los de la Isla: en el mismo punto salieron de sus montes y cuevas, y sin esperar la presencia del Rey, se esparcieron por los
caminos, y a cualquier soldado Christiano que encontraban, se le echaban a los pies y se le rendían, pidiendo perdón a voces. De lo cual gustó mucho el Rey, y fue muy reída (
reyda) la burla por todo el ejército. Y habido consejo sobre lo que dispondrían (dispornian) de los Moros rebeldes, fueron los más condenados a perpetuos esclavos, y trasladados a vender en la tierra firme. Puesto que algunos probando como fueron forzados por los otros ha haberlos (auerlos) de seguir en la rebeldía, cobraron por merced del Rey parte de sus campos y caserías, y quedaron en la Isla obligados a servir con sus personas, y haciendas en los edificios y obras públicas de ella. Concluida esta guerra de la montaña, quedando ya el Rey absoluto señor de las dos Islas, se detuvo dos meses más en ellas, y mandó al uno de los gobernadores residiese con buena guarnición de gente la mayor parte del año en Menorca, en guarda de la Citadela, por ser de allí el más breve paso de mar de la una a la otra Isla, para que se ayudasen y de noche se hiciesen señales de paz y de guerra con fallas de fuego. Hecho esto, de lo que más se preció el Rey fue, dejar la Isla mayor muy fortificada de gente y armas: mandando reedificar los castillos y torres de las atalayas que estaban en los puertos y calas de mar alrededor de la Isla, y donde no las hubiese, siendo necesarias, que se edificasen de nuevo, poniendo en ellas guardas contra la furia de los corsarios de Berbería. De aquí vino que toda la Isla está cercada de torres y atalayas. Esta guarda encargó mucho el Rey a los caballeros y barones que tenían campos y lugares en la Isla: certificándoles usaría de todo rigor, y condenaría so graves penas, a los que en esto se houiessen con descuydo, señalando la psona de don Pedro de Portugal, a quien, como está dicho, el Rey había dado las Islas por su vida. Pero llegó a tanto su flojedad y tibieza, que hecho de si todo el gobierno y cuidado dellas, porque no quería quedar allí, según por todas vías procuraba de volver a tierra firme. Por esta causa, no mucho después, el Rey conquistando el Reyno de Valencia, le dio ciertas villas en él, las cuales recibió don Pedro de buena gana, y contento de la recompensa, renunció libremente en el Rey todo el derecho que a las Islas tenía, como adelante diremos. De manera que cesando las guerras, vuelta Mallorca a su buen gobierno de paz, y a ser bien cultivada la tierra, creció tanto la fertilidad y abundancia de ella, en frutos y las demás mercaderías de la tierra, que se restituyó en su trato y comercio primero, con todas las partes marítimas de la Europa. De suerte que así por la ocasión de su fertilidad, y de las muchas mercaderías que a ella se traen, como por las que a la Isla sobran y se llevan a todas partes, no solo volvió a su opulencia antigua: pero también por las continuas contiendas y escaramuzas que su gente tiene con los moros corsarios de África, es más belicosa y ejercitada en armas que ninguna otra.
Fin del libro octavo.