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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro XVIII

Libro XVIII.

Capítulo primero. Del asiento y poderío de la ciudad de Barcelona.


Mostró bien el Rey (por lo que en el precedente libro concluimos) tener su espíritu del todo puesto en Dios, y en acabar la empresa de la tierra santa: pues no fueron parte carne y sangre de tantos hijos y nietos para divertir su santo fin y propósito de proseguirla. Y así despedido de ellos, no paró en Zaragoza: ni en otra parte del camino hasta llegar a Barcelona, para poner en orden la armada, y juntar el ejército: dejando las cosas del gobierno de los Reynos bien concertadas antes de su partida. Fue pues muy grande el concurso de gente de todas partes, además del ejército, que vinieron a esta ciudad, no solo de procuradores y síndicos de las ciudades y villas Reales de los tres Reynos para ayudar con su extraordinario servicio a los gastos de esta empresa: pero de muchos otros, que por solo ver al Rey, y el aparato del armada, y municiones de guerra, se congregaron de toda España: mas ni fue de menor maravilla ver la mucha hartura de vituallas y el cumplimiento de alojamientos que para todos hubo en la misma ciudad de Barcelona. Por lo cual, y ser esta una de las más insignes ciudades de España, será bien que digamos algo de su asiento y origen, de su maravillosa traza y bien labrados edificios, junto con su gran poder, y valor de ciudadanos, y mucho más de la ejemplar concordia de ellos para lo que toca al beneficio y conservación de su Repub. La cual fue antiguamente llamada Fauencia (Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino) pero venida a poder de los Cartagineses la llamaron Barcino: por los del bando y parcialidad Barcina que vinieron de Carthago a regirla. Pero destruidos los Carthagineses y su ciudad asolada, los Romanos la redujeron (reduzieron) en colonia con el mismo nombre, y con esto va fuera todo lo que de su nombre después se ha comentado y fingido por algunos, pues se llama hoy día Barcelona. Y es de las bien trazadas, y mejor edificadas ciudades que haya otra. Porque está hecha como media luna, atajada por el mar al oriente, extendida sobre una espaciosa llanura a las raíces de un monte alto que da en la mar, y sirve de atalaya, para descubrir de bien lejos las naves y bajeles que a ella vienen, al cual llaman Monjuhi, que significa monte de Ioue, o Iupiter: o porque en él solían antiguamente los gentiles sacrificar a Iupiter dios de las riquezas, que las estiman tanto y guardan mejor en esta ciudad que en otras: o porque la gente de ella es muy Iovial en sus regocijos, y de más suave trato que la mediterránea de Cataluña, que de si es saturnina y triste, y que el vengar las injurias es su alegría. De este monte se puede bien decir que vale de padre y madre a la ciudad: pues no solo con su oposición al mediodía la defiende del excesivo calor que padecería, y que con el atalayar le avisa del bien o mal que por la mar le viene: pero también la ha como parido de sus entrañas: pues nació toda de la pedrera del monte, sin disminución de él, en tanta copia, que amontonada ella, sin duda que haría otro mayor monte por si sola. Y así por ser edificada de tan excelente piedra que se endurece en el edificio, son las casas, templos, palacios y edificios públicos, con su muy torreada muralla, de lo más bien labrado, y fuerte que pueda ser otro. Con esto y estar de todas armas y artillería gruesa muy abastecida, es hoy sobre cuantas ciudades hay en España más puesta en defensa. También es muy alegre su campaña y harto fructífera: aunque su mayor abundancia de mercaderías le entra por el mar que bate su muralla:
y así por las continuas entradas y salidas de bajeles con nuevas gentes que vienen de cada día, y por lo que la vista y contemplación del mar a todos mucho alegra, su mayor regalo y recreo es la marina. Puesto que no hay puerto seguro sino playa abierta por toda ella: pero se halla tan honda que se quiso antiguamente formar muelle allí, y en fin se pueden los bajeles asegurar mejor que en cualquier otra playa. De aquí le vino ser su trato de mar muy poderoso y extendido: señaladamente después que cesó el de Tarragona, por las guerras y destrucción de los Moros que pasaron por ella (según que en el precedente libro quinto se ha largamente referido) que por esto se trasladó toda la negociación de mar a Barcelona. De suerte que así por los grandes aparejos de ataraçanales, como de maderamiento, y los demás pertrechos que produce de si la tierra, los ciudadanos por mandato de sus Reyes, se dieron tanto a hacer todo género de navíos, y más de galeras, hasta ponerlas a punto de navegar y pelear con ellas, que como colonias las han siempre enviado por el mediterráneo adelante, para representar su renombre y fuerzas en diversas partes. Lo que se puede muy bien apropiar a esta ciudad, y decir de cuantas armadas ha echado en mar y proueydo así de armas y soldados, como de remeros y xarzias, que otras tantas ciudades ha edificado: porque las armadas gruesas por mar, son otro que unas muy fuertes y bien regidas ciudades, o verdadero retrato de muy concertadas Repub. y no solo esperan a los enemigos, pero también los van a buscar y sacar de sus casas, como se prueba por los grandes efectos que con ellas los mismos ciudadanos y gente Catalana han hecho por mar en servicio de sus Reyes. Por ser gente de si muy belicosa y hecha de tal compás que cuanto más rehúsa de ser pechera en la hacienda: tanto más a las necesidades y hechos de armas de sus Reyes suelen prontamente acudir con sus personas y vidas. De manera que por estas, y otras muchas comodidades y cumplimientos de valor y poder que esta ciudad siempre tuvo, meritoriamente llegó a exceder a muchas otras en el pacífico y seguro estado de gobierno que de si tiene: no tanto por su buen asiento y fortificado muro, cuanto por su mucha religión y buen gobierno, que de la sobriedad y gran concordia de los ciudadanos nace en ella. Pues dado que ellos con ellos entre si sean gente desapegada: pero en lo que toca a fidelidad con sus Reyes, y común defensa de la patria (como gente de pocas palabras) no hay Lacedemonios que más liberal y determinadamente empleen sus vidas, por la conservación de ella. Pues como llegase el Rey y fuese muy bien recibido de la ciudad y ejército, quiso luego reconocer la armada que poco antes mandó poner en orden, y como la halló tan bien provista así de vituallas, como de remeros y todo género de armas: no solo alabó mucho la diligencia y solicitud del proveedor: pero se maravilló extrañamente de la sobrada riqueza y poder de la ciudad, así para hacer y poner en el agua la armada, como para proveerla con tanta prontitud de cuanto menester era.





Capítulo II. Como el Rey pasó a Mallorca, y cogido el servicio de ella, con el magnífico presente que Menorca le hizo, se volvió a Barcelona.


Estando ya aprestada el armada, mandó el Rey llamar algunos Prelados y señores del Reyno para dejar las cosas del bien asentadas, por haber de ser la jornada larga y la vuelta dudosa. Lo cual concertado y proueydo como convenía, entretanto que acababan de llegar algunas compañías de infantería de Aragón, y de lo mediterráneo de Cataluña, se metió en una galera muy bien armada, y con otro bergantín para ir descubriendo en delantera, pasó con muy buen tiempo a remo y a vela en treinta horas a Mallorca, por visitar la Isla y proveerse de algunas cosas necesarias para la armada. Como llegase al puerto de la ciudad y saltase en tierra impensadamente, entrando en ella se holgó muy mucho de verla tan ampliada, y como de nuevo edificada: señaladamente con las obras del gran Templo, de la fortaleza, y fortificación del puerto, que se levantaban muy magníficos, y estaban ya bien adelante. Tuvo también a muy grande maravilla, y como de la mano de Dios, que ni el Rey de Túnez ni los demás de la África con tan continuos viajes y empresas de guerra que hacían contra España por la Andalucía, nunca hubiesen intentado la conquista de la Isla, ni aun de las otras vecinas: para que de aquí se entienda, cuanta fue la opinión y estima que hubo de este sabio y valeroso Rey, y cuanto el respeto y temor que los Moros de África le habían concebido, pues no con armas, sino con sola la fama de diligente y belicoso, pudo defender sus Reynos Isleños, y que los viesen de paso, mas no llegasen a ellos sus enemigos. De manera que reconocida la ciudad con alguna parte de la Isla y pedido servicio para la jornada de Jerusalén, le sirvieron con cincuenta mil sueldos de plata, y por ellos les hizo el Rey iguales gracias como si fueran de oro. Y alabó no solo el amor y fidelidad que a su persona tenían, pero mucho más la buena diligencia y solicitud que en la guarda y conservación de la ciudad e Isla mostraban. Estando en esto llegó el gobernador y oficiales Reales de Menorca con un riquísimo y magnífico presente de mil vacas que le hacía la Isla. El cual dieron los moros de ella en señal de su fidelidad y servicio muy de buena gana. Estimó esto el Rey en tanto para la provisión de la armada, que mandó al gobernador tratase muy bien a los Moros de la Isla, y de su parte les agradeciese mucho el buen servicio que le habían hecho. Puestas mil vacas en tres naves y cuatro taridas se volvió con todo ello a Barcelona.


Capítulo III. Como vuelto el Rey a Barcelona hizo reseña de la gente y se embarcó, y de la gran tormenta que se levantó en comenzando a navegar.


Aprestada ya la flota de treinta naves gruesas y XII galeras, con otros muchos bergantines y fragatas, y llegada toda la infantería, se embarcaron ochocientos hombres de armas con tres caballos para cada uno, con los Almugauares de a caballo, y la demás gente de a pie, que fue fama llegaban a veinte mil infantes, y que con don Fernán Sánchez su hijo, y los señores de título, y barones que le seguían y otros caballeros, sería toda la gente de a caballo hasta mil y dociétos. Acabados de ajuntar todos, el Rey con los prelados y señores del Reyno tuvo consejo, en el cual se nombraron los que quedaban para gobierno del Reyno, y pues el Rey tenía ya hecho su testamento y la repartición de sus Reynos y señoríos en sus dos hijos don Pedro y don Iayme ya príncipes jurados, y que los dejaba con ellos por lo que del podía suceder yendo en una jornada tan peligrosa y dudosa, les rogaba tuviesen toda buena alianza con ellos: pues así volviendo sano y salvo de esta jornada, como perdiendo en ella la vida para ganar la del cielo, allá y acá tendría siempre cuenta con ellos. Venido el día de la embarcación, luego por la mañana oída misa, el Rey con algunos principales del Reyno como era costumbre recibieron el santísimo sacramento, y lo mismo haciendo cada uno de los soldados se embarcaron. Entró con ellos el Obispo de Barcelona, y el Sacristán de Leryda que después fue Obispo de Huesca, con muchos sacerdotes para ministrar los sacramentos a los del ejército. Y como fuese entrada del Otoño, cuando ya cesan las calmas y los vientos son más reforzados, mandó el Rey que luego por la mañana se hiciesen todos a la vela: puesto que el tiempo no era del todo hecho. Mas no hubieron navegado cuarenta millas costeando hasta llegar en alta mar, cuando al anochecer, por correr levante, y no haber podido salir todas las naves juntas, determinó por consejo de Ramón Matquet principal piloto, volver a Barcelona, para recoger toda la armada, y llevarla delante si: la cual con el viento contrario que se levantó de medio día abajo, había dado en la playa de Ciges cerca de Barcelona hacia el mediodía. Y con una sola galera que halló delante la ciudad, de paso recogió las naves, y hecha reseña de nuevo, dio a Fernán Sánchez el cargo de general del armada. El siguiente día no con muy buen tiempo partieron de Ciges, y llegaron a vista de Menorca: a donde pensando poder tomar puerto, súbitamente se levantó tan grande tempestad y contrariedad de vientos entre levante y tramontana que los echó a la mar y trajo a riesgo de perderse por querer resistir al tiempo con el recelo que tenían de dar en Berbería (Berueria). Además que se reforzaron los vientos de tal manera que causaron grande tempestad y borrasca con tanta oscuridad, que pasaron largos cuatro días con sus noches que ni se vio sol, ni luna, ni estrellas en el cielo. Y así perdido el tino con la oscuridad y con los recios encuentros de las olas, no pudiendo ya regir los gobernalles de las naves, se alejaron las unas de las otras por no venir a encontrarse y perderse del todo: de las cuales parte tuvieron firme, y por no perder al Rey se sujetaron a muy grande peligro, parte fueron del todo forzadas hacerse a lo largo y seguir la capitana de Fernán Sánchez que siguió su camino para Jerusalén como adelante diremos. Mas el Rey, que en comenzando la tormenta se pasó a la nave de Ramón Marquet, comenzó a ser muy importunado por los de la misma nave, y también por los Pilotos de las otras con los capitanes y soldados, que a voces nombraban al Rey, y se le allegaban suplicando con lágrimas se apiadase de ellos, y que volviesen atrás: pues cesando la tramontana, se había opuesto el lebeche tan reforzado que doblaba la tormenta y los ponía en mayor peligro. Lo mismo encarecía Marquet con sus marineros, porque veían crecer la tempestad de punto en punto y era tan espantosa su furia, que no parecía tormenta de vientos sino furor del cielo airado contra los navegantes. Allende que ya las demás naves o habían perdido el timón, o rompido el mástil, y las velas, además de hacer agua todas, y los caballos del Reyq iban en aquella nave ya echados a la mar, y se podía creer ser lo mismo de los que iban en las otras.


Capítulo IV. Como porfiando el Rey de pasar adelante contra la opinión de los Pilotos, el Obispo de Barcelona le persuadió diese lugar al tiempo, y tomase puerto.


Como todavía Marquet con todos los marineros representasen al Rey el grandísimo peligro en que estaba puesta la armada, por lo que está dicho, y de cansados ya casi ninguno hiciese su oficio, antes bien todos desamparasen la nave, con todo eso confiando el Rey que amainaría la tempestad, procuraba animarlos, diciendo que Dios en cuyo servicio iban, y los ángeles sus ministros eran con ellos, que implorasen su auxilio porque aunque fluctuasen no perecerían. Pero como la tempestad creciese, recurrieron al Obispo de Barcelona todos los marineros de la nave Real con el piloto para que persuadiese al Rey diese lugar se tomase puerto donde pudiesen: porque la nave había hecho mucha agua, y realmente se iban a fondo, y que le significase era la determinación de todos ellos que por la salvación de su Real persona, le perderían el respeto, y tomarían la primera tierra que pudiesen. Oído esto el Obispo con el Sacristán y Teólogos que venían en la misma nave se juntaron, y fueron a encerrarse con el Rey en la cámara de popa, y el Obispo le habló de esta manera. Ciertamente (Rey y señor nuestro) que ni es de cristiana virtud, ni de constancia heroica, mas antes sabe a crueldad inhumana, que viéndonos en tan manifiesto peligro queráis ser tan pertinaz en el navegar, que ni de toda la armada, ni de nosotros, ni de vos mismo tengáis compasión ni piedad alguna. Sino que queréis vos solo contra la opinión de los que lo entienden usurparos el gobierno de la mar, sin considerar cuan otro es al de la tierra, y el uso del pelear cuan diferente uno de otro: pues no salen contra nosotros escuadrones de gente armada, no hombres contra hombres, sino vientos, lluvias, y truenos, relámpagos, rayos, torbellinos, y todas las tempestades juntas son las que hechas un cuerpo caen y dan sobre nosotros: a las cuales, no con fuerza de armas, sino con solo volver las espaldas, y huir de ellas es lícito resistir, y sin perder honra, hurtarles el cuerpo: pues no hay cosa de mayor arte en el navegar, no pudiendo tomar puerto, que seguir la tempestad: ni de mayor sabiduría y discreción, que a los vientos, a quien no podemos mandar, si son del todo contrarios, obedecer, y si nos echan a tierra, mayormente a la propia (como ahora vemos) correr con ellos a rienda suelta. Que ni hay porqué estar solícito, ni con el ánimo suspenso, por lo que dirán, dejando la empresa: porque esta más es de Dios que vuestra: ni por vos señor ha sido, sino solo por el nombre de Cristo, y para ensalzamiento de su santa religión y fé católica comenzada. Pero como veamos que esta se nos estorba con tan horrible y espantosa tormenta, y tempestades de mar y cielo: las cuales ni se levantan, ni mueven sin la voluntad divina: por ventura, o no es grata, ni accepta a Dios nuestro Señor esta empresa, o para en otro tiempo, con más comodidad se os reserva el acabarla. Por tanto no tengáis señor cuenta con lo que será, sino con la necesidad presente y urgente: y para que no llevéis vos solo la culpa de tan miserable pérdida y muertes de tantos y tan esclarecidos capitanes y soldados, sino que más presto a vos, a nosotros, y a todos salvéis la vida, mandad a los pilotos tomen el primer puerto que la misericordia divina nos deparare: para que en la tierra, y no en la mar podáis con más libertad y tranquilidad de ánimo determinaros en lo que más conviene.




Capítulo V. Que convencido el Rey por las razones del Obispo mandó a los pilotos tomasen puerto, y como apartados, de súbito cesó la tormenta, y de las causas porque no volvió a navegar.


Como el Obispo acabó su razonamiento, luego fueron con el Rey el Sacristán con los Teólogos y religiosos, y con lágrimas le encargaron la conciencia y suplicaron lo mismo. Fue cosa milagrosa, que en el punto que comenzó el Rey a ablandar su pecho y pertinacia, comenzó también a amainar la tempestad y tormenta. Y al tiempo de medio día, deshechas las espesísimas tinieblas que lo cubrían todo, se descubrió el sol, y repentinamente parece que se abrió el cielo, y descubrieron tierra: y la nave del Rey y otras con el favor divino aportaron a la provincia de Narbona al puerto de Aguasmuertas: pero se levantó un viento de tierra que les impidió la entrada, y las echó en el puerto de Adde más cerca de Narbona. A donde el siguiente día desembarcó el Rey, y en poniendo el pie en tierra, se fue para la iglesia de nuestra señora de Valverde, donde hizo infinitas gracias a nuestro señor y a su bendita madre, por haber librado a él y a los suyos de tan terrible tempestad, y restituido los a tierra firme. Después volviendo los ojos a la mar viéndola tan reposada y mansa, pensó de volver a ella: pero como entendió que de toda la flota que de Barcelona saliera, apenas había con él aportado la mitad, y aquella quedase tan quebrantada y rota de la tempestad pasada, que por maravilla había naves ni galeras, que fueron las más mal libradas, que no se hallasen, o con las velas rotas, o con el mástil (mastel) y antenas quebradas, o caído el timón y que por aliviarlas no hubiesen echado a la mar los caballos, y máquinas, con los demás instrumentos de guerra. Allende desto, que ni de la otra mitad de la flota sospechase otro que el mismo trance y fortuna de la suya: determinose en dar lugar al tiempo y por entonces no volver a navegar, sino diferirlo para otro más oportuno, cuando reparada la armada sería más fácil la empresa. Luego llegó a él, el Obispo de Magalona en cuyo distrito estaban, y el hijo de Ramó Gaucelin principal barón de aquella tierra, los cuales proveyeron al Rey y a los suyos de vituallas y lo demás necesario para rehacerse del trabajo pasado, con mucha abundancia. Lo cual el Rey les agradeció mucho, y se partió para Mompeller que estaba muy propinquo de allí, a donde se detuvo algunos días para que tomasen huelgo los suyos, y se reparase la flota.




Capítulo VI. Del discurso que hizo la otra mitad del armada que llevaba don Fernán Sánchez, como llegó a Jerusalén, y volviendo por Sicilia fue armado caballero por el Rey Carlos.


Llegada la mitad de la flota con la persona del Rey al puerto de Adde (como está dicho) la otra mitad que pudo resistir a la tempestad, siguiendo la nave de don Fernán Sánchez, con la de Ximen de Urrea, pasaron adelante, porque se alargaron con la tormenta hacia la costa de Berbería y navegaron entre ella y Cerdeña, y Sicilia y por la costa de Cádia y Chipre hasta que llegaron a Acre villa y puerto de la Palestina no lejos de Jerusalén: donde fueron con grande alegría recibidos del gran Maestre de Rodas que allí estaba, y de otros Cristianos que como tuvieron nueva de su llegada, vinieron de Jerusalén a verlos, con estar muy maltratados de todo auxilio. Mas como la villa estuviese desguarnecida y sin defensa, propinca a otra que poco antes habían combatido los Turcos y tomado por fuerza de armas, pareció que no era seguro esperarlos allí, ni emprender de pelear con ellos siendo tan pocos los del armada y estar tan fatigados de las tormentas pasadas. Y porque se iban ya allegando los Turcos al puerto para hacer presa en ellos determinaron de volverse a las naves, y buscar al Rey por el mismo viaje que trajeron. De manera que partiendo el trigo y vituallas que traían con el gran Maestre y Cristianos, y animándolos mucho para que confiasen en la venida del Rey que sería allí presto con toda la armada a librarlos, salieron del puerto y se volvieron sin descubrir en ninguna parte gente ni socorro de los Tártaros, ni del Emperador Paleologo, y sin esperar más pasaron a vista de Chipre y Rhodas tocando en la Asia menor. De ahí (ay) a vista de Candia, tomando la derota por junto al Zante llegaron a Sicilia y costeando y doblando los cabos de la Isla aportaron en Palermo ciudad principal y la mayor y más fortificada de la Isla, a donde solía ser la residencia de los Reyes. Como se hallase a la sazón allí el Rey Carlos de Angeu que venció poco antes, y mató al Rey Manfredo (como arriba contamos) y entendiese que un hijo del Rey de Aragón era allí aportado, salió al puerto a recibirle y le hospedó con grande honra y aparato, y le entretuvo algunos días tratándole muy espléndidamente como quien era. De donde se le aficionó tanto Fernán Sachez que le pidió por merced le armase caballero, porque se honraría mucho en recibir este favor de su mano. Lo hizo Carlos de muy buena gana, y celebró en ese día aquel oficio con extraña suntuosidad y pompa. Puesto que todas estas prendas de amor y amistad tan de presto dadas y tomadas entre los dos fueron ocasión de mayor odio y discordia entre Fernán Sánchez y el Príncipe don Pedro su hermano que como sucesor de Manfredo su suegro le hizo después cruel guerra y le ganó a Sicilia y aun en Fernán Sánchez puso las manos como adelante se dirá.




Capítulo VII. De las fiestas y suntuosísimos regocijos que el Rey de Castilla hizo en Burgos a las bodas del Príncipe su hijo y de los muchos Príncipes que se hallaron en ellas con el Rey don Iayme.
Partió el Rey de Mompeller para Cataluña y de allí sin detenerse pasó a Zaragoza a donde halló un embajador del Rey de Castilla su yerno que le dijo, como el Rey su señor había sabido de su gran tormenta de mar y tempestad pasada y también de su vuelta a salvamento, de lo cual él y la Reyna se habían infinitamente alegrado, y hecho gracias a nuestro señor por ello, y porque tanto más deseaban gozar de su vista, le suplicaban que para solazarse y aliviarse del trabajo pasado, tuviese por bien de venir a Burgos a dar su bendición al Príncipe don Fernando su nieto, y hallarse en las bodas que había de celebrar con doña Blanca hija del Rey Luys de Francia. Donde se habían de hallar juntos el Príncipe su hermano que la traía, acompañado de muchos Prelados y grandes de Francia. Y don Eduardo Príncipe de Inglaterra casado con doña Leonor hermana del de Francia, y con ellos el Marqués de Monferrat de Italia, con los embajadores de los electores del Imperio de Alemaña, que a la sazón eran llegados con la nueva de su elección en Rey de Romanos. Lo cual oído por el Rey se alegró extrañamente, y se puso luego en camino para hallarse en la fiesta, llevando consigo algunos principales señores del Reyno puestos muy en orden para salir a las justas y torneos y las demás fiestas de la boda. Pasó por Tarazona, y de allí a Ágreda, donde fueron sus primeros desposorios con doña Leonor, y a donde le esperaba el Rey don Alonso, y continuando su camino llegaron juntos a Burgos, a donde habían llegado ya todos los nombrados, ni faltó don Alonso señor de Mesa y Molina tío del Rey don Alonso, juntamente con los hermanos don Fadrique, don Manuel, y don Felipe el que casó con doña Cristina hija del Rey de Noruega: los cuales para estas bodas disimularon sus rencores e hicieron como treguas en la guerra de pasiones que con don Alonso tenían. Postreramente llegó el Príncipe don Pedro el cual igualando con el Rey su padre en grandeza y majestad de personas excedían a todos los demás Príncipes y representaban bien lo que eran. Luego tras él llegaron los demás hermanos don Iayme Príncipe de Mallorca y don Fernando señor de Ixar, y don Fernán Sánchez que llegaba de Jerusalén. Asimismo acudieron a la fiesta don Iayme y don Pedro hijos de doña Teresa, porque muerta doña Violante no era tan viva la pasión del Rey y don Pedro contra ellos, mas ya se veían y trataban. También se halló presente don Sancho el Arzobispo de Toledo que les dijo la misa, con todos los demás Prelados y grandes de Castilla. Los cuales fueron todos con sus criados, gente y caballos espléndidamente aposentados y proueydos de toda cosa con abundancia, que fueron las mayores cortes y junta de Príncipes que Burgos jamás en si tuvo. Se celebraron las bodas solemnísimamente con la mayor alegría y magnificencia que jamás se vieron otras, a causa del grande concurso. Acaeció que celebrada la misa Eduardo Príncipe de Inglaterra quiso ser armado caballero por mano del Rey don Alonso, juntamente con don Fernando su hijo el novio de las bodas. También recibieron de mano de Eduardo la misma dignidad los hermanos de don Fernando con don Lope Díaz de Haro señor de Vizcaya. Estas bodas después de oída la misa y tomada la bendición del Rey aguelo, y padre don Alonso, se entretuvieron y solemnizaron con fiestas de justas, torneos, cañas, juegos, espectáculos, toros y otros muchos regocijos, por espacio de medio año, desde la primavera al otoño. Porque siendo (como dicen) Burgos de verano fría, no hubo ningún exceso de calor para impedir el continuo y encendido ejercicio de tantas justas y torneos con los demás juegos que en todo aquel tiempo hubo. Y lo que más fue de maravillar es que en todo este tiempo a ninguno de los convidados se le ofreció necesidad, ni ocasión para haber de dejar la fiesta por volver a sus casas. Mostrose don Alonso en esta jornada con los extranjeros y suyos más largo y magnífico que cuantos Príncipes hubo en la Europa. Y acabada la fiesta se despidieron unos de otros con mucho gusto y contentamiento de todo haciendo muchas gracias al Rey de Castilla porque los enviaba tan obligados a celebrar la perpetua memoria de su tan extraño poder y magnificencia.




Capítulo VIII. De las quejas que los grandes de Castilla dieron al Rey don Iayme de don Alonso su yerno por su maltrato, y como se muestra no ser aptos para gobierno los hombres muy especulativos.


Mas porque lo digamos todo, señala el Rey en su historia como algunos de los grandes de Castilla mientras duró la boda y fiestas, le hablaron muy en secreto y dieron grandes quejas del Rey don Alonso, porque se trataba con todos inicua y soberbiamente, sin ningún respeto ni deferencia de personas en el gobierno del reyno, como si fuera de Moros, y que se había tan desmesuradamente con algunos, que no solo los tenía muy enajenados de su devoción y servicio, pero muy movidos a juntarse todos y echarle del Reyno: tantas eran las ocasiones que de cada día les daba, para llegar a esto, y aun de pasar más adelante. Y cerca desto le descubrieron algunas particularidades de agravios y desafueros tales, que al Rey le parecieron bien dignos no solo de fraterna, pero de muy pronta enmienda, so pena que se había de perder don Alonso por querer mucho saber, y falta de no conocerse. Porque fue este Rey entre todos cuantos hubo en Castilla antes y después doctísimo en diversidad de ciencias, señaladamente en Astrología, pues como antes dijimos, compuso en esta ciencia altísimamente las tablas que llaman Alfonsinas, para gran uso y compendio de la misma ciencia. Pero cuanto más él se dio a la especulación de los cursos del Sol y de la Luna con los planetas, y en poner los ojos en el movimiento e influencia de los cielos, tanto más vino a perder la consideración y cuidado de las cosas terrestres, y como a perder las riendas del regimiento y gobierno de sus Reynos y de la Repub. Porque siempre estuvo con el ánimo agenado de ella, y así del mucho tratar con la velocidad y mutación de los cielos y discursos de planetas, vino a salir el más inconstante, vario, difícil e impaciente hombre del mundo, a imitación de los Alquimistas, que de tratar tanto con el azogue que es inconstante, voluble y que nunca está quedo, quedan con los ojos y cabeza temblando como azogados, que dicen. De donde los tales puestos en el regimiento de las cosas humanas y terrestres, que son tardas y pesadas, es necesario que las tengan en poco, y como por afrenta el aplicarse a ellas: y así es imposible darse a los negocios sino con mucha dificultad y extrañeza, porque son como huéspedes y peregrinos en ellos. De manera que ni conocen con quien tratan, ni tienen el respeto que a cada uno en el tratar deben: sino que aborreciendo todo negocio como enemigo formado de su tan amado ocio y contemplación, de tal suerte aborrecen a los negociantes, que dan toda ocasión para ser aborrecidos de ellos. Oyendo pues el Rey las justas causas de los grandes, por tener muy bien experimentada la inconstancia de don Alonso creyó muy de veras lo que se refería del y de sus cosas, pero con todo eso les respondió, guardasen toda fidelidad y obediencia a su Rey, porque confiaba habría mejoría y enmienda en sus cosas. Y despidiéndose con mucha gracia de todos, y de la Reyna su hija y nietos, se partió de Burgos acompañado del mismo don Alonso hasta Tarazona.




Capítulo IX. De la fraterna con tres buenos consejos que dio el Rey a don Alonso para bien gobernar, y estar siempre en gracia y amor de sus vasallos.


Partido el Rey de Burgos, habiendo ya salido antes de él don Pedro con los demás hermanos cada uno para donde el Rey les había ordenado, quedando con solo don Alonso que quiso acompañarle hasta Tarazona, pareciole con la ocasión del camino, por lo que le amaba, siendo tan conjunto suyo y padre de sus nietos, darle algunos buenos documentos, como avisos necesarios para su buen regimiento y del Reyno. Y así le advirtió prudentísimamente y con buen modo, de cuatro principales vicios en que pecaba don Alonso con que perturbaba todo su gobierno, añadiendo a cada uno su virtud contraria, para que como buen médico, según la enfermedad así se le representase el remedio. Lo primero que no tuviese odio ni rancor contra sus vasallos porque esta era cosa propia de tiranos, si no quería ser más aborrecido que temido, y nunca llegar a ser amado de ellos. Porque este rencor y odio callado, no viene sino de haber tentado algunas cosas malas en el pueblo, y por no ir acompañadas de honestidad y continencia, no haber salido con ellas. Y como no hay cosa que más refrene a los pueblos que ver a los Reyes refrenarse a si mismos: así para la propia seguridad y descanso cumple no aborrecerlos ni con inicuas obras exasperarlos. Lo segundo que de los tres estados de que está compuesta la Repub. Ecclesiásticos señores, y pueblo, ya no pudiese con todos (aunque esto sería lo mejor) al menos estuviese bien con los Prelados, Sacerdotes y estado Ecclesiástico. Porque en tener a estos de su parte, y aconsejarse con ellos, autorizaría mucho sus cosas, y por su medio atraería más a si los populares, y refrenaría la fantasía y altivez de los grandes. Lo Tercero que los grandes nobles y caballeros es justo si son insolentes y desacatados, sean reprendidos y castigados, pero no ultrajados y afrentados: porque son los que mantienen el honor de la República, son los brazos de la guerra, y fundamentos de la paz: por los cuales siempre fueron los Reyes temidos de sus enemigos. Lo postrero que no condenase a ninguno sin oírle primero, y guardarle su justicia. Porque esto no solo arguye al Príncipe que tal hace de tirano y atrevido, pero quita muy inicamente su crédito y autoridad, así a las leyes que son magistrados muertos, como a los mismos magistrados que son leyes vivas. Finalmente que se acordase que los Reyes nacieron para beneficio y amparo de los pueblos, y que reconociese a nuestro Señor la soberana merced que le había hecho en que siendo hombre no fuese súbdito sino señor de innumerables hombres.


Capítulo X. Como por no seguir don Alonso los consejos que el Rey le dio, se vio en grandes trabajos y desamparo de todos los suyos.


Quedó extrañamente admirado don Alonso de oír los prudentes y tan bien deducidos avisos y consejos que el Rey (a quien hasta allí tuvo por imperito) le dio, y claramente conoció que ninguna de las otras ciencias, sino de la grande experiencia que el Rey tenía de las cosas podían salir documentos tan vivos y convenientes para el buen regimiento de sus Reynos. Y aunque prometió de seguirlos, y observarlos pero por su mal hábito de posponerlo todo a su ocio literario tan ajeno del gobierno Real, aprovechó todo poco: a semejanza de las píldoras que con la esperanza de la salud, aunque amargas se toman de buena gana, pero el estómago, por hallarse de malos humores estragado, no puede retenerlas y las vomita luego. Así don Alonso con su sutil y delicado ingenio fácilmente conoció y tuvo por buenos los sanos consejos que el Rey le dio, y como tales propuso de seguirlos: pero en volver el Rey las espaldas, no solo los olvidó y echó de si: sino que volviendo a su antigua costumbre y perversa condición, cometió tales cosas de nuevo, que fue causa para que todos sus hermanos junto con los grandes del Reyno que todos hacían un cuerpo casi se le rebelasen, y así don Felipe su hermano, viendo el mal trato del Rey juntamente con don Nuño Gonzalo de Lara hijo de aquel gran don Nuño, de quien arriba hablamos, con otros muchos señores de Castilla, y algunos síndicos de villas y ciudades reales, que se cartearon secretamente los unos con los otros, se ajuntaron en la villa de Lerma, y puestas las causas que para ello tuvieron de común consentimiento de todos, juraron de rebelarse contra don Alonso, si no desistía, y se apartaba de poner en ejecución ciertas nuevas leyes y edictos que poco antes había hecho y mandado publicar, que ni para su honra, ni para la utilidad de los pueblos convenía, porque del todo se encaraban para total ruina y destrucción (distruycion) de los grandes y barones del Reyno, sin perdonar a sus propios hermanos. Por lo cual don Felipe no quiso valerse del favor del Rey de Granada, con quien tenía estrecha amistad para recogerse a él, sino que sabiendo las enemistades que con el Rey de Navarra tenía don Alonso, por consejo de los grandes que se ofrecieron a nunca faltarle, se fue para él, por hacer mayor tiro, y despecho a don Alonso.


Capítulo XI. De la infinidad de moros que pasaron de África en la Andalucía, y como vino don Alonso con la Reyna su mujer a Valencia a pedir al Rey socorro.


Por este tiempo que ya el Rey era llegado a Valencia, se entendió como infinito número de Moros Africanos del Reyno de Marruecos habían pasado a la Andalucía, y que aportados en Algezira, se habían apoderado de ella y de la villa de Bejer con hallarla muy proueyda y guarnecida de gente y armas: también que hallándose el Rey don Alonso muy confuso con tal nueva, viendo por una parte los de África con innumerable ejército entrarle por sus tierras, por otra a don Felipe su hermano con los grandes del Reyno apartados de si, y puestos en rebelársele, puso todo su remedio y confianza en el Rey su suegro: y para tomar su consejo, y valerse de su favor, en una tan súbita y urgente necesidad, determinó de venir juntamente con la Reyna su mujer a Valencia, donde el Rey estaba detenido de pasar a Cataluña por entender en averiguar ciertas diferencias (como su historia dice) que se habían movido entre don Guillé Escriua contador mayor del Reyno, que llaman maestro Racional, y el Bayle general receptor de las rentas Reales, dos de los más preminentes oficios Reales del Reyno. Era la diferencia sobre las preeminencias y antelaciones de los dos oficios, o dignidades que tenían, la cual diferencia compuso y asentó el Rey publicando sentencia en favor de don Guillen. Pues como entendió que ya don Alonso y la Reyna estaban de camino, salioles a recibir a Buñol, una pequeña jornada de Valencia, y haciendo allí noche todos, a causa del buen alojamiento del castillo y pueblo, que ahora posee la ilustre familia de los Mercaderes, se vinieron el día siguiente a Valencia, a donde fueron del Senado y pueblo, señaladamente de toda la nobleza y caballería suntuosísimamente recibidos: y dada vuelta por la ciudad que estaba riquísimamente entoldada y abiertas sus ricas tiendas, fueron aposentados en el antiguo palacio del Rey fuera de la ciudad tan abastado de aposentos que pudo quedar allí el Rey para más consolarse con la continua presencia de la Reyna su hija, que fue la más amada de todas. A la cual por hacer más fiestas todos los días que se detuvieron se pasaron en justas y torneos con otros muchos regocijos, de que gozó mucho don Alonso, por estar hecho a pocos cuidados. Pero como le viniesen correos de cada día con avisos de las grandes correrías y daños que los Moros hacían por toda la Andalucía, y el peligro en que estaban las villas y ciudades de ella, después de haberles destruido los Moros y talado los campos, fue necesario dejarse de fiestas y volverse con gran presteza a Castilla, y llevarse la Reyna por ser mujer de gobierno y para mucho. A los cuales acompañó el Rey hasta Villena, y respondiendo a la demanda de don Alonso (que todavía tenía algo de impertinente) y fue pedirle consejo, si movería guerra al Rey de Granada como a receptor de los Moros de allende, le respondió, que entendiese en lo más necesario y urgente como era echar a los enemigos, que después sería a tiempo de vengarse de los de Granada. Con todo eso ofreció el Rey de enviarle socorro contra los Moros, aunque don Alonso se olvidó de pedirlo.


Capítulo XII. De los dos pueblos que el Rey fundó en el Reyno de Valencia, de la revuelta de don Artal de Luna con los de Zuera, y como se vio otra vez en Alicante con don Alonso, y lo que pasó con él.


Quedó el Rey muy descontento de los despropósitos, y poco gobierno de don Alonso porque mostraba estar fuera del caso, y lo poco que se había aprovechado de sus consejos. Pues al tiempo que la infinidad de enemigos se le entraba por sus tierras se vino con la Reyna muy despacio para Valencia como para bodas, so color de pedirle consejo de lo que haría en tan urgente necesidad. Y a la postre le pidió uno por otro, y se olvidó de pedir lo importante: y así conociendo su condición, y lo poco que había de aprovechar cosa que le dijese, se despidió de él y de la Reyna, y se volvió a Xatiua. Yendo pues de camino pareció al Rey mandar fundar dos pueblos en dos sitios muy cómodos: el uno en la valle de Albayda encima de Xatiua hacia el medio día llamado Montaberner, y el otro dicho Orimbloy junto a Denia y les dio sus términos y territorios. En este tiempo que de vuelta de Villena el Rey se entretenía en Ontinyente que es una de las poderosas y principales villas de las montañas del Reyno junto a Biar, tuvo nueva de Zaragoza como don Artal de Luna, por ciertas diferencias que tenía con los de la villa de Zuera en el término de Zaragoza se puso con su gente en celada aguardando a los de Zuera que salían mano armada para ir a dar sobre un pueblo de don Artal, el cual se adelantó y dio sobre ellos, y desbaratándolos mató XXVII. Por esto determinó luego partirse para Aragón, y llegando a Torrellas que ahora llaman Torrijos junto a Camarena aldea de Teruel, salió el Infante don Iayme al encuentro al Rey su padre, a pedirle licencia para ir a Francia a concluir un matrimonio que se trataba entre él y la Condesa de Niuers. De este don Iayme dudan algunos si fue el legítimo hijo de doña Violante. Porque como se cuenta en el precedente libro, poco antes se había casado con Esclaramunda hija del Conde de Foix en la Guiayna: por donde o era ya muerta Esclaramunda (de lo que no habla ninguna historia) o si era viva, no podía ser este don Iayme otro que el hijo de doña Teresa, el cual como estuviese en la tenencia de Xerica que no está lejos de Torrijos salió al camino al Rey y le pidió favor y fuerzas para efectuar este casamiento. Y el Rey se contentó de ello y le mandó proveer de dinero y gente que le acompañase y honrase en esta jornada. Llegó pues el Rey a Zaragoza, y luego mandó citar a don Artal para ante su presencia. En este medio recibió cartas de don Alonso de Castilla, diciendo deseaba mucho verse con él para comunicarle ciertos negocios a los dos muy importantes, y tales que no se podían encomendar a la pluma, que le suplicaba se viesen en Alicante. El Rey quiso contentarle, aunque siempre pensó sería algún movimiento de planeta y de sus acostumbradas invenciones, por divagar, y no hacer nada de lo que bien le estuviese: y así partió para Alicante a donde halló ya a don Alonso que le aguardaba. El cual encerrándose con el Rey le dijo en gran secreto y en suma que ciertos principales ricos hombres de Aragón juntados con los que en Castilla se le habían rebelado y pasado a otros Reynos se habían concertado con los Moros de allende y con los de Granada, para mover guerra contra los dos, que por tanto viese lo que en tan nuevo caso debían hacer. Mas le pidió si le parecía bien mover guerra contra los gobernadores de las dos ciudades Málaga y Guadix: porque estos eran los mayores receptadores de los moros de África, o si sería mejor fingir amistad con ellos, y hacer guerra al Rey de Granada, como principal autor de tantos males. No dejó el Rey de conocer la inquietud e inconstancia de ingenio de don Alonso, y lo poco que calaba los negocios del gobierno y de guerra: pues de no tomarlos con el valor y ánimo que se requiere, no los acababa, y de aquí daba en otro inconveniente mayor que tenía a todos por sospechosos. Con todo eso le aconsejó que en ninguna manera quebrantase las treguas que había hecho con el Rey de Granada: y a lo de la conjuración de los grandes de Aragón y de Castilla, que quitase las ocasiones para rebelársele a sus ricos hombres, que lo mismo haría él a los suyos, porque este era el mejor remedio y medicina para este mal. Y para esto se acordase de los consejos que le dio volviendo de Burgos para Aragón por el camino, desengañándole que en su propia mano estaba el fuego y el cuchillo, pero entretanto cada uno mirase por si: y en caso de necesidad, que no se faltase el uno al otro.
De donde se colige que el Rey o por el dicho de don Alonso, o por algunos indicios que para ello tuvo, no dejó de dar algún crédito a lo que don Alonso le dijo, por lo que después se siguió.


Capítulo XIII. Que condenando el Rey a don Artal de Luna, se descubrieron algunas malas voluntades contra el Príncipe don Pedro cuyos criados tentaron de matar a don Sancho su hermano.


Vueltos los Reyes cada uno para su casa, maravillose mucho el Rey de su yerno don Alonso, con ser tan letrado en varias ciencias, tener tanta falta de consejo, y venir a ser tan sospechoso, y medroso, que no solo a los suyos, pero aun a los extraños pusiese en sospecha de rebeldes y así comenzó a pronosticarle todo mal successo en sus cosas. Se vino para Huesca, a donde convocó cortes, para que por las causas allí referidas contra don Artal así por lo hecho contra los de Zuera, como porque siendo citado no había comparecido, se procediese contra él, y se le hiciese cruel guerra en todas sus villas y lugares. Y para esto acudiesen todos los que por aquella tierra recibían gajes del Rey. Publicada esta guerra hubo tal sentimiento de ella en Aragón y Cataluña, que comenzaron a moverse diferencias y levantarse alborotos grandes entre los señores y barones, no tanto por don Artal cuanto por el odio y rencor que todos tenían al Príncipe don Pedro. Mayormente en Aragón, porque ya no de secreto, ni disimuladamente, sino muy a la descubierta perseguía a don Fernán Sánchez su hermano, después que volvió de Jerusalén y Sicilia: a causa de la amistad grande que había tomado con el Rey Carlos formado enemigo de don Pedro (como está dicho). Llegó tan adelante este negocio que tentó diversas veces don Pedro de matar a don Sancho: señaladamente poco antes cuando los dos se hallaron en Burriana, a donde los criados de don Pedro, al punto de mediodía con las espadas en las manos comenzaron a discurrir por todo el palacio, y osaron señalar que buscaban a don Fernán Sánchez para de hecho matarle, como sin duda lo pusieran por obra, si él no se saliera del palacio con su mujer a más que de paso, y se pusiera en salvo. Esto lo confirma Asclot diciendo, que el odio de don Pedro, no era tanto por la amistad que don Fernán Sánchez había tomado con el Rey Carlos, cuanto por haberse persuadido que don Fernán Sánchez asegurándose con el favor y ayuda de Carlos, había prometido de matar a don Pedro, para que más libremente y sin cuidado gozase el Carlos de Sicilia.


Capítulo XIV. De los muchos que favorecían a don Fernán Sánchez contra don Pedro, y del razonamiento que contra él hizo don Fernán Sánchez ante el Rey.


Conoció claramente don Fernán Sánchez hasta donde llegaba el odio e ira grande que don Pedro le tenía, y que según era altivo y determinado, no reposaría jamás hasta que le hubiese sacado del mundo. Por eso determinó valerse del favor y ayuda de ciertos barones de Cataluña, los cuales al tiempo que la gobernaba don Pedro, fueron de él muy mal tratados, señaladamente por lo que había hecho contra un caballero muy noble llamado don Guillé de Odena al cual condenó a echarlo vivo dentro de un saco en el río, y que muriese ahogado, que fue mayor pena de la que por ley se debía. Con estos, y con el favor de don Ximen de Vrrea su suegro, y también de otros a quien en días pasados, había quitado el Rey sus campos y posesiones por haber seguido la parcialidad contraria de don Pedro, alcanzó don Fernán Sánchez ser muy favorecido de ellos, y para eso se conjuraron todos, y le ofrecieron de seguirle con la vida y hacienda en esta demanda. No contento con esto don Fernán Sánchez antes que esta conjuración se publicase, se fue para el Rey, al cual informó de todo lo que don Pedro y sus criados habían intentado contra él en Burriana, suplicándole como a señor y padre le librase de las manos de quien tan a la clara le quería matar, y mandase castigar a los traidores que ya lo querían poner por obra. Añadiendo a lo dicho, que si siendo él señor y común padre de los dos vivo, el hermano se atrevía a matar al hermano, qué haría después de él muerto, y qué maquinaría contra los dos, después de haber echado a él del Reyno, lo que por ventura maquinaba, que se acordase de la obligación que tenía siendo común padre, de reprimir la desenfrenada ira del un hijo contra el otro, si no quería en un mismo día verse privado de los dos. Pues tanto y más es de temer el hombre loco y desesperado, que el valiente y cuerdo, que supiese que daría cient vidas por quitarla al que se la quería quitar. Y así le rogaba muy humildemente por la clemencia que como a padre le obligaba: y por la justicia que como Rey podía y debía, quitase de entre ellos tan crueles distensiones con tan grandes daños y calamidades como de aquí nacerían para sus propios hijos, y para todos sus Reynos, si con tiempo, no acudía con el remedio.


Capítulo XV. De lo mucho que el Rey sintió la discordia de sus hijos, y de las cortes de Exea, y edictos que allí se publicaron, y sentencia contra don Artal.


Entendido por el Rey todo este hecho de sus hijos, quedó muy lastimado, por ver tan grandes revueltas y discordias sembradas entre ellos, de las cuales claramente entendió que habían de nacer abrojos de distensiones y parcialidades entre sus vasallos y Reynos: por eso se dio toda la prisa que pudo por apagar este fuego antes que más se encendiese. Se partió a la hora de Murviedro para Aragón y mandó convocar cortes en Ejea de los Caballeros, y que el Príncipe don Pedro con todos los señores y barones del Reyno se hallasen en ellas: a donde entre otros edictos, mandó al Conde de Pallas, y a todos los demás señores y barones de Cataluña, que ninguno favoreciese al Conde de Foix que tenía guerra con el Rey de Francia, con gente, ni armas, ni hacienda. Esto lo mandó el Rey, no tanto por querer mal al Conde por tener guerra contra su yerno el de Francia, cuanto por quitar el estruendo y movimiento de las armas de toda Cataluña, que con achaque de favorecer al Conde, se levantaban en la tierra. Sin esto mandó al Príncipe don Pedro que renunciase la general gobernación de los dos Reynos, que le había encomendado cuando se embarcó para la tierra santa, por consejo de algunos buenos que deseaban la tranquilidad del Reyno, junto con la seguridad de la persona de don Pedro. Otro si mandó se publicase allí la sentencia del Iusticia de Aragón dada en la causa de don Artal y los de Zuera: la cual fue que en recompensa de los daños que don Artal les hizo, fuese privado de toda su hacienda y bienes, y la posesión de ellos, por derecho de señorío se diese a los de Zuera. Pero entendida por don Artal la sentencia, antes que las cortes se concluyesen, con el favor e intercesión de don Pedro Cornel hubo salvo conducto y vino a Ejea, y se echó a los pies del Rey: suplicándole fuese perdonado de su delito o al menos que por su benignidad Real se moderase la severidad y rigor de la sentencia. Movido el Rey por las buenas palabras y humildad de don Artal, y ser muy valeroso caballero por su persona, a consejo de los señores y barones de los dos Reynos, y a juicio y parecer de letrados, conmutó la sentencia, condenando a don Artal en que pagase veinte mil sueldos jaqueses por los gastos, a los de Zuera, y que por cinco años precisos fuese desterrado de todos los Reynos y señoríos del Rey. Y a los participantes en el delito, que fueron Lope Díaz Sentia, Ximeno Alauon, Diego Gurrea, y Pedro Ortiz, en diez años de semejante destierro.




Capítulo XVI. De la exhortación que el Rey hizo a don Pedro por que se confederase con don Fernán Sánchez, y de las acusaciones que contra él puso don Pedro, y como se excusaron los grandes del Reyno de responder a ellas.


Concluidas las cortes de Ejea, el Rey se volvió a Valencia y pasando por Teruel, fue por los ciudadanos principalmente hospedado: a donde teniendo en memoria aquel magnífico presente que le hicieron para la guerra de Murcia, como está dicho, mostró la mucha satisfacción y contentamiento que de sus servicios, y fidelidad tenía, para beneficarlos en cuantas ocasiones se ofreciesen. Llegado a Valencia, mandó convocar cortes, para los de solo el Reyno en Alzira: andando siempre el Príncipe don Pedro desabrido contra su hermano, sin querer obedecer al Rey por mucho que le exhortaba y rogaba se reconciliase con él. Por lo cual el Rey en presencia del Obispo de Valencia, y de Iayme Sarroca Sacristán de Lérida, y fray Pedro de Granada religioso Dominicano, y de Thomas Iumquera (original modificado) principal letrado en derechos, amonestó de nuevo a don Pedro dejase las enemistades y malevolencia que tenía con su hermano, si no quería incurrir en la indignación de su padre, señalando a si mismo. Mas don Pedro no por eso dejó de perseverar en su porfiada ira, y sin responder palabra, se salió del ayuntamiento, y aquella misma noche secretamente se fue a Alzira con solos tres caballeros siempre con intención y ánimo de vengarse de su hermano. Entonces determinó el Rey por todas vías de librar a don Fernán Sánchez, y castigar a don Pedro, contra el cual, al parecer, mostraba estar muy indignado por este caso. Sabido esto por don Fernán Sánchez no quiso perder tan buena ocasión para más congraciarse con el Rey, y así vino luego a Valencia, acompañado de don Ximen de Urrea su suegro. Y llegado besó las manos al Rey haciéndole muchas gracias por haberse querido enterar de la verdad de lo que entre él y don Pedro pasaba, y tomar su defensión a cargo. Con todo esto le aconsejó el Rey que mirase por si, y se volviese a Zaragoza, porque no le tenía por seguro en Valencia. Mas luego que don Pedro supo el sentimiento que el Rey había hecho por no haber obedecido a lo que en presencia de tantos le amonestara porque se reconciliase con don Fernán Sánchez, y como que prometiera con ira que le había de castigar por su poca obediencia: y sin eso la gran audiencia que a don Sancho había dado: determinó moderar su desmasiado orgullo e ira, temiendo no le sucediese al revés de lo que pensaba, el abusar tanto del regalo y benevolencia del Rey. Y así por hacer buena su causa delante de él y los demás de su consejo, rogó a Ruyz Ximeno de Luna, y a Thomas Iunqueras sus muy íntimos amigos, a quien instruyó muy a su propósito, y dio sus poderes para comparecer ante el Rey de su parte. Los cuales llegados ante su Real presencia, y de don Bernad Guillen Dentensa, don Ferriz de Liçana, que ya era vuelto en su gracia, y Pedro Martín de Luna, propuso Thomas su embajada según estaba instruido. Diciendo como nunca había querido el Príncipe don Pedro descubrir al Rey las cosas tan torpes y nefandas que de don Fernán Sánchez sabía, antes las había tenido mucho tiempo calladas, por ser tales, que sin grande ignominia y afrenta de sus hermanos no podían, ni debían quedar sin castigo. Pero pues tan de veras le apretaba tratándole de inobediente, por su descargo le notificaba, que a don Fernán Sánchez le habían salido tales palabras de la boca: es a saber. Que el Rey era indigno del Reyno, y era muy pesado en su reynar. Que él mismo había intentado de matar a don Pedro con yerbas, por si por la vía que él pretendía pudiese suceder en el Reyno. Que había muchos principales del Reyno cómplices y sabedores de esta traición, y que probaría todo esto ser mucha verdad. Oídas por el Rey todas estas gravísimas objeciones, no dejó de dar algún crédito a ellas, porque parecían frisar, con lo que poco antes le había señalado don Alonso de Castilla. Por donde poco se alteró de ello, ora fuese falso, o verdadero lo que se oponía, no dejaba de infamar a los suyos. Llamados sobre esto los señores y barones que seguían la Corte, se apartó con ellos a un lado de la quadra: a los cuales después de referidas las oposiciones hechas por parte de don Pedro les dijo, que no tocaba a él, sino a ellos satisfacer y responder a ellas: pues por lo que señalaban, no dejaban ellos de incurrir en alguna mácula de infidelidad. A lo cual respondió don Ximen de Urrea, que no había razón para que responder a ellas, por ser el que las decía un ínfimo Clérigo que se las inventaba. Y si era verdad las decía, por mandamiento de don Pedro, tanto menos eran obligados a hacerle desdecir, por ser Príncipe jurado y sucesor en el Reyno, a quien habían dado pleito y homenaje como vasallos. Entonces respondió el Rey a los embajadores, daría orden como don Fernán Sánchez satisficiese a las acusaciones opuestas, y se defendiese de ellas, donde no, le castigaría.


Capítulo XVII. Como el Rey fue a tener cortes a Alzira, y estando don Pedro para ir con gente contra don Fernán Sánchez, los prelados le persuadieron a que hiciese la voluntad del Rey.


En este medio don Pedro se entró en Alzira siempre fabricando en su ánimo cómo auria a don Sancho para vengarse de él, para lo cual secretamente recogía gente para irle a buscar, que pensaba cogerle antes que se volviese a Aragón. Sabiendo esto el Rey determinó de ir a Alzira a tener las cortes, y por divertir a don Pedro de tan malos pensamientos, dándole una buena mano en presencia de los prelados y grandes que consigo llevaba a las cortes. Pues como estuviese ya cerca de la villa, y fuese cazando por la ribera de Xucar, descubrió a don Pedro que acababa de pasarle en barcos con algunos de a caballo, con los cuales se entró en la villa de Corbera. Comenzadas las cortes, a las cuales también vino don Iayme hijo de doña Teresa, Bernardo Olivella Arzobispo de Tarragona, y los Obispos de Valencia y Lérida, con algunos ricos hombres de los otros Reynos, y los Síndicos de las ciudades Zaragoza, Teruel, Calatayud y Leryda, propuso el Rey ante todos la porfiada pertinacia de don Pedro, y su mal ánimo para con su hermano que tan puesto estaba en hacerle guerra mortal, y como a su despecho hacía secretamente gente contra él, y fortificaba las villas y lugares que le iba quitando. Además de esto, que ni quería se tratasen por vía de compromiso las diferencias que entre los dos había, y ni de justicia, ni de amigable composición siendo hermanos, sino que se averiguase por armas: que les notificaba todo esto, para que le aconsejasen lo que para remedio de tan extraño caso debía hacer, porque su ánimo era proceder con todo rigor contra don Pedro como contra el más rebelde y escandaloso hombre del mundo. Como oyeron esto los Prelados, y vieron al Rey tan puesto en ejecutar su proposición, procuraron con buenas palabras aplacarle, prometiendo toda enmienda y obediencia por parte de don Pedro, y juntándose con ellos algunos señores de Aragón y Cataluña se fueron a Corbera, a representar a don Pedro los daños que contra si mismo se causaba, y lo mucho que enojaba al Rey y escandalizaba a todos los de las cortes en mover guerra contra su propio hermano, que más era contra su común padre que tan de veras tomaba este negocio contra él y todo el mundo se lo alababa: que se guardase de incurrir en la ira y maldición de su padre, porque tras ella le vendría la del cielo. Aprovechó poco toda esta diligencia de los prelados con don Pedro porque ni quiso creer lo que le dijeron, ni dejar de pasar su propósito adelante, tan arraigada estaba en él la malicia contra don Fernán Sánchez. Sabiendo esto el Rey lo sintió notablemente, y luego salió de Alzira y se fue para Xatiua, con fin y determinación de perseguir y proceder con todo rigor contra don Pedro y así mandó apercibir una compañía de gente de a caballo para ir a prender a don Pedro con fin de castigarle severamente. Sintiendo esto Andrés de Albalate, Obispo de Valencia y viendo que con la ira del Rey se le doblarían los enemigos a don Pedro y perdería los amigos, para que todas sus cosas parasen en mal, si no volvía en si, y se reconocía, volvió a verse con él a solas, hablándole ya no con blandura, sino muy duramente, increpando gravemente su pertinacia. Mostrando como ni era de verdadero hijo, ni de caballero, ni de Cristiano lo que hacía en contravenir y no obedecer los mandamientos del Rey su padre, que siempre le había sido tan propicio y favorable, que a todos los demás hijos, por solo él había aborrecido, y que le era un ingrato, que mirase no incurriese en mayor ira del celestial padre que suele castigar muy rigurosamente a los hijos que aca baxo son desobedientes a sus padres. Por lo cual le suplicaba y amonestaba muy de veras se entregase en manos del Rey, y se sometiese a su voluntad sin ningún otro concierto ni condición que le prometía de esta manera hallaría en él muy amoroso recibimiento, y alcanzaría del todo su perdón y gracia.
Movido don Pedro con las amonestaciones y eficaces razones del Obispo, determinó rendirse muy de corazón a su padre, como a la verdad ya antes había pensado de hacerlo y con esto se fue con el Obispo para Xatiua llevando consigo al Vicario del gran Maestre del Hospital, a quien por justa causa (aunque no la especifica la historia) había tenido preso, sabiendo que holgaría el Rey de verle libre. Entrando pues don Pedro con el Obispo a su lado por palacio le siguieron todos con muy grande alegría por ver el recibimiento que el Rey le haría, hasta que llegó a la cámara del Rey, y en verle se le echó con grande humildad a los pies, y le besó el derecho, y le habló con palabras muy humildes mezcladas con lágrimas y pidiéndole perdón. El Rey le recibió benignamente, porque era tanto el amor que le tenía, que no bastó, ni fue parte la contumacia pasada para menoscabarlo, antes (como adelante veremos) lo dobló conforme a lo que afirma el Cómico que las iras entre los enamorados son causa de mayor amor.



Capítulo XVIII. De como reconciliado don Pedro con el Rey, los dos se concordaron en perseguir a don Fernán Sánchez, y de la muerte del Rey de Navarra, y de doña Berenguera.


Esta súbita reconciliación de don Pedro con el Rey no fue menos sospechosa a todos, que totalmente daño para don Fernán Sánchez porque de aquel mismo punto que el Rey vio a don Pedro, como atosigado de su veneno, convirtió toda su ira y saña contra don Fernán Sánchez, creyendo ser verdad todo lo que le dijo don Pedro, que a la hora se le representaron, y vinieron a la memoria las cosas que don Fernán Sánchez en los años pasados había intentado y maquinado contra su Real persona en Zaragoza, cuando pidió el bouage a los Aragoneses para la guerra de Murcia, juntándose con los señores barones y ricos hombres del Reyno a contradecirle, haciéndose caudillo de ellos, y formado enemigo suyo, allende de las burlas y palabras injuriosas que contra él profirió y que no solo procuró con los barones Aragoneses, pero aun escribió y convocó a los Catalanes para que hiciesen formada rebelión, y pusiesen en todo riesgo su vida y honra, que en fin no tuvo en él por entonces hijo sino cruel enemigo. Ni tuvo por menos justificada la ira de don Pedro contra él pues sabiendo la justa causa que don Pedro tenía para estar mal con el Rey Carlos de Sicilia por la muerte de Manfredo su suegro, ni había de aportar en ninguna parte de Sicilia cuando volvió del mismo Rey, y mucho menos el armarse caballero de su mano, como está dicho. De manera que por tantas y tan justas causas le parecía al Rey no se serviría Dios quedasen estos delitos sin punición y castigo, y así ni dejó de procurarlo, ni le pesó después de hecho, como adelante mostraremos. Por este tiempo murió Theobaldo Rey de Navarra sin dejar hijos, y le sucedió su hermano Enrrico en el Reyno. El cual no quiso pasar por los conciertos y pactos hechos entre Theobaldo y la Reyna doña Margarita su madre con el Rey. Cuyo derecho no por eso dejó de ser muy firme para con el Reyno: puesto que por entonces no determinó pedirlo por vía de armas, por tenerle tan distraído las divisiones de sus hijos. También murió por este tiempo en Narbona y fue allí mismo sepultada, doña Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, con la cual tuvo el Rey siendo viudo conversación carnal por algunos años, tan libre, que muchas veces (según él dice en su historia) de ningún pecado tenía porqué hacerse conciencia sino del de doña Berenguera. Y cuando se confesaba para entrar en batalla, otro que este no le ocurría. Puesto que con la esperanza y palabra que había dado de casarse con ella, no le condenaban (condennauan) del todo. Pero muerta ella como el Rey entraba en años, no se lee haber más usado de semejante soltura. Es cierto que no tuvo ningunos hijos de ella, por que hizo al Rey su heredero de dos villas llamadas Felgos, y Caldela que en el Reyno de Galicia poseía.




Capítulo XIX. Como el Rey de castilla temiendo la venida de los moros de África pidió socorro al Rey, el cual se vio con él, y se lo prometió y de lo que el Rey hizo en Mompeller.


En el mismo tiempo y año, como algunos señores y grandes de Castilla movidos por las razones y sobras que don Alonso les hacía se pasasen al Rey de Granada, y otros al de Navarra, y también se dijese y tuviese por muy cierto que Abienjuceff Rey de Marruecos había de pasar muy presto con innumerable ejército a la Andalucía, escribió don Alonso al Rey dándole aviso de todas sus calamidades así de la ida de sus vasallos a otros Reyes, como de la venida de los Moros a sus Reynos, y que le suplicaba para tratar el remedio de esto se viesen juntos que acudiría luego a donde mandase. Le pesó al Rey muy entrañablemente de ver y oír las miserias de don Alonso, y más por ser él mismo la causa de su perdición pues con el mal tratamiento y división que tenía con los señores, y ver que se apartaban de él tomaban ánimo los Moros de África para pasar en la Andalucía, y a río revuelto ponerle en los trabajos y miserias que padecía. Porque es cierto que en ningún otro tiempo se atrevieron a pasar los Moros de África en España tan a menudo como en este del Rey don Alonso. Por donde respondiendo el Rey que acudiría, se vieron en la villa de Requena en los confines del Reyno de Valencia a donde después de pasadas muchas buenas razones entre ellos en conclusión prometió el uno al otro que no se faltarían en tal necesidad, y que se ayudarían con todo su poder, señaladamente contra los Moros de África prometiendo al Rey de ir en persona en esta guerra, y con esto después de avisarle y amonestarle sobre lo que decía hacer con los grandes para reducirlos a su devoción, y también sobre el ejército que debía preparar para resistir a los Moros por la Andalucía, pues él entraría por la parte de Murcia para entretener a los de Granada no favoreciesen a los otros, se despidieron y cada uno se volvió a entender en lo que se había encargado para esta guerra. De manera que vuelto el Rey a Valencia, comenzó a enviar gente de guarnición a los confines del Reyno hacia la parte de Murcia, y él se partió por negocios importantes para Barcelona, acompañado de algunos señores y barones de los dos Reynos, a donde concluidos algunos, pasó a Mompeller, y como supo las distensiones y diferencias que había entre Philipo Rey de Francia su yerno y el Conde de Foix, y que por ellas tenía el Rey preso al Conde, entendió en concordarlos y librar de la prisión al Conde. Aunque para concluir esta reconciliación, hubo de dar el Rey a Philipo ciertas villas que junto al estado de Mompeller poseía. También hizo pregonar guerra por toda la Guiayna contra el Rey de Granada, y contra Abenjuceff Rey de Marruecos, y lo mismo por Aragón y Cataluña en defensión de Castilla y del Andalucía. Mandando a todos los señores y barones que tenían tierras y posesiones tomadas en feudo de los Reyes sus antepasados con obligación de que en tiempo de guerra personalmente siguiesen al Rey y a su costa le sirviesen en ella, acudiesen a servirle en esta jornada, haciéndoles saber como él mismo en persona se había de hallar en ella, porque ninguno excusase la venida. Con esto mandó a Vgon de Sentapau justicia ordinario de la ciudad de Girona principal ciudadano y de antiguo linaje en ella, que la gente que tuviese hecha para esta jornada la enviase a Valencia.




Capítulo XX. De lo que el Rey pasó con el Vizconde de Cardona, y como juntó su ejército y fue la vuelta de Murcia, y no pareciendo los Moros, dejando allí buena guarnición de gente se volvió a Valencia.


Hecho lo que dicho habemos, se partió el Rey de Mompeller, y vino a Lérida, donde halló al Vizconde de Cardona, al cual como le viese desocupado y pacífico con sus vasallos, rogó mucho le siguiese en esta guerra contra Moros, con su persona y la más gente que pudiese que le obligaría en ello mucho. Como el Vizconde se excusase, y no con sus trabajos pasados con sus vasallos, sino por pensar que no tenía obligación precisa para seguir al Rey, y que estaba en su libertad el quedarse le mostró el Rey lo contrario, y como por derecho y obligación de feudo era tenido a seguirle. Pero con todo eso, volviendo el Vizconde a excusarse con otros seis barones de Cataluña que estaban allí presentes y tenían feudos Reales, determinó por entonces disimular con ellos, por no detenerse, ni dejar de acudir luego con el socorro al Rey de Castilla por haber entendido que el Rey de Granada de muy confiado en el ejército que esperaba de África con Abenjuceff había adelantado a mover guerra a don Alonso, y le apretaba por la parte de Murcia. Por eso enderezó el Rey su ejército hacia ella: dejando encomendado todo el gobierno de los Reynos de Aragón y Cataluña a don Bernardo Oliuella Arzobispo de Tarragona como a persona de grande valor y confianza para el cargo, puesto que reservó el conocimiento de las apelaciones al consejo Real que quedaba en Lérida. Hecho esto se fue a Valencia, y allí hizo cuerpo y junta de toda la gente que tenía hecha en el Reyno, con la demás que era llegada de los otros Reynos y de la Guiayna, y pasó con todo el ejército a Xatiua, a donde acudieron todos los señores y barones de Aragón que tenían feudos reales, con sus personas y gente, y los que no vinieron en persona enviaron gente muy puesta en orden. Pasando de Xatiua a Biar halló que ya eran llegados allí don Iayme y don Pedro hijos de doña Teresa, con los otros sus hermanos, excepto don Fernán Sánchez por no asegurarse mucho de las mañas de don Pedro, ni de la voluntad del Rey, que sabía la había ya trocado, y que favorecía a don Pedro. Pasó de allí a la ciudad de Murcia con todo el ejército, a donde por los Cristianos y Moros se le hizo solemnísimo recibimiento, y como a verdadero conquistador del Reyno, y conservador de la patria, le hicieron la misma honra y salva que a su propio Rey hicieran. Mas como ni los de Granada, ni los de África, que aun no eran llegados sino pocos, moviesen guerra contra Murcia, se detuvo allí el Rey no más de XIV días, los cuales pasó todos en reconocer la fortaleza, y reparar los lugares flacos de ella, parte en cazar y gozar de tan hermosa campaña. Valió todo esto para espantar al Rey de Granada, pues en saber estaba tan vecino el de Aragón luego despidió su ejército, y lo distribuyó en guarniciones por toda la frontera de Murcia. Sabido esto por el Rey, se despidió de los de Murcia, dejándolos muy animados para la defensa de ella, asegurándoles que siempre que menester fuese sería con ellos. Finalmente renovando las guarniciones de gente por las fronteras se volvió a Valencia, dejando allí formado ejército por algún tiempo hasta ver lo que harían los de Granada.




Capítulo XXI. Como estando el Rey en Alzira, llegó un embajador del Papa para rogarle fuese al Concilio de Lyon (Leon), al cual prometió de ir, y de lo que pasó con los Barones de Cataluña.


Como el Rey volviendo de Murcia parase en Alzira para reconocer la villa con su fortaleza, llegó allí fray Pedro Alcalanam de la orden de los Dominicos, de nación Italiano, persona de grandes letras y santidad de vida, a quien enviaba el Papa Gregorio X al Rey con embajada, diciendo en suma, como había congregado Concilio general en la ciudad de Leon en Francia, para tratar y determinar los tres mayores negocios que nunca fueron en ampliación de la religión y Repub. christiana. El uno por hacer liga de todos los Reyes y Príncipes cristianos para cobrar la tierra santa de los infieles Turcos. El otro para reducir la iglesia Griega con su Emperador Paleologo al gremio y consenso de la Romana, lo tercero para admitir a la fé católica al gran Cham Emperador de los Tártaros, con todas las tierras de su imperio, por haber sido muchas las embajadas y ruegos que los dos Emperadores habían hecho sobre ello a los Pontífices sus predecesores, y que de nuevo le solicitaban por ello: prometiendo los dos que darían todo favor y ayuda para la conquista de la tierra santa, siempre que los Príncipes de la iglesia Latina comenzasen por si la empresa. Por lo cual le rogaba mucho que por el servicio de Dios, y por el manifiesto ensalzamiento de la santa fé católica que de esto se esperaba, tuviese por bien de venir a verse con él en el Concilio para decir su parecer y voto en tan importantes negocios, y en breve tratar sobre lo que tocaba al negocio de la conquista. Oído esto por el Rey, respondió que su devoción era tanta para con la santa sede Apostólica y sus sagrados Pontífices, mayormente ofreciéndose tan graves y tan importantes negocios al servicio de Dios y beneficio común de toda la Cristiandad: que de muy buena gana se dispondría a dejar todo negocio por hallarse en el sacro Concilio, y como verdadero hijo de obediencia de la sede Apostólica hacer cuanto en él le fuese mandado. El legado que oyó tan buena resolución y respuesta del Rey se volvió luego muy alegre al Papa, y el Rey se entró en Valencia: donde averiguados algunos negocios sobre el gobierno de ella: confirmó en el oficio al gobernador que por entonces presidía, con los demás oficiales reales en sus cargos: y tomó de su tesoro el dinero necesario para este viaje tan principal. Llegado a Tarragona, mandó que compareciesen ante él, el Vizconde de Cardona, de quien se habló antes, don Pedro Verga, don Galcerán Pinos, don Guillé, y Mauleó Catalaunin, Berenguer Cardona, y Guillen Rajadel, Barones principales de Cataluña. Los cuales poco antes se habían excusado de seguir al Rey en la guerra de Murcia, a efecto de castigar su contumacia y soberbia. Y así les quitó las caballerías de honor, y privó de oficios y cargos reales. Finalmente les hizo restituir las fortalezas y castillos, que por él y sus Reyes predecesores les fueron encomendados: para que con esta condición y ley, a uso y costumbre de Aragón, se encomendaban las fortalezas, con que se restituyesen a los Reyes, si quiera las pidiesen a buenas, o enojados, o de cualquier otra suerte. Como el Vizconde restituyese algunas, y otras se detuviese, y los otros Barones hiciesen los mismo, y de esto no se contentase el Rey: hubo parecer de algunos del consejo Real esto se averiguase por fuerza de armas: aunque por entonces pareció al Rey era mejor, disimular con ellos, y no comenzar la guerra, por no estorbar su viaje que tenía prometido al sumo Pontífice para el Concilio.


Fin del libro XVIII.