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jueves, 14 de marzo de 2019

Prólogo al lector, dedicatoria

Prólogo al Lector.

Opinión fue de Plato príncipe de los filósofos, que no había más de un entendimiento para todos los hombres: pues los unos con los otros se entendían, y casi se encontraban en unos mismos (mesmos) conceptos y pensamientos: Pero si cuando dijo (dixo) el buen Philosopho,
viera sus célebres obras vertidas en otra lengua, y descubriera algunas discrepancias de sentidos, y ajenos entendimientos de sus divinos conceptos causados por la traducción (traduction) de ellas (dellas), es cierto que revocara su opinión y sentencia, y se arrimara a otra, no menos delicada y moderna, que afirma, No haber cosa más lejos de la traducción que (que con tilde) lo traducido (traduzido). Como se echa bien de ver, por estar según entendemos los conceptos y verdaderos sentidos de lo escrito tan apegados a la fragua y sentido del que los escribió (escriuio): que como de la miel vaciada de una vasija en otra se queda pegado algo en la vertida: así en lo traducido de una lengua en otra, no hay duda, sino que siempre se desea algo, que se quedó en la primera: En tanto, que ni la elegancia de la lengua, ni el bien rodeado estilo de la traducción basta para hinchir este deseo.
Por esta causa, y por lo que con razón se persuaden los Poetas, que ninguno interpretara sus poemas mejor que ellos mismos, me pareció que la Real historia presente, que poco ha compuse en lengua Latina, ninguno mejor que el propio autor la traduciría en lengua Castellana. Y por eso me adelanté, antes que otro me tomase la mano, y porque no la errase para si y para mí, determiné de emprenderla. Puesto que no han faltado algunos, que por esto me han querido zaherir, y como dar en rostro porque siendo yo natural Aragonés, y no criado en Castilla, me usurpe el oficio ajeno, y ose escribir en lengua peregrina. A lo cual respondo, que harto más peregrina me era la Latina, pero si esta con el grande estudio y diligencia que en el usarla y aplicarla a la composición de la historia puse, se me hizo familiar y doméstica: porque, no habiendo sido menor la curiosidad y consulta de expertos con que me he valido para el mismo efecto de la Castellana, no será tan suave y bien cogido fruto el que de tan continuado trabajo y consulta se ha sacado? Mayormente no siendo la lengua Aragonesa ajena, sino muy hermana (como se probara) de la Castellana, y que no solo se tratan y entienden las dos desde su origen acá, pero aun casi con las mismas palabras, letras y acentos que su común madre la Latina les dio, se escriben y pronuncian, y por eso son entre si muy comunicables entrambas? Confiado pues de esto, me atreví no solo a traducir, sino (pero) también a añadir y quitar, a rehacer y mejorar lo que para mayor claridad (claredad) y verdad de la historia se me ha ofrecido de nuevo, después que salió a luz la Latina: pues para esto se le da al propio autor (lo que se niega a otro cualquier Intérprete) licencia más que Poética. Para que si en algo faltare, o excediere a lo que debe a ley de buena traducción la nuestra: puedas (prudente lector) tomar esta como historia por si de nuevo fabricada. Y pues la majestad de su argumento, junto con su mucha verdad, la igualan con las más principales historias del mundo: no habrá para qué tener tanta cuenta con los solecismos, que en el estilo y escritura de ella hallares: cuanta con nuestro fin y bien intencionado propósito, de que así por la una, como por la otra lengua, se alcance y entienda por todas partes la verdadera y cumplida historia de este tan esclarecido y famosísimo Rey, hasta aquí tan deseada.



AL MVY ALTO Y MVY PODEROSO SEÑOR DON PHELIPPE DE AVSTRIA PRÍNCIPE DE LAS ESPAÑAS.

El arcediano Gómez Miedes

S. y P. P.

Plutarco, autor gravísimo en el libro que escribió de la virtud y fortuna de Alejandro Magno, cuenta de él, como siendo niño, oyendo a sus Ayos ensalzar mucho el Imperio y grande poder de Philippo su padre por las muchas tierras y Reynos que había conquistado, lloró ante ellos, y preguntado por qué lloraba, respondió, porque mi padre ha ganado tanto que no me ha dejado nada que ganar.
Harto más que a él cuadra a V. Alteza este felice lloro: porque si reconocemos la poca parte que Philippo tuvo del mundo, aunque se junte con ella la que su hijo Alejandro conquistó por si, a respecto de la que nuestro gran Rey Philippo padre de V. Alteza invictísimo posee, que comparada con la de ellos, es como de un cuerpo humano a su pie, o como del mundo todo a su decena parte, verdaderamente que como niño que de harto llora, podrá V. Alteza llorar y reír todo junto, por verse hijo del mayor señor y Monarcha que hasta hoy ha habido en el mundo, y llegado a tanto, que no hay más que codiciar, sino rogar al Omnipotente Señor del cielo, y de la tierra, de cuya mano ha
venido todo, que pues no hay menos que hacer en conservar lo ganado que en conquistarlo, nos de gracia para que con aquella Cristiandad y prudencia que él mismo Philippo ha llegado a tan alto poder y Monarquía: la herede V. Alteza, y conserve como a hijo de tan soberano padre debe, y ella requiere. Mas porque es de poca gloria el heredar donde no concurre el merecerlo, mayormente en herencias de gobierno, es necesario entender como para ser digno de tan sublimado Imperio, y para mejor regirlo y gobernarlo, conviene valerse entre otras de las cinco más heroicas, y más
propias virtudes de Príncipes, sin las cuales ningún grande Imperio pudo bien mantenerse:
como son bondad, religión, justicia, constancia, y disciplina militar: porque estas no solo están como piedras (que llaman Mercuriales) dispuestas como guía y lumbre, para mostrar a los Príncipes el verdadero camino por donde han de llegar a lo sumo, pero también les sirven de fundamentales, para que estribando sobre ellas, puedan llevar sobre sus hombros cualquier carga de gobierno por grave que sea. Como se echa (hecha) de ver entrando por la
luenga y heroica prosapia de los antepasados Reyes de Castilla y de Aragón, en los cuales resplandecieron estas virtudes, y fueron por ellas muy señalados en sus hechos, aunque no se hallaron todas juntas en unos, sino repartidas entre todos. Pues los unos fueron así buenos Reyes, que no se preciaron de otra cosa más que ser muy pacíficos, y por eso se les atrevieron algunos. Otros que de muy religiosos, por llegar al Reyno de los cielos menospreciaron el de la tierra: y que por haber sido tan amigos de la paz Cristiana, no movieron guerra fino contra infieles. Otros por guardar mucha justicia merecieron el nombre de justos pero fueron poco guerreros. Otros que por su constancia conservaron bien su Imperio, sin perder nada de lo ganado, más no pasaron adelante para aumentarlo. Finalmente otros que fueron muy diestros y venturosos en la guerra, pero en el gobierno de paz muy descuidados. De manera que entre tantos hallaremos muchos de nuestros Reyes que florecieron, y fueron muy señalados en alguna de estas virtudes, pero quien vistiese el arnés de todas ellas, y que más al biuo y para más tiempo que ningún otro las representase todas juntas al mundo, ni se lee, ni se dice de otros tantos, como de los ínclitos e invencibles don Hernando III, Rey de Castilla, llamado el santo, y don Jaime de Aragón primero de este nombre, llamado el conquistador: los dos de una edad, y consuegros: los dos grandes conquistadores, y muy iguales en la intención y fines: los dos finalmente que por haber sido en las virtudes reales, que dicho habemos, singularísimos, fueron también en los éxitos (succesos) de sus empresas felicísimos, más porque las historias de Castilla tienen muy bien probada su intención y verdad en lo que admirablemente escriben del mismo Rey don Hernando (de quien también hacemos heroica mención en esta historia) veamos como a don Iayme le cupo el así poder hablar del arnés, como vestirle: para que con muy justo título puedan los dos, junto con el gran ser de sus personas, partirse la felicidad y gloria de las conquistas de España. Porque sabemos de don Jaime, como allende de haber sido su concepción y nacimiento milagrosos, probó su gran bondad en esto, que nunca la tuvo ociosa, y con haber sido de de los suyos muy perseguido, nunca les volvió sino bien por mal. Su religión fue cosa diurna, por haber siempre insistido en echar del mundo la falsa secta de los Moros, para introducir la verdadera religión Cristiana: como lo mostró no solo con las nuevas órdenes de religiosos que introdujo en sus Reynos: pero con los dos mil Templos que fundó para la sustentación del culto divino. Su justicia fue tanta para con sus súbditos y para consigo mismo, que con ser de suyo muy misericordioso, nunca se apartó de ella, y si cayó en alguna injusticia (sinjusticia) también la purgó con satisfacción pública. En la constancia fue raro y admirable, pues ni grandes adversidades, ni malos consejos, ni estorbos de los suyos fueron parte para que dejase de conservar lo ganado, y llevar siempre adelante sus empresas. En conclusión su virtud y disciplina militar fue tan excelente y heroica, que en esta excedió a todos, por tan grandes rayzes de valor como hecho en ella: pues se vio que a los ocho años de su edad tomó juntamente el sceptro de Rey y el estoque y gobierno de la guerra, y no se puede encarecer el maravilloso tiento, y más que humana prudencia, con que en los sesenta y un años que reinó, gobernó juntas las dos cosas. Además que a los principios, puesto que por las muchas revueltas y contradicción que halló
en sus dos propios Reinos, los
hubo casi a conquistar de nuevo: no por esto dejó, pacificados estos, de pasar a conquistar tres otros de los Moros, con los cuales dobló su Imperio, y mereció el renombre de conquistador, que todos con muy justa razón le dieron. Porque con esto llegó a ser el primero que puso la piedra fundamental, donde comenzó a levantarse el grande Imperio, y tan extendida monarquía, que ahora (agora) felizmente vemos de nuestra España. Pues se prueba clarísimamente, que estado ella como cerrada le abrió la puerta, y dio felicísima salida a los Reyes sus descendientes, y sucesores para conquistar y ganar los demás Reynos, que después acá fueron por ellos adquiridos. Porque si consideramos la entrada y general destrucción que los Moros de África hicieron por toda España, hallaremos como quedó tan postrada y oprimida (opresa), que pasaron muchos siglos, antes que se pudiese cobrar la mitad o poco más de ella y que así por tener tantos enemigos dentro de casa, como por los circunvecinos de África, jamás pudieron los
Reyes de Aragón, ni de Castilla emprender jornada alguna fuera de los límites de España.
Siendo así que a los Aragoneses y Catalanes, los Moros de África con los de Mallorca y Valencia: a a los Castellanos, los mismos de África con los del Andaluzia y Portugal, tenían tan acosados, y como encorralados dentro sus Reynos: que apenas alzaban la cabeza los Cristianos para emprender guerra dentro o fuera de España, cuando luego eran
sobrellos los Moros: hasta que este invencible Rey vino al mundo a reinar en Aragón y Cataluña, el cual por haber también ejercitado en su niñez y mocedad la milicia, y con el favor de su gente bellicosissima de nuevo sojuzgado y pacificado sus Reynos: a los veynte años de su edad emprendió la conquista de las Islas Baleares Mallorca y Menorca, vecinas a sus Reynos, y puestas al paso de África. Las cuales por estar tan llenas de corsarios señoreaban aquel mar, robando y quitando la contratación de los Cristianos, y dando paso a los de África, para que ajuntados con los de Valencia y Granada, destruyesen los Reynos de Aragón y Cataluña, no perdonando a los del Andaluzia. De suerte que ganadas por este Rey las dos Islas, y puestas en ella su gente y armadas, no solo refrenó a los de África, y alcanzó el pacífico navegar para los suyos, pero facilitó con esto la conquista que hizo luego del Reyno de Valencia, y aun hecha ella acabó la del Reyno de Murcia. Con este alivio teniendo ya los Reyes de Aragón doblado su Imperio, y ganado el de la mar, comenzaron a levantar cabeza, y a ser temidos de los Moros. Y así abierta por aquella parte la puerta de España, salió luego el gran Rey don Pedro hijo del mismo don Jaime con grandísimo ejército de Catalanes y Aragoneses pasó en África, y de allí dio vuelta sobre Sicilia y la ganó, y poseyó del todo. No mucho después su hijo el Rey don Jaime II, nieto del primero, por su valor y gran poder por mar, fue investido por Papa Bonifacio para la conquista del Reyno de Cerdeña. Acabo de años el Rey don Alonso de Aragón IIII. de este nombre fue a conquistar a Nápoles, y al fin la ganó. Tras esto en tiempo de sus nietos, habiéndoseles quitado los Franceses, el católico Rey don Fernando de Aragón le cobró de ellos, y lo juntó con los demás Reynos de la corona. Este mismo siendo ya casado con la esclarecida doña Isabel Reyna de Castilla, y con la junta de los dos Reynos aumentadas las fuerzas de entrambos, emprendió la conquista del Reyno de Granada, y con el gran poder de Castilla lo ganó, y sujeto del todo para ella. De allí por la bondad divina se le abrió otra mayor puerta para las Occidentales Indias, y con el valor y constancia de los mesmos marido y mujer Reyes, y fuerzas de Castellanos sojuzgaron las mayores Islas que primero se descubrieron de ellas. A estos sucedió su felicísimo nieto y aguelo de V. Alteza Carlos V. Emperador máximo, el cual en comenzando a reinar por ejecución de su magnanimidad y constancia (proprias Virtudes suyas) mandó pasar de las Islas adelante el descubrimiento de las dichas Indias y parte Occidental, y llegar a la tierra firme, donde conquistó las dos más ricas y más extendidas provincias del mundo, que fueron la nueva España, que incluye en si muchos Reinos y la inmensa región del Perú que contiene cuatro tantos y se extiende de más acá de la linea equinoccial hasta el círculo del otro polo antártico en las cuales como Cristianísimo y pío lo primero fue mandar introducir nuestra santa fé y religión Cristiana y edificar muchas ciudades como colonias llevadas de España. Además que no solo el Imperio Occidental, pero también en los estados de Flandes por su patrimonio con los de Milán por su conquista, fueron por él aplicados e incorporados en la señoría y corona de España. De manera que no quedando por fin y remate de todo, sino lo que mucho tiempo se deseó que la España toda se juntase en uno, y fuese de un señor: esto vemos claramente como por la providencia divina se reservó para el mismo gloriosísimo Philipo, y que lo cumplió cuando habiéndole nuestro señor heredado del Reyno de Portugal con sus Orientales Indias, entró en él con poderosísimo ejército y echando de él a los rebeldes lo pacificó y añadió al universal Imperio de España, y con esto llegó a gozar de las más alta y más extendida Monarquía que jamás se vio en el universo, según que de su grandeza y superioridad a todas las demás que son, y fueron, se hablará más largamente en el libro XIII de esta historia. Todo para que de aquí pueda colegir V. Alteza, que si conforme a la sentencia antigua, el principio es más que la mitad de las cosas, por cuan verdadero cimiento, y glorioso principio de este tan inmenso Imperio debe tenerse, el que este buen Rey por su parte (como se ha probado) dejó puesto de su mano: cuan sólido y firmísimo, pues tiene la verdadera fé y religión Cristiana por su único fundamento. Además que fue el mismo Rey tan curioso y solícito del aumento y conservación de sus Reynos, que como por registro y secreto del verdadero modo de conquistar y conservar lo ganado, nos dejó escrita y compuesta de su propia mano, como por comentarios, su historia y vida, aunque en su lengua corta y peregrina: pero tan verdadera y llena de hazañas, cuanto falta de elocuencia y ornamento de palabras. Por donde pareciéndome que pasaba muy adelante el descuido de muchos autores graves, por no haber puesto las manos en obra tan provechosa, haciendo historia por si de las cosas de este Rey, siquiera por dar sujeto a su tan extendida fama y renombre, que van por el mundo como accidentes sin sustancia, me atreví a ponerla a gesto, y escribirla en las dos más generales, y más extendidas lenguas que hoy se hallan en el universo, Latina y Española: En la primera la saqué a luz muy pocos años ha, y la dediqué a la felice memoria del esclarecido don Jaime Príncipe (que agora lo es mucho más en el cielo) hermano de V. Alteza, y que llegó a sus manos la obra, la cual bajo su glorioso nombre se divulgó por toda la Europa, y entendiendo era accepta a los extraños, pareciome sería tanto más agradable a nuestra España, por ser de cosas acaecidas dentro de ella, y así determiné escribirla segunda vez en esta lengua, por satisfacer a la importuna demanda de muchos, y mucho más porque V. Alteza gustase más presto de ella, con fin que de aquel mismo tiempo y niñez que este buen Rey comenzó a reinar y pelear todo junto; comience V. Alteza con tal lectura a entender y aficionarse a lo uno y a lo otro. Porque si verdad es lo del proverbio que dice, Los niños se entienden, mayor impresión hará en V. Alteza leer y contemplar por si mismo las cosas puestas por su orden, que aquel varonil niño
en su tierna edad hacía, que cuanto le dijeren y recitaren de él a pedazos sus Ayos y maestros: y así he dejado la historia repartida en los veinte libros como la Latina, dividiendo cada uno de estos por breves capítulos, como descansos, para que con menos trabajo y mayor advertimiento pueda
V. Alteza leerlos. más aunque a los principios va la historia muy atada con la Latina, de manera que parece más traducción que historia por si, es tanto lo que se ha añadido por toda ella, y también mudado y mejorado en muchos lugares, que deja de ser traducción, y siendo una misma verdad, hace historia por si en esta lengua. La cual cierto merecía otro estilo más subido y limado, aunque no más claro (si no me engaño) ni más acompañado de verdad que el nuestro, y por eso es tanto más digna de que V. Alteza, y todos los Príncipes del mundo se den a la
lición de ella, para que de pequeños la tomen por espejo y comiencen a preciarse de las cuatro más principales y soberanas bondades, o virtudes que en el verán representadas; de las cuales este sobre cuantos Reyes ha habido en el mundo se preció más que todos: como fue de buen hombre, de buen Cristiano, buen capitán, y buen Rey: a fin que como los mismos Padre y Aguelo de V. Alteza por haber imitado las pisadas de este buen Rey, valiéndose de sus tan ricas virtudes, llegaron a poseer medio mundo: así V. Alteza, imitando a los tres, alcance el otro medio, y después de muchos años de vida el eterno del Cielo Amen,
Amén.