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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro cuarto

LIBRO CUARTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. Como el Rey fue declarado sucesor en las tierras de Ahones, y que don Fernando se alzó con Bolea, y de las ciudades que le siguieron.

Con la desastrada muerte de don Pedro Ahones quedó casi postrada del todo la desvergonzada liga y engañosa machina que fue contra el Rey por sus más propincuos deudos y allegados fabricada. La cual puesto que el Conde don Sancho la puso primero en campo: y después la encaró Ahones para que fuese certera, don Fernando fue el atrevido que osó dispararla (
desparalla). Mas aunque fue mayor la estampida que el golpe, y más presto tentada la paciencia Real que vencido su valor, y magnanimidad, no por eso dejó de haber para los tres, por el atrevimiento, su merecido castigo y debida pena. Pues ni el Conde don Sancho osó más parecer ante el Rey en Corte: ni Ahones se escapó de venir a morir en las manos del Rey: ni en fin don Fernando (que sin duda fuera más castigado que todos, si el parentesco Real no le librara) pudo pasar más de la vida quieta, sino con sobresalto y mengua. Pues ni se le permitió jamás dejar el hábito, ni la dignidad que tenía para pasar a otra mayor, ni por sus pretensiones del Rey no haber ninguna otra recompensa. Puesto que por la benignidad del Rey, ni fue echado de su consejo real, ni jamás privado de su conversación y secretos: prefiriendo siempre la persona y autoridad de él a la de todos: no embargante, que por lo que agora y a delante veremos, siempre le fue don Fernando por su innata inquietud e insolencia, una perpetua ocasión y ejercicio de magnanimidad y paciencia. Muerto pues Ahones, y llevado por el mismo Rey a sepultar a Daroca, como no quedase legítimo heredero de él, declaró el consejo real que en todos sus señoríos y tierras sucedía el Rey, y que a esta causa fuese luego a tomar posesión de Bolea villa principal y vecina a Huesca, la cual por ella sucesión ab intestato le pervenía, y que se hiciese luego prestar los homenajes, antes que la mujer de Ahones, o el Obispo de Zaragoza don Sancho hermano del muerto, se alzasen con ella y le pusiesen gente de guarnición para defenderla: y que podía ser lo mismo de los dos Reynos de Sobrarbe y Ribagorza: por haberlos tenido Ahones mucho tiempo en rehenes, por una gran suma de dinero, que había prestado al Rey don Pedro para la jornada de Vbeda: y también por el derecho de ciertas caballerías de honor, que por servicio se le debían. Conformaron todos en que luego fuese el Rey a tomar posesión de ellos. Al cual pareció lo mesmo, y que sería muy gran descuido suyo, perder estos reynos, haciendo merced a otri dellos, antes de tener los demás estados suyos pacíficos: mayormente por encerrarse en ellos muchas villas y lugares con cuya confianza Ahones había tomado alas y orgullo para rebelársele. Por esto determinó de no más enajenarlos por empeños, ni otras necesidades sino que volviesen a encorporarse en el patrimonio Real para siempre. Señaladamente, por haber visto en las cortes que tuvo poco antes en estos Reynos, la mucha calidad e importancia de ellos. Con este fin junto alguna gente de a caballo de poco número: porque a la verdad pensaba que Bolea se le entregaría, sin resistencia alguna. Y así fue para ella, enviando delante algunos caballeros para que tentasen los ánimos de los de Bolea, y se asegurasen de la entrada. Pero le sucedió (sucediole) muy al contrario de lo que pensaba. Porque don Fernando que nunca reposaba, sabida la muerte de Ahones, luego sospechó lo que el Rey haría, y con gran número de gente y copia de vituallas, se metió en la villa, confiado de que apoderado de esta, y no hallándose otro legítimo heredero de Ahones, no solo se haría señor de todas sus villas y lugares con los dos Reynos arriba dichos, pero aun los haría rebelar contra el Rey, y esto con el favor del mismo Obispo de Zaragoza, que podía mucho, y deseaba en gran manera vengar la muerte de Ahones su hermano. También por lo mucho que confiaba en el poder de los Moncadas, y de otros señores y barones de Aragón y Cataluña a quien el Rey había ofendido, y él con muchas dádivas y otros medios obligado a que le siguiesen. Pudo tanto con esto, que no solo a los de Bolea, pero aun a la gente de los dos reynos pervirtió de manera, que se ofrecieron a servirle y seguirle contra cualquiera. Como el Rey llegase a Bolea, y la hallase muy puesta en defensa, y a la devoción de don Fernando que estaba dentro, determinó pasar adelante, y apoderarse de los principales lugares y fuerzas de los dos reynos, con fin de romperla contra don Fernando. Sabido esto por don Fernando, de muy amargo y sentido por la muerte de Ahones, y mucho más por temerse, de que siendo él igual y mayor en la culpa, no fuese lo mismo de él: propuso de hacer rostro al Rey con abierta guerra: tanto que osó decir en público, no pararía un punto hasta que lo hubiese echado del Reyno. Lo cual pensaba él acabar fácilmente, por tener en poco al Rey así por su poca edad y experiencia, como por los muchos y muy principales amigos, que en la gobernación pasada él había granjeado, y sabía que no le habían de faltar. Por donde le fue muy fácil traer apliego la común rebelión de los de Zaragoza, con los demás pueblos grandes del reyno, excepto Calatayud (como dice la historia del Rey) y otros también escriben de Albarracín y Teruel que fueron fieles. mas no se contentó con lo de Aragón don Fernando, que tambien escribió al Vizconde don Guillé de Moncada en Cataluña, que de la guerra pasada quedaba muy escocido contra el Rey: para que con la más gente que pudiese viniese luego, y no perdiese tan buena ocasión para vengarse de lo pasado. De suerte que el Vizconde solicitado del intrínseco odio y temor que al Rey tenía, no dejó de intentar cuanto contra su real persona se le ofrecía, en que podelle ofender.

Capítulo II. De la venida del Vizconde de Cardona en favor del Rey, y de los extremos que hacía el Obispo de Zaragoza por vengar la muerte de Ahones, y de la matanza que don Blasco hizo en los zaragozanos.

Sabido por el Rey lo que pasaba, y que don Fernando se ponía muy de veras contra él en esta guerra, dejó la del monte, y descendió con su ejercito que ya iba creciendo a lo llano a la villa de Almudévar, de donde pasó a Pertusa en el territorio de Huesca. En esta sazón el Vizconde don
Ramón Folch de Cardona sabida la necesidad y trabajo en que el Rey estaba, y la junta de gente que el Vizconde de Bearne con los suyos hacían, para ir a favorecer a don Fernando contra el Rey, junto con don Guillen Ramón de Cardona su hermano, una muy escogida banda de hasta 60 hombres de armas. Y partido para Aragón llegó primero que todos los demás socorros que vinieron, a los contornos de Zaragoza, donde halló al Rey, al cual se ofreció con todo su poder y gente para servirle hasta morir en su defensa. Esta venida del Vizconde con tan principal socorro fue tenida en mucho por el Rey, así por ser tan a tiempo, como porque con su autoridad y ejemplo el Vizconde movió a muchos en Cataluña para seguir y favorecer la parcialidad Real: lo mandó (mandolo) alojar con toda su gente muy principalmente: y pues se halló con tan buen cuerpo de guarda, mandó a don Blasco de Alagón, y a don Artal de Luna fuesen con una compañía de infantería, y una banda de caballos a hacer guarda en la villa de Alagón contra los Zaragozanos, que por no haberlos seguido juraron de saquearla: quedándose con el Rey don Atho de Foces, don Rodrigo Lizana, don Ladrón, y el Vizconde con su gente. A vueltas de todo esto, el Obispo de Zaragoza había juntado gran número de soldados de los que habían quedado de Ahones su hermano, y estaba tan puesto en la venganza de su muerte, que sin acordarse de su dignidad Pontifical, ni del respeto que a su Rey debía, demás del escándalo y mal ejemplo que de si daba, salió a puesta de Sol de Zaragoza
con su ejército, y marchando toda la noche llegó a la villa de Alcubierre, la cual por no haber querido poco antes, siendo requerida, juntarse con los de Zaragoza contra el Rey, la dio a saco: y por ser en tiempo santo de la cuaresma, para quitar de escrúpulo a sus soldados, decía voz en grito y con furiosa ira, que era tan santa y justa la guerra que contra el Rey hacía como contra Turcos, y por tanto absolvía, armado como estaba, a todos de la culpa y escrúpulo, que por el saco hecho tenían, y por mucho más que hiciesen. Demás que no solo afirmaba con pertinacia, que gente que se empleaba contra el tirano por la salud y libertad de la Repub. podía sin escrúpulo comer carne en los días prohibidos, pero aun prometía la celestial gloria a cuantos en esta guerra le seguían. También por otra parte los Zaragozanos por dar alguna muestra y señal de su mala liga y rebelión contra el Rey salieron segunda vez para el Castellar, que está cerca de Alagón, río en medio; el cual pasaron en barcos, y puestos en celada, enviaron alguna gente delante, porque fuesen vistos de los de Alagón, a efecto de que, saliendo sobre ellos, se retirarían con buen orden, hasta traerlos a dar en la celada. Como don Blasco y don Artal los vieron, sospechando lo que podía ser, se detuvieron aquella tarde, y los Zaragozanos viendo que no salían a ellos, se retiraron a la otra parte del río, por estar más seguros. Dejando pues don Blasco alguna gente de guarda en la villa salió a media noche con toda la caballería, y pasaron a Ebro con poco estruendo en los mismos barcos, y al romper del alba, dieron sobre los Zaragozanos, que los hallaron durmiendo, sin centinelas, y bien descuidados: y de tal manera los persiguieron que entre muertos y presos fueron trescientos, huyendo los demás. Esta victoria fue para el Rey y los de su parcialidad muy alegre, porque se creyó que todas las aldeas como miembros, entendiendo que la cabeza era vencida, perderían el orgullo, y se rendirían más presto. Luego vino el Rey a verse con los vencedores, para hacerles por ello las gracias, y tratar sobre lo que harían.


Capítulo III. De los aparatos de guerra que el Rey hacía, para el saco de Ponciano, y cerco que puso sobre la villa de las Cellas, y como fue presa.

En este medio que el Rey se detuvo en Pertusa, distrito de Huesca, mandó armar diversos trabucos e instrumentos de guerra, y asentarlos sobre los carros para llevarlos de una parte a otra (aunque con grande dificultad, por ser la tierra fragosa) por lo mucho que se había de valer de ellos en tan larga y porfiada guerra, como se le aparejaba. A la cual se preparaba con tanto ánimo, que como a uso de Vizcaínos, a más tormenta más vela, así cuanto más crecían los enemigos y rebeldes, tanto más ensanchaba su pecho, y se disponía a resistirles. Volviendo pues de Alagón para Pertusa, y llevando consigo al Vizconde con los suyos y la demás gente de guarda, de paso dieron asalto a la villa de Ponciano, que estaba por don Fernando: la cual fue luego entrada y saqueada. De allí pasó a la villa de las Cellas junto a Pertusa, y puso cerco sobre ella, y aunque estaban la villa y fortaleza muy bastecidas de gente y municiones, al tercero día que plantaron las máquinas y trabucos hacia las partes más flacas del muro, y comenzaron a batirlas, el Alcayde de la fortaleza vino a concierto con el Rey, que si dentro de ocho días no le venía socorro, le entregaría la fortaleza con la villa. Aceptó el rey el concierto, y un día antes que se cumpliese el plazo, dejando allí su ejército, pasó con poca gente a Pertusa, para dar prisa a juntar los Pertusanos con la Infantería de Barbastro, y Beruegal que había mandado venir, para que el siguiente día se hallasen todos en la presa de las Cellas.
En este mismo punto que el Rey estaba rezando en la iglesia de Pertusa, vieron de lejos venir hacia la villa al galope dos caballeros armados en blanco por el camino de Zaragoza, y eran Peregrin
Atrogillo, y su hermano don Gil. Llegados al Rey le avisaron como don Fernando y don Pedro Cornel, con ejército formado de la gente de que Zaragoza y Huesca, venía a más andar en ayuda de las Cellas, y no quedaban lejos. Como esto entendió el Rey, luego se puso en orden, y se partió con solos cuatro de a caballo para las Cellas. Mandando a los Pertusanos con los de Barbastro y Beruegal le siguiesen. Llegado a los alojamientos do habían quedado el Vizconde y don Guillen su hermano, con don Rodrigo Lizana, que con todo el ejército no pasaban de ochocientos hombres de armas, y mil y seiscientos Infantes, determinó esperar con estos a don Fernando: ni temió los grandes escuadrones de las ciudades, con ser cuatro tantos más que los suyos, por más empauesados que viniesen, como se decía. Había entonces en el Consejo del Rey un don Pedro Pomar, hombre anciano, y muy experimentado en cosas de paz y guerra, el cual considerando el mucho poder del ejército de don Fernando, que en número y bien armado excedía de mucho al del Rey, según los caballeros que truxeron la nueua lo afirmaban, y que la persona Real estaba en muy grande y manifiesto peligro, le pareció (pareciole) exhortar al Rey, mas le rogó que con gran presteza se subiese en un monte alto, que estaba junto a la villa, adonde con la aspereza del lugar defendiese su persona, hasta que llegase el socorro de los pueblos que aguardaba. Al cual respondió el Rey animosa y varonilmente, diciendo. Sabed don Pedro que yo soy el verdadero y legítimo Rey de Aragón, y que tengo muy justo y legítimo Señorío y mando sobre aquellos, que siendo mis verdaderos súbditos y vasallos toman injustamente las armas contra mí, como esclavos que se amotinan contra su señor. Por tanto confiando en la suprema justicia de Dios, y que tengo ante su divina Majestad más justificada mi causa que ellos, no dudo que con su divino favor podré con los pocos que tengo, resistir y vencer el grande ejército de los rebeldes y fementidos que viene contra mí, y así mi determinación es hoy en este día, o tomar por fuerza de armas la villa, o morir ante los muros de ella. Por eso vuestro consejo de fiel y prudente amigo guardadlo (guardaldo) para otro tiempo, que aprovechará con más honra que agora. Como acabó de decir esto, comenzó más animoso que nunca a instruir y poner en orden los escuadrones, con tanta diligencia y valor, como si ya estuvieran presentes, y le presentaran la batalla los enemigos: los cuales, como ni pareciesen, ni llegasen, y el plazo fuese cumplido, la villa con sus fortaleza se le entregó libremente, y fue librada de saco.

Capítulo IIII (IV). Como vino el Arzobispo de Tarragona a concertar al Rey con don Fernando, y no pudo: y como los de Huesca con astucia hicieron venir al Rey, y del gran trabajo en que se vio con ellos.

Tomada la villa de las Cellas, y bien fortificada su fortaleza de gente y municiones, el Rey se volvió a Pertusa, adonde poco antes era llegado don Aspargo Arzobispo de Tarragona, hombre muy pío y sabio, y (como dijimos) pariente del Rey muy cercano: el cual entendidas las diferencias del Rey y don Fernando, de las cuales cada día se seguían tan grandes novedades, daños, y divisiones de pueblos en los dos Reynos: tanto, que ya en Cataluña se iba perdiendo autoridad y obediencia del Rey, y cada uno vivía como quería, puso todas sus fuerzas en apaciguar, y concordar tío con sobrino, por divertirlos de tan escandalosa guerra como se hacían el uno al otro. Mas como el odio estuviese en ellos tan encarnizado, por estar don Fernando tan persuadido que había de reynar, cuanto el Rey determinado de no perder un punto de su derecho, y posesión del Reyno, dexolos: y sin acabar cosa alguna se volvió a Tarragona, a encomendarlo todo a nuestro señor, y rogarle por
el estado de la paz. En este medio los de Huesca que vieron perdidas las Cellas, comenzaron a apartarse del bando de don Fernando, y a descubrirse entre ellos la parcialidad del Rey, aunque más flaca que la de don Fernando: pero muchos deseaban pasarse a ella, sino que con mañas prevalecía siempre la contraria, porque don Fernando, en aquel poco tiempo que estuvo recogido en el monasterio, o Abadía de Montaragon, junto a Huesca, teniendo ojo a lo por venir, tenía corrompidos y atraídos a si los de la ciudad con presentes, dádivas, y muy largas promesas. De manera que en los ayuntamientos venciendo la parte mayor (como suele ser) a la mejor, la de don Fernando prevalecía, y no se hacía más de lo que él quería, por donde los desta parcialidad en nombre de toda la ciudad, comenzaron con grande astucia a inventar contra el Rey cosas nuevas. Porque entrando en consejo trataron engañosamente con Martín Perexolo juez de la ciudad por el Rey puesto, y con los de la parcialidad Real, que hiciesen saber al Rey como los de Huesca le eran muy verdaderos súbditos y fieles vasallos, y deseaban mucho viniese a verlos y tratarlos, que lo recibirían con grandísima honra y aplauso del pueblo, y sin réplica harían por él cuanto les mandase. Como el Rey entendió esto de los de Huesca, y tuviese el ánimo fácil y sencillo para echar siempre las cosas a la mejor parte, sin tener ninguna sospecha dellos, dejó el ejército encomendado al Vizconde y acompañado de muy pocos, por no dar que temer al pueblo, se partió para Huesca. Llegado a vista de ella le salieron a recibir veynte ciudadanos de los más principales a la ermita de las Salas: y como le recibieron con mucha honra y fiesta: así también el Rey recogió a todos ellos con grande benignidad y alegre rostro, y porque conociesen por cuan fieles súbditos los tenía y los amaba, les habló con palabras muy amigables, y de tanta llaneza como si fuera compañero entre ellos, y trayendo cabe si a don Rodrigo Lizana, don Blasco Maza, Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas, principales caballeros de su consejo, entró en la ciudad. Por aquel día el pueblo le recibió con tantos juegos y regocijo, que pareció dar de si muy grandes indicios de fidelidad: pero en anochecer tocaron al arma, y se vinieron a poner a las puertas de palacio, cien hombres armados como en centinela, guardando y rondando por de fuera el palacio toda la noche. Entendió el Rey lo que pasaba, y considerando el grande peligro en que estaba, en siendo de día disimuladamente, y con gran serenidad de rostro envió a llamar los más principales de la ciudad, y mandó convocasen todo el consejo allí en palacio, adonde dentro del patio, que era grande, concurrió toda la ciudad y pueblo, y el Rey puesto a caballo, señalando silencio, les habló desta manera.


Capítulo V. Del razonamiento que el Rey hizo a los de Huesca, y como acometieron de prendelle.

Hombres buenos de Huesca, no creo que ninguno de vosotros ignora ser yo vuestro verdadero y legítimo Rey, y que poseo y soy señor vuestro, y de vuestras haciendas por derecho de sucesión y herencia. Porque xiiij. generaciones han pasado hasta hoy, que yo y nuestros antepasados por recta linea poseemos el Reyno de Aragón. Por lo cual, con la continuación de tan larga prescripción, se ha seguido tan estrecha hermandad de nuestro señorío con vuestra fiel obediencia y servicio, que ya como natural, y que tiene su asiento y rayz en los ánimos, ha de ser preferida a cualquier obligación de parentesco y sangre: porque esta se puede deshacer con el tiempo; y la otra es tan indisoluble, que antes suele con el mismo tiempo acrecentarse más. Por esta causa he siempre deseado, que de la afición y amor que os tengo, naciese la pacificación vuestra, para mayor honra y utilidad del pueblo, y para mejor ampliaros los fueros que nuestros antepasados os concedieron: si con la inviolable fé, y obediencia que siempre habéis tenido con ellos, correspondiese ahora conmigo vuestra fidelidad y servicio. Por donde ya que con tantos y tan manifiestos indicios y señales de alegría y contentamiento habéis solemnizado (solenizado) y festejado la entrada de vuestro Rey, no debíais (deuiades) agora de nuevo deslustrarla con tanto estruendo de armas, y aparatos de guerra: porque no
diérades ocasión alguna para desconfiar de vuestra fidelidad. Mayormente que yo no he venido sin ser llamado, antes he sido para ello muy rogado de vosotros, y que de muy confiado de vuestra debida fé y prometida obediencia, he dejado el ejército, y entrado en esta ciudad, no cierto para destruirla, sino para más ennoblecerla, y magnificarla. Como llegó el Rey a este punto, levantose tal murmuración del pueblo contra los que regían, que no pudo pasar más adelante su plática. Sino que haciendo señal de silencio, se adelantó uno de los principales del regimiento antes que los del consejo respondiesen, y dijo, que los de Huesca siempre habían tenido y tenían por muy cierto, que su real ánimo era propicio y favorable para ellos, y que de allí adelante lo ternia mucho más: pues para más manifestar la buena voluntad que les tenía, les había hablado con palabras de mucho amor, y con tanta mansedumbre: y así por esto el pueblo tendría (ternia) su consejo, y harían en todo lo que el mandaba. Con esto se recogieron los principales del, quedándose el Rey a caballo en el patio, y se encerraron en las casas del Abad de Montearagón, adonde sin tener más respeto a la persona del Rey, tuvieron entre si diversas y largas pláticas con la contradicción de algunos que defendían la parte del Rey, interviniendo (entreuiniendo) en ellas muchas voces y porfías: aunque siempre prevalecía como está dicho, la parcialidad de don Fernando, demás que por alterar al pueblo, no faltaron algunos malsines, que sembraron rumores, afirmando muy de veras que el Vizconde de Cardona, después de haber bien reforzado el ejército Real, venía so color de librar al Rey a saquear a Huesca. Por donde comenzándose a alborotar la gente popular, los congregados se salieron a fuera para tocar al arma. Pero el Rey les aseguró, y mandó se estuviesen quedos, y volviesen a su consejo, porque estando él presente no se desmandaría el ejército. Quietáronse algo, aunque siempre quedaron los ánimos alterados, y muy puestos en poner las manos en el Rey, de muy accionados a don Fernando, y sobornados por él: pero cuanto más miraban su Real persona tanto más les faltaba el ánimo y fuerzas para hacerlo, y con ello dilataron el consejo para otro día, diciendo, que por entonces no había lugar para responder al Rey, y así se despidieron todos, quedando encargados cada uno, de lo que había de hacer.

Capítulo VI. Del astucia que usó el Rey para burlar a los de Huesca, y como se salió libre con toda su gente de ella.

Sabiendo el Rey por algunos de su parcialidad lo que había pasado en consejo, y del secreto orden que cada uno traía de lo que había de hacer, todo por orden de don Fernando, que siempre llevaba sus malas intenciones adelante, apeose del caballo, y subiose a su aposento con la gente de guarda, que ya le había acudido alguna: repartiéndola, parte por las puertas grandes, parte por la sala y antecámara. Estaban con el Rey los mismos don Rodrigo de Lizana, Gudal, y Rabaça, hombre de gran juicio, y (como dice la historia) muy entendido en negocios. Llegaron en aquella sazón don Bernardo Guillen tío del Rey, y don Ramó de Mópeller pariente del mismo, y Lope Ximenez de Luesia. Los cuales poco a poco con razonable copia de gente de a caballo bien armados se habían entrado en la ciudad, sin que nadie se los estorbase. Sobresto nació nueva revolución en el pueblo, y se sintió gran estruendo de armas, ya con manifiesta determinación de prender al Rey. Porque a la hora atravesaron muchas cadenas por las calles y pusieron de ciertos a ciertos lugares cuerpo de guarda, porque no pudiese escapar hombre de a caballo, cerrando con mucha presteza las puertas de la ciudad. Como entendió esto el Rey usó con ellos de astucia y ardid admirable. Mandó luego aparejar un convite opulentísimo, y a gran prisa buscar todo género de servicios por la ciudad, enviando algunos de ella por las aldeas a traer terneras y volatería, y convidar los principales del pueblo, para que se descuidasen y perdiesen la sospecha que tenían de su ida: lo que el pueblo aceptó de muy buena gana. En este medio echose el Rey encima una cota de malla, y subiendo en su caballo, y con él don Rodrigo y don Blasco y tres otros, se salieron por la puerta falsa de Palacio, y por ciertas calles secretas descendieron a la puerta Isuela por donde van a Bolea. Mas hallándola cerrada, y sin gente de guarda, forzaron a los que tenían las llaves a que la abriesen. La cual abierta, parose el Rey en medio de ella hasta que llegase toda su gente de a caballo que ya venía con diligencia y salidos a fuera al punto de medio día, con el fervor del Sol, y a vista de todo el pueblo, hicieron su camino. hasta que encontraron con el Vizconde que ya venía con el resto del ejército, y juntos como paseando se fueron a Pertusa.


Capítulo VII. Del sentimiento que el Rey hizo por la muerte del Papa Honorio, y como concertó las diferencias de don Fernando con don Nuño Sánchez, y del Vizconde de Cardona con el de Bearne.


Estando el Rey en Pertusa le llegó nueva de Roma de la muerte del sumo Pontífice Honorio iij. la cual sintió el Rey en extremo. Porque este Pontífice tuvo siempre por muy proprias sus cosas cuando niño, y las de la Reyna María su madre, como en el libro 2 se ha dicho. Y si no fuera por la ocupación y embarazos de la guerra, y falta de aparatos, le hubiera hecho las obsequias con aquella suntuosidad y pompa que se debía. Escribió luego al sucesor que fue Gregorio ix. dándole el para bien del Pontificado. Encomendándole a si y a sus cosas, y prometiendo en su nombre y de sus Reynos toda obediencia y servicio a su santidad, y a la santa sede Apostólica. Allí también
supo el Rey de algunos que acudieron de Huesca, la secreta conjuración que había en ella para prender su persona, por inducción (inductió) de don Fernando, el cual si acudiera luego, o hiciera alguna muestra dello, sin duda que se desacataran, y pusieran en ejecución lo que pensaban. Por donde no acudiendo, quedó su parcialidad tan afrentada y corrida, que si el Rey entonces quisiera perseguir a don Fernando todos le siguieran, pero
túvole el Rey siempre tanto respeto que jamás pudo acabar consigo de hacerle guerra de propósito, esperando su conversión y reconocimiento, y que se apartaría del mal uso que tenía de darle tantas veces con la mocedad en rostro. Puesto que así las malas palabras, como las peores obras de don Fernando, el buen Rey las disimulaba, y como hemos dicho, las tomaba como por ejercicio de su paciencia y magnanimidad: y pudo tanto con estas dos virtudes, que con ellas no solo confundía a sus enemigos y malévolos, pero asimismo domaba, templando el ardor de su mocedad, y dando siempre lugar a que la razón se enseñorease en él, y fuese suave su reynar. Porque aunque toda la vida se le pasó en guerra, su fin fue siempre la paz y concordia, y no había cosa en que de mejor gana se emplease, que en averiguar diferencias, y atajar distensiones entre los suyos: pues sin quererse acordar de las ofensas de don Fernando, ofreciéndose ciertas diferencias bien reñidas entre él y don Nuño, que era persona tal, que si el Rey le hiciera espaldas, sacara a don Fernando del mundo, no solo no lo hizo, pero mostró querer hacer la parte de don Fernando, procurando de atraer a don Nuño a la concordia con un tan formado enemigo de los dos. También tomó a su cargo de concertar otras semejantes y mayores diferencias y bandos antiguos entre los Vizcondes de Cardona y el de Bearne. Las cuales eran de tanto peso, que habían puesto a toda Cataluña en dos parcialidades, con grande quiebra de la autoridad y jurisdicción Real. Mas por mandato del Rey, así el de Bearne, como don Guillen Ramón su hermano, y todos los de su bando, con haber recibido grandes daños y menoscabos de hacienda en estas distensiones (dissensiones) fueron contentos de hacer por manos del Rey treguas por diez años con el Vizconde de Cardona, para que con tan larga quietud la paz se confirmase entre ellos. Con tal que el de Cardona diese cinco castillos, con otros tantos hijos de principales en rehenes, con condición que dentro de cinco años no rompiendo la paz, pudiese librar cada año un castillo, con uno de los rehenes, pero si durante aquel tiempo rompía la tregua, o se cometiese algo de parte del Vizconde contra el de Bearne, los castillos del de Cardona con las rehenes fuesen perdidos. Y que de los daños por ambas partes recibidos no se hablase, porque eran iguales, con otras muchas condiciones que seria superfluo aquí ponerlas. Sino que en conclusión, anularon, y tuvieron por revocados cualesquier derechos, pactos, condiciones y promesas, que con cualesquier personas para esta guerra se hubiesen firmado. Exceptuando solamente los derechos Reales: y que de nuevo por ambas partes se diese la obediencia y prestase homenaje al Rey.

Capítulo VIII. De la unión y conciertos que entre si firmaron las ciudades de Jaca, Huesca y Zaragoza.

Apaciguadas las arriba dichas diferencias entre los Vizcondes y los demás, en los dos reynos, de las cuales pudo mucho valerse don Fernando para perturbar el gobierno del reyno: mas como ya
le faltasen las amistades, comenzó de allí adelante a venir muy albaxo su parcialidad, y prevalecer la real. En tanto que convencido él mismo, no menos de la paciencia del Rey, que de su propria conciencia, vino a decir que quería públicamente dar la obediencia al Rey para ejemplo de todos. Puesto que en este mismo tiempo los de Zaragoza con los de Jaca y Huesca, que seguían la parcialidad de don Fernando, por sus procuradores y largos poderes, se juntaron en Iaca, que es una ciudad fuerte de las más cercanas y fronteras a la Guiayna, en medio de los montes Pyrineos, aunque en lugar llano fundada: donde hicieron una confederación y alianza entre si, dándose la fé unos a otros: y entre otras cosas prometieron, que en ningún tiempo se faltarían los unos a los otros, y que por el común y particular bien de cada una, se valdrían contra cualesquier personas de cualquier estado, orden y condición que fuesen, que por cualquier vía tentasen de perturbar sus repub. Desta conjuración, o unión se halla que fue la cabeza, e inventora Zaragoza. Las causas que para hacerla tuvieron, se decía era primeramente por la división de los Reynos, y el estar puestos tanto tiempo había en parcialidades: y por atajar los atrevidos acometimientos de la una parcialidad contra la otra, perturbando el orden y mando de la justicia, y abusando de la honestidad y religión. El Rey que oyó se hacían estos ayuntamientos sin su autoridad y licencia en tiempos tan turbados, túvolos por sospechosos: creyendo que se hacían, no tanto por algún buen fin, y beneficio público de las ciudades, cuanto por alguna secreta ponzoña que de nuevo habría sembrado don Fernando y los suyos. Y que ni fue por defenderse de los daños que las parcialidades se hacían unas a otras, sino para que con este color estuviesen siempre en armas para ofender más presto que para defenderse de otros.


Capítulo IX. Como don Fernando y el Vizconde de Bearne determinaron entregarse a la voluntad del Rey, y le enviaron sus embajadores sobre ello.

Cuanto más iba don Fernando pensando en su comenzado propósito y ánimo de quererse reconciliar con el Rey, tanto más hallaba le convenía ponerlo luego en efecto, antes que acabase de incurrir en mayor ira y desgracia suya. Puesto que las ciudades no dejaban secretamente de solicitarle, por haberse puesto por él tan adelante en su empresa, que casi le forzaban a proseguirla. Pero a la postre como se viese ya cargar de años, y se hallase muy cansado de haber andado tanto tiempo por el camino de la ambición y nunca llegar al fin pretendido: considerando entre si, que habiéndole Dios hecho tan aventajado en calidad, saber, y amigos, la fortuna siempre le deshacía sus cosas: y por el contrario las del Rey contra toda fortuna ser tan favorecidas: conoció que obraba Dios en estas, y que por no incurrir en la ira de Dios era menester renunciar a las suyas proprias y mal intencionadas obras, y entregarse del todo a la obediencia y voluntad del Rey. Y así determinó de comunicar esto con sus amigos, señaladamente con el Vizconde de Bearne, don Guillén de Moncada, y don Pedro Cornel los principales de su parcialidad y bando, que también estaban muy en desgracia del Rey (no hallándose allí don Guillen Ramón hermano del Vizconde que por cierta ocasión era vuelto a Cataluña) a los cuales de muy quebrantados de tantos y tan continuos trabajos de la guerra, sin hacer ningún efecto bueno en ella, fácilmente persuadió lo mucho que convenía tratar de esta común reconciliación de todos. Y así para mejor determinarse sobre ello, se fueron juntos a Huesca. Adonde concluido su propósito, envió don Fernando sus embajadores al Rey que estaba en Pertusa, haciéndole saber como él y el Vizconde con todos los principales de su parcialidad se habían juntado en Huesca, y por gracia de nuestro señor habían determinado de ponerse muy de veras en sus reales manos, a toda su voluntad y albedrío, con verdadero arrepentimiento de las ofensas y desacatos que le habían hecho, para pedirle humildemente perdón de todo. Y así suplicaban les diese licencia para ir a verse con él fuera de Pertusa, que la tenían por sospechosa, y la junta fuese con muy pocos de a caballo que llevarían consigo, con que no fuesen más los que su real persona trajese, y que habida licencia partirían luego. Propuesta y oída por el Rey la embajada, luego los del consejo y principales caballeros que con él estaban, se levantaron todos mostrando muy grande alegria, y dando voces de placer por tan felice nueva: entendiendo que de la reconciliación de don Fernando con el Rey se seguía toda la pacificación y quietud deseada para los reynos, y se acabada la guerra con el mayor honor y triunfo del Rey que desear se podía. Habido pues consejo sobre la embajada, se dio por respuesta a los embaxadores, que se les permitía a don Fernando, y al Vizconde y los demás, venir a esta junta a verse con el Rey en el monte de Alcalatén junto a Pertusa, con solos siete de a caballo, y que los aseguraba, debajo su Real fé y palabra, que no saldría con más de otros tantos dentro de tercero día.


Capítulo X. Como don Fernando y el de Bearne, y otros se entregaron al Rey y les perdonó, y se siguió de esto la general paz para todos los Reynos.

Expedidos los embajadores y vueltos a don Fernando, como entendió de ellos la benignidad con que el Rey los
haura recebido, y oydo su embajada, de más del regocijo y alegría que toda la Corte sentía, en tratarse de concordia, sintiola don Fernando mucho mayor, y el Vizconde con él, y luego se pusieron en camino. Mas no tardó el Rey de acudir al puesto, acompañado del Vizconde Folch de Cardona y su hermano don Guillé, don Atho de Foces, don Rodrigo Lizana, don Ladrón, de quien afirma el Rey ser de muy buen linaje, Assalid Gudal y Pelegrin Bolas, con otro que no se nombra. Vinieron con don Fernando y el Vizconde don Guillé de Moncada, don Pedro Cornel, Fernán Pérez de Pina, y otros en ygual número con los que el Rey traía. Y llegados al monte que tenía en lo alto su llanura, don Fernando con muy grande acatamiento y humildad, los ojos en tierra, juntamente con los demás se postró ante el Rey, el cual los recibió humanísimamente, abrazando a cada uno, y no sin lágrimas de todos. Y porque tomasen ánimo y hablasen libremente, les puso en pláticas de placer y regocijo, y respondieron con las mismas. Puesto que don Fernando, como a quien más tocaba hablar por todos, endreçaua toda la conversación a que su Real benignidad tuviese por bien de perdonar a él, y a sus compañeros, los atrevimientos y desacatos pasados cometidos contra su Real persona, y admitirles en todo su amor y gracia, como antes.
Pues se le debía como a tío, y deudo tan conjunto como a Eclesiástico, y que estaba con toda humildad rendido a sus pies, para que hiciese de él lo que fuese servido. Lo mismo rogó por el Vizconde que estaba en la misma forma humillados, pidiéndole perdón y la mano como vasallo suyo, de quien con todo su poder y estado se podía valer y servir como de un esclavo. A esto añadió el Vizconde, usando de la misma sumisión y acatamiento, como no ignoraba su Alteza cuan estrecho deudo tenían los suyos con los Condes de Barcelona que fueron los fundadores de aquel Principado. Y que por esto se le debían a él mayores mercedes, y había de ser restituido en mayor amor y gracia para con su real benignidad. Porque siendo su estado aventajado a todos los demás,
por el Vizcondado de Bearne, que era el más principal de toda la Gascuña, podía mejor y con mayor poder que todos servirle. Demás que cuanto había hecho antes, no había sido con ánimo de ofender, sino solo por defenderse de su real ira con que tanto le había perseguido: pero que si sus cosas se habían echado a mala parte, y a otro fin de lo que se hicieron, de nuevo pedía (pidia) perdón para si, y a los suyos: prometiendo que en ningún tiempo, por más ocasiones que se le diesen, movería guerra contra la corona real, antes se preciaría tanto de servirle, que merecería muy de veras su perpetua gracia y alabanza. Como pidiesen y protestasen lo mismo los demás con palabras humildes haciendo muestras de quererse postrar y besar los pies al Rey, él los levantó y se enterneció con ellos, y dijo que habido consejo respondería. Luego de común parecer los del Rey, se dio por respuesta tres cosas. La primera, que don Fernando, y el Vizconde de Bearne, con todos los de su parcialidad fuesen admitidos a perdón, y restituidos en la gracia del Rey.
La segunda, que las diferencias y pretensiones de ambas partes, por ser negocios gravísimos, y que consistían en materia de justicia, se remitiesen a la determinación de los jueces que se nombrarían para ello. La postrera, cerca de las novedades de las ciudades por haberse de nuevo conjurado, y hecho unión por si, quedase a solo arbitrio del Rey declarar sobre ellas. Determinados estos capítulos y notificados a las partes, y por todos aceptados, don Fernando y el Vizconde con los demás de su parte besaron con grande afición y humildad al Rey las manos, el cual con mucho regocijo, de uno en uno los abrazó a todos, y se entraron en Pertusa, donde el Rey los mandó
aposentar y regalar esplendidísimamente, con ygual contentamiento y placer de ambas partes. Pues como luego se divulgase por todo el Reyno la alegre y tan deseada nueva de esta concordia, los Prelados mandaron hacer por todas las yglesias de sus distritos grandes procesiones de gracias, con muchos sacrificios a nuestro señor, por tan felice pacificación y concordia: los pueblos las celebraron con muchas fiestas, danzas, y regocijos en señal de universal contentamiento de todos. Porque aunque las diferencias que de la guerra quedaban por averiguar entre los pueblos, eran grandes, y los daños de ambas partes infinitos, y muy difícil la recompensa dellos, el deseo de la paz, y vivir con tranquilidad cada uno en su casa era tanto, que vino a ser fácil y suave, lo que antes parecía muy áspero, e imposible.


Capítulo XI. De las capitulaciones que se hicieron para asentar las demandas que por ambas partes había, para reparo de los daños por la guerra causados.

Para que la deseada paz y concordia viniese a debido efecto, fue necesario capitular primero sobre el asiento que se había de dar en el reparo de tantos daños, y pérdidas que por las guerras se habían padecido. Para esto se nombraron jueces supremos el Arzobispo de Tarragona, el Obispo de Lerida, y el comendador Monpensier vicario del Maestre del Temple en los reynos de España. A estos se remitió el examen y declaración de todas sus diferencias y pretensiones. Y prestado el juramento por ambas partes, prometieron de estar al parecer y determinación dellos.
Lo más principal y más difícil de todo era la enmienda y recompensa de los daños que el Rey había recibido de la primera conjuración de don Fernando y del Obispo hermano de Ahones, y hecha en su nombre de Sancha Pérez viuda, y también de don Pedro Cornel, Pedro Iordan, y G. Atorella. Los cuales daños demandaba el Fisco Real, y se habían de rehacer: también la
fe promesas y pactos de los de la parcialidad de don Fernando, que a fin de llevar adelante la conjuración se firmaron con juramento, se habían de anular, y deshacer del todo. A lo cual oponía el Obispo, aunque absente, debían primero restituirle las villas y castillos que el Rey, muerto Ahones, le había tomado por fuerza de armas, con una gran suma de dinero prestado, por el cual le habían dado en rehenes ciertas villas y castillos, sin los que tenía en los reynos de Sobrarbe y Ribagorza. Finalmente oídas de parte del Obispo, y del Fisco real sus demandas, Los jueces juzgaron, cuanto a lo primero, Que don Fernando y los demás de su bando entregasen al Rey todos los instrumentos de la conjuración, así de los caballeros, como de las ciudades, como de otras cualesquier personas, en cualquier tiempo hechos. Que don Fernando y los demás conjurados de nuevo diesen la fé y obediencia al Rey. Que el Rey no teniendo otro más conjunto pariente que a don Fernando, le diese para su ayuda de costa en honor xxx. caballerías, o la renta de ellas, en cada un año, durante su vida. Que assi mesmo le perdonase muy de corazón, y le absolviese de cualquier crimen lese magestatis, y de toda otra culpa en que por la conjuración hubiese incurrido, y le diese su fé y palabra que para en lo por venir podía seguramente, sin ningún recelo entregarse a su mero imperio y voluntad. Lo mismo se hizo con don Sancho el Obispo, aunque absente, que había de ser restituido en la gracia del Rey: y también por haber hecho todo lo que hizo: por el gran dolor que de la muerte de su hermano tuvo, fuese libre y absuelto de toda culpa, teniendo de allí a delante al Obispo, y a la sancta cathedral yglesia de Zaragoza por muy encomendados. Que los castillos y lugares que Ahones viviendo poseía por mano del Rey, fuesen restituidos al patrimonio real: mas los que poseía por derecho de sucesión y herencia, viniesen al Obispo su hermano, a quien también se pagase cualquier suma de dinero que a Ahones el Rey debiese. De la misma gracia y clemencia usó el Rey con Cornel, Atorella y Iordán, y con los demás que siguieron la parcialidad de don Fernando. Demás desto fueron libres de cárceles y cadenas todos cuantos presos hubo (vuo) por ambas partes, y también los castillos y villas que se hallaron usurpadas, se restituyeron a sus propios señores: excepto el castillo y villa de las Cellas, que por haberlos tomado el Rey por guerra, quedaban incorporadas en la corona real. Finalmente declararon que se habían de conceder treguas y salvo conduto por tiempo de onze años a todos los que serían acusados de comuneros, para que dentro de aquel término pudiesen alcanzar perdón del Rey. El cual no dejó entre estas cosas de acordarse de algunos principales que en el más trabajoso y peligroso tiempo de su vida, fidelísimamente le siguieron, y en sus tan grandes necesidades le valieron con sus personas, vidas y haciendas, hallándose siempre a su lado. Porque a cada uno de estos hizo mercedes, y dio más caballerías de honor. Señaladamente a don Artal de Luna, a quien dio perpetua la gobernación de la ciudad de Borja: y a don Garces Aguilar comendador de la orden de Calatrava en Aragón, la encomienda mayor de la villa de Alcañiz, y a don Pérez Aguilar la señoría de la villa de Rhoda ribera de Xalon. A los cuales no solo estas mercedes, pero muchas caballerías que tenían dudosas se las confirmó, y dio de nuevo. Es bien de creer que a todos los demás que le siguieron y sirvieron, aunque no están en su historia nombrados, hizo el Rey grandes mercedes.


Capítulo XII. Como sabiendo las tres ciudades que el Rey se había reservado el concierto con ellas, le enviaron embajadas para entregársele, y de las condiciones con que fueron perdonados.

Como los ciudadanos de Zaragoza, Huesca y Iaca, que poco antes como dijimos, con falso nombre de defensa, tácitamente se eximían, y alzaban con la jurisdicción Real, entendieron que habiendo el Rey concertado y restituido en su gracia a don Fernando, y perdonado a todos los de su parcialidad, y a las demás villas y lugares que le siguieron, y que a solas ellas excluía del perdón general, y se quedaban afuera: hicieron otra junta en Iaca: y luego determinaron hacer embajada al Rey, por certificarse de su deliberación y ánimo para con ellas. Para esto Zaragoza envió sus cinco jurados, o regidores, Huesca y Iaca los principales de cada pueblo, con bastantísimos poderes para tratar de cualesquier partidos y conciertos, a fin de alcanzar universal perdón para todos. Llegados pues los embajadores a Pertusa, y entendido que el ánimo del Rey estaba muy
desabridos contra las ciudades: que lo colligieron, viendo la poca cuenta y fiesta que la villa hizo en su entrada, y porque los de palacio, a cuyo favor y medio venían remetidos, les dijeron que el Rey no les oiría de buena gana, se fueron para los Prelados Iuezes, a los cuales mostraron los poderes que traían, que no contenían otro en suma, que pedir paz y perdón, y que solo fuesen restituidos en la gracia y merced del Rey, se obligarían a cumplir en su nombre y de las ciudades, todos y cualesquier decretos y mandamientos, que por ellos fuesen determinados. Hecha relación de todo esto, y satisfecho el Rey mandó sentenciar a los jueces. Lo primero que ante todas cosas las ciudades anulasen y deshiciesen todos y cualesquier pactos, condiciones, promesas y juramentos de conjuración, por cualesquier personas y ciudadanos hechos contra la autoridad, jurisdicción, y persona Real, tácita, o expresamente. Lo segundo que por cada una de ellas se diese al Rey de nuevo la pública fé y obediencia con pleito y homenaje. Lo tercero, que todas las injurias, menoscabos, y daños que hubiesen padecido y recibido del ejército del Rey, fuesen absolutamente remetidos y olvidados. Lo último que todos los que fueron presos por haber seguido la parcialidad del Rey y sus bienes robados, fuesen libres de ellas y que del común, y propios de sus ciudades les fuesen restituidas todas sus haciendas. Oídos por los embajadores los decretos publicados por los jueces, y hallándose con suficientes poderes para venir bien en ellos: demás de lo que de palabra habían entendido de las ciudades, que solo alcanzasen perdón del Rey, los condenasen en cuanto quisiesen, los aceptaron y ratificaron sin excepción alguna. Con esto mandó el Rey se librasen de las cárceles todos los presos de las ciudades, y se entregasen a los embajadores. Los cuales con mucha alegría y hazimiento de gracias besaron las manos al Rey, y fueron admitidos con sus principales al general perdón, y se volvieron muy contentos y pagados de la magnanimidad y benignidad del Rey. De lo cual, las ciudades quedaron muy satisfechas, y fuera de todo recelo, y de allí adelante le sirvieron y guardaron toda fidelidad.

Capítulo XIII. Como Avrembiax hija del Conde de Urgel pidió al Rey le mandase restituir el condado, y de las condiciones con que el Rey se ofreció de conquistarlo.

Acabados de firmar por el Rey los capítulos de la paz y perdón general, y de nuevo confirmados todos los fueros, privilegios y libertades por los Reyes sus antecesores a las villas y ciudades del reyno concedidas, pacificada la tierra, se partió para Lerida. Con fin de dar una vista por Cataluña, y con su presencia reducir los ánimos de algunos señores, y Barones, y aun de los pueblos que por ocasión de la guerra y parcialidad del Vizconde de Bearne, estaban muy estragados y enajenados de su amor y respeto. A donde (para que el fin de una guerra y trabajos fuese principio de otra) había
llegado Aurembiax hija de Armengol vltimo Conde de Urgel, a la cual, como dijimos en el libro precedente, el Rey había mandado reservar su derecho para pedir el condado a don Guerao Vizconde de Cabrera, que se lo había tomado por fuerza de armas: pues con esta condición había el Rey permitido al Vizconde poco antes que retuviese el Condado. Esta petición como fuese justa, y tocase a la persona Real hacerla buena y cumplirla, por haberlo así prometido, respondió a Aurembiax que tomaría la empresa por propria, y con las condiciones que fue entre ellos concertado antes, la llevaría a debido efecto: si primero ella como a legítima heredera que era del condado,
renunciase todo el derecho y acción que contra la ciudad de Lérida podía pretender, por cualquier derecho y acción que a ella tuviese por los Condes sus antepasados. Lo segundo que después de hecho el concierto reconociese haber recebido el condado de mano del Rey por derecho de feudo. Lo tercero que ella y sus sucesores en el condado, en tiempo de paz, y guerra, fuesen obligados de recoger al Rey, y a sus sucesores, en las nueve villas y fortalezas que son Agramonte, Linerola, Menargues, Balaguer, Albesa, Pons, Vliana, Calasanz y Monmagastre. Obligándose también el Rey de hacer restituir a la Condesa las villas y castillos que le había usurpado Pontio Cabrera, hijo de don Guerao. Finalmente concedió todo lo sobredicho la Condesa, y dio de nuevo por especial promesa al Rey, que no se casaría sino con quien él le mandase. Concluidos estos conciertos, el Rey
pmetio y juró sobre su corona real en presencia de los suyos, y de los que acompañaban a la Condesa, que no dejaría de emplear todo su poder y fuerzas hasta poner a la Condesa en pacífica posesión de todo el Condado.


Capítulo XIV. Como fue mandado citar el Conde Guerao, y no compareciendo personalmente, el Rey conquistó muchos pueblos del Condado.


Hecho y jurado el concierto con la Condesa, mandó el Rey juntar los dos consejos de paz y de guerra en los cuales se halló presidente don Berenguer Eril Obispo de Lérida, y se determinó por ellos que don Guerao Cabrera fuese llamado a juicio, y que dentro cierto término pareciese ante el
Rey, para que oída la petición de la condesa respondiese a ella. Pero ni don Guerao, ni Pontio su hijo, aunque fueron dos veces citados, comparecieron: solo don Guillen hermano del Vizconde de Cardona se presentó ante el Rey en nombre de don Guerao, diciendo, que el Vizconde de Cabrera y Conde de Urgel, por ningún derecho era obligado a comparecer en juicio, porque con justo título
por tiempo de xx. años y más, poseía pacíficamente aquel estado. Como se opusiese contra esto Guillén Zasala el más famoso letrado de su tiempo, alegando leyes en favor de los derechos de la condesa, y propusiese que el Rey forzase a don Guerao restituyese todas las villas y lugares que le había usurpado, dicen que don Guillén no respondió otra cosa, sino que el Conde de Cabrera no había de perder punto de su justicia por la infinidad de leyes alegadas por Zasala, señalando que
este pleyto no se había de averiguar ante juez letrado, sino armado: porque era de aquellos que consisten en la punta de la lanza. Y así con esto se despidió don Guillen. Cuyas palabras entendió el Rey muy bien, y vista la dureza y obstinación de don Guerao, y que no con palabras sino con armas se había de ablandar, escribió a los de Tamarit de Litera villa principal, que otros dicen de Santisteuá, y es de gente belicosa, cercana a Lerida, mandado a los oficiales Reales, que con la más
gente que pudiesen, viniesen, trayéndose provisión para tres días, a la villa de Albesa del Condado de Urgel. También escribió a don Guillen de Moncada hermano del Vizconde de Bearne, y a don
Guillen Ceruera barones principales de Cataluña, rogándoles que con toda la gente que pudiesen, suya y de sus amigos, acudiesen a favorecerle en esta guerra: la cual había determinado hacer en persona, confiado de su socorro. Partió luego de Lérida con tan pocos para comenzarla, que trayendo consigo a don Pedro Cornel, que llevaba la auanguardia, apenas le siguieron xiij. de a caballo. Llegó a Albesa, a donde aunque no asomaba la gente de Tamarit, hallando allí a Beltrá Calasans con lxx. soldados bien armados determinó cerrar con los de Albesa, y espantarlos con su presencia, la cual no era menos horrible para muchos, que amable para todos. Comenzando pues a batir la tierra, que era medianamente grande y cercada, los del pueblo, puesto que pudieran
defenderse de harto mayor ejército, vista la persona del Rey, se atajaron de arte que el día siguiente, apenas descubrieron la gente de Tamarit, cuando entregaron la villa con el Castillo al Rey: confiando de su palabra que serían libres del saco. De allí pasó el campo a Menargues pueblo
poco menor que Albesa, el cual luego voluntariamente se le entregó. Allí llegaron las compañías que se mandaron hacer en Aragón y Cataluña de ccc. caballos, y mil infantes. Con estos, pareciendo ser bastante ejército, determinó el Rey conquistar lo que quedaba del condado. Y así pasó a Linerola, la cual el Conde Guerao había fortalecido, y estaba harto en defensa. Pero como el Rey sobreviniese de improviso, y no quisiese ella darse a ningún partido, fue animosamente combatida por el ejército, y tomada por fuerza: juntamente con los principales del pueblo, que se habían retirado a una torre muy alta, y por eso fueron tomados a partido, pero la villa no pudo escapar de ser saqueada. Adonde se detuvo el Rey tres días para hacer muestra de la gente que tenía, y dar el orden que se había de tener para pasar adelante.




Capítulo XV. Como el Rey fue a poner cerco sobre la ciudad de Balaguer, cuyo asiento se describe, y de lo que pasó en su combate.

Tomada Linerola pasó el Rey con su ejército a delante a poner cerco sobre la ciudad de Balaguer, por donde pasa el río Segre, y es la segunda cabeza del Condado. En la cual hacía cuenta don Guerao esperar todo el peso de la guerra: para esto la había mucho fortificado y abastecido de munición y gente de guerra. Llegado el Rey a vista de la ciudad, pasado el río, asentó su real sobre un montecillo que llaman Almatan, que está cauallero a la ciudad, y se descubría de él la mayor parte de ella con las casas y edificios de manera que no era posible defenderse de las máquinas y trabucos que en el campo se armarían. Al mismo tiempo llegaron las compañías de a pie y de a caballo que el Vizconde de Bearne y don Guillen Cervera habían hecho por mandato del Rey, y venía por Coronel de ellas don Ramó de Moncada hermano del Vizconde. Con estos creció el ejército hasta en número de cccc. cauallos y dos mil infantes, y porque la ciudad estaba muy fortificada, y no se le podía dar el asalto sin abrir primero el camino con las máquinas y trabucos, pareció al Rey plantar dos de ellos en la parte del monte, donde mejor pudiesen encararlos a las casas, pues se tiraban con ellos noche y día tantas y tan gruesas piedras, que no escapaba casa, ni
edificio que no fuese quebrantado dellas, y la gente muy atemorizada. Diose la guarda de los trabucos y máquinas a don Ramón con tres otros caballeros principales con poca gente, por no estar muy apartadas del cuerpo del Real. Como supo esto don Guillen de Cardona que favorecía a
don Guerao, y como dijimos, compareció por él ante el Rey, y era gobernador de la ciudad, salió de ella por una puerta pequeña del muro, al amanecer, con xxv de acaballo, y cc. infantes. Los de
a caballo que iban con las lanzas enristradas dieron en las guardas y mataron y atropellaron la mayor parte de ellos: los de a pie fueron con
achas encendidas para las máquinas. Pues como el capitán Pomar uno de los principales de la guarda descubriese esta gente, y viese que de los de
a pie unos iban hacia las máquinas, otros a las tiendas del campo a poner fuego en ambas partes, dejó a don Ramón muy en orden junto a las máquinas, y saltó de presto a despertar al Rey. Mas don Guillen enderezando su caballería contra don Ramón le acometió con tanta ferocidad, que pensando ya llevarlo de vencida, le dijo que se rindiese: pero don Ramón se defendió, y le entretuvo hasta que llegó el Rey con la caballería. El cual dejando parte de ella en ayuda de don Ramón, se fue con los demás para las máquinas, que le daban más cuidado, pues para las tiendas quedaba el cuerpo del ejército que las defendería. Adonde trabada la escaramuza con los de a pie los venció: de manera que las tiendas y máquinas en un punto fueron libres del incendio, y a don Guillen le fue forzado
con harta pérdida de su gente retirarse a la ciudad.


Capítulo XVI. Como los de Balaguer visto el gran daño y tala que mandó el Rey hacer en sus huertas y arrabales se dieron a partido, y se libraron del saco.

Aguardó el Rey dos días sin batir de nuevo, por ver lo que la ciudad haría. Y como no daban ningún sentimiento de si, viendo su pertinacia, y lo poco que les movía el grandísimo daño que las máquinas y trabucos hacían en las casas noche y día: asimismo, la pérdida que su gobernador
don Guillen había hecho: demás del poco, o ningún socorro que esperaban de otra parte, determinó de arruinarles sus lindas y bien entretejidas huertas, con los arrabales,y talar todos sus campos a vista de ellos. Esto sintieron tanto los ciudadanos, que luego se indignaron gravísimamente contra el Conde Guerao, y de allí comenzaron a tratar entre si, que sería bueno entregarle a la Condesa Aurembiax, su natural y verdadera señora, la cual en aquella sazón había llegado al campo del Rey. Con este acuerdo, secretamente le enviaron sus embajadores para tratar de darse a partido. En este medio como alguno ciudadanos de los que estaban repartidos por la muralla hablasen con alguna gente del Rey que andaba alrededor, descubiertos por los soldados del Conde Guerao que guardaban el alcázar y fortaleza, les tiraron muchas saetas, e hirieron a los del muro, porque hablaban con los enemigos. Con esta segunda ocasión se conmovieron tanto los de la ciudad, que ya no secretamente sino al descubierto se rebelaron contra el Conde, y con nueva embajada ofrecieron al Rey y a la Condesa darles la ciudad con la fortaleza. Entendido esto por el Conde, escribió al Rey estaba
muy pronto para entregarle la fortaleza, con condición que se encomendase por los dos a
Ramón Berenguer Ager, para que la tuviese guardada hasta tanto que se averiguase a quien tocaba el derecho del condado. A esto dijo el Rey que le placía lo que pedía el Conde, y como en el entretanto los de la ciudad le solicitasen, se entregase de ella dijo a los del Conde que ternia su consejo sobre su demanda, y con esto, iba dilatando la respuesta. Mas el Conde, o que disimuladamente hiciese estos tiros, como que no sabía nada de lo que los ciudadanos
trataban con el Rey y Condesa: o como si hubiera aceptado lo que el Rey mandaba, se salió
secretamente solo de la ciudad, llevando un gavilán en la mano, y envió un criado llamado Berenguer Finestrat a buscar a Ramón Ager, para que fuese a guardar la fortaleza por el concierto hecho. Pero mientras le buscaban, sin hallarle, los ciudadanos alzaron el estandarte del Rey en la fortaleza a vista de todos, echando con todo rigor la gente de guarda que el Conde había puesto en ella. Como vio esto Finestrat, y entendió lo que había pasado entre el Conde y el Rey para mejor
burlar al Conde, apartose de allí confuso y burlado: y lo mismo aconsejó a Ramón Berenguer Ager, que ignorando lo que pasaba, venía ya para entrar en la fortaleza.




Capítulo XVII. Como don Guerao fue echado de todo el condado de Urgel, y Aurembiax puesta en posesión del, y como casó con don Pedro de Portugal primo del Rey.


Tomada la ciudad de Balaguer, don Guerao y su gente se pasaron a Monmagastre, y a la hora la Condesa por mano del Rey fue puesta en posesión, y jurada por señora en Balaguer, mudando los oficiales, y dando nuevo regimiento a la tierra. De allí se fue el Rey con el ejército, y también la Condesa a Agramunt villa principal del condado, a donde don Guillen de Cardona había puesto para defenderla. Asentose el ejército en la subida de un monte llamado Almenara, a vista del pueblo, lugar más alto y bien acomodado para combatir la villa. Visto esto por don Guillen la noche antes que diesen el asalto, se salió con los suyos secretamente del pueblo, el cual luego essotrodia se dio con la fortaleza a la Condesa. Lo mismo determinaron hacer los de la villa de Pons, porque llegó de secreto un embajador al ejército diciendo que luego en viniendo el Rey se le darían. Pero él no quiso venir a esto, por haber entendido que la villa estaba por el Vizconde Folch de Cardona, al cual no había según costumbre, desafiado antes que comenzase contra él guerra. Por donde quedándose en Agramunt, envió allá a la Condesa y a don Ramón de Moncada, con todo el resto del ejército, quedándose con solos xv. caballeros. Como el ejército se allegó a Pons, sin que el Rey pareciese en él, indignados de esto los del pueblo, por el menosprecio que en esto mostraba hacer de ellos, salieron de improviso a dar sobre el ejército: pero fueron del también recibidos, que trabando la escaramuza quedaron del todo vencidos,y puestos en huida hacia la villa, se recogieron en ella con muy grande pérdida suya. Como la Condesa les enviase a decir que aun eran a tiempo de darse muy a su salvo, que les haría toda merced, respondieron con la misma obstinación, que a ninguno sino a la misma persona del Rey se rendirían. Sabido esto por el Rey, luego partió para ellos, y en llegando le entregaron la villa con la fortaleza, la cual el Vizconde de Cardona había dejado bien proveída de gente y munición. Acceptola el Rey salvando al Vizconde sus derechos, si algunos tenía a la villa. Para esto de parte del Rey y de la Condesa se dio toda seguridad, y al pueblo se le tuvo tal respeto, que no dejaron entrar en él al ejército, ni se le hizo ningún ultraje. Tomado Pons,
Vilana con las demás villas y lugares de la montaña de Segre arriba, libremente y sin condición alguna se entregaron al Rey y a la Condesa. De manera que con el favor y amparo del Rey, la condesa cobró todo el condado de Urgel y fue puesta en pacífica posesión de él. Hecho esto casó el Rey a la condesa con don Pedro de Portugal su primo hermano, hijo del Rey de Portugal, que por aquellos días era venido desterrado del Reyno a pasar su destierro en la Corte del Rey, y se hicieron las bodas con muy grandes fiestas y regocijos. Finalmente don Guerao viéndose echado a punta de lanza de todo el Condado, hallándose cargado de años y cansado de tantos reveses de fortuna, entró en la orden de los caballeros Templarios, dejando a su hijo Poncio el Vizcondado de Cabrera. El cual después de muerta la Condesa Aurembiax sin hijos, renovando la antigua pretensión de su padre, tentó de volver a entrar en el condado. Pero no le sucedió bien la empresa, como adelante diremos. Acabada esta guerra, y apaciguados todos los alborotos, y distensiones de los dos Reynos, deshecho el ejército, el Rey se fue para Tarragona, a donde por orden del cielo, se le abrió una grande puerta para salir fuera de sus reynos, y entrar a hacer muy señaladas empresas en tierras de infieles.

Fin del libro quarto.



Libro duodécimo

Libro duodécimo

Capítulo primero. De la venida del Vizconde de Cardona a Valencia, y como saqueó a Villena y Saix en el Reyno de Murcia y de la muerte de don Artal de Alagón.

Tomada la ciudad de Valencia, y echado Zaen con toda la morisma de ella, acaeció que luego essotro día después de entrada, andando el Rey muy puesto en reparalla, y ensancharla, llegó ante él , don Ramon Folch Vizconde de Cardona muy a punto de guerra con cincuenta caballos ligeros de los más escogidos de toda Cataluña, a pedirle de merced (ya que no fue su ventura llegar a tiempo de poderse hallar en el cerco y presa de la ciudad) le diese licencia para pasar adelante con su gente hasta el Reyno de Murcia: donde pensaba hacer alguna buena cabalgada, por dar a conocer a los Moros, quién era el Rey de Aragón, pues apenas había conquistado a Valencia: cuando ya emplazaba guerra a los del Reyno de Murcia. Holgose infinito el Rey con su venida, y recibiole muy amigablemente, diciendo que él siempre había tenido por escusada su tardanza, porque sabía muy bien las justas causas de ella, y trabajos que con sus vasallos tenía. Pero que se maravillaba mucho, porque con tan poca gente quería emprender tan grande y dudosa hazaña. Y como le ofreciese algunas compañías de infantería que le sirviesen en la empresa, y don Ramón se excusase de aceptallas, porfiando en su demanda, permitiole (pmitiole) el Rey proseguir (pseguir) su viaje, y mandole proveer de vituallas y tiendas con lo demás necesario para el camino, de lo que en el Real quedaba. Ofreciósele por compañero en esta jornada don Artal de Alagón, hijo de don Blasco, mozo ardiente y belicoso que sabía muy bien los pasos con las entradas y salidas de aquel Reyno, por haber estado en él muchos días, cuando fue desterrado de Aragón. Aceptó su ofrecimiento el Vizconde muy de buena gana: y llevando su guía, como no entrasen en poblado, pasaron sin ningún estorbo hasta llegar a un grande valle cerca de Biar, casi a vista de Villena, el primer pueblo del Reyno de Murcia. El cual por ser muy principal, y en nuestros tiempos poblado de gente hidalga, determinaron de acometerle, a fin de saquearlo. Y así llegando a la media noche sin ser sentidos entraron de improviso en él, hallándole sin guardia con las puertas abiertas: y se dieron tal diligencia, que antes que los del pueblo se pudiesen juntar y poner en armas tenían ya saqueada la mayor parte del. Pero luego cargó tanta gente sobre ellos de las aldeas, que les tomaron las calles, y comenzaron a pelear con ellos tan bravamente, que les fue forzado, llevando delante la presa, salirse con buen orden del pueblo, y extenderse por la campaña, sin que ninguno los siguiese. Llegaron a otra villa llamada Saix, en la cual, por estar sin cerca, también entraron, y la acometieron valentísimamente, peleando los unos, y saqueando los otros. Mas como se pusiese todo el pueblo en armas, y le viniese socorro de los lugares vecinos, fueles forzado, hechos un cuerpo recogerse y mirar por si, por las muchas saetas y piedras que al pasar de cada casa les tiraban: tanto que entre otros don Artal fue herido de una pedrada en la cabeza, y derribado del caballo murió luego. Por donde fue necesario retirarse y salir de la villa a más que de paso: llevando consigo el cuerpo de don Artal con grandísima dificultad y trabajo, hasta llegar a Valencia. Sintió mucho el Rey esta muerte, con todos los de su corte, y mandó con mediana pompa depositar su cuerpo en una iglesia antigua que había en la ciudad del sancto Sepulchro: hasta que fueron trasladados sus huesos en Aragón, y puestos en la sepultura de sus antepasados. Tuvo el Rey en mucho la memorable hazaña del Vizconde, como si con ella le hubiera abierto la puerta y facilitado la entrada para el Reyno de Murcia; y así se lo agradeció mucho, y le hizo mercedes dándole joyas de grande estima al tiempo de su partida. Con esto se despidió el Vizconde del Rey, y se volvió con triunfo a Cataluña.


Capítulo II. Como la mezquita mayor de Valencia fue consagrada en iglesia, y de las diversas invocaciones que tuvo antes, hasta que fue dedicada al nombre de nuestra Señora.

Partido el Vizconde, luego el Rey trató del asiento y reparo de las cosas de la ciudad, la cual a causa del largo cerco los Moros habían dejado muy descompuesta y perdida. Cuanto a lo primero pareció ser necesario hacer el repartimiento de las casas a los soldados y de los campos y heredades a los capitanes y oficiales del ejército, y establecer leyes y fueros. Mas como primera que todas fuese la casa de Dios, luego el otro día que el Rey entró en la ciudad con la asistencia de los Prelados de Aragón y Cataluña, y el de Narbona, que siguieron esta empresa, se fue derecho a la Mezquita mayor, donde los Moros solían celebrar las mayores fiestas y ceremonias de su secta. Allí el arzobispo de Tarragona revestido de pontifical, después de haber purificado el lugar con saumerios de incienso (encienso), y rociado con agua bendita, y palabras sagradas con la señal de la cruz, hizo levantar un altar, en el cual fue celebrada misa solemne por el que estaba ya electo primer Obispo de Valencia, que después fue por el sumo Pontífice confirmado, llamado Ferrario de santo Marrino, Preposito que antes era de la iglesia de Tarragona. El cual fue varón muy escogido de grande santidad de vida, y doctrina. Hechas allí por el Rey y la Reyna, y por los demás infinitas gracias a nuestro señor Iesu Christo y a su sacratísima madre, por haber llegado a echar de la ciudad la secta Mahometica, para introducir la religión Cristiana, fue consagrada la misma Mezquita en Templo, a honor y nombre de nuestra señora santa María: después de muchos títulos e invocaciones a que fue dedicada en diversos tiempos, por Gentiles, Moros, y Cristianos. De las cuales se halla haber sido la primera en tiempo de los Romanos a su diosa Diana. Después en la venida de los Godos, que recibieron la religión Cristiana se consagró al nombre del Salvador. Más adelante perdidos los Godos por la entrada de los Moros de África en España, y sojuzgada por ellos, se dedicó a Mahoma: mas ganada después Valencia de los moros, aunque para poco tiempo, por don Rodrigo de Biuar llamado el Cid Ruidiaz, caballero principal de Castilla, y de los más valientes de su tiempo, se intituló de sant Pedro. Pero como luego en muriendo el Cid cobrasen la ciudad los moros, volvió el templo a ser profanado con el mismo título de Mahoma, hasta conquistada por el Rey la ciudad, fue de nuevo purificado, como está dicho, y perpetuamente dedicado a la invocación y santísimo nombre de María. Porque era tanta la devoción y religión con que este Rey veneraba y nuestra señora, que todos sus votos hacía a ella, y todos los Templos grandes y pequeños que en cualquier tierra mandaba edificar, a sola ella con su hijo benditísimo los dedicaba, y así se tiene por cierto que el grande afecto y devoción que hoy los desta ciudad y Reyno tienen al santísimo nombre de proceden del ejemplo de este buen Rey, y que esta fue obra de Dios y suya.


Capítulo III. Como se derribó la mezquita mayor, y edificó nuevo Templo sobre ella, y fue hecha iglesia catedral, y de la fiesta ordinaria que se hace de ello en la ciudad.

Andando el Rey con los Prelados muy puesto en esta consagración de la mezquita, y considerando que en las paredes y relieves de ella quedaban algunas moldaduras y figuras que siempre renovarían la memoria de las cosas de Mahoma, para tropiezo de los que nuevamente se convertirían a la fé de Cristo nuestro señor: determinó poco después, con el parecer de los Prelados, y de su consejo, volver a la mezquita en procesión con todo el pueblo que le seguía, y como llegó a ella tomó un martillo de plata, y en comenzar a derribarla por defuera, luego los Prelados, y tras ellos los principales del ejército, con todos los soldados, y gastadores del campo hicieron lo mismo. De manera que siguiéndole todos, cada uno con su instrumento, fue muy en breve la mezquita echada por tierra, y del todo asolada. Y en ser limpiado (alimpiado) el suelo, fue dada al Rey por mano de muy expertos maestros e ingenieros una muy buena traza y modelo de templo, y pareciéndole bien comenzó a edificarse uno de los más bien trazados y suntuosos que hay en la Cristiandad, según le vemos en nuestros tiempos acabado. Pues dado que en la grandeza y labores no iguale con algunos, pero en lo particular viene a sobrepujarles, y ser raro entre todos: como es por su muy alto ancho y bien encumbrado cimborio: por su bien labrado retablo con personajes grandes de relieve de plata fina: por su anchura y melodía de Órganos: por su firme y liso suelo: con su admirable fábrica de Cabildo, y su ochavada fortísima, y muy alta torre de campanas: y en lo espiritual mucho más, porque la singular copia de reliquias sagradas que en su sacristía tiene las más raras y admirables de santas que haya otras en la Cristiandad: con los vasos de oro y plata y ornamentos riquísimos y muchos. Y demás de su copiosísimo número de sacerdotes y ministros sagrados, la suntuosísima y devotísima solemnidad de sus continuos oficios y sacrificios divinos, que no se halla en esto con quien compararla. De manera que por sus particulares, sin duda iguala con cualquier iglesia de toda España. A esta concedió el Rey sus prerrogativas y privilegios de las inmunidades que por divino y positivo derecho se deben a las iglesias: para que los caídos en qualesquier casos y crímenes, como no fuesen de los exceptados por el derecho, les valiese de Asylo y salvaguarda. También alcanzó del sumo Pontífice Gregorio IX, fuese hecha catedral, y se le restituyese su antigua diócesis y distrito: del cual, puesto que se dijo que solía ser antes de otra cabeza, y que en tiempo de Bamba Rey de los Godos fue dado e incluido en la provincia de Toledo: quiso el Rey, pues conquistó de nuevo este Reyno, que fuese de allí adelante (según lo había votado) sujeta y suffraganea a la iglesia de Tarragona. Esta restauración de iglesia, y restitución de Diocesi, con la silla Obispal, y asignación de Metropolitano, que se expidió por bulla áurea del mismo Pontífice, fue concedida a los IX del mes de Octubre el siguiente año 1239, en el día y fiesta del glorioso S. Dionis mártir, y, o por memoria de la fundación de la catedral: o de la ida del armada de Túnez (como en el precedente libro se ha dicho) se hace cada un año en este día muy solemne procesión por el Obispo, Cabildo, Dignidades y Clerecía (Clerezia), llevando el Juez (Iuez) ordinario de lo criminal la gran bandera que llaman del Ratpenat, antigua memoria y conmemoración de lo que el Rey sacó en el cerco de Valencia: siguiéndole los oficiales Reales de la ciudad con una compañía de gente de guerra, que llaman el centenar y con todo género de música. Van todos a la iglesia de sant Iorge martyr, patrón de la corona de Aragón, por memoria y acción (hazimiento) de gracias desta restitución de la Sede Obispal.


Capítulo IV. Donde se confirma, por la bulla de Gregorio IX, se erigió en cathedral la yglesia de Valencia, y se dio por sufraganea a la de Tarragona, no embargante la pretensión del Arzobispo de Toledo.

Sobre esta división, o separación de iglesias, es a saber de haber hecho la iglesia catedral de Valencia sufraganea a la metropolitana de Tarragona, se entiende por ciertas escrituras y proceso formado que se ha hallado en el Archivo (Archiuio) de la iglesia de Toledo: como en Valencia, al tiempo que el Rey entró en la ciudad, y comenzó a fundar la yglesia, hubo gran contradicción y protestas hechas por los Procuradores del Arzobispo de Toledo contra el de Tarragona, que estaba presente a la fundación, alegando por el de Toledo, como Valencia fue ya antes Obispado en tiempo de los Godos, y suffraganeo de Toledo: como se mostraba por muchos Concilios Toletanos Provinciales, en los cuales se halla la subscripción de Obispos de Valencia: y también por la división de las diócesis que hizo Bamba Rey de los Godos, por la cual incluía a Valencia en la provincia de Toledo, como está dicho: con otras muchas razones que no sufre la historia por ahora especificarlas. Pues también para confutación (cófutacion) de ellas, se alegaron por el de Tarragona otras tantas, no menos concluyentes que las primeras: para lo cual hubo nombrados jueces por entrambas partes, a efecto de declarar en la causa. Mas como no se dio sentencia definitiva sobre ella, por no haber conformidad sino discordia entre los jueces, con apelaciones puestas por entrambas partes, quedó la causa indecisa, hasta que por la bula arriba dicha de Gregorio IX, que se halla originalmente en el archivo de la iglesia mayor de Valencia, a petición del mismo Rey se erigió iglesia catedral en Valencia, y se le asignó Diócesis, y fue dada por sufraganea a la metropolitana de Tarragona. Y así con esta asignación y decreto Apostólico han continuado la una y la otra iglesia su posesión y prescripción de jurisdicción activa y pasiva, de 400 años a esta parte. Por donde pudo muy bien Valencia con la nueva erección de iglesia y Diócesis por la gracia Apostólica, ser separada de la jurisdicción y provincia de Toledo: como lo han sido en nuestros tiempos dentro de España las iglesias catedrales de Burgos, Calahorra, y Segorbe, que desde su origen y fundación fueron sufraganeas de la Metropolitana de Zaragoza, y ahora lo son cada una de diversas: no embargante, que en estas no ha habido contradicción ni protestos, como los hubo en la primera de Toledo contra Tarragona: porque son tan justificadas las razones que hacen por Tarragona, que no han lugar las de Toledo. Conforme a esta contradicción hubo otra semejante entre los mismos Metropolitanos, y por las mismas causas, sobre la elección y nominación del primer Obispo de Valencia. Porque el Obispo de Albarracín que se halló presente en el cerco y entrada la ciudad, como Procurador y agente del Arzobispo de Toledo, ejercitó algunos actos de jurisdicción y oficio de Metropolitano. Por el contrario el Arzobispo de Tarragona ejercitó otros de más clara jurisdicción: porque purificó la mezquita de Valencia, y consagró la iglesia mayor, y en ella al Obispo de Lerida, que no se nombra, y aun antes de entrar en la ciudad usó más distintamente de su jurisdicción eligiendo en Obispo de Valencia a un padre muy docto llamado fray Berengario de Castellbisbal Prior de Predicadores de Barcelona, y compañero de aquel santo Varón fray Miguel de Fabra, de quien hicimos larga mención arriba en la conquista de Mallorca. Puesto que las contradicciones del Arzobispo de Toledo fueron parte para que esta elección no tuviese efecto: y así el Berengario fue luego después electo Obispo de Girona. Con todo eso, después de muchas disputas con interponer el Papa Gregorio IX su autoridad y decreto, Valencia fue sufraganea de Tarragona, y el primer Obispo de ella fue Ferrer de S. Martín de nación Catalán, y con esto el Arzobispo de Toledo desistió por entonces de su pretensión. De mas que como a todo esto se hallase presente el Rey y fuese el negocio de tanto peso, y que ni él en su historia, ni otros escritores de aquel tiempo en las suyas, ni el mismo Arzobispo de Toledo don Rodrigo, a quien por su interés tocaba anotar este perjuicio, habiendo escrito de la misma conquista de Valencia, no haya hecho mención alguna dello, es de creer que con el decreto Apostólico cesó del todo esta querella y pretensión. Y así quedó Valencia suffraganea de Tarragona hasta que el Papa Innocencio VIII año 1482 erigió a Valencia en Metrópoli, y hoy tiene por suffraganeas las iglesias de Mallorca, Orihuela y Segorbe.
Capítulo V. Que fue la iglesia catedral dotada de diezmos, y del repartimiento de ellos, y como comenzó a edificarse el templo de sant Vicente Martyr.

Hecha y erigida la iglesia mayor en catedral, y nombrado el Prelado para el gobierno de ella y de su diócesis, luego a imitación de las otras iglesias catedrales, se fundó en ella su colegio, y Cabildo de Canónigos y Dignidades, para los más principales cargos y ejercicios de la iglesia. Mas considerando el Rey que así porque a las iglesias y Eclesiásticos les son por divino derecho concedidos los diezmos de todos los frutos de la tierra: como porque se acordaba de la promesa pública que en una congregación de Prelados, Comendadores, y otros señores y Barones, hizo en la ciudad de Lerida dos años antes que tomase la ciudad de Valencia: de que si nuestro señor le hacía gracia de poderla ganar de los moros, restituiría en ella la iglesia Catedral, y la dotaría amplísimamente, conforme a lo que por el Concilio Laterenense, cuando le concedió los diezmos de las tierras que conquistase de moros le fue encargado, quedaba muy obligado a cumplirla: hizo perpetua y libre donación al Obispo y Cabildo de la iglesia mayor, de todos los diezmos del término de la ciudad y Diócesis de Valencia, para que le dividiesen entre el Prelado, Canónigos y Dignidades: reservando para si, y sus sucesores por concesión y gracia del sumo Pontífice, el usufructo de la tercera parte de ellos. Esto por recompensa de los grandes gastos que hizo, así en conquistar el Reyno de los moros, como por los que de allí adelante se habían de hacer para conservar lo conquistado. El cual tercio diezmo, con la misma obligación, fue después repartido entre muchos señores, barones, y universidades del reyno, por servicios hechos en la defensa del, quedándole al Rey mucha parte de ellos. Y es cosa de notar ver el pío y buen ánimo que mostró para con las iglesias, con tan favorables fueros y privilegios como ordenó y dio para la conservación y cobranza de los diezmos, y censos Eclesiásticos. Asimismo visitó los lugares antiguos y sagrados de la ciudad: señaladamente las cárceles y prisiones donde padeció el gloriosísimo mártir sant Vicente de Huesca, así dentro, como fuera de la ciudad: la cual desde entonces le tomó por su divino patrón: a cuya devoción y nombre mandó el Rey edificar un templo muy suntuoso y grande con su monasterio y convento de frailes Bernardos, fuera los muros de la ciudad camino de Xatiua, al cual también concedió grandes privilegios, e inmunidades para los criminosos, que se retrajesen (retruxessen) a él, como a la iglesia mayor, y le dotó de grandes posesiones y rentas. Sin eso mandó en frente del (que solo hay la vía pública en medio) edificar un Hospital para pobres peregrinos: a la puerta y entrada del cual está retratada mejor que en otra parte alguna, la verdadera imagen y efigie del mismo Rey en la pared, y tan bien impresa, que con haber pasado cuatrocientos años que se pintó con estar sujeta al polvo y lodo de la calle, se conserva para la vista muy entera. La causa porque este Templo siendo comenzado a edificar, paró el edificio, y se mandó después en vida del mismo Rey acabar a gran prisa, se dirá adelante.


Capítulo VI. Del repartimiento que se hizo de las casas de la ciudad para los soldados, y de los linajes y familias que quedaron en ella, y del privilegio que se dio a los de Lerida.

Habiendo el Rey, como cosa más propia y necesaria, dado fin a lo que tocaba al culto divino, se aplicó todo a hacer la división y repartimiento de las casas, campos, y heredades, entre los soldados y capitanes del ejército. Fue negocio este de muy gran peso, y que dio al Rey trabajo infinito, particularmente por las muchas donaciones que hizo a diversas personas de los campos y posesiones, los días antes que la ciudad se tomase: por que fueron en más número y cantidad que se hallaron campos para repartir. Comenzó primero por la división de las casas entre la gente y soldados que habían enviado las ciudades y villas Reales de Aragón y Cataluña. Repartidas pues y derribadas las casas viejas hechas a la morisca, cada uno edificó a su gusto otras muy altas, y más bien labradas. Quedan hoy desta memoria la calle de Zaragoza en la ciudad vieja, y la calle de Barcelona en la nueva, que se extendió fuera del muro viejo, al cual encerró de si el nuevo. También para los de Teruel asignó uno de los principales portales de la ciudad, defendido de dos grandes, muy fuertes y bien labradas torres que le tienen en medio, y se llama de los Serranos de Aragón, cuya cabeza es la ciudad y Comunidad de Teruel, de las cuales y su poder, arriba en el libro tercero se ha hecho larga mención. Por lo semejante hacia el poniente la vía de castilla, para la defensa de la principal puerta que llaman de Quarte, se plantaron los fundamentos de dos torres muy eminentes, cuales vemos a los dos lados de la puerta, y que por ser tan altas y tan bien hechas, y estar en los más alto de la ciudad puestas, descubren, y son descubiertas de los caminantes de tan lejos, que alegran extrañamente la vista, y dan muy grande muestra del gran ser de la ciudad, como convenía hacerlas tales, para ganar la boca, que dicen, a los Castellanos, por ser gente valerosa, y que sabe muy bien engrandecer lo mucho, y bueno, y no perdonar a lo poco y ruyn. Asimismo de las otras ciudades de Aragón como Calatayud, Iacca, Huesca, Tarazona, Daroca, Borja, Albarracín, y Balbastro, con las principales villas de Aínsa, Monçó, Alcañiz, Caspe, Montalbán (Montaluá), Pertusa, Exea de los caualleros, Cariñena: y también de Cataluña las ciudades de Tarragona, Tortosa, Vrgel, Vich, Girona, Balaguer y Elna, con la insigne villa de Perpiñá, Villafranca, Manresa, Tárrega, y Ceruera, Agramút, Granulles, Cruilles, con otras, de las que quedaron en la ciudad muchos valerosos soldados, y capitanes del ejército, con los sobrenombres dellas. Y fueron estos por sus memorables hechos muy estimados, y perpetuaron sus linajes y familias en ella, extendiendo su nombre y fama hasta en nuestros tiempos. Puesto que para los de Lerida se otorgó particular y muy favorable privilegio, por haber sido los primeros que en las baterías aportillaron los muros de la ciudad en tres partes (como está dicho en el precedente libro) pues en cuanto a ellos, ya dieron la entrada al ejército. Por donde como si fueran los primeros que escalaron el muro, y de hecho entraran la ciudad, cumplió el Rey con ellos lo que antes, cuando mandó pregonar el asalto, había prometido a las ciudades cuyos soldados primeros que todos hubiesen escalado, y entrado la ciudad. Porque tomando por motivo que estos tales por abrir camino al ejército se habían puesto en tan evidente peligro, y encomendado su vida a la balanza de la fortuna, y por servir al Rey arriscado sus personas, apique de dejar huérfanas sus mujeres, hijas, y hermanas: concedía a su ciudad dos cosas. La primera que pudiesen dar peso y medida a Valencia. La segunda enviar trescientas doncellas, para que el Rey las dotase y casase con los principales soldados del ejército: como de hecho vinieron luego de Lerida y de todo su distrito, y fueron por el Rey dotadas, y colocadas con sus maridos. Y también el peso y medida de ella aceptados e introducidos en la ciudad y Reyno, como hoy en día se usa dellos. Asimismo muchas otras familias y linajes poblaron la ciudad, no solo de Aragón y Cataluña, pero de la Guiayna, y otras partes de Francia que vinieron con el Arzobispo de Narbona: Como fueron los Narbones, los Carcassonas y Tolosas. Ni es de creer que a este buen Arzobispo, que tan principalmente ayudó al Rey en esta conquista dejase de agradecérselo, aventajándole con alguna más principal Prelacia, o en otra manera. Entre todos estos no faltó una nobilísima familia y linaje de Romanos (como dice la historia) que vinieron a servir al Rey en la conquista, y se quedaron a poblar la ciudad, llamados Romaníns, con el acento agudo en la última sílaba, que así los nombraban los de Guiayna y Cataluña. Los cuales no solo fueron proveydos de casas, campos y posesiones, pero tan estimados por sus esclarecidos hechos, y nación, que aunque mezclados con otras familias y parentescos, el sobre nombre de Romaní nunca le han perdido, antes otros linajes con este sobrenombre se han mucho ilustrado. Sobre todos fueron los antiquísimos y principalísimos linajes de Cataluña descendientes de los condes Berengueres, de los Moncadas y Cardonas, con los cuales quedó muy ilustrada esta ciudad y Reyno: en el cual señaladamente los Moncadas y Cardonas, quedaron muy aventajadamente heredados de tierras y vasallos.


Capítulo VII. De la traza que se dio para ensanchar la ciudad, y de las doce puertas y cinco puentes de ella, con el discurso de los primeros pobladores, y de los edificios que en ella se hicieron.

Por este tan célebre acrecentamiento de linajes y familias, para más ennoblecer la ciudad, mandó el Rey ensancharla mucho más de lo que antes era, y que se extendiese fuera del muro viejo. Y así se puso luego todo en orden, por el grande aparejo y comodidad que la ciudad tiene para edificar, dentro de si por la copia del agua de los pozos, y cabe si por la diversidad de mineros de piedra durísima y fortísima: también por la abundancia de cal, arena, y yeso, y mucho más por la continua obra que siempre anda de tierra cocida de ladrillos, con los cuales se hizo toda la muralla argamasada muy ancha, alta, y fortísima. Demás que para los pertrechos y enmaderamiento de las casas también alcanza toda la comodidad necesaria: así por los grandes bosques de pinos altísimos que nacen a jornada y media de ella en el Marquesado de Moya, de donde se provee de ordinario cada año: como por el gran compendio y facilidad que tiene para atraerlos por su río Guadalaviar, que pasa junto a los bosques, y recogida la madera, la trae río abajo hasta dejarla a las mismas puertas de la ciudad. De manera que a semejanza de los Romanos antiguos, cuando fundaban sus colonias, se señaló esta con un sulco llevando alrededor el arado: por el cual hizo levantar los nuevos muros, y quiso que la ciudad tuviese doce puertas: quizá por tener siempre su ánimo y pensamiento puestos en las cosas divinas: y por imitar aquella santa ciudad que vio y retrató el profeta Ezechiel, que se abría por doce puertas. Porque a su semejanza tiene la ciudad de Valencia otras tantas: tres que miran al Oriente, tres al mediodía, tres a poniente, y tres a septentrión: con cinco puentes grandes hacia el septentrión y al oriente sobre el mismo Río, y da cada una de ellas en un Arrabal, y en dos caminos reales. A fin que para todas las naciones y gentes del mundo se les abriese la puerta, y por falta de puentes no impidiese el río la entrada a los extraños. Pues realmente ningún natural quedó en ella (como está dicho) sino que fue toda poblada de extranjeros. De aquí parece que le es natural el acogerlos mejor que ninguna otra ciudad, para ser común patria para todos. De donde viene que muchos vulgarmente la llaman madre de extranjeros, y madrastra de los naturales, y no muy fuera de razón: porque estos descuidados de su estado, por el abundancia y regalo en que nacen y se crían, no estiman el bien que tienen, y fácilmente le pierden. Mas los extranjeros, como vienen de la necesidad a la abundancia y regalo, lo tienen en mucho: y por no perderle viven con recato, y con curiosidad le conservan: como se halla de muchos extranjeros, que entraron niños y desnudos en ella, y por su buen ingenio y diligencia, junto con la continencia, y sobriedad, acumularon en setenta años muy grande copia de hacienda: cuyos hijos que nacieron de madres Valencianas, y se criaron con el regalo de ellas, a los sesenta meses después de heredada la consumieron toda: por no haber cuando los padres de heredar a sus hijos de discreción como de hacienda. Pues levantado ya el nuevo muro, y fortificada y crecida la ciudad, luego comenzaron a derribar la vieja, por estar edificada a la morisca, y a labrarla muy suntuosamente, abriendo las calles, y descubriendo patios, los cuales muy en breve fueron llenos de casas, templos, monasterios, Hospitales, lonjas, y otros edificios públicos, sin dejar en toda ella lugar ocioso, ni impertinente. Señaladamente en la grande área y plaza del mercado, donde es incomparable el infinito concurso que de gente, de vituallas, y de todo género de provisiones de ordinario hay en él cada día. Mas por que se entienda la religión y fervor de devoción con que comenzó esta ciudad, y ha continuado su edificio en lo espiritual: vemos que allende de las trece iglesias parroquiales que después acá se han edificado y dotado de tan copiosa y venerable clerecía, se hallan edificados en nuestros tiempos, a gloria de Dios, treinta monasterios de todas las religiones, dentro, y alrededor de la ciudad, no muy dotados de rentas, pero mantenidos de la continua limosna de los vecinos de ella. De manera que ha llegado a ser la ciudad casi tres veces más de lo que era en tiempo de Moros: y por todas partes tan igualmente poblada, que no hay hijada, que dice, sino que toda es en todo ciudad Realísima.


Capítulo VIII. Como el Rey hizo los fueros del Reyno en lengua Lemosina, y se quejaron los Aragoneses porque no se escribieron en la suya.
Dado ya orden por el Rey en lo material de la ciudad, como en en los edificios y casas para habitar en ella, comenzó luego a darle la forma y espíritu, con las nuevas leyes y fueros necesarios para ser bien regida, y el Reyno con ella. Y por ser el Rey, no solo fundador de la ciudad, pero de sus leyes y fueros, quiso que se escribiesen en su propia lengua materna, que fue la Limosina, como se hablaba en Cataluña. La cual tuvo su origen en la ciudad de Limoges en Francia, y era común para toda la Guiayna: pareciéndole que por ser lenguaje llano lo entendería mejor el vulgo, y se libraría de tan diversas y confusas interpretaciones del derecho que suelen nacer de la variedad y extrañeza de las otras lenguas de España, porque de andar mezcladas unas con otras, eran fáciles y ocasionadas para dar muchos sentidos sobre cada cosa. Como entendieron esto los Aragoneses, que con ejército formado le seguían, y se habían hallado en la conquista del Reyno, y entrada de la ciudad, se tuvieron por muy agraviados, de que los fueros y leyes de Valencia se escribiesen en lengua Catalana, o Limosina, tan obscura y grosera: y que fuera harto mejor en la Latina, o alomenos Aragonesa. Mayormente porque los fueros, como leyes provinciales, están de si tan apegados, y toman tanta fuerza del derecho común y leyes de los Romanos, que para más clara interpretación dellos, era necesario escribirlos en la misma lengua que fueron escritas las leyes, como la Romana, o alomenos la Aragonesa: por ser esta no solo común a las demás de España: pero entre todas las de Europa (como se probará) más conjuncta, más hermana, y casi la mesma, con la Romana. También era del mismo parecer, y conformaban en la pretensión por su propia lengua los Castellanos, y los demás mercaderes Españoles, que allí se hallaban, que hablaban casi en la misma lengua que los Aragoneses: aborreciendo en grande manera la Catalana, o Lemosina, porque no se podían hacer a ella, ni hablarla, más que la Caldea.


Capítulo IX. Del origen de la lengua Española, que fue de la Romana, la cual se enseñó en Huesca de Aragón por los Romanos, y la aprendieron mejor que otros los Aragoneses.

Antes que por el Rey se satisfaga a la queja y agravios propuestos por los Aragoneses en el precedente capítulo, para mejor responder a todo, será bien mostrar lo que de su vulgar lengua Aragonesa se siente, y descubrir algunos buenos secretos del origen y principio de la universal lengua Española, que llaman Romance, que se nos ofrecen de presente: valiéndonos de esta digresión para mayor ornamento de la historia. Es a saber, como esta lengua fue totalmente derivada de la Romana Latina por haber sido por los Romanos introducida y enseñada por toda España, y puestas escuelas en las principales ciudades y lugares de ella: y como para los Aragoneses, que son la mayor parte de los Celtíberos, se pusieron en la ciudad de Huesca, donde no sola la aprendieron con mucha curiosidad, pero hasta en nuestros tiempos la han retenido, y conservado más pura, e incorrupta que en las demás partes de España. Pues cuanto a lo primero que la lengua Aragonesa, con la que llaman Castellana, hayan sido nacidas de la Romana Latina, y que esta fuese por los Romanos enseñada en España, claramente se colige del tiempo de Quinto Sertorio Senador y gran capitán Romano, el cual por haber seguido la parcialidad de Mario, persiguiéndole por ello L. Silla, fue desterrado de Roma, y se vino a España: donde descubriendo el generoso y natural valor de los Españoles, y su ardor y fuerzas para la guerra, aunque en lo demás los halló bárbaros y rudos (rudes): con su arte y maña los instituyó, y amaestró de manera, que no solo en armas, y en el ejercicio y uso de pelear, los igualó con los Romanos: pero aun halló modos, como en lo demás, hacerlos idóneos y suficientes para toda cosa de gobierno. Y así para que mejor conociesen el bien que les hacía, y le tuviesen todo amor y respeto, mandó poner escuelas en Huesca, con muy buenos maestros Romanos, para que les enseñasen las lenguas Latina y Griega, a fin de que con esta mañosa obra de enseñarles, realmente tuviese como en rehenes los hijos de los más principales señores de la Provincia: y para que con la instrucción en las lenguas, y erudición Romana, se habilitasen, y pudiesen ser acogidos a los cargos y preeminentes oficios de la guerra, según que Plutarco historiador grave más largo lo escribe en la vida del mismo Sertorio. Mas aunque a la verdad, Huesca de la cual habló Plutarcho, es diversa de la Huesca de Aragón, porque la otra está en la Andalucía al extremo de los Tudetanos, donde Sertorio hizo sus guerras, y hoy se llama Huéscar, y la de Aragón está fundada a las faldas de los Pyrineos hacia el Septentrión: pero de su antigüedad (antiguidad), y gran tiempo que duran sus escuelas, con otros vestigios e indicios que de los Romanos se hallan en ella, claramente se ve que fue también en esta Huesca fundada Academia de lenguas, y con la continua lección perpetuada. Porque es más que verosímil, que otros capitanes Romanos antes y después de Sertorio, como los dos Scipiones y Pompeo (Pópeo), principalmente el Emperador Augusto César (Caesar), hicieron escuelas en España, y mucho más en la citerior donde están los Aragoneses, y donde más ellos se detuvieron. Y así se muestra que en ninguna parte mejor que en Huesca las instituyeron, por no hallar otro lugar más apto para el propósito de los Romanos: por ser esta ciudad de asiento alegre y bien fortalecida, de muy fértil campaña, y de toda cosa provista (proueyda), ser muy mediterránea, para más seguramente retener como en rehenes los estudiantes nobles, y más por estar separada del comercio y comunicación de diversidad de gentes, para no ser distraídos de sus estudios y ejercicios de lenguas: a efecto que después de haber bien aprendido la Latina, no solo se valiesen los Romanos dellos como de farautes y espías para descubrir los ánimos y designios de los Españoles, tan amigos de libertad, pero también para que fuesen admitidos así al gobierno y cargos de la República como en los oficios de la guerra.


Capítulo X. De la afición con que los Españoles aprendían la lengua Latina, y como en todas las villas y ciudades de España había públicas escuelas para enseñarla, y que en los Aragoneses quedó más apurada.

Para confirmación de lo dicho en el precedente capítulo, se halla que cebados los Españoles de los premios que los Romanos daban, y honras que hacían a los más hábiles en la lengua Latina, se dieron con tanta afición y estudio a ella, que hasta los padres, hermanos, y hermanas, cogían cada día de los niños cuando volvían de las escuelas, las lecciones (liciones) que habían oído aquel día, y con esto hacían la lengua Latina familiar y doméstica. Y en fin aquellos nombres y vocablos que los Romanos ponían a las cosas se recibían y han quedado para siempre en España. Llegó este ejercicio a tanto, que hay quien escribe, que no había otros juegos para los niños, ni se permitían otras contiendas para tirar a la joya, sino por mejor hablar en Latín, declamando por las plazas y cantones para más ejercitarse en el uso de la lengua. De manera que no solo en las dos Huescas, pero en las más ciudades y villas de España, se ha de creer, había instituidas escuelas y puestos maestros para que juntamente con las lenguas enseñasen todas las artes liberales, para más atraer a los auditores a entender los misterios y admirables secretos dellas. Señaladamente en la ciudad de Sagunto junto a Valencia, que hoy se llama Murviedro, donde (como adelante mostraremos) fue tanta la devoción que para su mal, tuvo al senado y pueblo Romano, que no solo tomaron sus leyes y costumbres para regir su República, pero también aprendieron la lengua Latina para entenderlas. Pues para manifiesto argumento de que la entendieron y hablaron familiarmente, está aun en pie el gran teatro que edificaron en la misma ciudad para representar al pueblo las comedias Latinas que les enviaban de Roma: y es muy cierto que tan gran concurso de pueblo, no era para solo ver, sin que entendiesen la lengua en que ellas se representaban. Porque de otra manera, como es posible que todos los Españoles chicos y grandes hombres y mujeres aprendiesen la lengua Latina, ni que la convirtiesen en tan cotidiano y familiar uso de hablar, y en el tanto se fundasen, que por él, sin más dejasen el antiguo y materno suyo propio. Demás de eso, que tuviesen el Latín Romano con tantas raíces (razizes) aprendido, que ni por la nueva lengua de los Godos, ni por la bárbara Arábiga de los Moros, que después entraron en España, jamás se haya perdido, ni vuelto a la antigua? Salvo que con el tiempo, como los Romanos se apartaron de España, y los vocablos iban faltando, los Andaluces entre otros, ayudándose de los nombres Arábigos de Granada su vecina, los mezclaron con la Latina. Mas no fue así de los Aragoneses, los cuales con la misma tenacidad y porfía que acostumbran emprender otras cosas, han conservado hasta hoy aquella misma lengua Latina que se aprendió en las escuelas de Huesca: Porque no hablan vulgarmente otros vocablos que, o, Latinos, o derivados de ellos: y también muchos Griegos, si se atiende a la etimología (Etymologia) dellos. Pues entre otras hemos leído algunas Epístolas compuestas de unos mismos vocablos y una misma significación y congruencia (congruydad) en las dos lenguas Aragonesa y Latina: y también con curiosidad, hemos hallado (sin las que han introducido los Médicos) ochenta dictiones Griegas y Aragonesas de una misma terminación, significación y sentido. Para que se vea cuanta ha sido la firmeza y constancia de los Aragoneses, pues por la vecindad y contratación de los otros Reynos propincos, de lengua más inculta, no se les ha apegado nada en su cotidiano uso de hablar: mayormente estando rodeados a la parte de mediodía de los Moros de Valencia que hablan en Arábigo (Arauigo), por la de oriente de los Catalanes, con su lengua Lemosina: a la de Septentrión de los Cántabros, que incluyen Vizcaínos y Navarros: de cuya lengua como reliquias de la antigua Española (lo que piensan muchos) ni en un solo vocablo se han aprovechado: sino que con la conversación de los Castellanos, que retienen la lengua Romana, se han conservado, sin que en el valerse de vocablos ajenos les hayan imitado (imtado). Ni se admite por verdadero lo que algunos pretenden (pretiendé) que los Aragoneses hablan Castellano grosero y bastardo, y que tienen los mismos vocablos que en Castilla, sino que no los componen en buen estilo: porque como está dicho ambas a dos lenguas tienen una origen y principio de la Latina, y así no puede ser una dependiente de la otra: sino que como dice el proverbio. Todos de un vientre y no de un tempre. Porque a la verdad los Castellanos tienen los conceptos de las cosas más claros, y así los explican con vocablos más propios y bien acomodados demás que por ser de si elocuentes en el decir, tienen más graciosa pronunciación que los Aragoneses, los cuales pronuncian con los dientes y labios, y los Castellanos algún tanto con el paladar, que les ha quedado del pronunciar de los Moros que forman las palabras con la garganta y es cosa de gusto, oír a un moro hablar Castellano, ver cuan limpia y graciosamente lo pronuncia, que casi no le toca con los labios. Puesto que por el mismo caso los Aragoneses pronuncian mejor la Latina que los Castellanos, porque profieren con los labios y dientes que son los principales instrumentos de la pronunciación Romana: cuya fuerza ha podido tanto, que habiendo quedado en Aragón muchos pueblos de Moros, que llaman Tagarinos, entre los Cristianos, los Aragoneses no solo no han usurpado algún vocablo Arauigo dellos, pero les han forzado a dejar su propia lengua por la Aragonesa: la cual se ve que hoy hablan todos. Para que por ningún tiempo pueda llamarse bárbara la lengua Aragonesa, así por ser más conjunta que todas a la Latina: como por haberse conservado por tantos siglos entre tantas bárbaras sana, e incorrupta. Ha sido necesario traer todo esto de la origen y observación desta lengua, a propósito que la pretensión de los Aragoneses cerca los fueros de Valencia, como está dicho, no pareciese impertinente: ni ellos indignos de que el Rey en esto les complaciese: pues la conquista del Reyno de Valencia por la antigua división entre el Rey de Castilla, y el de Aragón, tocaba a los Aragoneses, los cuales no habían faltado con su ejército, empleando vidas y haciendas en conquistarlo: por lo cual merecían que en nombre suyo, y de su Reyno se escribiesen los fueros de Valencia en su lengua, y aunque se redujesen a los fueros de Aragón todos.


Capítulo XI. De las justas causas que el Rey dio para escribir los fueros en lengua Lemosina, y de la excelencia dellos, y grandeza de la ciudad.

Perseverando el Rey en su determinación, no embargante la queja de los Aragoneses, mandó escribir y publicar los fueros y leyes del Reyno en su propia lengua Lemosina, por las justas y legítimas causas que su Real consejo para ello dio. Primeramente porque estaba en absoluta libertad del conquistador dar leyes nuevas a los pueblos por él conquistados, escritas en la lengua que quisiese, solo que estuviesen fáciles y claras de entender, sin curar de más elegancia, ni arreos de palabras porque había de ser llano y manifiesto al pueblo lo que para su amonestación, o castigo se le daba por ley. Y así tomada la ciudad y echados por una parte todos los Moros de ella, y por otra acogidos los Cristianos de diversas tierras para poblarla, era necesario que el conquistador introdujese (introduziesse) su propia lengua: a fin que no solo quedase en ella su gloriosa memoria, pero que con esto satisficiese (satisfiziesse) y cumpliese con la voluntad y honra de la mayor parte del ejército y gente que le ayudaron en la conquista. Pues se hallaba haber sido doblada la gente y ejército de los Catalanes con los de Guiayna que siguieron al Rey en la conquista y población de Valencia, que la de Aragoneses, y de otras partes. Demás que no era cosa conveniente que los Valencianos que tan conjuntos (coniunctos) estaban en el trato de mar y tierra con los Catalanes y de la Guiayna, usasen de otra lengua que de la que era familiar y propia a los unos y a los otros, y por eso mucho menos necesario, ser regidos y juzgados por leyes y fueros escritos en extrañas lenguas. Ni era buena consecuencia, que por tomar los fueros su fuerza e insistir en el derecho común, por el cual se han de declarar para bien juzgar con ellos, se hayan de escribir en lengua Latina, o en la más conjuncta a ella: por que no había cosa más ajena de la intención del Rey, que revolver sus fueros claros con leyes oscuras. Pues no por otra causa quiso que sus fueros se escribiesen en lengua tan vulgar y llana, que por desterrar desta Repub. tantas, y tan varias y dudosas interpretaciones del derecho: mandando con expreso fuero, que en caso que se ofreciesen dudas sobre la inteligencia del fuero (que suelen estas hacer siempre tardos, e irresolutos a los Dotores en el determinarse) no se recorriese a ellos, sino a solo juicio de buenos hombres: y que estos no atendiesen sino a la pura verdad del hecho, y conforme a ella juzgasen. También por dar con esto alguna satisfacción al pueblo malicioso, para el cual no hay cosa más grata, que ser juzgado de jueces sacados de medio del, como de compañeros, que a estos vemos que cree más, porque a los Doctores tiene los por sospechosos, y cavilosos. Con estas razones y causas que el consejo dio de parte del Rey a los Aragoneses, desistieron de su demanda, y se conformaron en todo con la voluntad del Rey. Mas porque continuemos nuestro propósito, fundó el Rey con tan principales y bien advertidos fueros su Repub. Valenciana, a juicio de todos los que con curiosidad han reconocido y visto otras Repúblicas por el mundo, que ninguna los tiene más claros, más santos, ni mejores. Según que la misma ciudad lo testifica con su buen gobierno y augmento, como fruto que nace de ellos. Pues llega a ser tan poblada, tan rica y abastada, y de aquel tiempo acá tres veces mayor de lo que era. En tanto, que con haber muchas Valencias en la Europa, los Franceses la han llamado siempre la mayor diciendo en su lenguaje (Valance le gran) porque a la verdad sus casas llegan a número de diez mil, y vecinos son veinte mil, sin sus arrabales, y caserías de la huerta, que llaman Alquerías que son otra tanta ciudad.


Capítulo XII. De la elección que el Rey hizo de Fieles para repartir los campos y heredades, y como murmurasen de ella, la hizo de otros, y en fin volvió a los primeros.

Hechos los fueros y leyes para el gobierno de la ciudad y Reyno, fue el Rey muy solicitado por los oficiales del ejército hiciese la repartición y distribución de los campos y heredades de la huerta y dehesas, contenidas en el distrito de la ciudad, como cosa debida, y que por recompensa del saco de ella, que les había quitado de las manos, andaban todos muy intentos en la demanda: mayormente los que antes de tomada la ciudad habían alcanzado del Rey donaciones de tantas jugadas de campos. Por esta causa eran intolerables las importunaciones de los pretensores. Por donde hecha ya la división de casas por los fieles que para ello se deputaron, de nuevo eligieron dos otros fieles, o repartidores para la división de los campos. Para lo cual fueron nombrados por el Rey, don Assalid Gudal letrado y del consejo Real, y don Ximen Pérez Tarazona Vicecanceller del Reyno de Aragón, dos nobles Aragoneses, y muy diestros en las cosas del gobierno, y que no solo eran señalados por la mucha plática y experiencia de negocios, pero en la sciencia legal excedían a todos los de la Corte, y valer en las dos cosas era tenido a los nobles y generosos por muy honroso. De suerte que se les dio cargo para que reconocidos los campos, según el espacio y medida dellos, se asignase a cada uno lo que conforme a las donaciones hechas por el Rey les pertenecería. Sobre este nombramiento de los fieles para la división, hubo grande murmuración entre los señores y capitanes del ejército, y con esto mucha queja del Rey: pareciéndoles no ser cosa decente para negocio tan principal, nombrar tales fieles, por muy honrados y letrados que fuesen: que fuera harto más acertado nombrar otros de los mayores Prelados Eclesiásticos, y más grandes señores de su Corte. Lo cual aunque desagrado mucho al Rey, pero considerando que los mismos grandes que pedían el cargo, hallándose inhábiles para regirlo, luego mudarían de parecer, sin dar más parte dello a Gudal, ni a Tarazona, respondió que nombrasen los que quisiesen, que los aprobaría, y daría el cargo. En la hora fue dada al Rey la nómina de los que podían ser nombrados, que fueron de los Prelados, Berenguer Palaçuelos, y Vidal Canellan, Obispos de Huesca y Barcelona, y de los grandes, don Pedro Fernández de Azagra señor de Albarracín, y don Ximen Vrrea General de la caballería, ambos nobilísimos señores, y muy esclarecidos en la guerra, y así el Rey les confirmó luego en el cargo. Quejáronse mucho al Rey los primeros nombrados, por haberlos así súbitamente privado del cargo sin oírlos, y con gran mengua suya admitido a otros. Respondioles el Rey, que no se les diese nada por ello, porque tenía por muy cierto que los nombrados, viéndose embarazados por su inhabilidad, y dificultades del cargo, no solo le renunciarían, pero que con muy grande honra volvería a ellos: cuanto más dijo el Rey, que sé yo algún secreto, que cuando torne a vosotros el cargo siguiendo mi parecer, desharéis todas las dificultades y estorbos que se os puede ofrecer. De manera que los cuatro fieles comenzaron a poner mano en la división, y como luego se les ofreciesen grandes enredos, y ni supiesen, ni pudiesen deslindarlos, y con esto fuesen de día en día difiriendo la división, y creciese mayor murmuración contra ellos, que contra los primeros, luego de si mismos se inhibieron del cargo, y le renunciaron del todo.


Capítulo XIII. Como el Rey gustó mucho de los que dejaron el cargo del repartimiento, y que se restituyó a los primeros, y de la industria que dio en la repartición para que fuesen muchos heredados.

Gustó mucho el Rey de los Prelados y Grandes, que habiendo con alguna ambición procurado para si el cargo de la repartición con gran aplauso del ejército, sucedió que por las causas dichas, no solo le dejaron, pero pidieron volviese a los primero nombrados Gudal y Tarazona: a los cuales llamó el Rey, y en presencia de todos les confirmó el cargo: y para que mejor, y con más honra saliesen con la empresa, les descubrió su pecho, dándoles el modo y traza que habían de tener para quitar de raíz todas las dificultades, y embargos del repartimiento: porque se descubrían tan grandes, que casi imposibilitaban la repartición: las cuales mostró el mismo Rey se quitaría, haciendo dos casos con su autoridad y decreto. La una que así como en Mallorca en semejante división se había usado, las jugadas de los campos, que antes eran cada una de tantos celemines de simentera, de allí adelante se redujesen a la mitad, y sobre esto se estableciese ley perpetua: pues con buen título y razón podían los conquistadores hacer y dar (como está dicho) nuevas leyes a los conquistados, mayormente no quedando ninguno de ellos en la ciudad, y viniendo bien en esta ley los que de nuevo la poblaban. La otra era, que se examinasen muy bien las mercedes y donaciones hechas por el Rey antes de tomar la ciudad, y que reconocidos los servicios y gastos hechos por cada uno de estos tales, y limitados según el tiempo que siguieron la guerra, y ejercitaron las armas, así fuese la justa recompensa dellos: porque desta manera sobraría para todos. Siguiendo pues los fieles la forma y advertimiento del Rey, no solo igualaron los campos con las donaciones, pero aun sobraron tierras: y con esto fueron heredados en la huerta y campaña de la ciudad, CCCLXXX hombres principales del ejército de los dos Reynos, los que por su valor y mano se ennoblecieron en esta conquista. Esto fuera de los grandes, y principales del consejo real, porque a estos el Rey les repartió, y dio en feudo villas y castillos por todo el Reyno, con la obligación de seguir al Rey en tiempo de guerra, o en otra manera, de mayor o menor cargo: según la merced hecha a cada uno dellos. Cuyas familias y linajes desde la conquista acá, han florecido y perseverado con mucha alabanza, y quedan en sus estados con la gloriosa memoria de sus antepasados.


Capítulo XIV. De donde les viene a los Valencianos ser valientes en el acometer, y por qué causas el Rey les permitió los desafíos, y como fue Valencia Roma primero llamada.

Con el buen repartimiento de campos y heredades que los fieles con el consejo del Rey hicieron, quedaron colocados en esta ciudad tan gran número de gente escogida, como arriba dijimos. Los cuales con el buen sustento, y continua guerra que siempre tuvieron en defender la ciudad, y conquistar el Reyno de los Moros, la ennoblecieron con su linaje y familia en tanta manera: que no sin muy justa causa entre todas las ciudades de España la llamaron Valencia la noble como planta frutificante, y descendiente de aquellas primeras familias de Aragoneses y Catalanes, que por haber seguido a este Rey en tantas guerras quedaron por sus propias manos ennoblecidas. Lo cual se arguye de la misma nobleza y fortaleza que hoy queda y permanece en sus descendientes. Pues realmente de la gente Española, ni para acometer, ni para menos tener cualquier peligro en las empresas, jamás fueron los Valencianos de los postreros. Porque a estos la saturnina melancolía de los Catalanes sus progenitores, mezclada con lo dulce de la tierra a que son muy dados, se les ha convertido en pronta y Marcial cólera. Y tanto más porque Marte es señor, y está en la casa del signo Escorpión, al cual, por observación de Astrólogos, está sujeta Valencia. Y así la concurrencia de los dos planetas (según lo afirma Cipriano Leouicio) hace los hombres generosos, fuertes, animosos, airados, ardientes, prontos, liberales, arrojados a todo peligro, buenos para gobierno, vanagloriosos, amigos de venganza, y que no sufren injurias como estos. De aquí fue que para moderar esta su natural y pronta cólera, porque movida se les pasase presto, y con darle un desvío pronto, no se reconociese en venganza, a fin que luego en pasar la guerra se siguiese la paz: les permitió el Rey los desafíos de uno a uno, o de tantos a tantos. Así porque aflojando la cólera con la presencia e igualdad del trance y armas, diese lugar a la concordia: como porque por la codicia de ganar honra y victoria en el combate, se aumentase el ánimo, y mantuviesen las fuerzas para emplearlas contra los enemigos de la Repub. De donde ha venido que, o por el natural hervor de la sangre, o por el apetito de gloria, no hay gente como ella, que menos rehuse este género de combate, ni a que más se haya siempre dado. Por esta misma causa, y ser los Valencianos tan propincos a los Saguntinos (como adelante mostraremos) es posible que antiguamente se hubiesen igualado en fuerzas y valor con ellos. Ni se da por fabuloso (dando la antigüedad por autor) lo que vulgarmente se refiere, que Valencia fue primero llamada Roma, por haber sido nombre impuesto por Griegos corsarios, que navegaron por estas partes, e hicieron sus entradas y correrías por las tierras y lugares marítimos, y que de haber hallado en Valencia más resistencia, y gente más guerrera que en las otras tierras, la llamasen Pxuñ
que quiere decir valentia: y que por esta causa los Romanos reduciéndola a colonia, la llamasen Valécia, porque no encontrase con el nombre de Roma: mudando la voz, y quedando la significación, según que en nuestros Comentarios de Sale, lib. 2 más largamente se declara.


Capítulo XV. Que los Aragoneses que vivían en Valencia podían ser juzgados según los fueros de Aragón, y aunque se les negó, fueron parte para que los de Valencia fuesen más benignos, y del abuso dellos.

Volviendo a las leyes y fueros que el Rey estatuyo para la ciudad y Reyno, con asistencia de hombres muy letrados y expertos, y que habían considerado las leyes y gobierno de otras Repub. principalmente teniendo atención a los vicios e insolencias en que la mocedad Valenciana incitada por el gran regalo y abundancia de la tierra podía caer: determinó por estas causas fuesen los fueros de Valencia algo más ásperos que los de Aragón, los cuales de muy benignos, entre otras cosas, eximen a los delincuentes de venir a cuestión de tormento: y así quedaban los de Valencia en el inquirir, castigar y punir muy severos y rigurosos. Lo cual visto por los Aragoneses que estaban heredados y vivían en Valencia, acordándose de las libertades, y benignidad de fueros de Aragón, tentaron de contrastar sobre esto, siquiera por eximirse de ellos: pretendiendo que puesto que vivía en Valencia, habían de ser juzgados ellos y sus haciendas conforme a los fueros de Aragón. Pero fue por demás su demanda, porque se les respondió, sería cosa semejante a monstruo de dos cabezas, ser la ciudad y Reyno juzgado con leyes y fueros entre si contrarios y diferentes. Con todo eso fue tanta la porfía de ellos, alegando las libertades y benignidad de los fueros de Aragón que fueron parte para que se moderasen y diesen a Valencia fueros más benignos de lo que estaba ordenado, y de lo que agora (según la viveza de los ingenios y libertad de la gente) se les hubiera concedido. Puesto que a la verdad los mismos serían, agora como entonces, también suficientes para desterrar los vicios y males de la tierra, si se diese lugar a la ejecución dellos, y en los crímenes se ejecutase luego su rigor, y en los pleitos y cosas de hacienda, no se ampliase tanto su benignidad y favor, como adelante lo notaremos.


Capítulo XVI. De la razón por que se describen las excelencias de la ciudad y Reyno tan copiosamente, y de las justas causas que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por poblar a Valencia.

No hay porque maravillarse, ni tener a demasiada afición, el tanto detenernos en la descripción de las excelencias de esta ciudad, que parece no queremos dejar cosa por decir de ella: porque en esto cumplimos con el oficio de fiel historiador, cual a este Rey se debe. Pues si de alabar el mundo con las grandes maravillas que en él hay, resulta tanto mayor obligación para haber de alabar al sumo artífice y criador del y dellas, como de obra y hazaña por sus manos hecha: a imitación y sombra de esto, habiendo sido el Rey el primer conquistador de esta ciudad, y echado a todos los infieles de ella, y de nuevo plantado la fé y religión Cristiana, regándola con la viva agua de doctrina divina, la cual mandó luego introducir en ella: y que por haberse con sus tan excelentes fueros y leyes perpetuando el buen gobierno y conservación de ella, ha llegado a ser y prosperar mucho más de lo que aquí la podemos alabar y con nuestro ínfimo estilo engrandecer: Porque todo esto no resultará en mayor loor y gloria del mismo conquistador? Como siendo esta una de las más bien acabadas hazañas por sus Reales manos, no será aquí muy copiosamente descrita y amplificada? Para que continuando lo dicho, con lo que por decir queda de ella, pasemos adelante, y mostremos, como a causa de haberse salido todos los moros de la ciudad, y quedar del todo desierta de gente, se siguió, que el ejército, no solo de los Aragoneses y Catalanes, pero de Franceses y Romanos (como arriba dijimos) se quedasen a poblarla, y por ella olvidasen sus propias tierras, por las sobradas causas y razones que para ello tuvieron. Porque si los hados (como el vulgo dice) les hubieran ofrecido felicísimo asiento y morada en esta ciudad, así fue igual la importunidad de todo el ejército, por ser acogidos en el repartimiento de las casas, y de los campos y heredades, para quedarse a vivir con ella. De manera que tan presto como la ciudad fue despoblada de los moros, fue poblada y dos tanto aumentada por los cristianos: pues con la religión y fueros tan santos para su temporal y espiritual gobierno, juntamente se introdujo (introduzio) la política (policía), y delicado modo de vivir en ella. Mas porque declaremos en particular algunas de sus principales excelencias, por las cuales es tan conocida y nombrada en todas partes: vamos por cabos declarando lo más principal de ella, y por lo que llega a ser muy singular entre todas las de la Europa. Como es por la comodidad de su asiento, por la gran templanza y suavidad de aire: por su rica y varia fertilidad de campaña: por su grandeza y concurrencia de gente: por su trato e infinidad de mercadurías, con las propias y muchedumbre abundancias del Reyno: que todo será para más descubrir el lustre y gran ser de ella. Volviendo pues a su asiento y fundación, lo que se entiende es, que según su natural sitio y aparejo para ser muy poblada, su fundación fue muy antigua entre todas las ciudades de España (según que otros escritores lo han significado) pero su aumento comenzó de aquel tiempo que la gran ciudad de Sagunto su vecina a XII mil pasos de ella (donde agora está Murviedro) fue destruida por Annibal y ejército de los Cartagineses, como adelante diremos. Porque se cree, que después de esta destrucción, que por no haberle acudido con el socorro el pueblo Romano padeció Sagunto: proveyó el Senado viniese Gne. Scipion procónsul a España, para ver si podría reparar las ruinas y pérdida de ella: pero como la halló tan despoblada y yerma, así por la gran falta de aguas, que por los conductos ya rotos solían traer a su río y vega: como porque Valencia, y otros pueblos vecinos a Sagunto, se las habían usurpado, y dividido entre si su territorio y campaña, pasó a Valencia, donde vista la gran fertilidad de la tierra, con la abundancia de aguas que para ser bien cultivada tenía, dejó a Sagunto, y en su lugar hizo a Valencia colonia Romana, y la sustituyó en toda la señoría y mando que Sagunto en su territorio poseía: ennobleciéndola con nuevos edificios, y otras comodidades públicas (como luego mostraremos) a causa de ver su felice asiento, y constelación (costellacion) próspera debajo del signo de Escorpión, con la compañía de Venus y Marte: los cuales (según la opinión de Astrólogos) causan admirables efectos, como en el capítulo XII, poco antes se han copiosamente declarado: y que bastan los efectos para creerlo. Lo mismo se halla en lo que toca a la pureza y sanidad de aire, y hermosura de tierra. Porque está situada en el mejor, y más templado suelo de la Europa: por estar hacia la marina, abierta al oriente: para que antes que los vapores crasos y húmedos que de la noche quedan puedan dañar por la mañana a los ciudadanos, los haya el sol ya levantado y disipado. Está hacia el Septentrión a tres leguas rodeada de un perpetuo monte, que desde el cabo donde está el devoto monasterio de frailes menores, que llaman Val de Iesus, corre hacia poniente y mediodía en forma de semicírculo, que comprende toda su vega y huerta. Por el cual monte pasan de invierno, y se refrenan los rigurosos vientos de la Tramontana, que revueltos con la fragancia de tan buenas yerbas y flores, purgan los malos vapores, y desecan las humedades de ella. A los cuales suceden de verano los vientos que los Griegos llaman Etesias, que son el Boreas templado: y muy saludables, porque suelen estos templar el excesivo calor de los caniculares. También por el poniente se vale de los lluviosos vientos de Castilla: para que con el más cómodo regadío del cielo, maduren los frutos de su vega, y los del monte crezcan. Puesto que su mayor abundancia de aguas le acude por el Levante: del cual también se vale para hacerse venir las naves cargadas de pan de Sicilia hasta su Grao y marina. Finalmente por la parte de mediodía, por donde había de ser más infestada, también templan su calor los suavísimos vientos Australes, que rociados del mar, por donde pasan, refrescan la tierra, y cuando el sol es más ardiente más los mueve, y son los que llaman embates. De donde es que con haber en ella concurso de todas las gentes y naciones del Orbe, a dicho de todos, ningún otro aire como el de esta ciudad se halla más común y saludable para todos: y tanto más porque si acaece a los extranjeros adolescer en ella, no hay otra en la Europa más pueda de remedios que ella para cobrar la salud: así por el grandísimo ejercicio de la medicina platica y especulativa que en si tiene: como por la mucha abundancia y excelencia de adrogas, de yerbas, y mucho más de regalos que en ella hay para los dolientes: y que se puede muy bien decir, como suelen, que valen más los regalos de Valencia que las medicinas de otra parte. Pues si consideramos las aguas en ninguna parte se hallan más saludables que en ella. Porque su río Guadalaviar, que viene de hacia el septentrión fresco, y desde su nacimiento muy quebrado y ligero por entre peñas, llega tan apurado, que según opinión de Médicos, y se prueba por experiencia, ningún río hay de agua más sana y delgada, que la suya. Mayormente después que la ciudad goza del ordinario y abundoso acarreo de la nieve, cuyo efecto es comunicar toda su frialdad al agua puesta en vasos (no mezclada con ella, que no es sano) sino con circular movimiento meneados, y refregados con en ella: porque de esta manera, restituyendo al agua su propia calidad primera que es de frigidísima, viene a ser muy grato, y para la concoction, y digestión, muy apto y sano el beber con ella. Porque demás del suavísimo regalo que se alcanza con el beber frío en tierra de si caliente, y más siendo el tiempo ardiente: aun es mayor la salud que se le sigue de esto, por la templanza y freno que el frío pone al excesivo calor interior de los cuerpos, cual del calor de hígado se padece en ella: como en nuestros Comentarios de Sale lo tenemos más largamente probado. Puesto que no por eso deja de ser buena el agua de los pozos, sino es para quien no la tiene vezada, de la cual abunda en tanta manera la ciudad, que con los de los arrabales se hallan treinta mil pozos en ella. Los cuales ayudan mucho a la firmeza y sanidad de la tierra, defendiéndola así de terremotos y otras aberturas, como de pestilentes vapores, para que salga no con ímpetu, debajo de la tierra sino poco a poco, y como rociados y templados por los mismos pozos.


Capítulo XVII. De la rara y artificiosa obra de los albañares de la ciudad, y de la gran limpieza y sanidad que tiene por ellos.

Se junta con los demás provechos que los pozos hacen a la ciudad, para ser una de las más limpias y sanas del mundo, lo que ayudan ellos para conservar y mantener aquella tan singular y rara obra de los albañares públicos, que en latín llaman cloacas, con los particulares de cada casa, hechos los unos y los otros con tanto artificio, y comodidad para la limpieza de la tierra: que realmente cuando no los había debía ser esta ciudad muy intolerable y enferma, por ser húmeda y caliente, donde más fácilmente se corrompen las cosas, que si fuese fría y seca. Como lo vemos de muchas otras, que por falta de esta policía, no solo se valen de corrales llenos de suciedades, pero las calles quedan inficionadas de mil inmundicias con intolerable hedor por las mañanas. Y así se halla que excede en esto a las cloacas y policía de Roma, y las demás ciudades de la Europa. Puesto que es fama fue por los Romanos hecha esta obra en Valencia, siendo Gne. Scipion procónsul y Presidente de España, y que por orden suyo se edificaron estos albañares, por sacar las suciedades no solo de cada casa, pero todas juntas sin ningún mal olor, fuera de la ciudad: lo cual es argumento que sin ellos no se podía vivir en ella. Esta obra subterránea dellos con tanto artificio, y suntuosidad hecha, que no fue menos que edificar media ciudad el acabarla, por tantos arcos, puentes, y bóvedas que en lo profundo hay, y tan fuertes, que aun causa mayor admiración, que de mil y setecientos años acá que se edificaron, han siempre permanecido y permanecen en su rigor y entereza de obra. La cual está acabada desta manera, que por la parte de entre septentrión y poniente, donde tiene un poco de pendiente la ciudad, le entra una grande acequia de agua, sacada del mismo río: la cual después de haber aprovechado para adobar paños y tinturas, se divide en tres otras acequias, que llevadas debajo tierra por sus albañares, no solo reciben las aguas de las lluvias que se recogen de las calles por los albellones, o caños, pero aun recogen las inmundicias o heces de todas las casas para echarlas fuera de la ciudad. Y con esto vienen a ser muy grandes por esta vía, que tiene cada casa por si pozo y cocina, de los cuales todas las aguas que echan caen en aquella canal, en la cual entran las inmundicias de la casa, las cuales ayudadas con el agua, por sus alcaduzes da en las madres o canales que artificiosamente hechas va por medio y debajo de las calles, hasta que da en los tres grandes albañares. De esta manera las suciedades de cada casa por si, y de todas juntas, van por fuera de la ciudad, hinchiendo los fosos y barbacanas entorno de ella, hasta que toman la vía de la mar, y fertilizan muy mucho los campos que de paso riegan. Pasa más adelante la policía, que si acaece en casa, o por las calles, ataparse los albañares, esto se conoce luego en el estancarse la corriente de ellos: y en abrir la madre, o canal en aquella parte se purga en la hora, sacando la suciedad. La cual no es intolerable de hedor, como suele en otras partes, ni infecta (inficiona) el aire, por cuanto no está de mucho tiempo represada. Para que así como en un cuerpo humano nace la dolencia de la dificultad que hay para expeler (expellir) sus excrementos, y como por el contrario sana con la fácil evacuación dellos: por lo semejante se prueba, que la principal salud de esta ciudad consiste en la limpieza y continua evacuación de las inmundicias de ella.


Capítulo XVIII. Del estanque llamado Albufera que no es malsano, antes causa muy gran provecho y recreación a los de la ciudad.

Mucho menos hay que oponer por contraria a la salud de la ciudad la vecindad del estanque, que llaman Albufera en arábigo, y significa mar pequeño. La cual está a una legua de la ciudad, y tiene tres de largo: por pretender algunos que por estar al mediodía, y retenidas en él las aguas, fácilmente se corrompen con el grande calor de la tierra, e infectan la ciudad. Lo que en ninguna manera se sigue, ni puede corromperse, a causa de ser tan grande y espacioso, y entrar en él algunas continuas acequias de agua, de la cual, y de la del cielo viene a crecer tanto, que lo abren de cuando en cuando por la parte donde está estancado y más propinquo al mar, y por allí se vacía y purga toda su hez y corrupción. De donde se sigue que entrando aquella agua en la mar al gusto de su dulzura suben infinitos peces pequeños por la corriente arriba, y se meten por el estanque adelante, los cuales creciendo, y no permitiéndoseles volver al mar, es increíble la ganancia que dan a los pescadores, y provisión a la ciudad, por ser tanta la abundancia de pesca que en él se queda. Demás de la infinita diversidad de aves acuáticas (aquatiles) que de invierno vienen de otros estanques a este, tanto que lo cubren, y están tan asidas a él, que no hay levantarlas de una parte del estanque, que no se asienten luego sobre la otra. Por donde causan tan grande recreación y regocijo a los que navegan pescando y cazando por él, que viene a ser este uno de los más regocijados recreos y deleites de cuantos hay en la Europa: así por la seguridad de la navegación, por no haber en él tormenta, como porque a causa del poco hondo, que apenas llega a un estado de hombre, no puede haber naufragio que no sea más ridículo que peligroso. Y también por la variedad y singularidad de caza y pesca juntas, de que en él se goza. Pues se ve entre los que andan con sus barquillos navegando, los unos atender a pescar: los otros a levantar las aves espesas como nubes a volar sobre ellos, y cada uno con su arco a derribarlas a bodocazos, los otros a seguir los jabalíes que a veces se ven pasar a nado, y travesar el estanque de una dessa en otra. De manera que todos juntos, y cada uno por si, gozan de las tres cosas a la par alegrísimamente, y más que por remate de la fiesta, se juntan todos en medio del estanque, aprestada la flota de cuarenta, o cincuenta barcos, y con la buena mochila que cada uno trae, hacen sus comidas tan espléndidas (esplandidas), y con su música y danzas tan regocijadas, como se harían en medio de la ciudad, según que se refiere en nuestros Comentarios de Sale, donde se hace más cumplida descripción de este estanque.


Capítulo XIX. De la gran fertilidad de su vega y de la diversidad de mieses, árboles y frutas, con la artificiosa compostura de sus huertas.

Pues habemos discurrido sobre la buena sanidad y temperamento que en el sitio, cielo, aire, y aguas, de esta ciudad hallaron los conquistadores tan cómodo para si, mostremos como mucho más por la grande fertilidad y abundancia de su campaña y vega, se determinaron a vivir en ella. Porque la hallaron tan varia y copiosa de frutos, que pudieron muy bien compararla con la tierra de Egipto. Pues a esta, como por tener el cielo siempre sereno, y el suelo fértil y hecho a producir todo género de frutos, en salir el río Nilo de madre con su limoso riego la hace abundar de toda variedad de mieses: así en esta ciudad y vega cuyo cielo casi de ordinario es sereno, no solo los comunes frutos de otras tierras, pero seiscientas maneras dellos suele producir de suyo con la buena obra de Turia su río fecundísimo. El cual no con excesiva creciente, ni con ordinario salir de madre, como el Nilo, sino con la medida y artificiosa derivación de sus aguas por acequias, que riegan los campos, y los alegran y fertilizan no hay semilla, y ni injerto, ni frutal en el mundo, que plantado y cultivado en el campo de Valencia, no tome y fructifique cumplidamente. Demás que puede tanto la industria y trabajo del labrador en bien cultivarle, que nunca lo deja estar ocioso, ni carecer de fruto: pues se halla que un mismo campo produce tres o cuatro mieses en un año. Qué diremos de su admirable cultura en injertos de árboles? Qué de su lunar observación y orden en el plantarlos? Dónde se vio de un mismo tronco salir cuatro diferentes especies de un género de fruto? Qué se dirá de la infinidad de viñas, cuyo licor en abundancia llega hasta dentro en las Indias? Pues si admirable es la variedad de sus árboles, si la fruta de ellos, rara y suavísima: también es la vista y composición de sus huertas, y el artificioso concierto de ellas incomparable: por la increíble copia que en ella hay de arrayanes, jazmines, naranjos, limones, y cidras de infinitas maneras con que los sentidos del olfato y vista tanto se apacientan y el gusto despierta.


Capítulo XX. Del asiento y descripción del Reyno, y de su grande fertilidad, y como se divide en tres regiones, y de las Prelacias y ditados que en él se contienen.

Hemos (auemos) ya dicho de la ciudad, y su campaña, queda lo que se ofrece declarar del Reyno, así de su asiento y postura, como de su gran fertilidad y cumplimientos de toda cosa. Del cual hallamos que está como en figura cuadrangular, extendido sobre la ribera del mar mediterráneo Baleárico, hacia el Oriente y mediodía, y que siguiendo la costa del mar, por el cual está el Reyno atajado, su longitud es sesenta leguas, y su latitud desigual cuando mucho es XVI leguas, y cuando menos ix. Tiene su elevación de polo en treinta y ocho grados, y según afirman los Astrólogos está sujeto al signo de Escorpión con los de Venus y Marte: como poco antes en la descripción de la ciudad se ha notado. Los Reynos que lo encierran, y cercan de mar a mar, son el de Murcia por la parte de mediodía, el de Castilla, por el poniente, el de Aragón por Septentrión, y el de Cataluña, que cierra el otro cabo del mar, entre septentrión y Oriente. Es todo él hacia lo mediterráneo muy lleno de montes, y sus llanuras son hacia la marina, que como medias lunas se extienden espaciosamente, y las llaman planas. A estas cercan los montes, cuyos cabos entre plana y plana van a dar a la mar, y se riegan por sus ríos y fuentes que pasan por medio de ellas: como es la plana de Burriana, que hoy llaman de Castellón, por ser esta la mayor y más principal villa de ella, que la riega el río Mijares: a la plana de Murviedro el río Palancia: la de Valencia el río Guadalaviar: la de Alzira el río Chucar: la de Gandía y Oliva sus propios ríos: la de Denia y Xabea sus fuentes y añoríos: y lo mismo lo de Villajoyosa y Alicante. Finalmente la de Elche y sus circunvecinas, y entre todas la de Orihuela que riega el río Segura: demás de la mediterránea y fertilísima huerta de Xatiua con sus dos ríos, y algunos otros grandes valles que van a dar en el mar como la de Bayrén (Bayré) que es de Gandía (Gádia), y la de Valdina y otras: de las cuales adelante hablaremos. Sin estas hay otra mayor que llaman de Quart, que confina con la vega de la ciudad, la cual si se regase (que bien podría) sería para mayor abundancia de pan y ceuadas que todas las otras juntas: las cuales por ser marítimas y de regadío, son de las más fértiles y frutíferas del mundo. Porque su fertilidad no solo consiste en la abundancia, pero en la mucha variedad y diversidad de frutos, y sobre todo en la excelencia de cada uno de ellos. Fuera de estas llanuras marítimas, todo lo demás del Reyno son montes y valles en muchas partes ásperos y fragosos, pero tan llenos de grandes y pequeñas fuentes, que por ellas son los valles muy fértiles y abundosos de todo género de mieses y frutales, aunque no tanto como lo marítimo, por no gozar, así bien del aire y comercio de la mar, como del suelo tan húmedo. Con todo eso son los montes muy fértiles para panes y pastos de ganados, junto con la templanza del invierno, pues por esto, y nunca faltar el pasto, son la estremadura de Aragón para ganados. De donde viene a ser este el más habitado y poblado reyno de España, pues vemos en él fundadas cinco ciudades, y sesenta villas, y al pie de mil lugares, y que contiene dentro de si un Arzobispado, de Valencia y dos Obispados, Segorbe y Orihuela, con la mitad del de Tortosa: con catorce ditados y estados de señores, que son tres Ducados, Segorbe, Gandía y Villahermosa: cinco Condados, Cocentayna, Oliua, Almenara, Albayda, y Elda: cinco Marquesados, Denia, Elge, Lombay, Guadalest, y Nauarres: y un Vizcondado, Chelua, todos ricamente dotados. Demás de las dos supremas dignidades de Almirante de Aragón y de Maestre de Montesa con sus encomiendas, y en fin se hallan en él hasta ochenta mil casas de Cristianos viejos, y veinte y dos mil de Moriscos: estos por la mayor parte están esparcidos por los montes y valles del Reyno, a causa de que al tiempo de la conquista como fuesen echados de las ciudades y villas muchos de ellos se fueron a habitar por los montes ásperos, y valles solitarios, y doquiera que hallaban fuentes, o ríos allí hacían sus chozas y asiento: y los señores en cuyo término, o territorio paraban, ayudándoles a poblar y hacer casas, se los avasallaban, y así quedaron muchos valles y hoyas, que dicen, pobladas de ellos por todo el Reyno. Los cuales dándose a la agricultura, carbonería, y esparto, con otras granjerías del monte, llegaron a proveer la ciudad, como hoy en día, de muchas cosas, y a enriquecer sus señores. Porque de viles y miserables que son trabajan, y no comen, ni visten, por vender y hacer dinero. Puesto que los que quedaron en las llanuras, con las granjerías más ricas del azúcar y otras cosas, pasan la vida con más policía que los montañeses. Está pues el Reyno dividido en tres regiones (como brevemente ya antes se ha señalado) la primera que toma desde la raya de Cataluña hasta el río Mijares, que dijeron de los Ilergaones, y la habitan los Morellanos, y los que llaman del maestrado de Montesa, es tierra por la mayor parte montañosa y áspera, pero muy abundante de seda, de aceite, y de mucho y muy excelente vino, de pan no tanto, pero con los buenos pastos para ganados, y el lanificio, con la oportunidad del mar y pescados, tienen los moradores buen pasamiento en ella. La segunda región que toma desde el río Mijares hasta el río Xucar, es la Edetania marítima, y contiene en si las planas de Castellón, de Murviedro, y de la ciudad, hasta la plana de Sueca (çueca) y Cullera, con todo lo que hacia Aragón y Castilla comprende el Ducado y ciudad de Segorbe con su Obispado, con las villas de Xerica y Chelua, que todo es parte de la Edetania. La cual es tierra fértil, y aunque fragosa, pero con la oportunidad de los ríos y regadío, son los valles de ella muy fructíferos, y de los bien cultivados del Reyno: y que en todo género de mieses tienen su medianía. La tercera región que es la Contestania se extiende desde Xucar hasta Biar y Orihuela, frontera del Reyno de Murcia, contiene en si las tres ciudades, Xatiua cabeza desta región, Alicante, y Orihuela, con muchas villas grandes, y muy poblados lugares, los cuales pasada Xatiua, todos son montañas, tan abundantes de mucho y muy buen trigo, vino, aceite, sedas, ganados mayores y menores, de lanas y obra de peraylia, y de la yerba sosa borda, o barilla tan necesaria para hacer el vidro, y hay campos de ella: que en fin se tiene por la más rica y provechosa partida del Reyno.


Capítulo XXI. De los grandes provechos y comodidades que la ciudad y Reyno tienen por la vecindad del mar, y de lo que se opone a esto y se responde.

Por la gran distancia y longitud que el Reyno tiene desde la raya de Cataluña hasta la del Reyno de Murcia siguiendo la costa del mar se ve que mucha más vecindad tiene con la mar que con cualquier de los otros cuatro Reynos que le cercan por tierra, y que así por esto, como por ser mayores las ocasiones y provechos que de aquí se ofrecen al Reyno, se enriquece más por la mar, que por el comercio de la tierra. Y no solo por la riquísima ganancia de la pesca, pues demás de serle continua, y que arma sus almadrabas para pescar los atunes y otros pescados de paso: y también se vale mucho del ganancioso uso de la navegación, mediante el cual, las provisiones y mercadurías de otras partes le entran con gran abundancia, y las del Reyno se sacan con mucha ganancia. Puesto que contra esto oponen algunos, que le vale poco el mar a la ciudad, pues no solo carece de puerto, pero tiene (como en el precedente libro dijimos) la más peligrosa playa del mundo: y porque no goza como otras ciudades, que están a la lengua del agua, de la continua vista y alegre contemplación del mar, del cual está media legua apartada, y así se privan los ciudadanos del regocijo y contentamiento que da el ver aportar naves y galeras, y desembarcar nuevas gentes, y mercadurías de todas partes, y del continuo refresco y viento de mar, con otros muchos provechos y comodidades que trae el vivir junto a él. Mas todo esto, a la verdad bien mirado, no es de tanta consideración: que por eso pierdan su lustre y valor las ciudades mediterráneas, y que no valgan otras, ni sean tenidas por marítimas las que ven y descubren el mar, aunque de lejos, sino las que se dejan lavar y combatir de sus olas: siendo así que la distancia con retención de la vista del mar, sucede en mayor reposo y tranquilidad y aun utilidad de las tales ciudades. Porque si bien lo consideramos, que provecho ni utilidad se saca del continuo mirar el mar, y contemplar el inquieto movimiento de sus inconstantes olas, que jamás están quedas, sino que, conforme a su movimiento, o hacen vacilar los ojos, y al ánimo que los sigue, o no dejan considerar con atención las cosas: antes parece que embotan el ingenio, y que los hombres de tanto mirarlas dan en tontos: por lo que vemos que ningún género de gentes son de menos discurso, ni más rudos que los pescadores, que nunca parten los ojos del agua. Por esta y otras razones, el gran historiador T. Livio, describiendo el asiento de la ciudad de Roma, pone por muy grande utilidad la distancia que de ella a la mar hay de doce millas: y ni porque su puerto de Ostia es pequeño, y no frecuentado de grandes naves, ni porque su playa Romana sea muy peligrosa de navegar, disminuye en nada las alabanzas de Roma. Porque no hay duda, sino que la ciudad marítima que carece de puerto, está menos sujeta a la repentina venida de armadas de enemigos. Por donde como no es notable falta de la ciudad carecer de puerto, así es mucho más útil que en el Reyno haya pocos puertos, y aquellos bien fortificados, pues para lo que toca a la guardia de los corsarios Moros de África, que solían muy de ordinario robar toda la costa del con sus repentinos asaltos, y gente infinita que cautivaban, se ha hallado en nuestros tiempos, por la felice memoria de Carlos V Emperador y gran Rey de España, y con la industria de Don Bernardino de Cardenes Duque de Maqueda Visorey que entonces era de Valencia, el más sano remedio que hallarse podía: como si de nuevo cercaran toda la costa de muy alto y fortísimo muro. Esto se hizo levantando por todas las sesenta leguas que hay de un cabo de la costa al otro, hasta veinte y cinco torres muy altas y bien fortificadas, comprendidas las que ya los pueblos grandes marítimos tenían hechas, las cuales a dos leguas de distancia se van de una en otra descubriendo, con dos hombres de guarda y uno de a caballo que están en cada una dellas: para que cada prima noche con fuegos se hagan del un cabo al otro señales de paz, o de enemigos que andan por la mar, señalando el número de los bajeles, o fustas descubiertas, para que en espacio de un hora quede avisada toda la costa, y estén los lugares marítimos y las compañías de caballos ligeros que hay de guarda en orden, así acaece que en ver los corsarios que son descubiertos, o se van, o si se echan en tierra, luego saltan las guardas de caballo a dar aviso a los pueblos, los cuales salen y cogen los moros con la presa hecha. Este remedio ha succedido tan prósperamente, que de muchas personas que solían los corsarios cautivar cada año, y con el rescate dellos destruir el Reyno, pasan diez años que apenas pueden hacer un asalto sin gran riesgo suyo: porque mayor alarma no se les puede dar, que descubrir los de las torres. Finalmente tiene el reyno repartidas por territorios y pueblos sus particulares abundancias, y fertilidades de frutos, con los cuales no solo sustenta a si, y a la ciudad, y Reynos comarcanos: pero aun a los de allende el mar provee. Pues hallamos en el mismo Reyno tierras que abundan de panes, y pastos para ganados: otras de vinos y algarrobas, otras de aceite y miel: otras de azúcar y arroz: otras de cabrío, carbón, y leña: de esparto las más: de seda, y su gran trato todas sin sacar ninguna.


Capítulo XXII. De la objeción (
obiection) y nota que algunos ponen al Reyno por la falta de pan y carnes, a lo cual se responde y satisface.

Queda satisfacer a los que a boca llena burlan de quien alaba este reyno por abundoso en todas cosas, padeciendo tan grande falta de pan y carnes, que sea necesario en cada un año hacer provisión de ello, y traerle de reynos extraños: mostrando que ni para si, ni para la ciudad tiene de estas dos tan importantes vituallas, lo que ha menester para su mantenimiento. Pero yerran no poco los que livianamente juzgan de las cosas, sin mejor considerarlas: siendo así que está en mano del Reyno mostrar como puede abundar de todo, si bien, lo que hace por su parte, se escuchare. Porque entre otras cosas, si la mucha variedad y copia de árboles como frutales y morales: si el increíble viñedo, y las mieses de azúcar y arroz, con otros delicados frutos que ocupan sus campos y heredades, se convirtiesen en sementeros de pan y pastos de ganados: si la innumerable gente que por el Reyno hay, señaladamente en la ciudad, que le sobra para poblar tres otras como ella, fuese menos: si tantos extranjeros como a ella vienen con su grande trato no la encareciesen: no hay duda, sino que los atroxes y carnecerias de ella abundarían todo el año de su propio pan y carnes para los naturales. Pero si fue miserable cosa ver al Rey Midas, con sobrarle mucho oro perecer de hambre (según la fábula) no sería de mayor cortedad y miseria del Reyno de Valencia (teniendo en esto de do valerse) ocuparlo con sola la crianza de pan y carnes, y con esto privarle de la varia, rara, y admirable producción de tantos otros, y tan excelentes frutos? Porque dado que la falta de pan es el nudo (ñudo) que más ata y enreda la Repub. es tanta y tan solícita la diligencia, que los padres y Regidores de ella suelen poner en el proveerse del a su tiempo, y prevenir a esta necesidad: que en los mayores y más estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha sido por toda España, Valencia por su prevención ha tenido hartura. Demás que de sus vecinos y comarcanos Reynos de Castilla, que son abundantísimos de pan, y no pueden pasar sin valerse para muchas cosas de Valencia, es tan ordinaria y cotidiana la provisión y acarreo del, que se puede la destos comarcanos reputar por propia y doméstica mies del Reyno: y como sementera que no ha de faltar, contarla entre las harturas de Valencia. Lo mismo se puede decir de las carnes, ser tan abundante la crianza dellas en sus vecinos Reynos de Aragón y de Castilla, que por sobrarles, es necesario, siendo tan cierta la expedición y ganancia, traerlas a la carnicería de Valencia. De donde se echa de ver la sobrada razón que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por habitar esta, y lo mucho que por sus descendientes hicieron en heredarlos en tan abastada ciudad y Reyno, donde gozasen de tan saludable aire, de tan deleitoso cielo y fértil suelo.


Capítulo XXIII. De la comparación que de Cataluña y Aragón se hace con Valencia.

Los mismos que hasta aquí daban contra la ciudad, no pudiendo en ella hacer mella, las quieren haber contra sus naturales y ciudadanos, notándolos de inútiles y livianos, por cuanto de verse que gozan de tierra tan fértil, abundante, y regalada, tienen tanta cuenta con lo presente, y en holgarse, que por eso ni les fatiga la memoria de las cosas pasadas, ni el cuidado de lo por venir les apremia, ni se aprovechan de la constancia y templanza de sus Reynos comarcanos de Aragón y Cataluña, para tener más cuenta con la honra y hacienda, que no con el buen tiempo y holganza cual los desta ciudad tienen. Y así dan mucho que maravillar de si, porque siendo estos dos Reynos tan conjuntos y circunvecinos a Valencia, son en el vivir, y en el pretender, los unos de los otros diferentísimos. A lo cual se responde, que la diferencia que entre si tienen los tres Reynos es natural e innata a cada uno de ellos, o por alguna influencia y constelación del cielo, o por el asiento y propio agro de la tierra, o que por la competencia y guerras que antiguamente hubo entre ellos, se diferenciaron en el modo de vivir y costumbres. Y así parece que la diferencia de entre ellos nació de los tres tiempos, pasado, presente y por venir. Pues se ve que los del Reyno de Aragón, porque siempre se glorian de los hechos de sus antepasados, y a respecto de ellos desprecian los presentes, ni tienen tanto cuidado de lo por venir, sino que con gran constancia y valor defienden sus fueros y antiguas leyes, como testigos de su antiguo valor y libertades: es de ellos el tiempo pasado. A los Catalanes, o por la esterilidad de la tierra que en muchas partes es mal cultivada y delgada, o porque naturalmente son hechos a la templanza y provecho, y de lo por venir tan solícitos que apenas gozan de lo presente: les cupo el tiempo venidero. Mas los Valencianos, a quien por la fertilidad y abundancia de la tierra, les es casi presente toda cosa, y que más cuenta hacen de su propia virtud y hazañas, que de las de sus antepasados: ni tampoco temen les ha de faltar la gracia de Dios en lo por venir, y por eso gozan de lo presente, es este su propio tiempo. De donde les viene muchas veces el ser largos y también pródigos. Como se ve, que para los pobres de Cristo, y para el mantenimiento de su religión y religiosos, mayormente para la amplificación de sus Templos y culto divino, son manifiestamente liberales. Porque lo dan de buena gana y se alegran del bien que hacen. De aquí viene que los mismos tres Reynos, en la misma forma que los tres tiempos, también se reparten entre si los tres bienes, de que viven, y suelen honrarse y gozar los hombres: que son el honesto, el útil, y el deleitable, pues así como por las mismas causas y razones que arriba acomodamos los tiempos a los Reynos, lo honesto recae en Aragoneses, y lo útil en Catalanes: así en los Valencianos, que saben usar de todo, cabe lo deleitable, y se compadece (como dice Salomón) junto con el buen vivir, el alegrarse.


Capítulo XXIV. De los ingenios Valencianos y como por la comparación del azogue se descubre la grande excelencia y fineza dellos.

Concluyen su porfiada querella contra los Valencianos los que en los dos precedentes capítulos vanamente dieron contra la ciudad, y arguyendo de livianos a sus ciudadanos, disparan su mal concertada machina contra los delicados y raros ingenios dellos: de los cuales, aunque confiesan que son singulares, y de muy excelente discurso, como por otra parte sean inquietos, y demasiado agudos, dicen que despuntan en variables, y que de ahí vienen a ser los sujetos inconstantes, y poco firmes en sus dichos y hechos. Lo que si cae en hombres de gobierno, les parece que puede resultar en gran daño de la Repub. siendo la fundamental virtud de ella la constancia. Declaran más su intención, para probar la poca firmeza, y menos tomo de estos ingenios, con la comparación y semejanza que de ellos hacen con el azogue, o argento vivo, que los Philosophos naturales llaman Mercurio, a causa que con su inconstancia e inquietud burla a los que le tratan, mayormente si entienden en detenerlo, o como dicen, aquedarlo. Y esto, por lo que de él juzgan los Alchimistas, que no solo es muy necesario para juntar y colligar los otros metales entre si: pero aun afirman, que de si es pura y fina plata, y que pasaría por tal, si no se huyese, o si aquedase: según que muchos dellos han trabajado infinito por aquedarlo, pero no a todos ha succedido bien su trabajo. Viniendo pues a cuadrar la comparación, parece cierto que con ella más presto se alaba por todas vías, y que por ninguna se vitupera la calidad destos ingenios. Por cuanto se muestra claramente por ella, como a manera del azogue ha de ser el buen ingenio humano, veloz, pronto, y fácil: porque con esto es más apto, y se dobla más para aprender y collegir todas las ciencias y artes, y para mejor discurrir por todas ellas. Pues así como al azogue les es propia la mudanza, e inquietud, y ni por eso pierde su propia naturaleza de plata fina: por lo semejante, como haya sido tenido siempre en menos el ingenio tardo y perezoso, que el acelerado y pronto: le tienen tal los Valencianos, que se aventaja al de todos. Porque debajo de aquella celeridad se muestra, que los tales ingenios andan, discurren, y traspasan el inmenso e infinito piélago de la raciocinació, y discurso humano: y que no hay alteza, ni profundidad, ni latitud de polo a polo, que no la penetren y transciendan. Mas aunque se así (como lo vemos) que los tales ingenios dan en precipitadas, y peligrosas deliberaciones, y que hacen varios e inconstantes sus dichos y hechos a los deliberantes: todavía, como los Alchimistas, en poco, o en mucho, han hallado el modo y arte para que no se vaya el azogue, mas que se pueda gozar por plata fina: así no ha faltado a los Valencianos su arte y manera para moderar y asentar su movilidad y demasiada agudeza de ingenios. Porque han hallado una y muchas formas y vías por do guiarlos, de manera que den en honestas, iguales, y constantes deliberaciones, a las cuales, por los medios de la buena institución, mostraremos como los ciudadanos desde su tierna edad van muy bien encaminados.


Capítulo XXV. De los medios y remedios que Valencia tiene para reducir los ingenios de sus naturales a constantes, discurriendo por todos los estados.

Ordinaria cosa es en las ciudades siempre que se ven algunos mozuelos hacer insolencias y malas crianzas, dar la culpa a sus madres, porque de haberlos criado regaladamente y no castigado quedaron tales. Pero no hay porque en todo condenarlas, si consideramos cuan mezclado anda con lo irracional el amor natural de las madres para con sus hijos: y aun mucho más las excusaremos, si mostraremos como en la crianza dellos, aunque son ellas las que ministran, el sobrestante de esta obra y la que en ella manda, es naturaleza: por lo que para su intención y fin cumple, que este humano y corporal edificio se levante muy firme y recio, y como los cimientos no suelen ser labrados, ni pulidos, sino de piedra dura, y de argamasa fuerte: así a las madres se les permite en la crianza de sus hijuelos tiernos, ser muy piadosas con ellos, y hacerles grandes regalos, antes que rigurosamente castigarlos, ni darles golpes. Pues demás que por entonces el niño tierno, no es capaz de disciplina, ni se acuerda, que por que lloró le dieron: también dándoles, se espantan, y se perturba en alguna manera lo que naturaleza obra en los tales, que solo está intenta en adormecerlos, y proveerles de regalados alimentos, y en hacer buenas paredes de carne, y firmes cimientos de huesos, a fin de que por la ternura del edificio, no entre en él mazo, ni escoplo de disciplina, antes de los cinco años: sino que suave y rudamente pase adelante, solo que crezca y embarnezca el sujeto, para que el alma su moradora, pueda labrarle con las disciplinas a su modo, y con más seguridad pulirle dentro y defuera. De donde se ve en Valencia, que los ingenios que con la buena leche y regalos crecen, vienen comúnmente a ser más delicados y sutiles, y con esto tanto más vivos y dóciles para ser instruidos en todo género de artes y disciplinas, y mucho más en la Cristiana: porque esta con la leche comienzan a percibirla. Con este primer fundamento de crianza, los unos se dan a las siete artes liberales, los otros a las siete mil mecánicas, y como para estas tenga la ciudad tantos y tan excelentes maestros, y delicados oficiales, que las enseñan, y aprovechan a cada uno en su arte: por esta vía se halla que los ingenios destos, que por ventura no hallándose con alguna arte, de vivos se perdieran, se sosieguen y perseveren en lo bueno. Lo mismo se procura y provee, aunque por más excelentes medios, para los que siguen las liberales, pues para todo género de ciencias, tiene la ciudad dentro de si fundada una de las más insignes y famosas Universidades de España, la cual como en lenguas, y las demás artes (fuera de Cánones y leyes) iguala con todas, así en la sana exposición de la santa escriptura no debe nada a las demás: ayudándose de la frecuencia y concurso de diversos Collegios, y conventos de todas órdenes y religiones, que con igual lección y doctrina sólida magnifican la facultad Theologica. Los cuales con su predicación, y ejemplar vida, a gloria de Dios fructifican y cultivan estos liberales ingenios de los ciudadanos de manera, que vienen a asentarse y apoyarse en lo bueno, y de volátiles como el azogue, con tan buenos medios y remedios paran en constantes como plata fina. Señaladamente los ciudadanos del regimiento a quien toca el gobierno de la República: cuyos ingenios cultivados con la buena institución, y mediano ejercicio de letras, junto con el buen ejemplo de sus padres conscriptos que la rigieron, vienen a ser muy asentados, y a ponerse con debido celo y deseo de acertar en el regimiento de ella. Los cuales no porque no hayan visto, ni tratado en otras Repub. se han de tener por faltos de experiencia: pues solo el haber nacido y vivido en esta ciudad, y haber leído los estatutos y ordinaciones de ella, junto con tener ojo a los ejemplares pasados cerca de su gobierno, les basta para quedar muy curtidos y experimentados en toda cosa de su oficio público. Demás que no han de ser tenidos por varios, y mudables de ingenios, por ser así, que muchas veces son varios y mudables en los pareceres, y recios en el contradecirse unos a otros: que lo permite esto el Ángel bueno de la Repub. para que más se avive el buen zelo de cada uno en mayor beneficio de ella: asin que como en el parto del hijo suelen preceder mayores dolores: así de mayores oposiciones y contradicciones nazcan más perfectas de liberaciones y decretos. Pues ni esto les viene por falta de celo, ni por ser rústicos y pertinaces, sino por ser de blandos y bien acomodados ingenios, para variar a la postre, si menester fuere, y como sabios mudar de parecer, siempre de bueno en mejor. Porque tales ingenios, aunque fáciles y agudos, como sean blandos y suaves, son más aptos para el buen gobierno, que no los tardos y tercos, que de muy casados con su parecer vienen a concebir y parir efectos monstruosos. Y así se ve, que el gobierno de esta ciudad es de los más admirables y bien trazados del mundo. Pues ni podría ser en ella el vivir tan suave, ni el pasamiento tan alegre y de contento, sino se gozase de toda la abundancia que humanamente se desea: la cual totalmente nace, y es manifiesto fruto del buen gobierno y administración de ella. Todo lo cual se debe a este buen Rey que dio el principio y medios para que en esta ciudad siempre fuese bien gobernada. Como aquel que participando de la constancia Aragonesa, y de la templanza Catalana, se perfeccionó con la afabilidad y liberalidad Valenciana, y alcanzó título y renombre de constantísimo, prudentísimo, y liberalísimo.

Fin del libro duodécimo.