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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro quinto

LIBRO QVINTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGON, PRIMERO DESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. De lo mucho que el Rey se afligía por no haber salido antes a hacer guerra a los Moros, y del honesto descargo que para esto le daban los suyos.

Año era de nuestra redención MCCXXVIII cuando el Rey, habiendo ya cumplido los xx de su edad, y hallándose muy dispuesto para ejercitar las armas, y que por eso tanto más deseaba extender con ellas su nombre y fama por el mundo, andaba muy afligido y descontento, por no haber aun salido de sus reynos, ni hecho cosa alguna insigne en los extraños. Señaladamente por no haber perseguido antes a los Moros vecinos a sus reynos, ni a imitación de sus antepasados, tomado les por fuerza de armas algunas villas y castillos para introducir la fé y nombre de Cristo en ellos: por haber sido este su principal fin y designo, desde que comenzó y reynar, y de cuando fundó la religión y orden de nuestra Señora de la Merced para la redención de cautivos Cristianos. La cual le había ofrecido como primicia de la general redención que había de hacer dellos, conquistando los reynos de los Moros. Pues como desta tardanza tuviese el Rey alguna manera de empacho, y mostrase dello descontento, no faltaron algunos antiguos criados suyos que le habían seguido en todas las jornadas que hizo desde que comenzó a reynar (según algunos escritores lo significan) que se atrevieron con buenas razones a distraerle de aquella su persuasión (
psuasió) y prepostero sentimiento. Para esto se valieron de las que le causaban empacho, para más abonarle el entretenimiento pasado: con fin de darle mayor ánimo para llevar adelante su tan heroico intento. Porque le mostraron claramente, como el haber salido antes de sus reynos para tan importantes empresas de guerra, fuera tan errado negocio, cuanto el entretenerse había sido del todo acertado, y muy en su lugar y tiempo hecho. Pues antes, ni la edad, ni el consejo, ni la autoridad y experiencia, que tan necesarias son para llevar guerras en tierras extrañas, le acompañaban: ni la necesidad que tuvo de dejar primero sus reynos apaciguados le permitían la salida. Sino que le fue mucho mejor, con sus pequeños y bien regidos ejércitos, pasar los primeros ejercicios de la milicia dentro de sus tierras, antes que con muy grueso campo andar desvelado por las ajenas: según que la experiencia lo trae, y la razón después de bien considerado todo, lo aprueba. Porque de comenzar poco a poco, y con pocos, a ejercitarse en la guerra: de ir en persona por general de una hueste mediana: de ver depender de si todo el gobierno de ella: claro está que a este le será forzado y también posible llevar el cuidado de todos, y que pues los conoce, y va por lugares conocidos, ya no por sus tenientes (como en los ejércitos grandes) sino por si mismo podrá fácilmente no solo regirlos, pero en los principales ejercicios de guerra hallarse presente ante todos. Como es para ser en el concertar los escuadrones, y en el trabar de las escaramuzas el primero: para según la ocasión y tiempo, así presentar, o no, batalla a los enemigos: para darles muchas veces alarma, y no por esto luego acometerles: para ponerse en celada, o descubrir y falsear la de los otros. Finalmente para tener siempre los ojos con la sospecha abiertos, y prevenir antes que ser prevenido: con los demás ejercicios y advertimientos militares, que por haber pasado su persona Real tan en particular por ellos, habían sido ocasión y medio para pasarle de soldado a gran capitán, como lo era. De manera que por haber empleado sus primeros ejercicios de armas dentro sus reynos, como quien echa mayores raíces para dentro, había sido como creciente de río represada, que al fin sale con mayor ímpetu de madre: o como en las baterías de las ciudades que solían dar contra el muro con las machinas arietarias, o bayuenes: las cuales cuanto más se retiraban , y con debido espacio se entretenía, tanto mayor era la arremetida, y más terribles encuentros hacían. Verificaban esto los mismos, con heroicos ejemplos de los más célebres capitanes Romanos, señaladamente del gran Scipion Africano. El cual se entretuvo por algún tiempo en Sicilia, en la ciudad y puerto de Saragosa, para fabricar y trazar consigo mismo la presa de la ciudad de Carthago. Porque cuanto más sin ruido daba orden en el aparejo de sus machinas e instrumentos bellicos para la empresa, y con pocos soldados trazaba el pelear contra muchos, tanto mejor salió de repente afuera, y con mayor gloria alcanzó la presa y conquista de ella. Lo cual refiriendo Valerio Maximo con muy grande admiración, concluye su dicho sabiamente con esto, Que los ilustres y extremados ingenios, cuanto más se recogen, tanto con más glorioso ímpetu sacan a luz sus cosas. Por donde concluyeron su razón para más animar al Rey a poner en ejecución sus generosos propósitos, con decir, que todo lo que la ciudad de Saragosa en Sicilia en cosas de mar y tierra pudo aprovechar y valer al Africano para la conquista de la ciudad de Carthago: en todo aquello podía valer y servir al Rey para que cualquier conquista que allende el mar quisiese emprender contra moros, la ínclita y antigua ciudad de Tarragona, nobilísima colonia de Romanos, y muy celebrada por las historias dellos, donde a la sazón el Rey se hallaba. De cuyo asiento y comodidades grandes de mar y tierra para paz y guerra hablaremos en el capítulo siguiente.

Capítulo II. Del asiento, antigüedad y excelencias de la ciudad de Tarragona.

La ciudad de Tarragona, que fue antiguamente cabeza de la provincia Tarraconense, y de la España citerior, está fundada sobre un cabo de monte que da sobre la mar al oriente, cuya población antigua fue tan grande, que según fama, se extendía el monte abajo por lo llano con mucho número de casas, hacia el puerto de Salou, el cual mira al lebeche, y se le descubre entre levante y medio día. Puesto que la ciudad, a respeto de su antigua grandeza y
vezinos, agora es muy pequeña. Y porque entendamos la causa dello, brevemente recorreremos lo que por los Annales y historias de la corona de Aragón se halla escrito de ella. Como desde la primitiva iglesia, cuando esta ciudad por los méritos e intercesión de su gloriosa patrona santa Tecla mártir, recibió la fé y religión Christiana, hasta por todo el tiempo de los Godos, no solo mantuvo mucha parte de su población y grandeza:
pero también en lo espiritual, fue cabeza de muchas yglesias Cathedrales. Porque con la asistencia de su Prelado, y
suffraganeos, que sin los de Cataluña, lo eran también los Obispos de Aragón, Valencia, y Navarra, se celebraron en ella muchos concilios provinciales, con decretos santísimos que en ellos se publicaron: y que por la grande devoción que había de la misma santa fue su iglesia, que es la mayor de la ciudad, muy venerada y amplificada de muchos predios y dones, por los mismos Reyes Godos y otros devotos, a ella concedidos. Hasta que sobrevino la general entrada y destrucción (destruycion) que hicieron los Moros en España. Los cuales tomaron a esta ciudad y la arruinaron y destruyeron de manera, que por algún tiempo quedó yerma. Lo que fue ocasión para que el trato grande de mar que en ella había comenzase a pasar a Barcelona. Teniendo pues aviso desto el Papa Vrbano segundo (como lo refiere en sus Annales Geronymo çurita) y considerando lo mucho que esta ciudad en tiempo antiguo había florecido, y sido potentísima en lo temporal: las muchas calidades y comodidades que tenía para poder volver a sustentar el estado antiguo,que también tuvo en lo espiritual: luego que entendió que los Condes de Barcelona habían echado los Moros de ella y de todo el campo, restituyó en ella la silla Pontifical Metropolitana, que antes tenía, dándole pastor y Prelado, y por sus suffraganeas las siete iglesias Cathedrales de Cataluña, con las demás, que como hemos dicho, ya se teñía antes. De ahí quedó hecha cabeza de la que agora
llaman provincia en Cataluña. Siguiose poco después que el Conde don Ramón Berenguer abuelo del Rey don Alonso el segundo, viendo la ciudad tan mal parada y despoblada, y que no la podía restaurar como debía, la dio con todo lo temporal a la iglesia de santa Tecla y al Arzobispo S. Oldegario que entonces era, y a sus sucesores: con fin que la reparasen, y defendiesen de los Moros, y que se mantuviese con la autoridad y devoción que a su patrona santa se debía. Lo cual efectuado, como luego se hallase el Arzobispo empachado con el cargo y regimiento secular la dio en feudo a un Barón principal de la tierra llamado Roberto de Aguilon. Este de ahí a pocos años no la quiso tener, sino que la restituyó a la iglesia, y al Arzobispo llamado don Bernaldo. El cual finalmente volvió el señorío antiguo, y gobierno temporal de ella, con ciertas reservaciones de rentas y derechos, al Conde Berenguer, de esto reclamó Guillen Aguilon hijo de Roberto, pretendiendo ser suya la ciudad en el estado que su padre la tuvo. Sobre ello pleiteó con el Arzobispo que sucedió llamado Vgo de Ceruellon, y hubo entre los dos tantos debates, y altercaciones terribles
que el demonio fue parte para que el el Aguilon matase al Arzobispo don Vgo, por defender los derechos de su iglesia. Y acaeció que en el mismo año Thomas Becket (Thomas Becheto) Arzobispo de Canterbury (Cóturbé) en Inglaterra fue martirizado también por defender los derechos e inmunidades de su iglesia. Pues como el conde don Berenguer procediese contra Guillé el matador, privole de todo el derecho que pretendía, y echole para siempre de la tierra. Por donde hubo nuevo concierto entre los Arzobispos y Condes, de cierto mixto Imperio y gobierno de la ciudad, y por este han pasado todos los Reyes sucesores hasta hoy en día: el cual dejaremos de especificar, por ser ajeno de nuestro propósito e historia. Pues ni aun lo de arriba se ha dicho a otro fin, que por mostrar, no fue falta de la tierra, sino sobra de grandes ruinas y persecuciones que pasaron por esta ciudad, el haber vuelto a tan pequeña población, a respeto de su antigua grandeza. La cual aunque la vemos en el monte recogida, allí está muy fuerte y bien edificada, con su iglesia mayor, tan suntuosa y bien labrada, como haya otra en la corona, y tan adornada de Prelado, dignidades, cabildo y clero: que por eso, y ser su ciudad tan antigua cabeza de la mayor provincia de España, puede tenerse por la más principal de toda ella. Demás que por tener tantas iglesias suffraganeas, y haber con ellas celebrado muchos concilios, como dicho habemos, con harto buen título ha pretendido siempre el Primado de las Españas, También por la liberalidad que con la ciudad usan sus Prelados, la vemos en nuestros tiempos notablemente mejorada, a causa de la universidad para todas sciencias, que de nuevo han fundado en ella. Pues con el edificio de las escuelas, colegios, y hospitales que se levantan junto al muro, por lo menos se halla un tercio más acrecentada. Mas si volvemos a lo que ella por si misma vale y puede, vemos que con la oportunidad del mar abunda de toda cosa. Así por la gran copia que tiene de mucho y muy delicado pescado, como por el gran concurso de naves en su puerto para ser proveída de toda mercaduría. Porque en lo que toca a las demás provisiones y auituallamientos, no le falta cosa de la vida. Mayormente por tener a la parte del septentrión muy fértiles dehesas para el pasto, y crianza de todo género de ganados, con mucha diversidad de caza y montería. Y sobre todo por la extraña abundancia que de su gran campo, que llaman de Tarragona, se le acarrea. El cual a vista de ella se extiende hacia el poniente sobre una espaciosa y deleitosa llanura, cercada de altos montes, y solo hacia el mar abierta, por donde le entran los embates de él con mucha frescura. Es este campo de si tan fértil, y con la muchedumbre de fuentes y acequias para su regadío, tan aparejado y hecho a producir todo género de mieses, y variedad de frutos, que de su tamaño no hay cosa mejor en la Europa, y que por eso ha llegado a ser de lo muy poblado de ella: por las muchas y muy grandes villas y lugares que en él se hallan, como colonias fundadas por los Arzobispos, cuyo es el mando y señorío del Campo. Y así como pueblos salidos de las entrañas de la ciudad, la obedecen y proveen de todo lo necesario. De suerte que se conoce, como a causa de tan buenas comodidades y auituallamientos que esta ciudad alcanza por su campo y puerto, tuvieron antiguamente los Romanos, sus procónsules y ejércitos alojados en ella, como cabeza y fortaleza puesta para la defensa y gobierno de su provincia antigua, que comprendía la mayor parte de España, para de allí hazer rostro a los Carthaginenses, sin dejarles entrar, ni poner el pie en ella. Por esto la fortificaron muy bien, entre otros, los dos Scipiones que mucho tiempo residieron en ella, y no solo la dotaron de los privilegios y prerrogativas de las ciudades de Italia, pero la ennoblecieron grandemente, con muy ilustres e insignes edificios de Theatros, tropheos, sepulchros, y templos, con otras muy magníficas y suntuosísimas obras, de las cuales quedan admirables vestigios y señales. Mayor nombre de los que se descubren hoy en día cavando debajo tierra, que son tan grandes, tan profundos, y conformes a los edificios antiguos que por ellos se muestra realmente como está una ciudad sobre otra, y que por las ruinas de ella ha venido a ser
manifiesto que por ventura era llano. Puesto que la obra costosísima de los conductos que hicieron para traer el agua de muy lejos y que hoy vendría (vernia) cauallera a la ciudad, señala, que parte, o lo mejor de ella, o su alcázar, estuvo edificado en alto. Como se ve por los arcos que pasan y atraviesan de monte a monte, y aunque están rotos en algunas partes, no por eso se tiene por difícil del todo ni demasiado costosa la restauración y reparo dellos. Y es cierto que restituyéndose el agua a la ciudad, mejoraría notablemente, y la población se acrecentaría. Ni hay porqué dejar de hacer memoria de otra maravillosísima obra que los mismos edificaron, y fue al muelle, o puerto fabricado, que al pie del monte hicieron en la mar, para encerrar en él las galeras y otros bajeles pequeños, que en Salou no se tenían por seguros. El cual estaba hecho a semejanza de otro de Roma, con el mismo artificio, junto a Ostia a las bocas de Tiber, delante un pueblo que por razón del puerto, se llama Portu, y de no haberse frecuentado el uno ni el otro, están los dos casi ciegos, pero no imposibilitados para ser restituidos en su primer estado. Concluyamos pues, que por las mismas causas y fines porque los Romanos se aprovecharon del asiento y campaña, del mar y puerto de esta ciudad, con las demás comodidades dichas: por las mismas también los Reyes de Aragón y Cataluña se valieron desta, para fabricar y poner en orden sus armadas, y hacer sus salidas y empresas por mar. Por las cuales llegaron los Cathalanes a ser tan señores, y temidos por la mar, que yendo en corso contra infieles, siempre volvían muy prosperados y ricos. Mas porque la armada que en esta ciudad y puerto se aderezó (adreço) para la empresa de Mallorca por orden y mandado del Rey, fue de las más principales que Catalanes hicieron, será bien que descubramos la ocasión y motivos, que al Rey se ofrecieron dentro la ciudad, para emprender esta conquista, con el favor y ayuda que tuvo de Cataluña para también acabarla.


Capítulo III. De la nueva ocasión que al Rey se ofreció para la empresa de Mallorca, con el convite (cóbite) de Pedro Martel, y de lo que respondió al Rey sobre la pregunta de las Islas, vecinas a Tarragona.


Apaciguados los alborotos, alteraciones y bandos que en los dos reynos de Aragón y Cataluña había , así de los vasallos contra el Rey como de los pueblos y vasallos contra vasallos: y restituida la Condesa Aurembiax en su estado de Urgel con el favor del Rey, y por su mano casada con don Pedro de Portugal: partió el Rey de Lerida (como dijimos antes) para Tarragona, y llevando consigo a don Nuño Sánchez (el cual por muerte de su padre el Conde don Sancho, había sucedido en el condado de Rosellón con el de Conflent y Cerdaña y otros pueblos) y a don Vgo Conde de Ampurias, a don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne en la Gascuña, con otros señores y Barones de Cataluña, entró en la ciudad con mucho triunfo, por el grande recibimiento que en ella se le hizo. A donde a causa de visitarle, concurrieron muchos principales hombres de las ciudades y villas de los dos reynos, con otras gentes, que de todas partes venían, a darle gracias por la general y tan deseada paz, que por su mano gozaban todos. De manera que estando la ciudad muy puesta en recrear al Rey con juegos, espectáculos, y representaciones de las que allí antiguamente se usaban, Pedro Martel ciudadano principal y rico, del número de los del consejo y regimiento de la ciudad, hizo al Rey, y a todos los grandes y barones de los dos reynos, que allí se hallaban, un
convite solemnísimo, y muy espléndido, a uso y costumbre de la tierra. Porque suelen los Catalanes, que de suyo son medidos y concertados en el comer, y gente de pocas palabras, y muchas manos, convidar muy de tarde en tarde, pero magnífica y espléndidamente. Tenía Pedro Martel su casa donde fue el convite al cabo de la ciudad, y el asiento y cuadra donde se celebró la fiesta del, en una muy espaciosa y descubierta galería, que demás de estar muy bien aderezada (adreçada), daba sobre la mar. De donde a todas partes se descubría una muy larga y extendida vista. Pues como fuese la comida opulentísima, y cual al convidado se debía, alzados los manteles, cuando después de contento y saciado el apetito y gusto, también buscan los otros sentidos sus pastos y adecuados objetos, de música, de buenos olores y espectáculos, que suelen en aquella hora ser muy acceptos, y que no faltaron, volvieron todos los ojos a contemplar la mar, que siempre hinche la vista, y la recrea más que otra cosa. Y estando con gran silencio comenzó el Rey a preguntar, qué Islas había por aquel mar más cercanas a la costa de Cataluña, y cuan grandes y bien pobladas eran, y pues sabía que todas las poseían Moros, qué trato seguro tenían con ellos los Cristianos, siendo tan infestado aquel mar de corsarios infieles, que no solo robaban a cuantos bajeles encontraban de Cristianos, pero aun cautivaban a la gente, y según las quejas que de esto llegaban a sus oídos debía ser el daño mayor de cada día. Entonces se levantó en pie Pedro Martel, por ser el hombre que más había navegado por aquellas partes, y tenía bien vistas y reconocidas todas las Islas del mar mediterráneo: y hecho su debido acatamiento al Rey, y a los demás (como quien pide licencia para hablar primero) respondió desta manera. Rey y señor nuestro, las Islas pobladas, y más propinquas a Cataluña son cuatro. Las dos que llamaron los griegos Baleares, le dicen Mallorca y Menorca, y las otras dos que están más conjuntas a la tierra firme en derecho del Reyno de Valencia, que también los Griegos llamaron Pityusas, son Yuiça y la Formentera. De todas estas, Mallorca es la mayor y más fértil y poblada, y en segundo grado Menorca, que dista poco de ella. Son todas pobladas de Moros, súbditas, y que obedecen al Rey que se intitula de Mallorca, en donde reside de contino, y tiene sus Xeques como gobernadores puestos en cada una de las otras. Son muy fértiles y abundantes de todo lo que importa para el mantenimiento humano: y con todo eso salen de allí grandes corsarios por la mar a causa del aparejo que tienen para hacer armadas, con las cuales hacen robos y daños grandes a cuantos navíos encuentran de Cristianos. Porque a los que cautivan tratan con grandísima crueldad si no reniegan la fé para ser moros: y entre otros es este reyno el más molestado y perseguido de ellos. Mas si los reyes de España se juntasen con buena armada para conquistarlos, no se tiene por imposible salir con la empresa. Y es cierto que tomadas estas Islas, no solo se limpiaría nuestro mar de corsarios, y sería la navegación segura y muy provechosa para la Cristiandad: pero con poca armada de galeras que se pusiese en ellas, se impediría el paso a los Moros de África, para que no pasasen tan a su salvo a favorecer a los de Valencia y Granada, para la ruina de los reynos circunvecinos de Cristianos. Porque como son Islas tan fértiles de pan, vino, y aceite, y de todo género de ganados con lo demás necesario para abastecer y sustentar ejércitos: y que sin eso abundan de madera y metal para hacer naves y galeras, podriase muy bien de allí por mar, y de Cataluña y de Aragón, por tierra emprender la conquista del reyno de Valencia. De manera que quien fuere señor destas Islas no solo lo será absoluto deste mar de España, pero hará muy prósperos y ricos a estos reynos: y les abrirá el paso para ir más al seguro a dar con sus armadas en la costa de Berbería (Berueria). Como acabó Pedro Martel su razonamiento, todos los convidados platicos de mar que le oyeron, aprobaron su buen discurso y parecer, y con más razones lo confirmaron, facilitando mucho al Rey la conquista: así por el grande aparato de armada y municiones que en Cataluña tenía para emprenderla: como por lo que se entendía de la afición y buena gana con que la gente Catalana le seguiría en esta jornada, por ir a vengarse de los Mallorquines Moros, por tantos robos y daños dellos recibidos. Mayormente por haber tentado tantas veces de emprenderla sus Reyes antepasados, y nunca proseguido la empresa: que parecía quedaba, por la voluntad divina, reservada a él: para que echada de allí la impía secta de Mahoma (siendo este su principal fin y deseo) fuese por su mano introducida en ellas nuestra santa fé Catholica.


Capítulo IV. De la nueva ocasión que Retabohihe Rey de Mallorca dio para que se le moviese guerra, y de lo que la Isla era en tiempo de los Reyes Moros.


En este medio que el Rey se detenía en Tarragona, se ofreció una nueva ocasión dada por el Rey de Mallorca, que puso en mayor obligación al Rey para tomar muy de veras esta empresa, como se entenderá por lo que se sigue. Había pocos días que reynando en estas Islas Retabohihe Moro, sus corsarios de Menorca saliendo en corso (como solían) a robar, encontraron con ciertas naves de mercaderes Catalanes que venían de hacia el poniente de Sevilla, cargadas de muy rica mercaduría, y aunque a los principios hicieron alguna resistencia, pero como el poder de los corsarios fuese sobrado, por salvar la principal mercadería que son las vidas, se rindieron y entregaron con sus naves a ellos: y luego los llevaron con toda la presa a presentar a Retabohihe a Mallorca. El cual se holgó mucho con tan buena presa, y hinchió su palacio de lo bueno y mejor de ella, dejando para los cosarios, se aprovechasen, del rescate de los cautivos. Pues como se supo todo esto en Barcelona, y era pérdida que tocaba a muchos, la ciudad hizo gran sentimiento de ellos: y de presto formó su embajada, empleando el nombre del Rey, para el de Mallorca, rogando le tuviese por bien de mandar a sus corsarios restituyesen las naves con los marineros gente, y mercadería que habían tomado de mercaderes Catalanes, por mayor conservación de la antigua amistad, que entre Mallorca y Cataluña había: que haciéndolo, obligaría mucho al Rey de Aragón para gratificarle con otra cortesía, por la que en esto haría a los Catalanes sus vasallos. A lo cual respondió Retabohihe con gran cólera y soberbia: de qué Rey es esta demanda que traes? Es, dijo el embajador, del Rey don Jaime de Aragón, hijo de aquel gran Rey don Pedro, que hallándose con su ejército en la famosísima batalla de Vbeda contra los ejércitos de los moros de África y España, en compañía de los Reyes de Castilla y Navarra, fue gran parte para los sojuzgar, y alcanzar gloriosísima victoria de ellos. Como oyó esto Retabohihe se encendió en tanta saña contra el embajador, y con tan airado rostro le maltrató de palabras, que faltó poco para mandarle echar por las ventanas. Pero aplacado por los suyos que escuchaban al embajador por sus libertades, mandó que por horas se saliese de la Isla, y sin esperar más respuesta se embarcó y partió de ella. Este llegó a la sazón a Tarragona, y contó puntualmente ante el Rey, y los de su Corte, lo que en su embajada le aconteció con el Rey de Mallorca, y el soberbio y desenfrenado ímpetu con que le echó de la Isla, sin darle otra respuesta. Lo cual oído por el Rey, de común acuerdo y parecer de todos, se concluyó, que la guerra contra Retabohihe y sus Islas era justa, y que se pregonase a fuego y a sangre, así por relevar de tan continuos daños y gruesas pérdidas a la gente y costa de Cataluña: como por librar millares de cautivos Cristianos que estaban detenidos en ellas: principalmente por introducir la fé y religión Cristiana en ellas. Con esta deliberación y sentencia quedó determinada la guerra contra estas Islas. De las cuales brevemente tocaremos lo que fue de ellas estando en poder de Moros. Como habían sido sojuzgadas dellos, del tiempo que entraron y destruyeron a España. Cuyos Reyes vivían muy disolutamente como tiranos: pues no contentos de la gran riqueza y fertilidad de ellas, hacían sus armadas, y por mano de cosarios, que salían en corso cogían cuantas naves y bajeles encontraban de Christianos: cautivando las personas y robando para el Rey toda la mercadería y naves que llevaban. Por esta causa se fundaron tantos castillos y torres por la costa destas Islas. Señaladamente por la de Mallorca que está llena de puertos y calas, y quedan hoy en día por atalayas, para descubrir los navíos que por tormenta, o por otras necesidades tocaban en la Isla, para luego cogerlos. Y así
son tantos los castillos y torres de las atalayas, que a la vista parece a los navegantes que es la más poblada Isla del mundo. Por lo cual y ser ella tan rica y abundante, como en los dos libros siguientes mostraremos, fue tan preciada de los Cosmographos que la llamaron la Isla dorada, y en las tablas Geographicas, la pintaron dorada, a imitación de la Aurea Chersoneso de Asia, que llaman la provincia de Calicut. En esta Isla que es la mayor de todas, residían los Reyes Moros con su corte, las demás eran súbditas a esta, y se regían por los Xeques, o gobernadores que el Rey ponía en cada una de ellas. Los cuales eran grandes corsarios, y tenían tanto dominio sobre el mar de su comarca, que de sus manos muy pocos navegantes escapaban. Lo cual era en muy grande afrenta de los Reyes de España, y mucho más para los de Aragón y Cataluña por no haberlas sojuzgado antes. Puesto que las continuas guerras que tenían con los de Valencia y de Granada
no les dejaba emprender jornada fuera de sus reynos.


Capítulo V. Como el Rey tuvo cortes generales en Barcelona, y del gran razonamiento que en ellas
hizo para persuadir la guerra de Mallorca.

Como acabó el Rey de entender la tiranía y mal trato del Rey de Mallorca, y las continuas presas y daños que sus corsarios hacían de cada día contra las haciendas de los mercaderes, por mar y en la costa de Cataluña, de suerte que ya eran absoluto señores del mar mediterráneo de España: propuso determinadamente en su ánimo de llevar a delante esta conquista. Para ello mandó convocar cortes generales a Catalanes en la ciudad de Barcelona para el mes de diciembre siguiente. Acudieron a ellas todos los Prelados, y Abades señores de vasallos, con todos los grandes y señores de título, y Barones del reyno: juntamente con los Síndicos de las ciudades y villas Reales: con poderes bastantísimos, para entrevenir y consentir en todo lo que el Rey para tan santa y provechosa
empresa para el reyno, pidiese, y en las cortes se determinase. Llegado el plazo y congregados todos, se ayuntaron en el palacio real, adonde después de dada por cada uno, según su orden y grado, la obediencia al Rey, estando sentado en su Real solio, vestido de púrpura, con su cetro (sceptro) en la mano, y las demás insignias reales, habló en voz alta y suave que la podían oír todos, desta manera. Fieles vasallos, de vuestro gran concurso y alegre rostro con que os veo aquí todos congregados, vengo a juzgar, que os ha de ser muy grato y acepto todo lo que hoy, por grave que sea, he de proponeros. Mayormente por la experiencia que de mí tenéis, que ni he jamás demandado cosas que no pudiessedes muy bien cumplir, ni otras algunas sino las que para mí son honrosas, y para vosotros útiles y provechosas. Cuanto más, que la que propondré (proporne) agora, puesto que se encara para la comodidad y ampliación de nuestros reynos y señoríos: nuestro principal fin es para mayor ensalzamiento y dilatación de nuestra fé católica, con la extirpación de la perversa secta Mahometica. Porque estas tres cosas son las que desde que comencé a reynar propuse en mi ánimo de llevar siempre adelante. Y si las ocupaciones que hasta aquí he tenido, en asentar las diferencias y altercaciones de nuestros reynos no me lo estorbaran, sin duda saliera con ellas. Mas pues al presente se nos ofrece la ocasión tal, con la desocupación que deseamos, para entrar en la demanda: es menester, que tomando el favor divino por nuestra verdadera guía, y vuestra ayuda y fuerzas por compañeras, os dispongáis a proseguir con nosotros la cruel guerra que por mar y por tierra determinamos mover contra los infieles Moros. Y que pues aún no es llegada la sazón y aparejo que se requiere para mover la contra los de tierra firme, pasemos primero con buen ejército la mar,
y los echemos de las Islas de Mallorca y sus circunvecinas. Así para librar a esta ciudad y reyno de los daños que recibe de ellas: como para dedicarlas al nombre, y fé santa de nuestro Señor Iesu
Christo, y su bendita madre: y para incorporarlas en nuestros reynos de la corona.
Porque si bien lo miráis, los Moros de todas estas Islas mayores perros y enemigos vuestros son, y mucho más perniciosos para vuestra navegación y tratos de mar, que los que tenemos en tierra firme vecinos, Pues no solo os privan del trato y comercio, no consintiendo que os alegéis (allegueys) a ellas, ni os valgáis de su increíble fertilidad y copia de mantenimientos para beneficio destos reynos: pero aun con las continuas correrías que sus corsarios hacen por mar contra vuestros
vaxeles y mercaderías, y por tierra robando la costa, os causan muchísimos daños, cautivándoos las personas, y por el rescate,
llevando se os lo mejor de vuestras haciendas. De manera que si salimos
con la empresa: demás de los provechos grandes que sacaréis de ellas, seguirse han dos cosas importantísimas. La una que aseguraréis vuestra navegación y costa de los corsarios dellas, y de los de África, con la buena armada que pondremos en ellas. La otra que con este nuevo señorío, facilitaremos la empresa de Valencia. Y aunque a la verdad vemos ser esta conquista muy difícil y ardua, y no menos costosa que trabajosa, porque se hace por mar, cuya experiencia no tenemos, y por esto nos será algún tanto lícito el temerla: pero confiando en lo mucho que vosotros en el arte del navegar y pelear por mar, excedéis a las otras naciones, y el poder y fuerzas que para proveer de gente, armas, y dineros tenéis: demás que pelearéis por vuestra común utilidad y provecho: no hay duda, sino que en todo nos valdréis de manera, que tendrá (
terna) muy próspero suceso esta jornada. Mas porque aprovecharía poco mover guerra por defuera, no quedando la paz firme en casa, ha se de procurar cuanto a lo primero, que todas las diferencias y discordias así públicas, como secretas, que andan sembradas por el Reyno, entre gente que no atiende sino a inquietarse los unos con los otros, que ante todas cosas, mediante nuestra autoridad y decreto, se asienten y apacigüen. Para que pacificados entre si los ánimos de esta gente distraída, revuelvan, y encaren todo su furor e ir a contra los Moros de esta conquista. Pues es muy cierto que terna poca fuerza la guerra movida contra Moros. que no fuere nacida de la concordia firme dentre Christianos.


Capítulo VI. Como fue aprobada por todos la proposición de la conquista, y de lo que el Reyno, Prelados, Señores y Barones ofrecieron para ella, y de la general paz que se hizo por toda Cataluña.


Acabado el razonamiento del Rey, súbitamente se oyeron grandes voces de aplauso y contentamiento por toda la congregación, alabando mucho los buenos fines y determinaciones del Rey, con la general aprobación de su demanda. Y así luego se levantaron en pie los prelados que allí se hallaban, el Arzobispo de Tarragona, y Obispos de Barcelona y Girona con los Abades, y de uno en uno fueron con palabras santas y de mucha afición (cuales refiere el Rey en su historia) a darle gracias por tan santa, y útil demanda, y tan enderezada al servicio de Dios, y bien común de sus reinos: ofreciéndose de acompañarle y seguirle en ella con sus personas, o de ayudarle según la posibilidad de cada uno, con gente y dineros para esta guerra. Y así por contentar al Rey, y que se quitasen todos los estorbos para la ejecución de la empresa se determinó en las mesmas cortes, se hiciesen treguas y universal paz entre todos los del reyno: no embargante cualesquier diferencias que hubiese
entrellos, so pena de la vida, o destierro perpetuo, para los que rehusasen la paz y tregua. Las cuales se pregonasen desde el río Cinca donde entra el Ebro, hasta la fortaleza
de Salsas, de allí al río de la Cenia, volviendo al mismo río Cinca. Porque toda Cataluña se contiene dentro de una figura triangular, cuyas dos lineas colaterales salen de Cinca. La una por las raíces de los Pyrineos la vía de Salsas hasta el mar, hacia el levante, la otra va Ebro abajo hasta el río de la Cenia al medio día. De donde comienza la basis o fundamento del triángulo, y vuelve por la costa de la marina de Tortosa, Tarragona, Barcelona, Girona, y Rosellón hasta dar en Salsas. Lo segundo fue que por tan justas y honestas causas y razones y tan evidente provecho y utilidad del reyno, se otorgase para esta jornada el tributo del bouage, del cual hablamos en el precedente libro, que pues se solía dar a los Reyes el primer año de su Reynado, y no se les negaba cuando se ofrecían algunas muy grandes necesidades, que por ser esta para tan gran beneficio del reyno, y servicio del Rey, cuanto podía ser otro, se le otorgase para esta guerra. Este tributo, como dijimos, no dejaba de valer mucho en aquel tiempo, a causa que todos criaban ganados mayores y menores, y daban tanto por cabeza, con lo demás que se acostumbraba por las haciendas. Y como el fin de los capitanes no era de acumular para si, sino de vencer, y no alargar la guerra, bastaban estos tributos para los gastos de ella. Junto con esto los señores de título, y los ricos hombres, y barones del reyno, prometieron de ayudar al Rey en esta empresa liberalísimamente. Porque el conde de Bearne ofreció de seguirle con CCCC hombres de armas, con su persona, a su propia costa. Y don Nuño Sánchez ofreció su persona con cierto número de caballos ligeros a su costa, y admitió por todos sus estados de Rosellón, Conflent y Cerdaña se publicase y ejecutase el edicto de la general paz y tregua, y también consintió en el tributo del bouage por todas ellas. Tras estos todos los señores y Barones, y luego las ciudades y villas Reales, a competencia ofrecieron de servir y seguir al Rey con gente y dinero.




Capítulo VII. Como se pregonó la guerra contra Mallorca, y de las capitulaciones que se hicieron conforme a los sucesos de ella.

Luego se pregonó por todos los reynos de Aragón y Cataluña, y también por Mompeller, y
la Guiayna, la guerra contra Mallorca: y se hizo mucha gente de a pie y de a caballo. Señalose el plazo para el embarcar de allí a cuatro meses, que sería para los XIII de mayo siguiente. Y el lugar, en la ciudad de Tarragona, y puerto de Salou, a donde se habían de juntar todas las naves y galeras: para lo cual se había ya hecho general embargo de ellas por todos los puertos de Cataluña, porque estuviesen a punto para dicho plazo. Así mismo para más atraer y asegurar los ánimos de los capitanes y soldados, mandó el Rey ordenar y sacar en pública forma las condiciones y estatutos que se habían de observar por todos en el discurso desta guerra, prometiendo él por su parte de cumplirlos al pie de la letra, debajo su real fé y palabra. Y así los publicaron, y contenían lo siguiente. Lo primero que con todos aquellos que a su propria costa, con sus personas, o con gente de a pie, o de a caballo, o con sus navíos, o galeras, o con aparatos navales, seguirían el ejército del
Rey, con todos: y con cada uno se había de hacer partición de cuanta presa y despojos se ganasen, así de la campaña como de pueblos de enemigos, guardando a cada uno su proporción según los gastos y servicios en la guerra hechos, y según el tiempo que comenzó y perseveró en hacerlos. Lo segundo, que de todo lo que se adquiriese por la guerra, así de tierras y campos, como de lugares y pueblos grandes y pequeños, se hiciese la división entre los señores y capitanes del ejército, conforme a la misma razón del tiempo y gastos, y según por su calidad a cada uno le pertenecía. Reservando para el Rey y corona Real la mayor parte, y también las casas reales, palacios grandes, dehesas, con los prados, huertas y jardines principales, que en las ciudades, villas y otros cualquier lugares se hallasen: juntamente con los castillos y pueblos fuertes, como cosas necesarias y pertenecientes a la corona real, a efecto de poner en ellos su guarnición y gente de guarda para la defensa del reyno. Y también para que teniéndolas a su mano, y siendo señor dellas, pudiese mejor igualar y allanar las altercaciones que en el repartir de los despojos suelen seguirse, prevaleciendo a la razón y derecho las armas. Que mediante su autoridad, y el juicio de hombres buenos, se decretase todo conforme a razón y justicia. Para lo cual nombró por jueces árbitros a Berenguer Palou, o Palauesin (como otros dicen) Obispo de Barcelona, persona insigne en letras y en santidad de vida, y a los Condes don Nuño de Rosellón, y don Vgo de Ampurias, a don Guillén Vizconde de Bearne, don Ramón Folch Vizconde de Cardona, don Guerao Conde de Cabrera, el cual, aunque privado del condado de Urgel, no por esto le faltó poder con su hábito de Templario, para seguir al Rey en esta, y otras jornadas. Añadiose a los decretos que los Prelados, Arzobispos y Obispos, que a sus costas ayudasen con gente en esta jornada, demás de los diezmos y primicias que por derecho común y divino se les debiesen acogidos y llamados para la general repatriación de los despojos, y de las tierras y lugares, como de los demás en la forma dicha.
Otrosi que para la fábrica y edificio de los Templos, que tomadas las Islas se tenían que edificar para el culto divino, se les señalasen con las competentes y rentas a arbitrio de los mismos jueces. Últimamente deliberaron, porque no quedasen las Islas desiertas, que los Barones, y otros caballeros, a quien por su parte y porción les hubiese cabido algunas villas, o lugares, fuesen obligados a residir personalmente en ellas, o dejar otros en su lugar: otramente fuesen luego sus villas y lugares incorporados en la corona real. Estas fueron las condiciones y capitulaciones que para la buena y concorde ejecución desta guerra y empresa se ordenaron. Estando a todo esto presentes el Rey, y los señores, y Prelados, con los demás nombrados en las Cortes, y aceptando los jueces árbitros el cargo de las reparticiones. Con esto se concluyeron las Cortes, y el Rey dio licencia a todos volviesen a sus tierras por mejor ponerse con orden para la jornada, y acudir al plazo y puerto señalado.




Capítulo VIII. Como el Rey fue a Tarazona, y halló de paso en Calatayud a Zeyt Abuzeyt, Rey de Valencia, y de las causas de su venida, y favor que se le dio para cobrar su reyno.

Entre tanto que pasaba todo esto en Barcelona, y el Rey andaba muy puesto en el aderezo de la armada para la empresa, y en dar prisa en collectar el bouage, entendió como era llegado a Tarazona, Ioan, Cardenal de santa Sabina, a quien el Papa Gregorio IX, enviaba por Legado a latere con muy grandes poderes y facultades para tratar y concluir negocios muy arduos con el Rey, señaladamente para declarar sobre el divorcio que había puesto contra la Reyna doña Leonor el mismo Rey. El cual luego se puso en camino, acompañado de algunos Prelados y grandes de Aragón que se hallaban con él en Barcelona. Como llegase de paso a la ciudad de Calatayud, la cual como en fertilidad y belleza de tierra, en nobleza y autoridad de ciudadanos, y grandeza de comunidad y pueblos que se rigen por ella, sea la segunda de Aragón, hizo muy gran recibimiento al Rey: el cual tuvo en mucho los buenos servicios que los pocos días que se detuvo allí se le hicieron: donde fue avisado como Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con pocos de a caballo había entrado en la ciudad, y pedía con instancia le llevasen ante el Rey, porque tenía que tratar con él negocios de grande importancia. Como oyeron esto los que iban con el Rey, maravilláronse mucho de esta novedad. Pero el Rey que ya sabía la causa de la venida de Abuzeyt, alegroles con decir estuviesen de buen ánimo, porque con la llegada deste se le abría la entrada del reyno de Valencia, por haber recibido poco antes cartas del mismo, con las cuales muy en secreto le avisaba de parte suya y del Príncipe Abahomad su hijo, lo mucho que deseaban los dos tener amistad y alianza con él, y verse * para comunicarle cosas muy graves, y que cumplían mucho a todos, mas les dijo, que como los de Valencia hubiesen entendido algo destas cartas, y por ellas sospechado de él cosas contra su secta, y seguridad del Reyno, comenzaron a indignarse contra él; y por eso antes de verse, con algún trabajo, se había salido secretamente del reyno a verse con él. Esta fue la causa de la venida de Abuzeyt, según refirió el Rey, y lo escribió en su historia. Pero el Obispo de Burgos, que compuso la historia general de Castilla en lengua Latina, muestra como fue mayor la causa de la venida de Abuzeyt, diciendo como este, no solo escribió al Rey de Aragón, pero que envió a Roma embajada secreta al sumo Pontífice, significándole como estaba muy dispuesto y aparejado para hacerse Cristiano, y que daba por testimonio desta su voluntad firme, haber ya mucho tiempo que no usaba
de la crueldad que solía con los cautivos Christianos, ni de hacer entradas, ni robos en tierras de ellos. Y que como fue descubierta esta embajada y cartas, uno de los principales del reyno llamado Zaen, con el favor de otros, echó a Abuzeyt del Reyno, y se alzó con él. De manera de llegado a Calatayud y entrado a ver al Rey, fue recibido por él, y por todos con mucha honra y real respeto, como el Rey lo mandó. Declarado por Abuzeyt el ánimo y afición que al Rey, y a los Christianos tenía, y lo mucho que certificaba se haría Cristiano luego que cobrase el reyno, comenzó a pedir favor y socorro al Rey para cobralle: prometiendo y protestando que cobrado que le hubiese, se
lo entregaría, porque Abahomad su único sucesor e hijo también estaba en lo mismo. Y tenían por muy cierto que mucha parte del reyno en sabiendo que se valía del favor y ayuda del Rey de Aragón, se declararían por él contra Zaen, al cual no querían tener por señor. Como oyó esto el Rey, tuvo su consejo, y entendiendo la verdad y llaneza con que Abuzeyt trataba su negocio, y que era muy creíble que pondría en ejecución y cumpliría lo que prometía: concluyeron, que vista su justa demanda y afición para ser Cristiano, debía ser oído y creído, y que no había porqué negarle el favor y socorro que pedía, y así convenía ayudarle con gente y armas. Porque de esta manera poco a poco se comenzaría la conquista de Valencia, y sería hacer gran prevención para la de Mallorca.
Porque entreteniendo con esta guerra, aunque lenta, a los Valencianos, ningún socorro ni ayuda osarían dar a los de Mallorca. Ni tampoco los de Murcia y Granada viendo a sus vecinos los de Valencia puestos en guerra dejarían de favorecer a ellos por acudir a los de Mallorca. Y así llamado Abuzeyt, el Rey se le ofreció liberalísimamente, y prometió luego valerle con gente y dinero.


Capítulo IX. Del socorro que dio el Rey a Abuzeyt para cobrar su reino, y fue por capitán de él don
Blasco de Alagón, del cual fue esta la causa de su entrada en el reyno, y no la que otros dicen.

Determinado ya el Rey o los de su consejo de favorecer a Abuzeyt para cobrar su reino, y que poco a poco fuese recogiendo lo perdido: o si quiera entretuviese la guerra hasta que el Rey, acabada la conquista de Mallorca, emprendiese la de Valencia, y se valiese de Abuzeyt y sus amigos para pasar delante. Y así entendieron en hacer las capitulaciones y conciertos que se habían de observar en el proseguimiento de la guerra, sobre lo que el uno al otro se prometieron. Primeramente que todas las villas y castillos que Abuzeyt cobrase, las cuales por la antigua división de los Reynos tocasen a la corona de Aragón, que la cuarta parte de lo conquistado con todos sus derechos y pertinencias, recayese a la señoría del Rey. Que las fortalezas de las villas que se ganasen, se pusiesen en poder de caballeros Aragoneses, y las que tomasen fuera de la división, fuesen de Abuzeyt. El cual por hacer valederos y firmes los conciertos, prometió dar en rehenes seis villas de su reino con sus fortalezas en los confines de Aragón y Cataluña: que fueron Peñíscola, Morella, Cullar, Alpuente, Xerica y Segorbe. También el Rey prometió de su parte valer y defender a Abuzeyt con todo su poder, y dar en rehenes a Castielfauich y Ademuz, dos villas fuertes con sus castillos, muy propincuas al Reyno de Aragón, las cuales el Rey don Pedro su padre había ganado por fuerza de armas en el Reyno de Valencia: condición que dos caballeros Aragoneses tuviesen las fortalezas y tenencia dellas por Abuzeyt. Puesto que no hallamos que pasase en efecto el entrego de las unas, ni de las otras conforme al concierto. Desde entonces comenzó Abuzeyt a entender en la recuperación del Rey no con el pequeño ejército que el Rey le formó: dándole por capitanes a don Blasco de Alagón, y a don Pedro Azagra señor de Albarracín, con la gente de caballo de Teruel. Y cierto que parece esta más verdadera causa de la entrada y detenimiento de don Blasco en el reyno de Valencia, que la infame y muy indigna de su valor y persona le aplican algunos escritores falsamente, diciendo, que estando indignado don Blasco contra el Rey por gran suma de dinero que le debía, y le entretenía con palabras por no pagársela, salió con gente armada al camino a la Reyna doña Leonor, al tiempo que pasaba de Aragón para Castilla, despedida del Rey por el divorcio que con ella hizo (del cual se hablará luego), y que llevando su recámara muy rica, y llena de joyas que el Rey le había dado a la despedida, la salteó y robó don Blasco: y que por huir del Rey se metió por el Reyno de Valencia adentro, donde estuvo dos años, hasta que el Rey le perdonó. Lo cual cierto parece desatino, porque tan atroz y descomedido robo, ya que no se pudiera reparar por parte del Rey con prender y condenar a muerte a don Blasco, debiérase enmendar con recompensar a la Reyna su pérdida, y la injuria, que el Rey tomara por propia para ejecutar el castigo en don Blasco siempre que haberle pudiese, o perpetuamente desterrarle: Pero que al cabo de dos años, como dice, volviese ante el Rey, y que sin restituir las joyas le perdonase, fuera tanta la infamia que por esto incurriera el Rey, que pudiera muy bien don Blasco transferir en él su pecado. Ni se ha de creer que el Rey, si quiera por su descargo, dejara de hacer mención alguna dello. Y así como cosa de sueño lo damos por fabuloso.



Capítulo X. Como el Rey puso divorcio contra la Reyna doña Leonor, y que es falso lo que dicen que doña Theresa se opuso al matrimonio de ella, y de los matrimonios anticipados.

Luego que el Rey hubo despedido a Zeyt Abuzeyt con la gente y capitanes para comenzar la guerra del Reyno de Valencia, determinó, para poder más sin cuidado atender a la de Mallorca, proveer de heredero en sus reynos, pues según los sucesos de la guerra son inciertos, no quedasen sin sucesor. Y así le pareció que lo mejor sería declarar al Príncipe don Alonso su hijo único, y de la Reyna doña Leonor. por sucesor en ellos. Por esto deseaba ya verse con el Legado para decretarlo con su autoridad. Sino que se lo estorbaba notablemente el divorcio que antes había hecho con la Reyna, por las causas que poco después alegó ante el Legado: que fue por el impedimento de cuarto grado
de consanguinidad había entre los dos, para el cual no fueron dispensados por el sumo Pontífice: y también por haberse casado ante la edad legítima, que no pasaba de XII. años cuando casó con ella, por lo que muchas veces dijo, y lo confirmó en su historia. que pasaron XVIII meses que no pudo tener acceso carnal con ella. De donde claramente se ve ser errónea la opinión del curioso historiador el maestro Pedro Antonio Beuter y de otros, cerca la venida del Cardenal Legado en aquella fazó. Diciendo como en Cataluña hubo una nobilísima mujer llamada doña Theresa Gil de Vidaure, la que se opuso al matrimonio que el Rey hizo con la Reyna doña Leonor: pretendiendo que había sido antes el suyo con el mismo Rey, de quien tuvo dos hijos varones: y porque se vio desechada de él se fue a Roma y presentó su libelo al Pontífice, el cual envió por esta causa al Legado para declarar sobre el divorcio de doña Leonor, y matrimonio de doña Theresa. Pero todo
esto es falso, por muchas causas, y por sola esta, que arriba tocamos, imposible. Porque si casó con doña Leonor a los X años de su edad, y por su imbecilidad pasaron tantos meses que no fue apto para mujer, como era posible que ya antes hubiese comunicado con doña Theresa, y que tuviese
dos hijos de ella. Demás que no es creíble, habiendo (como dicen) venido el Legado a instancia de doña Theresa para declarar en favor de su matrimonio, que por entonces instase el Rey por el divorcio de doña Leonor, para dar más lugar a la demanda de doña Theresa habiéndosela negado por toda la vida. Pues dado que fue verdad lo que de doña Theresa dicen, que tuvo dos hijos del Rey, a don Iayme y a don Pedro, y que los heredó (como adelante diremos) y a doña Teresa dio rentas en Valencia, en cuyos arrabales en un sitio llamado la Saydia, edificó un principalísimo
monasterio de monjas, adonde pasó su vida con gran religión y recogimiento. Pero cuanto a lo demás, lo que se halla por muy cierto es, que el matrimonio al cual se opuso ella, no fue el de doña Leonor, sino el segundo que el Rey hizo con doña Violante hija del Rey de Vngria. Y que del engaño del nombre de Leonor por Violante, nació este error manifiesto. Volviendo pues al divorcio de doña Leonor, como no hallamos que el Rey alegase en público otras más causas para descasarse, de las que arriba hemos dicho, y estas por legitimar al Príncipe don Alonso, que nació de ellos,
eran muy fáciles de remediar, y se podía muy bien ratificar el matrimonio entre ellos: todavía en ver que el Rey tanto instaba el divorcio, se creyó debía tener alguna grande causa oculta, que notificó
muy en secreto a los jueces, y que fue tal que hizo algún efecto: como en el siguiente capítulo diremos. La cual, como algunos imaginan, debió nacer de algún íntimo odio entre los dos que pudo concebirse del anticipado matrimonio, y por la imbecilidad del agente, y ardor de la
concupicencia sin poderse amatar, se sigue tal menosprecio entre ellos que pasa a divorcio. Y así se ve destos matrimonios anticipados, o como dicen, antecogidos, que muchos de ellos para en separación y aborrecimiento, y que en alguna manera se habrían de evitar: pues no es justo que a los particulares intereses y comodidades de los hombres, se haya de posponer la madureza y sazón de naturaleza que el matrimonio y sus adyacentes requieren. Pues así como no puede durar mucho tiempo
el fruto del árbol que antes de tiempo madura, así los tales matrimonios no solo suelen ser infructuosos y estériles, pero están muy sujetos a causar odios y divisiones.


Capítulo XI. Como el Legado tuvo Concilio de Prelados en Tarazona, ante quien el Rey propuso
el divorcio hecho con doña Leonor, y que tenía por legítimo a don Alonso hijo de los dos.

Llegado pues el Cardenal Legado para tratar del divorcio de doña Leonor, y declarar sobre negocio tan grave, que había de resultar en notable injuria de ella, y hacer dudosa la legitimidad de don
Alonso único hijo y sucesor del Rey, luego convocó Concilio nacional en Tarazona, para que donde se celebraron las bodas allí se hiciesen las obsequias de este matrimonio. Acudieron a él los principales Prelados de España, don Rodrigo Arzobispo de Toledo, don Aspargo Arzobispo de Tarragona, que ya era muy viejo, con nueve Obispos que fueron, Burgos, Calahorra, Segovia, Sigüenza (Ciguença), Osma, Lerida, Huesca, Bayona, y Taraçona, personas de mucha autoridad y doctrina y de muy gran ejemplo de vida. Los cuales después de estar muy bien informados por los
aduogados y procuradores de las dos partes, y alegado todo lo que se podía por parte de la Reyna: vistos y muy bien reconocidos los méritos de la causa: estando ya para pronunciar la sentencia, el Rey compareció en persona en el Concilio el día antes de la publicación della: adonde assentado en medio de los Prelados, y en presencia de los señores y grandes del reyno que consigo vinieron,
habló desta manera. Apostólico Legado, y muy Reverendos Prelados. No puedo dejar de confesar, como ha poco más de ocho años que en esta misma ciudad, yo casé en faz de la santa madre yglesia, mediante su autoridad, con la Reyna doña Leonor de Castilla, y que nuca he dudado de la verdad y firmeza de este matrimonio: tanto que perseverando en esta fé hube en ella a mi único hijo don Alonso, al cual siempre he tenido y tengo por propio y legítimo, y como tal lo he llamado, y declarado por sucesor para después de mis días, en todos mis reynos y señoríos. Por tanto quiero avisaros como tengo esta mi declaración de sucesor en don Alonso mi hijo, por muy rata y firme, y si menester es vuestra autoridad para ello, la hago y confirmo de nuevo, salvos mis derechos en lo del divorcio con doña Leonor, por las causas que cada uno de vosotros tiene, por mi descargo, de mí entendidas. Y así os requiero declaréis sobre estos dos artículos decisivamente. Esto dicho se levantó para salirse de la sala del Concilio, y como todos se levantasen para acompañarle, hizo los quedar, rogando les considerasen, y determinasen este negocio con mucho acuerdo, señalando la sucesión de don Alonso. Porque dudando ya el Rey de ella, por el divorcio que quería hacer poco antes teniendo cortes en Lerida a los Aragoneses, le había declarado por su heredero y sucesor en el reyno de Aragón, y ciudad de Lerida con su distrito: queriéndola incorporar en el reyno de Aragón, y le juraron por Príncipe sucesor. Esto hizo con fin que los demás hijos que de otra mujer le naciesen, sucediesen en los otros estados de Cataluña y Mompeller.


Capítulo XII. Que por las secretas causas que para esto tuvieron los Prelados, pronunciaron por el divorcio, y como se despidió doña Leonor del Rey, el cual tomó la insignia de la cruz de mano del Legado.


Como los Prelados hubiesen de pronunciar la sentencia sobre el divorcio, salva la legitimidad de don Alonso: para concordar dos cosas en si tan diferentes y contrarias, tuvieron sobre ello sus alteraciones y consideraciones secretas: que no se podía deducir ni comunicar en proceso. Por donde venía a ser entre si muy diferentes los votos, y muy difícil el pronunciar la sentencia, por las informaciones aparte dadas por el Rey. Mas considerando que a los jueces, o que muchas veces suele mover más una secreta razón y causa importante, que cuanto esta deducido en proceso, o que en las causas de los Reyes, conviene alguna vez por beneficio universal de los reynos, juzgar más presto por la universal consideración y ley de buen gobierno, que por las leyes escritas y alegadas, y que de estos juicios hay cada día muchos: fue así que
inferida la confesión del Rey en la sentencia, pronunciaron. Que no embargante la legitimidad de don Alonso hijo del Rey don Iayme de Aragón y de la Reyna doña Leonor de Castilla, y que era verdadero y legítimo sucesor del Rey su padre, tenía lugar el divorcio hecho por el Rey contra la Reyna, con la total disolución del vínculo conyugal (cójugal). Esta sentencia fue muy solemnemente in pleno concilio publicada y notificada al Rey, y a doña Leonor, y aunque pareció muy extraña, toda vía ella fue vista y revista, y también suscrita por el Legado Apostólico y nueve Prelados, entre Arzobispos y Obispos, los más principales y doctos de toda España, y con decreto de concilio, sin discrepar ninguno: siendo la mayor parte dellos de reynos extraños, y no súbditos del Rey. Porque se vea no tuvieron particular afecto, sino toda libertad para descargar su conciencia y conforme a ella dar su voto cada uno. Con esta sentencia no se derogó la donación de las villas y pueblos de Aragón hecha en favor de doña Leonor, de las cuales fue dotada al tiempo que casó con el Rey. Con esto, y muchas joyas y riquezas que el Rey le dio, se despidió de ella, y le envió a Castilla. Y así queda más justificada y confirmada la rectitud de la sentencia: con esto que ni la Reyna doña Berenguela su hermana, ni don Fernando su sobrino Rey de Castilla, tuvieron por alevoso el divorcio: pues ni hicieron sentimiento alguno de ello, ni se apellaron de la sentencia para el sumo Pontífice, que a sobrar razón, appellaran. Hecho esto, el Rey se despidió del Legado y de los Prelados, usando con ellos de toda liberalidad y magnificencia, conforme a quien él y ellos eran: y se partió para Tarragona, por llegar a ella antes del día del plazo, cuando toda la gente que se hacía para la jornada de Mallorca se había de hallar junta en la ciudad y puerto de Salou. Aunque no pudo ser tan presto la junta, por mucho que el Rey lo trabajó, que no se alargase hasta por todo el mes de Setiembre, que para entonces estuvo ya el armada aprestada. Pues como se hallasen ya congregados en la ciudad los señores, Barones, y caballeros de todas partes para embarcarse, de nuevo se publicaron y aprobaron los capítulos que en Barcelona se firmaron sobre la división de las tierras, y despojos que se adquiriesen en la conquista: entrando y siendo acogidos a igual repartimiento de lo capitulado los Aragoneses que seguirían el ejército real, y en la guerra y servicios, se igualarían con los demás. Añadieron para la misma división dos jueces más de los arriba nombrados, que fueron el Obispo de Girona y don Bernardo Campà Comendador de Miravete (Mirauete): el cual era Vicario del gran Maestre del Temple en los reynos de España. Finalmente pareciendo al Rey que importaba poco ir los soldados Cristianos a pelear con los infieles, muy armados de lanza y escudo y todas armas si no llevaban los ánimos guarnecidos de verdadera fé Cristiana, impresa y sellada en sus corazones con el señal de la Cruz, y pasión de Cristo su capitán soberano: mandó que todos tomasen la insignia de la Cruz, y la pusiesen sobre sus armas y arneses. Y para que esto se hiciese con más solemnidad, se partió con los capitanes y principales de su Corte para Lerida, a dos jornadas de Tarragona, por donde ya pasaba el Legado de vuelta para Roma: y ayuntados en la iglesia mayor, comenzando el Rey, tomaron la Cruz los demás de mano del Legado para ponerla sobre sus armas. Y para los ausentes dio el mismo Legado comisión y facultad a los Prelados que se hallaban en el ejército, diesen la Cruz a todos los soldados que quedaban en Tarragona. Demás de esto, muchos de aquellos señores y capitanes fueron armados caballeros por mano del Legado. El cual hecho esto, con mucho contentamiento y satisfacción del Rey se despidió de él, y se partió para Roma: y el Rey volvió con su gente a Tarragona para dar calor a la empresa de Mallorca.

Fin del libro quinto.




Prólogo al lector, dedicatoria

Prólogo al Lector.

Opinión fue de Plato príncipe de los filósofos, que no había más de un entendimiento para todos los hombres: pues los unos con los otros se entendían, y casi se encontraban en unos mismos (mesmos) conceptos y pensamientos: Pero si cuando dijo (dixo) el buen Philosopho,
viera sus célebres obras vertidas en otra lengua, y descubriera algunas discrepancias de sentidos, y ajenos entendimientos de sus divinos conceptos causados por la traducción (traduction) de ellas (dellas), es cierto que revocara su opinión y sentencia, y se arrimara a otra, no menos delicada y moderna, que afirma, No haber cosa más lejos de la traducción que (que con tilde) lo traducido (traduzido). Como se echa bien de ver, por estar según entendemos los conceptos y verdaderos sentidos de lo escrito tan apegados a la fragua y sentido del que los escribió (escriuio): que como de la miel vaciada de una vasija en otra se queda pegado algo en la vertida: así en lo traducido de una lengua en otra, no hay duda, sino que siempre se desea algo, que se quedó en la primera: En tanto, que ni la elegancia de la lengua, ni el bien rodeado estilo de la traducción basta para hinchir este deseo.
Por esta causa, y por lo que con razón se persuaden los Poetas, que ninguno interpretara sus poemas mejor que ellos mismos, me pareció que la Real historia presente, que poco ha compuse en lengua Latina, ninguno mejor que el propio autor la traduciría en lengua Castellana. Y por eso me adelanté, antes que otro me tomase la mano, y porque no la errase para si y para mí, determiné de emprenderla. Puesto que no han faltado algunos, que por esto me han querido zaherir, y como dar en rostro porque siendo yo natural Aragonés, y no criado en Castilla, me usurpe el oficio ajeno, y ose escribir en lengua peregrina. A lo cual respondo, que harto más peregrina me era la Latina, pero si esta con el grande estudio y diligencia que en el usarla y aplicarla a la composición de la historia puse, se me hizo familiar y doméstica: porque, no habiendo sido menor la curiosidad y consulta de expertos con que me he valido para el mismo efecto de la Castellana, no será tan suave y bien cogido fruto el que de tan continuado trabajo y consulta se ha sacado? Mayormente no siendo la lengua Aragonesa ajena, sino muy hermana (como se probara) de la Castellana, y que no solo se tratan y entienden las dos desde su origen acá, pero aun casi con las mismas palabras, letras y acentos que su común madre la Latina les dio, se escriben y pronuncian, y por eso son entre si muy comunicables entrambas? Confiado pues de esto, me atreví no solo a traducir, sino (pero) también a añadir y quitar, a rehacer y mejorar lo que para mayor claridad (claredad) y verdad de la historia se me ha ofrecido de nuevo, después que salió a luz la Latina: pues para esto se le da al propio autor (lo que se niega a otro cualquier Intérprete) licencia más que Poética. Para que si en algo faltare, o excediere a lo que debe a ley de buena traducción la nuestra: puedas (prudente lector) tomar esta como historia por si de nuevo fabricada. Y pues la majestad de su argumento, junto con su mucha verdad, la igualan con las más principales historias del mundo: no habrá para qué tener tanta cuenta con los solecismos, que en el estilo y escritura de ella hallares: cuanta con nuestro fin y bien intencionado propósito, de que así por la una, como por la otra lengua, se alcance y entienda por todas partes la verdadera y cumplida historia de este tan esclarecido y famosísimo Rey, hasta aquí tan deseada.



AL MVY ALTO Y MVY PODEROSO SEÑOR DON PHELIPPE DE AVSTRIA PRÍNCIPE DE LAS ESPAÑAS.

El arcediano Gómez Miedes

S. y P. P.

Plutarco, autor gravísimo en el libro que escribió de la virtud y fortuna de Alejandro Magno, cuenta de él, como siendo niño, oyendo a sus Ayos ensalzar mucho el Imperio y grande poder de Philippo su padre por las muchas tierras y Reynos que había conquistado, lloró ante ellos, y preguntado por qué lloraba, respondió, porque mi padre ha ganado tanto que no me ha dejado nada que ganar.
Harto más que a él cuadra a V. Alteza este felice lloro: porque si reconocemos la poca parte que Philippo tuvo del mundo, aunque se junte con ella la que su hijo Alejandro conquistó por si, a respecto de la que nuestro gran Rey Philippo padre de V. Alteza invictísimo posee, que comparada con la de ellos, es como de un cuerpo humano a su pie, o como del mundo todo a su decena parte, verdaderamente que como niño que de harto llora, podrá V. Alteza llorar y reír todo junto, por verse hijo del mayor señor y Monarcha que hasta hoy ha habido en el mundo, y llegado a tanto, que no hay más que codiciar, sino rogar al Omnipotente Señor del cielo, y de la tierra, de cuya mano ha
venido todo, que pues no hay menos que hacer en conservar lo ganado que en conquistarlo, nos de gracia para que con aquella Cristiandad y prudencia que él mismo Philippo ha llegado a tan alto poder y Monarquía: la herede V. Alteza, y conserve como a hijo de tan soberano padre debe, y ella requiere. Mas porque es de poca gloria el heredar donde no concurre el merecerlo, mayormente en herencias de gobierno, es necesario entender como para ser digno de tan sublimado Imperio, y para mejor regirlo y gobernarlo, conviene valerse entre otras de las cinco más heroicas, y más
propias virtudes de Príncipes, sin las cuales ningún grande Imperio pudo bien mantenerse:
como son bondad, religión, justicia, constancia, y disciplina militar: porque estas no solo están como piedras (que llaman Mercuriales) dispuestas como guía y lumbre, para mostrar a los Príncipes el verdadero camino por donde han de llegar a lo sumo, pero también les sirven de fundamentales, para que estribando sobre ellas, puedan llevar sobre sus hombros cualquier carga de gobierno por grave que sea. Como se echa (hecha) de ver entrando por la
luenga y heroica prosapia de los antepasados Reyes de Castilla y de Aragón, en los cuales resplandecieron estas virtudes, y fueron por ellas muy señalados en sus hechos, aunque no se hallaron todas juntas en unos, sino repartidas entre todos. Pues los unos fueron así buenos Reyes, que no se preciaron de otra cosa más que ser muy pacíficos, y por eso se les atrevieron algunos. Otros que de muy religiosos, por llegar al Reyno de los cielos menospreciaron el de la tierra: y que por haber sido tan amigos de la paz Cristiana, no movieron guerra fino contra infieles. Otros por guardar mucha justicia merecieron el nombre de justos pero fueron poco guerreros. Otros que por su constancia conservaron bien su Imperio, sin perder nada de lo ganado, más no pasaron adelante para aumentarlo. Finalmente otros que fueron muy diestros y venturosos en la guerra, pero en el gobierno de paz muy descuidados. De manera que entre tantos hallaremos muchos de nuestros Reyes que florecieron, y fueron muy señalados en alguna de estas virtudes, pero quien vistiese el arnés de todas ellas, y que más al biuo y para más tiempo que ningún otro las representase todas juntas al mundo, ni se lee, ni se dice de otros tantos, como de los ínclitos e invencibles don Hernando III, Rey de Castilla, llamado el santo, y don Jaime de Aragón primero de este nombre, llamado el conquistador: los dos de una edad, y consuegros: los dos grandes conquistadores, y muy iguales en la intención y fines: los dos finalmente que por haber sido en las virtudes reales, que dicho habemos, singularísimos, fueron también en los éxitos (succesos) de sus empresas felicísimos, más porque las historias de Castilla tienen muy bien probada su intención y verdad en lo que admirablemente escriben del mismo Rey don Hernando (de quien también hacemos heroica mención en esta historia) veamos como a don Iayme le cupo el así poder hablar del arnés, como vestirle: para que con muy justo título puedan los dos, junto con el gran ser de sus personas, partirse la felicidad y gloria de las conquistas de España. Porque sabemos de don Jaime, como allende de haber sido su concepción y nacimiento milagrosos, probó su gran bondad en esto, que nunca la tuvo ociosa, y con haber sido de de los suyos muy perseguido, nunca les volvió sino bien por mal. Su religión fue cosa diurna, por haber siempre insistido en echar del mundo la falsa secta de los Moros, para introducir la verdadera religión Cristiana: como lo mostró no solo con las nuevas órdenes de religiosos que introdujo en sus Reynos: pero con los dos mil Templos que fundó para la sustentación del culto divino. Su justicia fue tanta para con sus súbditos y para consigo mismo, que con ser de suyo muy misericordioso, nunca se apartó de ella, y si cayó en alguna injusticia (sinjusticia) también la purgó con satisfacción pública. En la constancia fue raro y admirable, pues ni grandes adversidades, ni malos consejos, ni estorbos de los suyos fueron parte para que dejase de conservar lo ganado, y llevar siempre adelante sus empresas. En conclusión su virtud y disciplina militar fue tan excelente y heroica, que en esta excedió a todos, por tan grandes rayzes de valor como hecho en ella: pues se vio que a los ocho años de su edad tomó juntamente el sceptro de Rey y el estoque y gobierno de la guerra, y no se puede encarecer el maravilloso tiento, y más que humana prudencia, con que en los sesenta y un años que reinó, gobernó juntas las dos cosas. Además que a los principios, puesto que por las muchas revueltas y contradicción que halló
en sus dos propios Reinos, los
hubo casi a conquistar de nuevo: no por esto dejó, pacificados estos, de pasar a conquistar tres otros de los Moros, con los cuales dobló su Imperio, y mereció el renombre de conquistador, que todos con muy justa razón le dieron. Porque con esto llegó a ser el primero que puso la piedra fundamental, donde comenzó a levantarse el grande Imperio, y tan extendida monarquía, que ahora (agora) felizmente vemos de nuestra España. Pues se prueba clarísimamente, que estado ella como cerrada le abrió la puerta, y dio felicísima salida a los Reyes sus descendientes, y sucesores para conquistar y ganar los demás Reynos, que después acá fueron por ellos adquiridos. Porque si consideramos la entrada y general destrucción que los Moros de África hicieron por toda España, hallaremos como quedó tan postrada y oprimida (opresa), que pasaron muchos siglos, antes que se pudiese cobrar la mitad o poco más de ella y que así por tener tantos enemigos dentro de casa, como por los circunvecinos de África, jamás pudieron los
Reyes de Aragón, ni de Castilla emprender jornada alguna fuera de los límites de España.
Siendo así que a los Aragoneses y Catalanes, los Moros de África con los de Mallorca y Valencia: a a los Castellanos, los mismos de África con los del Andaluzia y Portugal, tenían tan acosados, y como encorralados dentro sus Reynos: que apenas alzaban la cabeza los Cristianos para emprender guerra dentro o fuera de España, cuando luego eran
sobrellos los Moros: hasta que este invencible Rey vino al mundo a reinar en Aragón y Cataluña, el cual por haber también ejercitado en su niñez y mocedad la milicia, y con el favor de su gente bellicosissima de nuevo sojuzgado y pacificado sus Reynos: a los veynte años de su edad emprendió la conquista de las Islas Baleares Mallorca y Menorca, vecinas a sus Reynos, y puestas al paso de África. Las cuales por estar tan llenas de corsarios señoreaban aquel mar, robando y quitando la contratación de los Cristianos, y dando paso a los de África, para que ajuntados con los de Valencia y Granada, destruyesen los Reynos de Aragón y Cataluña, no perdonando a los del Andaluzia. De suerte que ganadas por este Rey las dos Islas, y puestas en ella su gente y armadas, no solo refrenó a los de África, y alcanzó el pacífico navegar para los suyos, pero facilitó con esto la conquista que hizo luego del Reyno de Valencia, y aun hecha ella acabó la del Reyno de Murcia. Con este alivio teniendo ya los Reyes de Aragón doblado su Imperio, y ganado el de la mar, comenzaron a levantar cabeza, y a ser temidos de los Moros. Y así abierta por aquella parte la puerta de España, salió luego el gran Rey don Pedro hijo del mismo don Jaime con grandísimo ejército de Catalanes y Aragoneses pasó en África, y de allí dio vuelta sobre Sicilia y la ganó, y poseyó del todo. No mucho después su hijo el Rey don Jaime II, nieto del primero, por su valor y gran poder por mar, fue investido por Papa Bonifacio para la conquista del Reyno de Cerdeña. Acabo de años el Rey don Alonso de Aragón IIII. de este nombre fue a conquistar a Nápoles, y al fin la ganó. Tras esto en tiempo de sus nietos, habiéndoseles quitado los Franceses, el católico Rey don Fernando de Aragón le cobró de ellos, y lo juntó con los demás Reynos de la corona. Este mismo siendo ya casado con la esclarecida doña Isabel Reyna de Castilla, y con la junta de los dos Reynos aumentadas las fuerzas de entrambos, emprendió la conquista del Reyno de Granada, y con el gran poder de Castilla lo ganó, y sujeto del todo para ella. De allí por la bondad divina se le abrió otra mayor puerta para las Occidentales Indias, y con el valor y constancia de los mesmos marido y mujer Reyes, y fuerzas de Castellanos sojuzgaron las mayores Islas que primero se descubrieron de ellas. A estos sucedió su felicísimo nieto y aguelo de V. Alteza Carlos V. Emperador máximo, el cual en comenzando a reinar por ejecución de su magnanimidad y constancia (proprias Virtudes suyas) mandó pasar de las Islas adelante el descubrimiento de las dichas Indias y parte Occidental, y llegar a la tierra firme, donde conquistó las dos más ricas y más extendidas provincias del mundo, que fueron la nueva España, que incluye en si muchos Reinos y la inmensa región del Perú que contiene cuatro tantos y se extiende de más acá de la linea equinoccial hasta el círculo del otro polo antártico en las cuales como Cristianísimo y pío lo primero fue mandar introducir nuestra santa fé y religión Cristiana y edificar muchas ciudades como colonias llevadas de España. Además que no solo el Imperio Occidental, pero también en los estados de Flandes por su patrimonio con los de Milán por su conquista, fueron por él aplicados e incorporados en la señoría y corona de España. De manera que no quedando por fin y remate de todo, sino lo que mucho tiempo se deseó que la España toda se juntase en uno, y fuese de un señor: esto vemos claramente como por la providencia divina se reservó para el mismo gloriosísimo Philipo, y que lo cumplió cuando habiéndole nuestro señor heredado del Reyno de Portugal con sus Orientales Indias, entró en él con poderosísimo ejército y echando de él a los rebeldes lo pacificó y añadió al universal Imperio de España, y con esto llegó a gozar de las más alta y más extendida Monarquía que jamás se vio en el universo, según que de su grandeza y superioridad a todas las demás que son, y fueron, se hablará más largamente en el libro XIII de esta historia. Todo para que de aquí pueda colegir V. Alteza, que si conforme a la sentencia antigua, el principio es más que la mitad de las cosas, por cuan verdadero cimiento, y glorioso principio de este tan inmenso Imperio debe tenerse, el que este buen Rey por su parte (como se ha probado) dejó puesto de su mano: cuan sólido y firmísimo, pues tiene la verdadera fé y religión Cristiana por su único fundamento. Además que fue el mismo Rey tan curioso y solícito del aumento y conservación de sus Reynos, que como por registro y secreto del verdadero modo de conquistar y conservar lo ganado, nos dejó escrita y compuesta de su propia mano, como por comentarios, su historia y vida, aunque en su lengua corta y peregrina: pero tan verdadera y llena de hazañas, cuanto falta de elocuencia y ornamento de palabras. Por donde pareciéndome que pasaba muy adelante el descuido de muchos autores graves, por no haber puesto las manos en obra tan provechosa, haciendo historia por si de las cosas de este Rey, siquiera por dar sujeto a su tan extendida fama y renombre, que van por el mundo como accidentes sin sustancia, me atreví a ponerla a gesto, y escribirla en las dos más generales, y más extendidas lenguas que hoy se hallan en el universo, Latina y Española: En la primera la saqué a luz muy pocos años ha, y la dediqué a la felice memoria del esclarecido don Jaime Príncipe (que agora lo es mucho más en el cielo) hermano de V. Alteza, y que llegó a sus manos la obra, la cual bajo su glorioso nombre se divulgó por toda la Europa, y entendiendo era accepta a los extraños, pareciome sería tanto más agradable a nuestra España, por ser de cosas acaecidas dentro de ella, y así determiné escribirla segunda vez en esta lengua, por satisfacer a la importuna demanda de muchos, y mucho más porque V. Alteza gustase más presto de ella, con fin que de aquel mismo tiempo y niñez que este buen Rey comenzó a reinar y pelear todo junto; comience V. Alteza con tal lectura a entender y aficionarse a lo uno y a lo otro. Porque si verdad es lo del proverbio que dice, Los niños se entienden, mayor impresión hará en V. Alteza leer y contemplar por si mismo las cosas puestas por su orden, que aquel varonil niño
en su tierna edad hacía, que cuanto le dijeren y recitaren de él a pedazos sus Ayos y maestros: y así he dejado la historia repartida en los veinte libros como la Latina, dividiendo cada uno de estos por breves capítulos, como descansos, para que con menos trabajo y mayor advertimiento pueda
V. Alteza leerlos. más aunque a los principios va la historia muy atada con la Latina, de manera que parece más traducción que historia por si, es tanto lo que se ha añadido por toda ella, y también mudado y mejorado en muchos lugares, que deja de ser traducción, y siendo una misma verdad, hace historia por si en esta lengua. La cual cierto merecía otro estilo más subido y limado, aunque no más claro (si no me engaño) ni más acompañado de verdad que el nuestro, y por eso es tanto más digna de que V. Alteza, y todos los Príncipes del mundo se den a la
lición de ella, para que de pequeños la tomen por espejo y comiencen a preciarse de las cuatro más principales y soberanas bondades, o virtudes que en el verán representadas; de las cuales este sobre cuantos Reyes ha habido en el mundo se preció más que todos: como fue de buen hombre, de buen Cristiano, buen capitán, y buen Rey: a fin que como los mismos Padre y Aguelo de V. Alteza por haber imitado las pisadas de este buen Rey, valiéndose de sus tan ricas virtudes, llegaron a poseer medio mundo: así V. Alteza, imitando a los tres, alcance el otro medio, y después de muchos años de vida el eterno del Cielo Amen,
Amén.

Libro noveno (nono)

LIBRO NONO

Capítulo primero. De la ocasión que al Rey se ofreció estando en Alcañiz para determinar la conquista del Reyno de Valencia.


Apenas había el Rey acabado la conquista de los reynos de Mallorca y Menorca (que bastara sola esta para perpetuar su glorioso nombre y fama) cuando por orden de y disposición del cielo, se le ofreció nueva ocasión para para emprender otra mayor y más provechosa a sus reynos, que fue la de sus vecinos los Moros y reyno de Valencia. Negocio arduo, y por muchas causas harto más dudoso que el pasado: así por la infinidad de moros, que por aquel tiempo estaban muy extendidos por España, y eran casi señores de la mitad de ella, y que moviendo guerra contra algunos de ellos, era cierto que habían de favorecer unos a otros contra los Cristianos: como por ser el Reyno marítimo y vecino de África para poder ser de ella muy presto socorrido: demás de ser de si fértil, y muy cultivado, y que por su mucha abundancia podría mantener guerra por mucho tiempo: principalmente por haber en él gente belicosa, y que para su defensa, estaba de todo género de armas bien provista. Finalmente por querer el Rey a solas, sin valerse del favor y ayuda de otros Reyes en prenderla, confiado, de que pues en esta empresa tenía las mismas intenciones que tuvo en la de Mallorca, de echar fuera del la impía secta de Mahoma, por introducir la fé Christiana, no emprendería cosa deste jaez por ardua que fuese, que con el favor divino, no saliese con ella. Mas porque ya antes comenzó el mismo esta jornada, y por estar muy ocupado y distraído en otras, no pudo proseguirla, será bien que declaremos, donde, y por quién al Rey se ofreció la ocasión, qué causas y motivos tuvo para emprender tan de veras esta conquista, de la cual nunca partió mano hasta verla del todo acabada. Dice pues la historia, que como el Rey partiendo de Mallorca llegase a tomar puerto en los Alfaches en Cataluña junto a las bocas del Ebro, y de allí diese licencia a don Nuño para visitar su condado de Rosellón, y el se quedase con el Comendador Folcalquier vicario del gran Maestre del Ospital: determinó de irse con él a Aragón: y pasando por el campo, y a vista de Tortosa, junto a las sierras de Benifaça (donde tomada Morella comenzó el Rey a edificar un monasterio devotísimo del orden de Cistels, como adelante diremos) entró por tierra de Morella en Aragón, y fue a parar en la villa de Alcañiz de la frontera (nuestra patria
carissima) así dicha porque tiene enfrente de si a Cataluña, donde quiso reposar y solazarse por algunos días, pareciéndole pueblo de arte, muy alegre y aparejado para todo género de recreación, por ser una de las más insignes villas del reyno, que tiene a Cataluña al levante, y a Valencia al medio día, y está asentada en un recuesto de monte que mira al poniente, con una muy fructífera y extendida vega, que la rodea de todas partes salvo del Septentrión, donde tiene montes que la defienden de la tramontana. Es población de Mil casas altas y hermosamente labradas, con las calles y plazas enlosadas, y con su cercado muy ancho, fuerte, y bien torreado muro. Tiene para su defensa, a la parte de arriba en lo más alto del recuesto, una fortaleza y castillo inexpugnable, y por la de abajo, un río profundo llamado Guadalope (Guadalobos) que la cerca: cuya agua con la de muchas otras fuentes ayuda tanto con su riego a fertilizar sus campos y bien cultivada vega, que no solo producen todo género de mieses y varios frutales, pero son muy suaves y delicados: y que sin esto es su campaña riquísima de carnes, y de toda diversidad de caza y venados, según que de todo esto y de los ingenios de sus ciudadanos, se hace más copiosa mención en nuestros comentarios de Sale libro 5. De los cuales solo diremos, como cerca el gobierno de su República se tratan con tan pía y ahidalgada concordia: que como fruto que nace de ella, han emprendido grandísimas y suntuosísimas obras públicas por beneficio de la patria, y han salido con ellas: mas la han tanto ennoblecido, que no sin causa se siguió por disposición divina que el Rey para conformar con los suyos, y determinar una tan santa y memorable empresa, se retirase a este pueblo tan hecho a conformidad y concordia. Donde en aquella sazón para mejor deliberar sobre ella era llegado a ver al Rey don Blasco de Alagón, el cual había bien dos años que andaba por el mismo reyno en compañía de Zeyt Abuzeyt (como se ha dicho antes) reconociendo con curiosidad los pueblos y fortalezas que estaban en defensa, anotando las entradas y salidas dellos, con las comodidades para batirlos, y las armas y gente de guerra que había en la tierra para su defensa: además de haber ganado muchos amigos de los Moros, de cuyo favor y avisos se aprovechó después mucho el Rey para la conquista. De suerte que hallándose allí don Blasco con el comendador Folcalquier aposentados en lo alto de la villa, subieron con el Rey una mañana a un sobrado de la casa, adonde en un tanto que el Rey y don Blasco miraban a todas partes, y gozaban de tan deleitosa y extendida vista como por lo llano, y tan arbolado de la vega se descubría: el comendador se puso a una parte del sobrado a contemplar muy de propósito la bellísima presencia y personado del Rey (andaba a la sazón, por ser tiempo caluroso, horro de vestiduras luengas) como siendo de tan eminente estatura y grandeza de cuerpo, que se entiende fue de cuatro cobdos y medio de alto, era tan bien proporcionado de miembros, blanco y rubio claro de barba y cabello, y de tan suave aspecto y majestad de rostro, que otro más dispuesto, ni más bel hombre (hóbre) que él no se hallaba en todos sus reynos. Considerando, pues, del que no siendo de edad mayor de XXV años no solo hubiese apaciguado sus reynos, y domado los rebeldes, pero que fuera de ellos tuviese ya conquistadas las Islas Baleares, y triunfado de su Rey y destas: movido por inspiración divina, puso los ojos tan de hito en su Real persona, que lo echó de ver el Rey, y le dijo: qué es lo que estáis tan atentamente contemplando, nuestro gran Comendador? En verdad (señor y Rey nuestro) dijo el comendador, que cuanto más miro y contemplo vuestra tan admirable y graciosa presencia, y debajo de ella considero las extrañas y tan señaladas empresas que desde niño coménçastes a hazer, junto con el felice successo de todas ellas: tanto más vengo a creer, que algún Ángel bueno las guía, y que pues tenéis a Dios de vuestra parte, debéis pasar adelante y emprender otras mayores. Y pues con la presa de las Islas sois ya señor del mar Ibérico, y habéis triunfado de los corsarios del, volváis a tierra firme, y deis por las tierras marítimas, sobre todas, por la ciudad y Reyno de Valencia, pues lo tenéis tan vecino a los vuestros, y como dentro de casa. Porque saliendo con él, no solo libraréis a los vuestros de tan continuos daños y pérdidas que padecen con tan mal vecindado: pero seréis el primero que haureys abierto el paso a la corona de Aragón para osar entrar en la conquista de África. Demás de ser muy justo y debido que conquista que fue tantas veces comenzada por vuestros antepasados, sea por vos proseguida y acabada. Pues con la ventaja que lleváis a todos ellos en el poder y acrecentamiento de Reynos, no hay duda, sino que mediante el favor divino, saldréis con la empresa. Mayormente estando el Reyno diviso, y puesto, como vemos, en dos parcialidades, y que podemos bien decir, que sois ya señor de la una, pues tenéis la de Abuzeyt por vuestra. Y más con la presencia y asistencia de don Blasco, que tan sabidas y reconocidas tiene las salidas y entradas del reyno, y sus pocas, o muchas fuerzas y aparejo de guerra, y que con su consejo y guía, no habrá (haura) cosa que no se acierte. Y así en conclusión me parece, que a vos y a vuestros reynos importa tanto llevar a delante esta empresa, que haureys ganado muy poca honra, y menos opinión de sabio y prudente capitán, en hauer hechado los enemigos de lejos, quedándoseos los mayores y más perniciosos en casa. Don Blasco, que oyó razones tan verdaderas, y tan bien deducidas para mover el ánimo del Rey a hecho tan heroico desta conquista, loó y aprobó , sin más réplica todo lo que por el comendador fue tan sabia y prudentemente apuntado: en tanto, que después de haber hecho él también sus razones y discursos sobre ello, y en todo conformado con los del comendador, concluyó su plática, diciendo, que para comenzar la conquista con toda comodidad y ventaja del Rey y su ejército, ninguna otra tierra, ni plaza en todo el reyno se ofrecía más oportuna, que la villa de Burriana. Así por ser pueblo grande, bien fortificado, y cabeza de toda su comarca: como por ser muy fértil de campaña, y bastante para mantener la guerra. Pues aunque estaba metida muy adentro del Reyno, también era marítima, para poder ser muy presto por mar socorrido el ejército cuando estuviese sobre ella. Demás que siendo tomada, se podría muy bien fortificar de manera, que a pesar de la ciudad, que está a una jornada, y de todo el reyno, podría allí hibernar (yuernar) el ejército, y con solas las cabalgadas y correrías del campo mantenerse sin otras muchas comodidades para el ejército, que puesto el cerco sobre ella se descubrirían.
Capítulo II. Como cuadró al Rey el parecer del comendador y don Blasco, y de las nuevas causas de la empresa, y del Bouage que fue impuesto a los Catalanes, y tallon a los Aragoneses para esta guerra.

Fueron al Rey muy aceptas las palabras y advertimientos del comendador, en conformidad de lo que también dijo don Blasco sobre la conquista del Reyno de Valencia. La cual no tanto por el provecho que se le podía seguir: cuanto por relevar a sus reynos de tan continuos daños como recibían, tenía muy grande obligación de emprendella. Y así determinó emplearse del todo en ella. Para esto mandó convocar a los demás de su consejo en la misma villa, ante quien propuso esta su voluntad y empresa, por oír las razones de cada uno para mayor justificación de ella. La cual como a todos pareciese muy santa y provechosa, tomose por resolución. Que muy justa y debidamente se podía mover guerra contra Zaen Rey de Valencia, por ser tirano que había usurpado el Reyno ajeno: y porque había ofendido a su Real Majestad, y a sus reynos en muchas maneras. Lo primero porque sin preceder causa justa para ello, echó del reyno a Zeyt Abuzeyt verdadero y legítimo Rey de Valencia, y le desposeyó del, por solo que se había retirado de hacer correrías con la tala de campos en sus vecinos de Aragón y Cataluña, y porque no trataba con crueldad a los cautivos Cristianos. Lo segundo porque estando el Rey y los suyos ocupados en la guerra y conquista de Mallorca, Zaen había salido, con mano armada a correr el campo, y hecho gran daño en los confines de Cataluña, hasta llegar junto a Tortosa y Amposta fortaleza muy principal de los del Ospital: y no contento de haber talado los campos y hecho muy grande presa de cautivos en su comarca, de vuelta había acometido a Vldecona villa grande de la mesma orden, puesto que se le defendió valerosamente, y se retiró con gran daño suyo. Finalmente porque habiéndole enviado el Rey sus embajadores para querellarse dl por todos estos daños y excesos que había hecho en su tierra, y que no por eso se apartaría de su amistad, solo que le pagase la quinta parte de los portazgos de Murcia que cada año se le debían, y en el pasado no se le habían pagado: los despreció, e hizo burla de ellos, y de la recompensa que por los daños hechos le pedía. Y de los portazgos, respondió, que le quitaría cada año la mitad de ellos. Oídas por el Rey todas estas causas, de común parecer y voto de los del consejo fue Zaen condenado, a que fuese perseguido, y se le moviese guerra a fuego y a sangre pues por ser el Reyno de Valencia por antigua división comprendido en la conquista de Aragón, tocaba al Rey reparar estos daños, y echar del reyno a los causadores dellos. Con esto se partió el Rey para Monzón (Monçon), a donde mandó convocar cortes. Y ayuntados los grandes y Barones de los dos reynos, con algunos Prelados de iglesias, y con los Síndicos de las ciudades y villas reales, les propuso los grandes beneficios y provechos que para la provisión y seguridad de sus reynos se seguirían con la conquista del Reyno de Valencia, por ser tan rico y abundante de todas cosas, como claramente todos lo sabían y entendían: y mucho más por echar del tan mala vecindad de infieles enemigos de Dios y de su santo nombre, que no atendían sino a robarles sus haciendas, y cautivar los Cristianos: que por evitar esto, era su principal fin ganarle para introducir en él la santa fé católica y religión Cristiana: que todo redundaba en muy gran servicio de nuestro señor, y evidente beneficio y utilidad de sus reynos circunvecinos al de Valencia. Para lo cual les notificaba los grandes y excesivos gastos que en la empresa se habían de hacer: que les rogaba no dejasen de ser largos en ayudarle con sus haciendas: siendo para empresa donde él había de aventurar su persona por hacer bien a ellos. Como a todos pareciese muy santa y justa la proposición y demanda del Rey, y viniesen bien en lo que tocaba a los gastos: fue impuesto el Bouage a los Catalanes, que lo prometieron de muy buena gana, y con mayor brevedad que nunca lo cogieron y se lo dieron. Demás desto se ofrecieron las ciudades y villas Reales de Cataluña a servirle en esta guerra con gente y armas, por mar y por tierra. Por lo semejante fue demandado favor a los Aragoneses, los cuales para la misma guerra, de buena gana, y con mucha afición de servir al Rey consintieron el tallon que se les impuso, que algunos le llamaron herbage, y era un tanto conforme a los frutos que cada uno cogía de sus heredades y tierras, el cual pagaron más gustosamente, y en mayor cantidad, los que estaban más apartados del Reyno de Valencia: porque los vecinos y comarcanos ya contribuían en ser quintados para haber de ir personalmente a la guerra. Con esto comenzó el Rey a hacer gente, y bastecer su ejército, dándose toda la prisa posible por no perder otra tan oportuna ocasión como se le ofrecía a causa de las distensiones y discordias que entre si tenían los Reyes Moros de España, los cuales, o por la amistad de Abuzeyt, o por otras causas estaba mal con Zaen. Aunque las discordias entre los mismos, Abuzeyt y Zaen cabezas del reyno, fueron más al propósito que todas. Porque ya por esta causa se había dividido el Reyno en dos parcialidades. Y es cosa natural que lo dividido y esparcido es más débil y flaco que lo que está conjunto y unido.


Capítulo III. Como consultado el sumo Pontífice sobre la conquista de Valencia la aprobó, y concedió la cruzada para ella, y del concierto hecho con don Blasco para comenzar la guerra.

No le pareció bien al Rey comenzar guerra tan ardua y dudosa, mayormente por ser contra infieles sin consultarla primero con el sumo Pontífice Gregorio IX, que entonces regía la iglesia de Dios. Por esto envió sus embajadores a Roma para representar ante él, y su colegio de Cardenales la gran utilidad y provecho que a sus Reynos se le seguía, y a toda España con esta conquista, juntamente con el acrecentamiento de la fé católica y Cristiandad que en lo conquistado se introduciría para más aumento y obediencia de la sede Apostólica: que para mejor proseguir la empresa suplicaba a su Santidad le enviase la bendición, con la gracia e indulto de la santa Cruzada. A los cuales respondió el Papa con muy grande contentamiento: que le placía y se alegraba mucho de entender los buenos intentos y santos fines que el Rey llevaba en sus empresas, por verlas tan endreçadas al servicio de nuestro Señor, y acrecentamiento de su santo nombre y de su iglesia: que las pasase adelante con la gracia del Señor, y que no solo con dones espirituales, pero con hacienda y gente, si menester fuese, le favorecería con todo el amor y diligencia como era obligado: por ser esta empresa tan propia y dedicada al beneficio y aumento de la universal iglesia. Y así le enviaba la triunfante insignia y armas de la santísima Cruz de Iesu Christo nuestro Señor: certificándole que en virtud de aquella vencería a los enemigos de ella. También abrió el Thesoro de la sacratísima pasión y méritos del Señor, concediendo con la santa Cruzada poder de absolver de todos pecados, a los que con la insignia de la Cruz, y con ánimo de ensalzar la santa fé católica fuesen a esta guerra. Fue publicada esta bulla en Monzón en tanto que las cortes se tenían, y por los predicadores de ella muy encarecida y ensalzada. Entendió también el Rey, en que así los grandes y barones de los reynos como todos los capitanes y soldados tomasen y llevasen sobre sus armas y vestidos una Cruz colorada. De ahí acabadas las cortes el Rey volvió a Alcañiz, a donde muy de continuo consultaba con don Blasco sobre la conquista, informándose de los lugares más fuertes del reyno y por cuales se comenzaría la conquista. Mas siempre insistía don Blasco en que Burriana era el más cómodo puesto para comenzarla. Pero el Rey todavía era de diverso parecer, y decía que sería mejor entrar por Morella, por ser villa fortificada y más cercana y frontera de Aragón, para tener las espaldas seguras, no quedase nada atrás por conquistar. Y así teniendo el Rey por muy cierto que haría mucho a su propósito que don Blasco la comenzase por Morella, perseveró en persuadírselo, puesto que ya antes habían los dos altercado sobre ello algunas veces, mas don Blasco nunca había querido arrostrar a ello. Por lo cual determinó el Rey venir a conciertos con él: y para más atraerle a su propósito, prometió dejarle de buena gana todos los lugares y villas que él se ganase de los Moros. Fue contento del partido don Blasco, y hecho este concierto se partió para Morella que no está lejos de Alcañiz. Llegando pues a vista de ella, puso su gente en celada, y con la inteligencia y favor que tenía dentro con algunos principales de la villa, tuvo por cierta la presa.


Capítulo IV. De la ida del Rey a Teruel, y como pasó a Exea de Aluarrazin a cazar, a donde le vino nueva como la gente de Teruel habían tomado a Ares, y don Blasco a Morella.

Luego que don Blasco partió para Morella el Rey se fue para Teruel, trayendo consigo al comendador Folcalquier, y pasó a un pueblo principal más arriba junto al mismo río que se llama Exea de Albarrazin para recrearse con la montería de venados y puercos jaualies de que tanto abunda aquella tierra, por habérselo mucho encarecido don Pedro Azagra señor de Albarracín, que le convidó a la caça, y le aposentó y regaló muy magníficamente en dicho pueblo: lo que para el Rey fue de mucho gusto y recreo. Estando pues en lo mejor de la caza llegó a él un correo de a pie con aviso que los soldados de Teruel, que por su orden estaban en guarnición en la frontera del reyno de Valencia, con cierto ardid de guerra se habían entrado en la villa de Ares, y tomado el castillo de ella: y que lo defenderían, si les proveyesen de más gente, antes que el Rey de Valencia enviase la suya para cobrarlo. Holgose estrañamente el Rey con esta nueva. Porque es Ares pueblo fuerte, y puesto en lo más eminente de todo el reyno, que está por la parte de oriente y medio día altísimo y a peña tajada levantado: tanto que sirve de atalaya para descubrir lo muy lejos del reyno, y que aprovecharía con la gente de guarnición no solo para impedir las correrías de los Moros, pero para con más seguridad hacer contra ellos las suyas los Cristianos. Luego el Rey envió allá quien de su parte des dijese el gran servicio que había recibido dellos con tal presa: que tuviesen buen ánimo y defendiesen la villa y fortaleza, porque él mismo en persona sería presto con ellos. Y así se partió luego, mandando a la gente que tenía hecha en Teruel de a pie y de a caballo que le siguiesen. La cual Fernando Díaz y Rodrigo Ortiz hidalgos principales de Teruel, llevaron a la villa de Alfambra (cuyo nombre morisco tiene el río que pasa por ella y entra más abaxo en Guadalauiar) donde se había de ayuntar el Rey con ellos. Pues como partiese de Exea, y pasando por el barranco de Caudet llegase a Alhambra al anochecer, cenó y durmió poco: porque a la media noche se levantó, y no embargante el gran frío de la tierra, por ser ya entrada de invierno, se puso en camino, y a largo paso llegó al amanecer al puerto de Montagudo. De allí ya tarde arribó a Villarroya lugar de la orden del Ospital: a donde el comendador Folcalquier, que siempre le seguía, le hospedó muy regaladamente, y durmiendo pocas horas, muy de mañana volvió a su camino. Llegando pues a lo más alto de aquellas sierras, descubrieron de lejos un ballestero de a caballo que a campo traviesso venía a más andar, enviado por don Blasco, y llegado al Rey dio aviso como la gente de don Blasco había tomado la fortaleza de Morella, y con ella apoderándose de la villa. El Rey que oyó esto, mostró muy grande alegría y regocijo con la nueva: aunque a la verdad en su ánimo no dejó de entristecerse harto: porque conforme al concierto hecho, Morella quedaba por don Blasco: y se dolía mucho porque en comenzar la conquista, la presa de una tan importante plaza no le hubiese cabido a él, sino a don Blasco.


Capítulo V. Como fue aconsejado el Rey tomase el camino de Morella, y de los grandes trabajos, y hambre que padeció por llegar a ella antes que don Blasco.

Caminando el Rey muy dudoso y pensativo de la vía que tomaría, si proseguiría la de Ares, o entraría en la de Morella: llegó a una encrucijada donde se partía el camino para Morella, y paró allí. Como juntase con él Fernando Díaz, y le viese parado, y dudoso sobre cual de los dos caminos tomaría, pensando lo que podía ser, dijo. No queráis señor (os suplico) seguir agora el camino de Ares, y dejar el de Morella, siendo esta villa la más importante fortaleza de todo el reyno, hecha tan a vuestro propósito, y para espantar los ánimos de los Moros, antes seguid el camino de ella con toda prisa, primero que don Blasco se meta dentro. Porque conozco la condición y tesón del hombre tan soberbio y interesado, que si una vez se apodera de ella, más dificultad tendréis en cobrarla del que de los Moros. Entonces llamó el Rey a don Pedro Azagra, y a don Atorella, y al Comendador, y pidioles qual de los dos caminos debían seguir. Como sintió esto Fernando Díaz luego fue con ellos a esforzar más su parecer y voto de nuevo: añadiendo que en la diligencia y presteza estaba puesto el buen suceso desta empresa: que por eso le había de mandar a la gente de a pie de Teruel, que dejado el bagaje atrás, pues caminaban por tierra segura, siguiesen a la ligera el estandarte de los de a caballo. Pareciendo a todos esto bien, entraron en el camino de Morella, y llegados al río Calderas , de allí caminaron por montes y valles desiertos, y los más ásperos del mundo, sin haber rastro de camino hasta que llegaron al río que pasa a rayz del monte donde está puesta Morella: y sin más aguardar, ni tomar aliento, subió el Rey a lo alto del con extraño afán y diligencia, por ser asperrimo , con el ejército que de verlo ir delante fue luego en su seguimiento. Adonde asentó su Real (que por esto aun hoy se llama el collado del Rey) y está tan propinco a la villa, que de allí se podía fácilmente impedir a cualquiera la entrada y salida de ella. Luego mandó que a los primeros soldados que subieron, se les diese algún refresco, que apenas se halló por quedar el bagaje abajo, para que se pusiesen en el paso, y no dejasen salir, ni entrar en la villa a ninguno que no fuese preso, y traydo ante si. La causa por que el Rey mandó guardar aquel paso tan estrechamente, y nunca partir los ojos de la villa, porque los soldados de la fortaleza que estaban por don Blasco, no pudiesen darle aviso de su venida, pues tampoco don Blasco los podía descubrir viniendo por la otra parte de la villa. Y así estuvo el Rey toda la noche padeciendo intolerable frío, por la mucha nieve que había en el collado, y más por el continuo velar, sin estar debajo de cubierto. Y por lo mismo, los de caballo que por seguirle dejaron sus caballos y subieron a pie por el monte arriba, estaban muy fatigados y desacomodados, a causa de no haber podido subir al monte por su aspereza las acémilas (azemilas) cargadas con el bagaje y tiendas. Y que se halla por verdad que el Rey entre todos padeció grande hambre, ni comió de propósito por tres días desde la cena de Villarroya hasta allí, por no perder tan buena ocasión del collado.


Capítulo VI. Que don Blasco fue preso al entrar en Morella y traído ante el Rey, le rogó le entregase la villa y la entregó. Y como el Rey fue a la villa de Ares y proveyó a los soldados.
Luego el día siguiente después que el Rey subió al collado, y puso su guarda a vista de la puerta de la villa, llegó por la mañana don Blasco con algunos de a caballo para entrar en ella, no sabiendo de los que estaban en celada por el Rey. Y así fue preso por Ferná Pérez de Pina, que era capitán de la guarda. Traydo ante el Rey le recibió con abrazos y mucha fiesta, alabando mucho su valor y destreza en haber tan presto ganado la villa, y de lo mucho que se había holgado con el aviso que le dio de ello. Por lo que le rogaba con toda llaneza tuviese por bien de entregársela con la fortaleza, prometiendo le reconocería este servicio con muy buena recompensa. Como esto oyó don Blasco comenzó a pensar mucho sobre ello, y casi a negar la demanda. Pero volviendo el Rey y los capitanes a instarle sobre ello, queriendo ya poner las manos en él, si no condescendía con los ruegos del Rey, en fin se determinó en hacer de necesidad virtud, y perder de su derecho por contentar al Rey. Luego se fue con toda la gente de guarda, y llamando a sus soldados de la fortaleza, vinieron y la entregaron con la villa a los capitanes del Rey. Al cual don Blasco primero que todos prestó los homenajes y entró con él en Morella. De donde sacados sus soldados, y la guarnición de la fortaleza, dio lugar a que pusiesen el estandarte con la guarnición y gente del Rey en ella. A quien con los de la villa también se rindieron luego todas las Aldeas. Y dejando allí a uno de los principales barones que traía consigo encomendada la tierra, se puso en camino para la villa de Ares, así dicha (según fama) porque a causa de la gran altura del lugar, fueron en él puestas antiguamente las Aras, o altares para sacrificar a los Dioses. Entrando allí el Rey alabó mucho, y agradeció a los soldados de Teruel la presa de la villa, mandando les dar dobles pagas, y reforzar la guarnición de ella. Al otro día queriendo se partir de allí, oyó misa por la mañana, y puesto de rodillas hizo gracias al santísimo sacramento por la victoria de aquellas dos tan importantes plazas, ganadas sin derramamiento de sangre, y como primicias de su empresa, mandó luego edificar en las dos sus templos, para que se continuasen en ellos los oficios y sacrificios divinos. De allí partió para Teruel, llevando consigo a Zeyt Abuzeyt, el cual se halló presente al entrego de las dos villas, y de nuevo se sujetó al Rey, dada su fé que no dejaría durante la guerra, de hallarse con su persona, en ella, y que con todos sus deudos y amigos que tenía en el Reyno le serviría.


Capítulo VII. De la donación que el Rey hizo a don Blasco del condado de Sástago por Morella, y de las dos encomiendas mayores de Aragón, y del ejército con que comenzó la conquista.

Salió de Teruel el Rey a dar una vista y reconocer los pueblos de Aragón comarcanos a los de Castilla, por atajar algunas diferencias que entre ellos se ofrecían. Como fuese en Calatayud, acordándose de aquel memorable servicio y liberalidad de don Blasco en conquistar a Morella, y entregársela con la fortaleza, pareciole debía hacerle alguna honesta recompensa con la villa de Sástago, que era de las buenas Aragón con sus arrabales y término fertilísimo, que lo riega el río Ebro: por haber sido esta antes empeñada por el Rey don Pedro su padre en muy poca suma de dinero a don Artal de Alagón padre de don Blasco. La cual le dio con todo el estado perpetua y libremente, y más la fortaleza de María que está en el campo de Zaragoza. Del cual tiempo acá la gente y familia Alagonesa que ya en aquella Era florecía en antigüedad, en sangre Real, y hechos memorables, con el aumento del estado, quedó entre los Aragoneses después de la casa Real por muy principal entre todas. Hizo se esta donación y recompensa a don Blasco muy sobrepensado, de consejo y parecer de los grandes del reyno que se hallaron presentes, y así fue con mucho aplauso de todos sellada y firmada por el Rey. El cual como fuese ya señor de las dos villas, y hubiese puesto en ellas guarnición de soldados, para pasar adelante a poner cerco sobre Burriana, mandó convocar cortes en Teruel, por hacer allí junta de todo el ejército, y de propósito entrar en la conquista del Reyno. Donde se ayuntaron los Vicarios de los maestres del Temple y del Ospital, con los maestres de Vcles y de Calatrava. Destos dos últimos, aunque la fundación y cabezas estaban en Castilla, también había en Aragon algunas encomiendas instituidas por los Reyes, para contra Moros: y destas, la encomienda mayor de Ucles (Vcles), está fundada en la villa de Montalbán, de la cual se hablará presto. Y la encomienda mayor de Calatrava en la villa de Alcañiz: con otras menores de las mismas dos órdenes fundadas en otros lugares de Aragón. También se fundaron otras en el reyno de Valencia después de conquistado. Assi mismo se juntó con ellos don Bernaldo Montagudo Obispo de Zaragoza, que por muerte de don Sancho Ahones poco antes había sido elegido, Don Pedro Azagra señor de Albarracín, don Ximen Pérez de Taraçona, a quien después el Rey hizo merced de la Baronía de Arenos, con otros muchos señores del reyno. Con los cuales cuando se comenzó a formar el ejército, no pasaba de ciento y veinte caballos ligeros, y mil infantes, sin los que hizo Teruel, y los que enviaron Calatayud y Daroca, que todos llegaban a doscientos y cincuenta caballos, y mil y quinientos infantes.


Capítulo VIII. Que después de auituallado el ejército en la comarca de Teruel, partió el Rey con el campo para la villa de Xerica, y de las escaramuzas que tuvo con los Moros de ella.

Confiando el Rey sería pronta la venida de la gente que le había de enviar de la Proença el conde su primo, con la de Cataluña que había mandado hacer, salió de Teruel con tan pequeño ejército como dijimos. Y porque su fin era, por atemorizar a los moros, irles talando los campos y destruyendo cuanto le viniese delante, mandó muy bien proveer el ejército de pan y ceuadas, de los campos del Pobo (Pouo) y Visiedo lugares principales de la comunidad, y también de muy buenos tocinos y saladuras de Teruel y Albarracín. Más adelante, llegado a la Puebla de Valverde tomó copia de carneros, y del campo de Sarrión muy buenas vacas por ser estas dos tierras de grandes pastos para crianza de ganados mayores y menores. Con esto prosiguió el campo para Xerica villa primera del Reyno de Valencia. Y comenzando a marchar, llegaron de Sarrión a la Iaquesa postrer lugar de Aragon, donde está la casa de la Aduana, y registro de las mercadurías que entran y salen del un Reyno al otro. De allí pasado el río seco, que agora divide los reynos (porque antiguamente la división solía ser por el río Aluentosa que está más hacia Aragón y en las divisiones era el límite) entraron en el de Valencia, y hicieron sus correrías por algunas Aldeas de Xerica moderadamente, por estar mezcladas con Cristianos. De ahí descendieron por el monte de la Lacoua, de cuyo alto se descubría muy bien la villa de Xerica, principal entre los antiguos Edetanos, cercada de muy recio muro, demás de ser su asiento naturalmente fuerte. Porque está en un montecillo algo enhiesto y levantado, y en lo más alto del fundada la fortaleza, casi inexpugnable: porque tiene delante de si la villa por defensa, y detrás el río profundo, del cual hasta lo alto de ella es todo peña tajada. Su principal fuerza consiste en ser la gente belicosa, cual suele ser la que está en frontera: por tener siempre por enemigos los vecinos que son de diferente señor, y se ofrecen ocasiones para venir muchas veces a las manos, y estar siempre unos contra otros malintencionados. Sabida por Zaen la entrada del Rey con ánimo y aparejo de conquistar el Reyno por la parte de Xerica, temiéndose no le acaeciese como en lo de Morella, que por no haber enviado el socorro con tiempo se perdió: les proveyó de cuatro compañías de soldados escogidos: los cuales con la gente de la tierra hacían buena defensa. Destos salieron al camino ochocientos infantes muy bien armados para estorbar a los nuestros la tala de sus campos, y tan apacible y fructífera huerta: pero mandó el Rey no se comenzase a talar cosa hasta el día siguiente: porque no peleasen los nuestros sobre cansados del camino, sin tener primero hecho algún asiento y reparo para el ejército. Y como luego después de la bajada del monte poco más de una legua llegasen a un pequeño pueblo llamado Viver, que agora es principal, mandó parase cerca de allí el campo junto al río Palancia, que va a dar en Murviedro. En viniendo la mañana comenzaron a talar los campos y huertas que están entre Viver y Xerica con gran dolor de sus dueños que lo veían. Eran mil infantes y treinta de a caballo los que iban guardando los lados a los gastadores que pasaban hacia la villa haciendo la tala, sin que saliesen a impedirlo de cerca los del pueblo por miedo de la caballería que los alancearía: pero de lejos, puestos en lugares escondidos los ballesteros, hacían gran daño en los gastadores, y por esto no pasaron aquella tarde más adelante. El día siguiente remediaron los del Rey este daño muy a su salvo. Repartiendo la gente de a caballo, parte por el monte que está cerca de la vega a la mano diestra, del otra parte del río, parte por los mismos campos: tomando los primeros de la vanguardia de pie las adargas de los de a caballo, para defender con ellas a los que les seguían de las saetas de los Moros, los cuales por venir de lejos no encarnaban. Y así sosteniendo este primer ímpetu, pasaban adelante. Tras estos venían los ballesteros que en asomar el Moro le derribaban, y luego los gastadores, los cuales seguros del peligro del día antes, lo destruían (destruyan) todo.


Capítulo IX. Que por haberse pasado adelante gran parte del ejército, dejó el Rey de cercar a Xerica, y pasó hasta llegar a vista de Burriana, cuyo asiento y campaña se describe.

En tanto que esto pasaba en el campo de Xerica, los maestres del Temple, y del Ospital con los de Vcles y Calatrava, por atraer al Rey a lo de Burriana, se pasaron con una buena banda de caballos, y setecientos infantes, más adelante de Xerica, sin tocar en Segorbe por estar a la devoción de Abuzeyt. Y siguiendo el río abajo se metieron muy adentro en el Reyno hasta que llegaron a vista del castillo de Murviedro, que está a cuatro leguas de la ciudad, donde a mano izquierda está el camino para el valle de Segó dicho antiguamente de Sagunto que sale hacia la mar. El cual estaba muy cultivado, con mucha variedad de mieses, de granos menudos, de que le mantienen mucho los moros, y muy poblado de lugares. Como este se mandó también talar, y destruir, salieron luego a tropel gran muchedumbre de rústicos, sin ningún orden, para reconocer la gente nueva de guerra que se les metía por la tierra, pensando poderles impedir el paso. Entendido por el Rey, de los maestres y gente que se había desmandado, y que por codicia de llegar a Burriana se pasaban tan adelante, dejó de cercar a Xerica, y se fue con todo el campo en seguimiento dellos, y aunque encontró de camino con una pequeña villa dicha Torrestorres, no quiso detenerse en ella, siendo de enemigos, sino de paso talarle sus campos y vega, que tenía bien cultivada, por no divertirse de la conquista de Burriana: mayormente que no menos que los maestres desearía el llegar a ella, luego con todo el ejército junto. Con esto pasó muy adelante por el mismo valle, dejando a Almenara a la mano derecha, y por la falda de su castillo llegó a dar en el grande llano de Burriana. Allí se le descubrió un campo espaciosísimo y fertilísimo, y a la vista muy deleitoso, cercado de montes a modo de media luna, desde Almenara que está junto a la mar, al medio día, hasta el promontorio, o cabo de Orpesa al Septentrión, que distan entre si una jornada, tomando la linea recta ribera del mar, del un cabo al otro. Está el llano muy lleno de acequias que de las fuentes y río, vulgarmente dicho Millàs, se derivan, y riegan muy grande parte del hasta la mar: y con esto es tanta su fertilidad, que ayudada de la buena cultura del labrado, no es inferior en provecho a cualquier otro campo del Reyno. Pues demás del mucho pan, vino, aceite, ganados mayores y menores que produce, con otras muchas semillas, y morales para la seda, solía también ser muy abundante de arroz y de azúcar, que son de las principales mercaderías del Reyno: también de mucho pescado y mercadurías infinitas, que por ser marítimos gozan todos los pueblos que en este llano se encierran, que son muchos porque así de los que están situados en lo llano como por los montes y valles que van a dar en él, se descubren al pie de treinta entre villas y lugares. Era entonces la villa de Burriana la mayor y más fuerte de todas, así porque les excedía en la fertilidad y cultura, como por la vecindad del mar para ser bien provista: la cual por su grande sitio y altos muros era como alcázar de toda aquella comarca. Y demás que abundaba de todo género de vituallas, no dejaba de ser la gente de ella muy belicosa, y con esto estaba muy puesta en defensa: mayormente después que Zaen le envió los mil y quinientos soldados de refresco: sabiendo que la intención y venida del Rey se encaraman contra ella. Y así la proveyó de todas armas y pertrechos, y de ingenieros para repararla y defenderla: con fin de enviar mucho más socorro, por lo que se persuadía que la salud y conservación de todo el reyno dependía de la defensa de ella.


Capítulo X. Como el Rey asentó el cerco sobre Burriana, y de las escaramuzas que cada día se tenían con los de la villa.

Llegó el Rey con todo su ejército mediado Mayo a los contornos de Burriana. Y después de haber bien mirado su gran circuytu con tan bien torreado muro, mandó, por ser el tiempo ya muy adelante, y la tierra calurosa, asentar el campo con gran diligencia para más abreviar la empresa. Puso se el cerco por toda ella, aunque otros dicen que no, sino a la parte de la tierra. Porque hacia la marina era muy pantanosa y también porque a respecto del gran circuytu, el ejército era pequeño y tan limitado por entonces, como dicho hauemos. Fue pues avisado el Rey por los adalides y espías, de la grandeza y municiones de la villa, de la gente que había de pelea también de las más flacas, y más fuertes partes de la muralla, y a qué parte de ella podrían mejor encararse las máquinas y trabucos: finalmente del auituallamiento, y como tenían cumplida provisión para medio año de cerco. Asimismo los de la villa en este medio no dormían, antes con la misma curiosidad que los nuestros echaban sus espías, y se entendían con algunos moros que fingiendo ser Cristianos, andaban revueltos en el campo del Rey como soldados, y por estos tenían aviso de los discursos y designios del Rey y sus cosas. También se entendió como se hallaban dos mil y quinientos hombres de pelea dentro, entre los de Zaen y los de la villa, gente esforzada y bien proveyda, y que mostraron muy bien a los Cristianos lo que podían y valían, demás del buen ánimo y esperanza cierta que Zaen les daba, desde la ciudad, diciendo sería con ellos muy presto con ejército formado para socorrerles. Pues para que luego diesen alguna muestra de si, y comenzasen a poner la guerra en campo, cuatrocientos dellos, los más lucidos de Zaen, salían cada día a escaramuzar con los nuestros, y a estorbar que no acabasen de cercar el Real con el palenque y cestones, acometiéndolos bien diestramente por la parte más flaca: de manera que siempre hacían más daño que recibían, y que encargar sobre ellos el campo con muy gentil orden se retiraban. Como esto vio el Rey, mandó poner en tres partes guarda de cada ciento y cincuenta caballos, para que al salir de los moros hiciesen señal a los del ejército, y los entretuviesen: y que la una parte del ejército se estuviese queda en guardia del Real y la otra corriese a la escaramuza, y que en retirándose los Moros tentasen de entrarse revueltos con ellos en la villa, porque les seguiría todo el ejército. Era la ocasión y asidero destas escaramuzas el ganado de carneros y vacas del ejército, que entre el Real y la villa se apacentaban, y en estos daban los de dentro haciendo presa de ellos todas las veces que salían a escaramuzar, la cual los nuestros les quitaban de las manos. Y desta manera continuando las escaramuzas, volvían siempre de ambas partes con las manos sangrientas.


Capítulo IX. Como crecía de cada día el ejército del Rey, y de la batería que se dio a la villa con las machinas, y como fueron rotas por los Moros, y en la defensa dellas el Rey herido.

En este medio, a la fama de tan encendida guerra que llevaba el Rey en la conquista del Reyno, venían gentes de todas partes para hallarse en ella, señaladamente de Aragón y Cataluña llegaron las compañías de infantería y de a caballo que el Rey había mandado hacer. Con las cuales el ejército vino a ser de hasta veinte y cinco mil infantes, y dos mil caballos. Con esto los asaltos fueron de allí adelante más recios y porfiados. Porque llegadas por mar las machinas y instrumentos grandes de guerra, de Mallorca, y de Cataluña, que se quedaban en las atarazanas desarmados, y venían en piezas, mandó el Rey armarlas muy de propósito. Entre otras levantaron una gran torre hecha de trabazón (trauazon) de muchas tablas dobles, conforme a las que antiguamente usaban los Romanos, y las que usó el mismo Rey en el cerco de Mallorca. La movían los soldados a todas partes con tan buen arte y concierto, que se sentía poco el trabajo inmenso que les daba, a respeto de lo que se holgaban de contentar y servir al Rey en ello: viendo su graciosa presencia, y la afabilidad y humanidad con que los exhortaba y animaba. Llegaron pues con la machina tan cerca del muro, que estaba a menos de un tiro de piedra: y como se sobrepujase la muralla, con facilidad descubría lo interior de la villa, la cual batían con piedras, azagayas, lanças y saetas, haciendo muy grande estrago en ella: tanto que ninguno de los vecinos se tenía por seguro en su casa. Con todo eso el valor y destreza de los soldados de Zaen con los de la villa era tanto, y con tan valeroso ánimo la defendían, que a la postre pudieron muy bien resistir con sus contramáquinas a la nuestra, y con sus bien encaradas saetas mataron tantos de los que de lo alto de la machina peleaban, que ya no había quien pelease, e hicieron parar a los que por la parte de abajo la meneaban. Porque eran tantas las saetas y pasavolantes que de las torres del muro que sobrepujaba a la machina, tiraban, así contra los de arriba, que la defendían, como contra los de abajo que la movían, y le iban alrededor: que ni el Rey con andar a pie empavesado animando con su presencia a todos, ni los capitanes recibiendo en sus escudos las saetas, y esforzando a voces, fueron parte para entretener que la torre con otras machinas no fuesen desamparadas, hasta que la noche despartió la pelea: quedando el Rey herido con cuatro flechazos, aunque por gracia de Dios ninguno de ellos hizo llaga peligrosa. Entonces confesó el Rey (según en la historia refiere) que los Moros de Valencia eran harto más valientes que los de Mallorca.


Capítulo XII. Que se armaron nuevas machinas, y de la gran hambre que en el campo hubo, y falta de dinero, y como se remedió todo.

Quedaron los nuestros y los de la villa tan cansados de la escaramuza pasada, que de aquellos tres días siguientes, ni los Moros salieron a escaramuzar como solían, ni los nuestros atendieron a otro, que a tener puesta gente de guardia para las demás machinas, y a entender luego por la mañana en retirar a fuera la torre machina, porque estaba tan maltratada y deshecha, que antes causaba embarazo a los nuestros, que daño a los enemigos. Ayuntado el consejo sobre lo que debían hacer determinaron por otra vía batir la villa, y fue haciendo sus trincheras, y allegándose el ejército poco a poco al muro. Para esto juntaron todas las machinas y trabucos menores por encararlos hacia aquella parte del muro, a donde se enderezaban las trincheras, hasta tanto que por allí le abriesen, ya que no había lugar para minarle, a causa de ser la tierra muy húmeda y pantanosa, y que con la vecindad del mar manaba toda agua. Estuvo hasta aquel tiempo el Real provisto de pan y cebadas, y de toda cosa abundantemente, que lo daba la tierra. Mas como de cada día acudiese gente de todas partes, y el ejército fuese creciendo, comenzó a haber hambre, y vino a ser tan grande, señaladamente de pan y cevadas, que compelidos desta necesidad, se trató de alzar el cerco, y que cada uno se volviese a su tierra. Lo cual como tuviese al Rey afligido y triste: porque apenas se podía defender de la importunidad de muchos, que insistían en que se retirase el campo, y repartiese por las fronteras de Aragón y Cataluña, antes que la hambre los echase, y Zaen sobreviniese y triunfase de ellos. Estando en esto, vino nueva al campo de que habían arribado a la playa dos galeotas, la una de Bernaldo de Sentaugenia, gobernador de Mallorca, y la otra de Pedro Martel, de Tarragona, y Tortosa, que traían gran abundancia de trigo y cebadas con otras vituallas para el campo. Por las cuales, como si vinieran del cielo, el Rey hizo gracias infinitas a nuestro señor, y mandó que se tomasen, y pagasen sesenta mil sueldos por ellas. Aunque con la falta de pan, también se descubrió la que había de dinero: que ni se hallaba de donde pagar estos panes, ni quien se obligase por ellos, entre los del campo, sino los vicarios de los Maestros del Temple y del Ospital. Y aun estos no se obligaran, si no tuvieran firme esperanza, que de los lugares y villas que se ganasen de los Moros les había de caber buena parte para sus órdenes. Con esto se tomó a cambio el dinero de los mercaderes que seguían el campo, y se pagó lo que por el pan y cebadas se debía. Finalmente mandó el Rey, que las galeotas se quedasen por guarda de la costa del mar, de algunos corsarios que Zaen enviaba a fin de impedir al campo la provisión de mar. Y como las galeotas hicieron rostro, acudieron de toda aquella marina barquillos con vituallas.


Capítulo XIII. Como por las dificultades que había en tomar a Burriana, quiso el Abad don Fernando persuadir al Rey alzase el cerco de ella.

Aunque las necesidades de pan y vituallas se remediaron, en el campo el Rey escribió de nuevo al gobernador de Mallorca, continuase en proveerlo de más. Por otra parte descubrían de cada día mayores dificultades para ganar la villa, y comenzaban a murmurar sobre ello los que nacidos y criados en lo más alto y frío de Aragón, les fatigaba mucho el calor de la tierra baja, y deseaban extrañamente salir deste extremo, como ganado de ovejas, por volver al suyo. Por esto el Abad don Fernando, y otros del consejo, que nombra el Rey, Don Blasco, don Ximen de Vrrea, Liçana, Muça, y Taraçona consintiendo en un mismo parecer, procuraba en todo caso persuadir al Rey levantase el cerco y se fuesen, pensando que gustaría el Rey dello, por verle tan triste y pensativo, a causa del mal successo de la torre machina, y que se quejaba por verse tan desgraciado, y para menos que sus antepasados diciendo que a ellos todo les sucedía prósperamente, no como a él, que en el cerco de una sola villa le salía todo al revés. Con esta ocasión, pensando hacerle servicio se fueron para él juntos, y tomando la mano don Fernando le habló desta manera. Señor y Rey nuestro, el haberos sucedido hasta aquí en la guerra todas las cosas prósperamente, causa que agora destas, como de muy adversas, os aflijáis demasiado, y que de veros, que no sois mucho más dichoso y felice que los capitanes antiguos, os tengáis por infelice y desdichado. Lo cual parece cosa fuera de razón, y que no conviene a vuestro honor y reputación el tanto despreciaros por ello. Ya que todo esto os viene de no querer medir las cosas de la guerra con la fortuna adversa, sino solamente con la próspera, y así se sigue desto, que derraméis muy fuera tiempo tantas quejas de vos mesmo, diciendo, que vuestros antepasados fueron más venturosos que vos en armas: como sea así que en su tiempo tuvieron ellos sus desgracias y pérdidas, como en este de agora tenemos las nuestras. Porque no solo alcanzaban ellos sus victorias con derramamiento de sangre, y dudosos successos, pero con mucho desaliento, y largas de día en día, hasta que con intolerable trabajo y paciencia llegaban al cabo de ellas: y aun con todo eso se les fueran de las manos, sino siguieran el tiempo conforme al discurso de su mudanza y ocasiones: y así es menester en esto imitarles. Pues habéis emprendido guerra, harto ardua, y más difícil y peligrosa de lo que pensábamos. La cual a vos, y a nosotros con todo el ejército pone en tanta estrechura, que se pueden de hoy más esperar mucho mayores males que hasta aquí de ella, si no dais lugar al tiempo, y os conformáis con el estado y oportunidad que se os ofrece agora para ganar el renombre y fama de prudente. Porque tenéis señor muy bien experimentado el valor y esfuerzo de los enemigos, que tan valerosamente se defienden: habéis hallado la villa tan fortificada de gente y armas, que no solo no les habemos derribado ninguna de sus machinas y reparos: pero las nuestras nos han tanto maltratado, que ha sido forzado retirarlas: y que deste daño nuestro ha crecido tanto ánimo a los enemigos, cuanto creo de cada día va faltando a los nuestros. Los cuales ya murmuran de nosotros, y nos dan en rostro la falta que tenéis de consejo: porque siendo tan maltratado, y habiendo padecido lo que todos hemos visto, en esta guerra: no tratéis de dejarla, o diferirla para otro tiempo. Y que habiéndoos puesto tan adentro en tierras de enemigos, ya no esperéis sino que os cerquen por todas partes, y nos podamos todos. Añádese a esto la gran falta de dinero que se padece, y que no puede durar mucho la abundancia de pan que agora tenemos, por lo que acrecienta de gente el ejército de cada día: y sabemos que está ya agotada de vituallas toda la comarca. Sin eso, comienza ya mucho a fatigarnos la incomodidad del tiempo que está tan adelante, así por ser la tierra caldísima, como por el Sol ferventísimo que anda ya para entrar en la Canícula. Dejo aparte lo mucho que se quejan, y dan voces los escuadrones de las ciudades, y villas Reales, diciendo que las mieses están ya en sazón, y que es menester darle licencia para ir a segarlas, y a coger lo suyo cada uno. Demás de otras muchas causas, hay una que no importa poco para dejar sin daño la guerra: que Zaen desea más presto acometeros con dineros que con armas, y sabemos ha prometido dar una muy grande suma, porque nos apartemos del cerco. Lo que no dejamos de aconsejaros, y que se debe recibir eso y mucho más de un tan bárbaro y tirano enemigo: para que con ese mismo dinero podáis hacer mayor ejército contra él, y con más oportuno tiempo del año volver a conquistarle, no digo a Burriana, pero a la misma ciudad de Valencia con todo el Reyno.


Capítulo XIV. Que oído don Fernando, tuvo el Rey su acuerdo, y por las causas y razones que de si dio, determinó de continuar el cerco.
Oída la larga plática que don Fernando en su nombre y de los principales del consejo tuvo ante el Rey, le dijo que respondería a ella. Y revolviendo su pensamiento sobre cuanto se le había dicho, por ser cosas bien dignas de considerar, y que tenían su haz y envés: todavía como fuese de tan alto y divino ingenio, pasando por muchas cosas que le inclinaban a seguir lo mejor: consideró que era perder mucho de su honra y reputación, levantar el cerco de la villa, donde apenas había dos meses que le tenía puesto: no habiendo querido apartarse de la conquista de Mallorca harto más ardua y desviada de sus reynos que esta, por mucho que algunos de los suyos también lo procuraban, cuando había ya un año que la proseguía. Demás que sería, con semejante muestra de flaqueza y temor, dar ánimo a sus enemigos para que le tuviesen en poco:y también mucho más afrentoso, trocar el honesto triunfo que esperaba de la victoria, con el vil dinero del enemigo: teniendo por cierto que el consejo que para esto le daban los suyos, particularmente don Fernando, que siempre le fue siniestro para sus empresas, era vendido, a quien se creía, que Zaen con dádivas había para este efecto sobornado. Por esto determinó dejar los de este consejo y parecer, y sobre negocio tan grave oír el de otros menos apasionados y más celosos del bien común. Señaladamente del Arzobispo de Tarragona, y Obispo de Zaragoza, y los demás Prelados que allí se hallaron: también de los Maestres y Vicarios de las órdenes, con los otros grandes y Capitanes del ejército,y de don Guillen de Mompeller su tío. Los cuales ajuntados en la tienda del Rey, y consultados, si atentas las causas y razones que don Fernando había propuesto ante él (que se recitaron fielmente todas) para alzar el cerco de Burriana, y dejar por entonces de proseguir esta guerra, estaría bien al Rey seguir este parecer, sin perder nada de su honra y reputación, o sería mejor seguir lo contrario. A lo cual todos, siendo de un mismo voto y sentencia, respondieron, que no solo importaba a la honra del Rey, pero a la de sus Reynos, y mucho más a la de todos los Capitanes y principales del ejército, siendo tan grande y poderoso, perseverar hasta morir sobre el cerco. Quien otro sentía, no tenía gana de pelear, y le sería mejor, el consejo que daba de recogerse el ejército, tomarlo para si. La cual determinación se envió luego a don Fernando y los de su opinión, por resolución y respuesta.


Capítulo XV. Que don Guillen Dentensa tomó a cargo la guarda y gobierno de las machinas, y como salieron de la villa y ponerles fuego, y defendiéndolas fue herido, y curado por la mano del Rey.

Determinado que hubo el Rey de no partirse del cerco, por las buenas causas arriba dichas, don Guillen que fue el principal autor deste consejo, tomó a su cargo llevar adelante las trincheras con las machinas hasta las puertas de la villa, y de estar en la defensa dellas, con ánimo de no partirse de aquel puesto con sus soldados, que trajo de Guiayna, hasta que fuese el foso lleno, y quedase el paso llano para arremeter, y dar el asalto. Mandó también el Rey a los de su guarda Real de quien más se confiaba, que eran los Almugauares (destos se hablará más adelante) que estuviesen siempre en guarda de don Guillen, para cuando los de la villa saliesen a dar contra las machinas, para lo mismo se ofrecieron muy de veras los caballeros del Temple, y se pusieron en orden para esta defensa, como aquellos que siempre solían ser en las escaramuzas de los primeros. De manera que con la diligencia de don Guillen, y de don Ximen Pérez Taraçona, y de sus soldados, que se juntaron con él, allegaron las machinas, que por entonces solo servían por escudo y defensa de los que entendían en henchir y cegar el foso, hasta igualarlo con el suelo de arriba, y en agujerear el muro. Con este allegamiento de machinas, comenzaron a enojarse los de dentro, y a más embravecerse contra ellas, no echando de ver los agujeros que se hacían en el muro. Y en tanto que por aquella tarde cesó la batería de las machinas, y se fue la gente a reposar, salieron doscientos soldados de la villa con grande silencio, con sus manojos de esparto encendidos para dar fuego a las machinas: haciéndoles la centinela los del muro, puestos por todo él muchos ballesteros para llover saetas sobre los que acudiesen del campo a la defensa de ellas. Esto no pudo ser intentado tan a la sorda que no dejase de sentirlo don Guillen, el cual estaba muy atento para notar cualquier mínimo movimiento de los enemigos. Y así arremetió con su gente y los Templarios contra los que ponían fuego, y dio tan valerosamente con ellos que sin dejarles efectuar cosa alguna, los hizo retirar con grande estrago a la villa. Puesto que desta refriega quedó herido don Guillen de una saeta en la pierna por los del muro: y como lo supo el Rey, mandó que lo trajesen a su tienda Real, a donde de su propia mano le sacó el hierro de la saeta, que se le había quedado enclavado en la pierna, y le lavó la herida, y se la vendó (enbendo) en presencia de todos los cirujanos del campo, que se admiraron, y alabaron la destreza y mano del Rey en tal oficio: como aquel que se había preciado de hallarse en la cura de muchos heridos, y con su buen ingenio aprendido en aquel particular el modo de curallos. Estuvo luego sano don Guillen, y no bastó el Rey a detenerle, que no fuese las noches a asistir en su puesto. Con todo eso los de la villa no dejaban cada noche de hacer sus salidas, y dar sobre las machinas: aunque eran también recibidos de la gente de guarda, que siempre se volvían con alguna pérdida.


Capítulo XVI. Como el Rey se puso en guarda de las machinas, y corriendo tras los que salían a quemarlas, llegó a hincar su lanza en las puertas de Burriana.

Viendo el Rey el buen efecto que las machinas hacían en el cegar del foso, y aportillar del muro, entendía con grande curiosidad en la fortificación y conservación dellas: y por lo mismo los de la villa conociendo el mal que les hacían, no pudiendo prevalecer contra ellas del muro, como antes contra la torre máquina, no atendían a otro que a darles fuego. Como esto lo acometiesen cada noche, púsose el mismo Rey muy de propósito a rondar el campo, y a reconocer la guarda que de las machinas se hacía. Y como una noche no hallase puestos en centinela aquellos a quien de día la había encomendado, ni diesen el nombre, determinó de ahí adelante hacer él mismo en persona la guarda con nueve caballeros, y poner su escudo colgado en las máquinas, como decurión, o cabo descuadra que asiste a los de guardia. Como supieron esto por sus espías los de la villa, luego muy alegres, pensando hacer una gran presa de la persona del Rey, salieron doscientos y cincuenta de ellos los más escogidos, con sus manojos encendidos para dar fuego a las machinas: de los cuales solos cuarenta iban con escudos y fuego, los demás todos eran ballesteros: llegando ya para poner fuego, fueron descubiertos de dos escuderos del Rey, el cual en tocar alarma salió con los nueve caballeros de su puesto, siguiéndole los demás de guarda, y dio en los Moros con tanto ánimo, que sin más esperar, volvieron las espaldas, y el Rey que los siguió, con la oscuridad, se revolvió de tal suerte con ellos, que llegó a las puertas de la villa, e hincó su lanza en la principal dellas. Pero como las saetas anduviesen muy espesas, le fue forzado echado su escudo a las espaldas retirarse con buen orden hasta salir del peligro, del cual se recelaron tanto en el Real, que ya llegaba casi todo el ejército con antorchas encendidas, y muy en armas, a buscar su persona, con muy grande sobresalto de todos, a causa del rumor que se había esparcido por el campo, que no parecía el Rey, que se había perdido, que era preso, o muerto. Y aunque el sentimiento y alteración era común por la pérdida, no todos la lloraban de pesar: porque alguno de los que más entonaba la mala nueva, tomara la muerte del Rey por vida.


Capítulo XVII. De la memorable, y nunca oída hazaña que el Rey hizo por salvar la honra de su ejército.

No se puede dejar de escribir con letras de oro, lo que refieren del Rey todos los historiadores de su tiempo en este caso, de su tan heroica, singular, y nunca oída hazaña, o por mejor decir, sacrificio que de si mismo quiso hacer, por la salud y honra de su ejército: con la cual no solo se igualó con todos los Reyes y capitanes del mundo, pero les excedió con mayor gloria y prudencia, que cualquier de los Decios capitanes Romanos, cuando por salvar sus ejércitos perdieron indiscretamente las vidas. Cuentan pues del Rey que continuando su cerco, como estuviese muy triste y despechado, de ver por una parte la brava resistencia de los de la villa, y nuevo socorro que Zaen entendía en enviarles: por otra, la porfía de don Fernando, y los de su opinión, porque alzase el cerco, y se retirase a Aragón: y que si le alzaba sin hacer algún buen efecto, o sin alguna honesta causa y razón, en cuan grande mengua y afrenta ponía a si, y a todo su ejército: determinó, aunque con manifiesto riesgo de su vida y persona, dar tal salida al negocio, que contentase a la mayoría (a los más) y salvase la honra (honrra) de todos. Para esto, sin dar parte dello a persona alguna, se encomendó a Dios y a su bendita madre, y saliendo noche y día a las escaramuzas, se desabrochaba el jubón, y desmallada la cota, descubría su pecho y persona, oponiéndose a las saetas, y a los demás siniestros de las escaramuzas: para que padeciendo en algo su Real persona, tuviese el ejército una honesta causa para levantar el cerco, y anteponer la salud de su Rey a la presa de una villa. Pero con el favor divino pudo hacer muy verdadera experiencia de su animosísimo e incomparable valor, y quedar su persona y cuerpo libre de todo riesgo y peligro, cuyo ánimo había ya sido tan asaetado de angustias que le causaban los suyos: porque en fin no dudó de aventurar su persona, solo que la honra y salud de su ejército se salvase.


Capítulo XVIII. Como caída una torre del muro se dio el asalto, y aunque resistieron los Moros, se dieron a partido, y se tomó la villa, y de las mercedes que el Rey hizo aquel día.
Continuando noche y día las machinas y trabucos en hacer su oficio encarándolas a una torre que estaba en una esquina de la muralla, quiso Dios que vino toda al suelo, y por ella quedó abierta la entrada a los nuestros. Los cuales cobrando grande ánimo, el día siguiente, como el foso estuviese ya lleno con la ruina de la torre, no solo por ella, pero por otras partes tentaron de escalar el muro, y de una acometieron la entrada. Pero el valor y virtud de los de dentro fue tanto, con hacer rostro y cuerpo de guardia detrás de la torre caída, poniendo allí un tercio de la gente, y la demás repartida por la muralla, que por todo aquel día, aunque con gran pérdida suya, se entretuvieron valerosamente: y quedó para el siguiente hacer todo el ejército del Rey su mayor fuerza. Como esto entendieron los de dentro, comenzaron a desconfiar de su salud y vida, así por verse acometer por tantas partes, y que las ruinas del muro eran irreparables: como por entender que las fuerzas y poder de los Cristianos siempre iban aumentando, viendo que los combates postreros eran muy más recios que los primeros. Por donde tardando ya mucho el socorro de Zaen, determinaron de entregarse al Rey, si les escuchaba de partidos que sería permitiéndoles se saliesen todos con sus mujeres y hijos, y también con su ajuar y alhajas (axuar y halaxas), a la villa de Nules, muy cerca de allí: lo cual notificaron al Rey por sus embajadores. Pues como el partido pareciese bien a los grandes y consejeros del Rey, fue también él contento dello, y se les concedió de buena gana, y así más si más pidieran, por haberlos hallado tan valerosos en la defensa de la villa. Y así se salieron luego con mucha presteza, y asegurados de todo daño se trasladaron a la villa de Nules. Puesto que por la prisa no pudieron cargar con todo, quedó algo para los soldados, los cuales en un punto lo dieron a saco. Entró pues el Rey con su ejército en Burriana la víspera del glorioso Apóstol Santiago, después de pasados dos meses de cerco sobre ella, villa célebre, y que por su valerosa defensa de entonces acá ha sido, y será siempre muy nombrada. Donde el día siguiente del santo Apóstol celebró el Rey su fiesta, con muy grande regocijo y alegría de todo el ejército, a honor y gloria de nuestro señor, y de su bendita madre, mostrándose muy liberal para muchos: señaladamente lo fue para los caballeros del Temple que más se señalaron en esta conquista. Hizo merced de cierta parte de la villa y de sus campos, la cual poseen hoy los comendadores de la orden de Montesa. Finalmente después de puesto asiento en las cosas del gobierno de la villa con su comarca, y su gente de guarnición, por si Zaen quisiese mover algo, y renovar la guerra, despidió por entonces el ejército: alabando mucho a todos los soldados, y prometiéndoles que en la presa de la ciudad, para la cual los emplazaba, tendría muy grande cuenta con ellos, y con los buenos servicios que de ellos había recibido. Con esto cada uno se fue a sus tierras, y también al Rey por negocios urgentes le era forzado dar vuelta por Aragón. Para esto dejó a don Blasco, y a don Ximen de Urrea para solos dos meses con gente de guarnición en guarda de Burriana, hasta que don Pedro Cornel, a quien había nombrado por gobernador de ella, y de su comarca viniese de Aragón. No quiso el Rey desamparar esta plaza que tanto le costaba, por mucho que el Obispo de Lerida, y don Guillen Cervera monje de Poblete, que allí se hallaron, se lo porfiaron en presencia de Pero Sanz, y Bernaldo Rabaça, que servían de secretarios y eran de los prudentes hombres que el Rey tenía en su consejo. Satisfizo el Rey a la porfía con muchas razones en contrario, concluyendo que con el mismo ánimo y fuerzas que había ganado a Burriana la había de conservar: por lo mucho que estimaba la comodidad y oportunidad del lugar, para proseguir desde allí la guerra y conquista comenzada.


Capítulo XIX. Como el Rey fue a Teruel, y entendido que Peñíscola se le entregaba, fue allá y se apoderó de ella, y de las tierras, que ganaron los Comendadores y don Ximen de Vrrea.

Presa Burriana, y dejada gente de guarnición en ella, se partió el Rey para Tortosa, y de allí dio vuelta para Teruel donde hizo gracias a los Ciudadanos y hidalgos por el buen servicio que en esta guerra le habían hecho, y que se acordaría del. En tanto que atendía en asentar algunos negocios del reyno que allí acudieron, le vino aviso de Burriana, de don Ximen de Vrrea como había convidado a los de Peñíscola se diesen con las condiciones y partido que quisiesen, a su Real persona, que serían bien recibidos, donde no, que les denunciaba crudelísima guerra. Y que habían respondido que si el Rey viniese en persona a ellos se le rendirían a toda merced suya, porque sabían la benignidad y amor con que recibía a los que libremente se le entregaban, más que por conciertos. Como entendió esto el Rey, luego tomó siete de a caballo de los principales que le seguían, con los de su guarda y bagaje ordinario, y se fue para Peñíscola por el mismo camino que fue antes para Ares y Morella, y llegando bien adelante, tomó a mano derecha, con tanta prisa que a tercero día que partió de Teruel al anochecer, llegó a las puertas de Peñíscola. Como se certificó de los ánimos y determinación del pueblo, por que no pareciese que era cautelosa su entrada, mandó poner las tiendas en el campo, y quiso dormir allí aquella noche. Al cual salieron los principales de la villa, y le besaron la mano, y le proveyeron de vituallas y ropa para su persona y los demás, con grande solicitud y afición. El día siguiente salieron el Alcayde y oficiales reales con todo el pueblo, y dadas las llaves recibieron al Rey con gran triunfo, y como a su verdadero señor se entregaron la fortaleza. El cual les ofreció todo buen tratamiento, y concedió cuanto le pidieron. En este medio los Vicarios del Temple y del Ospital con sus Comendadores y gente de guerra, partieron de Tortosa hasta donde habían poco antes acompañado al Rey, y dando vuelta por el reyno, fueron a Xivert y Cervera villas de Moros no lejos de Peñíscola, y pusieron cerco sobre ellas. Por cuanto mucho antes por los Reyes don Alonso y don Pedro abuelo y padre del Rey, fue hecha merced dellas a sus órdenes, para siempre que el Reyno se conquistase por ellos, o por sus sucesores. Como los pueblos vieron la gente de guerra, y el aparato que había sobre ellos para combatirlos, se dieron luego con las fortalezas, y quedaron para siempre sujetos a las dos órdenes. Por el mismo tiempo volviendo el Rey de Peñíscola para Burriana, tomó de paso a los Polpis, pueblo señalado, pero apenas hay agora vestigio del: donde le alcanzó el ejército que volvió de Teruel y de otros pueblos comarcanos, y hizo capitán del a don Ximen de Urrea, el cual tomó todos los pueblos de aquella comarca que agora llaman el Maestrado, hasta Burriana, por fuerza o a partido. Tomó entre otros a Castellón de Burriana, que agora llaman de la plana: y es el más principal pueblo de toda ella, así en su asiento llano y vega fertilísima y muy extendida, como en grandeza de sitio y bien labrados edificios, y que son gente de lustre y belicosa. Tomada esta plaza volvió sobre Burriol, las Cuevas, y Vilafanes, que entonces eran pueblos cercados, y se le entregaron: de Cabanes que agora es pueblo insigne por las ferias que allí se tienen, como de moderno, no hace memoria del la historia. Finalmente tomó Alcalá de Xivert que era el más fuerte, y como amparo de toda aquella comarca, a causa de su fortaleza, que estaba con guarda y muy provista de todas armas. Cuyo Alcayde, y los del pueblo (puelo) como entendieron que todos los pueblos comarcanos se habían rendido, se dieron sin más resistencia. Desta fortaleza como cosa de confianza hizo merced el Rey de su tenencia y derechos al mismo capitán don Ximen de Vrrea, para él y a sus descendientes perpetuamente. Allegó el Rey a Burriana antes de cumplirse los dos meses que había tomado de plazo hasta la venida de don Pedro Cornel, a quien había dado el gobierno de Burriana, y quedose allí hasta que llegase.


Capítulo XX. Como el Rey yendo a caça de grullas le dieron tan grandes graznidos que tomó ocasión dello, para proseguir la guerra contra los Moros en la ribera de Xucar. Y del río de los ojos y otras cosas.

En este medio que se aguardaba la venida de don Pedro Cornel, el Rey por su recreación se dio a montería, principalmente de jabalíes, que los hay por los pantanos de Burriana (que allí dicen Almarjales) junto a la marina, en abundancia y grandísimos: y a vuelta dellos también a caza de grullas. Las cuales como se levantaron y pusieron en su orden triangular pareciéronle al Rey dignas de ser admiradas y contempladas por la gente de guerra. Pero siguiéndolas, como en llegar el Rey junto a ellas diesen tan excesivos graznidos por el aire, cuales nunca antes sintieron los que seguían la caza: el Rey que más atentamente consideraba el graznar (graznear) dellas, vino a persuadirse, que le amonestaban, como al buen capitá le estaría mejor en tierra de enemigos turbar el orden de ellos, que no de ellas. Y así, propuso luego de ir a dar una refriega por toda aquella tierra que está de la otra parte de la ciudad ribera del río Júcar (Xucar), por atemorizar a Zaen, talando los campos y saqueando los lugares. Para esto juntó su ejército que estaba alojado por los pueblos comarcanos: y escogió solos treinta de a caballo con ciento y cincuenta Almugauares y más setecientos infantes, todos a una gente muy lucida: y puesto en orden su bagaje, pasada la media noche comenzó a marchar con ellos: pero no pudo ir tan secreto, que al pasar por junto la villa de Almenara no fuese descubierto por las guardas. Los cuales viendo que andaba gente nueva por la tierra, luego desde su castillo y fortaleza que está en un monte alto dieron señal y aviso con fuegos a los de Muruiedro a una legua de ella, y de allí por las atalayas dispuestas en cada pueblo hicieron también sus señales y fuegos a Puçol y a Valencia. De manera que hasta los del río Xucar, y por toda su ribera voló la fama, en menos de vn hora, que entraban enemigos por la tierra. Mas aunque sintió el Rey era ya descubierto, no por ello (como dice la historia) dejó de continuar su viaje, antes mandó que el bagaje pasase a delante. Y así a paso tirado llegaron a Paterna y Manizes dos buenos lugares y muy nombrados, por la obra y vajilla de barro maravillosa que allí se hace, los cuales están a una legua de la ciudad. Apenas pues fue de día, cuando ya el Rey tuvo el ejército dessotra parte del río de Valencia, pasando los de a caballo por la parte que se podía vadear: y los de a pie hecho un escuadrón, por la puente de Quarte, que estaba más abajo hacia la ciudad. De allí fueron por la torre de Espioca: de donde se adelantaron doscientos soldados con el bagaje la vuelta de un pueblo llamado Alcocer, rico y muy abundante de arroz y seda y otros frutos junto a Xucar. Siguiendo el mismo camino el Rey llegó a un pueblo llamado Maçalabès, también de muy fértil tierra y abundosa de lo mismo, y es una de las baronías del reyno. La cual poseen los de la familia y linaje de los Milanes, descendientes de aquellos antiguos dos hermanos Ramon y Vguet del Milan, que dieron origen y principio a esta familia en este reyno (cuya principal cabeza son los Illustres Condes de Albayda) porque sirvieron estos hermanos al Rey caballerosamente en la conquista con sus personas y haciendas, como se muestra por haber sido nombrados, y heredados entre aquellos, en quien el Rey ganada la ciudad de Játiva (Xatiua), mandó hacer repartimiento de las heredades y tantos Reales para cada uno de los que en esta jornada le siguieron. Y es cierto que a este repartimiento no fueron acogidos ínfimos, o simples soldados, sino caballeros y gente señalada, como capitanes y criados del Rey, o caballeros aventureros que a su propia costa le seguían en la guerra: como se declara por un libro intitulado Memoria de los repartimientos: el cual está en el Archivo de la mesma ciudad de Xatiua muy bien autenticado, y los susodichos Ramon y Vguet del Milan, en él contenidos. Hízose este libro, o Aranzel de los repartimientos en el año del señor MCCXLVII. Siendo el Rey de edad de XXXVIII años. Está pues este pueblo asentado a la ribera del río que llaman de los Ojos, dicho así, porque poco más arriba de él nascen en tierra llana muchas fuentes como ojos de agua que hechos muy grandes arroyos, luego se recogen en una canal, y hacen este río formado: y hay opinión que nacen de otras tantas aguas que pocas leguas más arriba se hunden bajo tierra. Otros dicen que son brazos secretos del río Xucar que pasa muy cerca, porque le vehen crecer cuando crece Xucar, mas no es por eso, sino que creciendo el Xucar impide la entrada al de los Ojos, que va a dar en él, y le hace regolfar en tanta manera, que viene su agua a salir de madre, y extenderse por los campos para dejarlos bien (pa dexar los bié) fertilizados. Tiene otra propiedad este río a causa de tantos ojos, que no solo donde nace, pero también hay de ellos río abajo: porque acaesce que si una res cae (cahe) en él, y cualquier otra cosa grande, se hunde que nunca más parece, y así es muy peligroso su paso.


Capítulo XXI. De la acequia Real que mandó el Rey sacar del Xucar en el territorio de Alzira, de su admirable
architectura y provecho, y de los muchos lugares que se han fundado por ocasión de ella.

Como llegase el Rey a vista de Alzira, y desde un alto contemplase toda aquella tierra de la otra parte del Xucar, tan hermosa y bien cultivada, tan llena y fértil de árboles, y variedad de mieses, a causa del riego que el mismo río hacía por toda ella: y viese que la tierra que desotra parte del río pisaba, era tan llana y aparejada para producir tantos y tan diversos géneros de frutos y mieses como la otra, si fuese igualmente cultivada, y ayudada con el riego del mismo río: considerando también que este era grande y caudaloso, que podría así bien dar razón a las dos partes, sin mucha disminución suya: consultó sobre ello con sus ingenieros y expertos. Los cuales tanteada la tierra, y pesada el agua, hallaron podía muy bien sacarse del mismo río una muy grande acequia, para regar con ella mayor cantidad de tierra desta, que de la otra parte del río: y dado que había algunas notables y bien costosas dificultades para traer la acequia, resolvieron, que no faltaría ingenio ni industria para vencerlas, y salir con la empresa. Con esto propuso el Rey en su ánimo siempre que fuese señor de la villa de Alzira, poner en ejecución esta obra. Mas aunque el Rey no mandó poner luego mano en ella, hasta después de tomada Alzira: todavía pues hallamos ya hecha la acequia, y con tanto ingenio acabada, la describiremos en este lugar de la historia. Mandó pues el Rey en siendo señor de Alzira, sacar esta tan principal acequia (que por eso llamaron del Rey) del río Xucar, y para llevarla se cavó una madre o canal tan profunda y ancha, que casi cabe y se va por ella la tercera parte del río: tomando el agua desde un pueblo que llaman Antella, que está junto a él, tres leguas más arriba de Alzira: cuya canal abraza dentro de si el término y territorio desotra parte, a modo de una media luna, conforme al término que está de la otra parte regado con otra acequia antigua, aunque no tan grande, sacada del mismo río. Pero lo que más hay que notar en la del Rey es, que no fue parte para impedir la obra, la extraña dificultad que se hallaba para dar al agua su corriente: porque se le oponía de travieso, un gran torrente, o río que hoy llaman de Algemesi, lugar antiguamente pequeño, y agora es villa grande y de las más ricas del reyno, por la comodidad del acequia: cuyos márgenes son tan altos, y el agua va tan profunda dentro dellos, que no se podía pasar ni atravesar con arcos, o conductos por encima del torrente, ni lo sufría el peso del agua: sino que con admirable arte de los ingenieros se venció la dificultad de naturaleza, desta manera. Que antes de llegar la acequia al barranco, o torrente, abrieron la tierra, y por debajo de ella a picos, o como mejor pudieron, hicieron una canal, o madre de más de cuarenta pasos de largo, con tan firmes y bien argamasadas paredes y con su encaramada bóveda por do encaminaron el agua hasta que volviese a descubrirse, y pasar adelante y esto con tan firme y permanecedera obra, que de cuatro cientos años, o poco menos a esta parte, ni jamás se ha cegado, ni por muchas crecientes y avenidas del torrente que por encima han pasado, se ha sumido el agua sobre ella, ni el curso de la acequia poco ni mucho impedido: antes con su próspera y continua corriente, riega y fertiliza el término de más de XX lugares, que por la comodidad de la acequia, como está dicho, se han fundado después acá por los contornos de ella. Y así comenzando a cultivar y regar aquel territorio, se descubrió tanta fertilidad y abundancia en todo género de mieses y frutos, que no solo se iguala con las demás tierras del Reyno, pero en arroz y seda se aventaja a todas. Porque es tanto el provecho que destas dos mercaderías de allí se saca, que por ellas realmente vienen a ser estos lugares los más ricos y prósperos de todo el Reyno.

Capítulo XXII. Como los soldados del bagaje saquearon a Alcocer, y con otras cabalgadas que el Rey hizo, se volvió a Burriana, y como se le rindió Almenara.

Llegado pues el Rey al río de los Ojos, y hecho alto en Maçalaues la gente y soldados que iban primeros con el bagaje se metieron a saquear el primer pueblo grande que les vino delante que fue Alcocer, junto, y desta parte del Xucar, y hecha la presa se volvieron al bagaje y retiraron hacia donde estaba el Rey. En el mismo tiempo los de a caballo que se habían echado a la mano izquierda hacia la marina, y habían robado los lugares de aquella partida que eran aldeas de Alzira, se volvían al Rey con la presa delante: el cual se detuvo en Albalate de Pardinas, pueblo que está junto al río, hasta que toda su gente que se había esparcido a robar se recogiese, y en fin con sesenta Moros que vinieron a su parte se contentó, y volvió por el mismo camino, pasando el río de Valencia por la misma puente de Quarte sin hallar ningún estorbo, ni muestra de enemigos, hasta Burriana, donde celebró la fiesta de la natividad del señor con mucha solemnidad. Este mismo día don Pedro Cornel entró allí, con una buena banda de caballos, y el Rey le dio la gobernación y tenencia de Burriana, con toda su comarca: y demás de la gente de a caballo, le añadió seiscientos infantes para que hiciese sus cabalgadas contra Onda, Nules, el val de Uxò, y Almenara, talando campos y haciendo presas, conque mantuviese su gente, y amedrentase los Moros de la tierra. A esta sazón un escudero antiguo de don Pedro llamado Miguel Perez, a quien había enviado antes con su recámara a Burriana, y tenía amistad con algunos vecinos de la villa de Almaçora pueblo pequeño, pero fuerte, y una legua de Burriana, le dijeron que para cierta noche enviase el gobernador algunos pocos soldados, que les darían entrada en la villa por aquella parte del muro donde verían un faron encendido, y que los repartirían en tres torres, para que sobreviniendo el ejército se apoderase de la villa: porque así era la voluntad de los más. Siendo dello contento, y muy alegre Miguel Pérez: y prometiéndoles sería la villa muy bien tratada, y ellos bien galardonados del Rey, relató al gobernador su señor lo que de los de Almaçora había entendido, y hecho trato con ellos: llevó el gobernador a su escudero ante el Rey, y como supo del trato lo aprobó. Y luego mandó poner en celada cerca de la villa un escuadrón de hasta quinientos soldados de a pie y treinta de a caballo. Destos envió veinte con otros tantos de a pie a las ancas de los caballos, con la gente que llevaba las escalas, y otros instrumentos de guerra, guiados por Miguel Pérez. Acudiendo pues a la segunda vela y hora del concierto, y descubierto el faron, pusieron las escalas al muro, y subiendo cinco dellos, hallaron a los del concierto que les ayudaron a subir, y entrar en la villa: y los llevaron a una casa, donde acudieron muchos del pueblo, y sin decirles nada los ataron y pusieron en una mazmorra los dos dellos: pero los tres últimos viendo la traición, escapándoseles de entre las manos, se acogieron a una torre del muro, y haciéndose allí fuertes, dieron grandes voces, llamando traición: oyendo esto los que estaban en celada acudieron de presto y hallando las escalas puestas subieron el muro, y echadas del abajo las guardas, se metieron por las casas y calles, y librados los presos, antes que amaneciese fue la villa ganada, y saqueada, y muertos o huidos los vecinos de ella. Desta manera se ganó Almaçora sin pérdida de ningún Cristiano. Entró luego en ella el Rey y reconociéndola toda puso gente de guarnición, y la incorporó (encorporola) en la tenencia de don Pedro, y pues los Moros se habían ido, por ser pequeña y fuerte, mandó se poblase de Cristianos, a los cuales repartió las casas campos y heredades, que fueron soldados viejos ya cansados de seguir la guerra: de allí se volvió a Burriana. La cual siempre mandaba fortificar y poner en defensa, para de allí continuar la conquista. Luego salió a dar una vista por todas aquellas villas y lugares de la comarca que ya se habían ganado de los Moros, y en esto se detuvo otros dos meses para más animar al gobernador, y gente de guarnición con su presencia.


Capítulo XXIII. Como llevando el Rey consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea se fue para la villa de Montalbán, cuyo asiento se describe, con los admirables efectos y causas de su frescura.

Asentado ya lo del gobierno y tenencia de Burriana, y puesto don Pedro Cornel en la presidencia de ella, partió el Rey para Aragón los últimos de Mayo, llevando consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea, que de fatigados de residir tanto tiempo en Borriana tierra baja y calurosa, deseaban subir a la sierra para pasar el verano en tierra fresca. Y porque lo mismo deseaba el Rey, y la guerra daba lugar a ello por entonces, fue le dicho como ningún pueblo de todo Aragón era más fresco, ni regalado de verano que la villa de Montalbán, donde estaba la encomienda mayor del orden de Sanctiago en el reyno de Aragón, a medio camino de Teruel y Alcañiz, y a jornada y media de Zaragoza. Luego se partió el Rey para ella, y llegado a la gran sierra que llaman del Buytre, recreose mucho con tan larga y extendida vista de tierras que de ella se descubren y montes a más de veinte leguas. De allí descendió en unos muy profundos valles, donde está metido Montalbán al pie de un monte alto y blanco en medio de un muy ancho valle puesto, por donde pasa un río que llaman Martín, que más adelante es grande y caudaloso. Descubriose pues el valle rodeado de montes altísimos, y aunque muy blancos: nace con todo esto de las entrañas dellos aquella piedra negra que en Latín llaman Gagates, y en Romance Azabaje: de la cual, parece cosa increíble, ver las imágenes (imagines) y figuras lucientes (luzientes) de bulto que los artífices de aquel pueblo dolan y acaban con tanta perfección (perficion), que como mercadería de valor la remiten con mucha ganancia a diversas partes del mundo. También se descubrió la grande espesura de viñas que hay por los montes que están juntos a la villa. Los cuales puesto que son poco dispuestos para dar pan y otras mieses, por estar muy inhiestos: están, como dicho es, tan llenos de viñas y con sus pámpanos hacen tan alegre vista de lejos, que no parecen otro que las guirnaldas de Baco (Bacho). Y es así que el vino que sale de ellas es mucho y muy bueno, con una propiedad natural de templanza, que por muy largo que del se beba alegrará bien, pero no desatinará al que le bebiere. La causa que para esto dan son las cuevas, o bodegas que hay en cada casa de la villa, profundísimas a pico hechas, y fresquísimas (frigidissimas) de verano: porque a causa del gran calor del sol que reverbera por aquel valle, y es muy caluroso, el frío se recoge a lo íntimo de ellas, y como se experimenta por los agujeros, o respiraderos que dellas salen a las calles, echan soplos de viento frigidissimo, quando el sol más hierve: llega esto a tanto que como los que de presto se echan en el río, se espeluznan de frío, así los que pasan por delante aquellos respiraderos se alteran de tan frío aire como sale dellos. Con esto las calles y casas están de aire, que se goza en ellas del más suave fresco que se puede desear por aquellos tres meses de verano. De manera que el vino y agua salen de las cavas tan fríos, que bebidos, casi igualan con la nieve. Y esta es la causa porque bebiendo mucho no se turba el juicio del bebiente: por lo que el frío comprime los vapores en el estómago, y no los deja subir ardientes, sino templados al celebro. De aquí se entiende claramente, como está dicho, que para gozar de todo regalo en el tiempo del gran calor, no hay otro asiento de pueblo más saludable, ni más regalado que Montalbán en España: pues allende del beber fresco, y de bueno, también es en el comer regaladísimo y muy provisto (proveydo) de excelentísimo pan, carnes, y cazas. Demás de ser pueblo regocijado y de gente llana y conversable.


Capítulo XXIV. Del contento que el Rey tuvo en Montalbán, y de las mercedes que hizo a don Blasco, y de la plática que tuvo con don Ximen de Vrrea sobre las cosas de Mallorca.

Bien se le pareció al Rey quedar contento del asiento y templanza de la villa de Montalbán, junto con el regalo y servicios que los del pueblo le hicieron el tiempo que allí estuvo, pues como suelen los hombres de contentos dar en agradecidos, y hacer mercedes, se acordó en ella de los memorables servicios de don Blasco, así por la libre renunciación que le hizo de la villa de Morella, como por el buen consejo que le dio de comenzar la guerra por Burriana, que por haberle sucedido también las dos cosas, quiso hacerle mercedes. Y así le concedió, que de vida suya poseyese a Morella, y fuese señor de ella, reservando para si solamente la torre más alta y más fuerte del castillo, que llaman celoquia, que debe ser la del homenaje, y que presidiese como alcayde de ella el Capitán Fernando Díaz, o Ximeno Taraçona con gente de guarnición. Esta merced la tuvo don Blasco en tan grande estima y favor, que le besó las manos por ella: y dio su fé y palabra por si y por su hijo don Artal en presencia de don Ximen y los criados del Rey, que muerto él, se restituiría Morella a la casa Real sin contradicción alguna. También confirmó el Rey de nuevo en favor del mismo don Blasco, para él y a sus sucesores, la donación que le hizo antes del Condado de Sástago, y lugar de María. Aguardando pues el Rey que pasase el estío, y solazándose mucho con el buen fresco de la tierra, vino en buena conversación con don Ximen y don Blasco, a discurrir sobre las guerras pasadas, y prósperos successos dellas, hasta que llegaron a tratar de Mallorca, y del pacífico estado de que las dos Islas gozaban. Con cuyas conquistas, decía, que puesto que le habían costado trabajos, y sangre de amigos, pero que había con ellos ampliado y aprovechado mucho a sus reynos, no solo con la provisión de tantas y tan excelentes mercaderías como salían dellas: más aun por haber purgado todo aquel mar de los corsarios dellas, y de la de Berbería: concluyendo, que a no tener las Islas, fuera vana, y por demás la empresa de Valencia. Y que por esto tenía más cuidado que nunca del gobierno y conservación de ellas. A esto salió don Ximeno, que también había tenido cargos en aquella conquista, y sabía muy bien lo que pasaba por entonces sobre el gobierno y regimiento dellas, diciendo. Ciertamente, mi señor y Rey, puesto que no tengáis necesidad de consejo, porque os sobra para todos, que oiréis de mi, por vía de advertimiento, uno, aunque falto de prudencia, pero bien cumplido de fidelidad y es que tengo recelo no se pierdan muy presto esas Islas que tanto preciáis, por vuestra culpa. Porque todo cuanto pusistes de trabajo y diligencia en ganarlas, agora es mayor el descuido y negligencia que usáis en mantenerlas: por haberlas puesto en mano de don Pedro de Portugal, hombre (como todos sabemos) para defendellas, de los más inútiles y impertinentes del mundo. Como oyó esto el Rey con tanta verdad dicho, y que lo hablaba Vrrea con afición y buen celo, se le sonrió, mandando que no pasase adelante sobre ello: porque vería muy presto la enmienda de su yerno: pues ya don Pedro había salido de las Islas, y vuelto a Cataluña, y por la recompensa que le había dado de ciertas villas y castillos, le había vuelto a renunciar las Islas libremente con todos sus derechos y acciones. Finalmente como comenzó ya el tiempo a refrescar, hechas por el Rey gracias con algunas mercedes a los de Montalbán, por el buen servicio y hospedaje que le hicieron, se partió para Zaragoza, y de allí a Huesca.

Fin del libro nono.