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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro XIX

Libro XIX.

Capítulo primero. Como partió el Rey para el Concilio a la ciudad de Leon de Francia, cuyo asiento y excelencias se describen.


Como el Rey fuese de nuevo rogado por cartas del sumo Pontífice abreviase su venida para el Concilio de Leon, a donde ya era llegado con los Cardenales y toda la corte de Roma, y por esto muchos de los Obispos Abades y Priores de España que estaban convocados para él, aguardasen en Barcelona su partida por no perder la ocasión de tan alta compañía: diose toda la prisa que pudo hasta ponerse en camino, y llevando consigo algunos señores principales de los dos Reynos partió de Barcelona. Y pasando por Perpiñan, llegó a Mompeller, donde se detuvo ocho días, y recibido el servicio que la ciudad le hizo para ayuda de costa de su viaje, pasó adelante hasta llegar a Viana en el Delfinado villa muy principal por su hermoso templo y bien labrados edificios, y más por la vecindad del río Ródano, uno de los mayores de la Europa que le pasa por delante y estar ella a media jornada de la ciudad de Leon. Donde como entendió haber llegado el Rey, fueron luego a Viana los embajadores del Pontífice a rogarle se entretuviese en sant Saforin a tres leguas de Leon, porque no solo de los Prelados del Concilio y cortesanos del Papa: pero también por mandato del Rey Philipo su yerno había de ser el Senado y pueblo de Leon muy suntuosa y realmente recibido. Tuvo también cartas del mismo Philipo y de la Reyna su hija excusando su venida para bien hospedarle, por importantísimos negocios del Reyno, a causa de ciertos alborotos populares en la Picardia a los confines de Flandes, a los cuales había de hacer rostro con su persona, pero que la ciudad de Leon haría muy bien lo que debía, y le era mandado para todo servicio y regalo de su Real persona y de los suyos: como lo mostró muy bien en este recibimiento y entrada. Es Leon una de las más poderosas y bien pobladas ciudades de toda la Francia en el extremo de la Gallia céltica, hacia el oriente situada, la cual es de su propio sitio y asiento naturalmente fortificada. Porque tiene un monte al poniente con su alcázar fortísimo y muy puesto en defensa. De la otra parte al levante la cerca el Ródano que con su gran profundidad de aguas le defiende la entrada, pues no hay otra de la que hace una muy fuerte y hermosa puente de piedra. Está por todas partes no solo ceñida de muralla fortísima, pero también la atraviesa por medio el río Araris, que vulgarmente llaman la Sona, y viene de hacia el Septentrión del ducado de Borgoña, por el cual está de toda cosa abundantísimamente prouehida. Es este río muy grande y navegable y se junta al cabo de la ciudad con el Ródano: y así dicen que por el grande concurso de aguas el nombre de Leon está corrupto, y se llamó vulgarmente Leau que significa las aguas. De manera que la corriente de la Sona, en encontrar con la corriente del Ródano se vuelve tan lenta y mansa, y la hace como regolfar de arte, que realmente viene a ser tan navegable río arriba como río abajo. Pero puesto que parece que no se mueve el agua (como lo notó Iulio Cesar en sus comentarios) en el moler muestra bien su brava corriente. Por estas comodidades, así por la parte de arriba con las dos riberas: como por la oportunidad del mar Mediterráneo río abajo, es la ciudad muy fácil de proveer de toda cosa, y para el comercio de la mercaduría más acomodada de cuantas hay en toda la Francia. Además que por su propio campo, que es fertilísimo y bien cultivado, la ciudad tiene muy grande hartura de pan y vino, de carnes y volatería con la mucha cogida de cáñamo y lino. Lo cual ajuntado con el incomparable trato de la mercaduría, y expedición de ella, muestra que fue entonces Leon lo que ahora es, una de las más opulentas ciudades de la Europa. Como se vio por la experiencia, pues por todo el tiempo que duró el Concilio, que fue poco menos de dos años, pudo a la fin mantener con igual abundancia que al principio, al summo Pontífice y collegio de Cardenales con toda la Corte Romana, a los Patriarcas, Arzobispos y Obispos de toda la Cristiandad con su gente y familia, Abades, Generales, y Priores de todas las órdenes con los Embajadores de Príncipes y síndicos de todas las iglesias Catedrales. Finalmente el mismo Rey de Aragón, con otros muchos señores de la Francia, sin las demás gentes, que no solo por el Concilio general, mas aun por ver en él la persona del mismo Rey, movidos por su gran fama y renombre, acudieron de toda la Galia, Inglaterra, Italia, y Alemaña.
Capítulo II. De la solemnísima entrada y recibimiento del Rey en Leon, y como se vio con el Papa, y de las tres grandes cosas de que mucho se maravilló.


Como el Rey por orden del Papa se detuviese dos días en san Saphorin donde le tuvieron muy ricamente hospedado los de Leon, llegaron allí muchos señores de los grandes de Francia por mandato del Rey Philipo a visitarle y ofrecerle el mando y señorío de toda Francia y a poner en sus manos el absoluto tribunal de la justicia, de la cual se valió para librar a muchos de las cárceles y salvar la vida a algunos condenados a muerte, y perdonar a otros desterrados, que no había quien no perdonase a su contrario por complacer al Rey que con tanta benignidad se los rogaba. Llegado pues a una legua de Leon, encontró con un grande escuadrón de gente de a caballo armada muy a punto de guerra con sus caballos encubertados, y sus trompetas y añafiles: los cuales se dividieron e hicieron delante de él una bien concertada escaramuza que al Rey pareció muy bien, y fueron muy alabados por ella. Luego llegaron los del regimiento y Senado de Leon, y por su orden besaron las manos al Rey y fueron de él con grande afabilidad recibidos. Tras ellos llegaron todos los Prelados Arzobispos Obispos, y Obispos del Concilio con los Embajadores de los Príncipes Cristianos que asistían en él excepto los Cardenales. Al embocar una puente salieron gran muchedumbre de doncellas con sus dorados cabellos y guirnaldas puestas sobre ellos, danzando muy a compás y haciendo su acatamiento con cierto presente al Rey: cuya recompensa bastó para casar todas las doncellas pobres y huérfanas que se hallaron entre ellas. Al entrar de la puerta volvieron a salir los del regimiento, y le ofrecieron las llaves de la ciudad con muy graciosa ceremonia y entrado dentro halló al Arzobispo de Leon con toda su clerecía y religiones que le recibieron y prestaron la obediencia y ceremonia como a Rey jurado. De allí yendo por la ciudad que estaba toda entoldada riquísimamente con muchos arcos triunfales y otras invenciones adornada, causó en la gente grande admiración su presencia con tan extraña grandeza y tan bien proporcionada compostura de su persona, con su barba larga y de venerables canas esparcida, su aspecto y rostro, no solo suave y alegre, pero muy grave y lleno de majestad: iba sobre un grande y hermoso caballo blanco ricamente aderezado y él tan bien puesto en la silla que no le estorbaba la grandeza de su persona y años para seguir con todos sus miembros el compás de los corcobos y gentilezas que el caballo hacía, como aquel que por cincuenta años y más, con las armas a cuestas se había en ello bien ejercitado. De esto venía a decir la gente que cierto no era indigna su persona de la grande fama y renombre que de sus hechos y valor corría por todo el mundo. Con el mismo acompañamiento fue llevado hasta la iglesia mayor para dar gracias a nuestro Señor, como tenía de costumbre, y de allí pasó al palacio Pontifical donde apeado fue recibido por el colegio de los Cardenales y subió con ellos a la sala del Concilio donde estaba el Pontífice: el cual se levantó de su Silla y llegó a la puerta a recibirle, y el Rey se postró a sus pies y le besó el derecho, mas el Pontífice lo levantó y abrazó y bendijo muchas veces. Y luego para el día siguiente, para el cual se había publicado sesión del Concilio, fue con muy grande ceremonia convocado. Y pasada de pies alguna plática con el Pontífice, se despidió de él para irse a reposar ya noche: y fue llevado por los del regimiento y señores con infinito concurso de gente al palacio real de la ciudad y en él con todos los suyos aposentado y regalado como si fuera su propio Rey. El siguiente día por la mañana acudieron a palacio los mismos gobernadores y regidores de la ciudad, con los señores y grandes de Francia, y todos los Embajadores de los Reyes y Príncipes como el día antes, y lo acompañaron al palacio pontifical hasta dejarlo en la gran sala del Concilio. Le salieron a recibir a la puerta de palacio los Priores, Abades, Obispos, y Arzobispos, Patriarcas, y Cardenales por su orden hasta que subido a la sala y hecho su debido acatamiento al Pontífice le fue dado asiento por el maestro de ceremonias y puesta allí su silla la más propinca de todas a la Pontifical. Salidos fuera los señores con los del regimiento y los demás que le acompañaron, cerrada la puerta de la sala y vueltos a sentarse cada uno de los del Concilio por su orden: estuvo el Rey muy admirado de ver un tan principal y nunca por él visto espectáculo. Y hecha ante él la sesión que por aquel día fue breve, aunque con igual ceremonia que las otras: fue por el Pontífice preguntado qué le parecía de aquel tan bien ordenado ejército y real de Ecclesiásticos, a esto respondió el Rey, que de tres cosas quedaba sumamente maravillado. La primera de la persona y tan encumbrada majestad Pontifical. La segunda del espectáculo de tantos Cardenales vestidos de púrpura, como de muchos Reyes juntos. La tercera de la congregación de tantos prelados la mayor que nunca vido ni creyó. Porque (según él mismo refiere en su historia) entre Cardenales, Patriarcas, Arzobispos, Obispos, Abades, y Priores con los generales de las órdenes, pasaban de Quinientos. Mas porque fue este uno de los muy célebres Concilios que hubo en la iglesia de Dios, y para las mayores y más importantes cosas que se podían ofrecer, congregado en aquella ciudad, no será fuera de propósito de nuestra historia, si quiera por haberse hallado el Rey presente en él, contar brevemente la ocasión y causas que hubo para celebrarle: pues no fueron menos que para la reducción de la iglesia Griega, y hacer concordancia de ella con la Latina. Y más sobre la empresa y conquista de la tierra santa, con la admisión de los Tártaros a la fé Catholica.


Capítulo III. De las causas por que se congregó el Concilio, y de la gran embajada que el Emperador Paleologo envió a él con título de reducir la iglesia Griega a la obediencia de la Romana.


Como el valeroso capitán Miguel Paleologo, tuviese muy perseguida y oprimida la gente y familia de los Lascaras, a la cual de derecho pertenecía el Imperio de la Grecia, y hubiese echado de él a Baldouino Emperador, cuyos antepasados le poseyeron hasta Philipo su hijo que le había sucedido en él: para que más a su propósito pudiese, después de haber ya echado a Philipo, gozar tiránicamente del Imperio, y quitar de sobre si por mar y por tierra los ejércitos y armadas de Gregorio Pontífice, del Rey de Francia, y de Carlos de Anjou Rey de Nápoles, y de Sicilia el cual por haber casado con hija de Philipo había emprendido con más calor esta guerra contra Paleologo: usó de este admirable, perverso, y nunca visto artificio, mezclando la fé Griega con el color y achaque de religión, y de reducir la iglesia Griega a la obediencia de la Latina, siendo todo falso y fngido, con fin de engañar a todos por hacer su hecho como aquí se dirá: pues al fin sucedió en cruel y bien merecido azote de toda la Grecia. Porque cuanto a lo primero sobornó Paleologo a ciertos Príncipes del Imperio y Prelados más principales de la misma iglesia Griega, para que en nombre suyo fuesen a Roma con suntuosísima y muy pomposa embajada al sumo Pontífice Clemente IV, a notificarle, como prometía reducir la iglesia Griega, que de algún tiempo antes se había apartado de los sagrados Cánones e institutos de la iglesia católica Latina, y había degenerado de la verdadera religión de sus antepasados, a fin que conviniese en un mismo sentido y verdad con la sacrosanta iglesia Romana, y que en todo obedeciese a sus canónicos decretos y sanciones. Para certificación y seguridad de lo cual interponía su fé con la del Patriarca de Constantinopla, y de la de todos los demás Prelados Eclesiásticos y de los Príncipes y pueblos del Imperio: si se congregaba Concilio general para hacer en él pública profesión de todo lo propuesto. Y más para que entendiesen el fruto que de esta reducción había de nacer, se ofrecía de favorecer con todo su poder y fuerzas del Imperio la empresa de la tierra santa para la cual entendía se aparejaban los Príncipes de la iglesia Latina. Esta embajada y promesa del Emperador tan autorizada, oída en Roma, levantó en grande manera los ánimos del Pontífice y Cardenales con los de toda la iglesia Latina, para dar gracias a nuestro Señor, y suplicar trajese a perfección obra tan felizmente comenzada. Porque mayor beneficio y consuelo no se podía alcanzar por entonces, de que habiendo estado tantos años la iglesia Griega (siendo tan principal miembro del cuerpo místico de la universal iglesia) separada de la cabeza Romana, se volviese a juntar con ella. Por donde el Pontífice de parecer y común voto de todos los Cardenales, después de consultado con todos los Príncipes y Reyes Cristianos, publicó luego Concilio general para la ciudad de Leon en Francia. Pero antes de comenzarlo, ni partir de Roma para hallarse en él, quiso que esta profesión de la fé, que ante todas las cosas habían de hacer el Emperador con el estado Eclesiástico y pueblo de los Griegos, se notificase por escrito en forma y con las cláusulas que se requerían. Y así puso por expresa resolución y condición en este convenio, que para venir a tratar de esta reducción que los Embajadores pedían, lo primero que se había de hacer era, quitar todas las superfluas y contenciosas disputas de la religión: y que por los Griegos se hiciese una pura y expresa profesión de la fé, en la cual conviniesen todos, conforme a la fórmula que se enviaba. Juntamente con la santa admonición del Pontífice dirigida al Emperador Paleologo, la cual sacada de la bulla que sobresto se le escribió, vuelta en Romance dice de esta manera:


Capítulo IV. De la respuesta y exhortación que el Pontífice envió al Emperador y como por la muerte del Pontífice no pudo por entonces pasar la reduction adelante.


La purísima, certísima y solidísima verdad de la fé santa, que en todo cuadra con la doctrina Evangélica cual nos han dejado escrita y declarada los santos padres doctores de la iglesia, y tan confirmada con la definición y decretos de los sumos Pontífices en sus Concilios generales por ellos celebrados, decimos que por estas y otras causas no es cosa decente sujetarla a nueva disputa ni definición, ni someterla contra toda razón, a que se pueda dudar sobre ella. Y así, puesto que por la bula de la convocación del Concilio que se publicó antes, parezca que se da lugar a disputas, y dado que por vuestras letras imperiales habéis pedido que el Concilio se convocase dentro de vuestras tierras, nosotros no determinamos de convocar Concilio para reducir la sobredicha verdad a nueva definición y disputa, no porque nos espante el venir a ella ni porque recelemos que la santa iglesia Romana ha de ser suprimida por el gran saber de la Griega, sino porque sería cosa muy indecente y de perniciosísimo ejemplo, poner en disputa, como en duda, la verdad de la fé, pues la tenemos por tantos lugares de la sagrada escritura probada, por tantas autoridades y sentencias de doctores santos declarada, y finalmente por definición y decretos de los sumos Pontífices y de los sagrados Concilios confirmada. En cuya defensión, si necesario fuere, estamos aparejados a poner nuestra persona y miembros a cualquier suplicio y pena de martirio. Y así no determinamos por ahora ayudar a esta santa verdad con autoridades de la divina escritura, que se nos ofrecen muchas al propósito: sino que con verdadera simplicidad, pura y claramente explicada, os la enviamos: para que por vuestra Imperial persona y por vuestros súbditos sea enteramente creída y profesada.
Pero como en este medio que se enviaba esta exhortación juntamente con la forma y cédula de la profesión de la fé al Emperador Paleologo, muriese el Pontífice, paró este negocio, y de muchos días no se habló más en él, ni se comenzó el Concilio.




Capítulo V. Como Paleologo volvió a solicitar los Príncipes Cristianos porque se tuviese el Concilio, y congregado que fue por Gregorio Papa volvió a enviar sus embajadores, los cuales hicieron la profesión de la fé.


Visto por Paleologo que por la muerte del sumo Pontífice Clemente IV había parado su negocio y traza, y que su inica y secreta máquina en gran perjuicio suyo se deshacía, y sus adversarios a gran prisa entendían en su aparato de guerra para ir contra él, determinó de solicitar de nuevo a algunos Príncipes Cristianos (mucho antes que el Concilio se congregase) con diversas embajadas diciéndoles, como se maravillaba mucho de ellos, y del poco celo y cuidado que del servicio de Dios, y del aumento y honra de su iglesia tenían. Pues ofreciendo él tan grandes ocasiones para la reducción de la iglesia Griega, con todo su imperio, al gremio de la Latina, y habiendo para esto hecho sus embajadas a los Pontífices Romanos, a quien más este negocio tocaba, para que congregasen Concilio universal, a efecto de dar salida a una cosa tan deseada, y tan dedicada al servicio y honra de Dios y de su iglesia, se curaban tan poco de ello, y ni le daban la mano para proseguirla, ni solicitaban a los Pontífices para acabarla. Entre otros a quien dio parte de su queja fue al Rey Luys santo de Francia, poco antes que falleciese en la guerra y campo que tuvo sobre la ciudad de Túnez en África, cuya santidad de vida y celo Cristianísimo era por aquel tiempo muy celebrado (según en el libro XV habemos hecho mención de su vida y muerte) a este pues envió Paleologo embajada formada, rogándole, con encarecimiento, no dejase de favorecer esta su empresa, y reducción de la iglesia Griega, la cual pues tan felizmente había comenzado a tratarse por el Pontífice Clemente IV y por su muerte paraba el negocio que en todo caso exhortasen al nuevo Pontífice para que lo pasase adelante. Que de cobrar esta oveja perdida se serviría más nuestro Señor que de ir a buscar las que no son suyas. Por donde el buen Rey percibiendo las palabras que eran muy santas, y creyendo que la intención de Paleologo conformaba con ellas, envió luego su embajador a los Cardenales, que por la sede vacante, y distensiones que había entre ellos, sobre la nueva elección, estaban por la mayor parte retirados en la ciudad de Viterbo a una jornada de Roma, rogándoles no perdiesen la oportunidad grande que se les ofrecía para el aumento de la universal iglesia con la reducción de la Griega, siendo el mismo Emperador de Grecia el que sobre ello tanto les solicitaba. Y así acabó con ellos que pasarían este negocio adelante por haberle ya felizmente comenzado el Papa Clemente por cuya muerte había parado. Para este efecto eligieron con mucha digencia personas muy doctas y de santa y moderada vida, las cuales reconociendo de nuevo las memorias y diligencias por Clemente hechas, y los términos a que había llegado este negocio: después de estar muy bien instruidos de todo, fueron por el sacro colegio enviados a Constantinopla al Emperador, para que en presencia de ellos, así por él, como por todos los prelados de la Grecia, se hiciese público y solemne acto de la profesión de la fé, conforme a la minuta o fórmula que en escrito había dejado trazada el mismo Pontífice, según que arriba se ha referido. Pues como luego después de partidos estos fuese electo Pontífice Gregorio X, volvió a convocar el Concilio para la misma ciudad de Leon, del cual hablamos. Y así viendo la mucha constancia de Paleologo que en estos negocios mostraba, entendió en procurar muy de veras se hiciesen treguas por algunos años entre Philipo y Carlos Rey de Nápoles y Sicilia, con el Emperador Paleologo, las que él tanto deseaba, por echar fuera el armada y ejército de Sicilia, que andaba ya por el Archipiélago, y comenzaba a poner en estrecho las tierras del Imperio. De manera que pudo tanto la exhortación y persuasión del Papa Gregorio con Philipo y Carlos, que mandaron retirar su ejército y armada de Grecia por tiempo de un año. Entendido esto por Paleologo, con la seguridad de las treguas llevó adelante su entretenimiento: y envió cuatro embajadores de los más principales señores de la Grecia, personas de muy gran cuenta y autoridad, al Concilio de Leon, donde congregados ya todos los llamados por el Pontífice, comenzaba a celebrarse. Llegados estos fueron muy principalmente recibidos del Papa y Cardenales, y de todo el Concilio. Y luego uno de ellos, así en nombre del Emperador, como de Andronico su hijo y sucesor del Imperio, como de XXVI iglesias Metropolitanas Arzobispales sujetas al Patriarca de Constantinopla, con infinitas otras sufraganeas catedrales, y de todo el orden y estado Eclesiástico de la Grecia, abjuró públicamente en medio de todo el Concilio, la Cisma (Schisma), palabra por palabra, conforme a la fórmula escrita que el Papa Clemente ya antes les envió, de esta manera.
Yo Gregorio Acropolita, y gran Logotheta, embaxador de nuestro señor el Emperador de la Grecia, Miguel Angeli Príncipe de Commini Paleologo, teniendo poderes suyos suficientes para esto, abjuro todo Schisma, y la suscrita verdad de la fé según que cumplidamente se ha leído, fielmente reconozco, y confieso en nombre del dicho nuestro Emperador y señor, ser la verdadera santa católica y recta fé, y por tal la acepto, y de corazón y boca la profeso: según que verdadera y fielmente la tiene, enseña y profesa la sacro santa yglesia Romana. Así prometo que el dicho Emperador inviolablemente la guardará, y que en ningún tiempo se apartará: ni en modo ninguno declinará, ni discrepará de ella. También, según en la dicha escritura se contiene, en nombre suyo y mío, y de las iglesias de la Grecia confieso, reconozco, y acepto por supremo de todos el Primado de la sacrosanta iglesia Romana, para mayor obediencia de ella, y que el dicho señor nuestro observará todo lo dicho, así en lo que toca a la verdad de la fé, como en reconocer por supremo al primado de la iglesia Romana, y que hará siempre bueno este su reconocimiento, aceptación, y observancia perseverando en ello, y jurándolo corporalmente en su alma y la mía lo prometo y confirmo. Así Dios a él y a mí ayude, y estos santos Evangelios. Añadió el embajador, a lo profesado, el pío y grande ánimo que el Emperador su señor tenía, para que acabada la reducción de la iglesia Griega, se entendiese en la conquista de la tierra santa de Hierusalé: para lo cual ofrecía de valer con todo su poder y fuerzas del Imperio, siempre que por los Príncipes, o Reyes de la iglesia Latina fuese comenzada la empresa. Oída la pública profesión hecha por los embajadores de Paleologo, juntamente con la larga y magnífica promesa para la conquista de la tierra santa, fue por el Papa y todo el Concilio muy alabada y bien recibida esta embajada. A esta sazón ya después de hecha la abjuración, hizo su entrada en la ciudad de Leon y en el Concilio nuestro Rey, como está dicho. Mas porque se entienda lo que adelante pasó acerca del Concilio, con las engañosas máquinas de que usó Paleologo para hacer su hecho, sin que se efectuase cosa de lo que había prometido, contaremos en el capítulo siguiente el sucesso y fin infelice de la comenzada reducción de los Griegos.





Capítulo VI. De la abiuracion personal que hizo Paleologo, y de las excesivas demandas que propuso, y que por no poderlas cumplir el Concilio se salió de lo prometido, y de la abjuración hecha por los Tártaros.


Después de haber hecho los embajadores de Paleologo la abjuración y profesión de la fé arriba puesta, tuvo su primera sesión el Concilio. Y se determinó en ella, que no bastaba la profesión hecha por los embajadores para asegurar al sacro Concilio del verdadero propósito y ánimo del Emperador Paleologo que por eso requerían que el mismo Emperador y su hijo y sucesor Andronico, la hiciesen de nuevo por si mismos, y de su propia boca la profesase. De lo cual avisado Paleologo, vino bien en ello, por llevar más su disimulación adelante, y gozar de las treguas hechas con sus enemigos. Y así no en el Concilio, como algunos autores dicen (porque nunca vino a él ni estaba tan confirmado en el imperio, que osase apartarse de él) sino en Constantinopla públicamente, y en presencia de los embajadores que sobre esto le envió el Papa, y de los prelados Griegos, hizo la abjuración con aquellas mismas palabras que su embajador la había hecho en el Concilio, y también confirmó la promesa por él hecha para la empresa de la tierra santa. Como después abjurasen los prelados con todo el estado Eclesiástico, solo el Patriarca de Constantinopla no quiso abjurar: puesto que se dice por algunos, que abjuró después. Hecha por el Emperador y los demás la abjuración, con el cumplimiento que dicho habemos, luego envió a proponer ante el Papa y Concilio una muy terrible demanda y requerimiento, con expreso protesto que si no se lo otorgaban y ofrecían de mandar tener y cumplir, haría lo contrario de lo que había abjurado y prometido. El cual fue que antes que se acabasen las treguas que tenía firmadas por un año con Philippo, y Balduino su hijo, y con Carlos Rey de Sicilia, se obligase el Papa a recabarle perpetua y universal paz con los dichos, y con todos los Príncipes Cristianos de la iglesia Latina, a fin que con toda libertad gozase de su imperio, y pudiese acabar los dos negocios tan importantes que había prometido de la reducción de la iglesia Griega, y conquista de la tierra santa: donde no, que se apartaba de todo. Como el Papa oyó esta demanda, in pleno Concilio, la cual era imposible cumplir: porque ya antes lo había procurado de alcanzar, y aunque en los demás Príncipes Cristianos se hallaba facilidad, pero en Philipo y Balduino, no había remedio de acabarse conoció el inicuo y doblado ánimo de Paleologo, y descubrió su dañado intento y fingida religión, que no tiraba a otro que atar las manos a sus enemigos para más establecerse en el imperio y permanecer en su tiranía. Y así con la proteruia y renitencia del Patriarca de Constantinopla, y falsedad del Emperador volvió la tierra y nación Griega a su antiguo ingenio y naturaleza, revocando todas las promesas y sumisiones que en el Concilio ante el Papa, y en Constantinopla con su Emperador y prelados había hecho. De donde envuelta de nuevo en los errores de su inueterada malicia, y en los torpísimos (turpissimos) vicios de la concupiscencia, permitió Dios que con el tiempo se acabase de perder, juntamente con la estirpe y prosapia de los Paleologos, y con ellos el imperio de la Grecia entrase so el impío yugo, y cruel servidumbre de los pérfidos Mahometicos, debajo de la cual vemos, siglos ha, que vive miserablemente. Por este tiempo antes que el Concilio se concluyese, vinieron a él algunos principales hombres de la Tartaria. Los cuales delante del Pontífice, y de todos los padres del sacro Concilio de parte de su nación y suya abjuraron sus errores en la forma que se les dio y profesaron la verdadera fé Cristiana, y con gran contento y alegría de todos recibieron el agua del santo bautismo (baptismo).




Capítulo VII. Como se trató en el Concilio con el Rey sobre la conquista de Jerusalén, y lo que ofreció para ella, y como se confesó con el Papa, y de la penitencia que le dio, y por qué no quiso coronarlo Rey.


Volviendo pues a nuestra historia, como el Rey hubiese llegado al Concilio, antes que la mala intención y ánimo de Paleologo fuese descubierto, y se tratase de la conquista de la tierra santa, y guerra contra Turcos que se habían apoderado de ella, por las grandes ofertas que Paleologo hacía para proseguirla, y también el Emperador de los Tártaros, como sus embajadores que allí estaban y se bautizaron lo ofrecían: también el Rey por su parte prometió de estar a punto y en orden siempre que fuese llamado para seguir la empresa: como aquel que ya antes la había emprendido, y puesto por obra por si solo, si la tormenta (como está dicho) no se lo estorbara. Pues como sobre ello fuese consultado del Pontífice, dio en ello su parecer y consejo tal, que a todos pareció muy sano, y bueno, y añadió a lo dicho, que así viejo como era, no faltaría con su persona de acompañar al Pontífice, yendo personalmente a la conquista y le seguría con buen ejército. Y no yendo su Santidad enviaría mil caballos escogidísimos para la jornada, pagados por todo el tiempo que durase la guerra. Asimismo pues Dios le había puesto en parte donde pudiese gozar de tan deseada oportunidad, dijo determinaba confesar sus pecados al mismo pontífice por alcanzar su bendición y absolución generalísima. Pues como hincado de rodillas se hubiese confesado y fuese por el Pontífice plenísimamente absuelto, diole en señal de penitencia, dos cosas. La una que se apartase de lo malo, la otra que siguiese lo bueno, y en esto perseverase. Finalmente tratando ya de su partida, pidió al Pontífice que pues él no había hecho menos servicios a la sede Apostólica que todos sus antepasados, antes bien procurado con su vida y persona el aumento de la religión Cristiana, habiendo conquistado tres Reynos de Moros e introducido la fé de Cristo en ellos, le hiciese favor de darle las insignias y corona Real por sus sagradas manos. Respondió el Pontífice que las daría de muy buena gana, con que primero saliese de la obligación que por semejante negocio tenía puesta sobre sus Reynos, confirmando de nuevo el tributo que por el Rey don Pedro su padre les fue impuesto, cuando fue coronado Rey en Roma por el Pontífice Innocencio su predecesor, y ante todo pagase el tributo corrido de muchos años, que no se había pagado. Diciendo que era cosa muy indigna de la magnanimidad y conciencia de un tan alto Príncipe como él, defraudar de su derecho, y deuda a la santa sede Apostólica, que tan liberalmente honró a su padre con las insignias de majestad Real. Mas el Rey como esperase mayores gracias y retribución del Pontífice, por sus servicios hechos a la sede Apostólica (como arriba se ha dicho) y viese que sin tener cuenta con ellos aun le pedían el tributo de su padre: determinó más presto desistir de la demanda, que disminuir en nada la inmunidad y franqueza de sus Reynos. Solamente rogó al Pontífice por la libertad de don Enrique hermano del Rey de Castilla, a quien Carlos Rey de Nápoles y Sicilia tenía preso por negocios del mismo Pontífice, el cual prometió que lo haría.




Capítulo VIII. Como se despidió el Rey del Papa y volvió a Perpiñan, y de lo que pasó con el Vizconde de Cardona y de la guerra que el Príncipe movió contra don Fernán Sánchez su hermano, y otros.


Pasados XXII días después que el Rey entró en Leon y asistió en el Concilio sin concluir cosa alguna de las que trató, se despidió con mucha gracia del Papa y Cardenales y los demás de todo el Concilio, y haciendo particular agradecimiento al senado y pueblo de Leon por el magnífico y regalado servicio que le hicieron, se volvió a Perpiñan: donde de nuevo mandó notificar al Vizconde de Cardona, que por lo ya antes determinado le entregase la principal fortaleza de Cardona, dentro de cierto término donde no, entendiese que se la tomaría por fuerza de armas. Como entendieron esto los señores y barones de Cataluña, se congregaron en la villa de Solsona. Y porque el negocio era común y no menos tocaba a cada uno de ellos que al Vizconde, respondieron al edicto del Rey, que no solo al Vizconde pero a todos los señores y Barones de Cataluña tocaba defender la fortaleza de Cardona, que por eso le rogaban todos juntos tuviese por bien de no hacer esta fuerza, ni abusar de la tan probada y conocida fidelidad del Vizconde, y de todos ellos, para con su real persona. Entonces el Rey se vino a Barcelona a donde hizo publicar guerra contra el Vizconde y sus secuaces, con apellido que el Vizconde receptaba y defendía en sus propios lugares a Beltrán Canelian que había cometido un gravísimo crimen lesae magestatis, por haber muerto a Rodrigo de Castellet justicia de Aragón, sin tener cuenta con aquella poco menos que real dignidad del Reyno. Y así para mejor perseguir al Vizconde el Rey se pasó a la villa de Terraça, a donde luego fueron con él don Berenguer Almenara Vicario del Maestre del Hospital, y Mauniolio Castelauli, los cuales le rogaron que prorrogase el día del Plazo al Vizconde y los demás. Lo cual hizo el Rey de buena gana por contentarles. Pero como pasado el último término no compareciese ninguno, sino que iban alargando la venida de día en día, hasta que concertasen con don Fernán Sánchez hijo del Rey de rebelarse todos a un tiempo: entonces el Príncipe don Pedro movió guerra manifiesta contra todos los barones de Cataluña, y contra su hermano, que se había hecho cabeza y caudillo de ellos. Puesto que por entonces fue necesario disimular con ellos, por la nueva ocasión que se ofreció de la ida para Navarra, por la nueva que tuvo de la muerte de don Enrique Rey de ella.


Capítulo IX. De la muerte de don Enrique Rey de Navarra, y lo que se siguió de ella, y como fue el Príncipe don Pedro allá y de la plática que tuvo con los principales hombres de Navarra.


Tuvo el Rey nueva estando en Terraça como don Enrique Rey de Navarra era muerto y que a lo último de su vida, hizo testamento por el cual dejaba heredera del Reyno a doña Iuana única hija suya de edad de dos años la cual hubo de la hija de Roberto Conde de Artues (Artois) hermano del Rey Luys de Francia: y acabó con los Navarros la jurasen por sucesora. De manera que muerto don Enrique, como hubiese contienda entre los Navarros, los unos pedían que a doña Juana por su menor edad la encomendasen al Rey de Castilla, otros que la llevasen a Francia al Rey Felipe su tío: los más que se entregase al Rey de Aragón para que por tiempo casase con su nieto sucesor en los Reynos de la corona: y con esto se cumplirían las obligaciones del prohijamiento hechas por el Rey don Sancho, y el Reyno quedaría defendido, como hasta allí lo había sido siempre por los Aragoneses. Estando en esto la Reyna viuda, considerando que de estas contiendas se le podía seguir algún daño a su hija, determinó pasarse con ella en Francia a entretenerse con el Rey su tío. Por donde estando juntados los Navarros en la villa llamada la Puente de la Reyna, para tratar sobre el asiento y quietud de las cosas del Reyno, que estaba con la muerte del Rey, e ida de la Reyna con su hija alterado, vino el Príncipe don Pedro a Tarazona con buena parte de su ejército, y de allí envió sus embajadores a los congregados para notificarles, como venía por el Rey su padre a pedir el derecho del Reyno, que por la adopción y prohijamiento del Rey don Sancho hecho de consentimiento de todo el Reyno le pertenecía, sin otros más derechos que por los pactos y condiciones tratados entre el mismo Rey su padre y la Reyna doña Margarita mujer de Tibaldo y madre de Enrico se le había recrecido: y mucho más porque todas las veces que el Rey de Castilla hacía entradas en Navarra con fin de echar a doña Margarita y a Theobaldo del Reyno, acudiendo con su persona y ejército los defendía: en tanto que por valerles a ellos se olvidaba de su yerno el Rey de Castilla y lo echaba a punta de lanza de toda Navarra. También porque en estas defensas el Rey había gastado de su hacienda hasta sesenta mil marcos de plata: pero que ninguna otra cosa les pedía, sino que doña Juana hija del Rey Enrique casase con don Alonso su hijo y nieto del Rey que había de heredar todos sus Reynos.


Capítulo X. De la respuesta que dieron los Navarros al Príncipe don Pedro: y de la conjuración de don Sancho con otros de Aragón y Cataluña.


Oída la demanda del Príncipe don Pedro por los Navarros, habido acuerdo sobre ello, respondieron harto tibiamente, que ellos trabajarían cuanto en si fuese, casase doña Juana con don Alonso nieto del Rey. Y que si por ser ella tan niña, no podían doblar a ello la voluntad de su madre por haberse puesto debajo la potestad del Rey de Francia, a cuyo amparo madre e hija se habían recogido, procurarían casase con una sobrina del Rey Enrrico. Más adelante prometieron que por los gastos hechos en la defensa del Reyno le pagarían los sesenta mil marcos, y que más de treinta principales barones de Navarra, además de los procuradores y síndicos de las villas y ciudades reales se obligarían a cumplir lo sobredicho. Los cuales pactos y promesas fueron vanas y de ninguna fuerza, por la industria del Rey Philipo a quien luego la Reyna entregó las principales fortalezas de Navarra, y fue puesta en ellas buena guarnición de gente y armas, y también la niña sucesora antes de tiempo casada con el hijo del mismo Rey Philipo, y poco a poco vino de esta manera a apoderarse de todo el Reyno de Navarra. Sabido esto por don Pedro, le pareció disimular por entonces, y no hacer sentimiento de ello, antes agradeció mucho a los Navarros su buena voluntad y bien compuesta respuesta. Y teniendo aviso que los negocios de Cataluña se iban de cada día gastando, partió con prisa para salir al encuentro a la conjuración de don Sánchez su hermano con muchos otros contra el Rey y él, porque se conjuraron con él en Aragón casi todos los nobles, con muchos aficionados suyos que tenía en el pueblo: a quien también se allegaron los que en vida del Príncipe don Alonso le siguieron por estar todos estos mal no con el Rey, sino con don Pedro. Finalmente se rebelaron el Vizconde con la mayor parte de los Barones de los dos Reynos, a quien era muy pesado el nuevo dominio de don Pedro, y también la demasiada codicia del Rey, por enriquecerle y engrandecerle. Y porque (como todos decían) mostraba querer juntar con la corona real todas las villas, tierras, y estados de los señores y barones de los Reynos, de donde procedía el estar todos tan unidos y confederados en sus conjuraciones.




Capítulo XI. Que don Pedro fue sobre las tierras de don Sánchez y como los señores de Cataluña se apartaron del Rey, y que el Conde de Ampurias saqueó y quemó la villa de Figueres, y el Rey otorgó treguas para tratar de concierto.


No le espantaron a don Pedro las conjuraciones de Aragón y Cathaluña, y así para comenzar a dar por las cabezas determinó de ir con ejército formado a conquistar ciertas villas fuertes de don Sánchez las cuales con el ayuda y favor de don Pedro Cornel suegro de don Sánchez, que con sobrada afición seguía la parcialidad de su yerno, se pusieron en defensa. En este tiempo el Vizconde con don Vgo Conde de Ampurias, y casi todos los señores y barones de Cataluña se apartaron del servicio del Rey, y osaron conforme a la costumbre de la tierra, desafiarle. Pero al Rey, a quien no faltaba el servicio y favor de las ciudades y villas con todo el pueblo, y secreto socorro de algunos señores, además de su ejército bien fiel y formado, no se le daba mucho de ello. Con todo eso procuraba de venir a honestos partidos por excusarse de proceder con todo rigor contra ellos, como aquel que no ignoraba los inconvenientes y desatientos que de semejantes discordias suelen seguirse en los Reynos. Pero todavía perseveraron ellos en su mal propósito y dañada intención. Y como fuese mucho mayor la ira y rencor de los Catalanes contra don Pedro que contra su padre, después que el Conde de Ampurias acabó de fortificar su villa y fortaleza de Castellon junto a Ampurias y de tenerla muy bien avituallada y guarnecida de gente y armas, tomó algunas compañías de infantería y fuese para la villa de Figueres pueblo mediano de buen asiento a media jornada de Girona, el cual el Príncipe don Pedro preciaba mucho y era todo su regalo y recreación: y así para más ensancharlo y ennoblecerlo, había hecho venir gente de otras partes a vivir en él, concediéndoles muchas más libertades y franquezas que a ningún otro pueblo de Cataluña. Llegó pues el Conde con su gente y cercando el pueblo de improviso le entró y no hallando resistencia lo saqueó, y asoló la fortaleza hasta los cimientos, y no contento de eso le taló los campos. Finalmente dando lugar a la gente para que se fuese, mandó quemar todas las casas sin dejar una en toda la villa. Esto hizo el Conde con tanta celeridad y presteza, que con llegar ya el Rey a Girona, no fue a tiempo de poder defender la villa, ni para coger al Conde, porque luego con toda su gente se recogió en Castelló. Entre tanto que el Rey estaba en Girona, también Pedro Berga principal barón de Cataluña, de la manera que los otros, le envió sus cartas de desafío, y otros barones hicieron lo mismo. Porque, o lo desafiaron, o se apartaron de servirle, y así llegó Cataluña a estar toda en armas, con alborotos y confusión de toda la tierra. Lo mismo era en Aragón, y el mal iba poco a poco tomando fuerzas de cada día. Entendido esto por el Rey, se partió para Barcelona, donde el Obispo juntamente con el gran Maestre de Vcles, que allí se hallaba, viendo puesto el Reyno en tanta confusión y aparejo de perderse, se pusieron muy de propósito a entender en remediarlo, procurando de atraer a los señores y barones a nuevo trato en que todas las diferencias y pretensiones de ambas partes se dejasen al juicio y determinación de los Prelados, y de algunos barones menos apasionados para que juntamente las juzgasen con ellos. Le pareció esto al Rey bien, y dio comisión al Comendador de Montalbán, y a Vgon Mataplana Arcidiano de Vrgel, que en su nombre otorgasen treguas por tiempo de diez días al Vizconde y a Berga con sus secuaces, porque se entendiese en tratar de concierto.




Capítulo XII. Como en Aragón se rebelaron muchos de los señores y barones, y el Rey concibió ira mortal contra don Fernán Sánchez su hijo, el cual con otros enviaron a desafiar al Rey y de lo que respondió.


En tanto que en Barcelona se entendía en lo del concierto, llegaron al Rey cartas de Zaragoza con aviso que las cosas de Aragón llevaban el mismo camino que las de Cataluña: y que la tierra estaba toda en armas y parcialidades. Porque don Fernán Sánchez su hijo había juntado gente de guerra con muchos señores y barones que le hacían espaldas y favorecían su empresa. Y que su apellido ya no era por solo defender su persona de las manos de don Pedro su hermano, sino por ofenderle y perseguirle muy de veras: y que con esta querella se allegaban a él muchos que también se quejaban del Rey y le llamaban cruel y quebrantador de fueros y leyes, que no cumplía con ninguno lo que prometía. Sintió muy mucho el Rey ser notado e infamado de esto, y mucho más que su propio hijo fuese cabeza y receptador de los infamadores. Y así desde aquel punto que entendió tal, acabó de agotar de su pecho todo el amor paternal que le tenía como a hijo, y en su lugar le hinchió de muy justa ira y terrible odio y aborrecimiento. Por esto determinó de ser presto en Aragón, y convocar cortes para satisfacer en ellas con buenas razones a las quejas que de él había, antes de venir a las manos con los suyos. Pero como el término de las treguas se acabase, y se había de dar audiencia al Vizconde con los barones, fue necesario detenerse, y cometer a don Pedro las fuese a tener por él: y que se celebrasen dentro de los límites de Aragón, para que le pudiesen obligar a estar a juicio conforme a los fueros. De manera que el mismo día que se acababan las treguas otorgadas al Vizconde, despachó sus patentes y poderes para que don Pedro tuviese las cortes (la historia no dice dónde) y todas las quejas de don Fernán Sánchez y de los otros resolviese y echasen a un cabo los convocados, teniendo el Rey fin de pasar por lo que ellos ordenasen, solo que los Reynos se apaciguasen. Mas los negocios sucedieron muy al revés de lo que el Rey pensaba, porque don Fernán Sánchez con sus secuaces, se recelaban de cada día tanto de don Pedro (por lo cual tanto más determinaban perseguirle) que por esta causa se concertaron en enviar al Rey un gentil hombre Provenzal llamado Ramon Andres, para que en nombre de don Sancho, de Ferrench, Iordan, Pina, don Ximen de Vrrea, don Artal de Luna, y don Pedro Cornel principales señores de Aragón, propusiese ante él las quejas y agravios particulares que de él y de don Pedro tenían: y que en haber hecho la proposición, en nombre de todos se despidiese y apartase de su obediencia y mando. Pues como Ramon Andres despachado por todos llegase a Barcelona ante el Rey, y dada audiencia, públicamente en presencia de muchos declarase todas estas querellas, y concluyese con que si no le daba cumplida satisfacción de ellas, luego en nombre de sus principales se apartaría de él y de su obediencia y mando. Respondió el Rey muy cuerda y mansamente, que él nunca se apartaría de lo justo y razonable, puesto que podría fácilmente y con mucha razón, las quejas que de él tenían atribuirlas a cada uno de ellos. Mas como la principal de ellas era, porque él y don Pedro se encaraban contra la persona de don Fernán Sánchez al cual todos seguían, supiesen que no era sin justa causa, por la mucha culpa que don Fernán Sánchez en esto tenía. La cual había de cada día con nuevas ocasiones aumentado en tanta manera, que no solo le había incitado a muy justo y perpetuo odio contra él: pero aun a su hermano había provocado a mayor enemistad, por lo que en muchas maneras como enemigo mortal contra los dos había intentado. Por tanto les decía que en sus quejas, o estuviesen al juicio y deliberación de los Prelados y buenos hombres del Reyno, o por fuerza de armas se averiguasen todas sus diferencias: porque estaba tan aparejado para lo uno como para lo otro, y que en ninguna manera faltaría a si mismo. Como oyó esto Ramon, y no se le dio lugar para replicar, volvió a Zaragoza e hizo cumplida relación a Fernán Sánchez y a los demás, de todo lo que había pasado con el Rey.




Capítulo XIII. Como los de la parcialidad del Vizconde vinieron a pedir perdón al Rey, y que nombrase árbitros para sus diferencias, y los nombró, y como por la venida del Rey don Alonso celebró la fiesta de Navidad solemnísimamente.


En este medio que andaban las cosas del Rey y Reynos tan turbadas, el Obispo de Barcelona y el Maestre de Vcles (como arriba dijimos) procuraban por todas vías, en que antes que las cosas de Cataluña se revolviesen con las de Aragón y se doblasen los males, se concertase el Vizconde con el Rey, y se atajasen las diferencias. Y como el Rey partiese de Barcelona para Tarragona a recibir al Rey don Alonso su yerno con la Reyna su hija, que ya estaban en Villafranca de Panades a medio camino, don Ramon de Cardona, y Berenguer Puiguert con otros Barones de la parcialidad del Vizconde, vinieron al Rey a pedirle perdón con mucha humildad, y le rogaron muy de veras que nombrase jueces árbitros que juzgasen las diferencias de ambas partes. Agradó al Rey su demanda, y por que conociesen su benignidad y sana intención, y también el deseo que tenía de contentarles, les nombró por jueces árbitros al Arzobispo de Tarragona, y a los Obispos de Barcelona y Girona y al Abad de Fontfreda, con sus amigos y parientes de ellos don Ramon de Moncada, Pedro Verga, Ianfrido Rocaberti, y Pedro Cheralt, y así pasó adelante su camino. Y como le pidiesen del tiempo y lugar para juzgar de esto, respondió que en el mes de Março por quaresma, y asignó el lugar en Lérida, a donde por solo este negocio mandó convocar cortes, para que en presencia del Príncipe don Pedro se pronunciase la sentencia. De esta manera se quietaron por entonces las cosas de Cataluña: proveyendo nuestro Señor en que quando más se encendían las cosas de Aragón se apagasen y quietasen las de Cataluña, como lo merecían las buenas intenciones del Rey. El cual por la venida del Rey don Alonso y la Reyna su hija a Barcelona, celebró la fiesta de Navidad con mayor solemnidad que nunca, porque esta con la Pascua de Resurrección, y día de Santiago celebraba con muy grande regocijo y Christiandad: saliendo en público de púrpura y brocado, haciendo mercedes junto con muchas limosnas, asistiendo con mucha devoción a los oficios divinos, y convidando a comer a los Prelados y grandes del Reyno, donde quiera que se hallaba: sin eso mandaba adereçar y henchir los aparadores y mesas de riquísimas vajillas (baxillas) de oro y plata, y tener abiertas las puertas de palacio, y de sus recámaras para que entrase todo el pueblo con sus invenciones y fiestas, y todos se alegrasen y regocijasen con ver el rostro y tan graciosa presencia de su Rey y señor. El cual se comunicaba también con mucha afabilidad y humanidad con todos: por lo que entendía que no había cosa que tanto se ganase y conservase la voluntad y ánimo de los súbditos, como ver y contemplar la alegre cara y presencia de su Rey.




Capítulo XIV. Pone las causas de la venida del Rey don Alonso de Castilla, a verse con el Papa en la Guiayna.


Como el Rey y toda su corte estuviesen admirados de la repentina y tan improvisa venida de don Alonso Rey de Castilla con la Reyna su mujer, y deseasen mucho saber las causas de ella, y el Rey se las pidiese: serviría de respuesta, la breve relación que aquí haremos de lo que antes pasó para bien entenderlas. Y porque son varias y dignas de saber, no será fuera del caso el referirlas aquí con toda brevedad. Muerto el Emperador Federico, y convocados los electores del Imperio para hacer primero la elección de Rey de Romanos, viniendo a dividirse los votos en dos partes, la una que eligió a Richardo Conde de Cornubia y hermano del Rey Enrrico III de Inglaterra, procuró luego coronarle en la ciudad de Aquisgran donde se acostumbra recibir la primera corona del Imperio. La otra parte eligió a don Alonso X Rey de Castilla que también era descendiente de los duques de Sueuia. Por donde teniéndose cada uno de los elogios por verdadero Rey de Romanos, alegando sus causas y razones para ello: como a esta sazón muriese Richardo, todos los electores excepto el Rey de Bohemia volvieron a juntarse, y sin consultar, ni dar parte de lo que determinaban hacer, a don Alonso, eligieron a Rodolfo Conde de Aspurch, hombre de gran suerte y merecedor del Imperio: al cual luego coronaron en Aquisgran. Como entendió esto don Alonso, envió sus embajadores a Roma para requerir al Papa y Cardenales diesen por nula la elección de Rodolfo, y confirmasen la suya que fue primera. Y como en este medio se hubiese convocado el Concilio para Leon de Francia, por las causas al principio de este libro referidas, y el Papa Gregorio X, que le convocó viniese a él, envió nuevos embajadores para solicitar la misma causa. Entonces el Pontífice que estaba muy bien informado por las dos partes, después de haber muy bien consultado los mayores letrados de Italia y con los Cardenales y Prelados del Concilio, pronunció que la elección de Rodolfo, que últimamente se hizo de común voto de todos o de la mayor parte de los electores, no se podía anular ni invalidar, por haber sido legítima y canónicamente hecha, y por eso se había de preferir a la primera elección, como dudosa y litigiosa. Por lo cual volviéndose los embajadores de don Alonso con esta sentencia, luego el mismo Pontífice envió tras ellos por embajador a Fredulo Prior de Lunel, para que en todo caso procurase de sacar al Rey don Alonso de la pretensión del Imperio, y que apartándose de ella le ofreciese la décima parte de las rentas Eclesiásticas de Castilla por tiempo de tres años para ayuda de la guerra de Granada. Pero don Alonso no mirando que la sentencia del sumo Pontífice y de los Cardenales se había dado con tanto acuerdo y consejo, respondió harto flojamente, que tenía por buena la sentencia del Pontífice, pero que en ella no se había tenido cuenta con su honra, determinando una cosa de tanto peso con tanta facilidad y brevedad, y que sobre esto se vería muy presto con su Santedad en Mompeller, o en otro pueblo de la Proença. Con esta sola palabra que entendió el Papa de don Alonso, sin más consultar con él, aprobó con la autoridad del Concilio que para ello interpuso, la elección de Rodolfo, y la confirmó, y envió la bula áurea de esta confirmación a Alemaña al electo, y electores del Imperio. Esta tan prompta y repentina sentencia y determinación del Pontífice, sin haber sido de nuevo llamado ni oído sintió tan de veras don Alonso, y tomó tan recio, que aunque se le había pasado la ocasión por no haber acudido con tiempo para decir y alegar: determinó ir en persona a verse con el Pontífice, pareciéndole que con la presencia negociaría mejor, y que con su mucha ciencia (porque fue doctísimo en todo) espantaría al Concilio, y revocarían la sentencia dada contra él. Y así prosiguió su viaje, sin dejar bien asentadas las cosas de sus Reynos, ni apaciguados los grandes y Barones, por las diferencias que ellos entre si, y todos contra él tenían: ni tampoco dejando orden para las necesidades de la guerra, teniéndose ya por muy cierta la pasada de Abenjuceff Miramamolin Rey de Marruecos con mayor ejército que nunca se vio sobre el Andalucía (como en el siguiente libro se contará) pareciéndole que pus dexaua a don Fernando su hijo el mayor, aunque muy mozo, por general gobernador de sus Reynos quedaba todo a buen recaudo. Y con esto se puso en camino con la Reyna y don Manuel su hermano, y los demás Infantes pequeños: y así llegó de paso a verse con el Rey en Barcelona con quien pasó lo que hasta aquí se ha dicho.


Capítulo XV. De la muerte y sepultura de fray Ramon de Peñafort, y de su gran doctrina y santidad de vida.


Estando los dos Reyes en Barcelona, acaeció que el día de la Epiphania del Señor, murió fray Ramon de Peñafort tercer maestro general de la orden de santo Domingo. Este fue varón de tan grande ser, que no hubo en aquella era otro de mayor erudición y doctrina, ni de más entera santidad de vida y religión. El cual siendo de nación Catalan, y perirísimo en ambos derechos y Theologia, llegó a tanto su autoridad y favor con los sumos Pontífices de su tiempo que fue confesor del Papa Gregorio IX, también doctísimo, y fue por el hecho sumo Penitenciario. Por cuyo mandado emprendió la recopilación del libro y orden de las Decretales, que son el verdadero directorio y gobierno de la iglesia de Dios: y que no solo fue valentísimo defensor de la libertad Cristiana contra los judíos que en su tiempo la impugnaban y ponían en disputa: pero también perseguidor acérrimo de los herejes que en el mismo tiempo se levantaron por toda la Guiayna y parte de la España. De este confesaba el Rey que siguiendo su consejo y parecer, siempre le sucedieron bien sus empresas, y se libró de muchos inconvenientes y peligros, por los muchos avisos, con advertimientos y secretos que le descubría para la salud de su persona y ejército. Finalmente fue tan santo en la vida, que partido de ella para la gloria fue muy esclarecido en milagros. Tanto que a instancia de dos Concilios Tarraconenses, se pidió a los sumos Pontífices, que atentos sus milagros fuese canonizado por santo. Lo cual puesto que no se alcanzó, o por ventura se dilató para otra ocasión: es cierto que en nuestros tiempos Paulo III Pontífice en el año 1542, concedió a los frailes Dominicos de la Provincia de Aragón, viue vocis oraculo, que le venerasen con solemne ritu de santo, De suerte que se hallaron en sus obsequias Reyes y Príncipes con muchos señores de título y Prelados y pueblo infinito que concurrió a ellas.


Capítulo XVI. Que no siendo el Rey parte para estorbarlo, pasó don Alonso a verse con el Papa, y de cuan mal despachado se partió de él, y de lo que hizo vuelto a Toledo.


Hechas las obsequias de fran Ramón de Peñafort luego entendió el Rey don Alonso en despedirse del Rey para proseguir su camino a verse con el Pontífice en la Guiayna, de lo cual procuró mucho el Rey divertirle y estorbárselo, porque entendidas las causas de su empresa con las razones frívolas que alegaba para más abonarlas, todavía le parecía muy superfluo llegar a tratar más de ello con el Papa, por haber ya con todo el Concilio declarado contra él, y dada por nula su pretensión y demanda: y así quedó el Rey muy sentido de esto, y de que en tiempos de tantas revoluciones y alborotos como en Castilla había, y ser tan cierta la venida del Miramamolin con infinito ejército quedase tan desamparada. Pues como todavía insistiese el Rey en divertir a don Alonso de su viaje con muy buenas razones, poniéndole delante estos y mayores inconvenientes que se podrían seguir ausentándose de sus Reynos, y ningunas aprovechasen: porque él siempre abundaba de réplicas, y más razones por salir con la suya, le dejó ir a toda su voluntad, y envió a mandar a todos los pueblos por donde había de pasar hasta Mompeller, se le hiciese toda fiesta y recogimiento que a su propia persona, y aunque quiso detener en Barcelona a la Reyna doña Violante su hija no lo pudo acabar con él: que la quería llevar consigo hasta Leon: puesto que de paso la dejó en Perpiñan, como luego diremos. Causaron todos estos despropósitos el ingenio y terrible condición de don Alonso, que fue siempre en sus deliberaciones muy precipitado, y pertinaz en proseguirlas por hallarse más sobrado de ciencias que de consideración y asiento para el gobierno de sus Reynos. Y así no queriendo regirse por los avisos y consejos del Rey, porfió de pasar a tratar con el Papa, del cual no alcanzó cosa de cuantas le pidió, y dio mucho que decir de si a las gentes. De manera que partido de Barcelona llegó a Perpiñan donde le pareció dejar a la Reyna con sus hijos, y a don Manuel con ellos. De allí envió un embajador por notificar al Papa su llegada a la Guiayna, que le suplicaba mandase señalarle lugar y jornada donde pudiese besar el pie a su Santidad y haber audiencia para sus negocios: le fue respondido que le aguardase en la villa de Belcayre de la misma Guiayna y que en saber era llegado a ella sería luego con él. Con esto se partió luego don Alonso, y pasando por Narbona, fue allí por mandado del Papa por el Arzobispo espléndidamente aposentado. El cual acompañó con mucha gente de lustre hasta Belcayre, no lejos de Aviñón, y luego fue el Pontífice con él, a quien don Alonso besó el pie, y fue recibido de él con muy gran fiesta y alegría. Se detuvo allí don Alonso casi dos meses, sin que pudiese con sus razones doblar al Pontífice para revocar cosa de lo hecho y pronunciado cerca lo del Imperio. Y sin duda que debía don Alonso tomar aquello por pasatiempo, y gustar mucho de no tener más de un negocio, y que le sobrase ocio para entender en su ejercicio, y ordinario estudio de Astrología. Y aun es de creer que el Papa gustaría mucho de tan docta conversación pues se detuvo con él allí el tiempo que dicho habemos, hasta que le fue forzado volver al Concilio. Lo cual como entendió don Alonso, se resolvió en perdirle cuatro cosas. La primera que el Ducado de Sueuia, que por la muerte del Emperador Conrradino le pertenecía de derecho, y se lo había ocupado Rodolfo el electo competidor suyo, le fuese restituido. La segunda, que el derecho que tenía al Reyno de Navarra, que se lo había usurpado el Rey Philipo de Francia, reteniendo cabe si a doña Juana hija del Rey Enrique, y jurada Reyna, se le estableciese. La tercera, que don Enrique su hermano a quien el Rey Carlos de Sicilia tenía preso, fuese puesto en libertad. La postrera, que una gran suma de dinero que le debía el mismo Rey Carlos se la hiciese pagar. De todo lo propuesto, como de cosas que no tocaban al Pontífice, ni tenía porque poner mano en ellas, tuvo mal despacho don Alonso. De suerte que entendida con buenas razones la negativa del Pontífice, se despidió, y partió muy desabrido de él. Vuelto a Perpiñan se vino con la Reyna y sus hijos a Barcelona, donde se detuvo poco y se volvió para Castilla. Mas luego que entró en Toledo volvió a usar de las mismas insignias y sello de Emperador, o Rey de Romanos, que acostumbro después de ser electo, y con el mismo título Imperial también mandó divulgar todos los edictos, decretos, y fueros que hacía. De donde han pensado algunos, que de ahí le cupo a la ciudad y Reyno de Toledo tener por blasón y armas un Emperador con su corona y cetro Imperial, por haber sido uno de sus Reyes electo Rey de Romanos. Puesto que lo más cierto es que don Alonso VIII abuelo de este, dio estas armas a Toledo para significar que fue siempre esta ciudad el solio principal de los Reyes de España, y así fue llamada Imperial. Finalmente no contento don Alonso con esto de tratarse como Rey de Romanos, escribió a los Príncipes de Alemaña e Italia sus amigos, como determinaba de pasar adelante su demanda y derecho al Imperio, y que había de salir con ella. Como supo esto el Pontífice escribió al Arzobispo de Sevilla acabase con don Alonso dejase de gloriarse de cosas tan indignas de su autoridad y persona: y que si le complacía en esto, le concedería otra vez la décima de las rentas Ecclesiasticas de Castilla para la misma guerra de Granada por seis años. Con esta concesión cesó don Alonso entonces de proseguir su demanda y negocios del Imperio.




Capítulo XVII. Como se intimó al Rey la sentencia de Roma dada en favor de doña Teresa, y se apeló de ella, y de lo que por mandato del Papa dio a ella y a sus hijos.


Por este tiempo que ya el Rey entraba en años, pasando de los sesenta, y se hacía pesado para seguir las empresas, deseando dejar sus Reynos pacíficos, por heredar al Príncipe don Pedro, al cual amaba tanto que por él aborrecía a los demás hijos, determinó a solo él con el Infante don Iayme hijos de doña Violante, declarar por sus hijos legítimos y de legítimo matrimonio procreados, excluyendo a todos los otros y dándolos por bastardos e inhábiles para heredar. Y así se entendió luego, que por hacer esto bueno dejaría de condescender con la pretensión de doña Teresa Vidaure, de quien hemos hablado. La cual como poco antes hubiese alcanzado de la sede Apostólica sentencia en favor, con declaración que muerta doña Violante, casase el Rey con ella, tuvieron ánimo sus hijos don Iayme y don Pedro de hacerla intimar públicamente al Rey en la ciudad de Barcelona: lo cual no dejó de sentir mucho el Rey, y habido consejo sobre ello, determinó por justas y necesarias causas que concernían a la quietud y pacificación de sus Reynos, de apelarse de la sentencia, y suplicar de ella al sumo Pontífice. Por cuanto declarando por legítimos a los hijos de doña Theresa, se podía claramente seguir cruelísima discordia, y de ahí perniciosísima guerra de hermanos contra hermanos para total destrucción y pérdida de todos sus Reynos y señoríos: por haber de dar, a causa de esto, en bandos y parcialidades, y volver por cabezas a dividirse los Reynos, y apartarse de la unión y corona real. Y mucho más porque habiendo ya sido admitido y jurado Príncipe y sucesor en los Reynos don Pedro, y estar tan apoderado de ellos, había porque recelar de su valor y grandeza de ánimo, no dejaría de defender muy bien su parte, y morir, o hacer morir cualquier de sus hermanos que en su tan pacífica y confirmada posesión le tocase, y que ser esta razón, aunque universal, muy sana, y eficacísima, por evitar grandes y muy evidentes males, prevalecía a las demás en contrario, estando las cosas en los términos que estaban: y por esto se había de seguir, y tomar como de dos males el menor por mejor: pues a doña Teresa y a sus hijos les dejaba competente estado para vivir como señores. De manera que el Rey, o porque en conciencia supiese que doña Teresa no estaba tan adelante en su pretensión y derechos, como ella pensaba, interpuesta la apelación, difirió el negocio. Además que por las mismas razones le pareció no tener cuenta con el testamento que hizo antes en Mompeller, después de muerta doña Violante, por el cual declaraba ser legítimos los hijos de doña Teresa, pues a ellos y a ella por mandato del Pontífice, que también consideró los inconvenientes arriba dichos, había ya hecho donación de las baronías de Xerica en el Reyno de Valencia, y la de Ayerbe en el de Aragón, con otras villas y castillos, como en el siguiente libro se dirá. En lo demás solo contentó a doña Teresa, en que de allí delante, ni se casó más el Rey con otra mujer, puesto que se le ofrecían Princesas para ello, ni estorbó el respeto y honra que todos a doña Teresa hacían como a Reyna, y a los hijos acogió siempre en su familiaridad y jornadas de guerra.




Capítulo XVIII. Como el Vizconde y los de su parcialidad vinieron a las cortes de Lérida, y de lo que pasó en ellas, y que don Pedro fue con ejército contra don Fernán Sánchez.


Llegado el término de la cuaresma mediado Marzo, para cuando prometió el Rey a los del Vizconde que tendría cortes en Lérida para los dos Reynos, vinieron a ellas el Arzobispo de Tarragona, con los Obispos de Girona, Zaragoza, y Barcelona con muchos otros señores y barones de los dos Reynos, y los síndicos de las ciudades de Zaragoza, Calatayud, Huesca, Teruel, y Daroca. Llegó también el Rey con don Pedro a Lérida, y se aposentaron en la fortaleza de la ciudad. Los postreros de todos fueron el Vizconde de Cardona, y los Condes de Ampurias y de Pallàs, y don Fernán Sánchez, don Artal de Luna, don Pedro Cornel, y otros sus allegados. Los cuales llegando cerca de la ciudad, no quisieron entrar en ella, por no tenerse por seguros, y temerse del Rey y de don Pedro: por esto se recogieron en una aldea de Lérida llamada Corbin: ni fiaron del Rey, aunque les daba por salvo conducto su palabra. Enviaron estos sus embajadores a las cortes ya comenzadas, a Guillè Castelaulio, y a Guillen Rajadel, para que de parte y en nombre de todos requiriesen al Rey, que ante todas cosas, restituyese a don Fernán Sánchez su hijo todas las villas y castillos que don Pedro le había tomado por fuerza de armas. A lo cual satisfizo el Rey, tratándolos de alevosos y quebrantadores de fé, pues prometiendo él y humanándose a querer tratar por vía de compromiso todas las diferencias hubiesen debajo de esta fé desafiado a don Pedro, y tomadole ciertas villas suyas, las cuales tenía don Fernán Sánchez, y no se las restituía. Por donde declarando los árbitros de las Cortes, no ser legítima, ni conforme a derecho, la excepción puesta por los embajadores, y estos reclamando de la declaración, y juntamente apelando para cualquier otro juez superior, comenzaron a despedirse las cortes, y don Pedro se fue de la ciudad con buena parte del ejército, porque halló que don Fernán Sánchez rompió primero las treguas entre ellos hechas, perjudicando a sus vasallos, sin haberlas querido tener por firmes. De manera que despidiendo ya el Rey a los convocados, en nombre suyo y de don Pedro hizo avisar al Vizconde que las treguas hechas con él y los suyos de allí adelante las tuviese por deshechas. Y entendiendo muy de cierto que de don Fernán Sánchez nacía todo el daño que se le hacía, y era la causa de la rebelión del Vizconde y de los demás para no cumplir lo que le prometían, mandó a don Pedro que se metiese dentro de Aragón con el ejército, e hiciese guerra a fuego y a sangre a don Fernán Sánchez con todos sus amigos y valedores. Ordenó que Pedro Iordan de Pina con parte del ejército se pusiese en los confines de los dos Reynos, para acudir a cualquier necesidad y revuelta que de ambas partes se ofreciese: y él se quedó en Lérida, y luego envió a rogar a los concejos de las villas, y a los señores y barones que no habían entrado en la parcialidad de don Fernán Sánchez ni del Vizconde, le acudiesen con la gente a cada uno asignada para cierto día, porque determinaba hacer toda guerra contra los arriba dichos con los demás rebeldes.




Capítulo XIX. De lo que dijeron al Rey los buenos hombres de Lérida por estorbar la guerra contra don Fernán Sánchez y de los avisos que el Rey envió a don Pedro.


No faltaron algunos buenos y desapasionados hombres de Lérida, que viendo al Rey tan indignado y puesto en arruinar la persona de don Fernán Sánchez su propio hijo, movidos de un celo bueno, procuraron con vivas razones divertirle de tan cruel propósito: poniéndole al delante, que para el beneficio y conservación de los Reynos, y para que ellos tuviesen el respeto debido a los Reyes, era necesario más presto aumentar el número de los hijos, y dilatar la real estirpe y generación suya, que no disminuirla. Y que estando los hijos entre si diferentes, su propio oficio de padre era reconciliarlos y pacificarlos. Porque si el padre es el que los divide, y con tan horrible ejemplo siembra discordias entre ellos, qué harán los hermanos entre si, sino concebir común odio contra el padre? Qué hará aquella mala simiente, muerto el padre, sino producir entre los hermanos una miserable mies de cizaña? Por esto le suplicaban dejase de ser no menos cruel contra si mismo que contra sus hijos, enviándolos a ser verdugos los unos de los otros, y que la clemencia con que siempre había tratado con los extraños, usase ahora con los suyos: para que de este buen ejemplo de concordia naciese la universal paz para todos sus vasallos. Mas como el Rey tuviese el pecho muy llagado, y se le representasen de cada hora las justas causas que para perseguir a don Fernán Sánchez tenía, aprovecharon poco las buenas razones de los de Lérida: antes envió a mandar a don Pedro que lo persiguiese, y a las villas y castillos de sus amigos y valedores los saquease y asolase del todo, y a ninguno perdonase la vida: mas que llevase esta guerra con tanta celeridad y presteza, discurriendo de una en otra parte de manera que en el cerco de las villas y fortalezas no se detuviese mucho en un lugar, no pareciese que esperaba, sino que burlaba al enemigo. También le encargó que mandase luego por horas a doña María Ferrench madre de don Lope Ferrench uno de los mayores amigos de don Fernán Sánchez que se recogiese a Zaragoza, y su villa de Magallón la secuestrase en manos del Tesorero general del Reyno. También envió patentes con su sello y mano firmadas a las ciudades y villas de Aragón, mandando que a don Pedro le acudiesen con gente, armas y vituallas como a su propia persona: ni se puede encarecer con cuanto cuidado y solicitud procuraba pasase adelante esta guerra por vengarse de don Fernán Sánchez más que de todos los otros rebeldes.


Capítulo XX. Como don Pedro fue contra don Fernán Sánchez, y le cogió y mandó ahogar en el río Cinca, y del gran contento que el Rey tuvo de esta nueva, y causas para tenerla.


No se vio jamás de ningún capitán saliendo a dar batalla a los enemigos que tan animosamente exhortase a sus soldados por la victoria, cuanto el Rey y común padre animó en esta guerra al hijo contra el hijo y hermano. Puesto que había necesidad de pocas espuelas para don Pedro, que deseaba tintarse en la sangre de don Fernán Sánchez: y así fue que saliendo a visitar ciertos castillos suyos don Fernán Sánchez para poner en ellos gente de guarnición y armas, por defenderlos de don Pedro, teniendo nueva que venía con ejército formado contra sus tierras, y fuese avisado don Pedro de esta salida, y que venía al castillo de Antillon hacia el término de Monzón, hizo una emboscada de cien caballos ligeros por donde había de pasar don Fernán Sánchez: el cual de paso dio en mano de ellos, y se escapó a uña de caballo, metiéndose en otro castillo suyo llamado de Pomar: adonde llegó luego don Pedro con su gente y puso cerco sobre él, tomando todas las entradas y salidas: para luego ese otro día dar asalto y cogerle allí. Y así desconfiado don Fernán Sánchez de poderse defender (según lo cuenta Asclot) no habiendo lugar para escaparse: determinó por no venir a manos de don Pedro, salirse del castillo disfrazado. Y pa esto dijo a su escudero, ven acá, ármate con mis armas, y lleva mi divisa y caballo, y échate por medio del ejército como que huyes, y defiéndete cuanto pudieres, hasta que yo vestido como pastor pase por medio de ellos, y los burle. El escudero hizo lo que su señor le mandó, y en asomar fue luego cogido por los de don Pedro, y visto no ser él, fue compelido por tormentos a descubrir do quedaba su señor, del cual dijo le seguía a pie en hábito de pastor. Luego fueron en seguimiento de él, y descubierto fue preso y traido a don Pedro: el cual no le quiso ver: sino que preciando más de incurrir en fama de cruel, que no de piadoso con un tan impío y público enemigo suyo y de su común padre, de presto mandó cubrirle el rostro, y meterle dentro de un saco y echarle en el río Cinca, aguardando hasta que fuese ahogado. Sabido esto luego se rindieron todas sus villas y castillos a don Pedro. Pues como llegase la nueva de esta infeliz muerte al Rey, no se pudiera creer, si él mismo no lo relatara en su historia, como no solo no se dolió de ella, pero que se holgó y regocijó tanto, que con la grande ira que le tenía quedó naturaleza vencida, y el amor paternal con la impiedad y rebelión del hijo contra el Padre, del todo sobrepujado del odio su contrario. Quedó un hijo de don Fernán Sánchez y de doña Aldonça de Vrrea pequeño, llamado don Felipe Fernández, que después cobró todas las villas y lugares con toda la demás hacienda que fue del padre, del cual descienden la Ilustre familia de los Castros, que tomaron la denominación de la casa de Castro que hoy poseen en Aragón.

Capítulo XXI. Que sabida la muerte de don Fernán Sánchez el Vizconde y los suyos desafiaron al Rey, el cual fue sobre ellos, y los sojuzgó, y perdonó, y cómo juraron al Príncipe don Alonso nieto del Rey.


Venido el Rey, ya cortada una de las dos cabezas de la rebelión, se dio grande prisa por cortar la otra que era el Vizconde con el Conde de Ampurias. Estos fueron los que viendo lo sucedido en don Fernán Sánchez, de nuevo desafiaron al Rey públicamente. El cual tomando parte del ejército de don Pedro que le quedaba en Aragón, con la gente que el Infante don Iayme había hecho en el condado de Lampurdan y se entretenían en el cerco puesto sobre la Rocha villa muy fuerte del Conde de Ampurias, fue a juntarse con él, y comenzó a talar los campos y saquear las tierras del Condado. De donde fue a Perpiñan por más armas: y al tiempo que salía de él para dar sobre el Condado, le llegaron las compañías de infantería que había mandado hacer en Barcelona. Con estas puso cerco sobre la villa de Calbuz, a la cual mandó dar asalto, y aunque con algún daño de los suyos, a la postre fue tomada, y no solo saqueada pero también asolada del todo: por corresponder a lo que el Conde hizo en Figueras. De ahí a poco llegando de Barcelona el otro tercio del ejército con las galeras, puso cerco por mar sobre la fortaleza de Roda, que hoy llaman Rosas, puerto famosísimo que estaba muy fortificado de gente, y por estarse el Conde a la mira de lo que el Rey haría, se había retirado en otra villa suya llamada Castellón, que tenía muy bien proueyda de gente y armas para semejantes necesidades: a donde también se retiraron el Vizconde y Berga. Como fue de esto avisado el Rey, mandó alzar el cerco de Rosas, y marchar con todo el ejército para Castelló. Lo cual entendido por el Conde y Vizconde viendo cuan a las veras tomaba el Rey esta guerra, y que no pararía hasta cogerlos, por ejecutar su ira en ellos mejor que contra don Fernán Sánchez: tuvieron su acuerdo y determinaron de no provocarle a mayor ira contra si mismos. Pues había llegado a tal extremo que a su propio hijo no había perdonado: y siendo la culpa igual, la pena y castigo contra ellos como extraños sería doblada. Por donde de común parecer se vinieron todos a Rosas muy pacíficos antes que el Rey levantase el cerco. Y como tuviesen muy conocida su natural benignidad y Clemencia para con los que voluntariamente, y con humildad se le rendían, mayormente cuando se hacía libremente y sin condición alguna, se atrevieron a entrar en forma de paz por la tienda del Rey, y se le echaron a los pies, entregándosele a toda merced suya. Solo le rogaron que mandase convocar cortes en Lérida para Catalanes y Aragoneses, y se tratase de asentar de una todas cuantas diferencias había entre ellos, y que lo determinado por las Cortes fuese sentencia definitiva, sin más réplica, ni facultad de apelar de ella. Esto pareció bien al Rey, y las mandó luego publicar para la fiesta de todos Santos siguiente. Admirable magnanimidad con invencible paciencia de Rey: pues ni por mucho que los grandes y barones sus vasallos, con palabras falsas le burlaron, ni por lo que tomando armas contra él, y revolviéndole sus Reynos le ofendieron: ni por haberle obligado a poner su persona en trabajo y peligro de guerra para perseguirlos: no por eso quiso, cuando muy bien pudo, prenderlos y castigarlos: sino que preció más hacerles guerra con la razón y derecho, y con esto sojuzgarlos: de arte que los trajo poco a poco a su voluntad. Porque llegado el plazo de las cortes, hallando en ellas congregados al Vizconde y conde con algunos Prelados de Cataluña, y algunos señores y Barones con los Síndicos de las ciudades y villas Reales de los dos Reynos, y también con los de Valencia que seguían con el ejército al Rey, vinieron a tratar de sus diferencias: y puesto que no se concertaron del todo en el asiento de ellas: pero en proponer el Rey que don Alonso su nieto hijo del Príncipe don Pedro fuese declarado por sucesor en los Reynos y señoríos del Rey (fuera lo asignado al infante don Iayme) le aceptaron y juraron todos sin discrepar ninguno con mucho aplauso y contentamiento.


Fin del libro XIX.



Libro duodécimo

Libro duodécimo

Capítulo primero. De la venida del Vizconde de Cardona a Valencia, y como saqueó a Villena y Saix en el Reyno de Murcia y de la muerte de don Artal de Alagón.

Tomada la ciudad de Valencia, y echado Zaen con toda la morisma de ella, acaeció que luego essotro día después de entrada, andando el Rey muy puesto en reparalla, y ensancharla, llegó ante él , don Ramon Folch Vizconde de Cardona muy a punto de guerra con cincuenta caballos ligeros de los más escogidos de toda Cataluña, a pedirle de merced (ya que no fue su ventura llegar a tiempo de poderse hallar en el cerco y presa de la ciudad) le diese licencia para pasar adelante con su gente hasta el Reyno de Murcia: donde pensaba hacer alguna buena cabalgada, por dar a conocer a los Moros, quién era el Rey de Aragón, pues apenas había conquistado a Valencia: cuando ya emplazaba guerra a los del Reyno de Murcia. Holgose infinito el Rey con su venida, y recibiole muy amigablemente, diciendo que él siempre había tenido por escusada su tardanza, porque sabía muy bien las justas causas de ella, y trabajos que con sus vasallos tenía. Pero que se maravillaba mucho, porque con tan poca gente quería emprender tan grande y dudosa hazaña. Y como le ofreciese algunas compañías de infantería que le sirviesen en la empresa, y don Ramón se excusase de aceptallas, porfiando en su demanda, permitiole (pmitiole) el Rey proseguir (pseguir) su viaje, y mandole proveer de vituallas y tiendas con lo demás necesario para el camino, de lo que en el Real quedaba. Ofreciósele por compañero en esta jornada don Artal de Alagón, hijo de don Blasco, mozo ardiente y belicoso que sabía muy bien los pasos con las entradas y salidas de aquel Reyno, por haber estado en él muchos días, cuando fue desterrado de Aragón. Aceptó su ofrecimiento el Vizconde muy de buena gana: y llevando su guía, como no entrasen en poblado, pasaron sin ningún estorbo hasta llegar a un grande valle cerca de Biar, casi a vista de Villena, el primer pueblo del Reyno de Murcia. El cual por ser muy principal, y en nuestros tiempos poblado de gente hidalga, determinaron de acometerle, a fin de saquearlo. Y así llegando a la media noche sin ser sentidos entraron de improviso en él, hallándole sin guardia con las puertas abiertas: y se dieron tal diligencia, que antes que los del pueblo se pudiesen juntar y poner en armas tenían ya saqueada la mayor parte del. Pero luego cargó tanta gente sobre ellos de las aldeas, que les tomaron las calles, y comenzaron a pelear con ellos tan bravamente, que les fue forzado, llevando delante la presa, salirse con buen orden del pueblo, y extenderse por la campaña, sin que ninguno los siguiese. Llegaron a otra villa llamada Saix, en la cual, por estar sin cerca, también entraron, y la acometieron valentísimamente, peleando los unos, y saqueando los otros. Mas como se pusiese todo el pueblo en armas, y le viniese socorro de los lugares vecinos, fueles forzado, hechos un cuerpo recogerse y mirar por si, por las muchas saetas y piedras que al pasar de cada casa les tiraban: tanto que entre otros don Artal fue herido de una pedrada en la cabeza, y derribado del caballo murió luego. Por donde fue necesario retirarse y salir de la villa a más que de paso: llevando consigo el cuerpo de don Artal con grandísima dificultad y trabajo, hasta llegar a Valencia. Sintió mucho el Rey esta muerte, con todos los de su corte, y mandó con mediana pompa depositar su cuerpo en una iglesia antigua que había en la ciudad del sancto Sepulchro: hasta que fueron trasladados sus huesos en Aragón, y puestos en la sepultura de sus antepasados. Tuvo el Rey en mucho la memorable hazaña del Vizconde, como si con ella le hubiera abierto la puerta y facilitado la entrada para el Reyno de Murcia; y así se lo agradeció mucho, y le hizo mercedes dándole joyas de grande estima al tiempo de su partida. Con esto se despidió el Vizconde del Rey, y se volvió con triunfo a Cataluña.


Capítulo II. Como la mezquita mayor de Valencia fue consagrada en iglesia, y de las diversas invocaciones que tuvo antes, hasta que fue dedicada al nombre de nuestra Señora.

Partido el Vizconde, luego el Rey trató del asiento y reparo de las cosas de la ciudad, la cual a causa del largo cerco los Moros habían dejado muy descompuesta y perdida. Cuanto a lo primero pareció ser necesario hacer el repartimiento de las casas a los soldados y de los campos y heredades a los capitanes y oficiales del ejército, y establecer leyes y fueros. Mas como primera que todas fuese la casa de Dios, luego el otro día que el Rey entró en la ciudad con la asistencia de los Prelados de Aragón y Cataluña, y el de Narbona, que siguieron esta empresa, se fue derecho a la Mezquita mayor, donde los Moros solían celebrar las mayores fiestas y ceremonias de su secta. Allí el arzobispo de Tarragona revestido de pontifical, después de haber purificado el lugar con saumerios de incienso (encienso), y rociado con agua bendita, y palabras sagradas con la señal de la cruz, hizo levantar un altar, en el cual fue celebrada misa solemne por el que estaba ya electo primer Obispo de Valencia, que después fue por el sumo Pontífice confirmado, llamado Ferrario de santo Marrino, Preposito que antes era de la iglesia de Tarragona. El cual fue varón muy escogido de grande santidad de vida, y doctrina. Hechas allí por el Rey y la Reyna, y por los demás infinitas gracias a nuestro señor Iesu Christo y a su sacratísima madre, por haber llegado a echar de la ciudad la secta Mahometica, para introducir la religión Cristiana, fue consagrada la misma Mezquita en Templo, a honor y nombre de nuestra señora santa María: después de muchos títulos e invocaciones a que fue dedicada en diversos tiempos, por Gentiles, Moros, y Cristianos. De las cuales se halla haber sido la primera en tiempo de los Romanos a su diosa Diana. Después en la venida de los Godos, que recibieron la religión Cristiana se consagró al nombre del Salvador. Más adelante perdidos los Godos por la entrada de los Moros de África en España, y sojuzgada por ellos, se dedicó a Mahoma: mas ganada después Valencia de los moros, aunque para poco tiempo, por don Rodrigo de Biuar llamado el Cid Ruidiaz, caballero principal de Castilla, y de los más valientes de su tiempo, se intituló de sant Pedro. Pero como luego en muriendo el Cid cobrasen la ciudad los moros, volvió el templo a ser profanado con el mismo título de Mahoma, hasta conquistada por el Rey la ciudad, fue de nuevo purificado, como está dicho, y perpetuamente dedicado a la invocación y santísimo nombre de María. Porque era tanta la devoción y religión con que este Rey veneraba y nuestra señora, que todos sus votos hacía a ella, y todos los Templos grandes y pequeños que en cualquier tierra mandaba edificar, a sola ella con su hijo benditísimo los dedicaba, y así se tiene por cierto que el grande afecto y devoción que hoy los desta ciudad y Reyno tienen al santísimo nombre de proceden del ejemplo de este buen Rey, y que esta fue obra de Dios y suya.


Capítulo III. Como se derribó la mezquita mayor, y edificó nuevo Templo sobre ella, y fue hecha iglesia catedral, y de la fiesta ordinaria que se hace de ello en la ciudad.

Andando el Rey con los Prelados muy puesto en esta consagración de la mezquita, y considerando que en las paredes y relieves de ella quedaban algunas moldaduras y figuras que siempre renovarían la memoria de las cosas de Mahoma, para tropiezo de los que nuevamente se convertirían a la fé de Cristo nuestro señor: determinó poco después, con el parecer de los Prelados, y de su consejo, volver a la mezquita en procesión con todo el pueblo que le seguía, y como llegó a ella tomó un martillo de plata, y en comenzar a derribarla por defuera, luego los Prelados, y tras ellos los principales del ejército, con todos los soldados, y gastadores del campo hicieron lo mismo. De manera que siguiéndole todos, cada uno con su instrumento, fue muy en breve la mezquita echada por tierra, y del todo asolada. Y en ser limpiado (alimpiado) el suelo, fue dada al Rey por mano de muy expertos maestros e ingenieros una muy buena traza y modelo de templo, y pareciéndole bien comenzó a edificarse uno de los más bien trazados y suntuosos que hay en la Cristiandad, según le vemos en nuestros tiempos acabado. Pues dado que en la grandeza y labores no iguale con algunos, pero en lo particular viene a sobrepujarles, y ser raro entre todos: como es por su muy alto ancho y bien encumbrado cimborio: por su bien labrado retablo con personajes grandes de relieve de plata fina: por su anchura y melodía de Órganos: por su firme y liso suelo: con su admirable fábrica de Cabildo, y su ochavada fortísima, y muy alta torre de campanas: y en lo espiritual mucho más, porque la singular copia de reliquias sagradas que en su sacristía tiene las más raras y admirables de santas que haya otras en la Cristiandad: con los vasos de oro y plata y ornamentos riquísimos y muchos. Y demás de su copiosísimo número de sacerdotes y ministros sagrados, la suntuosísima y devotísima solemnidad de sus continuos oficios y sacrificios divinos, que no se halla en esto con quien compararla. De manera que por sus particulares, sin duda iguala con cualquier iglesia de toda España. A esta concedió el Rey sus prerrogativas y privilegios de las inmunidades que por divino y positivo derecho se deben a las iglesias: para que los caídos en qualesquier casos y crímenes, como no fuesen de los exceptados por el derecho, les valiese de Asylo y salvaguarda. También alcanzó del sumo Pontífice Gregorio IX, fuese hecha catedral, y se le restituyese su antigua diócesis y distrito: del cual, puesto que se dijo que solía ser antes de otra cabeza, y que en tiempo de Bamba Rey de los Godos fue dado e incluido en la provincia de Toledo: quiso el Rey, pues conquistó de nuevo este Reyno, que fuese de allí adelante (según lo había votado) sujeta y suffraganea a la iglesia de Tarragona. Esta restauración de iglesia, y restitución de Diocesi, con la silla Obispal, y asignación de Metropolitano, que se expidió por bulla áurea del mismo Pontífice, fue concedida a los IX del mes de Octubre el siguiente año 1239, en el día y fiesta del glorioso S. Dionis mártir, y, o por memoria de la fundación de la catedral: o de la ida del armada de Túnez (como en el precedente libro se ha dicho) se hace cada un año en este día muy solemne procesión por el Obispo, Cabildo, Dignidades y Clerecía (Clerezia), llevando el Juez (Iuez) ordinario de lo criminal la gran bandera que llaman del Ratpenat, antigua memoria y conmemoración de lo que el Rey sacó en el cerco de Valencia: siguiéndole los oficiales Reales de la ciudad con una compañía de gente de guerra, que llaman el centenar y con todo género de música. Van todos a la iglesia de sant Iorge martyr, patrón de la corona de Aragón, por memoria y acción (hazimiento) de gracias desta restitución de la Sede Obispal.


Capítulo IV. Donde se confirma, por la bulla de Gregorio IX, se erigió en cathedral la yglesia de Valencia, y se dio por sufraganea a la de Tarragona, no embargante la pretensión del Arzobispo de Toledo.

Sobre esta división, o separación de iglesias, es a saber de haber hecho la iglesia catedral de Valencia sufraganea a la metropolitana de Tarragona, se entiende por ciertas escrituras y proceso formado que se ha hallado en el Archivo (Archiuio) de la iglesia de Toledo: como en Valencia, al tiempo que el Rey entró en la ciudad, y comenzó a fundar la yglesia, hubo gran contradicción y protestas hechas por los Procuradores del Arzobispo de Toledo contra el de Tarragona, que estaba presente a la fundación, alegando por el de Toledo, como Valencia fue ya antes Obispado en tiempo de los Godos, y suffraganeo de Toledo: como se mostraba por muchos Concilios Toletanos Provinciales, en los cuales se halla la subscripción de Obispos de Valencia: y también por la división de las diócesis que hizo Bamba Rey de los Godos, por la cual incluía a Valencia en la provincia de Toledo, como está dicho: con otras muchas razones que no sufre la historia por ahora especificarlas. Pues también para confutación (cófutacion) de ellas, se alegaron por el de Tarragona otras tantas, no menos concluyentes que las primeras: para lo cual hubo nombrados jueces por entrambas partes, a efecto de declarar en la causa. Mas como no se dio sentencia definitiva sobre ella, por no haber conformidad sino discordia entre los jueces, con apelaciones puestas por entrambas partes, quedó la causa indecisa, hasta que por la bula arriba dicha de Gregorio IX, que se halla originalmente en el archivo de la iglesia mayor de Valencia, a petición del mismo Rey se erigió iglesia catedral en Valencia, y se le asignó Diócesis, y fue dada por sufraganea a la metropolitana de Tarragona. Y así con esta asignación y decreto Apostólico han continuado la una y la otra iglesia su posesión y prescripción de jurisdicción activa y pasiva, de 400 años a esta parte. Por donde pudo muy bien Valencia con la nueva erección de iglesia y Diócesis por la gracia Apostólica, ser separada de la jurisdicción y provincia de Toledo: como lo han sido en nuestros tiempos dentro de España las iglesias catedrales de Burgos, Calahorra, y Segorbe, que desde su origen y fundación fueron sufraganeas de la Metropolitana de Zaragoza, y ahora lo son cada una de diversas: no embargante, que en estas no ha habido contradicción ni protestos, como los hubo en la primera de Toledo contra Tarragona: porque son tan justificadas las razones que hacen por Tarragona, que no han lugar las de Toledo. Conforme a esta contradicción hubo otra semejante entre los mismos Metropolitanos, y por las mismas causas, sobre la elección y nominación del primer Obispo de Valencia. Porque el Obispo de Albarracín que se halló presente en el cerco y entrada la ciudad, como Procurador y agente del Arzobispo de Toledo, ejercitó algunos actos de jurisdicción y oficio de Metropolitano. Por el contrario el Arzobispo de Tarragona ejercitó otros de más clara jurisdicción: porque purificó la mezquita de Valencia, y consagró la iglesia mayor, y en ella al Obispo de Lerida, que no se nombra, y aun antes de entrar en la ciudad usó más distintamente de su jurisdicción eligiendo en Obispo de Valencia a un padre muy docto llamado fray Berengario de Castellbisbal Prior de Predicadores de Barcelona, y compañero de aquel santo Varón fray Miguel de Fabra, de quien hicimos larga mención arriba en la conquista de Mallorca. Puesto que las contradicciones del Arzobispo de Toledo fueron parte para que esta elección no tuviese efecto: y así el Berengario fue luego después electo Obispo de Girona. Con todo eso, después de muchas disputas con interponer el Papa Gregorio IX su autoridad y decreto, Valencia fue sufraganea de Tarragona, y el primer Obispo de ella fue Ferrer de S. Martín de nación Catalán, y con esto el Arzobispo de Toledo desistió por entonces de su pretensión. De mas que como a todo esto se hallase presente el Rey y fuese el negocio de tanto peso, y que ni él en su historia, ni otros escritores de aquel tiempo en las suyas, ni el mismo Arzobispo de Toledo don Rodrigo, a quien por su interés tocaba anotar este perjuicio, habiendo escrito de la misma conquista de Valencia, no haya hecho mención alguna dello, es de creer que con el decreto Apostólico cesó del todo esta querella y pretensión. Y así quedó Valencia suffraganea de Tarragona hasta que el Papa Innocencio VIII año 1482 erigió a Valencia en Metrópoli, y hoy tiene por suffraganeas las iglesias de Mallorca, Orihuela y Segorbe.
Capítulo V. Que fue la iglesia catedral dotada de diezmos, y del repartimiento de ellos, y como comenzó a edificarse el templo de sant Vicente Martyr.

Hecha y erigida la iglesia mayor en catedral, y nombrado el Prelado para el gobierno de ella y de su diócesis, luego a imitación de las otras iglesias catedrales, se fundó en ella su colegio, y Cabildo de Canónigos y Dignidades, para los más principales cargos y ejercicios de la iglesia. Mas considerando el Rey que así porque a las iglesias y Eclesiásticos les son por divino derecho concedidos los diezmos de todos los frutos de la tierra: como porque se acordaba de la promesa pública que en una congregación de Prelados, Comendadores, y otros señores y Barones, hizo en la ciudad de Lerida dos años antes que tomase la ciudad de Valencia: de que si nuestro señor le hacía gracia de poderla ganar de los moros, restituiría en ella la iglesia Catedral, y la dotaría amplísimamente, conforme a lo que por el Concilio Laterenense, cuando le concedió los diezmos de las tierras que conquistase de moros le fue encargado, quedaba muy obligado a cumplirla: hizo perpetua y libre donación al Obispo y Cabildo de la iglesia mayor, de todos los diezmos del término de la ciudad y Diócesis de Valencia, para que le dividiesen entre el Prelado, Canónigos y Dignidades: reservando para si, y sus sucesores por concesión y gracia del sumo Pontífice, el usufructo de la tercera parte de ellos. Esto por recompensa de los grandes gastos que hizo, así en conquistar el Reyno de los moros, como por los que de allí adelante se habían de hacer para conservar lo conquistado. El cual tercio diezmo, con la misma obligación, fue después repartido entre muchos señores, barones, y universidades del reyno, por servicios hechos en la defensa del, quedándole al Rey mucha parte de ellos. Y es cosa de notar ver el pío y buen ánimo que mostró para con las iglesias, con tan favorables fueros y privilegios como ordenó y dio para la conservación y cobranza de los diezmos, y censos Eclesiásticos. Asimismo visitó los lugares antiguos y sagrados de la ciudad: señaladamente las cárceles y prisiones donde padeció el gloriosísimo mártir sant Vicente de Huesca, así dentro, como fuera de la ciudad: la cual desde entonces le tomó por su divino patrón: a cuya devoción y nombre mandó el Rey edificar un templo muy suntuoso y grande con su monasterio y convento de frailes Bernardos, fuera los muros de la ciudad camino de Xatiua, al cual también concedió grandes privilegios, e inmunidades para los criminosos, que se retrajesen (retruxessen) a él, como a la iglesia mayor, y le dotó de grandes posesiones y rentas. Sin eso mandó en frente del (que solo hay la vía pública en medio) edificar un Hospital para pobres peregrinos: a la puerta y entrada del cual está retratada mejor que en otra parte alguna, la verdadera imagen y efigie del mismo Rey en la pared, y tan bien impresa, que con haber pasado cuatrocientos años que se pintó con estar sujeta al polvo y lodo de la calle, se conserva para la vista muy entera. La causa porque este Templo siendo comenzado a edificar, paró el edificio, y se mandó después en vida del mismo Rey acabar a gran prisa, se dirá adelante.


Capítulo VI. Del repartimiento que se hizo de las casas de la ciudad para los soldados, y de los linajes y familias que quedaron en ella, y del privilegio que se dio a los de Lerida.

Habiendo el Rey, como cosa más propia y necesaria, dado fin a lo que tocaba al culto divino, se aplicó todo a hacer la división y repartimiento de las casas, campos, y heredades, entre los soldados y capitanes del ejército. Fue negocio este de muy gran peso, y que dio al Rey trabajo infinito, particularmente por las muchas donaciones que hizo a diversas personas de los campos y posesiones, los días antes que la ciudad se tomase: por que fueron en más número y cantidad que se hallaron campos para repartir. Comenzó primero por la división de las casas entre la gente y soldados que habían enviado las ciudades y villas Reales de Aragón y Cataluña. Repartidas pues y derribadas las casas viejas hechas a la morisca, cada uno edificó a su gusto otras muy altas, y más bien labradas. Quedan hoy desta memoria la calle de Zaragoza en la ciudad vieja, y la calle de Barcelona en la nueva, que se extendió fuera del muro viejo, al cual encerró de si el nuevo. También para los de Teruel asignó uno de los principales portales de la ciudad, defendido de dos grandes, muy fuertes y bien labradas torres que le tienen en medio, y se llama de los Serranos de Aragón, cuya cabeza es la ciudad y Comunidad de Teruel, de las cuales y su poder, arriba en el libro tercero se ha hecho larga mención. Por lo semejante hacia el poniente la vía de castilla, para la defensa de la principal puerta que llaman de Quarte, se plantaron los fundamentos de dos torres muy eminentes, cuales vemos a los dos lados de la puerta, y que por ser tan altas y tan bien hechas, y estar en los más alto de la ciudad puestas, descubren, y son descubiertas de los caminantes de tan lejos, que alegran extrañamente la vista, y dan muy grande muestra del gran ser de la ciudad, como convenía hacerlas tales, para ganar la boca, que dicen, a los Castellanos, por ser gente valerosa, y que sabe muy bien engrandecer lo mucho, y bueno, y no perdonar a lo poco y ruyn. Asimismo de las otras ciudades de Aragón como Calatayud, Iacca, Huesca, Tarazona, Daroca, Borja, Albarracín, y Balbastro, con las principales villas de Aínsa, Monçó, Alcañiz, Caspe, Montalbán (Montaluá), Pertusa, Exea de los caualleros, Cariñena: y también de Cataluña las ciudades de Tarragona, Tortosa, Vrgel, Vich, Girona, Balaguer y Elna, con la insigne villa de Perpiñá, Villafranca, Manresa, Tárrega, y Ceruera, Agramút, Granulles, Cruilles, con otras, de las que quedaron en la ciudad muchos valerosos soldados, y capitanes del ejército, con los sobrenombres dellas. Y fueron estos por sus memorables hechos muy estimados, y perpetuaron sus linajes y familias en ella, extendiendo su nombre y fama hasta en nuestros tiempos. Puesto que para los de Lerida se otorgó particular y muy favorable privilegio, por haber sido los primeros que en las baterías aportillaron los muros de la ciudad en tres partes (como está dicho en el precedente libro) pues en cuanto a ellos, ya dieron la entrada al ejército. Por donde como si fueran los primeros que escalaron el muro, y de hecho entraran la ciudad, cumplió el Rey con ellos lo que antes, cuando mandó pregonar el asalto, había prometido a las ciudades cuyos soldados primeros que todos hubiesen escalado, y entrado la ciudad. Porque tomando por motivo que estos tales por abrir camino al ejército se habían puesto en tan evidente peligro, y encomendado su vida a la balanza de la fortuna, y por servir al Rey arriscado sus personas, apique de dejar huérfanas sus mujeres, hijas, y hermanas: concedía a su ciudad dos cosas. La primera que pudiesen dar peso y medida a Valencia. La segunda enviar trescientas doncellas, para que el Rey las dotase y casase con los principales soldados del ejército: como de hecho vinieron luego de Lerida y de todo su distrito, y fueron por el Rey dotadas, y colocadas con sus maridos. Y también el peso y medida de ella aceptados e introducidos en la ciudad y Reyno, como hoy en día se usa dellos. Asimismo muchas otras familias y linajes poblaron la ciudad, no solo de Aragón y Cataluña, pero de la Guiayna, y otras partes de Francia que vinieron con el Arzobispo de Narbona: Como fueron los Narbones, los Carcassonas y Tolosas. Ni es de creer que a este buen Arzobispo, que tan principalmente ayudó al Rey en esta conquista dejase de agradecérselo, aventajándole con alguna más principal Prelacia, o en otra manera. Entre todos estos no faltó una nobilísima familia y linaje de Romanos (como dice la historia) que vinieron a servir al Rey en la conquista, y se quedaron a poblar la ciudad, llamados Romaníns, con el acento agudo en la última sílaba, que así los nombraban los de Guiayna y Cataluña. Los cuales no solo fueron proveydos de casas, campos y posesiones, pero tan estimados por sus esclarecidos hechos, y nación, que aunque mezclados con otras familias y parentescos, el sobre nombre de Romaní nunca le han perdido, antes otros linajes con este sobrenombre se han mucho ilustrado. Sobre todos fueron los antiquísimos y principalísimos linajes de Cataluña descendientes de los condes Berengueres, de los Moncadas y Cardonas, con los cuales quedó muy ilustrada esta ciudad y Reyno: en el cual señaladamente los Moncadas y Cardonas, quedaron muy aventajadamente heredados de tierras y vasallos.


Capítulo VII. De la traza que se dio para ensanchar la ciudad, y de las doce puertas y cinco puentes de ella, con el discurso de los primeros pobladores, y de los edificios que en ella se hicieron.

Por este tan célebre acrecentamiento de linajes y familias, para más ennoblecer la ciudad, mandó el Rey ensancharla mucho más de lo que antes era, y que se extendiese fuera del muro viejo. Y así se puso luego todo en orden, por el grande aparejo y comodidad que la ciudad tiene para edificar, dentro de si por la copia del agua de los pozos, y cabe si por la diversidad de mineros de piedra durísima y fortísima: también por la abundancia de cal, arena, y yeso, y mucho más por la continua obra que siempre anda de tierra cocida de ladrillos, con los cuales se hizo toda la muralla argamasada muy ancha, alta, y fortísima. Demás que para los pertrechos y enmaderamiento de las casas también alcanza toda la comodidad necesaria: así por los grandes bosques de pinos altísimos que nacen a jornada y media de ella en el Marquesado de Moya, de donde se provee de ordinario cada año: como por el gran compendio y facilidad que tiene para atraerlos por su río Guadalaviar, que pasa junto a los bosques, y recogida la madera, la trae río abajo hasta dejarla a las mismas puertas de la ciudad. De manera que a semejanza de los Romanos antiguos, cuando fundaban sus colonias, se señaló esta con un sulco llevando alrededor el arado: por el cual hizo levantar los nuevos muros, y quiso que la ciudad tuviese doce puertas: quizá por tener siempre su ánimo y pensamiento puestos en las cosas divinas: y por imitar aquella santa ciudad que vio y retrató el profeta Ezechiel, que se abría por doce puertas. Porque a su semejanza tiene la ciudad de Valencia otras tantas: tres que miran al Oriente, tres al mediodía, tres a poniente, y tres a septentrión: con cinco puentes grandes hacia el septentrión y al oriente sobre el mismo Río, y da cada una de ellas en un Arrabal, y en dos caminos reales. A fin que para todas las naciones y gentes del mundo se les abriese la puerta, y por falta de puentes no impidiese el río la entrada a los extraños. Pues realmente ningún natural quedó en ella (como está dicho) sino que fue toda poblada de extranjeros. De aquí parece que le es natural el acogerlos mejor que ninguna otra ciudad, para ser común patria para todos. De donde viene que muchos vulgarmente la llaman madre de extranjeros, y madrastra de los naturales, y no muy fuera de razón: porque estos descuidados de su estado, por el abundancia y regalo en que nacen y se crían, no estiman el bien que tienen, y fácilmente le pierden. Mas los extranjeros, como vienen de la necesidad a la abundancia y regalo, lo tienen en mucho: y por no perderle viven con recato, y con curiosidad le conservan: como se halla de muchos extranjeros, que entraron niños y desnudos en ella, y por su buen ingenio y diligencia, junto con la continencia, y sobriedad, acumularon en setenta años muy grande copia de hacienda: cuyos hijos que nacieron de madres Valencianas, y se criaron con el regalo de ellas, a los sesenta meses después de heredada la consumieron toda: por no haber cuando los padres de heredar a sus hijos de discreción como de hacienda. Pues levantado ya el nuevo muro, y fortificada y crecida la ciudad, luego comenzaron a derribar la vieja, por estar edificada a la morisca, y a labrarla muy suntuosamente, abriendo las calles, y descubriendo patios, los cuales muy en breve fueron llenos de casas, templos, monasterios, Hospitales, lonjas, y otros edificios públicos, sin dejar en toda ella lugar ocioso, ni impertinente. Señaladamente en la grande área y plaza del mercado, donde es incomparable el infinito concurso que de gente, de vituallas, y de todo género de provisiones de ordinario hay en él cada día. Mas por que se entienda la religión y fervor de devoción con que comenzó esta ciudad, y ha continuado su edificio en lo espiritual: vemos que allende de las trece iglesias parroquiales que después acá se han edificado y dotado de tan copiosa y venerable clerecía, se hallan edificados en nuestros tiempos, a gloria de Dios, treinta monasterios de todas las religiones, dentro, y alrededor de la ciudad, no muy dotados de rentas, pero mantenidos de la continua limosna de los vecinos de ella. De manera que ha llegado a ser la ciudad casi tres veces más de lo que era en tiempo de Moros: y por todas partes tan igualmente poblada, que no hay hijada, que dice, sino que toda es en todo ciudad Realísima.


Capítulo VIII. Como el Rey hizo los fueros del Reyno en lengua Lemosina, y se quejaron los Aragoneses porque no se escribieron en la suya.
Dado ya orden por el Rey en lo material de la ciudad, como en en los edificios y casas para habitar en ella, comenzó luego a darle la forma y espíritu, con las nuevas leyes y fueros necesarios para ser bien regida, y el Reyno con ella. Y por ser el Rey, no solo fundador de la ciudad, pero de sus leyes y fueros, quiso que se escribiesen en su propia lengua materna, que fue la Limosina, como se hablaba en Cataluña. La cual tuvo su origen en la ciudad de Limoges en Francia, y era común para toda la Guiayna: pareciéndole que por ser lenguaje llano lo entendería mejor el vulgo, y se libraría de tan diversas y confusas interpretaciones del derecho que suelen nacer de la variedad y extrañeza de las otras lenguas de España, porque de andar mezcladas unas con otras, eran fáciles y ocasionadas para dar muchos sentidos sobre cada cosa. Como entendieron esto los Aragoneses, que con ejército formado le seguían, y se habían hallado en la conquista del Reyno, y entrada de la ciudad, se tuvieron por muy agraviados, de que los fueros y leyes de Valencia se escribiesen en lengua Catalana, o Limosina, tan obscura y grosera: y que fuera harto mejor en la Latina, o alomenos Aragonesa. Mayormente porque los fueros, como leyes provinciales, están de si tan apegados, y toman tanta fuerza del derecho común y leyes de los Romanos, que para más clara interpretación dellos, era necesario escribirlos en la misma lengua que fueron escritas las leyes, como la Romana, o alomenos la Aragonesa: por ser esta no solo común a las demás de España: pero entre todas las de Europa (como se probará) más conjuncta, más hermana, y casi la mesma, con la Romana. También era del mismo parecer, y conformaban en la pretensión por su propia lengua los Castellanos, y los demás mercaderes Españoles, que allí se hallaban, que hablaban casi en la misma lengua que los Aragoneses: aborreciendo en grande manera la Catalana, o Lemosina, porque no se podían hacer a ella, ni hablarla, más que la Caldea.


Capítulo IX. Del origen de la lengua Española, que fue de la Romana, la cual se enseñó en Huesca de Aragón por los Romanos, y la aprendieron mejor que otros los Aragoneses.

Antes que por el Rey se satisfaga a la queja y agravios propuestos por los Aragoneses en el precedente capítulo, para mejor responder a todo, será bien mostrar lo que de su vulgar lengua Aragonesa se siente, y descubrir algunos buenos secretos del origen y principio de la universal lengua Española, que llaman Romance, que se nos ofrecen de presente: valiéndonos de esta digresión para mayor ornamento de la historia. Es a saber, como esta lengua fue totalmente derivada de la Romana Latina por haber sido por los Romanos introducida y enseñada por toda España, y puestas escuelas en las principales ciudades y lugares de ella: y como para los Aragoneses, que son la mayor parte de los Celtíberos, se pusieron en la ciudad de Huesca, donde no sola la aprendieron con mucha curiosidad, pero hasta en nuestros tiempos la han retenido, y conservado más pura, e incorrupta que en las demás partes de España. Pues cuanto a lo primero que la lengua Aragonesa, con la que llaman Castellana, hayan sido nacidas de la Romana Latina, y que esta fuese por los Romanos enseñada en España, claramente se colige del tiempo de Quinto Sertorio Senador y gran capitán Romano, el cual por haber seguido la parcialidad de Mario, persiguiéndole por ello L. Silla, fue desterrado de Roma, y se vino a España: donde descubriendo el generoso y natural valor de los Españoles, y su ardor y fuerzas para la guerra, aunque en lo demás los halló bárbaros y rudos (rudes): con su arte y maña los instituyó, y amaestró de manera, que no solo en armas, y en el ejercicio y uso de pelear, los igualó con los Romanos: pero aun halló modos, como en lo demás, hacerlos idóneos y suficientes para toda cosa de gobierno. Y así para que mejor conociesen el bien que les hacía, y le tuviesen todo amor y respeto, mandó poner escuelas en Huesca, con muy buenos maestros Romanos, para que les enseñasen las lenguas Latina y Griega, a fin de que con esta mañosa obra de enseñarles, realmente tuviese como en rehenes los hijos de los más principales señores de la Provincia: y para que con la instrucción en las lenguas, y erudición Romana, se habilitasen, y pudiesen ser acogidos a los cargos y preeminentes oficios de la guerra, según que Plutarco historiador grave más largo lo escribe en la vida del mismo Sertorio. Mas aunque a la verdad, Huesca de la cual habló Plutarcho, es diversa de la Huesca de Aragón, porque la otra está en la Andalucía al extremo de los Tudetanos, donde Sertorio hizo sus guerras, y hoy se llama Huéscar, y la de Aragón está fundada a las faldas de los Pyrineos hacia el Septentrión: pero de su antigüedad (antiguidad), y gran tiempo que duran sus escuelas, con otros vestigios e indicios que de los Romanos se hallan en ella, claramente se ve que fue también en esta Huesca fundada Academia de lenguas, y con la continua lección perpetuada. Porque es más que verosímil, que otros capitanes Romanos antes y después de Sertorio, como los dos Scipiones y Pompeo (Pópeo), principalmente el Emperador Augusto César (Caesar), hicieron escuelas en España, y mucho más en la citerior donde están los Aragoneses, y donde más ellos se detuvieron. Y así se muestra que en ninguna parte mejor que en Huesca las instituyeron, por no hallar otro lugar más apto para el propósito de los Romanos: por ser esta ciudad de asiento alegre y bien fortalecida, de muy fértil campaña, y de toda cosa provista (proueyda), ser muy mediterránea, para más seguramente retener como en rehenes los estudiantes nobles, y más por estar separada del comercio y comunicación de diversidad de gentes, para no ser distraídos de sus estudios y ejercicios de lenguas: a efecto que después de haber bien aprendido la Latina, no solo se valiesen los Romanos dellos como de farautes y espías para descubrir los ánimos y designios de los Españoles, tan amigos de libertad, pero también para que fuesen admitidos así al gobierno y cargos de la República como en los oficios de la guerra.


Capítulo X. De la afición con que los Españoles aprendían la lengua Latina, y como en todas las villas y ciudades de España había públicas escuelas para enseñarla, y que en los Aragoneses quedó más apurada.

Para confirmación de lo dicho en el precedente capítulo, se halla que cebados los Españoles de los premios que los Romanos daban, y honras que hacían a los más hábiles en la lengua Latina, se dieron con tanta afición y estudio a ella, que hasta los padres, hermanos, y hermanas, cogían cada día de los niños cuando volvían de las escuelas, las lecciones (liciones) que habían oído aquel día, y con esto hacían la lengua Latina familiar y doméstica. Y en fin aquellos nombres y vocablos que los Romanos ponían a las cosas se recibían y han quedado para siempre en España. Llegó este ejercicio a tanto, que hay quien escribe, que no había otros juegos para los niños, ni se permitían otras contiendas para tirar a la joya, sino por mejor hablar en Latín, declamando por las plazas y cantones para más ejercitarse en el uso de la lengua. De manera que no solo en las dos Huescas, pero en las más ciudades y villas de España, se ha de creer, había instituidas escuelas y puestos maestros para que juntamente con las lenguas enseñasen todas las artes liberales, para más atraer a los auditores a entender los misterios y admirables secretos dellas. Señaladamente en la ciudad de Sagunto junto a Valencia, que hoy se llama Murviedro, donde (como adelante mostraremos) fue tanta la devoción que para su mal, tuvo al senado y pueblo Romano, que no solo tomaron sus leyes y costumbres para regir su República, pero también aprendieron la lengua Latina para entenderlas. Pues para manifiesto argumento de que la entendieron y hablaron familiarmente, está aun en pie el gran teatro que edificaron en la misma ciudad para representar al pueblo las comedias Latinas que les enviaban de Roma: y es muy cierto que tan gran concurso de pueblo, no era para solo ver, sin que entendiesen la lengua en que ellas se representaban. Porque de otra manera, como es posible que todos los Españoles chicos y grandes hombres y mujeres aprendiesen la lengua Latina, ni que la convirtiesen en tan cotidiano y familiar uso de hablar, y en el tanto se fundasen, que por él, sin más dejasen el antiguo y materno suyo propio. Demás de eso, que tuviesen el Latín Romano con tantas raíces (razizes) aprendido, que ni por la nueva lengua de los Godos, ni por la bárbara Arábiga de los Moros, que después entraron en España, jamás se haya perdido, ni vuelto a la antigua? Salvo que con el tiempo, como los Romanos se apartaron de España, y los vocablos iban faltando, los Andaluces entre otros, ayudándose de los nombres Arábigos de Granada su vecina, los mezclaron con la Latina. Mas no fue así de los Aragoneses, los cuales con la misma tenacidad y porfía que acostumbran emprender otras cosas, han conservado hasta hoy aquella misma lengua Latina que se aprendió en las escuelas de Huesca: Porque no hablan vulgarmente otros vocablos que, o, Latinos, o derivados de ellos: y también muchos Griegos, si se atiende a la etimología (Etymologia) dellos. Pues entre otras hemos leído algunas Epístolas compuestas de unos mismos vocablos y una misma significación y congruencia (congruydad) en las dos lenguas Aragonesa y Latina: y también con curiosidad, hemos hallado (sin las que han introducido los Médicos) ochenta dictiones Griegas y Aragonesas de una misma terminación, significación y sentido. Para que se vea cuanta ha sido la firmeza y constancia de los Aragoneses, pues por la vecindad y contratación de los otros Reynos propincos, de lengua más inculta, no se les ha apegado nada en su cotidiano uso de hablar: mayormente estando rodeados a la parte de mediodía de los Moros de Valencia que hablan en Arábigo (Arauigo), por la de oriente de los Catalanes, con su lengua Lemosina: a la de Septentrión de los Cántabros, que incluyen Vizcaínos y Navarros: de cuya lengua como reliquias de la antigua Española (lo que piensan muchos) ni en un solo vocablo se han aprovechado: sino que con la conversación de los Castellanos, que retienen la lengua Romana, se han conservado, sin que en el valerse de vocablos ajenos les hayan imitado (imtado). Ni se admite por verdadero lo que algunos pretenden (pretiendé) que los Aragoneses hablan Castellano grosero y bastardo, y que tienen los mismos vocablos que en Castilla, sino que no los componen en buen estilo: porque como está dicho ambas a dos lenguas tienen una origen y principio de la Latina, y así no puede ser una dependiente de la otra: sino que como dice el proverbio. Todos de un vientre y no de un tempre. Porque a la verdad los Castellanos tienen los conceptos de las cosas más claros, y así los explican con vocablos más propios y bien acomodados demás que por ser de si elocuentes en el decir, tienen más graciosa pronunciación que los Aragoneses, los cuales pronuncian con los dientes y labios, y los Castellanos algún tanto con el paladar, que les ha quedado del pronunciar de los Moros que forman las palabras con la garganta y es cosa de gusto, oír a un moro hablar Castellano, ver cuan limpia y graciosamente lo pronuncia, que casi no le toca con los labios. Puesto que por el mismo caso los Aragoneses pronuncian mejor la Latina que los Castellanos, porque profieren con los labios y dientes que son los principales instrumentos de la pronunciación Romana: cuya fuerza ha podido tanto, que habiendo quedado en Aragón muchos pueblos de Moros, que llaman Tagarinos, entre los Cristianos, los Aragoneses no solo no han usurpado algún vocablo Arauigo dellos, pero les han forzado a dejar su propia lengua por la Aragonesa: la cual se ve que hoy hablan todos. Para que por ningún tiempo pueda llamarse bárbara la lengua Aragonesa, así por ser más conjunta que todas a la Latina: como por haberse conservado por tantos siglos entre tantas bárbaras sana, e incorrupta. Ha sido necesario traer todo esto de la origen y observación desta lengua, a propósito que la pretensión de los Aragoneses cerca los fueros de Valencia, como está dicho, no pareciese impertinente: ni ellos indignos de que el Rey en esto les complaciese: pues la conquista del Reyno de Valencia por la antigua división entre el Rey de Castilla, y el de Aragón, tocaba a los Aragoneses, los cuales no habían faltado con su ejército, empleando vidas y haciendas en conquistarlo: por lo cual merecían que en nombre suyo, y de su Reyno se escribiesen los fueros de Valencia en su lengua, y aunque se redujesen a los fueros de Aragón todos.


Capítulo XI. De las justas causas que el Rey dio para escribir los fueros en lengua Lemosina, y de la excelencia dellos, y grandeza de la ciudad.

Perseverando el Rey en su determinación, no embargante la queja de los Aragoneses, mandó escribir y publicar los fueros y leyes del Reyno en su propia lengua Lemosina, por las justas y legítimas causas que su Real consejo para ello dio. Primeramente porque estaba en absoluta libertad del conquistador dar leyes nuevas a los pueblos por él conquistados, escritas en la lengua que quisiese, solo que estuviesen fáciles y claras de entender, sin curar de más elegancia, ni arreos de palabras porque había de ser llano y manifiesto al pueblo lo que para su amonestación, o castigo se le daba por ley. Y así tomada la ciudad y echados por una parte todos los Moros de ella, y por otra acogidos los Cristianos de diversas tierras para poblarla, era necesario que el conquistador introdujese (introduziesse) su propia lengua: a fin que no solo quedase en ella su gloriosa memoria, pero que con esto satisficiese (satisfiziesse) y cumpliese con la voluntad y honra de la mayor parte del ejército y gente que le ayudaron en la conquista. Pues se hallaba haber sido doblada la gente y ejército de los Catalanes con los de Guiayna que siguieron al Rey en la conquista y población de Valencia, que la de Aragoneses, y de otras partes. Demás que no era cosa conveniente que los Valencianos que tan conjuntos (coniunctos) estaban en el trato de mar y tierra con los Catalanes y de la Guiayna, usasen de otra lengua que de la que era familiar y propia a los unos y a los otros, y por eso mucho menos necesario, ser regidos y juzgados por leyes y fueros escritos en extrañas lenguas. Ni era buena consecuencia, que por tomar los fueros su fuerza e insistir en el derecho común, por el cual se han de declarar para bien juzgar con ellos, se hayan de escribir en lengua Latina, o en la más conjuncta a ella: por que no había cosa más ajena de la intención del Rey, que revolver sus fueros claros con leyes oscuras. Pues no por otra causa quiso que sus fueros se escribiesen en lengua tan vulgar y llana, que por desterrar desta Repub. tantas, y tan varias y dudosas interpretaciones del derecho: mandando con expreso fuero, que en caso que se ofreciesen dudas sobre la inteligencia del fuero (que suelen estas hacer siempre tardos, e irresolutos a los Dotores en el determinarse) no se recorriese a ellos, sino a solo juicio de buenos hombres: y que estos no atendiesen sino a la pura verdad del hecho, y conforme a ella juzgasen. También por dar con esto alguna satisfacción al pueblo malicioso, para el cual no hay cosa más grata, que ser juzgado de jueces sacados de medio del, como de compañeros, que a estos vemos que cree más, porque a los Doctores tiene los por sospechosos, y cavilosos. Con estas razones y causas que el consejo dio de parte del Rey a los Aragoneses, desistieron de su demanda, y se conformaron en todo con la voluntad del Rey. Mas porque continuemos nuestro propósito, fundó el Rey con tan principales y bien advertidos fueros su Repub. Valenciana, a juicio de todos los que con curiosidad han reconocido y visto otras Repúblicas por el mundo, que ninguna los tiene más claros, más santos, ni mejores. Según que la misma ciudad lo testifica con su buen gobierno y augmento, como fruto que nace de ellos. Pues llega a ser tan poblada, tan rica y abastada, y de aquel tiempo acá tres veces mayor de lo que era. En tanto, que con haber muchas Valencias en la Europa, los Franceses la han llamado siempre la mayor diciendo en su lenguaje (Valance le gran) porque a la verdad sus casas llegan a número de diez mil, y vecinos son veinte mil, sin sus arrabales, y caserías de la huerta, que llaman Alquerías que son otra tanta ciudad.


Capítulo XII. De la elección que el Rey hizo de Fieles para repartir los campos y heredades, y como murmurasen de ella, la hizo de otros, y en fin volvió a los primeros.

Hechos los fueros y leyes para el gobierno de la ciudad y Reyno, fue el Rey muy solicitado por los oficiales del ejército hiciese la repartición y distribución de los campos y heredades de la huerta y dehesas, contenidas en el distrito de la ciudad, como cosa debida, y que por recompensa del saco de ella, que les había quitado de las manos, andaban todos muy intentos en la demanda: mayormente los que antes de tomada la ciudad habían alcanzado del Rey donaciones de tantas jugadas de campos. Por esta causa eran intolerables las importunaciones de los pretensores. Por donde hecha ya la división de casas por los fieles que para ello se deputaron, de nuevo eligieron dos otros fieles, o repartidores para la división de los campos. Para lo cual fueron nombrados por el Rey, don Assalid Gudal letrado y del consejo Real, y don Ximen Pérez Tarazona Vicecanceller del Reyno de Aragón, dos nobles Aragoneses, y muy diestros en las cosas del gobierno, y que no solo eran señalados por la mucha plática y experiencia de negocios, pero en la sciencia legal excedían a todos los de la Corte, y valer en las dos cosas era tenido a los nobles y generosos por muy honroso. De suerte que se les dio cargo para que reconocidos los campos, según el espacio y medida dellos, se asignase a cada uno lo que conforme a las donaciones hechas por el Rey les pertenecería. Sobre este nombramiento de los fieles para la división, hubo grande murmuración entre los señores y capitanes del ejército, y con esto mucha queja del Rey: pareciéndoles no ser cosa decente para negocio tan principal, nombrar tales fieles, por muy honrados y letrados que fuesen: que fuera harto más acertado nombrar otros de los mayores Prelados Eclesiásticos, y más grandes señores de su Corte. Lo cual aunque desagrado mucho al Rey, pero considerando que los mismos grandes que pedían el cargo, hallándose inhábiles para regirlo, luego mudarían de parecer, sin dar más parte dello a Gudal, ni a Tarazona, respondió que nombrasen los que quisiesen, que los aprobaría, y daría el cargo. En la hora fue dada al Rey la nómina de los que podían ser nombrados, que fueron de los Prelados, Berenguer Palaçuelos, y Vidal Canellan, Obispos de Huesca y Barcelona, y de los grandes, don Pedro Fernández de Azagra señor de Albarracín, y don Ximen Vrrea General de la caballería, ambos nobilísimos señores, y muy esclarecidos en la guerra, y así el Rey les confirmó luego en el cargo. Quejáronse mucho al Rey los primeros nombrados, por haberlos así súbitamente privado del cargo sin oírlos, y con gran mengua suya admitido a otros. Respondioles el Rey, que no se les diese nada por ello, porque tenía por muy cierto que los nombrados, viéndose embarazados por su inhabilidad, y dificultades del cargo, no solo le renunciarían, pero que con muy grande honra volvería a ellos: cuanto más dijo el Rey, que sé yo algún secreto, que cuando torne a vosotros el cargo siguiendo mi parecer, desharéis todas las dificultades y estorbos que se os puede ofrecer. De manera que los cuatro fieles comenzaron a poner mano en la división, y como luego se les ofreciesen grandes enredos, y ni supiesen, ni pudiesen deslindarlos, y con esto fuesen de día en día difiriendo la división, y creciese mayor murmuración contra ellos, que contra los primeros, luego de si mismos se inhibieron del cargo, y le renunciaron del todo.


Capítulo XIII. Como el Rey gustó mucho de los que dejaron el cargo del repartimiento, y que se restituyó a los primeros, y de la industria que dio en la repartición para que fuesen muchos heredados.

Gustó mucho el Rey de los Prelados y Grandes, que habiendo con alguna ambición procurado para si el cargo de la repartición con gran aplauso del ejército, sucedió que por las causas dichas, no solo le dejaron, pero pidieron volviese a los primero nombrados Gudal y Tarazona: a los cuales llamó el Rey, y en presencia de todos les confirmó el cargo: y para que mejor, y con más honra saliesen con la empresa, les descubrió su pecho, dándoles el modo y traza que habían de tener para quitar de raíz todas las dificultades, y embargos del repartimiento: porque se descubrían tan grandes, que casi imposibilitaban la repartición: las cuales mostró el mismo Rey se quitaría, haciendo dos casos con su autoridad y decreto. La una que así como en Mallorca en semejante división se había usado, las jugadas de los campos, que antes eran cada una de tantos celemines de simentera, de allí adelante se redujesen a la mitad, y sobre esto se estableciese ley perpetua: pues con buen título y razón podían los conquistadores hacer y dar (como está dicho) nuevas leyes a los conquistados, mayormente no quedando ninguno de ellos en la ciudad, y viniendo bien en esta ley los que de nuevo la poblaban. La otra era, que se examinasen muy bien las mercedes y donaciones hechas por el Rey antes de tomar la ciudad, y que reconocidos los servicios y gastos hechos por cada uno de estos tales, y limitados según el tiempo que siguieron la guerra, y ejercitaron las armas, así fuese la justa recompensa dellos: porque desta manera sobraría para todos. Siguiendo pues los fieles la forma y advertimiento del Rey, no solo igualaron los campos con las donaciones, pero aun sobraron tierras: y con esto fueron heredados en la huerta y campaña de la ciudad, CCCLXXX hombres principales del ejército de los dos Reynos, los que por su valor y mano se ennoblecieron en esta conquista. Esto fuera de los grandes, y principales del consejo real, porque a estos el Rey les repartió, y dio en feudo villas y castillos por todo el Reyno, con la obligación de seguir al Rey en tiempo de guerra, o en otra manera, de mayor o menor cargo: según la merced hecha a cada uno dellos. Cuyas familias y linajes desde la conquista acá, han florecido y perseverado con mucha alabanza, y quedan en sus estados con la gloriosa memoria de sus antepasados.


Capítulo XIV. De donde les viene a los Valencianos ser valientes en el acometer, y por qué causas el Rey les permitió los desafíos, y como fue Valencia Roma primero llamada.

Con el buen repartimiento de campos y heredades que los fieles con el consejo del Rey hicieron, quedaron colocados en esta ciudad tan gran número de gente escogida, como arriba dijimos. Los cuales con el buen sustento, y continua guerra que siempre tuvieron en defender la ciudad, y conquistar el Reyno de los Moros, la ennoblecieron con su linaje y familia en tanta manera: que no sin muy justa causa entre todas las ciudades de España la llamaron Valencia la noble como planta frutificante, y descendiente de aquellas primeras familias de Aragoneses y Catalanes, que por haber seguido a este Rey en tantas guerras quedaron por sus propias manos ennoblecidas. Lo cual se arguye de la misma nobleza y fortaleza que hoy queda y permanece en sus descendientes. Pues realmente de la gente Española, ni para acometer, ni para menos tener cualquier peligro en las empresas, jamás fueron los Valencianos de los postreros. Porque a estos la saturnina melancolía de los Catalanes sus progenitores, mezclada con lo dulce de la tierra a que son muy dados, se les ha convertido en pronta y Marcial cólera. Y tanto más porque Marte es señor, y está en la casa del signo Escorpión, al cual, por observación de Astrólogos, está sujeta Valencia. Y así la concurrencia de los dos planetas (según lo afirma Cipriano Leouicio) hace los hombres generosos, fuertes, animosos, airados, ardientes, prontos, liberales, arrojados a todo peligro, buenos para gobierno, vanagloriosos, amigos de venganza, y que no sufren injurias como estos. De aquí fue que para moderar esta su natural y pronta cólera, porque movida se les pasase presto, y con darle un desvío pronto, no se reconociese en venganza, a fin que luego en pasar la guerra se siguiese la paz: les permitió el Rey los desafíos de uno a uno, o de tantos a tantos. Así porque aflojando la cólera con la presencia e igualdad del trance y armas, diese lugar a la concordia: como porque por la codicia de ganar honra y victoria en el combate, se aumentase el ánimo, y mantuviesen las fuerzas para emplearlas contra los enemigos de la Repub. De donde ha venido que, o por el natural hervor de la sangre, o por el apetito de gloria, no hay gente como ella, que menos rehuse este género de combate, ni a que más se haya siempre dado. Por esta misma causa, y ser los Valencianos tan propincos a los Saguntinos (como adelante mostraremos) es posible que antiguamente se hubiesen igualado en fuerzas y valor con ellos. Ni se da por fabuloso (dando la antigüedad por autor) lo que vulgarmente se refiere, que Valencia fue primero llamada Roma, por haber sido nombre impuesto por Griegos corsarios, que navegaron por estas partes, e hicieron sus entradas y correrías por las tierras y lugares marítimos, y que de haber hallado en Valencia más resistencia, y gente más guerrera que en las otras tierras, la llamasen Pxuñ
que quiere decir valentia: y que por esta causa los Romanos reduciéndola a colonia, la llamasen Valécia, porque no encontrase con el nombre de Roma: mudando la voz, y quedando la significación, según que en nuestros Comentarios de Sale, lib. 2 más largamente se declara.


Capítulo XV. Que los Aragoneses que vivían en Valencia podían ser juzgados según los fueros de Aragón, y aunque se les negó, fueron parte para que los de Valencia fuesen más benignos, y del abuso dellos.

Volviendo a las leyes y fueros que el Rey estatuyo para la ciudad y Reyno, con asistencia de hombres muy letrados y expertos, y que habían considerado las leyes y gobierno de otras Repub. principalmente teniendo atención a los vicios e insolencias en que la mocedad Valenciana incitada por el gran regalo y abundancia de la tierra podía caer: determinó por estas causas fuesen los fueros de Valencia algo más ásperos que los de Aragón, los cuales de muy benignos, entre otras cosas, eximen a los delincuentes de venir a cuestión de tormento: y así quedaban los de Valencia en el inquirir, castigar y punir muy severos y rigurosos. Lo cual visto por los Aragoneses que estaban heredados y vivían en Valencia, acordándose de las libertades, y benignidad de fueros de Aragón, tentaron de contrastar sobre esto, siquiera por eximirse de ellos: pretendiendo que puesto que vivía en Valencia, habían de ser juzgados ellos y sus haciendas conforme a los fueros de Aragón. Pero fue por demás su demanda, porque se les respondió, sería cosa semejante a monstruo de dos cabezas, ser la ciudad y Reyno juzgado con leyes y fueros entre si contrarios y diferentes. Con todo eso fue tanta la porfía de ellos, alegando las libertades y benignidad de los fueros de Aragón que fueron parte para que se moderasen y diesen a Valencia fueros más benignos de lo que estaba ordenado, y de lo que agora (según la viveza de los ingenios y libertad de la gente) se les hubiera concedido. Puesto que a la verdad los mismos serían, agora como entonces, también suficientes para desterrar los vicios y males de la tierra, si se diese lugar a la ejecución dellos, y en los crímenes se ejecutase luego su rigor, y en los pleitos y cosas de hacienda, no se ampliase tanto su benignidad y favor, como adelante lo notaremos.


Capítulo XVI. De la razón por que se describen las excelencias de la ciudad y Reyno tan copiosamente, y de las justas causas que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por poblar a Valencia.

No hay porque maravillarse, ni tener a demasiada afición, el tanto detenernos en la descripción de las excelencias de esta ciudad, que parece no queremos dejar cosa por decir de ella: porque en esto cumplimos con el oficio de fiel historiador, cual a este Rey se debe. Pues si de alabar el mundo con las grandes maravillas que en él hay, resulta tanto mayor obligación para haber de alabar al sumo artífice y criador del y dellas, como de obra y hazaña por sus manos hecha: a imitación y sombra de esto, habiendo sido el Rey el primer conquistador de esta ciudad, y echado a todos los infieles de ella, y de nuevo plantado la fé y religión Cristiana, regándola con la viva agua de doctrina divina, la cual mandó luego introducir en ella: y que por haberse con sus tan excelentes fueros y leyes perpetuando el buen gobierno y conservación de ella, ha llegado a ser y prosperar mucho más de lo que aquí la podemos alabar y con nuestro ínfimo estilo engrandecer: Porque todo esto no resultará en mayor loor y gloria del mismo conquistador? Como siendo esta una de las más bien acabadas hazañas por sus Reales manos, no será aquí muy copiosamente descrita y amplificada? Para que continuando lo dicho, con lo que por decir queda de ella, pasemos adelante, y mostremos, como a causa de haberse salido todos los moros de la ciudad, y quedar del todo desierta de gente, se siguió, que el ejército, no solo de los Aragoneses y Catalanes, pero de Franceses y Romanos (como arriba dijimos) se quedasen a poblarla, y por ella olvidasen sus propias tierras, por las sobradas causas y razones que para ello tuvieron. Porque si los hados (como el vulgo dice) les hubieran ofrecido felicísimo asiento y morada en esta ciudad, así fue igual la importunidad de todo el ejército, por ser acogidos en el repartimiento de las casas, y de los campos y heredades, para quedarse a vivir con ella. De manera que tan presto como la ciudad fue despoblada de los moros, fue poblada y dos tanto aumentada por los cristianos: pues con la religión y fueros tan santos para su temporal y espiritual gobierno, juntamente se introdujo (introduzio) la política (policía), y delicado modo de vivir en ella. Mas porque declaremos en particular algunas de sus principales excelencias, por las cuales es tan conocida y nombrada en todas partes: vamos por cabos declarando lo más principal de ella, y por lo que llega a ser muy singular entre todas las de la Europa. Como es por la comodidad de su asiento, por la gran templanza y suavidad de aire: por su rica y varia fertilidad de campaña: por su grandeza y concurrencia de gente: por su trato e infinidad de mercadurías, con las propias y muchedumbre abundancias del Reyno: que todo será para más descubrir el lustre y gran ser de ella. Volviendo pues a su asiento y fundación, lo que se entiende es, que según su natural sitio y aparejo para ser muy poblada, su fundación fue muy antigua entre todas las ciudades de España (según que otros escritores lo han significado) pero su aumento comenzó de aquel tiempo que la gran ciudad de Sagunto su vecina a XII mil pasos de ella (donde agora está Murviedro) fue destruida por Annibal y ejército de los Cartagineses, como adelante diremos. Porque se cree, que después de esta destrucción, que por no haberle acudido con el socorro el pueblo Romano padeció Sagunto: proveyó el Senado viniese Gne. Scipion procónsul a España, para ver si podría reparar las ruinas y pérdida de ella: pero como la halló tan despoblada y yerma, así por la gran falta de aguas, que por los conductos ya rotos solían traer a su río y vega: como porque Valencia, y otros pueblos vecinos a Sagunto, se las habían usurpado, y dividido entre si su territorio y campaña, pasó a Valencia, donde vista la gran fertilidad de la tierra, con la abundancia de aguas que para ser bien cultivada tenía, dejó a Sagunto, y en su lugar hizo a Valencia colonia Romana, y la sustituyó en toda la señoría y mando que Sagunto en su territorio poseía: ennobleciéndola con nuevos edificios, y otras comodidades públicas (como luego mostraremos) a causa de ver su felice asiento, y constelación (costellacion) próspera debajo del signo de Escorpión, con la compañía de Venus y Marte: los cuales (según la opinión de Astrólogos) causan admirables efectos, como en el capítulo XII, poco antes se han copiosamente declarado: y que bastan los efectos para creerlo. Lo mismo se halla en lo que toca a la pureza y sanidad de aire, y hermosura de tierra. Porque está situada en el mejor, y más templado suelo de la Europa: por estar hacia la marina, abierta al oriente: para que antes que los vapores crasos y húmedos que de la noche quedan puedan dañar por la mañana a los ciudadanos, los haya el sol ya levantado y disipado. Está hacia el Septentrión a tres leguas rodeada de un perpetuo monte, que desde el cabo donde está el devoto monasterio de frailes menores, que llaman Val de Iesus, corre hacia poniente y mediodía en forma de semicírculo, que comprende toda su vega y huerta. Por el cual monte pasan de invierno, y se refrenan los rigurosos vientos de la Tramontana, que revueltos con la fragancia de tan buenas yerbas y flores, purgan los malos vapores, y desecan las humedades de ella. A los cuales suceden de verano los vientos que los Griegos llaman Etesias, que son el Boreas templado: y muy saludables, porque suelen estos templar el excesivo calor de los caniculares. También por el poniente se vale de los lluviosos vientos de Castilla: para que con el más cómodo regadío del cielo, maduren los frutos de su vega, y los del monte crezcan. Puesto que su mayor abundancia de aguas le acude por el Levante: del cual también se vale para hacerse venir las naves cargadas de pan de Sicilia hasta su Grao y marina. Finalmente por la parte de mediodía, por donde había de ser más infestada, también templan su calor los suavísimos vientos Australes, que rociados del mar, por donde pasan, refrescan la tierra, y cuando el sol es más ardiente más los mueve, y son los que llaman embates. De donde es que con haber en ella concurso de todas las gentes y naciones del Orbe, a dicho de todos, ningún otro aire como el de esta ciudad se halla más común y saludable para todos: y tanto más porque si acaece a los extranjeros adolescer en ella, no hay otra en la Europa más pueda de remedios que ella para cobrar la salud: así por el grandísimo ejercicio de la medicina platica y especulativa que en si tiene: como por la mucha abundancia y excelencia de adrogas, de yerbas, y mucho más de regalos que en ella hay para los dolientes: y que se puede muy bien decir, como suelen, que valen más los regalos de Valencia que las medicinas de otra parte. Pues si consideramos las aguas en ninguna parte se hallan más saludables que en ella. Porque su río Guadalaviar, que viene de hacia el septentrión fresco, y desde su nacimiento muy quebrado y ligero por entre peñas, llega tan apurado, que según opinión de Médicos, y se prueba por experiencia, ningún río hay de agua más sana y delgada, que la suya. Mayormente después que la ciudad goza del ordinario y abundoso acarreo de la nieve, cuyo efecto es comunicar toda su frialdad al agua puesta en vasos (no mezclada con ella, que no es sano) sino con circular movimiento meneados, y refregados con en ella: porque de esta manera, restituyendo al agua su propia calidad primera que es de frigidísima, viene a ser muy grato, y para la concoction, y digestión, muy apto y sano el beber con ella. Porque demás del suavísimo regalo que se alcanza con el beber frío en tierra de si caliente, y más siendo el tiempo ardiente: aun es mayor la salud que se le sigue de esto, por la templanza y freno que el frío pone al excesivo calor interior de los cuerpos, cual del calor de hígado se padece en ella: como en nuestros Comentarios de Sale lo tenemos más largamente probado. Puesto que no por eso deja de ser buena el agua de los pozos, sino es para quien no la tiene vezada, de la cual abunda en tanta manera la ciudad, que con los de los arrabales se hallan treinta mil pozos en ella. Los cuales ayudan mucho a la firmeza y sanidad de la tierra, defendiéndola así de terremotos y otras aberturas, como de pestilentes vapores, para que salga no con ímpetu, debajo de la tierra sino poco a poco, y como rociados y templados por los mismos pozos.


Capítulo XVII. De la rara y artificiosa obra de los albañares de la ciudad, y de la gran limpieza y sanidad que tiene por ellos.

Se junta con los demás provechos que los pozos hacen a la ciudad, para ser una de las más limpias y sanas del mundo, lo que ayudan ellos para conservar y mantener aquella tan singular y rara obra de los albañares públicos, que en latín llaman cloacas, con los particulares de cada casa, hechos los unos y los otros con tanto artificio, y comodidad para la limpieza de la tierra: que realmente cuando no los había debía ser esta ciudad muy intolerable y enferma, por ser húmeda y caliente, donde más fácilmente se corrompen las cosas, que si fuese fría y seca. Como lo vemos de muchas otras, que por falta de esta policía, no solo se valen de corrales llenos de suciedades, pero las calles quedan inficionadas de mil inmundicias con intolerable hedor por las mañanas. Y así se halla que excede en esto a las cloacas y policía de Roma, y las demás ciudades de la Europa. Puesto que es fama fue por los Romanos hecha esta obra en Valencia, siendo Gne. Scipion procónsul y Presidente de España, y que por orden suyo se edificaron estos albañares, por sacar las suciedades no solo de cada casa, pero todas juntas sin ningún mal olor, fuera de la ciudad: lo cual es argumento que sin ellos no se podía vivir en ella. Esta obra subterránea dellos con tanto artificio, y suntuosidad hecha, que no fue menos que edificar media ciudad el acabarla, por tantos arcos, puentes, y bóvedas que en lo profundo hay, y tan fuertes, que aun causa mayor admiración, que de mil y setecientos años acá que se edificaron, han siempre permanecido y permanecen en su rigor y entereza de obra. La cual está acabada desta manera, que por la parte de entre septentrión y poniente, donde tiene un poco de pendiente la ciudad, le entra una grande acequia de agua, sacada del mismo río: la cual después de haber aprovechado para adobar paños y tinturas, se divide en tres otras acequias, que llevadas debajo tierra por sus albañares, no solo reciben las aguas de las lluvias que se recogen de las calles por los albellones, o caños, pero aun recogen las inmundicias o heces de todas las casas para echarlas fuera de la ciudad. Y con esto vienen a ser muy grandes por esta vía, que tiene cada casa por si pozo y cocina, de los cuales todas las aguas que echan caen en aquella canal, en la cual entran las inmundicias de la casa, las cuales ayudadas con el agua, por sus alcaduzes da en las madres o canales que artificiosamente hechas va por medio y debajo de las calles, hasta que da en los tres grandes albañares. De esta manera las suciedades de cada casa por si, y de todas juntas, van por fuera de la ciudad, hinchiendo los fosos y barbacanas entorno de ella, hasta que toman la vía de la mar, y fertilizan muy mucho los campos que de paso riegan. Pasa más adelante la policía, que si acaece en casa, o por las calles, ataparse los albañares, esto se conoce luego en el estancarse la corriente de ellos: y en abrir la madre, o canal en aquella parte se purga en la hora, sacando la suciedad. La cual no es intolerable de hedor, como suele en otras partes, ni infecta (inficiona) el aire, por cuanto no está de mucho tiempo represada. Para que así como en un cuerpo humano nace la dolencia de la dificultad que hay para expeler (expellir) sus excrementos, y como por el contrario sana con la fácil evacuación dellos: por lo semejante se prueba, que la principal salud de esta ciudad consiste en la limpieza y continua evacuación de las inmundicias de ella.


Capítulo XVIII. Del estanque llamado Albufera que no es malsano, antes causa muy gran provecho y recreación a los de la ciudad.

Mucho menos hay que oponer por contraria a la salud de la ciudad la vecindad del estanque, que llaman Albufera en arábigo, y significa mar pequeño. La cual está a una legua de la ciudad, y tiene tres de largo: por pretender algunos que por estar al mediodía, y retenidas en él las aguas, fácilmente se corrompen con el grande calor de la tierra, e infectan la ciudad. Lo que en ninguna manera se sigue, ni puede corromperse, a causa de ser tan grande y espacioso, y entrar en él algunas continuas acequias de agua, de la cual, y de la del cielo viene a crecer tanto, que lo abren de cuando en cuando por la parte donde está estancado y más propinquo al mar, y por allí se vacía y purga toda su hez y corrupción. De donde se sigue que entrando aquella agua en la mar al gusto de su dulzura suben infinitos peces pequeños por la corriente arriba, y se meten por el estanque adelante, los cuales creciendo, y no permitiéndoseles volver al mar, es increíble la ganancia que dan a los pescadores, y provisión a la ciudad, por ser tanta la abundancia de pesca que en él se queda. Demás de la infinita diversidad de aves acuáticas (aquatiles) que de invierno vienen de otros estanques a este, tanto que lo cubren, y están tan asidas a él, que no hay levantarlas de una parte del estanque, que no se asienten luego sobre la otra. Por donde causan tan grande recreación y regocijo a los que navegan pescando y cazando por él, que viene a ser este uno de los más regocijados recreos y deleites de cuantos hay en la Europa: así por la seguridad de la navegación, por no haber en él tormenta, como porque a causa del poco hondo, que apenas llega a un estado de hombre, no puede haber naufragio que no sea más ridículo que peligroso. Y también por la variedad y singularidad de caza y pesca juntas, de que en él se goza. Pues se ve entre los que andan con sus barquillos navegando, los unos atender a pescar: los otros a levantar las aves espesas como nubes a volar sobre ellos, y cada uno con su arco a derribarlas a bodocazos, los otros a seguir los jabalíes que a veces se ven pasar a nado, y travesar el estanque de una dessa en otra. De manera que todos juntos, y cada uno por si, gozan de las tres cosas a la par alegrísimamente, y más que por remate de la fiesta, se juntan todos en medio del estanque, aprestada la flota de cuarenta, o cincuenta barcos, y con la buena mochila que cada uno trae, hacen sus comidas tan espléndidas (esplandidas), y con su música y danzas tan regocijadas, como se harían en medio de la ciudad, según que se refiere en nuestros Comentarios de Sale, donde se hace más cumplida descripción de este estanque.


Capítulo XIX. De la gran fertilidad de su vega y de la diversidad de mieses, árboles y frutas, con la artificiosa compostura de sus huertas.

Pues habemos discurrido sobre la buena sanidad y temperamento que en el sitio, cielo, aire, y aguas, de esta ciudad hallaron los conquistadores tan cómodo para si, mostremos como mucho más por la grande fertilidad y abundancia de su campaña y vega, se determinaron a vivir en ella. Porque la hallaron tan varia y copiosa de frutos, que pudieron muy bien compararla con la tierra de Egipto. Pues a esta, como por tener el cielo siempre sereno, y el suelo fértil y hecho a producir todo género de frutos, en salir el río Nilo de madre con su limoso riego la hace abundar de toda variedad de mieses: así en esta ciudad y vega cuyo cielo casi de ordinario es sereno, no solo los comunes frutos de otras tierras, pero seiscientas maneras dellos suele producir de suyo con la buena obra de Turia su río fecundísimo. El cual no con excesiva creciente, ni con ordinario salir de madre, como el Nilo, sino con la medida y artificiosa derivación de sus aguas por acequias, que riegan los campos, y los alegran y fertilizan no hay semilla, y ni injerto, ni frutal en el mundo, que plantado y cultivado en el campo de Valencia, no tome y fructifique cumplidamente. Demás que puede tanto la industria y trabajo del labrador en bien cultivarle, que nunca lo deja estar ocioso, ni carecer de fruto: pues se halla que un mismo campo produce tres o cuatro mieses en un año. Qué diremos de su admirable cultura en injertos de árboles? Qué de su lunar observación y orden en el plantarlos? Dónde se vio de un mismo tronco salir cuatro diferentes especies de un género de fruto? Qué se dirá de la infinidad de viñas, cuyo licor en abundancia llega hasta dentro en las Indias? Pues si admirable es la variedad de sus árboles, si la fruta de ellos, rara y suavísima: también es la vista y composición de sus huertas, y el artificioso concierto de ellas incomparable: por la increíble copia que en ella hay de arrayanes, jazmines, naranjos, limones, y cidras de infinitas maneras con que los sentidos del olfato y vista tanto se apacientan y el gusto despierta.


Capítulo XX. Del asiento y descripción del Reyno, y de su grande fertilidad, y como se divide en tres regiones, y de las Prelacias y ditados que en él se contienen.

Hemos (auemos) ya dicho de la ciudad, y su campaña, queda lo que se ofrece declarar del Reyno, así de su asiento y postura, como de su gran fertilidad y cumplimientos de toda cosa. Del cual hallamos que está como en figura cuadrangular, extendido sobre la ribera del mar mediterráneo Baleárico, hacia el Oriente y mediodía, y que siguiendo la costa del mar, por el cual está el Reyno atajado, su longitud es sesenta leguas, y su latitud desigual cuando mucho es XVI leguas, y cuando menos ix. Tiene su elevación de polo en treinta y ocho grados, y según afirman los Astrólogos está sujeto al signo de Escorpión con los de Venus y Marte: como poco antes en la descripción de la ciudad se ha notado. Los Reynos que lo encierran, y cercan de mar a mar, son el de Murcia por la parte de mediodía, el de Castilla, por el poniente, el de Aragón por Septentrión, y el de Cataluña, que cierra el otro cabo del mar, entre septentrión y Oriente. Es todo él hacia lo mediterráneo muy lleno de montes, y sus llanuras son hacia la marina, que como medias lunas se extienden espaciosamente, y las llaman planas. A estas cercan los montes, cuyos cabos entre plana y plana van a dar a la mar, y se riegan por sus ríos y fuentes que pasan por medio de ellas: como es la plana de Burriana, que hoy llaman de Castellón, por ser esta la mayor y más principal villa de ella, que la riega el río Mijares: a la plana de Murviedro el río Palancia: la de Valencia el río Guadalaviar: la de Alzira el río Chucar: la de Gandía y Oliva sus propios ríos: la de Denia y Xabea sus fuentes y añoríos: y lo mismo lo de Villajoyosa y Alicante. Finalmente la de Elche y sus circunvecinas, y entre todas la de Orihuela que riega el río Segura: demás de la mediterránea y fertilísima huerta de Xatiua con sus dos ríos, y algunos otros grandes valles que van a dar en el mar como la de Bayrén (Bayré) que es de Gandía (Gádia), y la de Valdina y otras: de las cuales adelante hablaremos. Sin estas hay otra mayor que llaman de Quart, que confina con la vega de la ciudad, la cual si se regase (que bien podría) sería para mayor abundancia de pan y ceuadas que todas las otras juntas: las cuales por ser marítimas y de regadío, son de las más fértiles y frutíferas del mundo. Porque su fertilidad no solo consiste en la abundancia, pero en la mucha variedad y diversidad de frutos, y sobre todo en la excelencia de cada uno de ellos. Fuera de estas llanuras marítimas, todo lo demás del Reyno son montes y valles en muchas partes ásperos y fragosos, pero tan llenos de grandes y pequeñas fuentes, que por ellas son los valles muy fértiles y abundosos de todo género de mieses y frutales, aunque no tanto como lo marítimo, por no gozar, así bien del aire y comercio de la mar, como del suelo tan húmedo. Con todo eso son los montes muy fértiles para panes y pastos de ganados, junto con la templanza del invierno, pues por esto, y nunca faltar el pasto, son la estremadura de Aragón para ganados. De donde viene a ser este el más habitado y poblado reyno de España, pues vemos en él fundadas cinco ciudades, y sesenta villas, y al pie de mil lugares, y que contiene dentro de si un Arzobispado, de Valencia y dos Obispados, Segorbe y Orihuela, con la mitad del de Tortosa: con catorce ditados y estados de señores, que son tres Ducados, Segorbe, Gandía y Villahermosa: cinco Condados, Cocentayna, Oliua, Almenara, Albayda, y Elda: cinco Marquesados, Denia, Elge, Lombay, Guadalest, y Nauarres: y un Vizcondado, Chelua, todos ricamente dotados. Demás de las dos supremas dignidades de Almirante de Aragón y de Maestre de Montesa con sus encomiendas, y en fin se hallan en él hasta ochenta mil casas de Cristianos viejos, y veinte y dos mil de Moriscos: estos por la mayor parte están esparcidos por los montes y valles del Reyno, a causa de que al tiempo de la conquista como fuesen echados de las ciudades y villas muchos de ellos se fueron a habitar por los montes ásperos, y valles solitarios, y doquiera que hallaban fuentes, o ríos allí hacían sus chozas y asiento: y los señores en cuyo término, o territorio paraban, ayudándoles a poblar y hacer casas, se los avasallaban, y así quedaron muchos valles y hoyas, que dicen, pobladas de ellos por todo el Reyno. Los cuales dándose a la agricultura, carbonería, y esparto, con otras granjerías del monte, llegaron a proveer la ciudad, como hoy en día, de muchas cosas, y a enriquecer sus señores. Porque de viles y miserables que son trabajan, y no comen, ni visten, por vender y hacer dinero. Puesto que los que quedaron en las llanuras, con las granjerías más ricas del azúcar y otras cosas, pasan la vida con más policía que los montañeses. Está pues el Reyno dividido en tres regiones (como brevemente ya antes se ha señalado) la primera que toma desde la raya de Cataluña hasta el río Mijares, que dijeron de los Ilergaones, y la habitan los Morellanos, y los que llaman del maestrado de Montesa, es tierra por la mayor parte montañosa y áspera, pero muy abundante de seda, de aceite, y de mucho y muy excelente vino, de pan no tanto, pero con los buenos pastos para ganados, y el lanificio, con la oportunidad del mar y pescados, tienen los moradores buen pasamiento en ella. La segunda región que toma desde el río Mijares hasta el río Xucar, es la Edetania marítima, y contiene en si las planas de Castellón, de Murviedro, y de la ciudad, hasta la plana de Sueca (çueca) y Cullera, con todo lo que hacia Aragón y Castilla comprende el Ducado y ciudad de Segorbe con su Obispado, con las villas de Xerica y Chelua, que todo es parte de la Edetania. La cual es tierra fértil, y aunque fragosa, pero con la oportunidad de los ríos y regadío, son los valles de ella muy fructíferos, y de los bien cultivados del Reyno: y que en todo género de mieses tienen su medianía. La tercera región que es la Contestania se extiende desde Xucar hasta Biar y Orihuela, frontera del Reyno de Murcia, contiene en si las tres ciudades, Xatiua cabeza desta región, Alicante, y Orihuela, con muchas villas grandes, y muy poblados lugares, los cuales pasada Xatiua, todos son montañas, tan abundantes de mucho y muy buen trigo, vino, aceite, sedas, ganados mayores y menores, de lanas y obra de peraylia, y de la yerba sosa borda, o barilla tan necesaria para hacer el vidro, y hay campos de ella: que en fin se tiene por la más rica y provechosa partida del Reyno.


Capítulo XXI. De los grandes provechos y comodidades que la ciudad y Reyno tienen por la vecindad del mar, y de lo que se opone a esto y se responde.

Por la gran distancia y longitud que el Reyno tiene desde la raya de Cataluña hasta la del Reyno de Murcia siguiendo la costa del mar se ve que mucha más vecindad tiene con la mar que con cualquier de los otros cuatro Reynos que le cercan por tierra, y que así por esto, como por ser mayores las ocasiones y provechos que de aquí se ofrecen al Reyno, se enriquece más por la mar, que por el comercio de la tierra. Y no solo por la riquísima ganancia de la pesca, pues demás de serle continua, y que arma sus almadrabas para pescar los atunes y otros pescados de paso: y también se vale mucho del ganancioso uso de la navegación, mediante el cual, las provisiones y mercadurías de otras partes le entran con gran abundancia, y las del Reyno se sacan con mucha ganancia. Puesto que contra esto oponen algunos, que le vale poco el mar a la ciudad, pues no solo carece de puerto, pero tiene (como en el precedente libro dijimos) la más peligrosa playa del mundo: y porque no goza como otras ciudades, que están a la lengua del agua, de la continua vista y alegre contemplación del mar, del cual está media legua apartada, y así se privan los ciudadanos del regocijo y contentamiento que da el ver aportar naves y galeras, y desembarcar nuevas gentes, y mercadurías de todas partes, y del continuo refresco y viento de mar, con otros muchos provechos y comodidades que trae el vivir junto a él. Mas todo esto, a la verdad bien mirado, no es de tanta consideración: que por eso pierdan su lustre y valor las ciudades mediterráneas, y que no valgan otras, ni sean tenidas por marítimas las que ven y descubren el mar, aunque de lejos, sino las que se dejan lavar y combatir de sus olas: siendo así que la distancia con retención de la vista del mar, sucede en mayor reposo y tranquilidad y aun utilidad de las tales ciudades. Porque si bien lo consideramos, que provecho ni utilidad se saca del continuo mirar el mar, y contemplar el inquieto movimiento de sus inconstantes olas, que jamás están quedas, sino que, conforme a su movimiento, o hacen vacilar los ojos, y al ánimo que los sigue, o no dejan considerar con atención las cosas: antes parece que embotan el ingenio, y que los hombres de tanto mirarlas dan en tontos: por lo que vemos que ningún género de gentes son de menos discurso, ni más rudos que los pescadores, que nunca parten los ojos del agua. Por esta y otras razones, el gran historiador T. Livio, describiendo el asiento de la ciudad de Roma, pone por muy grande utilidad la distancia que de ella a la mar hay de doce millas: y ni porque su puerto de Ostia es pequeño, y no frecuentado de grandes naves, ni porque su playa Romana sea muy peligrosa de navegar, disminuye en nada las alabanzas de Roma. Porque no hay duda, sino que la ciudad marítima que carece de puerto, está menos sujeta a la repentina venida de armadas de enemigos. Por donde como no es notable falta de la ciudad carecer de puerto, así es mucho más útil que en el Reyno haya pocos puertos, y aquellos bien fortificados, pues para lo que toca a la guardia de los corsarios Moros de África, que solían muy de ordinario robar toda la costa del con sus repentinos asaltos, y gente infinita que cautivaban, se ha hallado en nuestros tiempos, por la felice memoria de Carlos V Emperador y gran Rey de España, y con la industria de Don Bernardino de Cardenes Duque de Maqueda Visorey que entonces era de Valencia, el más sano remedio que hallarse podía: como si de nuevo cercaran toda la costa de muy alto y fortísimo muro. Esto se hizo levantando por todas las sesenta leguas que hay de un cabo de la costa al otro, hasta veinte y cinco torres muy altas y bien fortificadas, comprendidas las que ya los pueblos grandes marítimos tenían hechas, las cuales a dos leguas de distancia se van de una en otra descubriendo, con dos hombres de guarda y uno de a caballo que están en cada una dellas: para que cada prima noche con fuegos se hagan del un cabo al otro señales de paz, o de enemigos que andan por la mar, señalando el número de los bajeles, o fustas descubiertas, para que en espacio de un hora quede avisada toda la costa, y estén los lugares marítimos y las compañías de caballos ligeros que hay de guarda en orden, así acaece que en ver los corsarios que son descubiertos, o se van, o si se echan en tierra, luego saltan las guardas de caballo a dar aviso a los pueblos, los cuales salen y cogen los moros con la presa hecha. Este remedio ha succedido tan prósperamente, que de muchas personas que solían los corsarios cautivar cada año, y con el rescate dellos destruir el Reyno, pasan diez años que apenas pueden hacer un asalto sin gran riesgo suyo: porque mayor alarma no se les puede dar, que descubrir los de las torres. Finalmente tiene el reyno repartidas por territorios y pueblos sus particulares abundancias, y fertilidades de frutos, con los cuales no solo sustenta a si, y a la ciudad, y Reynos comarcanos: pero aun a los de allende el mar provee. Pues hallamos en el mismo Reyno tierras que abundan de panes, y pastos para ganados: otras de vinos y algarrobas, otras de aceite y miel: otras de azúcar y arroz: otras de cabrío, carbón, y leña: de esparto las más: de seda, y su gran trato todas sin sacar ninguna.


Capítulo XXII. De la objeción (
obiection) y nota que algunos ponen al Reyno por la falta de pan y carnes, a lo cual se responde y satisface.

Queda satisfacer a los que a boca llena burlan de quien alaba este reyno por abundoso en todas cosas, padeciendo tan grande falta de pan y carnes, que sea necesario en cada un año hacer provisión de ello, y traerle de reynos extraños: mostrando que ni para si, ni para la ciudad tiene de estas dos tan importantes vituallas, lo que ha menester para su mantenimiento. Pero yerran no poco los que livianamente juzgan de las cosas, sin mejor considerarlas: siendo así que está en mano del Reyno mostrar como puede abundar de todo, si bien, lo que hace por su parte, se escuchare. Porque entre otras cosas, si la mucha variedad y copia de árboles como frutales y morales: si el increíble viñedo, y las mieses de azúcar y arroz, con otros delicados frutos que ocupan sus campos y heredades, se convirtiesen en sementeros de pan y pastos de ganados: si la innumerable gente que por el Reyno hay, señaladamente en la ciudad, que le sobra para poblar tres otras como ella, fuese menos: si tantos extranjeros como a ella vienen con su grande trato no la encareciesen: no hay duda, sino que los atroxes y carnecerias de ella abundarían todo el año de su propio pan y carnes para los naturales. Pero si fue miserable cosa ver al Rey Midas, con sobrarle mucho oro perecer de hambre (según la fábula) no sería de mayor cortedad y miseria del Reyno de Valencia (teniendo en esto de do valerse) ocuparlo con sola la crianza de pan y carnes, y con esto privarle de la varia, rara, y admirable producción de tantos otros, y tan excelentes frutos? Porque dado que la falta de pan es el nudo (ñudo) que más ata y enreda la Repub. es tanta y tan solícita la diligencia, que los padres y Regidores de ella suelen poner en el proveerse del a su tiempo, y prevenir a esta necesidad: que en los mayores y más estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha sido por toda España, Valencia por su prevención ha tenido hartura. Demás que de sus vecinos y comarcanos Reynos de Castilla, que son abundantísimos de pan, y no pueden pasar sin valerse para muchas cosas de Valencia, es tan ordinaria y cotidiana la provisión y acarreo del, que se puede la destos comarcanos reputar por propia y doméstica mies del Reyno: y como sementera que no ha de faltar, contarla entre las harturas de Valencia. Lo mismo se puede decir de las carnes, ser tan abundante la crianza dellas en sus vecinos Reynos de Aragón y de Castilla, que por sobrarles, es necesario, siendo tan cierta la expedición y ganancia, traerlas a la carnicería de Valencia. De donde se echa de ver la sobrada razón que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por habitar esta, y lo mucho que por sus descendientes hicieron en heredarlos en tan abastada ciudad y Reyno, donde gozasen de tan saludable aire, de tan deleitoso cielo y fértil suelo.


Capítulo XXIII. De la comparación que de Cataluña y Aragón se hace con Valencia.

Los mismos que hasta aquí daban contra la ciudad, no pudiendo en ella hacer mella, las quieren haber contra sus naturales y ciudadanos, notándolos de inútiles y livianos, por cuanto de verse que gozan de tierra tan fértil, abundante, y regalada, tienen tanta cuenta con lo presente, y en holgarse, que por eso ni les fatiga la memoria de las cosas pasadas, ni el cuidado de lo por venir les apremia, ni se aprovechan de la constancia y templanza de sus Reynos comarcanos de Aragón y Cataluña, para tener más cuenta con la honra y hacienda, que no con el buen tiempo y holganza cual los desta ciudad tienen. Y así dan mucho que maravillar de si, porque siendo estos dos Reynos tan conjuntos y circunvecinos a Valencia, son en el vivir, y en el pretender, los unos de los otros diferentísimos. A lo cual se responde, que la diferencia que entre si tienen los tres Reynos es natural e innata a cada uno de ellos, o por alguna influencia y constelación del cielo, o por el asiento y propio agro de la tierra, o que por la competencia y guerras que antiguamente hubo entre ellos, se diferenciaron en el modo de vivir y costumbres. Y así parece que la diferencia de entre ellos nació de los tres tiempos, pasado, presente y por venir. Pues se ve que los del Reyno de Aragón, porque siempre se glorian de los hechos de sus antepasados, y a respecto de ellos desprecian los presentes, ni tienen tanto cuidado de lo por venir, sino que con gran constancia y valor defienden sus fueros y antiguas leyes, como testigos de su antiguo valor y libertades: es de ellos el tiempo pasado. A los Catalanes, o por la esterilidad de la tierra que en muchas partes es mal cultivada y delgada, o porque naturalmente son hechos a la templanza y provecho, y de lo por venir tan solícitos que apenas gozan de lo presente: les cupo el tiempo venidero. Mas los Valencianos, a quien por la fertilidad y abundancia de la tierra, les es casi presente toda cosa, y que más cuenta hacen de su propia virtud y hazañas, que de las de sus antepasados: ni tampoco temen les ha de faltar la gracia de Dios en lo por venir, y por eso gozan de lo presente, es este su propio tiempo. De donde les viene muchas veces el ser largos y también pródigos. Como se ve, que para los pobres de Cristo, y para el mantenimiento de su religión y religiosos, mayormente para la amplificación de sus Templos y culto divino, son manifiestamente liberales. Porque lo dan de buena gana y se alegran del bien que hacen. De aquí viene que los mismos tres Reynos, en la misma forma que los tres tiempos, también se reparten entre si los tres bienes, de que viven, y suelen honrarse y gozar los hombres: que son el honesto, el útil, y el deleitable, pues así como por las mismas causas y razones que arriba acomodamos los tiempos a los Reynos, lo honesto recae en Aragoneses, y lo útil en Catalanes: así en los Valencianos, que saben usar de todo, cabe lo deleitable, y se compadece (como dice Salomón) junto con el buen vivir, el alegrarse.


Capítulo XXIV. De los ingenios Valencianos y como por la comparación del azogue se descubre la grande excelencia y fineza dellos.

Concluyen su porfiada querella contra los Valencianos los que en los dos precedentes capítulos vanamente dieron contra la ciudad, y arguyendo de livianos a sus ciudadanos, disparan su mal concertada machina contra los delicados y raros ingenios dellos: de los cuales, aunque confiesan que son singulares, y de muy excelente discurso, como por otra parte sean inquietos, y demasiado agudos, dicen que despuntan en variables, y que de ahí vienen a ser los sujetos inconstantes, y poco firmes en sus dichos y hechos. Lo que si cae en hombres de gobierno, les parece que puede resultar en gran daño de la Repub. siendo la fundamental virtud de ella la constancia. Declaran más su intención, para probar la poca firmeza, y menos tomo de estos ingenios, con la comparación y semejanza que de ellos hacen con el azogue, o argento vivo, que los Philosophos naturales llaman Mercurio, a causa que con su inconstancia e inquietud burla a los que le tratan, mayormente si entienden en detenerlo, o como dicen, aquedarlo. Y esto, por lo que de él juzgan los Alchimistas, que no solo es muy necesario para juntar y colligar los otros metales entre si: pero aun afirman, que de si es pura y fina plata, y que pasaría por tal, si no se huyese, o si aquedase: según que muchos dellos han trabajado infinito por aquedarlo, pero no a todos ha succedido bien su trabajo. Viniendo pues a cuadrar la comparación, parece cierto que con ella más presto se alaba por todas vías, y que por ninguna se vitupera la calidad destos ingenios. Por cuanto se muestra claramente por ella, como a manera del azogue ha de ser el buen ingenio humano, veloz, pronto, y fácil: porque con esto es más apto, y se dobla más para aprender y collegir todas las ciencias y artes, y para mejor discurrir por todas ellas. Pues así como al azogue les es propia la mudanza, e inquietud, y ni por eso pierde su propia naturaleza de plata fina: por lo semejante, como haya sido tenido siempre en menos el ingenio tardo y perezoso, que el acelerado y pronto: le tienen tal los Valencianos, que se aventaja al de todos. Porque debajo de aquella celeridad se muestra, que los tales ingenios andan, discurren, y traspasan el inmenso e infinito piélago de la raciocinació, y discurso humano: y que no hay alteza, ni profundidad, ni latitud de polo a polo, que no la penetren y transciendan. Mas aunque se así (como lo vemos) que los tales ingenios dan en precipitadas, y peligrosas deliberaciones, y que hacen varios e inconstantes sus dichos y hechos a los deliberantes: todavía, como los Alchimistas, en poco, o en mucho, han hallado el modo y arte para que no se vaya el azogue, mas que se pueda gozar por plata fina: así no ha faltado a los Valencianos su arte y manera para moderar y asentar su movilidad y demasiada agudeza de ingenios. Porque han hallado una y muchas formas y vías por do guiarlos, de manera que den en honestas, iguales, y constantes deliberaciones, a las cuales, por los medios de la buena institución, mostraremos como los ciudadanos desde su tierna edad van muy bien encaminados.


Capítulo XXV. De los medios y remedios que Valencia tiene para reducir los ingenios de sus naturales a constantes, discurriendo por todos los estados.

Ordinaria cosa es en las ciudades siempre que se ven algunos mozuelos hacer insolencias y malas crianzas, dar la culpa a sus madres, porque de haberlos criado regaladamente y no castigado quedaron tales. Pero no hay porque en todo condenarlas, si consideramos cuan mezclado anda con lo irracional el amor natural de las madres para con sus hijos: y aun mucho más las excusaremos, si mostraremos como en la crianza dellos, aunque son ellas las que ministran, el sobrestante de esta obra y la que en ella manda, es naturaleza: por lo que para su intención y fin cumple, que este humano y corporal edificio se levante muy firme y recio, y como los cimientos no suelen ser labrados, ni pulidos, sino de piedra dura, y de argamasa fuerte: así a las madres se les permite en la crianza de sus hijuelos tiernos, ser muy piadosas con ellos, y hacerles grandes regalos, antes que rigurosamente castigarlos, ni darles golpes. Pues demás que por entonces el niño tierno, no es capaz de disciplina, ni se acuerda, que por que lloró le dieron: también dándoles, se espantan, y se perturba en alguna manera lo que naturaleza obra en los tales, que solo está intenta en adormecerlos, y proveerles de regalados alimentos, y en hacer buenas paredes de carne, y firmes cimientos de huesos, a fin de que por la ternura del edificio, no entre en él mazo, ni escoplo de disciplina, antes de los cinco años: sino que suave y rudamente pase adelante, solo que crezca y embarnezca el sujeto, para que el alma su moradora, pueda labrarle con las disciplinas a su modo, y con más seguridad pulirle dentro y defuera. De donde se ve en Valencia, que los ingenios que con la buena leche y regalos crecen, vienen comúnmente a ser más delicados y sutiles, y con esto tanto más vivos y dóciles para ser instruidos en todo género de artes y disciplinas, y mucho más en la Cristiana: porque esta con la leche comienzan a percibirla. Con este primer fundamento de crianza, los unos se dan a las siete artes liberales, los otros a las siete mil mecánicas, y como para estas tenga la ciudad tantos y tan excelentes maestros, y delicados oficiales, que las enseñan, y aprovechan a cada uno en su arte: por esta vía se halla que los ingenios destos, que por ventura no hallándose con alguna arte, de vivos se perdieran, se sosieguen y perseveren en lo bueno. Lo mismo se procura y provee, aunque por más excelentes medios, para los que siguen las liberales, pues para todo género de ciencias, tiene la ciudad dentro de si fundada una de las más insignes y famosas Universidades de España, la cual como en lenguas, y las demás artes (fuera de Cánones y leyes) iguala con todas, así en la sana exposición de la santa escriptura no debe nada a las demás: ayudándose de la frecuencia y concurso de diversos Collegios, y conventos de todas órdenes y religiones, que con igual lección y doctrina sólida magnifican la facultad Theologica. Los cuales con su predicación, y ejemplar vida, a gloria de Dios fructifican y cultivan estos liberales ingenios de los ciudadanos de manera, que vienen a asentarse y apoyarse en lo bueno, y de volátiles como el azogue, con tan buenos medios y remedios paran en constantes como plata fina. Señaladamente los ciudadanos del regimiento a quien toca el gobierno de la República: cuyos ingenios cultivados con la buena institución, y mediano ejercicio de letras, junto con el buen ejemplo de sus padres conscriptos que la rigieron, vienen a ser muy asentados, y a ponerse con debido celo y deseo de acertar en el regimiento de ella. Los cuales no porque no hayan visto, ni tratado en otras Repub. se han de tener por faltos de experiencia: pues solo el haber nacido y vivido en esta ciudad, y haber leído los estatutos y ordinaciones de ella, junto con tener ojo a los ejemplares pasados cerca de su gobierno, les basta para quedar muy curtidos y experimentados en toda cosa de su oficio público. Demás que no han de ser tenidos por varios, y mudables de ingenios, por ser así, que muchas veces son varios y mudables en los pareceres, y recios en el contradecirse unos a otros: que lo permite esto el Ángel bueno de la Repub. para que más se avive el buen zelo de cada uno en mayor beneficio de ella: asin que como en el parto del hijo suelen preceder mayores dolores: así de mayores oposiciones y contradicciones nazcan más perfectas de liberaciones y decretos. Pues ni esto les viene por falta de celo, ni por ser rústicos y pertinaces, sino por ser de blandos y bien acomodados ingenios, para variar a la postre, si menester fuere, y como sabios mudar de parecer, siempre de bueno en mejor. Porque tales ingenios, aunque fáciles y agudos, como sean blandos y suaves, son más aptos para el buen gobierno, que no los tardos y tercos, que de muy casados con su parecer vienen a concebir y parir efectos monstruosos. Y así se ve, que el gobierno de esta ciudad es de los más admirables y bien trazados del mundo. Pues ni podría ser en ella el vivir tan suave, ni el pasamiento tan alegre y de contento, sino se gozase de toda la abundancia que humanamente se desea: la cual totalmente nace, y es manifiesto fruto del buen gobierno y administración de ella. Todo lo cual se debe a este buen Rey que dio el principio y medios para que en esta ciudad siempre fuese bien gobernada. Como aquel que participando de la constancia Aragonesa, y de la templanza Catalana, se perfeccionó con la afabilidad y liberalidad Valenciana, y alcanzó título y renombre de constantísimo, prudentísimo, y liberalísimo.

Fin del libro duodécimo.