Libro XIX.
Capítulo primero. Como
partió el Rey para el Concilio a la ciudad de Leon de Francia, cuyo
asiento y excelencias se describen.
Capítulo II. De la
solemnísima entrada y recibimiento del Rey en Leon, y como se vio
con el Papa, y de las tres grandes cosas de que mucho se maravilló.
Capítulo III. De las
causas por que se congregó el Concilio, y de la gran embajada que el
Emperador Paleologo envió a él con título de reducir la iglesia
Griega a la obediencia de la Romana.
Como el valeroso capitán
Miguel Paleologo, tuviese muy perseguida y oprimida la gente y
familia de los Lascaras, a la cual de derecho pertenecía el Imperio
de la Grecia, y hubiese echado de él a Baldouino Emperador, cuyos
antepasados le poseyeron hasta Philipo su hijo que le había sucedido
en él: para que más a su propósito pudiese, después de haber ya
echado a Philipo, gozar tiránicamente del Imperio, y quitar de sobre
si por mar y por tierra los ejércitos y armadas de Gregorio
Pontífice, del Rey de Francia, y de Carlos de Anjou Rey de Nápoles,
y de Sicilia el cual por haber casado con hija de Philipo había
emprendido con más calor esta guerra contra Paleologo: usó de este
admirable, perverso, y nunca visto artificio, mezclando la fé Griega
con el color y achaque de religión, y de reducir la iglesia Griega a
la obediencia de la Latina, siendo todo falso y fngido, con fin de
engañar a todos por hacer su hecho como aquí se dirá: pues al fin
sucedió en cruel y bien merecido azote de toda la Grecia. Porque
cuanto a lo primero sobornó Paleologo a ciertos Príncipes del
Imperio y Prelados más principales de la misma iglesia Griega, para
que en nombre suyo fuesen a Roma con suntuosísima y muy pomposa
embajada al sumo Pontífice Clemente IV, a notificarle, como prometía
reducir la iglesia Griega, que de algún tiempo antes se había
apartado de los sagrados Cánones e institutos de la iglesia católica
Latina, y había degenerado de la verdadera religión de sus
antepasados, a fin que conviniese en un mismo sentido y verdad con la
sacrosanta iglesia Romana, y que en todo obedeciese a sus canónicos
decretos y sanciones. Para certificación y seguridad de lo cual
interponía su fé con la del Patriarca de Constantinopla, y de la de
todos los demás Prelados Eclesiásticos y de los Príncipes y
pueblos del Imperio: si se congregaba Concilio general para hacer en
él pública profesión de todo lo propuesto. Y más para que
entendiesen el fruto que de esta reducción había de nacer, se
ofrecía de favorecer con todo su poder y fuerzas del Imperio la
empresa de la tierra santa para la cual entendía se aparejaban los
Príncipes de la iglesia Latina. Esta embajada y promesa del
Emperador tan autorizada, oída en Roma, levantó en grande manera
los ánimos del Pontífice y Cardenales con los de toda la iglesia
Latina, para dar gracias a nuestro Señor, y suplicar trajese a
perfección obra tan felizmente comenzada. Porque mayor beneficio y
consuelo no se podía alcanzar por entonces, de que habiendo estado
tantos años la iglesia Griega (siendo tan principal miembro del
cuerpo místico de la universal iglesia) separada de la cabeza
Romana, se volviese a juntar con ella. Por donde el Pontífice de
parecer y común voto de todos los Cardenales, después de consultado
con todos los Príncipes y Reyes Cristianos, publicó luego Concilio
general para la ciudad de Leon en Francia. Pero antes de comenzarlo,
ni partir de Roma para hallarse en él, quiso que esta profesión de
la fé, que ante todas las cosas habían de hacer el Emperador con el
estado Eclesiástico y pueblo de los Griegos, se notificase por
escrito en forma y con las cláusulas que se requerían. Y así puso
por expresa resolución y condición en este convenio, que para venir
a tratar de esta reducción que los Embajadores pedían, lo primero
que se había de hacer era, quitar todas las superfluas y
contenciosas disputas de la religión: y que por los Griegos se
hiciese una pura y expresa profesión de la fé, en la cual
conviniesen todos, conforme a la fórmula que se enviaba. Juntamente
con la santa admonición del Pontífice dirigida al Emperador
Paleologo, la cual sacada de la bulla que sobresto se le escribió,
vuelta en Romance dice de esta manera:
La purísima, certísima y
solidísima verdad de la fé santa, que en todo cuadra con la
doctrina Evangélica cual nos han dejado escrita y declarada los
santos padres doctores de la iglesia, y tan confirmada con la
definición y decretos de los sumos Pontífices en sus Concilios
generales por ellos celebrados, decimos que por estas y otras causas
no es cosa decente sujetarla a nueva disputa ni definición, ni
someterla contra toda razón, a que se pueda dudar sobre ella. Y así,
puesto que por la bula de la convocación del Concilio que se publicó
antes, parezca que se da lugar a disputas, y dado que por vuestras
letras imperiales habéis pedido que el Concilio se convocase dentro
de vuestras tierras, nosotros no determinamos de convocar Concilio
para reducir la sobredicha verdad a nueva definición y disputa, no
porque nos espante el venir a ella ni porque recelemos que la santa
iglesia Romana ha de ser suprimida por el gran saber de la Griega,
sino porque sería cosa muy indecente y de perniciosísimo ejemplo,
poner en disputa, como en duda, la verdad de la fé, pues la tenemos
por tantos lugares de la sagrada escritura probada, por tantas
autoridades y sentencias de doctores santos declarada, y finalmente
por definición y decretos de los sumos Pontífices y de los sagrados
Concilios confirmada. En cuya defensión, si necesario fuere, estamos
aparejados a poner nuestra persona y miembros a cualquier suplicio y
pena de martirio. Y así no determinamos por ahora ayudar a esta
santa verdad con autoridades de la divina escritura, que se nos
ofrecen muchas al propósito: sino que con verdadera simplicidad,
pura y claramente explicada, os la enviamos: para que por vuestra
Imperial persona y por vuestros súbditos sea enteramente creída y
profesada.
Pero como en este medio
que se enviaba esta exhortación juntamente con la forma y cédula de
la profesión de la fé al Emperador Paleologo, muriese el Pontífice,
paró este negocio, y de muchos días no se habló más en él, ni se
comenzó el Concilio.
Capítulo V. Como Paleologo volvió a solicitar los Príncipes
Cristianos porque se tuviese el Concilio, y congregado que fue por
Gregorio Papa volvió a enviar sus embajadores, los cuales hicieron
la profesión de la fé.
Yo Gregorio Acropolita, y gran Logotheta, embaxador de nuestro señor el Emperador de la Grecia, Miguel Angeli Príncipe de Commini Paleologo, teniendo poderes suyos suficientes para esto, abjuro todo Schisma, y la suscrita verdad de la fé según que cumplidamente se ha leído, fielmente reconozco, y confieso en nombre del dicho nuestro Emperador y señor, ser la verdadera santa católica y recta fé, y por tal la acepto, y de corazón y boca la profeso: según que verdadera y fielmente la tiene, enseña y profesa la sacro santa yglesia Romana. Así prometo que el dicho Emperador inviolablemente la guardará, y que en ningún tiempo se apartará: ni en modo ninguno declinará, ni discrepará de ella. También, según en la dicha escritura se contiene, en nombre suyo y mío, y de las iglesias de la Grecia confieso, reconozco, y acepto por supremo de todos el Primado de la sacrosanta iglesia Romana, para mayor obediencia de ella, y que el dicho señor nuestro observará todo lo dicho, así en lo que toca a la verdad de la fé, como en reconocer por supremo al primado de la iglesia Romana, y que hará siempre bueno este su reconocimiento, aceptación, y observancia perseverando en ello, y jurándolo corporalmente en su alma y la mía lo prometo y confirmo. Así Dios a él y a mí ayude, y estos santos Evangelios. Añadió el embajador, a lo profesado, el pío y grande ánimo que el Emperador su señor tenía, para que acabada la reducción de la iglesia Griega, se entendiese en la conquista de la tierra santa de Hierusalé: para lo cual ofrecía de valer con todo su poder y fuerzas del Imperio, siempre que por los Príncipes, o Reyes de la iglesia Latina fuese comenzada la empresa. Oída la pública profesión hecha por los embajadores de Paleologo, juntamente con la larga y magnífica promesa para la conquista de la tierra santa, fue por el Papa y todo el Concilio muy alabada y bien recibida esta embajada. A esta sazón ya después de hecha la abjuración, hizo su entrada en la ciudad de Leon y en el Concilio nuestro Rey, como está dicho. Mas porque se entienda lo que adelante pasó acerca del Concilio, con las engañosas máquinas de que usó Paleologo para hacer su hecho, sin que se efectuase cosa de lo que había prometido, contaremos en el capítulo siguiente el sucesso y fin infelice de la comenzada reducción de los Griegos.
Capítulo
VI. De la abiuracion
personal que hizo Paleologo, y de las excesivas demandas que propuso,
y que por no poderlas cumplir el Concilio se salió de lo prometido,
y de la abjuración hecha por los Tártaros.
Capítulo VII. Como se trató en el Concilio con el Rey sobre la
conquista de Jerusalén, y lo que ofreció para ella, y como se
confesó con el Papa, y de la penitencia que le dio, y por qué no
quiso coronarlo Rey.
Volviendo pues a nuestra
historia, como el Rey hubiese llegado al Concilio, antes que la mala
intención y ánimo de Paleologo fuese descubierto, y se tratase de
la conquista de la tierra santa, y guerra contra Turcos que se habían
apoderado de ella, por las grandes ofertas que Paleologo hacía para
proseguirla, y también el Emperador de los Tártaros, como sus
embajadores que allí estaban y se bautizaron lo ofrecían: también
el Rey por su parte prometió de estar a punto y en orden siempre que
fuese llamado para seguir la empresa: como aquel que ya antes la
había emprendido, y puesto por obra por si solo, si la tormenta
(como está dicho) no se lo estorbara. Pues como sobre ello fuese
consultado del Pontífice, dio en ello su parecer y consejo tal, que
a todos pareció muy sano, y bueno, y añadió a lo dicho, que así
viejo como era, no faltaría con su persona de acompañar al
Pontífice, yendo personalmente a la conquista y le seguría con buen
ejército. Y no yendo su Santidad enviaría mil caballos
escogidísimos para la jornada, pagados por todo el tiempo que durase
la guerra. Asimismo pues Dios le había puesto en parte donde pudiese
gozar de tan deseada oportunidad, dijo determinaba confesar sus
pecados al mismo pontífice por alcanzar su bendición y absolución
generalísima. Pues como hincado de rodillas se hubiese confesado y
fuese por el Pontífice plenísimamente absuelto, diole en señal de
penitencia, dos cosas. La una que se apartase de lo malo, la otra que
siguiese lo bueno, y en esto perseverase. Finalmente tratando ya de
su partida, pidió al Pontífice que pues él no había hecho menos
servicios a la sede Apostólica que todos sus antepasados, antes bien
procurado con su vida y persona el aumento de la religión Cristiana,
habiendo conquistado tres Reynos de Moros e introducido la fé de
Cristo en ellos, le hiciese favor de darle las insignias y corona
Real por sus sagradas manos. Respondió el Pontífice que las daría
de muy buena gana, con que primero saliese de la obligación que por
semejante negocio tenía puesta sobre sus Reynos, confirmando de
nuevo el tributo que por el Rey don Pedro su padre les fue impuesto,
cuando fue coronado Rey en Roma por el Pontífice Innocencio su
predecesor, y ante todo pagase el tributo corrido de muchos años,
que no se había pagado. Diciendo que era cosa muy indigna de la
magnanimidad y conciencia de un tan alto Príncipe como él,
defraudar de su derecho, y deuda a la santa sede Apostólica, que tan
liberalmente honró a su padre con las insignias de majestad Real.
Mas el Rey como esperase mayores gracias y retribución del
Pontífice, por sus servicios hechos a la sede Apostólica (como
arriba se ha dicho) y viese que sin tener cuenta con ellos aun le
pedían el tributo de su padre: determinó más presto desistir de la
demanda, que disminuir en nada la inmunidad y franqueza de sus
Reynos. Solamente rogó al Pontífice por la libertad de don Enrique
hermano del Rey de Castilla, a quien Carlos Rey de Nápoles y Sicilia
tenía preso por negocios del mismo Pontífice, el cual prometió que
lo haría.
Capítulo VIII. Como se despidió el Rey del Papa y volvió a
Perpiñan, y de lo que pasó con el Vizconde de Cardona y de la
guerra que el Príncipe movió contra don Fernán Sánchez su
hermano, y otros.
Pasados XXII días después
que el Rey entró en Leon y asistió en el Concilio sin concluir cosa
alguna de las que trató, se despidió con mucha gracia del Papa y
Cardenales y los demás de todo el Concilio, y haciendo particular
agradecimiento al senado y pueblo de Leon por el magnífico y
regalado servicio que le hicieron, se volvió a Perpiñan: donde de
nuevo mandó notificar al Vizconde de Cardona, que por lo ya antes
determinado le entregase la principal fortaleza de Cardona, dentro de
cierto término donde no, entendiese que se la tomaría por fuerza de
armas. Como entendieron esto los señores y barones de Cataluña, se
congregaron en la villa de Solsona. Y porque el negocio era común y
no menos tocaba a cada uno de ellos que al Vizconde, respondieron al
edicto del Rey, que no solo al Vizconde pero a todos los señores y
Barones de Cataluña tocaba defender la fortaleza de Cardona, que por
eso le rogaban todos juntos tuviese por bien de no hacer esta fuerza,
ni abusar de la tan probada y conocida fidelidad del Vizconde, y de
todos ellos, para con su real persona. Entonces el Rey se vino a
Barcelona a donde hizo publicar guerra contra el Vizconde y sus
secuaces, con apellido que el Vizconde receptaba y defendía en sus
propios lugares a Beltrán Canelian que había cometido un gravísimo
crimen lesae magestatis, por haber muerto a Rodrigo de Castellet
justicia de Aragón, sin tener cuenta con aquella poco menos que real
dignidad del Reyno. Y así para mejor perseguir al Vizconde el Rey se
pasó a la villa de Terraça, a donde luego fueron con él don
Berenguer Almenara Vicario del Maestre del Hospital, y Mauniolio
Castelauli, los cuales le rogaron que prorrogase el día del Plazo al
Vizconde y los demás. Lo cual hizo el Rey de buena gana por
contentarles. Pero como pasado el último término no compareciese
ninguno, sino que iban alargando la venida de día en día, hasta que
concertasen con don Fernán Sánchez hijo del Rey de rebelarse todos
a un tiempo: entonces el Príncipe don Pedro movió guerra manifiesta
contra todos los barones de Cataluña, y contra su hermano, que se
había hecho cabeza y caudillo de ellos. Puesto que por entonces fue
necesario disimular con ellos, por la nueva ocasión que se ofreció
de la ida para Navarra, por la nueva que tuvo de la muerte de don
Enrique Rey de ella.
Capítulo IX. De la muerte
de don Enrique Rey de Navarra, y lo que se siguió de ella, y como
fue el Príncipe don Pedro allá y de la plática que tuvo con los
principales hombres de Navarra.
Tuvo el Rey nueva estando
en Terraça como don Enrique Rey de Navarra era muerto y que a lo
último de su vida, hizo testamento por el cual dejaba heredera del
Reyno a doña Iuana única hija suya de edad de dos años la cual
hubo de la hija de Roberto Conde de Artues (Artois) hermano del Rey Luys de
Francia: y acabó con los Navarros la jurasen por sucesora. De manera
que muerto don Enrique, como hubiese contienda entre los Navarros,
los unos pedían que a doña Juana por su menor edad la encomendasen
al Rey de Castilla, otros que la llevasen a Francia al Rey Felipe su
tío: los más que se entregase al Rey de Aragón para que por tiempo
casase con su nieto sucesor en los Reynos de la corona: y con esto se
cumplirían las obligaciones del prohijamiento hechas por el Rey don
Sancho, y el Reyno quedaría defendido, como hasta allí lo había
sido siempre por los Aragoneses. Estando en esto la Reyna viuda,
considerando que de estas contiendas se le podía seguir algún daño
a su hija, determinó pasarse con ella en Francia a entretenerse con
el Rey su tío. Por donde estando juntados los Navarros en la villa
llamada la Puente de la Reyna, para tratar sobre el asiento y quietud
de las cosas del Reyno, que estaba con la muerte del Rey, e ida de la
Reyna con su hija alterado, vino el Príncipe don Pedro a Tarazona
con buena parte de su ejército, y de allí envió sus embajadores a
los congregados para notificarles, como venía por el Rey su padre a
pedir el derecho del Reyno, que por la adopción y prohijamiento del
Rey don Sancho hecho de consentimiento de todo el Reyno le
pertenecía, sin otros más derechos que por los pactos y condiciones
tratados entre el mismo Rey su padre y la Reyna doña Margarita mujer
de Tibaldo y madre de Enrico se le había recrecido: y mucho más
porque todas las veces que el Rey de Castilla hacía entradas en
Navarra con fin de echar a doña Margarita y a Theobaldo del Reyno,
acudiendo con su persona y ejército los defendía: en tanto que por
valerles a ellos se olvidaba de su yerno el Rey de Castilla y lo
echaba a punta de lanza de toda Navarra. También porque en estas
defensas el Rey había gastado de su hacienda hasta sesenta mil
marcos de plata: pero que ninguna otra cosa les pedía, sino que doña
Juana hija del Rey Enrique casase con don Alonso su hijo y nieto del
Rey que había de heredar todos sus Reynos.
Capítulo X. De la
respuesta que dieron los Navarros al Príncipe don Pedro: y de la
conjuración de don Sancho con otros de Aragón y Cataluña.
Oída la demanda del
Príncipe don Pedro por los Navarros, habido acuerdo sobre ello,
respondieron harto tibiamente, que ellos trabajarían cuanto en si
fuese, casase doña Juana con don Alonso nieto del Rey. Y que si por
ser ella tan niña, no podían doblar a ello la voluntad de su madre
por haberse puesto debajo la potestad del Rey de Francia, a cuyo
amparo madre e hija se habían recogido, procurarían casase con una
sobrina del Rey Enrrico. Más adelante prometieron que por los gastos
hechos en la defensa del Reyno le pagarían los sesenta mil marcos, y
que más de treinta principales barones de Navarra, además de los
procuradores y síndicos de las villas y ciudades reales se
obligarían a cumplir lo sobredicho. Los cuales pactos y promesas
fueron vanas y de ninguna fuerza, por la industria del Rey Philipo a
quien luego la Reyna entregó las principales fortalezas de Navarra,
y fue puesta en ellas buena guarnición de gente y armas, y también
la niña sucesora antes de tiempo casada con el hijo del mismo Rey
Philipo, y poco a poco vino de esta manera a apoderarse de todo el
Reyno de Navarra. Sabido esto por don Pedro, le pareció disimular
por entonces, y no hacer sentimiento de ello, antes agradeció mucho
a los Navarros su buena voluntad y bien compuesta respuesta. Y
teniendo aviso que los negocios de Cataluña se iban de cada día
gastando, partió con prisa para salir al encuentro a la conjuración
de don Sánchez su hermano con muchos otros contra el Rey y él,
porque se conjuraron con él en Aragón casi todos los nobles, con
muchos aficionados suyos que tenía en el pueblo: a quien también se
allegaron los que en vida del Príncipe don Alonso le siguieron por
estar todos estos mal no con el Rey, sino con don Pedro. Finalmente
se rebelaron el Vizconde con la mayor parte de los Barones de los dos
Reynos, a quien era muy pesado el nuevo dominio de don Pedro, y
también la demasiada codicia del Rey, por enriquecerle y
engrandecerle. Y porque (como todos decían) mostraba querer juntar
con la corona real todas las villas, tierras, y estados de los
señores y barones de los Reynos, de donde procedía el estar todos
tan unidos y confederados en sus conjuraciones.
Capítulo XI. Que don Pedro fue sobre las tierras de don Sánchez y
como los señores de Cataluña se apartaron del Rey, y que el Conde
de Ampurias saqueó y quemó la villa de Figueres, y el Rey otorgó
treguas para tratar de concierto.
No le espantaron a don
Pedro las conjuraciones de Aragón y Cathaluña, y así para comenzar
a dar por las cabezas determinó de ir con ejército formado a
conquistar ciertas villas fuertes de don Sánchez las cuales con el
ayuda y favor de don Pedro Cornel suegro de don Sánchez, que con
sobrada afición seguía la parcialidad de su yerno, se pusieron en
defensa. En este tiempo el Vizconde con don Vgo Conde de Ampurias, y
casi todos los señores y barones de Cataluña se apartaron del
servicio del Rey, y osaron conforme a la costumbre de la tierra,
desafiarle. Pero al Rey, a quien no faltaba el servicio y favor de
las ciudades y villas con todo el pueblo, y secreto socorro de
algunos señores, además de su ejército bien fiel y formado, no se
le daba mucho de ello. Con todo eso procuraba de venir a honestos
partidos por excusarse de proceder con todo rigor contra ellos, como
aquel que no ignoraba los inconvenientes y desatientos que de
semejantes discordias suelen seguirse en los Reynos. Pero todavía
perseveraron ellos en su mal propósito y dañada intención. Y como
fuese mucho mayor la ira y rencor de los Catalanes contra don Pedro
que contra su padre, después que el Conde de Ampurias acabó de
fortificar su villa y fortaleza de Castellon junto a Ampurias y de
tenerla muy bien avituallada y guarnecida de gente y armas, tomó
algunas compañías de infantería y fuese para la villa de Figueres
pueblo mediano de buen asiento a media jornada de Girona, el cual el
Príncipe don Pedro preciaba mucho y era todo su regalo y recreación:
y así para más ensancharlo y ennoblecerlo, había hecho venir gente
de otras partes a vivir en él, concediéndoles muchas más
libertades y franquezas que a ningún otro pueblo de Cataluña. Llegó
pues el Conde con su gente y cercando el pueblo de improviso le entró
y no hallando resistencia lo saqueó, y asoló la fortaleza hasta los
cimientos, y no contento de eso le taló los campos. Finalmente dando
lugar a la gente para que se fuese, mandó quemar todas las casas sin
dejar una en toda la villa. Esto hizo el Conde con tanta celeridad y
presteza, que con llegar ya el Rey a Girona, no fue a tiempo de poder
defender la villa, ni para coger al Conde, porque luego con toda su
gente se recogió en Castelló. Entre tanto que el Rey estaba en
Girona, también Pedro Berga principal barón de Cataluña, de la
manera que los otros, le envió sus cartas de desafío, y otros
barones hicieron lo mismo. Porque, o lo desafiaron, o se apartaron de
servirle, y así llegó Cataluña a estar toda en armas, con
alborotos y confusión de toda la tierra. Lo mismo era en Aragón, y
el mal iba poco a poco tomando fuerzas de cada día. Entendido esto
por el Rey, se partió para Barcelona, donde el Obispo juntamente con
el gran Maestre de Vcles, que allí se hallaba, viendo puesto el
Reyno en tanta confusión y aparejo de perderse, se pusieron muy de
propósito a entender en remediarlo, procurando de atraer a los
señores y barones a nuevo trato en que todas las diferencias y
pretensiones de ambas partes se dejasen al juicio y determinación de
los Prelados, y de algunos barones menos apasionados para que
juntamente las juzgasen con ellos. Le pareció esto al Rey bien, y
dio comisión al Comendador de Montalbán, y a Vgon Mataplana
Arcidiano de Vrgel, que en su nombre otorgasen treguas por tiempo de
diez días al Vizconde y a Berga con sus secuaces, porque se
entendiese en tratar de concierto.
Capítulo XII. Como en Aragón se rebelaron muchos de los señores y
barones, y el Rey concibió ira mortal contra don Fernán Sánchez su
hijo, el cual con otros enviaron a desafiar al Rey y de lo que
respondió.
En tanto que en Barcelona
se entendía en lo del concierto, llegaron al Rey cartas de Zaragoza
con aviso que las cosas de Aragón llevaban el mismo camino que las
de Cataluña: y que la tierra estaba toda en armas y parcialidades.
Porque don Fernán Sánchez su hijo había juntado gente de guerra
con muchos señores y barones que le hacían espaldas y favorecían
su empresa. Y que su apellido ya no era por solo defender su persona
de las manos de don Pedro su hermano, sino por ofenderle y
perseguirle muy de veras: y que con esta querella se allegaban a él
muchos que también se quejaban del Rey y le llamaban cruel y
quebrantador de fueros y leyes, que no cumplía con ninguno lo que
prometía. Sintió muy mucho el Rey ser notado e infamado de esto, y
mucho más que su propio hijo fuese cabeza y receptador de los
infamadores. Y así desde aquel punto que entendió tal, acabó de
agotar de su pecho todo el amor paternal que le tenía como a hijo, y
en su lugar le hinchió de muy justa ira y terrible odio y
aborrecimiento. Por esto determinó de ser presto en Aragón, y
convocar cortes para satisfacer en ellas con buenas razones a las
quejas que de él había, antes de venir a las manos con los suyos.
Pero como el término de las treguas se acabase, y se había de dar
audiencia al Vizconde con los barones, fue necesario detenerse, y
cometer a don Pedro las fuese a tener por él: y que se celebrasen
dentro de los límites de Aragón, para que le pudiesen obligar a
estar a juicio conforme a los fueros. De manera que el mismo día que
se acababan las treguas otorgadas al Vizconde, despachó sus patentes
y poderes para que don Pedro tuviese las cortes (la historia no dice
dónde) y todas las quejas de don Fernán Sánchez y de los otros
resolviese y echasen a un cabo los convocados, teniendo el Rey fin de
pasar por lo que ellos ordenasen, solo que los Reynos se apaciguasen.
Mas los negocios sucedieron muy al revés de lo que el Rey pensaba,
porque don Fernán Sánchez con sus secuaces, se recelaban de cada
día tanto de don Pedro (por lo cual tanto más determinaban
perseguirle) que por esta causa se concertaron en enviar al Rey un
gentil hombre Provenzal llamado Ramon Andres, para que en nombre de
don Sancho, de Ferrench, Iordan, Pina, don Ximen de Vrrea, don Artal
de Luna, y don Pedro Cornel principales señores de Aragón,
propusiese ante él las quejas y agravios particulares que de él y
de don Pedro tenían: y que en haber hecho la proposición, en nombre
de todos se despidiese y apartase de su obediencia y mando. Pues como
Ramon Andres despachado por todos llegase a Barcelona ante el Rey, y
dada audiencia, públicamente en presencia de muchos declarase todas
estas querellas, y concluyese con que si no le daba cumplida
satisfacción de ellas, luego en nombre de sus principales se
apartaría de él y de su obediencia y mando. Respondió el Rey muy
cuerda y mansamente, que él nunca se apartaría de lo justo y
razonable, puesto que podría fácilmente y con mucha razón, las
quejas que de él tenían atribuirlas a cada uno de ellos. Mas como
la principal de ellas era, porque él y don Pedro se encaraban contra
la persona de don Fernán Sánchez al cual todos seguían, supiesen
que no era sin justa causa, por la mucha culpa que don Fernán
Sánchez en esto tenía. La cual había de cada día con nuevas
ocasiones aumentado en tanta manera, que no solo le había incitado a
muy justo y perpetuo odio contra él: pero aun a su hermano había
provocado a mayor enemistad, por lo que en muchas maneras como
enemigo mortal contra los dos había intentado. Por tanto les decía
que en sus quejas, o estuviesen al juicio y deliberación de los
Prelados y buenos hombres del Reyno, o por fuerza de armas se
averiguasen todas sus diferencias: porque estaba tan aparejado para
lo uno como para lo otro, y que en ninguna manera faltaría a si
mismo. Como oyó esto Ramon, y no se le dio lugar para replicar,
volvió a Zaragoza e hizo cumplida relación a Fernán Sánchez y a
los demás, de todo lo que había pasado con el Rey.
Capítulo XIII. Como los de la parcialidad del Vizconde vinieron a
pedir perdón al Rey, y que nombrase árbitros para sus diferencias,
y los nombró, y como por la venida del Rey don Alonso celebró la
fiesta de Navidad solemnísimamente.
Capítulo XIV. Pone las causas de la venida del Rey don Alonso de
Castilla, a verse con el Papa en la Guiayna.
Capítulo XV. De la muerte
y sepultura de fray Ramon de Peñafort, y de su gran doctrina y
santidad de vida.
Capítulo XVI. Que no
siendo el Rey parte para estorbarlo, pasó don Alonso a verse con el
Papa, y de cuan mal despachado se partió de él, y de lo que hizo
vuelto a Toledo.
Hechas las obsequias de
fran Ramón de Peñafort luego entendió el Rey don Alonso en
despedirse del Rey para proseguir su camino a verse con el Pontífice
en la Guiayna, de lo cual procuró mucho el Rey divertirle y
estorbárselo, porque entendidas las causas de su empresa con las
razones frívolas que alegaba para más abonarlas, todavía le
parecía muy superfluo llegar a tratar más de ello con el Papa, por
haber ya con todo el Concilio declarado contra él, y dada por nula
su pretensión y demanda: y así quedó el Rey muy sentido de esto, y
de que en tiempos de tantas revoluciones y alborotos como en Castilla
había, y ser tan cierta la venida del Miramamolin con infinito
ejército quedase tan desamparada. Pues como todavía insistiese el
Rey en divertir a don Alonso de su viaje con muy buenas razones,
poniéndole delante estos y mayores inconvenientes que se podrían
seguir ausentándose de sus Reynos, y ningunas aprovechasen: porque
él siempre abundaba de réplicas, y más razones por salir con la
suya, le dejó ir a toda su voluntad, y envió a mandar a todos los
pueblos por donde había de pasar hasta Mompeller, se le hiciese toda
fiesta y recogimiento que a su propia persona, y aunque quiso detener
en Barcelona a la Reyna doña Violante su hija no lo pudo acabar con
él: que la quería llevar consigo hasta Leon: puesto que de paso la
dejó en Perpiñan, como luego diremos. Causaron todos estos
despropósitos el ingenio y terrible condición de don Alonso, que
fue siempre en sus deliberaciones muy precipitado, y pertinaz en
proseguirlas por hallarse más sobrado de ciencias que de
consideración y asiento para el gobierno de sus Reynos. Y así no
queriendo regirse por los avisos y consejos del Rey, porfió de pasar
a tratar con el Papa, del cual no alcanzó cosa de cuantas le pidió,
y dio mucho que decir de si a las gentes. De manera que partido de
Barcelona llegó a Perpiñan donde le pareció dejar a la Reyna con
sus hijos, y a don Manuel con ellos. De allí envió un embajador por
notificar al Papa su llegada a la Guiayna, que le suplicaba mandase
señalarle lugar y jornada donde pudiese besar el pie a su Santidad y
haber audiencia para sus negocios: le fue respondido que le aguardase
en la villa de Belcayre de la misma Guiayna y que en saber era
llegado a ella sería luego con él. Con esto se partió luego don
Alonso, y pasando por Narbona, fue allí por mandado del Papa por el
Arzobispo espléndidamente aposentado. El cual acompañó con mucha
gente de lustre hasta Belcayre, no lejos de Aviñón, y luego fue el
Pontífice con él, a quien don Alonso besó el pie, y fue recibido
de él con muy gran fiesta y alegría. Se detuvo allí don Alonso
casi dos meses, sin que pudiese con sus razones doblar al Pontífice
para revocar cosa de lo hecho y pronunciado cerca lo del Imperio. Y
sin duda que debía don Alonso tomar aquello por pasatiempo, y gustar
mucho de no tener más de un negocio, y que le sobrase ocio para
entender en su ejercicio, y ordinario estudio de Astrología. Y aun
es de creer que el Papa gustaría mucho de tan docta conversación
pues se detuvo con él allí el tiempo que dicho habemos, hasta que
le fue forzado volver al Concilio. Lo cual como entendió don Alonso,
se resolvió en perdirle cuatro cosas. La primera que el Ducado de
Sueuia, que por la muerte del Emperador Conrradino le pertenecía de
derecho, y se lo había ocupado Rodolfo el electo competidor suyo, le
fuese restituido. La segunda, que el derecho que tenía al Reyno de
Navarra, que se lo había usurpado el Rey Philipo de Francia,
reteniendo cabe si a doña Juana hija del Rey Enrique, y jurada
Reyna, se le estableciese. La tercera, que don Enrique su hermano a
quien el Rey Carlos de Sicilia tenía preso, fuese puesto en
libertad. La postrera, que una gran suma de dinero que le debía el
mismo Rey Carlos se la hiciese pagar. De todo lo propuesto, como de
cosas que no tocaban al Pontífice, ni tenía porque poner mano en
ellas, tuvo mal despacho don Alonso. De suerte que entendida con
buenas razones la negativa del Pontífice, se despidió, y partió
muy desabrido de él. Vuelto a Perpiñan se vino con la Reyna y sus
hijos a Barcelona, donde se detuvo poco y se volvió para Castilla.
Mas luego que entró en Toledo volvió a usar de las mismas insignias
y sello de Emperador, o Rey de Romanos, que acostumbro después de
ser electo, y con el mismo título Imperial también mandó divulgar
todos los edictos, decretos, y fueros que hacía. De donde han
pensado algunos, que de ahí le cupo a la ciudad y Reyno de Toledo
tener por blasón y armas un Emperador con su corona y cetro
Imperial, por haber sido uno de sus Reyes electo Rey de Romanos.
Puesto que lo más cierto es que don Alonso VIII abuelo de este, dio
estas armas a Toledo para significar que fue siempre esta ciudad el
solio principal de los Reyes de España, y así fue llamada Imperial.
Finalmente no contento don Alonso con esto de tratarse como Rey de
Romanos, escribió a los Príncipes de Alemaña e Italia sus amigos,
como determinaba de pasar adelante su demanda y derecho al Imperio, y
que había de salir con ella. Como supo esto el Pontífice escribió
al Arzobispo de Sevilla acabase con don Alonso dejase de gloriarse de
cosas tan indignas de su autoridad y persona: y que si le complacía
en esto, le concedería otra vez la décima de las rentas
Ecclesiasticas de Castilla para la misma guerra de Granada por seis
años. Con esta concesión cesó don Alonso entonces de proseguir su
demanda y negocios del Imperio.
Capítulo XVII. Como se intimó al Rey la sentencia de Roma dada en
favor de doña Teresa, y se apeló de ella, y de lo que por mandato
del Papa dio a ella y a sus hijos.
Por este tiempo que ya el
Rey entraba en años, pasando de los sesenta, y se hacía pesado para
seguir las empresas, deseando dejar sus Reynos pacíficos, por
heredar al Príncipe don Pedro, al cual amaba tanto que por él
aborrecía a los demás hijos, determinó a solo él con el Infante
don Iayme hijos de doña Violante, declarar por sus hijos legítimos
y de legítimo matrimonio procreados, excluyendo a todos los otros y
dándolos por bastardos e inhábiles para heredar. Y así se entendió
luego, que por hacer esto bueno dejaría de condescender con la
pretensión de doña Teresa Vidaure, de quien hemos hablado. La cual
como poco antes hubiese alcanzado de la sede Apostólica sentencia en
favor, con declaración que muerta doña Violante, casase el Rey con
ella, tuvieron ánimo sus hijos don Iayme y don Pedro de hacerla
intimar públicamente al Rey en la ciudad de Barcelona: lo cual no
dejó de sentir mucho el Rey, y habido consejo sobre ello, determinó
por justas y necesarias causas que concernían a la quietud y
pacificación de sus Reynos, de apelarse de la sentencia, y suplicar
de ella al sumo Pontífice. Por cuanto declarando por legítimos a
los hijos de doña Theresa, se podía claramente seguir cruelísima
discordia, y de ahí perniciosísima guerra de hermanos contra
hermanos para total destrucción y pérdida de todos sus Reynos y
señoríos: por haber de dar, a causa de esto, en bandos y
parcialidades, y volver por cabezas a dividirse los Reynos, y
apartarse de la unión y corona real. Y mucho más porque habiendo ya
sido admitido y jurado Príncipe y sucesor en los Reynos don Pedro, y
estar tan apoderado de ellos, había porque recelar de su valor y
grandeza de ánimo, no dejaría de defender muy bien su parte, y
morir, o hacer morir cualquier de sus hermanos que en su tan pacífica
y confirmada posesión le tocase, y que ser esta razón, aunque
universal, muy sana, y eficacísima, por evitar grandes y muy
evidentes males, prevalecía a las demás en contrario, estando las
cosas en los términos que estaban: y por esto se había de seguir, y
tomar como de dos males el menor por mejor: pues a doña Teresa y a
sus hijos les dejaba competente estado para vivir como señores. De
manera que el Rey, o porque en conciencia supiese que doña Teresa no
estaba tan adelante en su pretensión y derechos, como ella pensaba,
interpuesta la apelación, difirió el negocio. Además que por las
mismas razones le pareció no tener cuenta con el testamento que hizo
antes en Mompeller, después de muerta doña Violante, por el cual
declaraba ser legítimos los hijos de doña Teresa, pues a ellos y a
ella por mandato del Pontífice, que también consideró los
inconvenientes arriba dichos, había ya hecho donación de las
baronías de Xerica en el Reyno de Valencia, y la de Ayerbe en el de
Aragón, con otras villas y castillos, como en el siguiente libro se
dirá. En lo demás solo contentó a doña Teresa, en que de allí
delante, ni se casó más el Rey con otra mujer, puesto que se le
ofrecían Princesas para ello, ni estorbó el respeto y honra que
todos a doña Teresa hacían como a Reyna, y a los hijos acogió
siempre en su familiaridad y jornadas de guerra.
Capítulo XVIII. Como el Vizconde y los de su parcialidad vinieron a
las cortes de Lérida, y de lo que pasó en ellas, y que don Pedro
fue con ejército contra don Fernán Sánchez.
Capítulo XIX. De lo que dijeron al Rey los buenos hombres de Lérida
por estorbar la guerra contra don Fernán Sánchez y de los avisos
que el Rey envió a don Pedro.
No faltaron algunos buenos
y desapasionados hombres de Lérida, que viendo al Rey tan indignado
y puesto en arruinar la persona de don Fernán Sánchez su propio
hijo, movidos de un celo bueno, procuraron con vivas razones
divertirle de tan cruel propósito: poniéndole al delante, que para
el beneficio y conservación de los Reynos, y para que ellos tuviesen
el respeto debido a los Reyes, era necesario más presto aumentar el
número de los hijos, y dilatar la real estirpe y generación suya,
que no disminuirla. Y que estando los hijos entre si diferentes, su
propio oficio de padre era reconciliarlos y pacificarlos. Porque si
el padre es el que los divide, y con tan horrible ejemplo siembra
discordias entre ellos, qué harán los hermanos entre si, sino
concebir común odio contra el padre? Qué hará aquella mala
simiente, muerto el padre, sino producir entre los hermanos una
miserable mies de cizaña? Por esto le suplicaban dejase de ser no
menos cruel contra si mismo que contra sus hijos, enviándolos a ser
verdugos los unos de los otros, y que la clemencia con que siempre
había tratado con los extraños, usase ahora con los suyos: para que
de este buen ejemplo de concordia naciese la universal paz para todos
sus vasallos. Mas como el Rey tuviese el pecho muy llagado, y se le
representasen de cada hora las justas causas que para perseguir a don
Fernán Sánchez tenía, aprovecharon poco las buenas razones de los
de Lérida: antes envió a mandar a don Pedro que lo persiguiese, y a
las villas y castillos de sus amigos y valedores los saquease y
asolase del todo, y a ninguno perdonase la vida: mas que llevase esta
guerra con tanta celeridad y presteza, discurriendo de una en otra
parte de manera que en el cerco de las villas y fortalezas no se
detuviese mucho en un lugar, no pareciese que esperaba, sino que
burlaba al enemigo. También le encargó que mandase luego por horas
a doña María Ferrench madre de don Lope Ferrench uno de los mayores
amigos de don Fernán Sánchez que se recogiese a Zaragoza, y su
villa de Magallón la secuestrase en manos del Tesorero general del
Reyno. También envió patentes con su sello y mano firmadas a las
ciudades y villas de Aragón, mandando que a don Pedro le acudiesen
con gente, armas y vituallas como a su propia persona: ni se puede
encarecer con cuanto cuidado y solicitud procuraba pasase adelante
esta guerra por vengarse de don Fernán Sánchez más que de todos
los otros rebeldes.
Capítulo XX. Como don Pedro fue contra don Fernán Sánchez, y le
cogió y mandó ahogar en el río Cinca, y del gran contento que el
Rey tuvo de esta nueva, y causas para tenerla.
Capítulo XXI. Que sabida la muerte de don Fernán Sánchez el
Vizconde y los suyos desafiaron al Rey, el cual fue sobre ellos, y
los sojuzgó, y perdonó, y cómo juraron al Príncipe don Alonso
nieto del Rey.
Venido el Rey, ya cortada
una de las dos cabezas de la rebelión, se dio grande prisa por
cortar la otra que era el Vizconde con el Conde de Ampurias. Estos
fueron los que viendo lo sucedido en don Fernán Sánchez, de nuevo
desafiaron al Rey públicamente. El cual tomando parte del ejército
de don Pedro que le quedaba en Aragón, con la gente que el Infante
don Iayme había hecho en el condado de Lampurdan y se entretenían
en el cerco puesto sobre la Rocha villa muy fuerte del Conde de
Ampurias, fue a juntarse con él, y comenzó a talar los campos y
saquear las tierras del Condado. De donde fue a Perpiñan por más
armas: y al tiempo que salía de él para dar sobre el Condado, le
llegaron las compañías de infantería que había mandado hacer en
Barcelona. Con estas puso cerco sobre la villa de Calbuz, a la cual
mandó dar asalto, y aunque con algún daño de los suyos, a la
postre fue tomada, y no solo saqueada pero también asolada del todo:
por corresponder a lo que el Conde hizo en Figueras. De ahí a poco
llegando de Barcelona el otro tercio del ejército con las galeras,
puso cerco por mar sobre la fortaleza de Roda, que hoy llaman Rosas,
puerto famosísimo que estaba muy fortificado de gente, y por estarse
el Conde a la mira de lo que el Rey haría, se había retirado en
otra villa suya llamada Castellón, que tenía muy bien proueyda de
gente y armas para semejantes necesidades: a donde también se
retiraron el Vizconde y Berga. Como fue de esto avisado el Rey, mandó
alzar el cerco de Rosas, y marchar con todo el ejército para
Castelló. Lo cual entendido por el Conde y Vizconde viendo cuan a
las veras tomaba el Rey esta guerra, y que no pararía hasta
cogerlos, por ejecutar su ira en ellos mejor que contra don Fernán
Sánchez: tuvieron su acuerdo y determinaron de no provocarle a mayor
ira contra si mismos. Pues había llegado a tal extremo que a su
propio hijo no había perdonado: y siendo la culpa igual, la pena y
castigo contra ellos como extraños sería doblada. Por donde de
común parecer se vinieron todos a Rosas muy pacíficos antes que el
Rey levantase el cerco. Y como tuviesen muy conocida su natural
benignidad y Clemencia para con los que voluntariamente, y con
humildad se le rendían, mayormente cuando se hacía libremente y sin
condición alguna, se atrevieron a entrar en forma de paz por la
tienda del Rey, y se le echaron a los pies, entregándosele a toda
merced suya. Solo le rogaron que mandase convocar cortes en Lérida
para Catalanes y Aragoneses, y se tratase de asentar de una todas
cuantas diferencias había entre ellos, y que lo determinado por las
Cortes fuese sentencia definitiva, sin más réplica, ni facultad de
apelar de ella. Esto pareció bien al Rey, y las mandó luego
publicar para la fiesta de todos Santos siguiente. Admirable
magnanimidad con invencible paciencia de Rey: pues ni por mucho que
los grandes y barones sus vasallos, con palabras falsas le burlaron,
ni por lo que tomando armas contra él, y revolviéndole sus Reynos
le ofendieron: ni por haberle obligado a poner su persona en trabajo
y peligro de guerra para perseguirlos: no por eso quiso, cuando muy
bien pudo, prenderlos y castigarlos: sino que preció más hacerles
guerra con la razón y derecho, y con esto sojuzgarlos: de arte que
los trajo poco a poco a su voluntad. Porque llegado el plazo de las
cortes, hallando en ellas congregados al Vizconde y conde con algunos
Prelados de Cataluña, y algunos señores y Barones con los Síndicos
de las ciudades y villas Reales de los dos Reynos, y también con los
de Valencia que seguían con el ejército al Rey, vinieron a tratar
de sus diferencias: y puesto que no se concertaron del todo en el
asiento de ellas: pero en proponer el Rey que don Alonso su nieto
hijo del Príncipe don Pedro fuese declarado por sucesor en los
Reynos y señoríos del Rey (fuera lo asignado al infante don Iayme)
le aceptaron y juraron todos sin discrepar ninguno con mucho aplauso
y contentamiento.
Fin del libro XIX.
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