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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro XVIII

Libro XVIII.

Capítulo primero. Del asiento y poderío de la ciudad de Barcelona.


Mostró bien el Rey (por lo que en el precedente libro concluimos) tener su espíritu del todo puesto en Dios, y en acabar la empresa de la tierra santa: pues no fueron parte carne y sangre de tantos hijos y nietos para divertir su santo fin y propósito de proseguirla. Y así despedido de ellos, no paró en Zaragoza: ni en otra parte del camino hasta llegar a Barcelona, para poner en orden la armada, y juntar el ejército: dejando las cosas del gobierno de los Reynos bien concertadas antes de su partida. Fue pues muy grande el concurso de gente de todas partes, además del ejército, que vinieron a esta ciudad, no solo de procuradores y síndicos de las ciudades y villas Reales de los tres Reynos para ayudar con su extraordinario servicio a los gastos de esta empresa: pero de muchos otros, que por solo ver al Rey, y el aparato del armada, y municiones de guerra, se congregaron de toda España: mas ni fue de menor maravilla ver la mucha hartura de vituallas y el cumplimiento de alojamientos que para todos hubo en la misma ciudad de Barcelona. Por lo cual, y ser esta una de las más insignes ciudades de España, será bien que digamos algo de su asiento y origen, de su maravillosa traza y bien labrados edificios, junto con su gran poder, y valor de ciudadanos, y mucho más de la ejemplar concordia de ellos para lo que toca al beneficio y conservación de su Repub. La cual fue antiguamente llamada Fauencia (Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino) pero venida a poder de los Cartagineses la llamaron Barcino: por los del bando y parcialidad Barcina que vinieron de Carthago a regirla. Pero destruidos los Carthagineses y su ciudad asolada, los Romanos la redujeron (reduzieron) en colonia con el mismo nombre, y con esto va fuera todo lo que de su nombre después se ha comentado y fingido por algunos, pues se llama hoy día Barcelona. Y es de las bien trazadas, y mejor edificadas ciudades que haya otra. Porque está hecha como media luna, atajada por el mar al oriente, extendida sobre una espaciosa llanura a las raíces de un monte alto que da en la mar, y sirve de atalaya, para descubrir de bien lejos las naves y bajeles que a ella vienen, al cual llaman Monjuhi, que significa monte de Ioue, o Iupiter: o porque en él solían antiguamente los gentiles sacrificar a Iupiter dios de las riquezas, que las estiman tanto y guardan mejor en esta ciudad que en otras: o porque la gente de ella es muy Iovial en sus regocijos, y de más suave trato que la mediterránea de Cataluña, que de si es saturnina y triste, y que el vengar las injurias es su alegría. De este monte se puede bien decir que vale de padre y madre a la ciudad: pues no solo con su oposición al mediodía la defiende del excesivo calor que padecería, y que con el atalayar le avisa del bien o mal que por la mar le viene: pero también la ha como parido de sus entrañas: pues nació toda de la pedrera del monte, sin disminución de él, en tanta copia, que amontonada ella, sin duda que haría otro mayor monte por si sola. Y así por ser edificada de tan excelente piedra que se endurece en el edificio, son las casas, templos, palacios y edificios públicos, con su muy torreada muralla, de lo más bien labrado, y fuerte que pueda ser otro. Con esto y estar de todas armas y artillería gruesa muy abastecida, es hoy sobre cuantas ciudades hay en España más puesta en defensa. También es muy alegre su campaña y harto fructífera: aunque su mayor abundancia de mercaderías le entra por el mar que bate su muralla:
y así por las continuas entradas y salidas de bajeles con nuevas gentes que vienen de cada día, y por lo que la vista y contemplación del mar a todos mucho alegra, su mayor regalo y recreo es la marina. Puesto que no hay puerto seguro sino playa abierta por toda ella: pero se halla tan honda que se quiso antiguamente formar muelle allí, y en fin se pueden los bajeles asegurar mejor que en cualquier otra playa. De aquí le vino ser su trato de mar muy poderoso y extendido: señaladamente después que cesó el de Tarragona, por las guerras y destrucción de los Moros que pasaron por ella (según que en el precedente libro quinto se ha largamente referido) que por esto se trasladó toda la negociación de mar a Barcelona. De suerte que así por los grandes aparejos de ataraçanales, como de maderamiento, y los demás pertrechos que produce de si la tierra, los ciudadanos por mandato de sus Reyes, se dieron tanto a hacer todo género de navíos, y más de galeras, hasta ponerlas a punto de navegar y pelear con ellas, que como colonias las han siempre enviado por el mediterráneo adelante, para representar su renombre y fuerzas en diversas partes. Lo que se puede muy bien apropiar a esta ciudad, y decir de cuantas armadas ha echado en mar y proueydo así de armas y soldados, como de remeros y xarzias, que otras tantas ciudades ha edificado: porque las armadas gruesas por mar, son otro que unas muy fuertes y bien regidas ciudades, o verdadero retrato de muy concertadas Repub. y no solo esperan a los enemigos, pero también los van a buscar y sacar de sus casas, como se prueba por los grandes efectos que con ellas los mismos ciudadanos y gente Catalana han hecho por mar en servicio de sus Reyes. Por ser gente de si muy belicosa y hecha de tal compás que cuanto más rehúsa de ser pechera en la hacienda: tanto más a las necesidades y hechos de armas de sus Reyes suelen prontamente acudir con sus personas y vidas. De manera que por estas, y otras muchas comodidades y cumplimientos de valor y poder que esta ciudad siempre tuvo, meritoriamente llegó a exceder a muchas otras en el pacífico y seguro estado de gobierno que de si tiene: no tanto por su buen asiento y fortificado muro, cuanto por su mucha religión y buen gobierno, que de la sobriedad y gran concordia de los ciudadanos nace en ella. Pues dado que ellos con ellos entre si sean gente desapegada: pero en lo que toca a fidelidad con sus Reyes, y común defensa de la patria (como gente de pocas palabras) no hay Lacedemonios que más liberal y determinadamente empleen sus vidas, por la conservación de ella. Pues como llegase el Rey y fuese muy bien recibido de la ciudad y ejército, quiso luego reconocer la armada que poco antes mandó poner en orden, y como la halló tan bien provista así de vituallas, como de remeros y todo género de armas: no solo alabó mucho la diligencia y solicitud del proveedor: pero se maravilló extrañamente de la sobrada riqueza y poder de la ciudad, así para hacer y poner en el agua la armada, como para proveerla con tanta prontitud de cuanto menester era.





Capítulo II. Como el Rey pasó a Mallorca, y cogido el servicio de ella, con el magnífico presente que Menorca le hizo, se volvió a Barcelona.


Estando ya aprestada el armada, mandó el Rey llamar algunos Prelados y señores del Reyno para dejar las cosas del bien asentadas, por haber de ser la jornada larga y la vuelta dudosa. Lo cual concertado y proueydo como convenía, entretanto que acababan de llegar algunas compañías de infantería de Aragón, y de lo mediterráneo de Cataluña, se metió en una galera muy bien armada, y con otro bergantín para ir descubriendo en delantera, pasó con muy buen tiempo a remo y a vela en treinta horas a Mallorca, por visitar la Isla y proveerse de algunas cosas necesarias para la armada. Como llegase al puerto de la ciudad y saltase en tierra impensadamente, entrando en ella se holgó muy mucho de verla tan ampliada, y como de nuevo edificada: señaladamente con las obras del gran Templo, de la fortaleza, y fortificación del puerto, que se levantaban muy magníficos, y estaban ya bien adelante. Tuvo también a muy grande maravilla, y como de la mano de Dios, que ni el Rey de Túnez ni los demás de la África con tan continuos viajes y empresas de guerra que hacían contra España por la Andalucía, nunca hubiesen intentado la conquista de la Isla, ni aun de las otras vecinas: para que de aquí se entienda, cuanta fue la opinión y estima que hubo de este sabio y valeroso Rey, y cuanto el respeto y temor que los Moros de África le habían concebido, pues no con armas, sino con sola la fama de diligente y belicoso, pudo defender sus Reynos Isleños, y que los viesen de paso, mas no llegasen a ellos sus enemigos. De manera que reconocida la ciudad con alguna parte de la Isla y pedido servicio para la jornada de Jerusalén, le sirvieron con cincuenta mil sueldos de plata, y por ellos les hizo el Rey iguales gracias como si fueran de oro. Y alabó no solo el amor y fidelidad que a su persona tenían, pero mucho más la buena diligencia y solicitud que en la guarda y conservación de la ciudad e Isla mostraban. Estando en esto llegó el gobernador y oficiales Reales de Menorca con un riquísimo y magnífico presente de mil vacas que le hacía la Isla. El cual dieron los moros de ella en señal de su fidelidad y servicio muy de buena gana. Estimó esto el Rey en tanto para la provisión de la armada, que mandó al gobernador tratase muy bien a los Moros de la Isla, y de su parte les agradeciese mucho el buen servicio que le habían hecho. Puestas mil vacas en tres naves y cuatro taridas se volvió con todo ello a Barcelona.


Capítulo III. Como vuelto el Rey a Barcelona hizo reseña de la gente y se embarcó, y de la gran tormenta que se levantó en comenzando a navegar.


Aprestada ya la flota de treinta naves gruesas y XII galeras, con otros muchos bergantines y fragatas, y llegada toda la infantería, se embarcaron ochocientos hombres de armas con tres caballos para cada uno, con los Almugauares de a caballo, y la demás gente de a pie, que fue fama llegaban a veinte mil infantes, y que con don Fernán Sánchez su hijo, y los señores de título, y barones que le seguían y otros caballeros, sería toda la gente de a caballo hasta mil y dociétos. Acabados de ajuntar todos, el Rey con los prelados y señores del Reyno tuvo consejo, en el cual se nombraron los que quedaban para gobierno del Reyno, y pues el Rey tenía ya hecho su testamento y la repartición de sus Reynos y señoríos en sus dos hijos don Pedro y don Iayme ya príncipes jurados, y que los dejaba con ellos por lo que del podía suceder yendo en una jornada tan peligrosa y dudosa, les rogaba tuviesen toda buena alianza con ellos: pues así volviendo sano y salvo de esta jornada, como perdiendo en ella la vida para ganar la del cielo, allá y acá tendría siempre cuenta con ellos. Venido el día de la embarcación, luego por la mañana oída misa, el Rey con algunos principales del Reyno como era costumbre recibieron el santísimo sacramento, y lo mismo haciendo cada uno de los soldados se embarcaron. Entró con ellos el Obispo de Barcelona, y el Sacristán de Leryda que después fue Obispo de Huesca, con muchos sacerdotes para ministrar los sacramentos a los del ejército. Y como fuese entrada del Otoño, cuando ya cesan las calmas y los vientos son más reforzados, mandó el Rey que luego por la mañana se hiciesen todos a la vela: puesto que el tiempo no era del todo hecho. Mas no hubieron navegado cuarenta millas costeando hasta llegar en alta mar, cuando al anochecer, por correr levante, y no haber podido salir todas las naves juntas, determinó por consejo de Ramón Matquet principal piloto, volver a Barcelona, para recoger toda la armada, y llevarla delante si: la cual con el viento contrario que se levantó de medio día abajo, había dado en la playa de Ciges cerca de Barcelona hacia el mediodía. Y con una sola galera que halló delante la ciudad, de paso recogió las naves, y hecha reseña de nuevo, dio a Fernán Sánchez el cargo de general del armada. El siguiente día no con muy buen tiempo partieron de Ciges, y llegaron a vista de Menorca: a donde pensando poder tomar puerto, súbitamente se levantó tan grande tempestad y contrariedad de vientos entre levante y tramontana que los echó a la mar y trajo a riesgo de perderse por querer resistir al tiempo con el recelo que tenían de dar en Berbería (Berueria). Además que se reforzaron los vientos de tal manera que causaron grande tempestad y borrasca con tanta oscuridad, que pasaron largos cuatro días con sus noches que ni se vio sol, ni luna, ni estrellas en el cielo. Y así perdido el tino con la oscuridad y con los recios encuentros de las olas, no pudiendo ya regir los gobernalles de las naves, se alejaron las unas de las otras por no venir a encontrarse y perderse del todo: de las cuales parte tuvieron firme, y por no perder al Rey se sujetaron a muy grande peligro, parte fueron del todo forzadas hacerse a lo largo y seguir la capitana de Fernán Sánchez que siguió su camino para Jerusalén como adelante diremos. Mas el Rey, que en comenzando la tormenta se pasó a la nave de Ramón Marquet, comenzó a ser muy importunado por los de la misma nave, y también por los Pilotos de las otras con los capitanes y soldados, que a voces nombraban al Rey, y se le allegaban suplicando con lágrimas se apiadase de ellos, y que volviesen atrás: pues cesando la tramontana, se había opuesto el lebeche tan reforzado que doblaba la tormenta y los ponía en mayor peligro. Lo mismo encarecía Marquet con sus marineros, porque veían crecer la tempestad de punto en punto y era tan espantosa su furia, que no parecía tormenta de vientos sino furor del cielo airado contra los navegantes. Allende que ya las demás naves o habían perdido el timón, o rompido el mástil, y las velas, además de hacer agua todas, y los caballos del Reyq iban en aquella nave ya echados a la mar, y se podía creer ser lo mismo de los que iban en las otras.


Capítulo IV. Como porfiando el Rey de pasar adelante contra la opinión de los Pilotos, el Obispo de Barcelona le persuadió diese lugar al tiempo, y tomase puerto.


Como todavía Marquet con todos los marineros representasen al Rey el grandísimo peligro en que estaba puesta la armada, por lo que está dicho, y de cansados ya casi ninguno hiciese su oficio, antes bien todos desamparasen la nave, con todo eso confiando el Rey que amainaría la tempestad, procuraba animarlos, diciendo que Dios en cuyo servicio iban, y los ángeles sus ministros eran con ellos, que implorasen su auxilio porque aunque fluctuasen no perecerían. Pero como la tempestad creciese, recurrieron al Obispo de Barcelona todos los marineros de la nave Real con el piloto para que persuadiese al Rey diese lugar se tomase puerto donde pudiesen: porque la nave había hecho mucha agua, y realmente se iban a fondo, y que le significase era la determinación de todos ellos que por la salvación de su Real persona, le perderían el respeto, y tomarían la primera tierra que pudiesen. Oído esto el Obispo con el Sacristán y Teólogos que venían en la misma nave se juntaron, y fueron a encerrarse con el Rey en la cámara de popa, y el Obispo le habló de esta manera. Ciertamente (Rey y señor nuestro) que ni es de cristiana virtud, ni de constancia heroica, mas antes sabe a crueldad inhumana, que viéndonos en tan manifiesto peligro queráis ser tan pertinaz en el navegar, que ni de toda la armada, ni de nosotros, ni de vos mismo tengáis compasión ni piedad alguna. Sino que queréis vos solo contra la opinión de los que lo entienden usurparos el gobierno de la mar, sin considerar cuan otro es al de la tierra, y el uso del pelear cuan diferente uno de otro: pues no salen contra nosotros escuadrones de gente armada, no hombres contra hombres, sino vientos, lluvias, y truenos, relámpagos, rayos, torbellinos, y todas las tempestades juntas son las que hechas un cuerpo caen y dan sobre nosotros: a las cuales, no con fuerza de armas, sino con solo volver las espaldas, y huir de ellas es lícito resistir, y sin perder honra, hurtarles el cuerpo: pues no hay cosa de mayor arte en el navegar, no pudiendo tomar puerto, que seguir la tempestad: ni de mayor sabiduría y discreción, que a los vientos, a quien no podemos mandar, si son del todo contrarios, obedecer, y si nos echan a tierra, mayormente a la propia (como ahora vemos) correr con ellos a rienda suelta. Que ni hay porqué estar solícito, ni con el ánimo suspenso, por lo que dirán, dejando la empresa: porque esta más es de Dios que vuestra: ni por vos señor ha sido, sino solo por el nombre de Cristo, y para ensalzamiento de su santa religión y fé católica comenzada. Pero como veamos que esta se nos estorba con tan horrible y espantosa tormenta, y tempestades de mar y cielo: las cuales ni se levantan, ni mueven sin la voluntad divina: por ventura, o no es grata, ni accepta a Dios nuestro Señor esta empresa, o para en otro tiempo, con más comodidad se os reserva el acabarla. Por tanto no tengáis señor cuenta con lo que será, sino con la necesidad presente y urgente: y para que no llevéis vos solo la culpa de tan miserable pérdida y muertes de tantos y tan esclarecidos capitanes y soldados, sino que más presto a vos, a nosotros, y a todos salvéis la vida, mandad a los pilotos tomen el primer puerto que la misericordia divina nos deparare: para que en la tierra, y no en la mar podáis con más libertad y tranquilidad de ánimo determinaros en lo que más conviene.




Capítulo V. Que convencido el Rey por las razones del Obispo mandó a los pilotos tomasen puerto, y como apartados, de súbito cesó la tormenta, y de las causas porque no volvió a navegar.


Como el Obispo acabó su razonamiento, luego fueron con el Rey el Sacristán con los Teólogos y religiosos, y con lágrimas le encargaron la conciencia y suplicaron lo mismo. Fue cosa milagrosa, que en el punto que comenzó el Rey a ablandar su pecho y pertinacia, comenzó también a amainar la tempestad y tormenta. Y al tiempo de medio día, deshechas las espesísimas tinieblas que lo cubrían todo, se descubrió el sol, y repentinamente parece que se abrió el cielo, y descubrieron tierra: y la nave del Rey y otras con el favor divino aportaron a la provincia de Narbona al puerto de Aguasmuertas: pero se levantó un viento de tierra que les impidió la entrada, y las echó en el puerto de Adde más cerca de Narbona. A donde el siguiente día desembarcó el Rey, y en poniendo el pie en tierra, se fue para la iglesia de nuestra señora de Valverde, donde hizo infinitas gracias a nuestro señor y a su bendita madre, por haber librado a él y a los suyos de tan terrible tempestad, y restituido los a tierra firme. Después volviendo los ojos a la mar viéndola tan reposada y mansa, pensó de volver a ella: pero como entendió que de toda la flota que de Barcelona saliera, apenas había con él aportado la mitad, y aquella quedase tan quebrantada y rota de la tempestad pasada, que por maravilla había naves ni galeras, que fueron las más mal libradas, que no se hallasen, o con las velas rotas, o con el mástil (mastel) y antenas quebradas, o caído el timón y que por aliviarlas no hubiesen echado a la mar los caballos, y máquinas, con los demás instrumentos de guerra. Allende desto, que ni de la otra mitad de la flota sospechase otro que el mismo trance y fortuna de la suya: determinose en dar lugar al tiempo y por entonces no volver a navegar, sino diferirlo para otro más oportuno, cuando reparada la armada sería más fácil la empresa. Luego llegó a él, el Obispo de Magalona en cuyo distrito estaban, y el hijo de Ramó Gaucelin principal barón de aquella tierra, los cuales proveyeron al Rey y a los suyos de vituallas y lo demás necesario para rehacerse del trabajo pasado, con mucha abundancia. Lo cual el Rey les agradeció mucho, y se partió para Mompeller que estaba muy propinquo de allí, a donde se detuvo algunos días para que tomasen huelgo los suyos, y se reparase la flota.




Capítulo VI. Del discurso que hizo la otra mitad del armada que llevaba don Fernán Sánchez, como llegó a Jerusalén, y volviendo por Sicilia fue armado caballero por el Rey Carlos.


Llegada la mitad de la flota con la persona del Rey al puerto de Adde (como está dicho) la otra mitad que pudo resistir a la tempestad, siguiendo la nave de don Fernán Sánchez, con la de Ximen de Urrea, pasaron adelante, porque se alargaron con la tormenta hacia la costa de Berbería y navegaron entre ella y Cerdeña, y Sicilia y por la costa de Cádia y Chipre hasta que llegaron a Acre villa y puerto de la Palestina no lejos de Jerusalén: donde fueron con grande alegría recibidos del gran Maestre de Rodas que allí estaba, y de otros Cristianos que como tuvieron nueva de su llegada, vinieron de Jerusalén a verlos, con estar muy maltratados de todo auxilio. Mas como la villa estuviese desguarnecida y sin defensa, propinca a otra que poco antes habían combatido los Turcos y tomado por fuerza de armas, pareció que no era seguro esperarlos allí, ni emprender de pelear con ellos siendo tan pocos los del armada y estar tan fatigados de las tormentas pasadas. Y porque se iban ya allegando los Turcos al puerto para hacer presa en ellos determinaron de volverse a las naves, y buscar al Rey por el mismo viaje que trajeron. De manera que partiendo el trigo y vituallas que traían con el gran Maestre y Cristianos, y animándolos mucho para que confiasen en la venida del Rey que sería allí presto con toda la armada a librarlos, salieron del puerto y se volvieron sin descubrir en ninguna parte gente ni socorro de los Tártaros, ni del Emperador Paleologo, y sin esperar más pasaron a vista de Chipre y Rhodas tocando en la Asia menor. De ahí (ay) a vista de Candia, tomando la derota por junto al Zante llegaron a Sicilia y costeando y doblando los cabos de la Isla aportaron en Palermo ciudad principal y la mayor y más fortificada de la Isla, a donde solía ser la residencia de los Reyes. Como se hallase a la sazón allí el Rey Carlos de Angeu que venció poco antes, y mató al Rey Manfredo (como arriba contamos) y entendiese que un hijo del Rey de Aragón era allí aportado, salió al puerto a recibirle y le hospedó con grande honra y aparato, y le entretuvo algunos días tratándole muy espléndidamente como quien era. De donde se le aficionó tanto Fernán Sachez que le pidió por merced le armase caballero, porque se honraría mucho en recibir este favor de su mano. Lo hizo Carlos de muy buena gana, y celebró en ese día aquel oficio con extraña suntuosidad y pompa. Puesto que todas estas prendas de amor y amistad tan de presto dadas y tomadas entre los dos fueron ocasión de mayor odio y discordia entre Fernán Sánchez y el Príncipe don Pedro su hermano que como sucesor de Manfredo su suegro le hizo después cruel guerra y le ganó a Sicilia y aun en Fernán Sánchez puso las manos como adelante se dirá.




Capítulo VII. De las fiestas y suntuosísimos regocijos que el Rey de Castilla hizo en Burgos a las bodas del Príncipe su hijo y de los muchos Príncipes que se hallaron en ellas con el Rey don Iayme.
Partió el Rey de Mompeller para Cataluña y de allí sin detenerse pasó a Zaragoza a donde halló un embajador del Rey de Castilla su yerno que le dijo, como el Rey su señor había sabido de su gran tormenta de mar y tempestad pasada y también de su vuelta a salvamento, de lo cual él y la Reyna se habían infinitamente alegrado, y hecho gracias a nuestro señor por ello, y porque tanto más deseaban gozar de su vista, le suplicaban que para solazarse y aliviarse del trabajo pasado, tuviese por bien de venir a Burgos a dar su bendición al Príncipe don Fernando su nieto, y hallarse en las bodas que había de celebrar con doña Blanca hija del Rey Luys de Francia. Donde se habían de hallar juntos el Príncipe su hermano que la traía, acompañado de muchos Prelados y grandes de Francia. Y don Eduardo Príncipe de Inglaterra casado con doña Leonor hermana del de Francia, y con ellos el Marqués de Monferrat de Italia, con los embajadores de los electores del Imperio de Alemaña, que a la sazón eran llegados con la nueva de su elección en Rey de Romanos. Lo cual oído por el Rey se alegró extrañamente, y se puso luego en camino para hallarse en la fiesta, llevando consigo algunos principales señores del Reyno puestos muy en orden para salir a las justas y torneos y las demás fiestas de la boda. Pasó por Tarazona, y de allí a Ágreda, donde fueron sus primeros desposorios con doña Leonor, y a donde le esperaba el Rey don Alonso, y continuando su camino llegaron juntos a Burgos, a donde habían llegado ya todos los nombrados, ni faltó don Alonso señor de Mesa y Molina tío del Rey don Alonso, juntamente con los hermanos don Fadrique, don Manuel, y don Felipe el que casó con doña Cristina hija del Rey de Noruega: los cuales para estas bodas disimularon sus rencores e hicieron como treguas en la guerra de pasiones que con don Alonso tenían. Postreramente llegó el Príncipe don Pedro el cual igualando con el Rey su padre en grandeza y majestad de personas excedían a todos los demás Príncipes y representaban bien lo que eran. Luego tras él llegaron los demás hermanos don Iayme Príncipe de Mallorca y don Fernando señor de Ixar, y don Fernán Sánchez que llegaba de Jerusalén. Asimismo acudieron a la fiesta don Iayme y don Pedro hijos de doña Teresa, porque muerta doña Violante no era tan viva la pasión del Rey y don Pedro contra ellos, mas ya se veían y trataban. También se halló presente don Sancho el Arzobispo de Toledo que les dijo la misa, con todos los demás Prelados y grandes de Castilla. Los cuales fueron todos con sus criados, gente y caballos espléndidamente aposentados y proueydos de toda cosa con abundancia, que fueron las mayores cortes y junta de Príncipes que Burgos jamás en si tuvo. Se celebraron las bodas solemnísimamente con la mayor alegría y magnificencia que jamás se vieron otras, a causa del grande concurso. Acaeció que celebrada la misa Eduardo Príncipe de Inglaterra quiso ser armado caballero por mano del Rey don Alonso, juntamente con don Fernando su hijo el novio de las bodas. También recibieron de mano de Eduardo la misma dignidad los hermanos de don Fernando con don Lope Díaz de Haro señor de Vizcaya. Estas bodas después de oída la misa y tomada la bendición del Rey aguelo, y padre don Alonso, se entretuvieron y solemnizaron con fiestas de justas, torneos, cañas, juegos, espectáculos, toros y otros muchos regocijos, por espacio de medio año, desde la primavera al otoño. Porque siendo (como dicen) Burgos de verano fría, no hubo ningún exceso de calor para impedir el continuo y encendido ejercicio de tantas justas y torneos con los demás juegos que en todo aquel tiempo hubo. Y lo que más fue de maravillar es que en todo este tiempo a ninguno de los convidados se le ofreció necesidad, ni ocasión para haber de dejar la fiesta por volver a sus casas. Mostrose don Alonso en esta jornada con los extranjeros y suyos más largo y magnífico que cuantos Príncipes hubo en la Europa. Y acabada la fiesta se despidieron unos de otros con mucho gusto y contentamiento de todo haciendo muchas gracias al Rey de Castilla porque los enviaba tan obligados a celebrar la perpetua memoria de su tan extraño poder y magnificencia.




Capítulo VIII. De las quejas que los grandes de Castilla dieron al Rey don Iayme de don Alonso su yerno por su maltrato, y como se muestra no ser aptos para gobierno los hombres muy especulativos.


Mas porque lo digamos todo, señala el Rey en su historia como algunos de los grandes de Castilla mientras duró la boda y fiestas, le hablaron muy en secreto y dieron grandes quejas del Rey don Alonso, porque se trataba con todos inicua y soberbiamente, sin ningún respeto ni deferencia de personas en el gobierno del reyno, como si fuera de Moros, y que se había tan desmesuradamente con algunos, que no solo los tenía muy enajenados de su devoción y servicio, pero muy movidos a juntarse todos y echarle del Reyno: tantas eran las ocasiones que de cada día les daba, para llegar a esto, y aun de pasar más adelante. Y cerca desto le descubrieron algunas particularidades de agravios y desafueros tales, que al Rey le parecieron bien dignos no solo de fraterna, pero de muy pronta enmienda, so pena que se había de perder don Alonso por querer mucho saber, y falta de no conocerse. Porque fue este Rey entre todos cuantos hubo en Castilla antes y después doctísimo en diversidad de ciencias, señaladamente en Astrología, pues como antes dijimos, compuso en esta ciencia altísimamente las tablas que llaman Alfonsinas, para gran uso y compendio de la misma ciencia. Pero cuanto más él se dio a la especulación de los cursos del Sol y de la Luna con los planetas, y en poner los ojos en el movimiento e influencia de los cielos, tanto más vino a perder la consideración y cuidado de las cosas terrestres, y como a perder las riendas del regimiento y gobierno de sus Reynos y de la Repub. Porque siempre estuvo con el ánimo agenado de ella, y así del mucho tratar con la velocidad y mutación de los cielos y discursos de planetas, vino a salir el más inconstante, vario, difícil e impaciente hombre del mundo, a imitación de los Alquimistas, que de tratar tanto con el azogue que es inconstante, voluble y que nunca está quedo, quedan con los ojos y cabeza temblando como azogados, que dicen. De donde los tales puestos en el regimiento de las cosas humanas y terrestres, que son tardas y pesadas, es necesario que las tengan en poco, y como por afrenta el aplicarse a ellas: y así es imposible darse a los negocios sino con mucha dificultad y extrañeza, porque son como huéspedes y peregrinos en ellos. De manera que ni conocen con quien tratan, ni tienen el respeto que a cada uno en el tratar deben: sino que aborreciendo todo negocio como enemigo formado de su tan amado ocio y contemplación, de tal suerte aborrecen a los negociantes, que dan toda ocasión para ser aborrecidos de ellos. Oyendo pues el Rey las justas causas de los grandes, por tener muy bien experimentada la inconstancia de don Alonso creyó muy de veras lo que se refería del y de sus cosas, pero con todo eso les respondió, guardasen toda fidelidad y obediencia a su Rey, porque confiaba habría mejoría y enmienda en sus cosas. Y despidiéndose con mucha gracia de todos, y de la Reyna su hija y nietos, se partió de Burgos acompañado del mismo don Alonso hasta Tarazona.




Capítulo IX. De la fraterna con tres buenos consejos que dio el Rey a don Alonso para bien gobernar, y estar siempre en gracia y amor de sus vasallos.


Partido el Rey de Burgos, habiendo ya salido antes de él don Pedro con los demás hermanos cada uno para donde el Rey les había ordenado, quedando con solo don Alonso que quiso acompañarle hasta Tarazona, pareciole con la ocasión del camino, por lo que le amaba, siendo tan conjunto suyo y padre de sus nietos, darle algunos buenos documentos, como avisos necesarios para su buen regimiento y del Reyno. Y así le advirtió prudentísimamente y con buen modo, de cuatro principales vicios en que pecaba don Alonso con que perturbaba todo su gobierno, añadiendo a cada uno su virtud contraria, para que como buen médico, según la enfermedad así se le representase el remedio. Lo primero que no tuviese odio ni rancor contra sus vasallos porque esta era cosa propia de tiranos, si no quería ser más aborrecido que temido, y nunca llegar a ser amado de ellos. Porque este rencor y odio callado, no viene sino de haber tentado algunas cosas malas en el pueblo, y por no ir acompañadas de honestidad y continencia, no haber salido con ellas. Y como no hay cosa que más refrene a los pueblos que ver a los Reyes refrenarse a si mismos: así para la propia seguridad y descanso cumple no aborrecerlos ni con inicuas obras exasperarlos. Lo segundo que de los tres estados de que está compuesta la Repub. Ecclesiásticos señores, y pueblo, ya no pudiese con todos (aunque esto sería lo mejor) al menos estuviese bien con los Prelados, Sacerdotes y estado Ecclesiástico. Porque en tener a estos de su parte, y aconsejarse con ellos, autorizaría mucho sus cosas, y por su medio atraería más a si los populares, y refrenaría la fantasía y altivez de los grandes. Lo Tercero que los grandes nobles y caballeros es justo si son insolentes y desacatados, sean reprendidos y castigados, pero no ultrajados y afrentados: porque son los que mantienen el honor de la República, son los brazos de la guerra, y fundamentos de la paz: por los cuales siempre fueron los Reyes temidos de sus enemigos. Lo postrero que no condenase a ninguno sin oírle primero, y guardarle su justicia. Porque esto no solo arguye al Príncipe que tal hace de tirano y atrevido, pero quita muy inicamente su crédito y autoridad, así a las leyes que son magistrados muertos, como a los mismos magistrados que son leyes vivas. Finalmente que se acordase que los Reyes nacieron para beneficio y amparo de los pueblos, y que reconociese a nuestro Señor la soberana merced que le había hecho en que siendo hombre no fuese súbdito sino señor de innumerables hombres.


Capítulo X. Como por no seguir don Alonso los consejos que el Rey le dio, se vio en grandes trabajos y desamparo de todos los suyos.


Quedó extrañamente admirado don Alonso de oír los prudentes y tan bien deducidos avisos y consejos que el Rey (a quien hasta allí tuvo por imperito) le dio, y claramente conoció que ninguna de las otras ciencias, sino de la grande experiencia que el Rey tenía de las cosas podían salir documentos tan vivos y convenientes para el buen regimiento de sus Reynos. Y aunque prometió de seguirlos, y observarlos pero por su mal hábito de posponerlo todo a su ocio literario tan ajeno del gobierno Real, aprovechó todo poco: a semejanza de las píldoras que con la esperanza de la salud, aunque amargas se toman de buena gana, pero el estómago, por hallarse de malos humores estragado, no puede retenerlas y las vomita luego. Así don Alonso con su sutil y delicado ingenio fácilmente conoció y tuvo por buenos los sanos consejos que el Rey le dio, y como tales propuso de seguirlos: pero en volver el Rey las espaldas, no solo los olvidó y echó de si: sino que volviendo a su antigua costumbre y perversa condición, cometió tales cosas de nuevo, que fue causa para que todos sus hermanos junto con los grandes del Reyno que todos hacían un cuerpo casi se le rebelasen, y así don Felipe su hermano, viendo el mal trato del Rey juntamente con don Nuño Gonzalo de Lara hijo de aquel gran don Nuño, de quien arriba hablamos, con otros muchos señores de Castilla, y algunos síndicos de villas y ciudades reales, que se cartearon secretamente los unos con los otros, se ajuntaron en la villa de Lerma, y puestas las causas que para ello tuvieron de común consentimiento de todos, juraron de rebelarse contra don Alonso, si no desistía, y se apartaba de poner en ejecución ciertas nuevas leyes y edictos que poco antes había hecho y mandado publicar, que ni para su honra, ni para la utilidad de los pueblos convenía, porque del todo se encaraban para total ruina y destrucción (distruycion) de los grandes y barones del Reyno, sin perdonar a sus propios hermanos. Por lo cual don Felipe no quiso valerse del favor del Rey de Granada, con quien tenía estrecha amistad para recogerse a él, sino que sabiendo las enemistades que con el Rey de Navarra tenía don Alonso, por consejo de los grandes que se ofrecieron a nunca faltarle, se fue para él, por hacer mayor tiro, y despecho a don Alonso.


Capítulo XI. De la infinidad de moros que pasaron de África en la Andalucía, y como vino don Alonso con la Reyna su mujer a Valencia a pedir al Rey socorro.


Por este tiempo que ya el Rey era llegado a Valencia, se entendió como infinito número de Moros Africanos del Reyno de Marruecos habían pasado a la Andalucía, y que aportados en Algezira, se habían apoderado de ella y de la villa de Bejer con hallarla muy proueyda y guarnecida de gente y armas: también que hallándose el Rey don Alonso muy confuso con tal nueva, viendo por una parte los de África con innumerable ejército entrarle por sus tierras, por otra a don Felipe su hermano con los grandes del Reyno apartados de si, y puestos en rebelársele, puso todo su remedio y confianza en el Rey su suegro: y para tomar su consejo, y valerse de su favor, en una tan súbita y urgente necesidad, determinó de venir juntamente con la Reyna su mujer a Valencia, donde el Rey estaba detenido de pasar a Cataluña por entender en averiguar ciertas diferencias (como su historia dice) que se habían movido entre don Guillé Escriua contador mayor del Reyno, que llaman maestro Racional, y el Bayle general receptor de las rentas Reales, dos de los más preminentes oficios Reales del Reyno. Era la diferencia sobre las preeminencias y antelaciones de los dos oficios, o dignidades que tenían, la cual diferencia compuso y asentó el Rey publicando sentencia en favor de don Guillen. Pues como entendió que ya don Alonso y la Reyna estaban de camino, salioles a recibir a Buñol, una pequeña jornada de Valencia, y haciendo allí noche todos, a causa del buen alojamiento del castillo y pueblo, que ahora posee la ilustre familia de los Mercaderes, se vinieron el día siguiente a Valencia, a donde fueron del Senado y pueblo, señaladamente de toda la nobleza y caballería suntuosísimamente recibidos: y dada vuelta por la ciudad que estaba riquísimamente entoldada y abiertas sus ricas tiendas, fueron aposentados en el antiguo palacio del Rey fuera de la ciudad tan abastado de aposentos que pudo quedar allí el Rey para más consolarse con la continua presencia de la Reyna su hija, que fue la más amada de todas. A la cual por hacer más fiestas todos los días que se detuvieron se pasaron en justas y torneos con otros muchos regocijos, de que gozó mucho don Alonso, por estar hecho a pocos cuidados. Pero como le viniesen correos de cada día con avisos de las grandes correrías y daños que los Moros hacían por toda la Andalucía, y el peligro en que estaban las villas y ciudades de ella, después de haberles destruido los Moros y talado los campos, fue necesario dejarse de fiestas y volverse con gran presteza a Castilla, y llevarse la Reyna por ser mujer de gobierno y para mucho. A los cuales acompañó el Rey hasta Villena, y respondiendo a la demanda de don Alonso (que todavía tenía algo de impertinente) y fue pedirle consejo, si movería guerra al Rey de Granada como a receptor de los Moros de allende, le respondió, que entendiese en lo más necesario y urgente como era echar a los enemigos, que después sería a tiempo de vengarse de los de Granada. Con todo eso ofreció el Rey de enviarle socorro contra los Moros, aunque don Alonso se olvidó de pedirlo.


Capítulo XII. De los dos pueblos que el Rey fundó en el Reyno de Valencia, de la revuelta de don Artal de Luna con los de Zuera, y como se vio otra vez en Alicante con don Alonso, y lo que pasó con él.


Quedó el Rey muy descontento de los despropósitos, y poco gobierno de don Alonso porque mostraba estar fuera del caso, y lo poco que se había aprovechado de sus consejos. Pues al tiempo que la infinidad de enemigos se le entraba por sus tierras se vino con la Reyna muy despacio para Valencia como para bodas, so color de pedirle consejo de lo que haría en tan urgente necesidad. Y a la postre le pidió uno por otro, y se olvidó de pedir lo importante: y así conociendo su condición, y lo poco que había de aprovechar cosa que le dijese, se despidió de él y de la Reyna, y se volvió a Xatiua. Yendo pues de camino pareció al Rey mandar fundar dos pueblos en dos sitios muy cómodos: el uno en la valle de Albayda encima de Xatiua hacia el medio día llamado Montaberner, y el otro dicho Orimbloy junto a Denia y les dio sus términos y territorios. En este tiempo que de vuelta de Villena el Rey se entretenía en Ontinyente que es una de las poderosas y principales villas de las montañas del Reyno junto a Biar, tuvo nueva de Zaragoza como don Artal de Luna, por ciertas diferencias que tenía con los de la villa de Zuera en el término de Zaragoza se puso con su gente en celada aguardando a los de Zuera que salían mano armada para ir a dar sobre un pueblo de don Artal, el cual se adelantó y dio sobre ellos, y desbaratándolos mató XXVII. Por esto determinó luego partirse para Aragón, y llegando a Torrellas que ahora llaman Torrijos junto a Camarena aldea de Teruel, salió el Infante don Iayme al encuentro al Rey su padre, a pedirle licencia para ir a Francia a concluir un matrimonio que se trataba entre él y la Condesa de Niuers. De este don Iayme dudan algunos si fue el legítimo hijo de doña Violante. Porque como se cuenta en el precedente libro, poco antes se había casado con Esclaramunda hija del Conde de Foix en la Guiayna: por donde o era ya muerta Esclaramunda (de lo que no habla ninguna historia) o si era viva, no podía ser este don Iayme otro que el hijo de doña Teresa, el cual como estuviese en la tenencia de Xerica que no está lejos de Torrijos salió al camino al Rey y le pidió favor y fuerzas para efectuar este casamiento. Y el Rey se contentó de ello y le mandó proveer de dinero y gente que le acompañase y honrase en esta jornada. Llegó pues el Rey a Zaragoza, y luego mandó citar a don Artal para ante su presencia. En este medio recibió cartas de don Alonso de Castilla, diciendo deseaba mucho verse con él para comunicarle ciertos negocios a los dos muy importantes, y tales que no se podían encomendar a la pluma, que le suplicaba se viesen en Alicante. El Rey quiso contentarle, aunque siempre pensó sería algún movimiento de planeta y de sus acostumbradas invenciones, por divagar, y no hacer nada de lo que bien le estuviese: y así partió para Alicante a donde halló ya a don Alonso que le aguardaba. El cual encerrándose con el Rey le dijo en gran secreto y en suma que ciertos principales ricos hombres de Aragón juntados con los que en Castilla se le habían rebelado y pasado a otros Reynos se habían concertado con los Moros de allende y con los de Granada, para mover guerra contra los dos, que por tanto viese lo que en tan nuevo caso debían hacer. Mas le pidió si le parecía bien mover guerra contra los gobernadores de las dos ciudades Málaga y Guadix: porque estos eran los mayores receptadores de los moros de África, o si sería mejor fingir amistad con ellos, y hacer guerra al Rey de Granada, como principal autor de tantos males. No dejó el Rey de conocer la inquietud e inconstancia de ingenio de don Alonso, y lo poco que calaba los negocios del gobierno y de guerra: pues de no tomarlos con el valor y ánimo que se requiere, no los acababa, y de aquí daba en otro inconveniente mayor que tenía a todos por sospechosos. Con todo eso le aconsejó que en ninguna manera quebrantase las treguas que había hecho con el Rey de Granada: y a lo de la conjuración de los grandes de Aragón y de Castilla, que quitase las ocasiones para rebelársele a sus ricos hombres, que lo mismo haría él a los suyos, porque este era el mejor remedio y medicina para este mal. Y para esto se acordase de los consejos que le dio volviendo de Burgos para Aragón por el camino, desengañándole que en su propia mano estaba el fuego y el cuchillo, pero entretanto cada uno mirase por si: y en caso de necesidad, que no se faltase el uno al otro.
De donde se colige que el Rey o por el dicho de don Alonso, o por algunos indicios que para ello tuvo, no dejó de dar algún crédito a lo que don Alonso le dijo, por lo que después se siguió.


Capítulo XIII. Que condenando el Rey a don Artal de Luna, se descubrieron algunas malas voluntades contra el Príncipe don Pedro cuyos criados tentaron de matar a don Sancho su hermano.


Vueltos los Reyes cada uno para su casa, maravillose mucho el Rey de su yerno don Alonso, con ser tan letrado en varias ciencias, tener tanta falta de consejo, y venir a ser tan sospechoso, y medroso, que no solo a los suyos, pero aun a los extraños pusiese en sospecha de rebeldes y así comenzó a pronosticarle todo mal successo en sus cosas. Se vino para Huesca, a donde convocó cortes, para que por las causas allí referidas contra don Artal así por lo hecho contra los de Zuera, como porque siendo citado no había comparecido, se procediese contra él, y se le hiciese cruel guerra en todas sus villas y lugares. Y para esto acudiesen todos los que por aquella tierra recibían gajes del Rey. Publicada esta guerra hubo tal sentimiento de ella en Aragón y Cataluña, que comenzaron a moverse diferencias y levantarse alborotos grandes entre los señores y barones, no tanto por don Artal cuanto por el odio y rencor que todos tenían al Príncipe don Pedro. Mayormente en Aragón, porque ya no de secreto, ni disimuladamente, sino muy a la descubierta perseguía a don Fernán Sánchez su hermano, después que volvió de Jerusalén y Sicilia: a causa de la amistad grande que había tomado con el Rey Carlos formado enemigo de don Pedro (como está dicho). Llegó tan adelante este negocio que tentó diversas veces don Pedro de matar a don Sancho: señaladamente poco antes cuando los dos se hallaron en Burriana, a donde los criados de don Pedro, al punto de mediodía con las espadas en las manos comenzaron a discurrir por todo el palacio, y osaron señalar que buscaban a don Fernán Sánchez para de hecho matarle, como sin duda lo pusieran por obra, si él no se saliera del palacio con su mujer a más que de paso, y se pusiera en salvo. Esto lo confirma Asclot diciendo, que el odio de don Pedro, no era tanto por la amistad que don Fernán Sánchez había tomado con el Rey Carlos, cuanto por haberse persuadido que don Fernán Sánchez asegurándose con el favor y ayuda de Carlos, había prometido de matar a don Pedro, para que más libremente y sin cuidado gozase el Carlos de Sicilia.


Capítulo XIV. De los muchos que favorecían a don Fernán Sánchez contra don Pedro, y del razonamiento que contra él hizo don Fernán Sánchez ante el Rey.


Conoció claramente don Fernán Sánchez hasta donde llegaba el odio e ira grande que don Pedro le tenía, y que según era altivo y determinado, no reposaría jamás hasta que le hubiese sacado del mundo. Por eso determinó valerse del favor y ayuda de ciertos barones de Cataluña, los cuales al tiempo que la gobernaba don Pedro, fueron de él muy mal tratados, señaladamente por lo que había hecho contra un caballero muy noble llamado don Guillé de Odena al cual condenó a echarlo vivo dentro de un saco en el río, y que muriese ahogado, que fue mayor pena de la que por ley se debía. Con estos, y con el favor de don Ximen de Vrrea su suegro, y también de otros a quien en días pasados, había quitado el Rey sus campos y posesiones por haber seguido la parcialidad contraria de don Pedro, alcanzó don Fernán Sánchez ser muy favorecido de ellos, y para eso se conjuraron todos, y le ofrecieron de seguirle con la vida y hacienda en esta demanda. No contento con esto don Fernán Sánchez antes que esta conjuración se publicase, se fue para el Rey, al cual informó de todo lo que don Pedro y sus criados habían intentado contra él en Burriana, suplicándole como a señor y padre le librase de las manos de quien tan a la clara le quería matar, y mandase castigar a los traidores que ya lo querían poner por obra. Añadiendo a lo dicho, que si siendo él señor y común padre de los dos vivo, el hermano se atrevía a matar al hermano, qué haría después de él muerto, y qué maquinaría contra los dos, después de haber echado a él del Reyno, lo que por ventura maquinaba, que se acordase de la obligación que tenía siendo común padre, de reprimir la desenfrenada ira del un hijo contra el otro, si no quería en un mismo día verse privado de los dos. Pues tanto y más es de temer el hombre loco y desesperado, que el valiente y cuerdo, que supiese que daría cient vidas por quitarla al que se la quería quitar. Y así le rogaba muy humildemente por la clemencia que como a padre le obligaba: y por la justicia que como Rey podía y debía, quitase de entre ellos tan crueles distensiones con tan grandes daños y calamidades como de aquí nacerían para sus propios hijos, y para todos sus Reynos, si con tiempo, no acudía con el remedio.


Capítulo XV. De lo mucho que el Rey sintió la discordia de sus hijos, y de las cortes de Exea, y edictos que allí se publicaron, y sentencia contra don Artal.


Entendido por el Rey todo este hecho de sus hijos, quedó muy lastimado, por ver tan grandes revueltas y discordias sembradas entre ellos, de las cuales claramente entendió que habían de nacer abrojos de distensiones y parcialidades entre sus vasallos y Reynos: por eso se dio toda la prisa que pudo por apagar este fuego antes que más se encendiese. Se partió a la hora de Murviedro para Aragón y mandó convocar cortes en Ejea de los Caballeros, y que el Príncipe don Pedro con todos los señores y barones del Reyno se hallasen en ellas: a donde entre otros edictos, mandó al Conde de Pallas, y a todos los demás señores y barones de Cataluña, que ninguno favoreciese al Conde de Foix que tenía guerra con el Rey de Francia, con gente, ni armas, ni hacienda. Esto lo mandó el Rey, no tanto por querer mal al Conde por tener guerra contra su yerno el de Francia, cuanto por quitar el estruendo y movimiento de las armas de toda Cataluña, que con achaque de favorecer al Conde, se levantaban en la tierra. Sin esto mandó al Príncipe don Pedro que renunciase la general gobernación de los dos Reynos, que le había encomendado cuando se embarcó para la tierra santa, por consejo de algunos buenos que deseaban la tranquilidad del Reyno, junto con la seguridad de la persona de don Pedro. Otro si mandó se publicase allí la sentencia del Iusticia de Aragón dada en la causa de don Artal y los de Zuera: la cual fue que en recompensa de los daños que don Artal les hizo, fuese privado de toda su hacienda y bienes, y la posesión de ellos, por derecho de señorío se diese a los de Zuera. Pero entendida por don Artal la sentencia, antes que las cortes se concluyesen, con el favor e intercesión de don Pedro Cornel hubo salvo conducto y vino a Ejea, y se echó a los pies del Rey: suplicándole fuese perdonado de su delito o al menos que por su benignidad Real se moderase la severidad y rigor de la sentencia. Movido el Rey por las buenas palabras y humildad de don Artal, y ser muy valeroso caballero por su persona, a consejo de los señores y barones de los dos Reynos, y a juicio y parecer de letrados, conmutó la sentencia, condenando a don Artal en que pagase veinte mil sueldos jaqueses por los gastos, a los de Zuera, y que por cinco años precisos fuese desterrado de todos los Reynos y señoríos del Rey. Y a los participantes en el delito, que fueron Lope Díaz Sentia, Ximeno Alauon, Diego Gurrea, y Pedro Ortiz, en diez años de semejante destierro.




Capítulo XVI. De la exhortación que el Rey hizo a don Pedro por que se confederase con don Fernán Sánchez, y de las acusaciones que contra él puso don Pedro, y como se excusaron los grandes del Reyno de responder a ellas.


Concluidas las cortes de Ejea, el Rey se volvió a Valencia y pasando por Teruel, fue por los ciudadanos principalmente hospedado: a donde teniendo en memoria aquel magnífico presente que le hicieron para la guerra de Murcia, como está dicho, mostró la mucha satisfacción y contentamiento que de sus servicios, y fidelidad tenía, para beneficarlos en cuantas ocasiones se ofreciesen. Llegado a Valencia, mandó convocar cortes, para los de solo el Reyno en Alzira: andando siempre el Príncipe don Pedro desabrido contra su hermano, sin querer obedecer al Rey por mucho que le exhortaba y rogaba se reconciliase con él. Por lo cual el Rey en presencia del Obispo de Valencia, y de Iayme Sarroca Sacristán de Lérida, y fray Pedro de Granada religioso Dominicano, y de Thomas Iumquera (original modificado) principal letrado en derechos, amonestó de nuevo a don Pedro dejase las enemistades y malevolencia que tenía con su hermano, si no quería incurrir en la indignación de su padre, señalando a si mismo. Mas don Pedro no por eso dejó de perseverar en su porfiada ira, y sin responder palabra, se salió del ayuntamiento, y aquella misma noche secretamente se fue a Alzira con solos tres caballeros siempre con intención y ánimo de vengarse de su hermano. Entonces determinó el Rey por todas vías de librar a don Fernán Sánchez, y castigar a don Pedro, contra el cual, al parecer, mostraba estar muy indignado por este caso. Sabido esto por don Fernán Sánchez no quiso perder tan buena ocasión para más congraciarse con el Rey, y así vino luego a Valencia, acompañado de don Ximen de Urrea su suegro. Y llegado besó las manos al Rey haciéndole muchas gracias por haberse querido enterar de la verdad de lo que entre él y don Pedro pasaba, y tomar su defensión a cargo. Con todo esto le aconsejó el Rey que mirase por si, y se volviese a Zaragoza, porque no le tenía por seguro en Valencia. Mas luego que don Pedro supo el sentimiento que el Rey había hecho por no haber obedecido a lo que en presencia de tantos le amonestara porque se reconciliase con don Fernán Sánchez, y como que prometiera con ira que le había de castigar por su poca obediencia: y sin eso la gran audiencia que a don Sancho había dado: determinó moderar su desmasiado orgullo e ira, temiendo no le sucediese al revés de lo que pensaba, el abusar tanto del regalo y benevolencia del Rey. Y así por hacer buena su causa delante de él y los demás de su consejo, rogó a Ruyz Ximeno de Luna, y a Thomas Iunqueras sus muy íntimos amigos, a quien instruyó muy a su propósito, y dio sus poderes para comparecer ante el Rey de su parte. Los cuales llegados ante su Real presencia, y de don Bernad Guillen Dentensa, don Ferriz de Liçana, que ya era vuelto en su gracia, y Pedro Martín de Luna, propuso Thomas su embajada según estaba instruido. Diciendo como nunca había querido el Príncipe don Pedro descubrir al Rey las cosas tan torpes y nefandas que de don Fernán Sánchez sabía, antes las había tenido mucho tiempo calladas, por ser tales, que sin grande ignominia y afrenta de sus hermanos no podían, ni debían quedar sin castigo. Pero pues tan de veras le apretaba tratándole de inobediente, por su descargo le notificaba, que a don Fernán Sánchez le habían salido tales palabras de la boca: es a saber. Que el Rey era indigno del Reyno, y era muy pesado en su reynar. Que él mismo había intentado de matar a don Pedro con yerbas, por si por la vía que él pretendía pudiese suceder en el Reyno. Que había muchos principales del Reyno cómplices y sabedores de esta traición, y que probaría todo esto ser mucha verdad. Oídas por el Rey todas estas gravísimas objeciones, no dejó de dar algún crédito a ellas, porque parecían frisar, con lo que poco antes le había señalado don Alonso de Castilla. Por donde poco se alteró de ello, ora fuese falso, o verdadero lo que se oponía, no dejaba de infamar a los suyos. Llamados sobre esto los señores y barones que seguían la Corte, se apartó con ellos a un lado de la quadra: a los cuales después de referidas las oposiciones hechas por parte de don Pedro les dijo, que no tocaba a él, sino a ellos satisfacer y responder a ellas: pues por lo que señalaban, no dejaban ellos de incurrir en alguna mácula de infidelidad. A lo cual respondió don Ximen de Urrea, que no había razón para que responder a ellas, por ser el que las decía un ínfimo Clérigo que se las inventaba. Y si era verdad las decía, por mandamiento de don Pedro, tanto menos eran obligados a hacerle desdecir, por ser Príncipe jurado y sucesor en el Reyno, a quien habían dado pleito y homenaje como vasallos. Entonces respondió el Rey a los embajadores, daría orden como don Fernán Sánchez satisficiese a las acusaciones opuestas, y se defendiese de ellas, donde no, le castigaría.


Capítulo XVII. Como el Rey fue a tener cortes a Alzira, y estando don Pedro para ir con gente contra don Fernán Sánchez, los prelados le persuadieron a que hiciese la voluntad del Rey.


En este medio don Pedro se entró en Alzira siempre fabricando en su ánimo cómo auria a don Sancho para vengarse de él, para lo cual secretamente recogía gente para irle a buscar, que pensaba cogerle antes que se volviese a Aragón. Sabiendo esto el Rey determinó de ir a Alzira a tener las cortes, y por divertir a don Pedro de tan malos pensamientos, dándole una buena mano en presencia de los prelados y grandes que consigo llevaba a las cortes. Pues como estuviese ya cerca de la villa, y fuese cazando por la ribera de Xucar, descubrió a don Pedro que acababa de pasarle en barcos con algunos de a caballo, con los cuales se entró en la villa de Corbera. Comenzadas las cortes, a las cuales también vino don Iayme hijo de doña Teresa, Bernardo Olivella Arzobispo de Tarragona, y los Obispos de Valencia y Lérida, con algunos ricos hombres de los otros Reynos, y los Síndicos de las ciudades Zaragoza, Teruel, Calatayud y Leryda, propuso el Rey ante todos la porfiada pertinacia de don Pedro, y su mal ánimo para con su hermano que tan puesto estaba en hacerle guerra mortal, y como a su despecho hacía secretamente gente contra él, y fortificaba las villas y lugares que le iba quitando. Además de esto, que ni quería se tratasen por vía de compromiso las diferencias que entre los dos había, y ni de justicia, ni de amigable composición siendo hermanos, sino que se averiguase por armas: que les notificaba todo esto, para que le aconsejasen lo que para remedio de tan extraño caso debía hacer, porque su ánimo era proceder con todo rigor contra don Pedro como contra el más rebelde y escandaloso hombre del mundo. Como oyeron esto los Prelados, y vieron al Rey tan puesto en ejecutar su proposición, procuraron con buenas palabras aplacarle, prometiendo toda enmienda y obediencia por parte de don Pedro, y juntándose con ellos algunos señores de Aragón y Cataluña se fueron a Corbera, a representar a don Pedro los daños que contra si mismo se causaba, y lo mucho que enojaba al Rey y escandalizaba a todos los de las cortes en mover guerra contra su propio hermano, que más era contra su común padre que tan de veras tomaba este negocio contra él y todo el mundo se lo alababa: que se guardase de incurrir en la ira y maldición de su padre, porque tras ella le vendría la del cielo. Aprovechó poco toda esta diligencia de los prelados con don Pedro porque ni quiso creer lo que le dijeron, ni dejar de pasar su propósito adelante, tan arraigada estaba en él la malicia contra don Fernán Sánchez. Sabiendo esto el Rey lo sintió notablemente, y luego salió de Alzira y se fue para Xatiua, con fin y determinación de perseguir y proceder con todo rigor contra don Pedro y así mandó apercibir una compañía de gente de a caballo para ir a prender a don Pedro con fin de castigarle severamente. Sintiendo esto Andrés de Albalate, Obispo de Valencia y viendo que con la ira del Rey se le doblarían los enemigos a don Pedro y perdería los amigos, para que todas sus cosas parasen en mal, si no volvía en si, y se reconocía, volvió a verse con él a solas, hablándole ya no con blandura, sino muy duramente, increpando gravemente su pertinacia. Mostrando como ni era de verdadero hijo, ni de caballero, ni de Cristiano lo que hacía en contravenir y no obedecer los mandamientos del Rey su padre, que siempre le había sido tan propicio y favorable, que a todos los demás hijos, por solo él había aborrecido, y que le era un ingrato, que mirase no incurriese en mayor ira del celestial padre que suele castigar muy rigurosamente a los hijos que aca baxo son desobedientes a sus padres. Por lo cual le suplicaba y amonestaba muy de veras se entregase en manos del Rey, y se sometiese a su voluntad sin ningún otro concierto ni condición que le prometía de esta manera hallaría en él muy amoroso recibimiento, y alcanzaría del todo su perdón y gracia.
Movido don Pedro con las amonestaciones y eficaces razones del Obispo, determinó rendirse muy de corazón a su padre, como a la verdad ya antes había pensado de hacerlo y con esto se fue con el Obispo para Xatiua llevando consigo al Vicario del gran Maestre del Hospital, a quien por justa causa (aunque no la especifica la historia) había tenido preso, sabiendo que holgaría el Rey de verle libre. Entrando pues don Pedro con el Obispo a su lado por palacio le siguieron todos con muy grande alegría por ver el recibimiento que el Rey le haría, hasta que llegó a la cámara del Rey, y en verle se le echó con grande humildad a los pies, y le besó el derecho, y le habló con palabras muy humildes mezcladas con lágrimas y pidiéndole perdón. El Rey le recibió benignamente, porque era tanto el amor que le tenía, que no bastó, ni fue parte la contumacia pasada para menoscabarlo, antes (como adelante veremos) lo dobló conforme a lo que afirma el Cómico que las iras entre los enamorados son causa de mayor amor.



Capítulo XVIII. De como reconciliado don Pedro con el Rey, los dos se concordaron en perseguir a don Fernán Sánchez, y de la muerte del Rey de Navarra, y de doña Berenguera.


Esta súbita reconciliación de don Pedro con el Rey no fue menos sospechosa a todos, que totalmente daño para don Fernán Sánchez porque de aquel mismo punto que el Rey vio a don Pedro, como atosigado de su veneno, convirtió toda su ira y saña contra don Fernán Sánchez, creyendo ser verdad todo lo que le dijo don Pedro, que a la hora se le representaron, y vinieron a la memoria las cosas que don Fernán Sánchez en los años pasados había intentado y maquinado contra su Real persona en Zaragoza, cuando pidió el bouage a los Aragoneses para la guerra de Murcia, juntándose con los señores barones y ricos hombres del Reyno a contradecirle, haciéndose caudillo de ellos, y formado enemigo suyo, allende de las burlas y palabras injuriosas que contra él profirió y que no solo procuró con los barones Aragoneses, pero aun escribió y convocó a los Catalanes para que hiciesen formada rebelión, y pusiesen en todo riesgo su vida y honra, que en fin no tuvo en él por entonces hijo sino cruel enemigo. Ni tuvo por menos justificada la ira de don Pedro contra él pues sabiendo la justa causa que don Pedro tenía para estar mal con el Rey Carlos de Sicilia por la muerte de Manfredo su suegro, ni había de aportar en ninguna parte de Sicilia cuando volvió del mismo Rey, y mucho menos el armarse caballero de su mano, como está dicho. De manera que por tantas y tan justas causas le parecía al Rey no se serviría Dios quedasen estos delitos sin punición y castigo, y así ni dejó de procurarlo, ni le pesó después de hecho, como adelante mostraremos. Por este tiempo murió Theobaldo Rey de Navarra sin dejar hijos, y le sucedió su hermano Enrrico en el Reyno. El cual no quiso pasar por los conciertos y pactos hechos entre Theobaldo y la Reyna doña Margarita su madre con el Rey. Cuyo derecho no por eso dejó de ser muy firme para con el Reyno: puesto que por entonces no determinó pedirlo por vía de armas, por tenerle tan distraído las divisiones de sus hijos. También murió por este tiempo en Narbona y fue allí mismo sepultada, doña Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, con la cual tuvo el Rey siendo viudo conversación carnal por algunos años, tan libre, que muchas veces (según él dice en su historia) de ningún pecado tenía porqué hacerse conciencia sino del de doña Berenguera. Y cuando se confesaba para entrar en batalla, otro que este no le ocurría. Puesto que con la esperanza y palabra que había dado de casarse con ella, no le condenaban (condennauan) del todo. Pero muerta ella como el Rey entraba en años, no se lee haber más usado de semejante soltura. Es cierto que no tuvo ningunos hijos de ella, por que hizo al Rey su heredero de dos villas llamadas Felgos, y Caldela que en el Reyno de Galicia poseía.




Capítulo XIX. Como el Rey de castilla temiendo la venida de los moros de África pidió socorro al Rey, el cual se vio con él, y se lo prometió y de lo que el Rey hizo en Mompeller.


En el mismo tiempo y año, como algunos señores y grandes de Castilla movidos por las razones y sobras que don Alonso les hacía se pasasen al Rey de Granada, y otros al de Navarra, y también se dijese y tuviese por muy cierto que Abienjuceff Rey de Marruecos había de pasar muy presto con innumerable ejército a la Andalucía, escribió don Alonso al Rey dándole aviso de todas sus calamidades así de la ida de sus vasallos a otros Reyes, como de la venida de los Moros a sus Reynos, y que le suplicaba para tratar el remedio de esto se viesen juntos que acudiría luego a donde mandase. Le pesó al Rey muy entrañablemente de ver y oír las miserias de don Alonso, y más por ser él mismo la causa de su perdición pues con el mal tratamiento y división que tenía con los señores, y ver que se apartaban de él tomaban ánimo los Moros de África para pasar en la Andalucía, y a río revuelto ponerle en los trabajos y miserias que padecía. Porque es cierto que en ningún otro tiempo se atrevieron a pasar los Moros de África en España tan a menudo como en este del Rey don Alonso. Por donde respondiendo el Rey que acudiría, se vieron en la villa de Requena en los confines del Reyno de Valencia a donde después de pasadas muchas buenas razones entre ellos en conclusión prometió el uno al otro que no se faltarían en tal necesidad, y que se ayudarían con todo su poder, señaladamente contra los Moros de África prometiendo al Rey de ir en persona en esta guerra, y con esto después de avisarle y amonestarle sobre lo que decía hacer con los grandes para reducirlos a su devoción, y también sobre el ejército que debía preparar para resistir a los Moros por la Andalucía, pues él entraría por la parte de Murcia para entretener a los de Granada no favoreciesen a los otros, se despidieron y cada uno se volvió a entender en lo que se había encargado para esta guerra. De manera que vuelto el Rey a Valencia, comenzó a enviar gente de guarnición a los confines del Reyno hacia la parte de Murcia, y él se partió por negocios importantes para Barcelona, acompañado de algunos señores y barones de los dos Reynos, a donde concluidos algunos, pasó a Mompeller, y como supo las distensiones y diferencias que había entre Philipo Rey de Francia su yerno y el Conde de Foix, y que por ellas tenía el Rey preso al Conde, entendió en concordarlos y librar de la prisión al Conde. Aunque para concluir esta reconciliación, hubo de dar el Rey a Philipo ciertas villas que junto al estado de Mompeller poseía. También hizo pregonar guerra por toda la Guiayna contra el Rey de Granada, y contra Abenjuceff Rey de Marruecos, y lo mismo por Aragón y Cataluña en defensión de Castilla y del Andalucía. Mandando a todos los señores y barones que tenían tierras y posesiones tomadas en feudo de los Reyes sus antepasados con obligación de que en tiempo de guerra personalmente siguiesen al Rey y a su costa le sirviesen en ella, acudiesen a servirle en esta jornada, haciéndoles saber como él mismo en persona se había de hallar en ella, porque ninguno excusase la venida. Con esto mandó a Vgon de Sentapau justicia ordinario de la ciudad de Girona principal ciudadano y de antiguo linaje en ella, que la gente que tuviese hecha para esta jornada la enviase a Valencia.




Capítulo XX. De lo que el Rey pasó con el Vizconde de Cardona, y como juntó su ejército y fue la vuelta de Murcia, y no pareciendo los Moros, dejando allí buena guarnición de gente se volvió a Valencia.


Hecho lo que dicho habemos, se partió el Rey de Mompeller, y vino a Lérida, donde halló al Vizconde de Cardona, al cual como le viese desocupado y pacífico con sus vasallos, rogó mucho le siguiese en esta guerra contra Moros, con su persona y la más gente que pudiese que le obligaría en ello mucho. Como el Vizconde se excusase, y no con sus trabajos pasados con sus vasallos, sino por pensar que no tenía obligación precisa para seguir al Rey, y que estaba en su libertad el quedarse le mostró el Rey lo contrario, y como por derecho y obligación de feudo era tenido a seguirle. Pero con todo eso, volviendo el Vizconde a excusarse con otros seis barones de Cataluña que estaban allí presentes y tenían feudos Reales, determinó por entonces disimular con ellos, por no detenerse, ni dejar de acudir luego con el socorro al Rey de Castilla por haber entendido que el Rey de Granada de muy confiado en el ejército que esperaba de África con Abenjuceff había adelantado a mover guerra a don Alonso, y le apretaba por la parte de Murcia. Por eso enderezó el Rey su ejército hacia ella: dejando encomendado todo el gobierno de los Reynos de Aragón y Cataluña a don Bernardo Oliuella Arzobispo de Tarragona como a persona de grande valor y confianza para el cargo, puesto que reservó el conocimiento de las apelaciones al consejo Real que quedaba en Lérida. Hecho esto se fue a Valencia, y allí hizo cuerpo y junta de toda la gente que tenía hecha en el Reyno, con la demás que era llegada de los otros Reynos y de la Guiayna, y pasó con todo el ejército a Xatiua, a donde acudieron todos los señores y barones de Aragón que tenían feudos reales, con sus personas y gente, y los que no vinieron en persona enviaron gente muy puesta en orden. Pasando de Xatiua a Biar halló que ya eran llegados allí don Iayme y don Pedro hijos de doña Teresa, con los otros sus hermanos, excepto don Fernán Sánchez por no asegurarse mucho de las mañas de don Pedro, ni de la voluntad del Rey, que sabía la había ya trocado, y que favorecía a don Pedro. Pasó de allí a la ciudad de Murcia con todo el ejército, a donde por los Cristianos y Moros se le hizo solemnísimo recibimiento, y como a verdadero conquistador del Reyno, y conservador de la patria, le hicieron la misma honra y salva que a su propio Rey hicieran. Mas como ni los de Granada, ni los de África, que aun no eran llegados sino pocos, moviesen guerra contra Murcia, se detuvo allí el Rey no más de XIV días, los cuales pasó todos en reconocer la fortaleza, y reparar los lugares flacos de ella, parte en cazar y gozar de tan hermosa campaña. Valió todo esto para espantar al Rey de Granada, pues en saber estaba tan vecino el de Aragón luego despidió su ejército, y lo distribuyó en guarniciones por toda la frontera de Murcia. Sabido esto por el Rey, se despidió de los de Murcia, dejándolos muy animados para la defensa de ella, asegurándoles que siempre que menester fuese sería con ellos. Finalmente renovando las guarniciones de gente por las fronteras se volvió a Valencia, dejando allí formado ejército por algún tiempo hasta ver lo que harían los de Granada.




Capítulo XXI. Como estando el Rey en Alzira, llegó un embajador del Papa para rogarle fuese al Concilio de Lyon (Leon), al cual prometió de ir, y de lo que pasó con los Barones de Cataluña.


Como el Rey volviendo de Murcia parase en Alzira para reconocer la villa con su fortaleza, llegó allí fray Pedro Alcalanam de la orden de los Dominicos, de nación Italiano, persona de grandes letras y santidad de vida, a quien enviaba el Papa Gregorio X al Rey con embajada, diciendo en suma, como había congregado Concilio general en la ciudad de Leon en Francia, para tratar y determinar los tres mayores negocios que nunca fueron en ampliación de la religión y Repub. christiana. El uno por hacer liga de todos los Reyes y Príncipes cristianos para cobrar la tierra santa de los infieles Turcos. El otro para reducir la iglesia Griega con su Emperador Paleologo al gremio y consenso de la Romana, lo tercero para admitir a la fé católica al gran Cham Emperador de los Tártaros, con todas las tierras de su imperio, por haber sido muchas las embajadas y ruegos que los dos Emperadores habían hecho sobre ello a los Pontífices sus predecesores, y que de nuevo le solicitaban por ello: prometiendo los dos que darían todo favor y ayuda para la conquista de la tierra santa, siempre que los Príncipes de la iglesia Latina comenzasen por si la empresa. Por lo cual le rogaba mucho que por el servicio de Dios, y por el manifiesto ensalzamiento de la santa fé católica que de esto se esperaba, tuviese por bien de venir a verse con él en el Concilio para decir su parecer y voto en tan importantes negocios, y en breve tratar sobre lo que tocaba al negocio de la conquista. Oído esto por el Rey, respondió que su devoción era tanta para con la santa sede Apostólica y sus sagrados Pontífices, mayormente ofreciéndose tan graves y tan importantes negocios al servicio de Dios y beneficio común de toda la Cristiandad: que de muy buena gana se dispondría a dejar todo negocio por hallarse en el sacro Concilio, y como verdadero hijo de obediencia de la sede Apostólica hacer cuanto en él le fuese mandado. El legado que oyó tan buena resolución y respuesta del Rey se volvió luego muy alegre al Papa, y el Rey se entró en Valencia: donde averiguados algunos negocios sobre el gobierno de ella: confirmó en el oficio al gobernador que por entonces presidía, con los demás oficiales reales en sus cargos: y tomó de su tesoro el dinero necesario para este viaje tan principal. Llegado a Tarragona, mandó que compareciesen ante él, el Vizconde de Cardona, de quien se habló antes, don Pedro Verga, don Galcerán Pinos, don Guillé, y Mauleó Catalaunin, Berenguer Cardona, y Guillen Rajadel, Barones principales de Cataluña. Los cuales poco antes se habían excusado de seguir al Rey en la guerra de Murcia, a efecto de castigar su contumacia y soberbia. Y así les quitó las caballerías de honor, y privó de oficios y cargos reales. Finalmente les hizo restituir las fortalezas y castillos, que por él y sus Reyes predecesores les fueron encomendados: para que con esta condición y ley, a uso y costumbre de Aragón, se encomendaban las fortalezas, con que se restituyesen a los Reyes, si quiera las pidiesen a buenas, o enojados, o de cualquier otra suerte. Como el Vizconde restituyese algunas, y otras se detuviese, y los otros Barones hiciesen los mismo, y de esto no se contentase el Rey: hubo parecer de algunos del consejo Real esto se averiguase por fuerza de armas: aunque por entonces pareció al Rey era mejor, disimular con ellos, y no comenzar la guerra, por no estorbar su viaje que tenía prometido al sumo Pontífice para el Concilio.


Fin del libro XVIII.



Libro duodécimo

Libro duodécimo

Capítulo primero. De la venida del Vizconde de Cardona a Valencia, y como saqueó a Villena y Saix en el Reyno de Murcia y de la muerte de don Artal de Alagón.

Tomada la ciudad de Valencia, y echado Zaen con toda la morisma de ella, acaeció que luego essotro día después de entrada, andando el Rey muy puesto en reparalla, y ensancharla, llegó ante él , don Ramon Folch Vizconde de Cardona muy a punto de guerra con cincuenta caballos ligeros de los más escogidos de toda Cataluña, a pedirle de merced (ya que no fue su ventura llegar a tiempo de poderse hallar en el cerco y presa de la ciudad) le diese licencia para pasar adelante con su gente hasta el Reyno de Murcia: donde pensaba hacer alguna buena cabalgada, por dar a conocer a los Moros, quién era el Rey de Aragón, pues apenas había conquistado a Valencia: cuando ya emplazaba guerra a los del Reyno de Murcia. Holgose infinito el Rey con su venida, y recibiole muy amigablemente, diciendo que él siempre había tenido por escusada su tardanza, porque sabía muy bien las justas causas de ella, y trabajos que con sus vasallos tenía. Pero que se maravillaba mucho, porque con tan poca gente quería emprender tan grande y dudosa hazaña. Y como le ofreciese algunas compañías de infantería que le sirviesen en la empresa, y don Ramón se excusase de aceptallas, porfiando en su demanda, permitiole (pmitiole) el Rey proseguir (pseguir) su viaje, y mandole proveer de vituallas y tiendas con lo demás necesario para el camino, de lo que en el Real quedaba. Ofreciósele por compañero en esta jornada don Artal de Alagón, hijo de don Blasco, mozo ardiente y belicoso que sabía muy bien los pasos con las entradas y salidas de aquel Reyno, por haber estado en él muchos días, cuando fue desterrado de Aragón. Aceptó su ofrecimiento el Vizconde muy de buena gana: y llevando su guía, como no entrasen en poblado, pasaron sin ningún estorbo hasta llegar a un grande valle cerca de Biar, casi a vista de Villena, el primer pueblo del Reyno de Murcia. El cual por ser muy principal, y en nuestros tiempos poblado de gente hidalga, determinaron de acometerle, a fin de saquearlo. Y así llegando a la media noche sin ser sentidos entraron de improviso en él, hallándole sin guardia con las puertas abiertas: y se dieron tal diligencia, que antes que los del pueblo se pudiesen juntar y poner en armas tenían ya saqueada la mayor parte del. Pero luego cargó tanta gente sobre ellos de las aldeas, que les tomaron las calles, y comenzaron a pelear con ellos tan bravamente, que les fue forzado, llevando delante la presa, salirse con buen orden del pueblo, y extenderse por la campaña, sin que ninguno los siguiese. Llegaron a otra villa llamada Saix, en la cual, por estar sin cerca, también entraron, y la acometieron valentísimamente, peleando los unos, y saqueando los otros. Mas como se pusiese todo el pueblo en armas, y le viniese socorro de los lugares vecinos, fueles forzado, hechos un cuerpo recogerse y mirar por si, por las muchas saetas y piedras que al pasar de cada casa les tiraban: tanto que entre otros don Artal fue herido de una pedrada en la cabeza, y derribado del caballo murió luego. Por donde fue necesario retirarse y salir de la villa a más que de paso: llevando consigo el cuerpo de don Artal con grandísima dificultad y trabajo, hasta llegar a Valencia. Sintió mucho el Rey esta muerte, con todos los de su corte, y mandó con mediana pompa depositar su cuerpo en una iglesia antigua que había en la ciudad del sancto Sepulchro: hasta que fueron trasladados sus huesos en Aragón, y puestos en la sepultura de sus antepasados. Tuvo el Rey en mucho la memorable hazaña del Vizconde, como si con ella le hubiera abierto la puerta y facilitado la entrada para el Reyno de Murcia; y así se lo agradeció mucho, y le hizo mercedes dándole joyas de grande estima al tiempo de su partida. Con esto se despidió el Vizconde del Rey, y se volvió con triunfo a Cataluña.


Capítulo II. Como la mezquita mayor de Valencia fue consagrada en iglesia, y de las diversas invocaciones que tuvo antes, hasta que fue dedicada al nombre de nuestra Señora.

Partido el Vizconde, luego el Rey trató del asiento y reparo de las cosas de la ciudad, la cual a causa del largo cerco los Moros habían dejado muy descompuesta y perdida. Cuanto a lo primero pareció ser necesario hacer el repartimiento de las casas a los soldados y de los campos y heredades a los capitanes y oficiales del ejército, y establecer leyes y fueros. Mas como primera que todas fuese la casa de Dios, luego el otro día que el Rey entró en la ciudad con la asistencia de los Prelados de Aragón y Cataluña, y el de Narbona, que siguieron esta empresa, se fue derecho a la Mezquita mayor, donde los Moros solían celebrar las mayores fiestas y ceremonias de su secta. Allí el arzobispo de Tarragona revestido de pontifical, después de haber purificado el lugar con saumerios de incienso (encienso), y rociado con agua bendita, y palabras sagradas con la señal de la cruz, hizo levantar un altar, en el cual fue celebrada misa solemne por el que estaba ya electo primer Obispo de Valencia, que después fue por el sumo Pontífice confirmado, llamado Ferrario de santo Marrino, Preposito que antes era de la iglesia de Tarragona. El cual fue varón muy escogido de grande santidad de vida, y doctrina. Hechas allí por el Rey y la Reyna, y por los demás infinitas gracias a nuestro señor Iesu Christo y a su sacratísima madre, por haber llegado a echar de la ciudad la secta Mahometica, para introducir la religión Cristiana, fue consagrada la misma Mezquita en Templo, a honor y nombre de nuestra señora santa María: después de muchos títulos e invocaciones a que fue dedicada en diversos tiempos, por Gentiles, Moros, y Cristianos. De las cuales se halla haber sido la primera en tiempo de los Romanos a su diosa Diana. Después en la venida de los Godos, que recibieron la religión Cristiana se consagró al nombre del Salvador. Más adelante perdidos los Godos por la entrada de los Moros de África en España, y sojuzgada por ellos, se dedicó a Mahoma: mas ganada después Valencia de los moros, aunque para poco tiempo, por don Rodrigo de Biuar llamado el Cid Ruidiaz, caballero principal de Castilla, y de los más valientes de su tiempo, se intituló de sant Pedro. Pero como luego en muriendo el Cid cobrasen la ciudad los moros, volvió el templo a ser profanado con el mismo título de Mahoma, hasta conquistada por el Rey la ciudad, fue de nuevo purificado, como está dicho, y perpetuamente dedicado a la invocación y santísimo nombre de María. Porque era tanta la devoción y religión con que este Rey veneraba y nuestra señora, que todos sus votos hacía a ella, y todos los Templos grandes y pequeños que en cualquier tierra mandaba edificar, a sola ella con su hijo benditísimo los dedicaba, y así se tiene por cierto que el grande afecto y devoción que hoy los desta ciudad y Reyno tienen al santísimo nombre de proceden del ejemplo de este buen Rey, y que esta fue obra de Dios y suya.


Capítulo III. Como se derribó la mezquita mayor, y edificó nuevo Templo sobre ella, y fue hecha iglesia catedral, y de la fiesta ordinaria que se hace de ello en la ciudad.

Andando el Rey con los Prelados muy puesto en esta consagración de la mezquita, y considerando que en las paredes y relieves de ella quedaban algunas moldaduras y figuras que siempre renovarían la memoria de las cosas de Mahoma, para tropiezo de los que nuevamente se convertirían a la fé de Cristo nuestro señor: determinó poco después, con el parecer de los Prelados, y de su consejo, volver a la mezquita en procesión con todo el pueblo que le seguía, y como llegó a ella tomó un martillo de plata, y en comenzar a derribarla por defuera, luego los Prelados, y tras ellos los principales del ejército, con todos los soldados, y gastadores del campo hicieron lo mismo. De manera que siguiéndole todos, cada uno con su instrumento, fue muy en breve la mezquita echada por tierra, y del todo asolada. Y en ser limpiado (alimpiado) el suelo, fue dada al Rey por mano de muy expertos maestros e ingenieros una muy buena traza y modelo de templo, y pareciéndole bien comenzó a edificarse uno de los más bien trazados y suntuosos que hay en la Cristiandad, según le vemos en nuestros tiempos acabado. Pues dado que en la grandeza y labores no iguale con algunos, pero en lo particular viene a sobrepujarles, y ser raro entre todos: como es por su muy alto ancho y bien encumbrado cimborio: por su bien labrado retablo con personajes grandes de relieve de plata fina: por su anchura y melodía de Órganos: por su firme y liso suelo: con su admirable fábrica de Cabildo, y su ochavada fortísima, y muy alta torre de campanas: y en lo espiritual mucho más, porque la singular copia de reliquias sagradas que en su sacristía tiene las más raras y admirables de santas que haya otras en la Cristiandad: con los vasos de oro y plata y ornamentos riquísimos y muchos. Y demás de su copiosísimo número de sacerdotes y ministros sagrados, la suntuosísima y devotísima solemnidad de sus continuos oficios y sacrificios divinos, que no se halla en esto con quien compararla. De manera que por sus particulares, sin duda iguala con cualquier iglesia de toda España. A esta concedió el Rey sus prerrogativas y privilegios de las inmunidades que por divino y positivo derecho se deben a las iglesias: para que los caídos en qualesquier casos y crímenes, como no fuesen de los exceptados por el derecho, les valiese de Asylo y salvaguarda. También alcanzó del sumo Pontífice Gregorio IX, fuese hecha catedral, y se le restituyese su antigua diócesis y distrito: del cual, puesto que se dijo que solía ser antes de otra cabeza, y que en tiempo de Bamba Rey de los Godos fue dado e incluido en la provincia de Toledo: quiso el Rey, pues conquistó de nuevo este Reyno, que fuese de allí adelante (según lo había votado) sujeta y suffraganea a la iglesia de Tarragona. Esta restauración de iglesia, y restitución de Diocesi, con la silla Obispal, y asignación de Metropolitano, que se expidió por bulla áurea del mismo Pontífice, fue concedida a los IX del mes de Octubre el siguiente año 1239, en el día y fiesta del glorioso S. Dionis mártir, y, o por memoria de la fundación de la catedral: o de la ida del armada de Túnez (como en el precedente libro se ha dicho) se hace cada un año en este día muy solemne procesión por el Obispo, Cabildo, Dignidades y Clerecía (Clerezia), llevando el Juez (Iuez) ordinario de lo criminal la gran bandera que llaman del Ratpenat, antigua memoria y conmemoración de lo que el Rey sacó en el cerco de Valencia: siguiéndole los oficiales Reales de la ciudad con una compañía de gente de guerra, que llaman el centenar y con todo género de música. Van todos a la iglesia de sant Iorge martyr, patrón de la corona de Aragón, por memoria y acción (hazimiento) de gracias desta restitución de la Sede Obispal.


Capítulo IV. Donde se confirma, por la bulla de Gregorio IX, se erigió en cathedral la yglesia de Valencia, y se dio por sufraganea a la de Tarragona, no embargante la pretensión del Arzobispo de Toledo.

Sobre esta división, o separación de iglesias, es a saber de haber hecho la iglesia catedral de Valencia sufraganea a la metropolitana de Tarragona, se entiende por ciertas escrituras y proceso formado que se ha hallado en el Archivo (Archiuio) de la iglesia de Toledo: como en Valencia, al tiempo que el Rey entró en la ciudad, y comenzó a fundar la yglesia, hubo gran contradicción y protestas hechas por los Procuradores del Arzobispo de Toledo contra el de Tarragona, que estaba presente a la fundación, alegando por el de Toledo, como Valencia fue ya antes Obispado en tiempo de los Godos, y suffraganeo de Toledo: como se mostraba por muchos Concilios Toletanos Provinciales, en los cuales se halla la subscripción de Obispos de Valencia: y también por la división de las diócesis que hizo Bamba Rey de los Godos, por la cual incluía a Valencia en la provincia de Toledo, como está dicho: con otras muchas razones que no sufre la historia por ahora especificarlas. Pues también para confutación (cófutacion) de ellas, se alegaron por el de Tarragona otras tantas, no menos concluyentes que las primeras: para lo cual hubo nombrados jueces por entrambas partes, a efecto de declarar en la causa. Mas como no se dio sentencia definitiva sobre ella, por no haber conformidad sino discordia entre los jueces, con apelaciones puestas por entrambas partes, quedó la causa indecisa, hasta que por la bula arriba dicha de Gregorio IX, que se halla originalmente en el archivo de la iglesia mayor de Valencia, a petición del mismo Rey se erigió iglesia catedral en Valencia, y se le asignó Diócesis, y fue dada por sufraganea a la metropolitana de Tarragona. Y así con esta asignación y decreto Apostólico han continuado la una y la otra iglesia su posesión y prescripción de jurisdicción activa y pasiva, de 400 años a esta parte. Por donde pudo muy bien Valencia con la nueva erección de iglesia y Diócesis por la gracia Apostólica, ser separada de la jurisdicción y provincia de Toledo: como lo han sido en nuestros tiempos dentro de España las iglesias catedrales de Burgos, Calahorra, y Segorbe, que desde su origen y fundación fueron sufraganeas de la Metropolitana de Zaragoza, y ahora lo son cada una de diversas: no embargante, que en estas no ha habido contradicción ni protestos, como los hubo en la primera de Toledo contra Tarragona: porque son tan justificadas las razones que hacen por Tarragona, que no han lugar las de Toledo. Conforme a esta contradicción hubo otra semejante entre los mismos Metropolitanos, y por las mismas causas, sobre la elección y nominación del primer Obispo de Valencia. Porque el Obispo de Albarracín que se halló presente en el cerco y entrada la ciudad, como Procurador y agente del Arzobispo de Toledo, ejercitó algunos actos de jurisdicción y oficio de Metropolitano. Por el contrario el Arzobispo de Tarragona ejercitó otros de más clara jurisdicción: porque purificó la mezquita de Valencia, y consagró la iglesia mayor, y en ella al Obispo de Lerida, que no se nombra, y aun antes de entrar en la ciudad usó más distintamente de su jurisdicción eligiendo en Obispo de Valencia a un padre muy docto llamado fray Berengario de Castellbisbal Prior de Predicadores de Barcelona, y compañero de aquel santo Varón fray Miguel de Fabra, de quien hicimos larga mención arriba en la conquista de Mallorca. Puesto que las contradicciones del Arzobispo de Toledo fueron parte para que esta elección no tuviese efecto: y así el Berengario fue luego después electo Obispo de Girona. Con todo eso, después de muchas disputas con interponer el Papa Gregorio IX su autoridad y decreto, Valencia fue sufraganea de Tarragona, y el primer Obispo de ella fue Ferrer de S. Martín de nación Catalán, y con esto el Arzobispo de Toledo desistió por entonces de su pretensión. De mas que como a todo esto se hallase presente el Rey y fuese el negocio de tanto peso, y que ni él en su historia, ni otros escritores de aquel tiempo en las suyas, ni el mismo Arzobispo de Toledo don Rodrigo, a quien por su interés tocaba anotar este perjuicio, habiendo escrito de la misma conquista de Valencia, no haya hecho mención alguna dello, es de creer que con el decreto Apostólico cesó del todo esta querella y pretensión. Y así quedó Valencia suffraganea de Tarragona hasta que el Papa Innocencio VIII año 1482 erigió a Valencia en Metrópoli, y hoy tiene por suffraganeas las iglesias de Mallorca, Orihuela y Segorbe.
Capítulo V. Que fue la iglesia catedral dotada de diezmos, y del repartimiento de ellos, y como comenzó a edificarse el templo de sant Vicente Martyr.

Hecha y erigida la iglesia mayor en catedral, y nombrado el Prelado para el gobierno de ella y de su diócesis, luego a imitación de las otras iglesias catedrales, se fundó en ella su colegio, y Cabildo de Canónigos y Dignidades, para los más principales cargos y ejercicios de la iglesia. Mas considerando el Rey que así porque a las iglesias y Eclesiásticos les son por divino derecho concedidos los diezmos de todos los frutos de la tierra: como porque se acordaba de la promesa pública que en una congregación de Prelados, Comendadores, y otros señores y Barones, hizo en la ciudad de Lerida dos años antes que tomase la ciudad de Valencia: de que si nuestro señor le hacía gracia de poderla ganar de los moros, restituiría en ella la iglesia Catedral, y la dotaría amplísimamente, conforme a lo que por el Concilio Laterenense, cuando le concedió los diezmos de las tierras que conquistase de moros le fue encargado, quedaba muy obligado a cumplirla: hizo perpetua y libre donación al Obispo y Cabildo de la iglesia mayor, de todos los diezmos del término de la ciudad y Diócesis de Valencia, para que le dividiesen entre el Prelado, Canónigos y Dignidades: reservando para si, y sus sucesores por concesión y gracia del sumo Pontífice, el usufructo de la tercera parte de ellos. Esto por recompensa de los grandes gastos que hizo, así en conquistar el Reyno de los moros, como por los que de allí adelante se habían de hacer para conservar lo conquistado. El cual tercio diezmo, con la misma obligación, fue después repartido entre muchos señores, barones, y universidades del reyno, por servicios hechos en la defensa del, quedándole al Rey mucha parte de ellos. Y es cosa de notar ver el pío y buen ánimo que mostró para con las iglesias, con tan favorables fueros y privilegios como ordenó y dio para la conservación y cobranza de los diezmos, y censos Eclesiásticos. Asimismo visitó los lugares antiguos y sagrados de la ciudad: señaladamente las cárceles y prisiones donde padeció el gloriosísimo mártir sant Vicente de Huesca, así dentro, como fuera de la ciudad: la cual desde entonces le tomó por su divino patrón: a cuya devoción y nombre mandó el Rey edificar un templo muy suntuoso y grande con su monasterio y convento de frailes Bernardos, fuera los muros de la ciudad camino de Xatiua, al cual también concedió grandes privilegios, e inmunidades para los criminosos, que se retrajesen (retruxessen) a él, como a la iglesia mayor, y le dotó de grandes posesiones y rentas. Sin eso mandó en frente del (que solo hay la vía pública en medio) edificar un Hospital para pobres peregrinos: a la puerta y entrada del cual está retratada mejor que en otra parte alguna, la verdadera imagen y efigie del mismo Rey en la pared, y tan bien impresa, que con haber pasado cuatrocientos años que se pintó con estar sujeta al polvo y lodo de la calle, se conserva para la vista muy entera. La causa porque este Templo siendo comenzado a edificar, paró el edificio, y se mandó después en vida del mismo Rey acabar a gran prisa, se dirá adelante.


Capítulo VI. Del repartimiento que se hizo de las casas de la ciudad para los soldados, y de los linajes y familias que quedaron en ella, y del privilegio que se dio a los de Lerida.

Habiendo el Rey, como cosa más propia y necesaria, dado fin a lo que tocaba al culto divino, se aplicó todo a hacer la división y repartimiento de las casas, campos, y heredades, entre los soldados y capitanes del ejército. Fue negocio este de muy gran peso, y que dio al Rey trabajo infinito, particularmente por las muchas donaciones que hizo a diversas personas de los campos y posesiones, los días antes que la ciudad se tomase: por que fueron en más número y cantidad que se hallaron campos para repartir. Comenzó primero por la división de las casas entre la gente y soldados que habían enviado las ciudades y villas Reales de Aragón y Cataluña. Repartidas pues y derribadas las casas viejas hechas a la morisca, cada uno edificó a su gusto otras muy altas, y más bien labradas. Quedan hoy desta memoria la calle de Zaragoza en la ciudad vieja, y la calle de Barcelona en la nueva, que se extendió fuera del muro viejo, al cual encerró de si el nuevo. También para los de Teruel asignó uno de los principales portales de la ciudad, defendido de dos grandes, muy fuertes y bien labradas torres que le tienen en medio, y se llama de los Serranos de Aragón, cuya cabeza es la ciudad y Comunidad de Teruel, de las cuales y su poder, arriba en el libro tercero se ha hecho larga mención. Por lo semejante hacia el poniente la vía de castilla, para la defensa de la principal puerta que llaman de Quarte, se plantaron los fundamentos de dos torres muy eminentes, cuales vemos a los dos lados de la puerta, y que por ser tan altas y tan bien hechas, y estar en los más alto de la ciudad puestas, descubren, y son descubiertas de los caminantes de tan lejos, que alegran extrañamente la vista, y dan muy grande muestra del gran ser de la ciudad, como convenía hacerlas tales, para ganar la boca, que dicen, a los Castellanos, por ser gente valerosa, y que sabe muy bien engrandecer lo mucho, y bueno, y no perdonar a lo poco y ruyn. Asimismo de las otras ciudades de Aragón como Calatayud, Iacca, Huesca, Tarazona, Daroca, Borja, Albarracín, y Balbastro, con las principales villas de Aínsa, Monçó, Alcañiz, Caspe, Montalbán (Montaluá), Pertusa, Exea de los caualleros, Cariñena: y también de Cataluña las ciudades de Tarragona, Tortosa, Vrgel, Vich, Girona, Balaguer y Elna, con la insigne villa de Perpiñá, Villafranca, Manresa, Tárrega, y Ceruera, Agramút, Granulles, Cruilles, con otras, de las que quedaron en la ciudad muchos valerosos soldados, y capitanes del ejército, con los sobrenombres dellas. Y fueron estos por sus memorables hechos muy estimados, y perpetuaron sus linajes y familias en ella, extendiendo su nombre y fama hasta en nuestros tiempos. Puesto que para los de Lerida se otorgó particular y muy favorable privilegio, por haber sido los primeros que en las baterías aportillaron los muros de la ciudad en tres partes (como está dicho en el precedente libro) pues en cuanto a ellos, ya dieron la entrada al ejército. Por donde como si fueran los primeros que escalaron el muro, y de hecho entraran la ciudad, cumplió el Rey con ellos lo que antes, cuando mandó pregonar el asalto, había prometido a las ciudades cuyos soldados primeros que todos hubiesen escalado, y entrado la ciudad. Porque tomando por motivo que estos tales por abrir camino al ejército se habían puesto en tan evidente peligro, y encomendado su vida a la balanza de la fortuna, y por servir al Rey arriscado sus personas, apique de dejar huérfanas sus mujeres, hijas, y hermanas: concedía a su ciudad dos cosas. La primera que pudiesen dar peso y medida a Valencia. La segunda enviar trescientas doncellas, para que el Rey las dotase y casase con los principales soldados del ejército: como de hecho vinieron luego de Lerida y de todo su distrito, y fueron por el Rey dotadas, y colocadas con sus maridos. Y también el peso y medida de ella aceptados e introducidos en la ciudad y Reyno, como hoy en día se usa dellos. Asimismo muchas otras familias y linajes poblaron la ciudad, no solo de Aragón y Cataluña, pero de la Guiayna, y otras partes de Francia que vinieron con el Arzobispo de Narbona: Como fueron los Narbones, los Carcassonas y Tolosas. Ni es de creer que a este buen Arzobispo, que tan principalmente ayudó al Rey en esta conquista dejase de agradecérselo, aventajándole con alguna más principal Prelacia, o en otra manera. Entre todos estos no faltó una nobilísima familia y linaje de Romanos (como dice la historia) que vinieron a servir al Rey en la conquista, y se quedaron a poblar la ciudad, llamados Romaníns, con el acento agudo en la última sílaba, que así los nombraban los de Guiayna y Cataluña. Los cuales no solo fueron proveydos de casas, campos y posesiones, pero tan estimados por sus esclarecidos hechos, y nación, que aunque mezclados con otras familias y parentescos, el sobre nombre de Romaní nunca le han perdido, antes otros linajes con este sobrenombre se han mucho ilustrado. Sobre todos fueron los antiquísimos y principalísimos linajes de Cataluña descendientes de los condes Berengueres, de los Moncadas y Cardonas, con los cuales quedó muy ilustrada esta ciudad y Reyno: en el cual señaladamente los Moncadas y Cardonas, quedaron muy aventajadamente heredados de tierras y vasallos.


Capítulo VII. De la traza que se dio para ensanchar la ciudad, y de las doce puertas y cinco puentes de ella, con el discurso de los primeros pobladores, y de los edificios que en ella se hicieron.

Por este tan célebre acrecentamiento de linajes y familias, para más ennoblecer la ciudad, mandó el Rey ensancharla mucho más de lo que antes era, y que se extendiese fuera del muro viejo. Y así se puso luego todo en orden, por el grande aparejo y comodidad que la ciudad tiene para edificar, dentro de si por la copia del agua de los pozos, y cabe si por la diversidad de mineros de piedra durísima y fortísima: también por la abundancia de cal, arena, y yeso, y mucho más por la continua obra que siempre anda de tierra cocida de ladrillos, con los cuales se hizo toda la muralla argamasada muy ancha, alta, y fortísima. Demás que para los pertrechos y enmaderamiento de las casas también alcanza toda la comodidad necesaria: así por los grandes bosques de pinos altísimos que nacen a jornada y media de ella en el Marquesado de Moya, de donde se provee de ordinario cada año: como por el gran compendio y facilidad que tiene para atraerlos por su río Guadalaviar, que pasa junto a los bosques, y recogida la madera, la trae río abajo hasta dejarla a las mismas puertas de la ciudad. De manera que a semejanza de los Romanos antiguos, cuando fundaban sus colonias, se señaló esta con un sulco llevando alrededor el arado: por el cual hizo levantar los nuevos muros, y quiso que la ciudad tuviese doce puertas: quizá por tener siempre su ánimo y pensamiento puestos en las cosas divinas: y por imitar aquella santa ciudad que vio y retrató el profeta Ezechiel, que se abría por doce puertas. Porque a su semejanza tiene la ciudad de Valencia otras tantas: tres que miran al Oriente, tres al mediodía, tres a poniente, y tres a septentrión: con cinco puentes grandes hacia el septentrión y al oriente sobre el mismo Río, y da cada una de ellas en un Arrabal, y en dos caminos reales. A fin que para todas las naciones y gentes del mundo se les abriese la puerta, y por falta de puentes no impidiese el río la entrada a los extraños. Pues realmente ningún natural quedó en ella (como está dicho) sino que fue toda poblada de extranjeros. De aquí parece que le es natural el acogerlos mejor que ninguna otra ciudad, para ser común patria para todos. De donde viene que muchos vulgarmente la llaman madre de extranjeros, y madrastra de los naturales, y no muy fuera de razón: porque estos descuidados de su estado, por el abundancia y regalo en que nacen y se crían, no estiman el bien que tienen, y fácilmente le pierden. Mas los extranjeros, como vienen de la necesidad a la abundancia y regalo, lo tienen en mucho: y por no perderle viven con recato, y con curiosidad le conservan: como se halla de muchos extranjeros, que entraron niños y desnudos en ella, y por su buen ingenio y diligencia, junto con la continencia, y sobriedad, acumularon en setenta años muy grande copia de hacienda: cuyos hijos que nacieron de madres Valencianas, y se criaron con el regalo de ellas, a los sesenta meses después de heredada la consumieron toda: por no haber cuando los padres de heredar a sus hijos de discreción como de hacienda. Pues levantado ya el nuevo muro, y fortificada y crecida la ciudad, luego comenzaron a derribar la vieja, por estar edificada a la morisca, y a labrarla muy suntuosamente, abriendo las calles, y descubriendo patios, los cuales muy en breve fueron llenos de casas, templos, monasterios, Hospitales, lonjas, y otros edificios públicos, sin dejar en toda ella lugar ocioso, ni impertinente. Señaladamente en la grande área y plaza del mercado, donde es incomparable el infinito concurso que de gente, de vituallas, y de todo género de provisiones de ordinario hay en él cada día. Mas por que se entienda la religión y fervor de devoción con que comenzó esta ciudad, y ha continuado su edificio en lo espiritual: vemos que allende de las trece iglesias parroquiales que después acá se han edificado y dotado de tan copiosa y venerable clerecía, se hallan edificados en nuestros tiempos, a gloria de Dios, treinta monasterios de todas las religiones, dentro, y alrededor de la ciudad, no muy dotados de rentas, pero mantenidos de la continua limosna de los vecinos de ella. De manera que ha llegado a ser la ciudad casi tres veces más de lo que era en tiempo de Moros: y por todas partes tan igualmente poblada, que no hay hijada, que dice, sino que toda es en todo ciudad Realísima.


Capítulo VIII. Como el Rey hizo los fueros del Reyno en lengua Lemosina, y se quejaron los Aragoneses porque no se escribieron en la suya.
Dado ya orden por el Rey en lo material de la ciudad, como en en los edificios y casas para habitar en ella, comenzó luego a darle la forma y espíritu, con las nuevas leyes y fueros necesarios para ser bien regida, y el Reyno con ella. Y por ser el Rey, no solo fundador de la ciudad, pero de sus leyes y fueros, quiso que se escribiesen en su propia lengua materna, que fue la Limosina, como se hablaba en Cataluña. La cual tuvo su origen en la ciudad de Limoges en Francia, y era común para toda la Guiayna: pareciéndole que por ser lenguaje llano lo entendería mejor el vulgo, y se libraría de tan diversas y confusas interpretaciones del derecho que suelen nacer de la variedad y extrañeza de las otras lenguas de España, porque de andar mezcladas unas con otras, eran fáciles y ocasionadas para dar muchos sentidos sobre cada cosa. Como entendieron esto los Aragoneses, que con ejército formado le seguían, y se habían hallado en la conquista del Reyno, y entrada de la ciudad, se tuvieron por muy agraviados, de que los fueros y leyes de Valencia se escribiesen en lengua Catalana, o Limosina, tan obscura y grosera: y que fuera harto mejor en la Latina, o alomenos Aragonesa. Mayormente porque los fueros, como leyes provinciales, están de si tan apegados, y toman tanta fuerza del derecho común y leyes de los Romanos, que para más clara interpretación dellos, era necesario escribirlos en la misma lengua que fueron escritas las leyes, como la Romana, o alomenos la Aragonesa: por ser esta no solo común a las demás de España: pero entre todas las de Europa (como se probará) más conjuncta, más hermana, y casi la mesma, con la Romana. También era del mismo parecer, y conformaban en la pretensión por su propia lengua los Castellanos, y los demás mercaderes Españoles, que allí se hallaban, que hablaban casi en la misma lengua que los Aragoneses: aborreciendo en grande manera la Catalana, o Lemosina, porque no se podían hacer a ella, ni hablarla, más que la Caldea.


Capítulo IX. Del origen de la lengua Española, que fue de la Romana, la cual se enseñó en Huesca de Aragón por los Romanos, y la aprendieron mejor que otros los Aragoneses.

Antes que por el Rey se satisfaga a la queja y agravios propuestos por los Aragoneses en el precedente capítulo, para mejor responder a todo, será bien mostrar lo que de su vulgar lengua Aragonesa se siente, y descubrir algunos buenos secretos del origen y principio de la universal lengua Española, que llaman Romance, que se nos ofrecen de presente: valiéndonos de esta digresión para mayor ornamento de la historia. Es a saber, como esta lengua fue totalmente derivada de la Romana Latina por haber sido por los Romanos introducida y enseñada por toda España, y puestas escuelas en las principales ciudades y lugares de ella: y como para los Aragoneses, que son la mayor parte de los Celtíberos, se pusieron en la ciudad de Huesca, donde no sola la aprendieron con mucha curiosidad, pero hasta en nuestros tiempos la han retenido, y conservado más pura, e incorrupta que en las demás partes de España. Pues cuanto a lo primero que la lengua Aragonesa, con la que llaman Castellana, hayan sido nacidas de la Romana Latina, y que esta fuese por los Romanos enseñada en España, claramente se colige del tiempo de Quinto Sertorio Senador y gran capitán Romano, el cual por haber seguido la parcialidad de Mario, persiguiéndole por ello L. Silla, fue desterrado de Roma, y se vino a España: donde descubriendo el generoso y natural valor de los Españoles, y su ardor y fuerzas para la guerra, aunque en lo demás los halló bárbaros y rudos (rudes): con su arte y maña los instituyó, y amaestró de manera, que no solo en armas, y en el ejercicio y uso de pelear, los igualó con los Romanos: pero aun halló modos, como en lo demás, hacerlos idóneos y suficientes para toda cosa de gobierno. Y así para que mejor conociesen el bien que les hacía, y le tuviesen todo amor y respeto, mandó poner escuelas en Huesca, con muy buenos maestros Romanos, para que les enseñasen las lenguas Latina y Griega, a fin de que con esta mañosa obra de enseñarles, realmente tuviese como en rehenes los hijos de los más principales señores de la Provincia: y para que con la instrucción en las lenguas, y erudición Romana, se habilitasen, y pudiesen ser acogidos a los cargos y preeminentes oficios de la guerra, según que Plutarco historiador grave más largo lo escribe en la vida del mismo Sertorio. Mas aunque a la verdad, Huesca de la cual habló Plutarcho, es diversa de la Huesca de Aragón, porque la otra está en la Andalucía al extremo de los Tudetanos, donde Sertorio hizo sus guerras, y hoy se llama Huéscar, y la de Aragón está fundada a las faldas de los Pyrineos hacia el Septentrión: pero de su antigüedad (antiguidad), y gran tiempo que duran sus escuelas, con otros vestigios e indicios que de los Romanos se hallan en ella, claramente se ve que fue también en esta Huesca fundada Academia de lenguas, y con la continua lección perpetuada. Porque es más que verosímil, que otros capitanes Romanos antes y después de Sertorio, como los dos Scipiones y Pompeo (Pópeo), principalmente el Emperador Augusto César (Caesar), hicieron escuelas en España, y mucho más en la citerior donde están los Aragoneses, y donde más ellos se detuvieron. Y así se muestra que en ninguna parte mejor que en Huesca las instituyeron, por no hallar otro lugar más apto para el propósito de los Romanos: por ser esta ciudad de asiento alegre y bien fortalecida, de muy fértil campaña, y de toda cosa provista (proueyda), ser muy mediterránea, para más seguramente retener como en rehenes los estudiantes nobles, y más por estar separada del comercio y comunicación de diversidad de gentes, para no ser distraídos de sus estudios y ejercicios de lenguas: a efecto que después de haber bien aprendido la Latina, no solo se valiesen los Romanos dellos como de farautes y espías para descubrir los ánimos y designios de los Españoles, tan amigos de libertad, pero también para que fuesen admitidos así al gobierno y cargos de la República como en los oficios de la guerra.


Capítulo X. De la afición con que los Españoles aprendían la lengua Latina, y como en todas las villas y ciudades de España había públicas escuelas para enseñarla, y que en los Aragoneses quedó más apurada.

Para confirmación de lo dicho en el precedente capítulo, se halla que cebados los Españoles de los premios que los Romanos daban, y honras que hacían a los más hábiles en la lengua Latina, se dieron con tanta afición y estudio a ella, que hasta los padres, hermanos, y hermanas, cogían cada día de los niños cuando volvían de las escuelas, las lecciones (liciones) que habían oído aquel día, y con esto hacían la lengua Latina familiar y doméstica. Y en fin aquellos nombres y vocablos que los Romanos ponían a las cosas se recibían y han quedado para siempre en España. Llegó este ejercicio a tanto, que hay quien escribe, que no había otros juegos para los niños, ni se permitían otras contiendas para tirar a la joya, sino por mejor hablar en Latín, declamando por las plazas y cantones para más ejercitarse en el uso de la lengua. De manera que no solo en las dos Huescas, pero en las más ciudades y villas de España, se ha de creer, había instituidas escuelas y puestos maestros para que juntamente con las lenguas enseñasen todas las artes liberales, para más atraer a los auditores a entender los misterios y admirables secretos dellas. Señaladamente en la ciudad de Sagunto junto a Valencia, que hoy se llama Murviedro, donde (como adelante mostraremos) fue tanta la devoción que para su mal, tuvo al senado y pueblo Romano, que no solo tomaron sus leyes y costumbres para regir su República, pero también aprendieron la lengua Latina para entenderlas. Pues para manifiesto argumento de que la entendieron y hablaron familiarmente, está aun en pie el gran teatro que edificaron en la misma ciudad para representar al pueblo las comedias Latinas que les enviaban de Roma: y es muy cierto que tan gran concurso de pueblo, no era para solo ver, sin que entendiesen la lengua en que ellas se representaban. Porque de otra manera, como es posible que todos los Españoles chicos y grandes hombres y mujeres aprendiesen la lengua Latina, ni que la convirtiesen en tan cotidiano y familiar uso de hablar, y en el tanto se fundasen, que por él, sin más dejasen el antiguo y materno suyo propio. Demás de eso, que tuviesen el Latín Romano con tantas raíces (razizes) aprendido, que ni por la nueva lengua de los Godos, ni por la bárbara Arábiga de los Moros, que después entraron en España, jamás se haya perdido, ni vuelto a la antigua? Salvo que con el tiempo, como los Romanos se apartaron de España, y los vocablos iban faltando, los Andaluces entre otros, ayudándose de los nombres Arábigos de Granada su vecina, los mezclaron con la Latina. Mas no fue así de los Aragoneses, los cuales con la misma tenacidad y porfía que acostumbran emprender otras cosas, han conservado hasta hoy aquella misma lengua Latina que se aprendió en las escuelas de Huesca: Porque no hablan vulgarmente otros vocablos que, o, Latinos, o derivados de ellos: y también muchos Griegos, si se atiende a la etimología (Etymologia) dellos. Pues entre otras hemos leído algunas Epístolas compuestas de unos mismos vocablos y una misma significación y congruencia (congruydad) en las dos lenguas Aragonesa y Latina: y también con curiosidad, hemos hallado (sin las que han introducido los Médicos) ochenta dictiones Griegas y Aragonesas de una misma terminación, significación y sentido. Para que se vea cuanta ha sido la firmeza y constancia de los Aragoneses, pues por la vecindad y contratación de los otros Reynos propincos, de lengua más inculta, no se les ha apegado nada en su cotidiano uso de hablar: mayormente estando rodeados a la parte de mediodía de los Moros de Valencia que hablan en Arábigo (Arauigo), por la de oriente de los Catalanes, con su lengua Lemosina: a la de Septentrión de los Cántabros, que incluyen Vizcaínos y Navarros: de cuya lengua como reliquias de la antigua Española (lo que piensan muchos) ni en un solo vocablo se han aprovechado: sino que con la conversación de los Castellanos, que retienen la lengua Romana, se han conservado, sin que en el valerse de vocablos ajenos les hayan imitado (imtado). Ni se admite por verdadero lo que algunos pretenden (pretiendé) que los Aragoneses hablan Castellano grosero y bastardo, y que tienen los mismos vocablos que en Castilla, sino que no los componen en buen estilo: porque como está dicho ambas a dos lenguas tienen una origen y principio de la Latina, y así no puede ser una dependiente de la otra: sino que como dice el proverbio. Todos de un vientre y no de un tempre. Porque a la verdad los Castellanos tienen los conceptos de las cosas más claros, y así los explican con vocablos más propios y bien acomodados demás que por ser de si elocuentes en el decir, tienen más graciosa pronunciación que los Aragoneses, los cuales pronuncian con los dientes y labios, y los Castellanos algún tanto con el paladar, que les ha quedado del pronunciar de los Moros que forman las palabras con la garganta y es cosa de gusto, oír a un moro hablar Castellano, ver cuan limpia y graciosamente lo pronuncia, que casi no le toca con los labios. Puesto que por el mismo caso los Aragoneses pronuncian mejor la Latina que los Castellanos, porque profieren con los labios y dientes que son los principales instrumentos de la pronunciación Romana: cuya fuerza ha podido tanto, que habiendo quedado en Aragón muchos pueblos de Moros, que llaman Tagarinos, entre los Cristianos, los Aragoneses no solo no han usurpado algún vocablo Arauigo dellos, pero les han forzado a dejar su propia lengua por la Aragonesa: la cual se ve que hoy hablan todos. Para que por ningún tiempo pueda llamarse bárbara la lengua Aragonesa, así por ser más conjunta que todas a la Latina: como por haberse conservado por tantos siglos entre tantas bárbaras sana, e incorrupta. Ha sido necesario traer todo esto de la origen y observación desta lengua, a propósito que la pretensión de los Aragoneses cerca los fueros de Valencia, como está dicho, no pareciese impertinente: ni ellos indignos de que el Rey en esto les complaciese: pues la conquista del Reyno de Valencia por la antigua división entre el Rey de Castilla, y el de Aragón, tocaba a los Aragoneses, los cuales no habían faltado con su ejército, empleando vidas y haciendas en conquistarlo: por lo cual merecían que en nombre suyo, y de su Reyno se escribiesen los fueros de Valencia en su lengua, y aunque se redujesen a los fueros de Aragón todos.


Capítulo XI. De las justas causas que el Rey dio para escribir los fueros en lengua Lemosina, y de la excelencia dellos, y grandeza de la ciudad.

Perseverando el Rey en su determinación, no embargante la queja de los Aragoneses, mandó escribir y publicar los fueros y leyes del Reyno en su propia lengua Lemosina, por las justas y legítimas causas que su Real consejo para ello dio. Primeramente porque estaba en absoluta libertad del conquistador dar leyes nuevas a los pueblos por él conquistados, escritas en la lengua que quisiese, solo que estuviesen fáciles y claras de entender, sin curar de más elegancia, ni arreos de palabras porque había de ser llano y manifiesto al pueblo lo que para su amonestación, o castigo se le daba por ley. Y así tomada la ciudad y echados por una parte todos los Moros de ella, y por otra acogidos los Cristianos de diversas tierras para poblarla, era necesario que el conquistador introdujese (introduziesse) su propia lengua: a fin que no solo quedase en ella su gloriosa memoria, pero que con esto satisficiese (satisfiziesse) y cumpliese con la voluntad y honra de la mayor parte del ejército y gente que le ayudaron en la conquista. Pues se hallaba haber sido doblada la gente y ejército de los Catalanes con los de Guiayna que siguieron al Rey en la conquista y población de Valencia, que la de Aragoneses, y de otras partes. Demás que no era cosa conveniente que los Valencianos que tan conjuntos (coniunctos) estaban en el trato de mar y tierra con los Catalanes y de la Guiayna, usasen de otra lengua que de la que era familiar y propia a los unos y a los otros, y por eso mucho menos necesario, ser regidos y juzgados por leyes y fueros escritos en extrañas lenguas. Ni era buena consecuencia, que por tomar los fueros su fuerza e insistir en el derecho común, por el cual se han de declarar para bien juzgar con ellos, se hayan de escribir en lengua Latina, o en la más conjuncta a ella: por que no había cosa más ajena de la intención del Rey, que revolver sus fueros claros con leyes oscuras. Pues no por otra causa quiso que sus fueros se escribiesen en lengua tan vulgar y llana, que por desterrar desta Repub. tantas, y tan varias y dudosas interpretaciones del derecho: mandando con expreso fuero, que en caso que se ofreciesen dudas sobre la inteligencia del fuero (que suelen estas hacer siempre tardos, e irresolutos a los Dotores en el determinarse) no se recorriese a ellos, sino a solo juicio de buenos hombres: y que estos no atendiesen sino a la pura verdad del hecho, y conforme a ella juzgasen. También por dar con esto alguna satisfacción al pueblo malicioso, para el cual no hay cosa más grata, que ser juzgado de jueces sacados de medio del, como de compañeros, que a estos vemos que cree más, porque a los Doctores tiene los por sospechosos, y cavilosos. Con estas razones y causas que el consejo dio de parte del Rey a los Aragoneses, desistieron de su demanda, y se conformaron en todo con la voluntad del Rey. Mas porque continuemos nuestro propósito, fundó el Rey con tan principales y bien advertidos fueros su Repub. Valenciana, a juicio de todos los que con curiosidad han reconocido y visto otras Repúblicas por el mundo, que ninguna los tiene más claros, más santos, ni mejores. Según que la misma ciudad lo testifica con su buen gobierno y augmento, como fruto que nace de ellos. Pues llega a ser tan poblada, tan rica y abastada, y de aquel tiempo acá tres veces mayor de lo que era. En tanto, que con haber muchas Valencias en la Europa, los Franceses la han llamado siempre la mayor diciendo en su lenguaje (Valance le gran) porque a la verdad sus casas llegan a número de diez mil, y vecinos son veinte mil, sin sus arrabales, y caserías de la huerta, que llaman Alquerías que son otra tanta ciudad.


Capítulo XII. De la elección que el Rey hizo de Fieles para repartir los campos y heredades, y como murmurasen de ella, la hizo de otros, y en fin volvió a los primeros.

Hechos los fueros y leyes para el gobierno de la ciudad y Reyno, fue el Rey muy solicitado por los oficiales del ejército hiciese la repartición y distribución de los campos y heredades de la huerta y dehesas, contenidas en el distrito de la ciudad, como cosa debida, y que por recompensa del saco de ella, que les había quitado de las manos, andaban todos muy intentos en la demanda: mayormente los que antes de tomada la ciudad habían alcanzado del Rey donaciones de tantas jugadas de campos. Por esta causa eran intolerables las importunaciones de los pretensores. Por donde hecha ya la división de casas por los fieles que para ello se deputaron, de nuevo eligieron dos otros fieles, o repartidores para la división de los campos. Para lo cual fueron nombrados por el Rey, don Assalid Gudal letrado y del consejo Real, y don Ximen Pérez Tarazona Vicecanceller del Reyno de Aragón, dos nobles Aragoneses, y muy diestros en las cosas del gobierno, y que no solo eran señalados por la mucha plática y experiencia de negocios, pero en la sciencia legal excedían a todos los de la Corte, y valer en las dos cosas era tenido a los nobles y generosos por muy honroso. De suerte que se les dio cargo para que reconocidos los campos, según el espacio y medida dellos, se asignase a cada uno lo que conforme a las donaciones hechas por el Rey les pertenecería. Sobre este nombramiento de los fieles para la división, hubo grande murmuración entre los señores y capitanes del ejército, y con esto mucha queja del Rey: pareciéndoles no ser cosa decente para negocio tan principal, nombrar tales fieles, por muy honrados y letrados que fuesen: que fuera harto más acertado nombrar otros de los mayores Prelados Eclesiásticos, y más grandes señores de su Corte. Lo cual aunque desagrado mucho al Rey, pero considerando que los mismos grandes que pedían el cargo, hallándose inhábiles para regirlo, luego mudarían de parecer, sin dar más parte dello a Gudal, ni a Tarazona, respondió que nombrasen los que quisiesen, que los aprobaría, y daría el cargo. En la hora fue dada al Rey la nómina de los que podían ser nombrados, que fueron de los Prelados, Berenguer Palaçuelos, y Vidal Canellan, Obispos de Huesca y Barcelona, y de los grandes, don Pedro Fernández de Azagra señor de Albarracín, y don Ximen Vrrea General de la caballería, ambos nobilísimos señores, y muy esclarecidos en la guerra, y así el Rey les confirmó luego en el cargo. Quejáronse mucho al Rey los primeros nombrados, por haberlos así súbitamente privado del cargo sin oírlos, y con gran mengua suya admitido a otros. Respondioles el Rey, que no se les diese nada por ello, porque tenía por muy cierto que los nombrados, viéndose embarazados por su inhabilidad, y dificultades del cargo, no solo le renunciarían, pero que con muy grande honra volvería a ellos: cuanto más dijo el Rey, que sé yo algún secreto, que cuando torne a vosotros el cargo siguiendo mi parecer, desharéis todas las dificultades y estorbos que se os puede ofrecer. De manera que los cuatro fieles comenzaron a poner mano en la división, y como luego se les ofreciesen grandes enredos, y ni supiesen, ni pudiesen deslindarlos, y con esto fuesen de día en día difiriendo la división, y creciese mayor murmuración contra ellos, que contra los primeros, luego de si mismos se inhibieron del cargo, y le renunciaron del todo.


Capítulo XIII. Como el Rey gustó mucho de los que dejaron el cargo del repartimiento, y que se restituyó a los primeros, y de la industria que dio en la repartición para que fuesen muchos heredados.

Gustó mucho el Rey de los Prelados y Grandes, que habiendo con alguna ambición procurado para si el cargo de la repartición con gran aplauso del ejército, sucedió que por las causas dichas, no solo le dejaron, pero pidieron volviese a los primero nombrados Gudal y Tarazona: a los cuales llamó el Rey, y en presencia de todos les confirmó el cargo: y para que mejor, y con más honra saliesen con la empresa, les descubrió su pecho, dándoles el modo y traza que habían de tener para quitar de raíz todas las dificultades, y embargos del repartimiento: porque se descubrían tan grandes, que casi imposibilitaban la repartición: las cuales mostró el mismo Rey se quitaría, haciendo dos casos con su autoridad y decreto. La una que así como en Mallorca en semejante división se había usado, las jugadas de los campos, que antes eran cada una de tantos celemines de simentera, de allí adelante se redujesen a la mitad, y sobre esto se estableciese ley perpetua: pues con buen título y razón podían los conquistadores hacer y dar (como está dicho) nuevas leyes a los conquistados, mayormente no quedando ninguno de ellos en la ciudad, y viniendo bien en esta ley los que de nuevo la poblaban. La otra era, que se examinasen muy bien las mercedes y donaciones hechas por el Rey antes de tomar la ciudad, y que reconocidos los servicios y gastos hechos por cada uno de estos tales, y limitados según el tiempo que siguieron la guerra, y ejercitaron las armas, así fuese la justa recompensa dellos: porque desta manera sobraría para todos. Siguiendo pues los fieles la forma y advertimiento del Rey, no solo igualaron los campos con las donaciones, pero aun sobraron tierras: y con esto fueron heredados en la huerta y campaña de la ciudad, CCCLXXX hombres principales del ejército de los dos Reynos, los que por su valor y mano se ennoblecieron en esta conquista. Esto fuera de los grandes, y principales del consejo real, porque a estos el Rey les repartió, y dio en feudo villas y castillos por todo el Reyno, con la obligación de seguir al Rey en tiempo de guerra, o en otra manera, de mayor o menor cargo: según la merced hecha a cada uno dellos. Cuyas familias y linajes desde la conquista acá, han florecido y perseverado con mucha alabanza, y quedan en sus estados con la gloriosa memoria de sus antepasados.


Capítulo XIV. De donde les viene a los Valencianos ser valientes en el acometer, y por qué causas el Rey les permitió los desafíos, y como fue Valencia Roma primero llamada.

Con el buen repartimiento de campos y heredades que los fieles con el consejo del Rey hicieron, quedaron colocados en esta ciudad tan gran número de gente escogida, como arriba dijimos. Los cuales con el buen sustento, y continua guerra que siempre tuvieron en defender la ciudad, y conquistar el Reyno de los Moros, la ennoblecieron con su linaje y familia en tanta manera: que no sin muy justa causa entre todas las ciudades de España la llamaron Valencia la noble como planta frutificante, y descendiente de aquellas primeras familias de Aragoneses y Catalanes, que por haber seguido a este Rey en tantas guerras quedaron por sus propias manos ennoblecidas. Lo cual se arguye de la misma nobleza y fortaleza que hoy queda y permanece en sus descendientes. Pues realmente de la gente Española, ni para acometer, ni para menos tener cualquier peligro en las empresas, jamás fueron los Valencianos de los postreros. Porque a estos la saturnina melancolía de los Catalanes sus progenitores, mezclada con lo dulce de la tierra a que son muy dados, se les ha convertido en pronta y Marcial cólera. Y tanto más porque Marte es señor, y está en la casa del signo Escorpión, al cual, por observación de Astrólogos, está sujeta Valencia. Y así la concurrencia de los dos planetas (según lo afirma Cipriano Leouicio) hace los hombres generosos, fuertes, animosos, airados, ardientes, prontos, liberales, arrojados a todo peligro, buenos para gobierno, vanagloriosos, amigos de venganza, y que no sufren injurias como estos. De aquí fue que para moderar esta su natural y pronta cólera, porque movida se les pasase presto, y con darle un desvío pronto, no se reconociese en venganza, a fin que luego en pasar la guerra se siguiese la paz: les permitió el Rey los desafíos de uno a uno, o de tantos a tantos. Así porque aflojando la cólera con la presencia e igualdad del trance y armas, diese lugar a la concordia: como porque por la codicia de ganar honra y victoria en el combate, se aumentase el ánimo, y mantuviesen las fuerzas para emplearlas contra los enemigos de la Repub. De donde ha venido que, o por el natural hervor de la sangre, o por el apetito de gloria, no hay gente como ella, que menos rehuse este género de combate, ni a que más se haya siempre dado. Por esta misma causa, y ser los Valencianos tan propincos a los Saguntinos (como adelante mostraremos) es posible que antiguamente se hubiesen igualado en fuerzas y valor con ellos. Ni se da por fabuloso (dando la antigüedad por autor) lo que vulgarmente se refiere, que Valencia fue primero llamada Roma, por haber sido nombre impuesto por Griegos corsarios, que navegaron por estas partes, e hicieron sus entradas y correrías por las tierras y lugares marítimos, y que de haber hallado en Valencia más resistencia, y gente más guerrera que en las otras tierras, la llamasen Pxuñ
que quiere decir valentia: y que por esta causa los Romanos reduciéndola a colonia, la llamasen Valécia, porque no encontrase con el nombre de Roma: mudando la voz, y quedando la significación, según que en nuestros Comentarios de Sale, lib. 2 más largamente se declara.


Capítulo XV. Que los Aragoneses que vivían en Valencia podían ser juzgados según los fueros de Aragón, y aunque se les negó, fueron parte para que los de Valencia fuesen más benignos, y del abuso dellos.

Volviendo a las leyes y fueros que el Rey estatuyo para la ciudad y Reyno, con asistencia de hombres muy letrados y expertos, y que habían considerado las leyes y gobierno de otras Repub. principalmente teniendo atención a los vicios e insolencias en que la mocedad Valenciana incitada por el gran regalo y abundancia de la tierra podía caer: determinó por estas causas fuesen los fueros de Valencia algo más ásperos que los de Aragón, los cuales de muy benignos, entre otras cosas, eximen a los delincuentes de venir a cuestión de tormento: y así quedaban los de Valencia en el inquirir, castigar y punir muy severos y rigurosos. Lo cual visto por los Aragoneses que estaban heredados y vivían en Valencia, acordándose de las libertades, y benignidad de fueros de Aragón, tentaron de contrastar sobre esto, siquiera por eximirse de ellos: pretendiendo que puesto que vivía en Valencia, habían de ser juzgados ellos y sus haciendas conforme a los fueros de Aragón. Pero fue por demás su demanda, porque se les respondió, sería cosa semejante a monstruo de dos cabezas, ser la ciudad y Reyno juzgado con leyes y fueros entre si contrarios y diferentes. Con todo eso fue tanta la porfía de ellos, alegando las libertades y benignidad de los fueros de Aragón que fueron parte para que se moderasen y diesen a Valencia fueros más benignos de lo que estaba ordenado, y de lo que agora (según la viveza de los ingenios y libertad de la gente) se les hubiera concedido. Puesto que a la verdad los mismos serían, agora como entonces, también suficientes para desterrar los vicios y males de la tierra, si se diese lugar a la ejecución dellos, y en los crímenes se ejecutase luego su rigor, y en los pleitos y cosas de hacienda, no se ampliase tanto su benignidad y favor, como adelante lo notaremos.


Capítulo XVI. De la razón por que se describen las excelencias de la ciudad y Reyno tan copiosamente, y de las justas causas que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por poblar a Valencia.

No hay porque maravillarse, ni tener a demasiada afición, el tanto detenernos en la descripción de las excelencias de esta ciudad, que parece no queremos dejar cosa por decir de ella: porque en esto cumplimos con el oficio de fiel historiador, cual a este Rey se debe. Pues si de alabar el mundo con las grandes maravillas que en él hay, resulta tanto mayor obligación para haber de alabar al sumo artífice y criador del y dellas, como de obra y hazaña por sus manos hecha: a imitación y sombra de esto, habiendo sido el Rey el primer conquistador de esta ciudad, y echado a todos los infieles de ella, y de nuevo plantado la fé y religión Cristiana, regándola con la viva agua de doctrina divina, la cual mandó luego introducir en ella: y que por haberse con sus tan excelentes fueros y leyes perpetuando el buen gobierno y conservación de ella, ha llegado a ser y prosperar mucho más de lo que aquí la podemos alabar y con nuestro ínfimo estilo engrandecer: Porque todo esto no resultará en mayor loor y gloria del mismo conquistador? Como siendo esta una de las más bien acabadas hazañas por sus Reales manos, no será aquí muy copiosamente descrita y amplificada? Para que continuando lo dicho, con lo que por decir queda de ella, pasemos adelante, y mostremos, como a causa de haberse salido todos los moros de la ciudad, y quedar del todo desierta de gente, se siguió, que el ejército, no solo de los Aragoneses y Catalanes, pero de Franceses y Romanos (como arriba dijimos) se quedasen a poblarla, y por ella olvidasen sus propias tierras, por las sobradas causas y razones que para ello tuvieron. Porque si los hados (como el vulgo dice) les hubieran ofrecido felicísimo asiento y morada en esta ciudad, así fue igual la importunidad de todo el ejército, por ser acogidos en el repartimiento de las casas, y de los campos y heredades, para quedarse a vivir con ella. De manera que tan presto como la ciudad fue despoblada de los moros, fue poblada y dos tanto aumentada por los cristianos: pues con la religión y fueros tan santos para su temporal y espiritual gobierno, juntamente se introdujo (introduzio) la política (policía), y delicado modo de vivir en ella. Mas porque declaremos en particular algunas de sus principales excelencias, por las cuales es tan conocida y nombrada en todas partes: vamos por cabos declarando lo más principal de ella, y por lo que llega a ser muy singular entre todas las de la Europa. Como es por la comodidad de su asiento, por la gran templanza y suavidad de aire: por su rica y varia fertilidad de campaña: por su grandeza y concurrencia de gente: por su trato e infinidad de mercadurías, con las propias y muchedumbre abundancias del Reyno: que todo será para más descubrir el lustre y gran ser de ella. Volviendo pues a su asiento y fundación, lo que se entiende es, que según su natural sitio y aparejo para ser muy poblada, su fundación fue muy antigua entre todas las ciudades de España (según que otros escritores lo han significado) pero su aumento comenzó de aquel tiempo que la gran ciudad de Sagunto su vecina a XII mil pasos de ella (donde agora está Murviedro) fue destruida por Annibal y ejército de los Cartagineses, como adelante diremos. Porque se cree, que después de esta destrucción, que por no haberle acudido con el socorro el pueblo Romano padeció Sagunto: proveyó el Senado viniese Gne. Scipion procónsul a España, para ver si podría reparar las ruinas y pérdida de ella: pero como la halló tan despoblada y yerma, así por la gran falta de aguas, que por los conductos ya rotos solían traer a su río y vega: como porque Valencia, y otros pueblos vecinos a Sagunto, se las habían usurpado, y dividido entre si su territorio y campaña, pasó a Valencia, donde vista la gran fertilidad de la tierra, con la abundancia de aguas que para ser bien cultivada tenía, dejó a Sagunto, y en su lugar hizo a Valencia colonia Romana, y la sustituyó en toda la señoría y mando que Sagunto en su territorio poseía: ennobleciéndola con nuevos edificios, y otras comodidades públicas (como luego mostraremos) a causa de ver su felice asiento, y constelación (costellacion) próspera debajo del signo de Escorpión, con la compañía de Venus y Marte: los cuales (según la opinión de Astrólogos) causan admirables efectos, como en el capítulo XII, poco antes se han copiosamente declarado: y que bastan los efectos para creerlo. Lo mismo se halla en lo que toca a la pureza y sanidad de aire, y hermosura de tierra. Porque está situada en el mejor, y más templado suelo de la Europa: por estar hacia la marina, abierta al oriente: para que antes que los vapores crasos y húmedos que de la noche quedan puedan dañar por la mañana a los ciudadanos, los haya el sol ya levantado y disipado. Está hacia el Septentrión a tres leguas rodeada de un perpetuo monte, que desde el cabo donde está el devoto monasterio de frailes menores, que llaman Val de Iesus, corre hacia poniente y mediodía en forma de semicírculo, que comprende toda su vega y huerta. Por el cual monte pasan de invierno, y se refrenan los rigurosos vientos de la Tramontana, que revueltos con la fragancia de tan buenas yerbas y flores, purgan los malos vapores, y desecan las humedades de ella. A los cuales suceden de verano los vientos que los Griegos llaman Etesias, que son el Boreas templado: y muy saludables, porque suelen estos templar el excesivo calor de los caniculares. También por el poniente se vale de los lluviosos vientos de Castilla: para que con el más cómodo regadío del cielo, maduren los frutos de su vega, y los del monte crezcan. Puesto que su mayor abundancia de aguas le acude por el Levante: del cual también se vale para hacerse venir las naves cargadas de pan de Sicilia hasta su Grao y marina. Finalmente por la parte de mediodía, por donde había de ser más infestada, también templan su calor los suavísimos vientos Australes, que rociados del mar, por donde pasan, refrescan la tierra, y cuando el sol es más ardiente más los mueve, y son los que llaman embates. De donde es que con haber en ella concurso de todas las gentes y naciones del Orbe, a dicho de todos, ningún otro aire como el de esta ciudad se halla más común y saludable para todos: y tanto más porque si acaece a los extranjeros adolescer en ella, no hay otra en la Europa más pueda de remedios que ella para cobrar la salud: así por el grandísimo ejercicio de la medicina platica y especulativa que en si tiene: como por la mucha abundancia y excelencia de adrogas, de yerbas, y mucho más de regalos que en ella hay para los dolientes: y que se puede muy bien decir, como suelen, que valen más los regalos de Valencia que las medicinas de otra parte. Pues si consideramos las aguas en ninguna parte se hallan más saludables que en ella. Porque su río Guadalaviar, que viene de hacia el septentrión fresco, y desde su nacimiento muy quebrado y ligero por entre peñas, llega tan apurado, que según opinión de Médicos, y se prueba por experiencia, ningún río hay de agua más sana y delgada, que la suya. Mayormente después que la ciudad goza del ordinario y abundoso acarreo de la nieve, cuyo efecto es comunicar toda su frialdad al agua puesta en vasos (no mezclada con ella, que no es sano) sino con circular movimiento meneados, y refregados con en ella: porque de esta manera, restituyendo al agua su propia calidad primera que es de frigidísima, viene a ser muy grato, y para la concoction, y digestión, muy apto y sano el beber con ella. Porque demás del suavísimo regalo que se alcanza con el beber frío en tierra de si caliente, y más siendo el tiempo ardiente: aun es mayor la salud que se le sigue de esto, por la templanza y freno que el frío pone al excesivo calor interior de los cuerpos, cual del calor de hígado se padece en ella: como en nuestros Comentarios de Sale lo tenemos más largamente probado. Puesto que no por eso deja de ser buena el agua de los pozos, sino es para quien no la tiene vezada, de la cual abunda en tanta manera la ciudad, que con los de los arrabales se hallan treinta mil pozos en ella. Los cuales ayudan mucho a la firmeza y sanidad de la tierra, defendiéndola así de terremotos y otras aberturas, como de pestilentes vapores, para que salga no con ímpetu, debajo de la tierra sino poco a poco, y como rociados y templados por los mismos pozos.


Capítulo XVII. De la rara y artificiosa obra de los albañares de la ciudad, y de la gran limpieza y sanidad que tiene por ellos.

Se junta con los demás provechos que los pozos hacen a la ciudad, para ser una de las más limpias y sanas del mundo, lo que ayudan ellos para conservar y mantener aquella tan singular y rara obra de los albañares públicos, que en latín llaman cloacas, con los particulares de cada casa, hechos los unos y los otros con tanto artificio, y comodidad para la limpieza de la tierra: que realmente cuando no los había debía ser esta ciudad muy intolerable y enferma, por ser húmeda y caliente, donde más fácilmente se corrompen las cosas, que si fuese fría y seca. Como lo vemos de muchas otras, que por falta de esta policía, no solo se valen de corrales llenos de suciedades, pero las calles quedan inficionadas de mil inmundicias con intolerable hedor por las mañanas. Y así se halla que excede en esto a las cloacas y policía de Roma, y las demás ciudades de la Europa. Puesto que es fama fue por los Romanos hecha esta obra en Valencia, siendo Gne. Scipion procónsul y Presidente de España, y que por orden suyo se edificaron estos albañares, por sacar las suciedades no solo de cada casa, pero todas juntas sin ningún mal olor, fuera de la ciudad: lo cual es argumento que sin ellos no se podía vivir en ella. Esta obra subterránea dellos con tanto artificio, y suntuosidad hecha, que no fue menos que edificar media ciudad el acabarla, por tantos arcos, puentes, y bóvedas que en lo profundo hay, y tan fuertes, que aun causa mayor admiración, que de mil y setecientos años acá que se edificaron, han siempre permanecido y permanecen en su rigor y entereza de obra. La cual está acabada desta manera, que por la parte de entre septentrión y poniente, donde tiene un poco de pendiente la ciudad, le entra una grande acequia de agua, sacada del mismo río: la cual después de haber aprovechado para adobar paños y tinturas, se divide en tres otras acequias, que llevadas debajo tierra por sus albañares, no solo reciben las aguas de las lluvias que se recogen de las calles por los albellones, o caños, pero aun recogen las inmundicias o heces de todas las casas para echarlas fuera de la ciudad. Y con esto vienen a ser muy grandes por esta vía, que tiene cada casa por si pozo y cocina, de los cuales todas las aguas que echan caen en aquella canal, en la cual entran las inmundicias de la casa, las cuales ayudadas con el agua, por sus alcaduzes da en las madres o canales que artificiosamente hechas va por medio y debajo de las calles, hasta que da en los tres grandes albañares. De esta manera las suciedades de cada casa por si, y de todas juntas, van por fuera de la ciudad, hinchiendo los fosos y barbacanas entorno de ella, hasta que toman la vía de la mar, y fertilizan muy mucho los campos que de paso riegan. Pasa más adelante la policía, que si acaece en casa, o por las calles, ataparse los albañares, esto se conoce luego en el estancarse la corriente de ellos: y en abrir la madre, o canal en aquella parte se purga en la hora, sacando la suciedad. La cual no es intolerable de hedor, como suele en otras partes, ni infecta (inficiona) el aire, por cuanto no está de mucho tiempo represada. Para que así como en un cuerpo humano nace la dolencia de la dificultad que hay para expeler (expellir) sus excrementos, y como por el contrario sana con la fácil evacuación dellos: por lo semejante se prueba, que la principal salud de esta ciudad consiste en la limpieza y continua evacuación de las inmundicias de ella.


Capítulo XVIII. Del estanque llamado Albufera que no es malsano, antes causa muy gran provecho y recreación a los de la ciudad.

Mucho menos hay que oponer por contraria a la salud de la ciudad la vecindad del estanque, que llaman Albufera en arábigo, y significa mar pequeño. La cual está a una legua de la ciudad, y tiene tres de largo: por pretender algunos que por estar al mediodía, y retenidas en él las aguas, fácilmente se corrompen con el grande calor de la tierra, e infectan la ciudad. Lo que en ninguna manera se sigue, ni puede corromperse, a causa de ser tan grande y espacioso, y entrar en él algunas continuas acequias de agua, de la cual, y de la del cielo viene a crecer tanto, que lo abren de cuando en cuando por la parte donde está estancado y más propinquo al mar, y por allí se vacía y purga toda su hez y corrupción. De donde se sigue que entrando aquella agua en la mar al gusto de su dulzura suben infinitos peces pequeños por la corriente arriba, y se meten por el estanque adelante, los cuales creciendo, y no permitiéndoseles volver al mar, es increíble la ganancia que dan a los pescadores, y provisión a la ciudad, por ser tanta la abundancia de pesca que en él se queda. Demás de la infinita diversidad de aves acuáticas (aquatiles) que de invierno vienen de otros estanques a este, tanto que lo cubren, y están tan asidas a él, que no hay levantarlas de una parte del estanque, que no se asienten luego sobre la otra. Por donde causan tan grande recreación y regocijo a los que navegan pescando y cazando por él, que viene a ser este uno de los más regocijados recreos y deleites de cuantos hay en la Europa: así por la seguridad de la navegación, por no haber en él tormenta, como porque a causa del poco hondo, que apenas llega a un estado de hombre, no puede haber naufragio que no sea más ridículo que peligroso. Y también por la variedad y singularidad de caza y pesca juntas, de que en él se goza. Pues se ve entre los que andan con sus barquillos navegando, los unos atender a pescar: los otros a levantar las aves espesas como nubes a volar sobre ellos, y cada uno con su arco a derribarlas a bodocazos, los otros a seguir los jabalíes que a veces se ven pasar a nado, y travesar el estanque de una dessa en otra. De manera que todos juntos, y cada uno por si, gozan de las tres cosas a la par alegrísimamente, y más que por remate de la fiesta, se juntan todos en medio del estanque, aprestada la flota de cuarenta, o cincuenta barcos, y con la buena mochila que cada uno trae, hacen sus comidas tan espléndidas (esplandidas), y con su música y danzas tan regocijadas, como se harían en medio de la ciudad, según que se refiere en nuestros Comentarios de Sale, donde se hace más cumplida descripción de este estanque.


Capítulo XIX. De la gran fertilidad de su vega y de la diversidad de mieses, árboles y frutas, con la artificiosa compostura de sus huertas.

Pues habemos discurrido sobre la buena sanidad y temperamento que en el sitio, cielo, aire, y aguas, de esta ciudad hallaron los conquistadores tan cómodo para si, mostremos como mucho más por la grande fertilidad y abundancia de su campaña y vega, se determinaron a vivir en ella. Porque la hallaron tan varia y copiosa de frutos, que pudieron muy bien compararla con la tierra de Egipto. Pues a esta, como por tener el cielo siempre sereno, y el suelo fértil y hecho a producir todo género de frutos, en salir el río Nilo de madre con su limoso riego la hace abundar de toda variedad de mieses: así en esta ciudad y vega cuyo cielo casi de ordinario es sereno, no solo los comunes frutos de otras tierras, pero seiscientas maneras dellos suele producir de suyo con la buena obra de Turia su río fecundísimo. El cual no con excesiva creciente, ni con ordinario salir de madre, como el Nilo, sino con la medida y artificiosa derivación de sus aguas por acequias, que riegan los campos, y los alegran y fertilizan no hay semilla, y ni injerto, ni frutal en el mundo, que plantado y cultivado en el campo de Valencia, no tome y fructifique cumplidamente. Demás que puede tanto la industria y trabajo del labrador en bien cultivarle, que nunca lo deja estar ocioso, ni carecer de fruto: pues se halla que un mismo campo produce tres o cuatro mieses en un año. Qué diremos de su admirable cultura en injertos de árboles? Qué de su lunar observación y orden en el plantarlos? Dónde se vio de un mismo tronco salir cuatro diferentes especies de un género de fruto? Qué se dirá de la infinidad de viñas, cuyo licor en abundancia llega hasta dentro en las Indias? Pues si admirable es la variedad de sus árboles, si la fruta de ellos, rara y suavísima: también es la vista y composición de sus huertas, y el artificioso concierto de ellas incomparable: por la increíble copia que en ella hay de arrayanes, jazmines, naranjos, limones, y cidras de infinitas maneras con que los sentidos del olfato y vista tanto se apacientan y el gusto despierta.


Capítulo XX. Del asiento y descripción del Reyno, y de su grande fertilidad, y como se divide en tres regiones, y de las Prelacias y ditados que en él se contienen.

Hemos (auemos) ya dicho de la ciudad, y su campaña, queda lo que se ofrece declarar del Reyno, así de su asiento y postura, como de su gran fertilidad y cumplimientos de toda cosa. Del cual hallamos que está como en figura cuadrangular, extendido sobre la ribera del mar mediterráneo Baleárico, hacia el Oriente y mediodía, y que siguiendo la costa del mar, por el cual está el Reyno atajado, su longitud es sesenta leguas, y su latitud desigual cuando mucho es XVI leguas, y cuando menos ix. Tiene su elevación de polo en treinta y ocho grados, y según afirman los Astrólogos está sujeto al signo de Escorpión con los de Venus y Marte: como poco antes en la descripción de la ciudad se ha notado. Los Reynos que lo encierran, y cercan de mar a mar, son el de Murcia por la parte de mediodía, el de Castilla, por el poniente, el de Aragón por Septentrión, y el de Cataluña, que cierra el otro cabo del mar, entre septentrión y Oriente. Es todo él hacia lo mediterráneo muy lleno de montes, y sus llanuras son hacia la marina, que como medias lunas se extienden espaciosamente, y las llaman planas. A estas cercan los montes, cuyos cabos entre plana y plana van a dar a la mar, y se riegan por sus ríos y fuentes que pasan por medio de ellas: como es la plana de Burriana, que hoy llaman de Castellón, por ser esta la mayor y más principal villa de ella, que la riega el río Mijares: a la plana de Murviedro el río Palancia: la de Valencia el río Guadalaviar: la de Alzira el río Chucar: la de Gandía y Oliva sus propios ríos: la de Denia y Xabea sus fuentes y añoríos: y lo mismo lo de Villajoyosa y Alicante. Finalmente la de Elche y sus circunvecinas, y entre todas la de Orihuela que riega el río Segura: demás de la mediterránea y fertilísima huerta de Xatiua con sus dos ríos, y algunos otros grandes valles que van a dar en el mar como la de Bayrén (Bayré) que es de Gandía (Gádia), y la de Valdina y otras: de las cuales adelante hablaremos. Sin estas hay otra mayor que llaman de Quart, que confina con la vega de la ciudad, la cual si se regase (que bien podría) sería para mayor abundancia de pan y ceuadas que todas las otras juntas: las cuales por ser marítimas y de regadío, son de las más fértiles y frutíferas del mundo. Porque su fertilidad no solo consiste en la abundancia, pero en la mucha variedad y diversidad de frutos, y sobre todo en la excelencia de cada uno de ellos. Fuera de estas llanuras marítimas, todo lo demás del Reyno son montes y valles en muchas partes ásperos y fragosos, pero tan llenos de grandes y pequeñas fuentes, que por ellas son los valles muy fértiles y abundosos de todo género de mieses y frutales, aunque no tanto como lo marítimo, por no gozar, así bien del aire y comercio de la mar, como del suelo tan húmedo. Con todo eso son los montes muy fértiles para panes y pastos de ganados, junto con la templanza del invierno, pues por esto, y nunca faltar el pasto, son la estremadura de Aragón para ganados. De donde viene a ser este el más habitado y poblado reyno de España, pues vemos en él fundadas cinco ciudades, y sesenta villas, y al pie de mil lugares, y que contiene dentro de si un Arzobispado, de Valencia y dos Obispados, Segorbe y Orihuela, con la mitad del de Tortosa: con catorce ditados y estados de señores, que son tres Ducados, Segorbe, Gandía y Villahermosa: cinco Condados, Cocentayna, Oliua, Almenara, Albayda, y Elda: cinco Marquesados, Denia, Elge, Lombay, Guadalest, y Nauarres: y un Vizcondado, Chelua, todos ricamente dotados. Demás de las dos supremas dignidades de Almirante de Aragón y de Maestre de Montesa con sus encomiendas, y en fin se hallan en él hasta ochenta mil casas de Cristianos viejos, y veinte y dos mil de Moriscos: estos por la mayor parte están esparcidos por los montes y valles del Reyno, a causa de que al tiempo de la conquista como fuesen echados de las ciudades y villas muchos de ellos se fueron a habitar por los montes ásperos, y valles solitarios, y doquiera que hallaban fuentes, o ríos allí hacían sus chozas y asiento: y los señores en cuyo término, o territorio paraban, ayudándoles a poblar y hacer casas, se los avasallaban, y así quedaron muchos valles y hoyas, que dicen, pobladas de ellos por todo el Reyno. Los cuales dándose a la agricultura, carbonería, y esparto, con otras granjerías del monte, llegaron a proveer la ciudad, como hoy en día, de muchas cosas, y a enriquecer sus señores. Porque de viles y miserables que son trabajan, y no comen, ni visten, por vender y hacer dinero. Puesto que los que quedaron en las llanuras, con las granjerías más ricas del azúcar y otras cosas, pasan la vida con más policía que los montañeses. Está pues el Reyno dividido en tres regiones (como brevemente ya antes se ha señalado) la primera que toma desde la raya de Cataluña hasta el río Mijares, que dijeron de los Ilergaones, y la habitan los Morellanos, y los que llaman del maestrado de Montesa, es tierra por la mayor parte montañosa y áspera, pero muy abundante de seda, de aceite, y de mucho y muy excelente vino, de pan no tanto, pero con los buenos pastos para ganados, y el lanificio, con la oportunidad del mar y pescados, tienen los moradores buen pasamiento en ella. La segunda región que toma desde el río Mijares hasta el río Xucar, es la Edetania marítima, y contiene en si las planas de Castellón, de Murviedro, y de la ciudad, hasta la plana de Sueca (çueca) y Cullera, con todo lo que hacia Aragón y Castilla comprende el Ducado y ciudad de Segorbe con su Obispado, con las villas de Xerica y Chelua, que todo es parte de la Edetania. La cual es tierra fértil, y aunque fragosa, pero con la oportunidad de los ríos y regadío, son los valles de ella muy fructíferos, y de los bien cultivados del Reyno: y que en todo género de mieses tienen su medianía. La tercera región que es la Contestania se extiende desde Xucar hasta Biar y Orihuela, frontera del Reyno de Murcia, contiene en si las tres ciudades, Xatiua cabeza desta región, Alicante, y Orihuela, con muchas villas grandes, y muy poblados lugares, los cuales pasada Xatiua, todos son montañas, tan abundantes de mucho y muy buen trigo, vino, aceite, sedas, ganados mayores y menores, de lanas y obra de peraylia, y de la yerba sosa borda, o barilla tan necesaria para hacer el vidro, y hay campos de ella: que en fin se tiene por la más rica y provechosa partida del Reyno.


Capítulo XXI. De los grandes provechos y comodidades que la ciudad y Reyno tienen por la vecindad del mar, y de lo que se opone a esto y se responde.

Por la gran distancia y longitud que el Reyno tiene desde la raya de Cataluña hasta la del Reyno de Murcia siguiendo la costa del mar se ve que mucha más vecindad tiene con la mar que con cualquier de los otros cuatro Reynos que le cercan por tierra, y que así por esto, como por ser mayores las ocasiones y provechos que de aquí se ofrecen al Reyno, se enriquece más por la mar, que por el comercio de la tierra. Y no solo por la riquísima ganancia de la pesca, pues demás de serle continua, y que arma sus almadrabas para pescar los atunes y otros pescados de paso: y también se vale mucho del ganancioso uso de la navegación, mediante el cual, las provisiones y mercadurías de otras partes le entran con gran abundancia, y las del Reyno se sacan con mucha ganancia. Puesto que contra esto oponen algunos, que le vale poco el mar a la ciudad, pues no solo carece de puerto, pero tiene (como en el precedente libro dijimos) la más peligrosa playa del mundo: y porque no goza como otras ciudades, que están a la lengua del agua, de la continua vista y alegre contemplación del mar, del cual está media legua apartada, y así se privan los ciudadanos del regocijo y contentamiento que da el ver aportar naves y galeras, y desembarcar nuevas gentes, y mercadurías de todas partes, y del continuo refresco y viento de mar, con otros muchos provechos y comodidades que trae el vivir junto a él. Mas todo esto, a la verdad bien mirado, no es de tanta consideración: que por eso pierdan su lustre y valor las ciudades mediterráneas, y que no valgan otras, ni sean tenidas por marítimas las que ven y descubren el mar, aunque de lejos, sino las que se dejan lavar y combatir de sus olas: siendo así que la distancia con retención de la vista del mar, sucede en mayor reposo y tranquilidad y aun utilidad de las tales ciudades. Porque si bien lo consideramos, que provecho ni utilidad se saca del continuo mirar el mar, y contemplar el inquieto movimiento de sus inconstantes olas, que jamás están quedas, sino que, conforme a su movimiento, o hacen vacilar los ojos, y al ánimo que los sigue, o no dejan considerar con atención las cosas: antes parece que embotan el ingenio, y que los hombres de tanto mirarlas dan en tontos: por lo que vemos que ningún género de gentes son de menos discurso, ni más rudos que los pescadores, que nunca parten los ojos del agua. Por esta y otras razones, el gran historiador T. Livio, describiendo el asiento de la ciudad de Roma, pone por muy grande utilidad la distancia que de ella a la mar hay de doce millas: y ni porque su puerto de Ostia es pequeño, y no frecuentado de grandes naves, ni porque su playa Romana sea muy peligrosa de navegar, disminuye en nada las alabanzas de Roma. Porque no hay duda, sino que la ciudad marítima que carece de puerto, está menos sujeta a la repentina venida de armadas de enemigos. Por donde como no es notable falta de la ciudad carecer de puerto, así es mucho más útil que en el Reyno haya pocos puertos, y aquellos bien fortificados, pues para lo que toca a la guardia de los corsarios Moros de África, que solían muy de ordinario robar toda la costa del con sus repentinos asaltos, y gente infinita que cautivaban, se ha hallado en nuestros tiempos, por la felice memoria de Carlos V Emperador y gran Rey de España, y con la industria de Don Bernardino de Cardenes Duque de Maqueda Visorey que entonces era de Valencia, el más sano remedio que hallarse podía: como si de nuevo cercaran toda la costa de muy alto y fortísimo muro. Esto se hizo levantando por todas las sesenta leguas que hay de un cabo de la costa al otro, hasta veinte y cinco torres muy altas y bien fortificadas, comprendidas las que ya los pueblos grandes marítimos tenían hechas, las cuales a dos leguas de distancia se van de una en otra descubriendo, con dos hombres de guarda y uno de a caballo que están en cada una dellas: para que cada prima noche con fuegos se hagan del un cabo al otro señales de paz, o de enemigos que andan por la mar, señalando el número de los bajeles, o fustas descubiertas, para que en espacio de un hora quede avisada toda la costa, y estén los lugares marítimos y las compañías de caballos ligeros que hay de guarda en orden, así acaece que en ver los corsarios que son descubiertos, o se van, o si se echan en tierra, luego saltan las guardas de caballo a dar aviso a los pueblos, los cuales salen y cogen los moros con la presa hecha. Este remedio ha succedido tan prósperamente, que de muchas personas que solían los corsarios cautivar cada año, y con el rescate dellos destruir el Reyno, pasan diez años que apenas pueden hacer un asalto sin gran riesgo suyo: porque mayor alarma no se les puede dar, que descubrir los de las torres. Finalmente tiene el reyno repartidas por territorios y pueblos sus particulares abundancias, y fertilidades de frutos, con los cuales no solo sustenta a si, y a la ciudad, y Reynos comarcanos: pero aun a los de allende el mar provee. Pues hallamos en el mismo Reyno tierras que abundan de panes, y pastos para ganados: otras de vinos y algarrobas, otras de aceite y miel: otras de azúcar y arroz: otras de cabrío, carbón, y leña: de esparto las más: de seda, y su gran trato todas sin sacar ninguna.


Capítulo XXII. De la objeción (
obiection) y nota que algunos ponen al Reyno por la falta de pan y carnes, a lo cual se responde y satisface.

Queda satisfacer a los que a boca llena burlan de quien alaba este reyno por abundoso en todas cosas, padeciendo tan grande falta de pan y carnes, que sea necesario en cada un año hacer provisión de ello, y traerle de reynos extraños: mostrando que ni para si, ni para la ciudad tiene de estas dos tan importantes vituallas, lo que ha menester para su mantenimiento. Pero yerran no poco los que livianamente juzgan de las cosas, sin mejor considerarlas: siendo así que está en mano del Reyno mostrar como puede abundar de todo, si bien, lo que hace por su parte, se escuchare. Porque entre otras cosas, si la mucha variedad y copia de árboles como frutales y morales: si el increíble viñedo, y las mieses de azúcar y arroz, con otros delicados frutos que ocupan sus campos y heredades, se convirtiesen en sementeros de pan y pastos de ganados: si la innumerable gente que por el Reyno hay, señaladamente en la ciudad, que le sobra para poblar tres otras como ella, fuese menos: si tantos extranjeros como a ella vienen con su grande trato no la encareciesen: no hay duda, sino que los atroxes y carnecerias de ella abundarían todo el año de su propio pan y carnes para los naturales. Pero si fue miserable cosa ver al Rey Midas, con sobrarle mucho oro perecer de hambre (según la fábula) no sería de mayor cortedad y miseria del Reyno de Valencia (teniendo en esto de do valerse) ocuparlo con sola la crianza de pan y carnes, y con esto privarle de la varia, rara, y admirable producción de tantos otros, y tan excelentes frutos? Porque dado que la falta de pan es el nudo (ñudo) que más ata y enreda la Repub. es tanta y tan solícita la diligencia, que los padres y Regidores de ella suelen poner en el proveerse del a su tiempo, y prevenir a esta necesidad: que en los mayores y más estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha sido por toda España, Valencia por su prevención ha tenido hartura. Demás que de sus vecinos y comarcanos Reynos de Castilla, que son abundantísimos de pan, y no pueden pasar sin valerse para muchas cosas de Valencia, es tan ordinaria y cotidiana la provisión y acarreo del, que se puede la destos comarcanos reputar por propia y doméstica mies del Reyno: y como sementera que no ha de faltar, contarla entre las harturas de Valencia. Lo mismo se puede decir de las carnes, ser tan abundante la crianza dellas en sus vecinos Reynos de Aragón y de Castilla, que por sobrarles, es necesario, siendo tan cierta la expedición y ganancia, traerlas a la carnicería de Valencia. De donde se echa de ver la sobrada razón que los conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por habitar esta, y lo mucho que por sus descendientes hicieron en heredarlos en tan abastada ciudad y Reyno, donde gozasen de tan saludable aire, de tan deleitoso cielo y fértil suelo.


Capítulo XXIII. De la comparación que de Cataluña y Aragón se hace con Valencia.

Los mismos que hasta aquí daban contra la ciudad, no pudiendo en ella hacer mella, las quieren haber contra sus naturales y ciudadanos, notándolos de inútiles y livianos, por cuanto de verse que gozan de tierra tan fértil, abundante, y regalada, tienen tanta cuenta con lo presente, y en holgarse, que por eso ni les fatiga la memoria de las cosas pasadas, ni el cuidado de lo por venir les apremia, ni se aprovechan de la constancia y templanza de sus Reynos comarcanos de Aragón y Cataluña, para tener más cuenta con la honra y hacienda, que no con el buen tiempo y holganza cual los desta ciudad tienen. Y así dan mucho que maravillar de si, porque siendo estos dos Reynos tan conjuntos y circunvecinos a Valencia, son en el vivir, y en el pretender, los unos de los otros diferentísimos. A lo cual se responde, que la diferencia que entre si tienen los tres Reynos es natural e innata a cada uno de ellos, o por alguna influencia y constelación del cielo, o por el asiento y propio agro de la tierra, o que por la competencia y guerras que antiguamente hubo entre ellos, se diferenciaron en el modo de vivir y costumbres. Y así parece que la diferencia de entre ellos nació de los tres tiempos, pasado, presente y por venir. Pues se ve que los del Reyno de Aragón, porque siempre se glorian de los hechos de sus antepasados, y a respecto de ellos desprecian los presentes, ni tienen tanto cuidado de lo por venir, sino que con gran constancia y valor defienden sus fueros y antiguas leyes, como testigos de su antiguo valor y libertades: es de ellos el tiempo pasado. A los Catalanes, o por la esterilidad de la tierra que en muchas partes es mal cultivada y delgada, o porque naturalmente son hechos a la templanza y provecho, y de lo por venir tan solícitos que apenas gozan de lo presente: les cupo el tiempo venidero. Mas los Valencianos, a quien por la fertilidad y abundancia de la tierra, les es casi presente toda cosa, y que más cuenta hacen de su propia virtud y hazañas, que de las de sus antepasados: ni tampoco temen les ha de faltar la gracia de Dios en lo por venir, y por eso gozan de lo presente, es este su propio tiempo. De donde les viene muchas veces el ser largos y también pródigos. Como se ve, que para los pobres de Cristo, y para el mantenimiento de su religión y religiosos, mayormente para la amplificación de sus Templos y culto divino, son manifiestamente liberales. Porque lo dan de buena gana y se alegran del bien que hacen. De aquí viene que los mismos tres Reynos, en la misma forma que los tres tiempos, también se reparten entre si los tres bienes, de que viven, y suelen honrarse y gozar los hombres: que son el honesto, el útil, y el deleitable, pues así como por las mismas causas y razones que arriba acomodamos los tiempos a los Reynos, lo honesto recae en Aragoneses, y lo útil en Catalanes: así en los Valencianos, que saben usar de todo, cabe lo deleitable, y se compadece (como dice Salomón) junto con el buen vivir, el alegrarse.


Capítulo XXIV. De los ingenios Valencianos y como por la comparación del azogue se descubre la grande excelencia y fineza dellos.

Concluyen su porfiada querella contra los Valencianos los que en los dos precedentes capítulos vanamente dieron contra la ciudad, y arguyendo de livianos a sus ciudadanos, disparan su mal concertada machina contra los delicados y raros ingenios dellos: de los cuales, aunque confiesan que son singulares, y de muy excelente discurso, como por otra parte sean inquietos, y demasiado agudos, dicen que despuntan en variables, y que de ahí vienen a ser los sujetos inconstantes, y poco firmes en sus dichos y hechos. Lo que si cae en hombres de gobierno, les parece que puede resultar en gran daño de la Repub. siendo la fundamental virtud de ella la constancia. Declaran más su intención, para probar la poca firmeza, y menos tomo de estos ingenios, con la comparación y semejanza que de ellos hacen con el azogue, o argento vivo, que los Philosophos naturales llaman Mercurio, a causa que con su inconstancia e inquietud burla a los que le tratan, mayormente si entienden en detenerlo, o como dicen, aquedarlo. Y esto, por lo que de él juzgan los Alchimistas, que no solo es muy necesario para juntar y colligar los otros metales entre si: pero aun afirman, que de si es pura y fina plata, y que pasaría por tal, si no se huyese, o si aquedase: según que muchos dellos han trabajado infinito por aquedarlo, pero no a todos ha succedido bien su trabajo. Viniendo pues a cuadrar la comparación, parece cierto que con ella más presto se alaba por todas vías, y que por ninguna se vitupera la calidad destos ingenios. Por cuanto se muestra claramente por ella, como a manera del azogue ha de ser el buen ingenio humano, veloz, pronto, y fácil: porque con esto es más apto, y se dobla más para aprender y collegir todas las ciencias y artes, y para mejor discurrir por todas ellas. Pues así como al azogue les es propia la mudanza, e inquietud, y ni por eso pierde su propia naturaleza de plata fina: por lo semejante, como haya sido tenido siempre en menos el ingenio tardo y perezoso, que el acelerado y pronto: le tienen tal los Valencianos, que se aventaja al de todos. Porque debajo de aquella celeridad se muestra, que los tales ingenios andan, discurren, y traspasan el inmenso e infinito piélago de la raciocinació, y discurso humano: y que no hay alteza, ni profundidad, ni latitud de polo a polo, que no la penetren y transciendan. Mas aunque se así (como lo vemos) que los tales ingenios dan en precipitadas, y peligrosas deliberaciones, y que hacen varios e inconstantes sus dichos y hechos a los deliberantes: todavía, como los Alchimistas, en poco, o en mucho, han hallado el modo y arte para que no se vaya el azogue, mas que se pueda gozar por plata fina: así no ha faltado a los Valencianos su arte y manera para moderar y asentar su movilidad y demasiada agudeza de ingenios. Porque han hallado una y muchas formas y vías por do guiarlos, de manera que den en honestas, iguales, y constantes deliberaciones, a las cuales, por los medios de la buena institución, mostraremos como los ciudadanos desde su tierna edad van muy bien encaminados.


Capítulo XXV. De los medios y remedios que Valencia tiene para reducir los ingenios de sus naturales a constantes, discurriendo por todos los estados.

Ordinaria cosa es en las ciudades siempre que se ven algunos mozuelos hacer insolencias y malas crianzas, dar la culpa a sus madres, porque de haberlos criado regaladamente y no castigado quedaron tales. Pero no hay porque en todo condenarlas, si consideramos cuan mezclado anda con lo irracional el amor natural de las madres para con sus hijos: y aun mucho más las excusaremos, si mostraremos como en la crianza dellos, aunque son ellas las que ministran, el sobrestante de esta obra y la que en ella manda, es naturaleza: por lo que para su intención y fin cumple, que este humano y corporal edificio se levante muy firme y recio, y como los cimientos no suelen ser labrados, ni pulidos, sino de piedra dura, y de argamasa fuerte: así a las madres se les permite en la crianza de sus hijuelos tiernos, ser muy piadosas con ellos, y hacerles grandes regalos, antes que rigurosamente castigarlos, ni darles golpes. Pues demás que por entonces el niño tierno, no es capaz de disciplina, ni se acuerda, que por que lloró le dieron: también dándoles, se espantan, y se perturba en alguna manera lo que naturaleza obra en los tales, que solo está intenta en adormecerlos, y proveerles de regalados alimentos, y en hacer buenas paredes de carne, y firmes cimientos de huesos, a fin de que por la ternura del edificio, no entre en él mazo, ni escoplo de disciplina, antes de los cinco años: sino que suave y rudamente pase adelante, solo que crezca y embarnezca el sujeto, para que el alma su moradora, pueda labrarle con las disciplinas a su modo, y con más seguridad pulirle dentro y defuera. De donde se ve en Valencia, que los ingenios que con la buena leche y regalos crecen, vienen comúnmente a ser más delicados y sutiles, y con esto tanto más vivos y dóciles para ser instruidos en todo género de artes y disciplinas, y mucho más en la Cristiana: porque esta con la leche comienzan a percibirla. Con este primer fundamento de crianza, los unos se dan a las siete artes liberales, los otros a las siete mil mecánicas, y como para estas tenga la ciudad tantos y tan excelentes maestros, y delicados oficiales, que las enseñan, y aprovechan a cada uno en su arte: por esta vía se halla que los ingenios destos, que por ventura no hallándose con alguna arte, de vivos se perdieran, se sosieguen y perseveren en lo bueno. Lo mismo se procura y provee, aunque por más excelentes medios, para los que siguen las liberales, pues para todo género de ciencias, tiene la ciudad dentro de si fundada una de las más insignes y famosas Universidades de España, la cual como en lenguas, y las demás artes (fuera de Cánones y leyes) iguala con todas, así en la sana exposición de la santa escriptura no debe nada a las demás: ayudándose de la frecuencia y concurso de diversos Collegios, y conventos de todas órdenes y religiones, que con igual lección y doctrina sólida magnifican la facultad Theologica. Los cuales con su predicación, y ejemplar vida, a gloria de Dios fructifican y cultivan estos liberales ingenios de los ciudadanos de manera, que vienen a asentarse y apoyarse en lo bueno, y de volátiles como el azogue, con tan buenos medios y remedios paran en constantes como plata fina. Señaladamente los ciudadanos del regimiento a quien toca el gobierno de la República: cuyos ingenios cultivados con la buena institución, y mediano ejercicio de letras, junto con el buen ejemplo de sus padres conscriptos que la rigieron, vienen a ser muy asentados, y a ponerse con debido celo y deseo de acertar en el regimiento de ella. Los cuales no porque no hayan visto, ni tratado en otras Repub. se han de tener por faltos de experiencia: pues solo el haber nacido y vivido en esta ciudad, y haber leído los estatutos y ordinaciones de ella, junto con tener ojo a los ejemplares pasados cerca de su gobierno, les basta para quedar muy curtidos y experimentados en toda cosa de su oficio público. Demás que no han de ser tenidos por varios, y mudables de ingenios, por ser así, que muchas veces son varios y mudables en los pareceres, y recios en el contradecirse unos a otros: que lo permite esto el Ángel bueno de la Repub. para que más se avive el buen zelo de cada uno en mayor beneficio de ella: asin que como en el parto del hijo suelen preceder mayores dolores: así de mayores oposiciones y contradicciones nazcan más perfectas de liberaciones y decretos. Pues ni esto les viene por falta de celo, ni por ser rústicos y pertinaces, sino por ser de blandos y bien acomodados ingenios, para variar a la postre, si menester fuere, y como sabios mudar de parecer, siempre de bueno en mejor. Porque tales ingenios, aunque fáciles y agudos, como sean blandos y suaves, son más aptos para el buen gobierno, que no los tardos y tercos, que de muy casados con su parecer vienen a concebir y parir efectos monstruosos. Y así se ve, que el gobierno de esta ciudad es de los más admirables y bien trazados del mundo. Pues ni podría ser en ella el vivir tan suave, ni el pasamiento tan alegre y de contento, sino se gozase de toda la abundancia que humanamente se desea: la cual totalmente nace, y es manifiesto fruto del buen gobierno y administración de ella. Todo lo cual se debe a este buen Rey que dio el principio y medios para que en esta ciudad siempre fuese bien gobernada. Como aquel que participando de la constancia Aragonesa, y de la templanza Catalana, se perfeccionó con la afabilidad y liberalidad Valenciana, y alcanzó título y renombre de constantísimo, prudentísimo, y liberalísimo.

Fin del libro duodécimo.