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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro décimo sexto

Libro décimo sexto.

Capítulo primero. Como hechas las obsequias (exequias) de don Alonso, trató el Rey de casar al Príncipe don Pedro, y como Manfredo Rey de Sicilia le ofreció su hija con muy grande dote.

Lápida sepulcral, infante Don Alfonso, Alonso, Monasterio de Veruela, hijo primogénito de Jaime I de Aragón, el conquistador

(imagen en la wiki Lancastermerrin88

Muerto don Alonso, y con su muerte apagada la envidia y cruel odio de los que mal le querían, don Pedro y don Iayme sus hermanos mostraron tener gran sentimiento de ella: y determinaron de convertir en honras, y muy suntuosa sepultura las injurias y desdenes que le hicieron en vida: para que la falta en que cayeron no hallándose presentes en las tristes y mal logradas bodas de su hermano, la supliesen celebrando sus obsequias con fingidas lamentaciones y tristezas. De las cuales como de cruel peste quedaron tan infectados (inficionados) y heridos: que con aquel mismo fuego de envidia y odio con que antes persiguieron al hermano muerto, luego en el mismo punto comenzaron ellos a arder entre si mismos. Esto se echó de ver en ellos muy a la clara: pues acaeció, que con su desenfrenada codicia de reinar, en tanta manera se encruelecieron el uno contra el otro, que si la paternal autoridad y potestad Real juntas no se pusieran de por medio, o quedara el padre en un día cruelmente privado de sus hijos: o con las distensiones y desacatos de ellos, pechara bien el odio que tuvo antes contra solo el muerto. De manera que hechas sus honras y obsequias con grande pompa y majestad Real en la iglesia mayor de la ciudad de Valencia, adonde poco después (como dijimos) fueron trasladados sus huesos: habiendo ya cobrado el Rey la universal potestad y regimiento de todos sus Reynos: partió luego con los dos hijos para Barcelona, y en llegando atendió con mucha diligencia en buscar mujer para el Príncipe don Pedro: sin dilatar tanto su casamiento como el de don Alonso. Mas entre algunos que se ofrecieron, y se llegó a tratar de ellos, fue el de doña Gostança hija única del Rey Manfredo de Sicilia, hijo del Emperador Federico, de quien hablamos arriba en el libro XI, porque este, aunque bastardo, muerto el Emperador su padre intitulándose Príncipe de Taranto (Taráto), como se hallase con grueso ejército en Italia, sojuzgó la Calabria con la Puglia (Pulla): y teniendo fin de pasar adelante su empresa, le fue dado título de Rey por Alejandro Papa IV, y con esto pasó el Pharo, y ocupó el Reyno de Sicilia. De lo cual se sintieron mucho los pontífices sucesores, y así fue de ellos muy perseguido, como adelante diremos. Deseando pues Manfredo emparentar con el Rey de Aragón, para con tan buen lado valerse, y hacer rostro a sus enemigos, luego que supo la muerte del Príncipe don Alonso de Aragón, y que don Pedro su hermano quedaba heredero universal de los Reynos de la Corona de Aragón, envió sus embajadores de Sicilia a Barcelona, Giroldo Posta, Mayor Egnaciense, y Iayme Mostacio, principales Barones de su Reyno, y hombres prudentísimos, para contratar matrimonio de doña Gostança su hija, única, y heredera de todos sus Reynos y señoríos, la cual hubo de su mujer doña Beatriz hija del Conde Amadeo de Saboya, con don Pedro Príncipe de Aragón y Cataluña: prometiendo dar en dote con ella cincuenta mil onzas de oro moneda de Sicilia, que importan poco menos de ciento y treinta mil ducados, con la esperanza del Reyno. Además de las muchas y muy excelentes virtudes Reales de doña Gostança, de que estaba muy enriquecida y dotada: como lo afirmaban también algunos mercaderes de Barcelona que la vieron en Sicilia, y tal era la pública voz y fama de ella. Oída la embajada, al Rey y a todos los de su Corte plugo mucho el matrimonio, con el ofrecimiento de tan grande dote, cual no se dio a Rey de Aragón: y más por el parentesco por ser nieta de Emperador, junto con la esperanza de heredar el Reyno de Sicilia. Porque por esta vía, no solo ganaría el más rico granero de la Europa para mantener sus Reynos: pero también porque con esto se le abría a él y a sus sucesores una grande puerta para la entrada de Italia por Sicilia. Por donde de común voto y parecer de todos los de su consejo, concluyó con los Embajadores el matrimonio, y envió por la Esposa a don Fernán Sánchez su hijo bastardo, (de quien adelante se hablará largo) juntamente con Guillen Torrella barón principal de Aragón, para que por mano de ellos se hiciesen las capitulaciones matrimoniales en Sicilia, y trajesen a doña Gostança con el acompañamiento y grandeza Real que convenía.

Capítulo II. Como el Papa Urbano IV procuró estorbar este matrimonio dando grandes causas para ello, y no embargante eso se efectuó.

Luego que don Fernán Sánchez, y Guillen Torrella partieron de Barcelona con largos poderes del Rey, y del Príncipe don Pedro para concluir el matrimonio en Sicilia: fue avisado el Papa Vrbano IIII como habían pasado por la playa Romana dos galeras del Rey de Aragón muy puestas en orden, que iban la vuelta de Sicilia. Pensó luego el Papa el negocio que llevaban, y lo sintió en el alma, por estar tan indignado contra Manfredo por las causas arriba dichas, y haber decernido contra él todas las censuras y excomuniones Ecclesiásticas que se podían: y también invocado el favor y auxilio de todos los Príncipes Cristianos, a fin de formar un gloriosísimo ejército para perseguirlo, y echarlo de todas las tierras y estado de la iglesia que tenía usurpados. Lo cual como supiese el Rey, y de ver la voluntad del Papa tan contraria a este negocio, se hallase por ello muy confuso y dudoso, doliéndose mucho perder un tan rico y provechoso matrimonio para si y para el Príncipe: además del alto parentesco de Manfredo: determinó de enviar sobre ello embajadores al sumo Pontífice, entre otros, a fray Raymundo de Peñafort de la orden de los Predicadores, persona de mucha santidad y letras (como adelante mostraremos) para que con buenas razones y humildes ruegos acabase con el Pontífice tuviese por bien de volver en su gracia y gremio de la iglesia al Rey Manfredo: pues se le humillaba y reconocía sus errores pasados, y tan de corazón y buen ánimo le pedía perdón y misericordia. Aprovechó todo esto tan poco para mitigar al Pontífice, antes se endureció en tanta manera, que con mayor fervor procuró apartar al Rey de la amistad y parentesco de Manfredo Príncipe que nombraba él, de Taranto, impío y crudelísimo perseguidor de la iglesia, como lo fue el Emperador su padre: diciendo que mirase que se hallarían otros Príncipes católicos Cristianos, los cuales de muy buena gana darían sus hijas en virtud y dote iguales a la de Manfredo por mujeres al Príncipe su hijo. Pero ni los ruegos del Rey para con el Pontífice, ni sus exhortaciones para con el Rey, aprovecharon nada: antes se creyó fue orden y providencia del cielo que este matrimonio pasase adelante: así por el acrecentamiento de Reynos y señoríos, que mediante él, por tiempo se añadirían a la corona de Aragón: como por la buena paz y tranquilidad perpetua que los Reynos de Nápoles y Sicilia unidos a la misma corona habían de gozar, como de ella gozan hoy día con la buena amistad y protección de España.


Capítulo II. / Duplicidad de capítulo /
De lo que don Álvaro Cabrera hizo contra el condado de Urgel, y tierra de Barbastro, y del remedio que el Rey puso en ello, y de cierta protesta (
protestacion) que el Príncipe don Pedro hizo.

Volviendo el Rey de Barcelona para Zaragoza, pasando por la villa de Berbegal (Beruegal) cerca de Cinca, entendió que don Álvaro Cabrera hijo de Pontio, y nieto de don Guerao que fue Conde de Vrgel, con el favor y ayuda de los amigos de su padre y abuelo, había tomado por fuerza de armas las villas y castillos del estado de Ribagorza, que estaba por el Rey, y hecho correrías fuera de los términos y límites de su tierra y señorío: y sin eso mucho daño en las aldeas y campaña de la ciudad de Barbastro, cuyo campo es fertilísimo que abunda de pan, vino, aceite, azafrán, con gran cría de mulas y rocines, de ganados, y todo género de caza. La cual en nuestros tiempos ha sido hecha en cabeza del obispado. Convocados pues todos los pueblos comarcanos, señaladamente los que habían sido maltratados de don Álvaro, en la ciudad para quejarse de él, sabido por el Rey su atrevimiento, dio luego orden a Martín Pérez Artaxona Iusticia de Aragón persiguiese con mediano ejército a los desmandados que llevaban la voz de Don Álvaro, y les hiciese todo el daño que pudiese, y también a los pueblos del mismo: porque estaba determinado de sacar del mundo a don Álvaro si no se retiraba, y apartaba de hacer los daños que solía. En este medio el Príncipe don Pedro abusando del mucho amor que el Rey su padre le tenía, con el cual pudo echar de los Reynos a don Alonso su hermano ya muerto: ardiendo pues con la codicia del reinar y queriéndolo todo para si, procuraba casi por la misma vía echar a don Iayme su hermano de la herencia que le había el Rey por su parte y legítima asignado, que eran los Reynos que él había conquistado por su persona con lo demás que se dice arriba. De lo cual se siguió mayor odio, y rencor entre los dos hermanos. Puesto que don Pedro por entonces lo disimulaba temiendo que si declaraba su mala voluntad y odio contra su hermano, incurriría en el de su padre, y que sentido de esto haría nuevo testamento, con alguna nueva donación en favor de su hermano, que fuese en su perjuicio: y le forzase a jurarla y loarla para obligarle a pasar por ella. Por excusar esto ajuntó secretamente algunas personas principales de sus más intrínsecos amigos y fieles, que fueron fray Ramón de Peñafort, el maestro Berenguer de Torres Arcediano de Barcelona, don Ximeno de Foces, Guillé Torrella, Esteuan y Ioan Gil Tarin ciudadanos antiguos de Zaragoza: ante los cuales protestó, que si acaso él ratificaba con su juramento algún testamento, o donación nuevamente hecha por su padre, en favor de cualquier persona, o personas, lo haría forzado, por evitar la indignación de su padre: porque si le resistía, no hiciese con la cólera alguna novedad en daño suyo y detrimento de los Reynos: acordándose de lo que don Alonso su hermano padeció en vida por semejantes contrastes.


Capítulo III. De los bandos que se levantaron en Aragón por la dicordia de los dos hermanos, y como fue llevada la Infanta doña Isabel a casar con el Príncipe de Francia, y traída doña Constanza a casar con don Pedro.

En aquel mismo tiempo que andaban los dos hermanos en estas discordias, nacidas de la desenfrenada codicia de Reinar, y por ocasión de ellas, se levantaron, no solo entre los grandes y barones, pero entre la gente vulgar y pueblos de Aragón crueles bandos y parcialidades: unos apellidando don Pedro, otros don Iayme, otros al Rey, tan desatinadamente y con tanta licencia y desvergüenza, tomando armas unos contra otros, que comenzaron luego por las montañas de Aragón hacia los Pirineos, a saltear por los caminos, y dentro en los pueblos hacerse muy grandes insultos unos contra otros: y de tal manera ocuparon los barrancos y malos pasos de los caminos, que ya no se podía ir de un lugar a otro, sino muchos juntos armados y acuadrillados. Por esta causa todas las ciudades y villas de las montañas de Aragón hicieron entre si liga que llamaron Unión, de la cual salieron ciertas leyes más duras, y de más cruel ejecución que nunca hicieron los antiguos, pero conformes al tiempo y disoluciones que corrían. Porque era necesario quemar y cortar lo que con medicinas y leyes blandas no se podía curar: para que como con fuego se atajase y reprimiese tan desapoderada libertad de robar, y de saltear y matar. Con esta unión, y exasperación de penas y castigos, se alivió en pocos días esta peste. Porque tomaron muy grande número de aquellos salteadores y sediciosos, los cuales todos por el beneficio de la común paz y seguridad de la Repub fueron con varios y atrocísimos géneros de tormentos y muertes punidos y justiciados: y quedó el Reyno quietado.
Por este tiempo la Infanta doña Isabel hija segunda del Rey fue llevada a la Guiayna a la ciudad de Claramunt en Aluernia, adonde celebró sus bodas solemnísimamente con el Príncipe don Felipe de Francia, y se cumplieron por ambas partes los capítulos y obligaciones ordenadas por los dos Reyes sus padres en la villa de Carbolio, como dicho habemos. No mucho después llegó de Sicilia doña Constanza hija del Rey Manfredo (
Mófredo), también a la Guiayna, y desembarcó junto a Mompeller, acompañada de Bonifacio Anglano Conde de Montalbán (Mótaluá) tío de Manfredo: con otros muchos señores de Sicilia, y del Reyno de Nápoles, y don Fernán Sánchez, y el Barón Torrella que fueron por ella: y fue por la ciudad y pueblo de Mompeller altísimamente recibida. Y luego don Iayme su cuñado le aseguró el dote, en nombre del Rey su padre, sobre el Condado de Rossellon y de Cerdaña, Conflent y Vallespir, con los Condados de Besalù y Prulé, y más las villas de Caldès y Lagostera. De las cuales tierras el Rey había hecho donación antes a don Iayme: pero él fue contento, con reservarle la posesión, tenerlas obligadas al dote. Concluídos y jurados que fueron los capítulos matrimoniales, en llegando de Barcelona el Príncipe don Pedro se celebraron las bodas de él y de doña Constanza con tal fiesta y regocijo cual jamás se vio en aquella ciudad: porque se hallaron en ella todos los Duques, Condes, y señores de toda la Guiayna, con los que de Aragón y Cataluña vinieron, que las solemnizaron con muchas justas y torneos, y otros grandes regocijos.


Capítulo IV. De las nuevas divisiones que el Rey hizo de sus Reynos y señoríos para heredar a don Iayme, y como quedaba siempre descontento don Pedro.

Acabada la fiesta, el Rey con toda la corte se partió para Barcelona: donde por hacer fiesta a doña Constanza la ciudad le hizo un suntuoso recibimiento con muchos juegos y danzas como lo suele y acostumbra muy bien hacer esta ciudad en semejantes fiestas Reales, y con esto ganar la voluntad y afición de las Reynas en sus primeras entradas. Andando pues el Rey holgándose por Barcelona acabó allí de entender la insaciable codicia que de reinar y alzarse con todo, tenía el Príncipe don Pedro. Y pareciéndole que quitaría de raíz la mala simiente de diferencias y discordias entre los dos hermanos si de voluntad de ellos hiciese nueva división de los Reynos. Por esto en presencia de los Obispos de Barcelona y de Vich, con otros de Cataluña, y de algunos principales del Reyno de Aragón, con los síndicos de las villas y Ciudades Reales, partió entre ellos los estados de esta manera. Dio al Príncipe don Pedro el Reyno de Aragón, y condado de Barcelona desde el río Cinca hasta el promontorio que hacen los montes Pirineos en nuestro mar, al cual vulgarmente llaman Cabdecreus, hasta los montes y collados de Perellò y Panizàs. Diole asimismo el Reyno de Valencia, y a Biar y la Muela, según la división y límites que señalaron con el Rey de Castilla. Mas del río de Vldecona, o la Cenia, como van los mojones del Reyno de Aragón hasta el río de Aluentosa. Al infante don Iayme hizo donación del Reyno de Mallorca y Menorca con la parte que entonces tenía en Ibiza y con lo que en ella más adquiriese: y la ciudad y señoría de Mompeller, y el condado de Rossellon, Colliure y Conflente: y el condado de Cerdaña, que es todo lo que se incluye desde Pincen hasta la puente de la Corba, y todo el valle de Ribas, con la baylia que se extiende de la parte de Bargadá hasta Rocasauza, y todo el señorío de Vallespir hasta el collado Dares, como parte la sierra a Cataluña hasta el coll de Panizàs, y de aquel monte hasta el collado de Perellò, y Capdecreus. Con condición que en los condados de Rossellon y Cerdaña, Colliure, Conflente, y Vallespir, corriese siempre la moneda de Barcelona que decían de Ternò: y se juzgase según el uso y costumbre de Cataluña. Sustituyó el un hermano al otro en caso que no tuviese hijos varones. Declarando que si la tierra de Rossellon, Colliure, Conflente, Cerdaña y Vallespir, viniesen a personas extrañas, lo tuviesen en reconocimiento de feudo por el Príncipe don Pedro y sus herederos sucesores en el Condado de Barcelona. Y si don Pedro viniese contra esta ordinación, y moviese guerra al Infante su hermano, perdiese el derecho del feudo concedido al don Pedro en los pueblos de Rossellon, Conflent, Cerdaña, Colliure, y Vallespir, en caso que por matrimonio, o por otra vía fuesen devueltos en personas extrañas. De esta manera (como está dicho, y referido en los Anales de Geronymo Surita) se hizo esta postrera partición de los Reynos y señoríos de la corona de Aragón entre los dos hermanos. Puesto que el Príncipe don Pedro siempre mostró quedar agraviado, pretendiendo que la parte dada a su hermano era excesiva: pues le desmembraba tan gran porción del patrimonio Real. Fue de si tan elevado y magnánimo este gran Príncipe, que tuvo por caso de menos valer no suceder a su padre en todo y por todo. Finalmente quiso el Rey por esta partición de Reynos y señoríos, que el hijo menor y sus herederos se contentasen del uso y señorío de aquellas tierras que les cabía por la partición, con tal que reconociesen superioridad al hermano mayor y a sus descendientes.


Capítulo V. De las diferencias que se movieron sobre los amojonamientos de Castilla con Aragón y Valencia: y de la pretensión del Rey con el Senescal de Cataluña.

Por este tiempo se levantaron otras diferencias sobre los límites de Castilla y Reynos de Aragón y Valencia, y hubo sobre ello cuestiones, además de las correrías y daños que se hicieron en las fronteras los vecinos unos contra otros. Por esto fue necesario concordarse los Reyes, y mandar amojonar de nuevo sus tierras. Para este efecto se nombraron tres jueces de cada parte que señalasen los términos y mojones de cada Reyno. Fueron de Castilla, Pascual Obispo de Jaén (Iahen), Gil Garcés Aza, y Gonçalvo Rodríguez Atiença. De los nuestros fueron Andrés de Albalate Obispo de Valencia, Sancho Calatayud, y Bernaldo Vidal Besalù, los cuales después de haber hecho su división y amojonamientos: en cuanto a los daños hechos por las diferencias de los pueblos determinaron, que hecha la estimación, los Reyes pagasen su parte y porción a cada pueblo. Mas porque esto era algo largo y difícil de cobrar, y que en la averiguación de cuentas se había de perder mucho tiempo, y que para con los Reyes no se admiten todas, determinaron los mismos pueblos, y se concordaron entre si, de rehacerse los daños unos a otros, o perdonárselos. Poco después de concluido esto acaeció que viniendo el Rey a Lérida de paso para Barcelona halló por cierta diferencia que hubo entre dos caballeros Catalanes llamados Poncio Peralta, y Bernaldo Mauleon, se habían desafiado el uno al otro para salir en campo, y los halló a punto de combatirse. Y aunque de derecho común tocaba al Rey presidir en el campo, como aquel que lo daba y era señor del: mas por fuero antiguo del Reyno, presidió don Pedro de Moncada como gran Senescal de Cataluña. De esto mostró el Rey estar sentido, pretendiendo que los derechos y privilegios de la dignidad de Senescal ya no estaban en uso y costumbre, quiso el Rey que sobre ello se nombrasen jueces para averiguarlo, a don Ximen Pérez de Arenos, Thomas Sentcliment, Guillen Sazala, y Arnaldo Boscan, hombres en guerra y letras bien ejercitados. Los cuales dieron por sentencia, que al Senescal como a suprema dignidad del Reyno se debía semejante cargo de presidir: y que su derecho ni por falta de uso ni por abuso se podía perder. Antes declararon que si por algo lo había perdido, se le restituyese. De este desafío, cual de los dos venció, ni por qué causa, o querella se movió, ni qué suceso tuvo, no se entiende de la historia del Rey, ni lo he hallado en otras. De allí pasó a Barcelona, y deseando ya tener casado a don Iayme su hijo, escribió a don Guillen de Rocafull gobernador de Mompeller fuese al condado de Saboya y tratase con el Conde don Pedro casamiento de don Iayme con doña Beatriz hija del Conde Amadeo su hermano. Pero como no se concluyó este matrimonio, si fue por muerte de de doña Beatriz, o por otras causas, la historia no habla más de ello.


Capítulo VI. De la embajada que el Sultán (Soldan) de Babilonia envió al Rey, el cual le despachó otros embajadores, y de lo que pasaron con él en Alejandría del Egipto.

No porque la historia del Rey deja de hablar de esta y otras muchas hazañas del mismo, será bien pasar por alto lo que un escritor antiguo (de quien hace mención Surita en sus Annales) que recopiló la vida y hechos del Rey, para encarecer lo mucho que fue tenido y amado de los Reyes así fieles como paganos, cuenta por cosa memorable lo que pasó entre él, y el Sultán de Babilonia, que por este tiempo residía en Egipto en la ciudad de Alexandria: a donde con el gran concurso que ordinariamente había de mercaderes Catalanes, a causa de la especiería, que entonces venía toda por la vía de oriente a la Europa, llegó la fama de las hazañas del Rey y de su grande opinión de valiente y belicoso. Lo cual oído por el Sultán vino a aficionársele en tanta manera, que por trabar amistad con él, envió sus embajadores a visitarle a Barcelona: y llegados a ella fueron por el Rey muy bien recibidos, al cual por su embajada declararon la grande afición que el Sultán su señor le había tomado, por la buena fama que de sus heroicos hechos ante él se había divulgado, y de cuan aparejado estaba para hacer buena su voluntad y afición, en cuanto valer de él se quisiese. Los oyó el Rey con mucho amor, y mandó aposentar y regalar sus personas con real cumplimiento, haciéndoles mostrar la ciudad con sus aparatos de guerra por mar y por tierra. Y después de haberles hecho mercedes, y proveído sus navíos de las cosas más preciadas de la tierra los despidió, diciendo, que también enviaría muy presto sus embajadores a visitar al Sultán en reconocimiento del favor que le había hecho enviándole a visitar primero. Con esto se partieron los embajadores, y luego formó otra embajada el Rey para el Sultán con Ramón Ricardo, y Bernaldo Porter caballeros Catalanes hombres prudentes, y de mucha experiencia, que ya antes habían hecho la misma navegación, yendo con algunas galeras en corso. Estos provistos de las cosas más delicadas de España para presentar al Sultán, y puestos en dos naves veleras llegaron al puerto de la ciudad de Alejandría donde a la sazón estaba el Sultán. Del cual, sabiendo que eran los embajadores del Rey de Aragón, fueron principalmente recibidos y aposentados en su palacio. Y como a la entrada de ellos descubrió el Sultán el estandarte del Rey que llevaba Bernaldo Porter, luego por más honrarlo mandó ponerlo junto a su Real solio. Presentadas sus letras de creencia con los regalos que le traían, explicó Porter su embajada, la cual en todo correspondía a la del Sultán con el Rey (como dijimos) y la oyó con grande contentamiento. Y luego (como lo afirma el mismo escritor) rogó a Porter, que conforme a la ceremonia y costumbre de los Reyes de España armase caballero a su hijo el Príncipe de Babilonia, que lo estimaría en tanto como si su mismo Rey lo armase. Como oyó esto, Porter, se le echó a los pies reputándose por indigno de tan alto oficio y prerrogativa. Mas pues tan determinadamente se lo mandaba, obedecería. Y hecho grande aparato en una iglesia pequeña de los Cristianos que vivían en la ciudad, dos sacerdotes que traían los embajadores muy diestros en la ceremonia eclesiástica, con los demás de la tierra y gente Cristiana, celebraron su misa con mucha solemnidad y bien concertada ceremonia, con grande admiración y contentamiento del Sultán y principales de su corte que se hallaron presentes a la fiesta. Dicha la misa fue puesta la espada desnuda por el embajador sobre el altar, y puesto el Príncipe de rodillas ante el mismo altar, tomó Porter la espada y vuelto al Príncipe se la ciñó (ciñio) con muy agraciada ceremonia, y después se arrodilló Porter ante él y le besó las manos con muy grande humildad y acatamiento, desparando la música y estruendo de trompetas y tabales, y otros instrumentos de añafiles y dulzainas (dulçaynas) de que usaban los Moros. Acabado esto, y vueltos a palacio con mucha fiesta y regocijo: quiso el Sultán ser enteramente informado de la vida y hechos del Rey de Aragón. Y como Porter pudiese dar en ello mejor razón que otro, por haber seguido al Rey en todas sus jornadas de paz y guerra, con los buenos farautes e intérpretes que el Sultán tenía, le hizo muy cumplida relación de todas las hazañas del Rey, desde su nacimiento hasta el punto que le dejó en Barcelona. Lo cual oído quedó el Sultán con todos los de su corte, extrañamente maravillados, y de nuevo muy más aficionados al Rey. Hecha esta relación los embajadores se despidieron del Sultán, el cual les hizo particulares mercedes y dio joyas riquísimas, y para el Rey mandó proveer las naves de mucha especiería con muchas aves y extraños animales de las Indias orientales, y ofreciéndose muy mucho de valer y servir al Rey con todo su poder en paz y en guerra siempre que necesario fuese contra sus enemigos: los embajadores se partieron de él con mucha gracia suya, y puestos en mar llegaron con muy próspera navegación en Barcelona: donde hallaron al Rey, y le contaron su felice viaje que de ida y de vuelta tuvieron, y de la gracia y magnificencia con que fueron recibidos del Sultán, con las demás cosas maravillosas que arriba dicho habemos, señaladamente de la información tan cumplida que mandó se le hiciese de su esclarecida vida y hechos, y de la atención y admiración grandísima con que los oyó y magnificò. Finalmente las mercedes y favores que a la despedida les hizo: que todas fueron particularidades para el Rey muy gustosas de oír. El cual alabó mucho a los embajadores por su trabajo, diligencia e industria con que se trataron y acabaron tan honoríficamente su embajada, prometiendo tendría cuenta en recompensar tan insignes servicios. Y también dando infinitas gracias a nuestro señor por haberle dado un tan buen amigo en aquellas partes, de quien pudiese valerse para la jornada de Jerusalén, si fuese servido de que en algún tiempo la emprendiese.


Capítulo VII. Del Maestre de Calatrava que vino al Rey por socorro contra los infinitos Moros que pasaban de África a la Andalucía, y que convocó cortes para que le ayudasen en esta jornada.

Pues como al Rey no se le permitiese estar un punto ocioso en toda la vida, sin algún ejercicio de guerra: acaeció que en acabar de oír los embajadores que volvieron del Sultán, llegó a él don fray Pedro Iuanés maestre de la orden y caballería de Calatrava, enviado por el Rey de Castilla, y le dijo como habían pasado infinitos Moros de África en la Andalucía, que ajuntados con los del Reyno de Granada y de Murcia moverían mayor guerra que jamás se vio a toda España: que le suplicaba en nombre del Rey y de la Reyna su hija se apiadase de ellos, y de sus hijos nietos suyos, y que en tan extremada necesidad no les faltase con su amparo y socorro. Oído esto por el Rey no dejó de compadecerse mucho del Rey y Reyna de Castilla, y porque se determinó de favorecerles, respondió al maestre que pues él sabía la tierra por donde andaban los Moros, y el número de ellos poco más o menos, y también era tan aventajado y experto en la guerra le dijese su parecer cerca lo que debía hacer y preparar para resistir a tanta morisma. A esto respondió el Maestre, que le parecía debía su Real alteza ajuntar su ejército, y por la vía de Valencia llegar a acometer a los del Reyno de Murcia, los cuales con la venida de los de África se habían rebelado contra el Rey don Alonso su señor, y dado al Rey de Granada, que aprovecharía esto mucho para divertir tanta morisma. Además de esto, convenía mandar poner en orden la armada por mar, así para impedir el paso a los de África que cada día llovían sobre el Andalucía: como para desanimar a los que habían pasado, y para les tomar el paso a la vuelta, que sería asegurar esto la victoria contra todos ellos. Diole también una carta de la Reyna su hija, en que le rogaba lo mismo, porque la memoria de los disgustos que su marido había dado siempre al Rey, no le causasen alguna tibieza en el socorrerles. A todo respondió el Rey pareciéndole bien lo que el maestre en lo del socorro había apuntado: Que en ningún tiempo faltaría a los suyos, y mucho menos en ocasión de tanta necesidad y trabajo: que juntaría mayor ejército que nunca por mar y por tierra, y que por mejor socorrerles ofrecía de ir en persona en esta jornada, que hiciesen lo que a ellos tocaba, que él por su parte no faltaría a lo que debía.


Capítulo VIII. De qué manera entró el Rey de Castilla a señorear el Reyno de Murcia y por qué causas se le rebeló.

Dice la historia general de Castilla que cuando don Hernando el III Rey de Castilla y León hubo ganado de los moros la ciudad de Córdoba, y las villas del obispado de Iaen, después de la muerte de Abenjuceff Rey de Granada, fue alzado por Rey en Arjona un Moro llamado Mahomet Aben Alamir, al cual el Rey don Hernando ayudó a ganar el Reyno de Granada y la ciudad de Almería. Entonces según la misma historia afirma, no queriendo los Moros del Reyno de Murcia reconocer por Rey a Mahomet, eligieron por señor de aquel Reyno a Boatriz. Pero después, conociendo que no serían poderosos para defenderse del Rey de Granada estando sujeto al Rey de Castilla, y favoreciéndole, deliberaron de enviar sus embajadores al Infante don Alonso, ofreciendo que le darían la ciudad de Murcia, y le entregarían todos los castillos que hay en aquel Reyno desde Alicante hasta Lorca y Chinchilla. Con esta ocasión el Infante don Alonso por mandato del Rey su padre fue para el Reyno de Murcia, y le entregaron la ciudad, y fueron puestas todas las fortalezas en poder de los Cristinanos, no embargante que Murcia y todas las villas y lugares quedaron pobladas de los Moros. Fue con tal pacto y condición, que el Rey de Castilla y el Infante su hijo hubiesen (vuiesen) la mitad de las rentas, y la otra mitad Abé Alborque, que en aquella sazón era Rey de Murcia, y que fuese su vasallo de don Alonso. Sucedió que ya muerto el Rey don Hernando, estando el Rey don Alonso en Castilla muy alejado de aquella frontera, los Moros del Reyno de Murcia tuvieron trato con el Rey de Granada, que en un día se alzarían todos contra el Rey don Alonso, porque el Rey de Granada con todo su poder le hiciese la más cruel guerra que pudiese. Sabido esto por el Rey de Granada, y que tenía ya de su parte al Reyno de Murcia, como poco antes desaviniéndose con el Rey de Castilla, tuviese hecho concierto con los moros de África, acabó con ellos que pasasen gran número de gente a España, con esperanza que tornarían a cobrar no solamente lo que habían perdido en la Andalucía, pero el Reyno de Valencia. Y así para este efecto pasaban cada día escondidamente gentes de Abeuça Rey de Marruecos. También los Moros que estaban en Sevilla (dice la misma historia) y en otras villas y lugares del Andalucía debajo del vasallaje del Rey de Castilla, gente siempre infiel, y entonces sin miedo, por el socorro de los de África, trataron para cierto día rebelarse todos, y matar los Cristianos, y apoderarse de los lugares y castillos fuertes que pudiesen, y aun tentaron de prender al Rey y a la Reyna que entonces estaban en Sevilla. Pero aunque no les sucedió el trato, no por eso dejaron los Moros del Reyno de Murcia de declarar su rebelión, y cobraron la ciudad, y los más castillos que estaban por el Rey de Castilla. Y el Rey de Granada con este suceso comenzó la guerra contra el Rey de Castilla, por lugares de la Andalucía, y estuvo en punto de perderse en breves días todo lo que el Rey don Hernando en mucho tiempo había conquistado.


Capítulo IX. Como mandó el Rey convocar cortes en Barcelona para que le ayudasen a la guerra contra los Moros de África y del Andalucía.

Partido el maestre de Calatrava con tan buen despacho, mandó luego el Rey convocar cortes para Barcelona, y entretanto aprestar el armada por mar, y hacer gente por tierra proveyéndose de todas partes de vituallas y dinero para tan importante jornada. Llegados ya todos los convocados del Reyno, y comenzadas las cortes, dioles el Rey muy cumplida razón de las nuevas que tenía de Castilla, y de la extrema necesidad en que estaba toda el Andalucía por la infinidad de Moros de a caballo, y de a pie que por llamamiento del Rey de Granada habían pasado a ella, porque juntados con los de Murcia y Granada bastaban para emprender de nuevo toda España. Y que si no les salían al encuentro por tierra, y también por mar les atajaban el paso, se meterían tan adentro por toda ella, que llegarían a tomarlos dentro de sus casas allí donde estaban. Que para prevenir tantos males rogaba a todos le favoreciesen en esta empresa que tomaba sobre sus hombros, por la general defensa de ellos y de toda España: mayormente por atravesarse el peligro de la Reyna de Castilla doña Violante su hija y de sus nietos, a los cuales no podía faltar hasta emplear su propia vida por redimirla de todos ellos, pues ya el Rey don Alonso de Castilla había comenzado la guerra contra el Rey de Granada, por quien los Moros de África pasaban al Andalucía, y que pues él daría sobre los de Murcia, tenía, con el favor de nuestro señor, por acabada la empresa. Que pues los gastos para un a tan importante guerra como esta habían de ser excesivos, y tan bien empleados, le sirviesen con el Bouage: el cual para tan terribles e inopinadas necesidades hasta aquí nunca se lo habían negado: mayormente que determinaba él mismo en persona hallarse en esta guerra, por el beneficio común y defensión de la religión Cristiana, hasta morir por ella.

Capítulo IX. Que después de haber los Catalanes concedido el Bouage, disentió a ello el Vizconde de Cardona, y de lo mucho que el Rey lo sintió, y al fin consintió el Vizconde.

Acabado por el Rey su razonamiento, como los de las cortes entendieron lo que pasaba de la venida de los Moros, y le evidente necesidad y trabajo en que estaba puesta toda España: y más que siendo tantos los enemigos, venidos de allende, y juntados con los de Granada se extenderían por todas partes, y que no perdonarían a Valencia ni a Cataluña: considerando todo esto, y también que sería mucho mejor hacer guerra a los enemigos de lejos, que no esperar a echarlos de casa, condescendieron todos con el Rey en su justa demanda. Y no solo le concedieron el Bouage: pero aun prometieron de ponerle la armada en orden y de proveérsela de todo lo necesario: ofreciéndole sin esto de valerle en esto y en todo lo demás que conviniese a su servicio. Estando el Rey muy contento y satisfecho de la liberalidad con que se le ofrecían a valerle en esta empresa, queriendo hacerles gracias por todo, y cerrar el acto de la promesa para concluir las cortes: don Ramon Folch Vizconde de Cardona que asistía en ellas se opuso, diciendo que disentía en todo lo concedido al Rey, si primero no desagraviaba a ciertos pueblos, mandando recompensarles los daños y menoscabos así causados por él, como de vasallos contra vasallos, que a la sazón se hallaban por rehacer. Y que hasta ser esto hecho y cumplido no consentía en lo decretado por las cortes. El Rey que oyó esto, viendo que en el tiempo que más trabajados y perdidos andaban los Reynos, se anteponían los daños particulares al universal provecho de todos, se sintió tanto de ello, que como de cosa muy desmesurada y contra toda razón, perdió la paciencia: y sin más aguardar la ceremonia acostumbrada, se levantó del solio Real, determinado de despedir del todo las cortes, e irse de la ciudad dejándolo todo confuso: y que cada uno se defendiese como pudiese. Mas como todos conociesen la misma razón que el Rey, se le echaron a pies suplicándole se detuviese, que se remediaría todo,y vueltos al Vizconde acabaron con él que desistiese de su oposición y dessentimiento. Por donde el Rey se aquietó, y la concesión del tributo se ratificó de nuevo por el Vizconde con los demás votos de los estamentos y brazos del Reyno: y se concluyeron las cortes con mucho contentamiento y satisfacción del Rey y de todos, y les hizo muchas gracias por ello.
Capítulo X. Como el Rey nombró por general del armada a su hijo don Pedro Fernández, y que Laudano judío anticipó todo el tributo del Bouage, y de las cortes que se convocaron en Zaragoza.

Concedido el Bouage al Rey, y puesta la armada en orden, nombró por general de ella a don Pedro Fernández su hijo, mozo gallardo y belicoso que lo hubo en una dueña llamada doña Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, de la cual se hablará en el libro siguiente. Fue este don Pedro a quien el Rey dio la villa y señoría de Híjar (Yxar) en Aragón, de la cual tomaron apellido él y sus sucesores hasta en nuestros tiempos, como adelante diremos. Pues como la venida de los Moros fuese cierta, y que repartidos por los Reynos de Granada y Murcia, se aparejaban para mover cruel guerra contra Cristianos, comenzando ya a tomar algunas villas y castillos en el Reyno de Córdoba: se halló el Rey algo atajado por no haber aun cobrado, ni era posible, el servicio del Bouage, sobrando la necesidad de poner en orden la armada con los demás aparatos de guerra. Para lo cual se ofreció pronto pagador, y que anticiparía todo el Bouage, un judío llamado Laudano de los más ricos de España, que entonces era Thesorero del Rey, y ofreció de prestarle todo el dinero que necesario fuese, así para sacar la armada con las municiones y bastimentos necesarios, como para pagar el ejército, y poner de presto la guarnición de gente en los lugares fuertes del Reyno de Valencia fronteros a al de Murcia, y que se contentó con sola la consignación que el Rey le hizo del bouage, con las demás rentas Reales de Cataluña de aquel año para pagarse de lo anticipado. Hecho esto el Rey se vino para Zaragoza, donde mandó hacer gente con diligencia para esta guerra, y nombró algunos principales Aragoneses por capitanes, a fin que acudiesen luego con la gente hecha a juntarse con la de Cataluña en Valencia: todo para favorecer al Rey de Castilla su yerno. Pues como para los mismos gastos hubiese de imponerse tallon a los Aragoneses, llegado a Zaragoza mandó convocar cortes generales para todo el Reyno en ella. A donde se juntaron todos los señores de título, y Barones del Reyno, con los síndicos de las ciudades y villas Reales, juntamente con los magistrados y oficiales Reales de la misma ciudad. Se congregaron en el monasterio y casa insigne de frailes Dominicos. Allí pues sentado el Rey en lugar alto y patente para todos les declaró su propósito con las palabras siguientes.

Capítulo XI. Del largo razonamiento que el Rey hizo a los Aragoneses pidiendo le favoreciesen para los gastos de la guerra, como lo habían hecho los Catalanes.

Yo creo, que no ignoráis todos cuantos aquí os halláis congregados, como desde mi tierna edad he empleado toda la vida en perpetua guerra con las armas en las manos, y que me ha cabido en suerte que ningún tiempo se me haya pasado en ocio, ni regalo: sino que por el bien común, y la salud y ampliación de mis reynos, he puesto siempre mi persona a todo riesgo y peligro. Pues como sabéis los primeros y postreros años de mi mocedad no solo los empleé en defenderme de las persecuciones de los míos, y en apaciguar y quitar todas las distensiones de mis Reynos: pero también ocupé la edad siguiente en las conquistas de Mallorca y Valencia. Y que así en esto, como en las cosas del gobierno, ni en paz ni en guerra, he faltado jamás a lo que debo a la Real y debida virtud de mis antepasados: antes creo haber no poco acrecentado el nombre y estado de ellos. Pues a los dos Reynos que en muchos siglos ganaron y me dejaron por herencia, yo he añadido otros dos, Mallorca y Valencia, que por mi mano y las vuestras he conquistado. De manera que para la conservación y fortificación de ellos, no queda sino juntar el tercero que es el de Murcia. Porque sin este, ni el de Valencia se puede bien defender, ni sin los dos mantener el de Mallorca. El cual perdido, no solo Cataluña perdería el Imperio y poder absoluto que tiene sobre la mar para toda comodidad de su navegación y mercadurías: pero también Aragón volvería a estar sujeto a las correrías y cabalgadas que sobre si tenía antes de los Moros de Valencia. Lo cual bien considerado por los Catalanes vuestros hermanos y compañeros en las conquistas, como hombres de buen discurso y prudentes, se han mucho acomodado, y preciado en favorecer nuestra empresa: teniendo respeto a que de tan continuo uso de pasar los Moros de África en el Andalucía, y juntarse con los de Granada y Murcia, se puede recrecer, así para los Reynos comarcanos de Valencia y Aragón, como para toda España, una común y general destrucción como la antigua pasada. Y así pareciéndoles que les está mejor la guerra de lejos que esperarla en sus casas, no solo se han ofrecido a servirnos con sus personas y vidas en esta jornada: pero como sabéis nos han concedido con mucha liberalidad el servicio del Bouage. Y cierto que no hallamos por qué este Reyno, que no menos está sujeto a los trabajos de esta guerra contra Moros que Cataluña, no nos deba ayudar con semejante servicio para esta empresa: pues no se ha de emplear en otros usos que contra Moros, y en librar a mi hija y nietos de tan manifiesto peligro y destrucción (destruycion) de sus Reynos, como se les apareja. Y es justo, que pues se trata de guerra y armas que han de valer para la común defensa de todos, que donde se alargan tanto en valernos los Catalanes con el servicio ya dicho, que los Aragoneses, debajo cuyo nombre y apellido se han conquistado estos Reynos, y sois siempre los protectores de ellos, os alarguéis y mucho más en favorecernos.

Capítulo XII. De lo que un fraile dijo en acabando el Rey su plática, y como los ricos hombres sintieron mal de la demanda, y se apartaron del Rey pidiéndole cierta recompensa de daños.

En acabando de hablar el Rey, súbitamente apareció enfrente de él en otro púlpito, un religioso de la orden de los Menores, el cual movido de si mismo sin haber dado parte a nadie de su propósito, comenzó a exhortar con grande fervor a todos para seguir con sus personas y haciendas al Rey en esta guerra. Y después con muchas razones y ejemplos abonó la demanda del Rey: añadió que un religioso de su orden había tenido revelación del cielo, y que un Ángel le había dicho, que el Rey de Aragón había de restaurar a toda España, y librarla de la persecución y peligro en que los infieles la habían puesto. Como esto oyeron los ricos hombres se maravillaron mucho de esta novedad del fraile, y como de fingido sueño burlaron de ella, y tanto más se endurecieron cerca la demanda del Rey, abominando el nombre de Bouage, lo que nunca en Aragón se había nombrado, y por eso estaban muy sentidos todos los de las cortes, quisiese introducir nuevas maneras de vejar al pueblo, y desaforar los ricos hombres y caballeros, con alegar lo que le era concedido en Cataluña, que era tres doblada tierra, y que todo cargaría sobre el pueblo. Sabiendo el Rey esto, mandó llamar ocho más principales de ellos, los que mostraban estar más sentidos y escandalizados de la demanda: siendo el caudillo, y el que más se señalaba entre todos, su propio hijo Fernán Sánchez, que extrañamente se preciaba de contradecirle. Fue este el que ya antes en vida de don Alonso su hermano, se había mostrado por él muy parcial contra el Rey su padre: y así abrazó esta nueva ocasión para hacer lo mismo, con apellido que defendía y peleaba por la libertad de su patria, y con esto desenfrenadamente se desbocaba contra el Rey. De manera que para impedir el Bouage, con el cual (como él decía) su padre quería de los Aragoneses hacer bueyes para mejor cargarlos, se hizo caudillo del contrabando del Rey: juntándose con él don Ximen de Vrrea, y don Bernaldo Guillen Dentensa con los otros llamados. Los cuales fueron ante el Rey, y le oyeron, pero nunca pudieron ser convencidos de él, por muchas y muy santas razones que les propuso. Pues ni por la necesidad urgente de la guerra, ni por el ejemplo de los Catalanes, ni por la fé y palabra que les daba sobre su corona Real que restituiría en todo y por todo la rata parte en que los ricos hombres y barones contribuirían en el servicio: y más, que haría fuero y ley expresa, que en ningún tiempo pudiese ser demandado, ni impuesto semejante tributo en Aragón: todo esto no bastó para atraerles a la voluntad del Rey: antes se endurecieron de manera que tomaron esto por ocasión para hacer nuevas demandas y formar quejas contra él. Por donde no solo le negaron lo que pedía: pero aun algunas cosas que el Rey debajo de buen gobierno había mandado hacer en beneficio del Reyno, querían que las revocase, diciendo que habían resultado en daño y perjuicio de los ricos hombres, y sobre ello pusieron sus demandas. Para esto enviaron a Calatayud, donde el Rey se había pasado de Zaragoza, a don Bernaldo Guillé Dentensa y a don Artal de Luna, y a don Ferriz de Liçana, (los tres más familiares y privados que el Rey solía tener) los cuales con seguro que les fue dado, en presencia de todo el pueblo dieron por escrito los agravios que pretendían haber recibido y recibían de cada día de su Alteza. Estos fueron muchos, y los principales tocaban en general a la libertad del Reyno, y en particular a los intereses y provecho de los ricos hombres y caballeros. Y porque a lo general y particular de sus demandas dio el Rey su respuesta y descargo: allanándose en algunos cabos, y en otros cargándoles a ellos mucho la mano, y que ni por eso hubo en ellos enmienda, quedándose las cosas como antes (según Surita en sus Annales copiosamente lo refiere) no haura por qué detenernos aquí, ni hacer mención en particular de todo esto. Mas de que siendo los que se tenían por muy agraviados, con los arriba nombrados, don Guillen de Pueyo nieto del que murió en el cerco de Albarracín en servicio del Rey, y don Atho de Foces hijo de don Ximeno, y don Blasco de Alagón nieto de don Blasco el de Morella, ninguno pretendía más serlo, ni quien más ásperamente se querellase del Rey, que don Fernán Sánchez su hijo: haciéndose (como dicho habemos) caudillo de los querellantes. Esto le llegó al Rey tanto al alma, y formó en si tan cruel odio contra Fernán Sánchez, cuanto después se vio por la ejecución del. Pues como por mucho que el Rey mostrase voluntad de querer a buenas y con quietud satisfacer a todas estas demandas, era tanta la turbación y cólera con que trataban estos negocios los querellantes, pretendiendo salir con todo, sin querer escuchar los medios que el Rey daba para llegar a concierto, que no se pudo tomar resolución alguna con ellos por entonces.

Capítulo XIII. Que los Barones y ricos hombres hicieron liga entre si, y se apartaron del Rey, el cual fue con gente sobre las tierras de ellos, y como comprometieron sus diferencias en los Obispos.

Pues como los señores y Barones perseverasen en su pertinacia y reyerta de no querer escuchar las demandas del Rey sin que primero satisficiese a las de ellos, y de ver esta distensión entre las cabezas anduviese varia y libre la gente popular para seguir a quien quisiese, llegaron las cosas del Reyno a tanta turbación, que luego se descubrieron muchos que tomaron por propia la querella y tesón de los señores y Barones contra el Rey, y muchos por lo contrario la del Rey contra los Barones. Puesto que por el apellido de libertad prevalecía esta parte contra la Real, y esta sola voz de libertad se sentía en boca del pueblo. Con esto se animaron tanto los señores a defender (como ellos decían) los fueros y libertades del Reyno, siendo siempre el principal de ellos Ferrán Sánchez, que sin más aguardar ni escuchar los nuevos partidos que el Rey les movía, comenzó él con su suegro Urrea, y los demás del bando a salirse de Zaragoza para juntarse en Alagón: donde se confederaron e hicieron liga entre si. Y así acabaron de turbarse las cosas del todo. Con esto se concluyeron las cortes muy fuera del orden acostumbrado, y como los Barones y pueblo se pusieron en armas, también el Rey se salió de Calatayud y partió para Barbastro con sus criados y gente de guardia, y algunos de a caballo que salieron tras él, y otros que por el camino se le iban allegando. Como llegase a Barbastro, luego con seguro, fueron ante él los mismos, temiéndose de lo que después avino, pero no se concluyó con su venida ningún asiento, y quedaron las cosas en mayor rompimiento. De allí pasó el Rey a Monzón, donde formó de presto un buen escuadrón de gente de a caballo con los de la tierra y otra gente de a pie que le acudieron de Cataluña. Porque no faltaron algunos señores y barones de Aragón que le siguieron, con los concejos de Tamarit y Almenara. De suerte que salió con toda esta gente en campaña, y dio sobre algunas villas y castillos de los ricos hombres que se le rebelaron: entre otras tomó las tierras de don Pero Maça, y de don Fernán Sánchez su hijo, publicando guerra a fuego y a sangre contra todas las tierras de rebeldes. Como oyeron esto los señores y barones, dejaron las armas y enviaron nueva embajada al Rey, suplicándole fuese servido que estas diferencias no se llevasen por fuerza de armas, sino que se averiguasen por vía de justicia: que pondrían aquel hecho en juicio de prelados (perlados). Esto hicieron porque conocían la condición del Rey a quien ninguna cosa era tanta parte para hacer dejar las armas de las manos como el requirirle lo remitiese todo a justicia. Y así se comprometió por ambas partes en poder y juicio de los Obispos de Zaragoza y Huesca, y se obligaron de estar a lo que se determinase por ellos, así en lo de las diferencias ya dichas, como sobre la pena en que habían incurrido por haberse unido y tratado contra la autoridad del Rey: y que también juzgasen si se les habían de restituir los lugares que tenían en honor. A todo esto vino el Rey bien y se obligó de estar a la determinación de los mismos jueces. Y con esto de parte de los ricos hombres se dio tregua al Rey hasta que volviese de la guerra de los Moros del Reyno de Murcia y quince días más, y se ofrecieron a servirle en ella.

Capítulo XIV. De las cortes que el Rey tuvo en Exea de los caballeros y de los estatutos que mandó publicar en ellas, y como se pregonó la guerra contra Murcia, y la gente que llevó de Zaragoza.

Teniendo el Rey nuevas cada día de los capitanes que estaban en guarnición en la frontera del Reyno de Murcia, como la guerra de los Moros que pasaron de África iba lenta, sin pasar hacia lo de Murcia, a causa de no haber entre ellos caudillo, ni general de la guerra: y también por no haber sido bien recibidos del Rey de Granada, por ser gente inútil y canalla y que solo se entretenían, sin señalar jornada alguna: determinó entre tanto asentar la concordia tratada de palabra con los nobles y ricos hombres: y para que constase por acto público, mandó convocar a cortes para Ejea de los Caballeros, dicha así, por los muchos caballeros que en tiempos pasados cansados de llevar las armas a cuestas, y de seguir la guerra, se habían retirado a vivir allí, por ver aquella villa, por su comodidad y fertilidad de campo, de las principales del Reyno. A donde ajuntados los convocados, mandó el Rey escribir y sacar en limpio las leyes y fueros que en las precedentes cortes se habían establecido, y quiso que se publicasen y firmasen de nuevo. Las cuales en suma fueron, que ni el Rey, ni sus sucesores diesen caballerías de honor, ni oficios de la guerra sino a parientes de los ricos hombres, naturales del Reyno, y en ninguna manera a extranjeros. Que ningún señor Barón, ni noble pagase bouage, que en Aragón corresponde a herbaje. Que las diferencias que se ofreciesen entre el Rey y los nobles, se juzgasen y averiguasen por el justicia de Aragón, aconsejándose con los señores y nobles que no fuesen interesados en las tales diferencias, y que también juzgase sobre las que se le ofreciesen entre los mismos señores y nobles. Que el Rey no diese oficios de honores, ni de la guerra a sus hijos de legítimo matrimonio procreados, si no fuese de generales o supremos capitanes del ejército. Estos son los fueros y capítulos que se publicaron en estas cortes. Lo cual hecho, recibió el Rey en aquel mismo punto cartas del Rey de Castilla su yerno, en que le decía cómo había movido guerra de nuevo contra el Rey de Granada por haber dado favor y ayuda a los de Murcia, para que se le rebelasen, y echasen a sus gobernadores de ella. Por eso le suplicaba se diese toda la prisa posible en venir a tiempo para dar contra ellos y para recuperarle aquel Reyno, el cual solía antes (como dicho habemos) por no sujetarse a la señoría y mando del Rey de Granada, estar debajo el amparo de los Reyes de Castilla: y pagarles su tributo y parias, y poner los gobernadores para el regimiento de la tierra. Entendido esto por el Rey, concluyó las cortes, y a la hora mandó publicar la guerra de propósito contra el Reyno de Murcia: pues para ella le había concedido ya el sumo Pontífice Clemente IV la bula de la santa Cruzada con muchas indulgencias para los que siguiesen esta guerra contra Moros. Y así fue grande el concurso de soldados que de toda España acudieron a ella. Fueron los predicadores de esta indulgencia apostólica el Arzobispo de Tarragona, y el Obispo de Valencia, que como espirituales caudillos de esta guerra contra infieles se hallaron en ella. De manera que vuelto el Rey a Zaragoza, mandó hacer hasta dos mil caballos, y fueron los principales capitanes nombrados para esta guerra sus dos hijos, el Príncipe don Pedro, y el Infante don Iayme, el Vizconde de Cardona, y don Ramón de Moncada. Los demás señores de Aragón de encolerizados contra el Rey por lo pasado, y por el estrago hecho en sus tierras, se fueron a ellas y no siguieron la persona del Rey por entonces, sino don Blasco de Alagón que nunca le faltó, como el mismo Rey lo escribe. Puesto que fueron después poco a poco en su seguimiento casi todos teniendo por muy afrentoso faltar a su Rey en tal jornada.



Capítulo XV. Como pasando (passando) el Rey por Teruel pidió a la ciudad le ayudase con algunas vituallas para esta guerra, y del grande y suntuoso presente que le dieron puesto en Valencia.

Partiendo el Rey de Zaragoza para Valencia con la gente de a caballo hecha, y la que iba haciendo de camino: llegó a vista de Teruel, y como creciendo cada día de gente, le faltasen las vituallas entró en la ciudad, donde fue suntuosamente recibido, y luego mandó convocar los principales de ella. A los cuales manifestó la causa de su venida, y empresa, y como había sido forzado de emprender esta guerra contra los Moros de Murcia, no solo por cobrar aquel Reyno para don Alonso su yerno al cual se había rebelado: pero también por impedir que los de Granada con cuyo favor y ayuda se habían rebelado los de Murcia, no se juntasen con ellos, y diesen sobre el Reyno de Valencia: y de ahí pasasen a Aragón y Cataluña sus vecinos. Y como por esto le apretase el tiempo, y más el cuidado de sustentar el ejército, les rogaba mucho le acudiesen con lo que se hallasen a mano para occurrir a tanta necesidad: que se les recompensaría luego con las rentas reales que para ello les consignaría. Oída la demanda por los del regimiento, hecho su acatamiento, se retiraron a una parte de la sala, y consultando con los principales hidalgos de la tierra, fue resuelto entre ellos, que al Rey se le hiciese tan grande servicio como la ciudad y comunidad pudiesen, y mayor que a ningún otro de sus antepasados jamás se hubiese hecho por ella: determinados en esto, uno de los más principales hidalgos de la ciudad llamado (como dice la historia Real) Gil Sánchez Muñoz hijo de aquel Pasqual, de quien se habló arriba en el libro tercero, respondió por todos. Serenísimo Rey y señor nuestro, como la obligación que al servicio de vuestra Alteza tenemos, sea mayor que a ningún otro de sus Reyes antepasados (antipassados), por los muchos favores y mercedes que a los de esta ciudad y comunidad ha siempre hecho en servirse y valerse de nuestras personas y armas en cuantas jornadas y empresas de guerra hasta aquí se han ofrecido contra moros: y que de hoy más las esperamos mayores, para lo demás que se ofreciere: somos contentos de emplear también agora nuestras haciendas en su Real servicio, y ayudar a vuestra Alteza en proveer su ejército para esta empresa de Murcia, con lo siguiente. Que daremos luego de presente puesto en Valencia con nuestras recuas y a costa nuestra. Cuatro mil cahíces de pan: los tres mil en harina, y los mil en grano: con otros dos mil cahíces de cebada. Más veinte mil carneros, y dos mil vacas: y si menester fuere serviremos con más. También por agora albergaremos a vuestra Alteza y a todo su ejército lo mejor que podremos. Maravillado el Rey de tan magnífico y rico presente con tanta liberalidad ofrecido por los de Teruel: acordándose de la recién injuria y cortedad de los de Zaragoza, volviose a los suyos y sonriendo les dijo:
Por ventura diera más Zaragoza por fuerza, que Teruel ha dado de grado?
Haciendo pues el Rey muchas gracias a la ciudad, y estimando su servicio y socorro tan principal, en tiempo de tanta necesidad, en lo que era razón, ofreció de hacerles por ello muy larga recompensa: y a petición de ellos les dejó dos alguaciles (
alguaziles) para que en nombre suyo fuesen por las aldeas, y lugares de la comunidad a recoger el presente. Dicen algunos escritores (aunque la historia del Rey lo calla) que mandó el Rey consignarles la recompensa sobre las rentas Reales de la ciudad. Pues como partido el Rey de allí llegase a Valencia, y luego acudiesen los de Teruel con su presente, recibiolos con grande contentamiento: quedando toda la Corte, y más los Síndicos de las ciudades y villas Reales de los tres Reynos que la seguían muy maravillados de ver tan magnífico presente. Mandó pues el Rey (como algunos dicen) proveer de mucho arroz, azúcar, y pasas (passas), a los de Teruel, porque no se volviesen con las manos vacías.


Fin del libro décimo sexto.





Libro décimo cuarto

Libro décimo cuarto.

Capítulo primero. De los trabajos que el Rey sentía oyendo las quejas de la Reyna doña Violante, y como hizo nueva división de sus Reynos para heredar a todos sus hijos.

Entrado era ya el Rey en los XXXV años de su edad, cuando después haber conquistado dos Reynos, y hechas mercedes a los que le habían seguido y servido en las conquistas dellos, se daba tanto a mirar por el bien común de la Repub. y a la mejora y engrandecimiento de los Reynos, que se olvidaba de sus cosas familiares y domésticas: y con nacerle de cada día más hijos y herederos, se descuidaba de lo por venir, y miraba muy poco por ellos. Tenía a don Alonso su hijo mayor y de doña Leonor su primera mujer ya hombre, por su testamento declarado legítimo sucesor en todos sus Reynos. El cual teniéndose por tal, pretendía ser ya los Reynos con todo lo demás suyo. Por donde la Reyna doña Violante segunda mujer, de la cual tenía ya el Rey cinco hijos entre hombres y mujeres, estando muy solícita y cuidadosa de la sucesión y herencia de ellos, y también muy suspensa, no tanto por la edad del Rey, cuanto por los muchos peligros de la guerra, en que cada día ponía su persona: considerando que a faltarles él, cuan mal parados quedarían sus hijos y ella, no hacía otro que llorar cada día y noche, y lamentar ante el Rey, llamándose desventurada, y del todo engañada, pues la apartaron del regazo de su padre, y la trajeron a tierras tan remotas de la suya, no solo para venir a quedar pobre, y entrar en el lugar de otra menospreciada: más aun para sufrir las injurias de su combleça, y para obedecer y estar sujeta a un su entenado soberbio y descomedido finalmente para ser madre desdichada de muchos hijos desheredados. Todo esto oía el Rey con grande tormento y paciencia: porque no solo le lastimaban las palabras tan resentidas y allegadas a razón de la Reyna: pero mucho más le llegaba al alma, ver al Príncipe don Pedro su hijo ya de edad de ocho años, a quien él mucho quería, levantarse tan bien criado, y con tan manifiestos indicios de virtudes heroicas, y dignidad Real, con las cuales daba muy gran esperanza que con sus valerosos hechos, había de continuar los de su padre y llevar siempre adelante la gloria y alabanzas de los dos. Y por el contrario que en don Alonso su primer hijo, que nunca se había apartado de la sombra de la madre, con ser ya hombre, ningún asomo, ni señal de semejantes virtudes Reales se descubriese siendo declarado por sucesor. Y así, en pensar que por la primogenitura de don Alonso, no solo don Pedro, pero los demás hijos que cada año le nacían de la Reyna, habían de quedar desheredados, le daba tan grande pena, que no había cuidado, ni carcoma que más le royese las entrañas, ni congoja que más cruelmente le atormentase la vida. Por eso le oían decir muchas veces, que los trabajos de la Repub. y gobierno de Reynos, así en paz, como en guerra, eran mucho más tolerables que los domésticos y familiares: porque aquellos, como quiera tienen sus pausas y divertimientos, lo que no hacen los domésticos porque son continuos, y hacen amargar la comida, y menoscabar el sueño. Por esto muchas veces le causaba risa el verse tan mejorado de hacienda, y acrecentado de Reynos, y por solos cinco hijos que a la sazón tenía, darle mayor cuidado el haberlos de acomodar, que daría al más pobre hombre del mundo, aunque tuviese muchos más. Por todas estas causas le pareció más presto valerse, y usar de la universal ley y derecho natural, que no seguir el uso y costumbre de los particulares fueros de sus Reynos. Y así determinó que los señoríos y Reynos que había consignado para su primer hijo cuando era único, se dividiesen entre él y los otros hermanos que después nacieron, y que proporcionadamente gozasen todos de ellos.


Capítulo II. Como el Rey tuvo cortes en Daroca, donde fue jurado Príncipe de Aragón su hijo don Alonso: y como tuvo otras en Barcelona, y de lo que pasó en ellas.

Pareciendo muy bien a la Reyna, y quedando muy contenta de la determinación del Rey, cerca la división de los Reynos, mandó el Rey convocar cortes en en la ciudad de Daroca para los Aragoneses, a las cuales también acudió con sus síndicos la ciudad de Lerida. En ellas se declaró por sucesor en el Reyno de Aragón al Príncipe don Alonso, y por tal le juraron todos los Aragoneses con los de Lerida. Pues porque con mayor gracia de don Alonso, se pudiese dar el Principado de Cataluña a don Pedro primer hijo de doña Violante, quiso el Rey que se entendiese el Reyno de Aragón más allá del río Segre, y que Lerida fuese comprendida en el Reyno de Aragón. Concluidas las cortes partió para Barcelona, donde también quiso tener las de Cataluña, y de la misma forma el Príncipe don Pedro fue declarado por sucesor en el condado de Barcelona y Principado de Cataluña. Mas sintiéndose mucho los Catalanes, del estatuto hecho en Daroca con el cual se desmembraba la ciudad de Lerida con todo el territorio que tiene entre los dos ríos Ebro y Segre de Cataluña, y se aplicaba a Aragón, se quejaron al Rey, mostrándole como por los fueros y leyes que les dieron sus antepasados, cada y cuando se pregonaban treguas entre los Reynos, de ordinario se hacían y publicaban desde Cinca a Salsas, incluyendo la ciudad y distrito de Lerida en Cataluña. Y así claramente le dijeron, que si no deshacía aquel estatuto, y les conservaba el derecho antiguo que sobre esto tenían, no aprobarían la división de los Reynos por él hecha. Visto esto por el Rey, para mejor traerlos a su opinión en lo demás, tuvo por bien de contentarles, y dado por ninguno el estatuto hecho en Daroca, decretó por nueva constitución, que el condado de Barcelona y Reyno de Cataluña se entendían desde el río Cinca hasta la fortaleza de Salsas, y los límites de Aragón como de primero, desde Cinca hasta Fariza. Reformado el estatuto, los Catalanes se apaciguaron, y recibieron muy de buena gana por sucesor de su Rey a don Pedro, y por tal le juraron.


Capítulo III. De la queja de los estados de Ribagorza y Pallars, y como don Alonso comenzó a hacer parcialidad por si, y de los tratos que los castellanos tenían con los de Alzira.
Declarando los términos y divisiones hechas de los Reynos, se siguió de ello mayor queja de los Aragoneses, por lo señoríos y distritos de Ribagorza y Pallars que están de la otra parte de Cinca hacia Cataluña, los cuales don Ramiro, y don Sancho, y sus hijos don Pedro y don Alonso Reyes de Aragón habían ganado por fuerza de armas, y juntado con el Reyno: y así los síndicos de los dos estados formaron grande queja porque contra todo desecho y razón los excluían del Reyno de Aragón. Por donde a instancia de ellos, el Príncipe don Alonso como agraviado, comenzó a entrar en diferencias con el Rey, y poco a poco a despegarse de su amor y obediencia, y esto con tanta insolencia y soberbia, que como los Aragoneses se inclinasen a la parte de don Alonso, ponían ya en consulta, si vendrían por ello a hecho de armas, y se iban descubriendo las parcialidades. Tanto que hallándose don Alonso en Calatayud, se allegaron a él no pocos caballeros, y aun principales del Reyno, a ofrecerle sus personas y haciendas. Entre los cuales don Fernando, que con la mucha edad y años ya permitía le llamasen Abad, se le ofreció con todo su poder y fuerzas, aunque fuese contra la persona del Rey. Después vinieron otros, a quien el Rey había hecho mercedes, y dado villas y castillos a hacer los mismos ofrecimientos, para mayor muestra de su desconocimiento y alevosía. A los cuales más desvergonzadamente que todos siguió don Pedro de Portugal, el cual dejada Mallorca, se había vuelto a tierra firme. De manera que todo era ya parcialidades, y división entre las ciudades y villas reales de Aragón y Valencia y se inclinaban a la guerra civil sin que hubiese neutrales, porque cada uno seguía una de las dos partes, sin considerar que a los mismos Reynos se les aparejaba de esto miserable destrucción y ruina: mayormente si el Rey don Fernando de Castilla determinaba favorecer la parte de don Alonso su sobrino, como se podía creer, por haber venido en socorro de su hijo don Alonso, el cual andaba, por entonces con ejército formado, acompañado de algunos grandes de Castilla, por el Reyno de Murcia, para defenderlo del Rey de Granada, y a causa de este socorro se había apoderado de ciertas villas y castillos, poniendo gente en ellos y que tras eso el mismo don Alonso, sin estorbarlo el padre, había tentado de mover guerra a ciertos lugares del Reyno de Valencia, pretendiendo que tocaba a su conquista, por la antigua división de los Reynos, y por el concierto sobre esto ya hecho entre los Reyes de Aragón, y de Castilla. Demás que un Sancho Sánchez Maçuelos Castellano cabo de escuadra de la gente de guarnición puesta por aquella frontera, a quien don Alonso había dado a Alcaudete, y otras villas, trataba con el Alcayde de Alzira, persuadiéndole entregase la villa al Rey de Castilla, con algunos otros indicios, de que también se entendía con don Alonso de Aragón, y que los negocios se iban gastando.


Capítulo IV. Como el Rey fue a poner cerco sobre Xatiua, por descubrir el trato de los de Alzira, la cual se dio al Rey, y se describe su asiento.

Vuelto el Rey de Barcelona a Valencia, entendiendo las novedades sobre lo de Alzira pasaban, comenzó a tener sospecha de todas partes, y de ahí adelante tuvo grande ojo a los movimientos de los dos pueblos de Alzira y Xatiua que estaban a tres leguas el uno del otro. Trayendo pues consigo a don Vgo Folcalquier Comendador de Amposta y Vicario del gran Maestre del Espital, con buena parte del ejército que estaba en guarnición de la ciudad, y sus contornos, se partió para Xatiua y asentó su real sobre ella: no tanto por cercar de nuevo y espantar a los de Xatiua: cuanto por impedir las inteligencias y trato de los de Alzira con los Castellanos, y por estar cerca para talarles los campos y destruirlos, al primer sentimiento que del trato tuviese. En este medio, mientras que los nuestros asentaban sus máquinas y trabucos contra la ciudad, los jinetes de Xatiua, salían adefora a dar sobre el campo. Y de uno a uno, o de muchos a muchos, había desafíos y escaramuzas a porfía. Señalándose de ambas partes, y mostrando el hermoso orden y concierto que cada una llevaba para desconcertar a la otra. Con todo eso el Rey siempre tenía puestas sus espías, y alguna gente de pie en celada, por si encontrarían con algunos Castellanos que entrasen, o saliesen de tratar con los de Alzira, por enterarse y sacar en limpio lo que de los unos y de los otros se sospechaba. Como entendió esto el Alcayde de Alzira, persuadiéndose que ya el Rey sabía el trato y secreto suyo con los Castellanos, y que de allí vendría a disparar su cólera contra él y la villa, tomó treinta caballos jinetes, y en lo más sosegado de la noche se salió secretamente, y se fue desviado del camino real, por no caer en las manos de la gente del Rey, la vuelta de Murcia. Luego los de Alzira viéndose desamparados de su Alcayde, lo hicieron saber al Rey, y como le entregarían la villa libremente, con condición que se pudiesen quedar en ella con sus campos y heredades, y con su secta de los Almohades, en la cual se habían criado. Era esta secta una cierta especie de religión de Mahoma, más supersticiosa que las otras. Concedioles el Rey todo lo que pidieron y a la hora se le entregaron con la villa, que ya entonces era de las más importantes del Reyno. Por estar en lugar llano, cercada de muy fuerte y torreado muro, y rodeada de Xucar río caudaloso, el cual con su riego fertiliza sus campos en tanta manera, que abundan de todas aquellas mieses y frutos que la vega de Valencia: señaladamente en morales para la seda: porque es imcomparable la ganancia que allí se saca de ella. Está la villa fortificada desta manera, que llegando el río junto a ella se divide en dos brazos, que después de apartados vuelven a juntarse, y queda hecha una Isla: en la cual está el pueblo situado, que por esto fue nombrada en Arábigo Alzira o Algezira, que quiere decir tierra aislada. Hay en ella dos grandes puentes de calycanto fortísimas, asentadas sobre los dos brazos del río, para la entrada y salida de la villa: y así está de mano y arbitrio de ella, dar, o impedir la entrada del Reyno por aquella parte: a cuya causa fue por los antiguos llamada llave del Reyno, que por eso tiene por armas una llave. Entrado el Rey en la villa, y hecho por todos muy gran recibimiento a su Real persona, reconoció por todas partes el asiento de ella, y para su mejor fortificación, de tres grandes y bien fuertes torres que están junto a la puerta mayor que llaman de Valencia, hizo dellas una fortaleza por si, con sus adarves y bastiones alrededor, y puso en ella su Alcayde, con gente de guarnición, mandando que los Cristianos estuviesen en la fortaleza apartados de los moros, salvo las guardas y guarnición de Cristianos, que dejó fuera en defensa de la otra puente, que tira hacia Xatiua, porque la de Valencia, la misma fortaleza que estaba junto a ella la guardaba.


Capítulo V. Como el Rey se concertó con los de Xatiua, por acudir al Rey de Francia en Aluernia, y que de vuelta envió sus dos hijas a casar con el Príncipe de Castilla, y don Manuel su hermano.
Tomada Alzira y hecho de nuevo conciertos con los de Xatiua en confirmación de los pasados, el Rey levantó de allí el cerco. Porque recibió cartas de París del Rey Luys de Francia en que le rogaba se viniese a la Guiayna, para tratar con él negocios arduos e importantísimos a los dos Reynos, que le saldría al camino en Aluernia, donde está el tan nombrado monasterio de nuestra señora del Puig de Francia. Luego se puso el Rey en camino y llegó allí medianamente acompa
ñado de los suyos: holgándose extrañamente de tan buena ocasión, por visitar aquella tan santa y nombrada casa: donde halló ya al de Frácia, del cual fue muy suntuosamente hospedado. Concluidos entre ellos, sus negocios (de los cuales ni el Rey ni otros, hacen especial mención) se despidieron con mucho amor, y el Rey se volvió para Cataluña, y de allí pasó a Zaragoza. Donde fue Dios servido que para apaciguar tantas distensiones, y sanear tan malas voluntades como entre los Reyes de Castilla y Aragón había, a efecto de poder mejor perseguir a los moros, se hiciesen allí los Capítulos y conciertos que para entonces convenía, y se refirmasen, con poner en ejecución el matrimonio de doña (donya) Violante hija del Rey, del cual antes se había tratado, con el Príncipe don Alonso de Castilla. Y así fue llevada con grande acompañamiento a la villa de Valladolid en Castilla la vieja. Donde con muy solemnes fiestas fueron celebradas las bodas de ambos ados. Y se cree que en el mismo tiempo y lugar lo fueron también las de la otra hija del Rey con el Infante don Manuel hermano de don Alonso, puesto que ni en la historia del Rey, ni de otros se trata deste particular.


Capítulo VI. Que el Rey se detuvo en Aragón por echar freno a los movimientos de don Alonso su hijo, y llamó cortes en Huesca, donde recopiló las leyes y fueros antiguos del Reyno y hizo otros más.

Echado a parte este cuydado (que no era de los menores) con haber casado dos hijas, el Rey se entretuvo muchos días en Aragón, por refrenar la insolencia y movimientos de algunos grandes del Reyno, que no entendían sino en apartarse de su voluntad y obediencia al Príncipe don Alonso, y debajo de este nombre se atrevían a causar algunos movimientos en los pueblos, en harta disminución y menosprecio de su autoridad Real. Por lo cual, como dijimos, el Rey no había comenzado a dividirse y andar en parcialidades. Y así fue su fin de entretenerse, por ver, si con su presencia y afabilidad ablandaría los ánimos de algunos malintencionados, y que don Alonso volviese en si, y entendiese que de muy embaydo de malsines estaba fuera del caso. Y así para que pareciese más honesta la causa de su entretenimiento, mandó convocar cortes en Huesca, con fin que los Aragoneses a quien tantos años había tenido puestos en armas, y con la continua guerra y victorias se habían vuelto fieros, austeros, difíciles, y como intratables para tiempo de paz: con su ejemplo y modestia se instruyesen, y con el conocimiento y buena interpretación de las leyes, se redujesen a la razón y buenas costumbres de vida. Para esto con el consejo de los Prelados y grandes del Reyno, y asistencia de los síndicos de las ciudades y villas Reales, llamó, algunos hombres letrados y muy doctos in vtroque Iure, de la misma Huesca, que fue la más antigua universidad de España, y también de otras partes, con los de su consejo. Los cuales con la autoridad y presencia del Rey redujeron en un cuerpo, y recopilaron todos los antiguos fueros del Reyno, y leyes hechas por sus antepasados. Entendiendo de sacar en limpio lo que estaba oscuro, en suplir lo falto y diminuto, en corregir lo errado, o pervertido, por reducirlo todo a la clara inteligencia y verdadero sentido de ellos: para que conforme a estos fueros y leyes enmendadas, se pudiesen declarar y juzgar todas y cuantas diferencias y pleytos se ofreciesen. Mas adelante, para evitar tantas marañas y revueltas de las causas, que cada día nacían de la contrariedad y discrepancia que entre si tienen las leyes por ser humanas, y de las faltas, o forzadas interpretaciones que la multiplicidad de doctores suelen inventar, santamente añadió por ley, que en lo que se hallasen dudosos los fueros, y tuviesen necesidad de interpretación, o no se hallase ya declarado por otros fueros, en tal caso, los jueces no recurriesen a leyes escritas, ni a sus legisladores, sino al arbitrio de buen varón: pues este también se halla en hombres cursados por el mundo y experimentados en el gobierno de las Repub. aunque no sepan leyes escritas. De manera que este buen Rey y singular Príncipe, sin ningún ruido, ni estrépito de armas, sino entre las mismas armas con claros y tantos fueros, y con bien ordenadas judicaturas, conquistó de nuevo los ánimos de sus fieles vasallos Aragoneses, y los sujetó a la razón y pacífico estado de vivir y para que de allí adelante callasen las armas donde hablaban las leyes, entendió en tenerlas tan bien rubricadas que fuese fácil, en ofrecerse el delito hallar luego la ley, o fuero para castigarlo. Y no como antes, que se remitían a las costumbres y usos de la patria, y se regían por el orden guardado en semejantes casos. Fue esta obra del Rey de las más heroicas y levantadas que hizo en su vida, y hazaña no menos digna de engrandecer que si hubiera conquistado el Reyno de nuevo: porque Reynos y Repub. sin leyes claras y distintas, o son cuerpos sin almas, o como hombres que andan en tinieblas. Pues no son otro las leyes, que guiones para no apartarse de la virtud ni dejar perder el norte de la justicia. Siendo así, que en estas dos cosas se funda todo el peso y ser de la Repub. Como acabó el Rey de poner en talle, y en un cuerpo todas las leyes y fueros del Reyno, por sus antepasados y por si hechos, y los mandó publicar de nuevo, y tener por ratos y firmes: amonestó a todos los grandes, y a los síndicos de las ciudades y villas, se diesen a la buena observación de ellos. Porque eran tan tolerables y blandos cuanto ninguna otra nación en todo el mundo los tenía, y junto con eso tan defensores de la honesta libertad del Reyno, que tenían mucho que agradecer a los Reyes porque los mantenían en ella. Se hizo esta recopilación de fueros en poco menos de un año.

Capítulo VII. De la nueva división que el Rey hizo de sus Reynos y señoríos, dejando el de Aragón para don Alonso, y los demás para los hijos de doña Violante, y de lo mucho que sintió don Alonso esta división.

Concluida por el Rey la recopilación de los fueros y hecho un tan singular beneficio para los Aragoneses, halló en ellos un modo de agradecimiento y estimación de tan buena obra en esto, que todo el pueblo en volver a Zaragoza se le mostró muy benévolo, y los principales de la parcialidad de don Alonso se allegaron y sosegaron sus ánimos de manera, que mostraron quedarle muy aficionados. Puesto que don Alonso andaba divertido por el Reyno, y no se vio entonces con el Rey. Con esta seguridad de los grandes y benevolencia del pueblo, hallándose el Rey con algún ocio determinó dar vuelta para Valencia, y mirar por los negocios de su casa, por lo mucho que sobre esto le solicitaba con cartas la Reyna doña Violante. Y así en llegando a Valencia quiso hacer testamento de nuevo, teniendo cuenta en que también quedasen heredados todos los hijos de doña Violante. Por esto insertó en el testamento la división y repartición de todos sus Reynos y señoríos entre sus hijos de primero y segundo matrimonio, con fin de publicarla luego. Porque si de ella había de nacer contraste y descontento entre ellos, lo averiguase todo en vida: pareciéndole que para la perpetuidad de su herencia y Reynos no se podía ofrecer otra mejor ocasión que dejarlos a todos contentos. De manera que para adjudicar a cada uno los límites y términos de su porción y tierras, partió sus Reynos por las villas, caserías, barrios, montes, y valles, en la forma que aquí ponemos, según que el cronista Surita la describe con muy buena resolución en sus Indices Latinos, y ponemos aquí palabra por palabra, como se ha traducido dellos.
El Rey don Iayme tuvo quatro hijos de la Reyna doña Violante su muger, don Pedro, don Iayme, don Fernando, y don Sancho. Tuuo otras tantas hijas, doña Violante, doña Gostança, doña Sancha, y doña María. En Valencia a los XIX de Enero 1248 hizo su heredero a don Alonso su primer hijo de doña Leonor del Reyno de Aragón, al cual señaló y dio por límites de oriente a poniente, del río Cinca hasta la villa de Fariza: y hacia el septentrión, al monasterio de santa Christina en lo más alto de los Pyrineos: hacia el mediodía, al río de Aluentosa. Mas, con Cataluña juntò a Ribagorça con su término y distrito, y con las demás tierras que fueron conquistadas de los Moros dessotra parte de Cinca. El Reyno de Mallorca y Menorca con las Islas de Iuiça y Formentera concedió por su parte y porción al Príncipe don Pedro, a quien poco antes había ya jurado por Príncipe de Cataluña. A don Iayme solo heredó del Reyno de Valencia. A don Fernando nombró por heredero del Condado de Rosselló, Conflent, Cerdaña, de la ciudad de Mópeller, y todo el estado de Castelnou, y castillos de Lates, de Frontinian, del territorio de Omelades, y de los derechos que tenía sobre los pueblos de la Guiayna dichos Melgorrès, Pailiá, Lupià, Carcassona, Termes, Rodès, Fenollet, y del Condado de Aimillá. A don Sancho dedicó para eclesiástico. Instituyó también segundos herederos en falta de aquellos. Las hijas no son llamadas a participar de la herencia. Empero los nietos que pariese su hija doña Violante casada con el Rey de Castilla también entran en la herencia. Con tal que el hijo que sucediese en el Reyno de Castilla, no pueda entrar a heredar a Aragón. Y el que entrase sea exento (
exempto). Esto dice Surita. Publicose, este testamento, y división, que no quiso el Rey que estuviese secreto, y por ver esto como lo tomarían los Aragoneses, se partió luego para ellos, con achaque, de visitar algunos pueblos del Reyno. Pero resultaron de esto mayores diferencias y discordias entre él y don Alonso. El cual tenía por tan cierta la universal herencia de todos los Reynos del padre, excepto Cataluña: que de muy confiado de ella, se trataba ya como único señor de todo. De manera que sintiéndose muy agraviado de la nueva división, juntó consejo con don Pedro de Portugal y los demás de su bando, y determinaron que pidiese auxilio y favor al Rey de Castilla su primo hermano, y luego comenzó a alterar las ciudades y villas del Reyno, justificando ante todos su causa, con la sinjusticia que decía le había hecho el Rey privándole de los reynos y señoríos de que le había hecho antes universal heredero. Y que como fuese esto en manifiesto perjuicio suyo, podía lícitamente, por defender sus derechos y los del Reyno, porque no se dividiese de la corona, lo que era de la conquista de Aragón, tomar armas, y perseguir al mismo Rey que se los quitaba. Como el Rey que en prudencia, magnanimidad y diligencia excedía a todos, tuviese aviso desto, fue luego con ellos. Y como el sol que atrae a si las nieblas, o las deshace con su vigor y fuerza, así él con su admirable presencia y afabilidad atrajo a si los ánimos de sus contrarios, o con su disimulación los confundió demanera, que por entonces cesaron los alborotos y rebelión que comenzaba. Puesto que don Alonso por mucho que algunos le malsinasen, nunca osó de hecho acometer nada, ni descomponerse contra el Rey en su presencia.


Capítulo VIII. Del aviso que el Rey tuvo del acometimiento de los de Xatiua y como vino a Valencia, y que de paso se hace mención de la fidelidad y pérdida de los de Sagunto.

Estando el Rey en Zaragoza con estos debates de las divisiones, le llegó nueva de Valencia, como don Rodrigo Lizana a quien había dejado por gobernador general del Reyno, con cinco compañías de soldados, y una de los Almugauares, habían hecho correrías por aquellas partes y lugares del Reyno, que no tenían hecho treguas, ni otros conciertos con el Rey, ni tocaban a la jurisdicción de Xatiua, sino contra los que como enemigos perseguían a los Cristianos, y los salteaban y cautivaban doquier que pudiesen haberlos: y así dando sobre ellos, y volviéndose a la ciudad con muy rica presa, al pasar de un collado alto que ahora llaman el puerto de la Ollería, salieron los Moros del valle de Albayda, con los de la Ollería, y con el ayuda de la caballería de Xatiua, dieron con tanto ímpetu en los Cristianos, hiriendo y matando de los Almugauares; que más resistían, que ahuyentaron a los demás, y les quitaron la presa de las manos. Como fuese de esto avisado el Rey por las cartas de Lizana, mostró mucho alegrarse de ello. Porque pues el Alcayde de Xatiua había quebrantado la tregua, y conciertos, tenía ya justa ocasión y libertad para cercar de nuevo a Xatiua, y combatirla hasta saquearla. Y así hecha su plática a los barones y principales del Reyno, a quien tenía por sus más fieles amigos, encomendándoles las cosas del gobierno del, se partió de Zaragoza, y se trajo consigo algunos que secretamente favorecían la parcialidad de don Alonso, y eran gente poderosa: señaladamente al Abad don Fernando principal fautor y caudillo de ella, a efecto de dividirlos. Con esto se dio grande prisa por ser luego en Valencia. Llegado pues a cuatro leguas de ella, hizo alto en la villa de Murviedro, donde fue muy bien recibido de los Moros que le salieron al camino. Pues aunque el Rey por concierto los había dado a don Pedro de Portugal, con todo eso se quisieron entregar al Rey de nuevo, y los recibió debajo de su amparo. Entrando en la villa se admiró extrañamente de ver, aunque algo de lejos, la antigüedad y majestad del Coliseo, o Theatro que hecho a semejanza de los de Roma, se veía muy patente en el recuesto del monte donde está el Castillo. Y así se detuvo dos días más por contemplar este y los demás vestigios y reliquias de aquella gran ciudad de Sagunto que allí fue fundada, y tenida en España por segunda Roma. Cuya blacion fue tan grande, que se afirmaba haber llegado hasta mil pasos del mar, del cual ahora dista tres mil: como se descubre hoy día por las monedas de oro y plata, y otros metales, que siempre hallan los que cultivan los campos donde llegaban sus edificios. Pues como el Rey gustase mucho de entender los sucesos de su fundación, y si era verdad lo que de su ruina e incendio vulgarmente se decía: le fue relatado por algunos de sus cortesanos leídos, lo que habían collegido de las historias de Titoliuio, Silio Italico, Plutarcho, y Valerio Max. que fue lo que aquí sumariamente referiremos. Como fueron los primeros fundadores de ella de nación Griegos, que vinieron corsarios por mar; cuyo capitán fue Zacinto caballero principal de la Isla así dicha, que ahora llaman el Zante, cerca de la Morea. Los cuales visto el buen sitio de la tierra, y su mejor cielo, junto con la grande y varia fertilidad de su campaña, fundaron esta ciudad y la nombraron Sagunto, como algunos creen, deducida de Zacinto. La cual floreció mucho tiempo hecha Repub. por si, muy poderosa, y de bien ampliada señoría. Porque dominaba la mayor parte de la Edetania marítima, de Xucar hasta el río Mijares, con lo mediterráneo hasta la Serranía de Teruel. Reynaban entonces dos supremas Repub. en el mundo: la una en la Europa que era Roma, la otra en África llamada Carthago. Las cuales tenían gran competencia entre si, y por ellas estaba la mayor parte de España dividida en dos parcialidades. Y porque Sagunto siendo tan principal ciudad quiso estar a la devoción del pueblo Romano, y jurar amistad con él, recibiendo sus leyes y costumbres con su lenguaje Latino (como antes dijimos) los Carthagineses tomaron gran despecho desto y formaron un poderosísimo ejército nombrando por general del a Aníbal capitán famosísimo, para continuar la guerra comenzada contra los Romanos y sus aliados. Y así pasó con el ejército, a España, tomando puerto en Cartagena que era dellos: con fin de tomar la derrota para Italia por tierra, y de paso dar sobre los Saguntinos, por ser amigos de sus enemigos. Llegando pues Aníbal a Sagúto con su ejército se juntaron con él los Españoles de su parcialidad y llegó a ser de CL mil hombres (según lo afirma Plutarco en la vida del mismo Aníbal) con todos puso cerco sobre ella. La cual viéndose en tanto estrecho, envió sus embajadores a Roma implorando el favor y socorro de ella para defenderse de tan poderoso y común enemigo. Pues como los Romanos prometiesen darlo, la ciudad con sola esta esperanza sustentó su valor y fidelidad, y se defendió de los continuos combates de Aníbal por espacio de ocho meses continuos: padeciendo entre otras miserias de cercados la cruelísima hambre Sagútina (como el proverbio dijo dellos) pues para defenderse de tan grande infinidad de enemigos que de noche y día la batían, es bien de creer que también sería mucha la gente que dentro había para su defensa, y que la hambre crecería: hasta que tardando el socorro, y estando el muro aportillado por muchas partes, determinaron los Saguntinos más presto perderse, y morir a sus propias manos, que rendirse a los enemigos, por no faltar a la fé que habían dado a los Romanos sus amigos. De manera que antes de esperar el último asalto, amontonaron todas sus joyas y riquezas, por las plazas y lugares públicos de la ciudad, y dado fuego a ellas, juntamente pusieron las manos en si mismos, hombres y mujeres, niños y viejos, y se degollaron unos a otros, con tanta presteza, que por mucha prisa que Aníbal y su gente se dieron a entrar en la ciudad, pudieron bien llegar a tiempo de apagar el fuego para salvar las riquezas que fueron infinitas, pero triunfar de las personas y vidas, no pudieron ni así llevar un solo Saguntino en triunfo por testigo de su victoria. De suerte que partido Aníbal quedó la ciudad por espacio de años yerma y desierta del todo, y los edificios y casas totalmente arruinadas, salvo algunos sepulcros marmóreos (como diremos) y algunos Hyppodromos para correr los caballos: aunque destruidos solo el Teatro, o Coliseo fue el que quedó muy entero, donde solían representar las Comedias Latinas que de Roma les enviaban, y que servía para espectáculo de los que condenaban a las bestias fieras, según por las cavernas donde las encerraban y estrechura de callejones por donde las hacían salir al área del teatro, hoy día se demuestra: y así le hicieron tan magnífico, tan sólido y permaneciente, por perpetuar la memoria del gran ser y poderío de su ciudad, que con haber pasado 1500 años de su fundación hasta que el Rey le vio, quedaba muy entero: demás de estar tan bien compartido, que podían caber en él sentados en sus gradas hasta XII mil personas muy a placer, para poder ver y entender cada uno la voz y gesticulación de cualquier representante. Asimismo permanecieron mucha parte de los muros de la ciudad, aunque tan cubiertos de yedra, y verdura que apenas se parecían. De manera que los segundos pobladores (no se sabe en qué tiempo, ni quién fueron) viendo la grasseza y fertilidad de la tierra, entraron a poblalla, y por hallar el muro tan cubierto de yerbas y verdura, dejaron su antiguo nombre, y la llamaron Murviedro, que significa muro verde, o como interpretan otros Murouiejo, y esto es lo más cierto: porque debajo de este nombre ha perseverado todo el tiempo que le poseyeron los moros hasta en nuestros días. Oyendo el Rey todo esto, quedó maravillado de oír tan extrañas cosas como pasaron por la fundación y destrucción de aquella ciudad. Y andando reconociendo los vestigios de los edificios antiguos, llegó a los sepulcros marmóreos antiquísimos que estaban muy bien labrados y enteros (cuales agora se vehen) con sus epitafios y nombres de los muy antiguos y principales Senadores Romanos, los cuales (como se cree) vinieron a regir la ciudad como amigos, y a introducir las leyes y costumbres Romanas en ella. Y que muriendo, los Saguntinos les edificaban aquellos sepulcros tan honoríficos y sumptuosos, poniendo allí sus cenizas para perpetuar la memoria de ellos. Y así considerando el Rey el miserable fin que los de la ciudad hicieron por guardar la fidelidad a los Romanos sus amigos, que tan mal se la pagaron, sintiolo mucho, y no pudo dejar de condenar a los Romanos: no tanto porque no les acudieron con el socorro ofrecido: pero mucho más porque no reedificaron la ciudad, haciéndola su principalísima colonia, para memoria de su incomparable constancia, y único ejemplo de amistad fidelísima. Finalmente queriendo ya el Rey partirse, mandó que se introdujese allí la fé sancta de Iesu Christo, y su religión Christiana, y que se edificase su iglesia y templo en ella, dedicado al gloriosísimo nombre de la madre de Dios nuestra Señora. El cual con el tiempo se ha hecho muy principal y suntuoso. También porque algunos caballeros y soldados viejos de los que venían con el Rey, se contentaron mucho de la tierra y su buen asiento, con tan fértil campaña, suplicaron al Rey los heredase y repartiese campos en este pueblo: que tomarían a su cargo, así la introducción de la religión Cristiana, como la perpetua guarda y protection de la tierra contra Moros. Pareciole al Rey muy justa la demanda, y llegado a Valencia envió fieles para hacer el repartimiento a los Cristianos, echando de la villa a los Moros, a los cuales repartieron por los valles del mismo territorio, donde hoy están, y habitan en los lugares que después acá se han hecho dellos. Fueron pues heredados en la villa y su vega muchos Aragoneses y Catalanes de los que hasta entonces habían seguido al Rey en todas sus conquistas y jornadas. Los cuales demás que ennoblecidos por sus propias manos, han continuado allí con sus descendientes y familias hasta en nuestros tiempos: también con el agro, y poderosos alimentos de la tierra parece que han sucedido en aquel antiguo valor y fidelidad de los primeros fundadores, pues por mantener aquella para con sus Reyes, han padecido después acá guerras y cercos crudelísimos: de manera que hoy es esta villa, así en gente y calidad, como en valor y hecho de armas, a pie y a caballo, cuando la ocasión se ofrece, de las principales y bien armadas del Reyno.


Capítulo IX. Del cerco que de nuevo puso el Rey sobre Xatiua a la cual de secreto favorecía el Príncipe don Alonso de Castilla, y como fue tomado un castellano por espía y sentenciado a muerte.

El día siguiente después de haber dejado el Rey su gobernador, o alcayde en Murviedro con gente de guarnición en el castillo que está en lo alto de un monte con la más hermosa y extendida vista por mar y tierra que puede haber otra: pasó a Valencia, donde fue principalmente recibido. Y certificándose muy bien del gobernador, de lo que con los de Xatiua había pasado, tomó algunas compañías de infantería, y gente de a caballo, con parte de los Almugauares, y fuese para Xatiua, mandando a todo el ejército le siguiese. Como llegase a Alzira, que poco antes (como dijimos) se le había rendido, despachó un trompeta para el Alcayde de Xatiua, diciendo que luego sobre su real palabra, viniese a verse con él en Alzira. El cual vino luego, y llegado, el Rey le pidió que sin ningún otro pauto ni condición, le entregase dentro de ocho días la ciudad con las fortalezas: otramente le haría guerra a fuego y a sangre, y no dejaría a vida hombre de ella. Volviose el Alcayde con este despacho a Xatiua: y el Rey y la Reyna, con el Abad don Fernando y grandes de los dos Reynos que allí se hallaron, juntamente con algunas compañías de infantería y de a caballo, fueron la vuelta de Castellón, que poco antes se lo habían entregado por concierto los de Xatiua. Allí vinieron los embajadores del Alcayde de Xatiua, por los cuales se excusaba diciendo, que no era de tanto peso el daño que se había hecho a la gente del gobernador Lizana, que por eso quedase obligado a entregar a Xatiua: pues con mucho menos se podía recompensar la presa que otros con los de Xatiua le quitaron. A esto respondió el Rey, que lo de la recompensa se remitiese al juicio de su tío el Abad don Fernando: pero los embajadores no vinieron bien en ello, y se fueron. Maravillándose mucho el Rey del orgullo que cada día les crecía a los de Xatiua, y del poco caso que de su presencia y cerco hacían, entendió por las espías ser causa dello los Castellanos, que enviados por el Príncipe don Alonso desde Murcia, donde a la sazón estaba con ejército formado, entraban cada día secretamente en Xatiua, y solicitaban al Alcayde de parte del Príncipe, se diesen a él: porque le daba palabra que en la misma hora sería allí con todo su ejército para librar la ciudad del cerco. Lo cual pareció después ser muy grande verdad, porque saliendo los caballeros de Xatiua a escaramuzar con los nuestros, entre otros fue tomado por Pedro Lobera caballero Aragonés un soldado, que fue conocido ser Cristiano y Castellano. El cual traído ante el Rey, puesto al tormento, confesó ser Cristiano, y hermano del Obispo de Cuenca, que era venido a Xatiua enviado por el Príncipe don Alonso de Castilla desde Murcia, en traje y hábito de mercader, para comprar una muy rica rionda de oro y seda de gran precio, que había mandado hacer allí. Porque con esta disimulación pudiese entrar y tratar con el Alcayde, y prometerle que la ayuda y socorro del Príncipe le vendría a la hora, y sería con él siempre que diese muestra de quererle entregar la ciudad. Lo cual oído, fue luego el hombre justamente condenado a muerte, y ejecutada la sentencia: por cuanto el día antes de ser tomado en la escaramuza, mandó el Rey echar bando por todo el campo, y que lo entendieron los de la ciudad, que ningún Cristiano, so pena de la vida, entrase en Xatiua, sin saberlo el Rey, y que ni tuviese plática ni conversación alguna con los de Xatiua: quien lo contrario hiciese fuese preso y traido delante del, para que conforme al bando, fuese rigurosamente castigado.


Capítulo X. Como el Rey fue sobre Enguera, y por el desacato que le hicieron ahorcó (haorco) XVII hombres del pueblo, y de lo que el Rey respondió a don Alonso, al cual por trato le tomó ciertos lugares del Reyno.

A esta misma sazón la villa de Enguera de la señoría de Xatiua se entregó voluntariamente a una compañía de soldados Castellanos, de los que don Alonso enviaba en socorro de Xatiua. Lo cual sintió el Rey gravísimamente, ver que llegase a tanto la insolencia y desvergüenza de su propio yerno, que, teniendo cercada a Xatiua, en su presencia, osase ocuparle los pueblos y lugares tocantes a lo cercado. Y así envió luego alguna gente de a pie y a caballo para que hiciesen correrías y trabasen escaramuza con la gente de Enguera. Los cuales idos y puestos en celada, aguardaron que saliesen algunos de la villa, y de los primeros que salieron tomaron hasta XVII hombres que iban a trabajar al campo. Y como fuese de presto el Rey con ellos, envió sus embajadores a los del pueblo amonestándoles, se le entregasen a la hora, porque donde no, haría con ellos como contra rebeldes. Pero ellos confiados en la compañía de los soldados de don Alonso, no solo rehusaron de darse, pero le respondieron con desacato y soberbia, echando de allí con palabras injuriosas a los embajadores. El Rey que supo esto mandó de presto ahorcar de los árboles que estaban en torno de la villa los XVII Engueranos que tomaron, amenazando a los del pueblo, haría lo mismo de todos ellos, y lo asolaría todo. Como llegó a saber esto don Alonso, luego despachó sus embajadores al Rey, rogándole tuviese por bien se viesen los dos juntos, y tratasen de los negocios de la guerra, que vendría por solo esto a verse con él en Alzira. A los cuales respondió el Rey que en ninguna parte se vería, ni trataría con el fin que le rehiciese, primero los daños que le había causado, y con esto los despidió. En este medio trató el Rey muy secretamente con un caballero de la orden de Calatrava * suyo, el cual tenía debajo su guarnición por don Alonso a Villena y a Saix, fronteros del Reyno de Valencia, le hiciese saco tanto placer, que sin tocar, ni dañar en cosa alguna en las villas, le entregase por pocos días, las fortalezas y castillos dellas, dejando poner en ellas guarnición de gente Aragonesa. El Alcayde que sabía la intención del Rey, y que no lo hacía sino por dar una sofrenada a los desacatos de don Alonso su yerno, fue contento dello, pues tuvo la palabra del Rey que se las restituiría, siempre que se las pidiese. Y así envió el Rey su gente de guarnición, y muy quedamente, antes que llegase la de don Alonso, que por haber tenido sentimiento del trato la enviaba, se apoderó de las dos fortalezas, y de improviso fue más gente a tomar los dos Alcaudetes con la villa de Mugarra, que estaba sin guarnición, y era todo de la señoría del Príncipe.


Capítulo XI. Como don Alonso envió a rogar al Rey se viesen en cierto puesto, y se vieron, y de los enojos y rompimiento que hubo entre ellos, y como se concertaron, y se volvió cada uno a su ejército.

Quedó don Alonso muy espantado con la nueva que le trajeron, de que el Rey le había ocupado las fortalezas de Villena y Saix, antes que su gente llegase a tiempo para defenderlas, y de que ya se hubiese apoderado de los Alcaudetes. Pareciéndole pues que con la vista asentaría mejor sus diferencias con el Rey, determinó de enviar otros embajadores, rogándole tuviese por bien de verse con él en medio del camino, entre Almizra (que ahora es Almansa) donde don Alonso había puesto sus tiendas, y los Capdetes donde el Rey estaba. El cual fue contento, y llegó allí con la Reyna, acompañados de don Guillen de Moncada, y del vicario del Maestre del Espital, don Ximen Pérez de Arenos, y otros muchos caballeros Aragoneses y Catalanes. Con don Alonso vinieron el Maestre del Temple de Castilla, el Maestre de Vcles, don Lope de Haro señor de Vizcaya, y otros grandes de Castilla y de Galicia. Como se hubo hecho muy grande recibimiento de ambas partes, don Alonso se fue luego para las tiendas de la Reyna su suegra que estaban a la salida de Almansa, para verla y besarle las manos: de la cual fue muy amorosamente recibido, que era la primera vez que los dos se vieron. Y como procurase don Alonso con grande porfía, que el Rey se pasase a una gran tienda Real que tenía aparejada para él y la Reyna, no quiso pasar el Rey, sino quedar en la suya propia, la cual hizo luego plantar cerca la de don Alonso. Donde con mucho placer y regocijo pasaron comiendo y cenando juntos todo aquel día y noche siguiente. Lo que no les duró mucho: porque al otro día el Maestre de Vcles, y don Lope vinieron a la tienda del Rey, y entrados, mandando salir a todos, comenzaron a hablar de la guerra de Xatiua: y sin más le rogaron, tuviese por bien, y diese lugar, a que se entregase Xatiua con todo su distrito y territorio al Príncipe su yerno (hierno), pues con haber ganado la ciudad principal con tantas villas y mayor parte del Reyno de Valencia, aun no había dado alguna dellas en parte de dote a su hija casada con él, habiendo prometido de darla. Lo cual oyendo el Rey con mucha risa, atribuyendo esto a lo que era, y que con engaño y cavilación se le pedía, por si a dicha en oír que había prometido, se arrojaría a darle a Xatiua: pero habido su acuerdo, de parecer de la Reyna y de su consejo, respondió. Decid al Príncipe don Alonso se quite del pensamiento de haber a Xatiua, ni palmo de su distrito, por el fin que pretende: como sea muy ajeno, y contra la costumbre de los Reyes de Aragón, dar a sus hijas, ni un morabatin en cuenta de dote cuando las casan: y así va muy lejos de la verdad decir que yo he prometido dote a mi hija doña Violante, pues yo tampoco lo tomé con doña Leonor su tía: y por eso estoy muy lejos de darle a Xatiua en contemplación de matrimonio por haberme yo dotado de ella para concluir mi casamiento con la conquista de Valencia. Porfiando de nuevo sobre ello los Embajadores, y mezclando con los ruegos amenazas, llegaron a decir al Rey, sería harto mejor, y más honroso, que don Alonso recibiese a Xatiua de su mano, que no de la del Alcayde, pues ya esto lo tenía por cierto. A esto respondió el Rey, no sin cólera, que era mucho más cierto que ni don Alonso tomaría a Xatiua, ni el Alcayde osaría dársela, y que ni hombre, ni ejército entraría en ella sino abriéndoles él mismo la puerta. Y diciendo esto, por no encenderse en mayor cólera, movido por la insolencia y porfía de los embajadores, se levantó de la mesa y los despidió con harta blandura, aunque con ánimo de partirse en la misma hora sin despedirse de don Alonso. Empero tratando a parte el negocio los mismos con la Reyna, se vino a este medio, que se estuviese a la antigua división de los dos Reynos, y que el de Murcia fuese de don Alonso, y el de Valencia del Rey, y que por cumplimiento de esto, Villena y Saix, con los Capdetes y Mugarra que tomó el Rey, se restituyesen a don Alonso. Y Enguera y Moxent de la señoría de Xatiua que se habían entregado a don Alonso, se diesen al Rey. De manera que confirmados y jurados estos conciertos, y apaciguados los ánimos, después de muchos abrazos y amorosas palabras que entre el Rey y la Reyna pasaron con el príncipe su yerno a la despedida, encomendándole mucho a la Reyna su hija, tomó cada uno su camino y se volvió a su ejército.

Capítulo XII. Como el Rey volvió a cercar Xatiua y la apretó de manera que el Alcayde le vino a tratar de darse a partido por medio de Ximeno Tobía, y como se rindió.

Sintió mucho el Rey la atrevida demanda que de parte del Príncipe su hierno se le hizo con pedirle a Xatiua, y mucho más por el poco modo que en ello tuvieron sus medianeros. Por eso tanto más se determinó en no perder punto, sino apretar el cerco de ella hasta salir con la empresa. Para esto mandó venir los soldados que estaban en guarnición, así de la ciudad como de todo el Reyno, con las máquinas y trabucos, y la demás artillería que se hallase para combatirla por el monte y por el llano. Llegado todo a punto, los soldados se dispusieron con tanto esfuerzo para acometerla, que con la esperanza del saco, por ser ciudad tan famosa de rica, no cesaban noche y día de rondarla y aparejarse para los asaltos. Demás que por atemorizar más a los de dentro estaban por defuera tan encarados contra los que asomaban al muro, que apenas parecía un hombre que no le cubriesen de saetas y lo matasen. Y sobre todo ni dejaban entrar, ni salir de la ciudad ánima viva. Por donde hallándose muy perdidos los del pueblo, y desconfiados del socorro de don Alonso, por haber entendido lo que entre el Rey y él había pasado: comenzaron a tratar entre si de entregarse al Rey, teniendo por muy cierto que los acogería a todo buen partido. De manera que lo hablaron, y trataron dello ante el Alcayde. El cual viendo la ciudad, aunque por una parte bien guarnecida de gente y armas, y cercada de muy fuerte muro: por otra muy desanimada, padeciendo dos meses de cerco, y que comenzaba ya la hambre a consumirla: demás de quedar si alguna esperanza de socorro, y tener ya entendido la voluntad del pueblo: procuró de volver a la plática antigua con un Ximeno Tobía caballero Aragonés muy conocido suyo, y cabido con el Rey, por haber recibido poco antes cartas de él, por las cuales le inducía a que entregase la ciudad al Rey, sino quería verla en total destrucción y ruina: encareciéndole mucho la cólera del Rey contra los contumaces y obstinados, junto con su grande benignidad para con los que voluntariamente se le entregaban, y las mercedes que a él le haría, y también comodidades al pueblo. Señaladamente que los libraría del saco que los soldados tanto deseaban, y procuraban, por robar la ciudad y cautivar a cuantos hallasen dentro con hijos y mujeres. Lo cual como el Alcayde comunicase de nuevo con los principales de la ciudad, e hiciese ostensión de las cartas: determinaron darse con los conciertos y más honestos partidos que pudieron. Y así cometieron al Alcayde de que tratase dello por el mismo medio de Tobía su amigo, y hechos por mano del los conciertos con el Rey, el cual por librar la ciudad de saco vino bien en todo: prometió el Alcayde entregarla con estas condiciones. Primeramente que fuese libre de todo género de saco: Que daría de las dos fortalezas la menor, quedándose con la mayor, con gente y guarnición de Moros en ella, por solo tiempo de dos años. Otrosi que se darían los de la ciudad aseguradas sus vidas y haciendas y con libertad de que, darse a vivir en ella todos, o los que quisiesen, con su secta de los Almohades, como fue permitido a los Moros de Alzira. Mas que las fortalezas de Montesa y Vallada vecinas a Xatiua se le diesen a él para su habitación y de los suyos. Los cuales conciertos venidos a manos del Rey y comunicados con la Reyna y los del consejo de guerra parecieron ser tolerables, y que no debían dejar de aceptarse, por no diferir más la entrada y posesión de una tan rica y principal ciudad, acabo de tantos cercos sobre ella puestos que apocaban la misma autoridad y poder Real.


Capítulo XIV. Que el Rey y la Reyna entraron con triunfo en Xatiua, y se consagró la Mezquita mayor en iglesia.

Hechos los conciertos del entrego y por el Rey admitidos, mandó echar un bando por el ejército notificando a todos, como tomaba la ciudad con pauto y condición de salvar las vidas y haciendas de los ciudadanos de ella, y porque así lo había prometido y jurado de guardar por su corona Real que a pena de la vida ninguno osase contravenir a su juramento y palabra, y que todo el mundo tuviese sus manos quedas. Con esto entraron el Rey y la Reyna con muy grande triunfo en Xatiua. Saliendo a recibirlos toda la caballería de los moros con sus lanzas y adargas como jinetes de paz, y también las moras con sus panderos y danzas todas riquísimamente vestidas y muy enjoyadas: lo que acrecentó más la murmuración y despecho de los soldados contra la benignidad del Rey, por verse privados del saco y presa de otra segunda Valencia. Pero el Rey disimuló con ellos, y pues les pagaba muy bien su sueldo y quedaban ricos de las correrías y presas que habían hecho en los tres cercos, por toda la campaña y pueblos de Xatiua, pasó adelante, y luego se apoderó de la fortaleza pequeña, poniendo en ella guarnición de soldados y a Ximeno Tobía por su Alcayde. El día siguiente el Rey y la Reyna con todos los principales del ejército fueron a ver la Mezquita mayor, el más bien labrado y suntuoso edificio de Mezquita de cuantos había en el Reyno, con el título y nombre del perverso Mahoma. La cual después de purificada con sahumerios y exorcismos por el Obispo de Huesca (por las causas que en el siguiente capítulo diremos) levantó un altar, donde celebró misa con muy grande solemnidad y devoción, haciendo gracias por el Rey y Reyna, y todo el ejército, a nuestro señor Iesu Christo y a su bendita madre, por tan felice successo y victoria les había dado aquella ciudad, en mayor aumento de su santa fé católica y religión Cristiana. Hecho esto determinó el Rey echar la Mezquita por tierra, y edificar nuevo templo en la misma área y puesto, como lo hizo en la ciudad de Valencia. Pero después de bien reconocida toda ella, hallándola muy ancha y suntuosamente edificada de obra musaica y de relieve, fue muy rogado por la Reyna y Prelados, con todos los demás señores que le seguían: y mucho más por el Alcayde, y principales Moros de la ciudad, no permitiese derribar un tan singular y raro edificio, y que, solo quedase, se holgaban fuese templo mayor de la ciudad para los Cristianos. Mayormente por quedar las fuerzas y riquezas de ella por entonces tan flacas y debilitadas, a causa de la larga guerra, que apenas bastaban para reparar las obras públicas y muy necesarias de la misma ciudad que andaban por tierra, y que por esto pasarían muchos años antes que se pudiese acabar la iglesia: el Rey vino bien en ello. Y así purificado, y de nuevo consagrado templo en ella, se dedicó al nombre e invocación de la sacratísima virgen María, y se mantiene muy entero hoy día. Por este tiempo llegaron al Rey cartas del Rey don Fernando de Castilla su consuegro con aviso de como a cabo de muchos días que tenía puesto cerco sobre la ciudad de Sevilla, con el favor divino se le había rendido, y que había entrado en ella con triunfo. Holgose mucho el Rey con esta nueva por las causas que adelante diremos, y hechas gracias a nuestro señor, por ser victoria contra Moros, mandó se hiciesen fiestas y regocijos por ella. Y respondió luego a las cartas con mucha satisfacción y contento de la nueva, y también dio la suya de la presa de Xatiua.


Capítulo XIV. De la elección de don Andrés de Albalate en Obispo de Valencia, y como fundó a vista de la ciudad el monasterio de Portaceli del orden de los Cartuxos.

Se dijo en el precedente capítulo, como entrando el Rey en la ciudad de Xatiua, luego que llegó a la Mezquita mayor ordenó se purificase, a efecto de consagrarla en iglesia: y que se encomendó el cargo y oficio desto al Obispo de Huesca, por no hallarse allí el de Valencia, a quien por ser en su diócesis tocaba el consagrarla. Pero fue causa desto la sede vacante de la iglesia de Valencia por haber sido su obispo don Arnaldo de Peralta poco antes trasladado a la de Zaragoza. Y así fue electo en su lugar don Andrés de Albalate de la orden de los Predicadores, y hermano del Arzobispo de Tarragona, en el mismo año de 1249, que fue tomada Xatiua. Cuya elección se hizo desta manera. Que estando sobre ella muy diferentes de votos los Canónigos y Cabildo de Valencia, y no concordando en uno, el sumo Pontífice Inocencio IV, de consentimiento del Arzobispo de Tarragona como Metropolitano, y de los Arcediano y Cabiscol de Valencia también Canónigos y mayores dignidades, confirmó la elección por ellos hecha de don Andrés. El cual fue luego aceptado por el cabildo y Clero con mucho aplauso del pueblo, por ser persona muy señalada en letras, y de muy santa y ejemplar vida. Este poco después de electo, entre muchas buenas obras que por su iglesia, y de buen pastor hizo, fue introducir en su diócesis la suprema religión y orden de los Cartujos. Porque considerando, que habiéndose ya introducido en el Reyno por mano del Rey las dos órdenes mendicantes de los frailes Predicadores, y de los Menores de sant Francisco, con la de nuestra señora de la Merced, para redimir cautivos, las cuales a causa de estar muy puestas en la conversión de los Moros, y otras obras pías de la vida activa, andaban algo divertidas de la pura contemplativa, que es la propia, y final de las religiones: determinó de introducir esta devotísima de los Cartujos, como suprema, y de seraphica contemplación en la tierra. Para que con su grande estrechura de vida y perpetuo ayuno, junto con la soledad y oración continua, que observan sus religiosos, estuviesen siempre con las manos altas, como Moisés en el monte, rogando por los de la ciudad y Reynos que peleaban y andaban en la conquista contra los Moros. Para este efecto, con el consejo y favor de su Cabildo fundó el monasterio y convento célebre de esta religión y orden, so la invocación de nuestra señora de Portaceli, a media jornada, y a vista de la ciudad, a la parte septentrional, en lugar algo eminente y muy hecho a la contemplación, por ser solitario, y devoto puesto al pie de unas grandes sierras y montes que con algún intervalo lo cercan y defienden de la tramontana, y están abiertos al Oriente. De donde se descubre la ciudad con toda su compañía muy patentemente, a efecto que los Religiosos desde aquella celeste atalaya tengan los ojos, y el ánimo siempre intentos y puestos en la ciudad, para rogar por la salud y conservación de ella. Y así demás de tener su asiento muy sano en medio de una selva llena de muchas fuentes, de árboles, y yerbas muy saludables, con el acarreo cotidiano de vituallas para el sustento de la casa, y de cuantos pobres de Christo a esta llegan, goza de la más hermosa y espaciosa vista de mar y tierra que hay en la Europa, pues se contiene en ella Valencia con su vega. Y porque puestos a la puerta de su convento contemplan lo mejor de la tierra, y entrados dentro, su conservación es en el cielo, meritoriamente (meritamente) fue esta santa casa Portaceli llamada.


Capítulo XV. De los Repartimientos de tierras y campos hechos por el Rey, en la vega y campaña de Xatiua.

Hecho por el Rey lo que tocaba a la casa de Dios, con fin de introducir en la ciudad la religión Cristiana, entendió luego en poblarla de Cristianos de los principales del ejército, por ser lugar grande poderoso y fuerte, cabeza que fue siempre de la Contestania, para tenerla allí por alcanzar y principal fortaleza de toda esta región. Y por ser su vega campaña tan rica, tan delicada y fructífera, con los demás cumplimientos que dicho habemos, quiso que la gozasen y poblasen los más principales soldados viejos, que de muchos años atrás seguían la guerra, señaladamente los caballeros y nobles del ejército, para que como de los Moros solía estar allí la principal nobleza del Reyno; también de los Cristianos la poblasen principales linajes de Aragón y Cataluña, con algunos Navarros que seguían la conquista. Y así siguiendo el mismo orden y estilo que tuvo en el repartimiento que hizo en la ciudad de Valencia, cerca las casas, y heredamientos de su vega y campaña, nombró fieles para las dos cosas. Lo que se hizo de esta manera: que mandó alojar a los soldados por las casas de los Moros, con fin que poco a poco se irían de la ciudad, y se quedarían los huéspedes Cristianos con ellas, entendiendo por los soldados ya viejos e inhábiles para pelear. Los cuales para más multiplicar sobre la tierra, se casaron, parte con Cristianas que traían de los dos Reynos, parte con doncellas hijas de moros nobles que se convertían a la fé, y eran muy bien tratadas de sus maridos. Porque no solo de las mujeres, pero de los muy nobles de los Moros se convirtieron muchos, y quedan hoy destos algunos linajes como los Beluises y Benamires y otros. También con el repartimiento de los campos y heredades de la vega, los oficiales y ministros del ejército, y caballeros aventureros quedaron bien heredados, conforme a los servicios de cada uno hechos en la guerra. Porque de la manera que pasó en Valencia nombró el Rey por fieles así de las casas, como de las heredades, a Iayme Sanz, Guillé Bernad, y Pedro Escruian, como personas de mucho saber y prudencia, y también de muy buen linaje, pues no hubo contradicción en la elección, como en Valencia contra los fieles primero nombrados, por no ser tenidos por muy nobles, como en el precedente libro 12 se contiene. Y así hicieron sus repartimientos de campos y heredades por jugadas, y para cada uno de los que fueron por mandado del Rey puestos en el Aranzel, dando a unos tantas jugadas así en lo Realenco que era de los propios de la ciudad que cupieron al Rey, como de lo que era de los Moros en particular, y de los lugares vecinos que en el Aranzel están nombrados, según los servicios de cada uno. Y así fue hecho el repartimiento con mucho contentamiento de todos. Lo cual concluido el Rey en premio del trabajo pasado hizo mercedes a Iayme Sanz del castillo de Roseta, y del lugar de Ceniera en el mismo distrito de Xatiua: y a Pedro Escriuan, del lugar de Patraix fuera de los muros de la ciudad de Valencia, según que en el privilegio de esta donación se contiene: y se refiere de las dos donaciones en el libro Aranzel de los repartimientos que está en el archivo de la ciudad de Xatiua. En la cual el mismo Iayme Sanz, y también su hermano Pedro Sanz secretario que fue del Rey, por este, y otros muchos servicios que ellos y sus antepasados descendientes de Navarra, hicieron en paz y en guerra a los Reyes de Aragón y de Navarra, quedaron tan bien heredados, y se ha tanto propagado su linaje en esta ciudad, que es hoy de los más extendidos que hay en ella, tanto que está en proverbio, son más que los Sanzes en Xatiua. También se halla, que un año después de conquistada Xatiua, estando el Rey en Lerida confirmó el privilegio del repartimiento hecho de los campos y heredades en la vega de Xatiua y su distrito. Pues como hecho el repartimiento viesen los Moros de ella que los soldados Cristianos se iban enseñoreando de todo, y que los mandaban como a esclavos, sin ningún respeto, aunque fuesen de los más nobles moros: se fueron poco a poco saliendo de la ciudad, recogiéndose por las alquerías y lugares de fuera, tomando a feudo, o como podían, las tierras y campos que los Cristianos en virtud del repartimiento hecho les habían quitado, y en fin como gente vil se fueron contentando de lo poco que hallaban, por salvar sus vidas, y de sus mujeres e hijos, hasta que siendo echados por mandado del Rey todos los moros hombres y mujeres de todo el Reyno (como en el siguiente libro veremos) quedaron los Cristianos de Xatiua absolutos señores de las casas, campos, y heredades que les fueron repartidas. De manera que por haber sido esta ciudad también poblada de gente noble, de valor y experta, por haber seguido tantos años la guerra, junto con ser la tierra de si tan fértil (como dicho habemos) tan alegre y fructífera, y para sustentar la caballería bastantísima: en poco tiempo se rehizo así bien de las talas y destrucción de su vega en la guerra pasada, que volvió a ser mucho más de lo que antes solía, y se reedificó y amplió en el esplendor y grandeza que hoy la vemos y que por su riquísimo trato de la seda y otros mil provechos de la tierra, es una de las muy prósperas ciudades y bien concertadas Repub. de la corona. Demás que finalmente dobla su valor con la excelencia de los ingenios de la gente, por tan insignes y señaladas personas que de si ha producido, pues entre otros fueron tales dos tan bien nacidos tío y sobrino, dentro de ella, de la ínclita, y esclarecida familia de los Borjas, que guiados por la mano de Dios, llegaron a sumos Pontífices, llamados Calixto III y Alejandro VI. Mandó pues el Rey tener bien guarnecidas de gente las dos fortalezas (porque luego renunció el Alcayde de la tenencia de la mayor) y encargó mucho que se ejercitase allí siempre la caballería por el buen pienso que para los caballos en la vega había: dejando a Ximeno Tobía por Alcayde mayor de las dos fortalezas, y como general gobernador en paz y en guerra de la ciudad con todo su distrito.


Capítulo XVI. De las Cortes que el Rey tuvo en Alcañiz para asentar las diferencias entre él y don Alonso, y de los señores y barones que se declararon por el Rey, y la sentencia que dieron los árbitros entre padre e hijo.

Tomada la ciudad de Xatiua y con ella rendida la mayor parte de la región Contestania, como dijimos, entendiendo el Rey por cartas de muchos de Zaragoza, las novedades que los de la parcialidad de don Alonso movían de cada día, determinó dar una vuelta por Aragón para satisfacer a las quejas que daban siempre de él por la división hecha de los Reynos. Para esto mandó convocar cortes generales para los Aragoneses y Catalanes en la villa de Alcañiz. Donde juntados los grandes y barones con los prelados de los dos Reynos, y síndicos de las ciudades y villas Reales, quiso en presencia de todos estar a juicio con don Alonso su hijo. Mas como él estuviese ausente, sus embajadores propusieron por él todas sus quejas y demandas, y el Rey las suyas. Fueron nombrados para juzgar dellas don Pedro de Albalate Arzobispo de Tarragona con Obispos de Huesca, Lérida, y Barcelona el vicario del Temple Comendador de Amposta, el Conde de Ampurias con otros siete barones principales de Aragón y Cataluña, y más los Síndicos de doce ciudades de ambos Reynos: a cuya determinación y juicio quiso el Rey someterse. Y si don Alonso, y don Pedro de Portugal que también se quejaba del Rey, no querían estar al juicio destos, en tal caso obedecería y pasaría por la declaración y decreto del sumo Pontífice, solo que tan assiétosas diferencias se echasen a una parte. Con este convenio fueron deputados por los jueces, algunos de ellos mismos, y se partieron para Sevilla, donde estaban don Alonso y don Pedro, para tomar su consentimiento, pues el Rey había dado el suyo, a efecto de hacer esta concordia entre padre e hijo. Y así vinieron bien en este partido: creyendo don Alonso que por esta vía se le reservaría del todo el derecho y sucesión de los Reynos, y que todos los de su parcialidad estarían firmes en favorecerle. En este medio que los deputados hicieron su viaje, muchos de los grandes y Barones de los dos Reynos se juntaron, y se hicieron de la parte y bando del Rey y Reyna, y de sus hijos contra don Alonso. Los principales fueron don Guillen, y don Pedro de Moncada, don Pedro Cornel, don Guillen Dentensa, don García Romeu, don Ximen Foces, don Ximen Pérez de Arenos, don Sancho Antillon, don Pedro y don Martín de Luna. Los cuales con muchos otros caballeros de los dos Reynos movidos de si mismos, hicieron pleito y homenaje de emplear sus vidas y haciendas por la salud y conservación del Rey y Reyna y de sus hijos con todo el estado Real. Por ello les hizo el Rey muchas gracias y prometió remunerarles en su lugar y caso. De manera que en sabiendo el Rey que los diputados que fueron a Sevilla traían cumplido despacho y poderes, luego otorgó salvaguarda a todos los grandes y Barones que seguían el bando de don Alonso, para que viniesen a él, y les mandó restituir todos los bienes que por su parte como a rebeldes había mandado confiscar, y concedió treguas, para que libremente pudiesen venir a oír la sentencia que se daría por los jueces. Entrados en las Cortes los embajadores mostraron sus poderes y firmas que de don Alonso, y de don Pedro traían, y revisto todo lo por ambas partes alegado, pronunciaron. Que el hijo obedeciese al padre. Que el padre hiciese a su hijo gobernador general de los Reynos de Aragón y Valencia, reservando el Principado de Cataluña para el Príncipe don Pedro como hijo mayor del Rey y de la Reyna doña Violante. Que a don Pedro de Portugal se le restituyese el campo de Tarragona, y la Isla de Ibiza con otros bienes, excepto Morella, Segorbe, Murviedro, Almenara, y Castellón desotra parte de Valencia. Las cuales villas con sus fortalezas se habían de entregar a los jueces hasta que el principal pleito fuese acabado. Por cuanto don Pedro con el poder destas villas, a tuerto o a derecho movía cuestión y guerra contra el Rey. Finalmente se determinó, que don Rodrigo Martín sobrino de hermana de don Pedro, fuese libre de la prisión donde el Rey por cierta causa le tenía preso. Esta fue la sentencia dada por los jueces en causa tan ardua, y tan dificultosa de concordar.


Capítulo XVII. De las mercedes que el Rey hizo al hijo del Rey de Mallorca, y de las cortes que convocó en Barcelona, y de la nueva división que hizo de los Reynos, y otras cosas.

Publicada la sentencia y obedecida por ambas partes, el Rey despidió las cortes, y se vino para Zaragoza, donde hizo merced a don Iayme hijo del Rey Moro de Mallorca que se había vuelto Cristiano, de la villa de Gottor con su fortaleza para él y los suyos, con derecho de sucesión perpetua. Después desto, confiando del buen ánimo y voluntad de sus caballeros aficionados, de los cuales con las mañas de don Alonso le quedaban pocos en Zaragoza pasó a Barcelona, siempre con la compañía de la Reyna, la cual continuamente le solicitaba por la colocación de sus hijos, señaladamente porque los Catalanes acabasen de recibir y jurar por Príncipe a don Pedro su hijo mayor. Porque de los otros hijos, el don Fernando era ya muerto, y había necesidad de hacer nueva división de los Reynos y señoríos entre los que quedaban vivos. Para este efecto el Rey convocó Cortes en Barcelona para solos Catalanes, en las cuales hizo nueva división de los reynos, y dio al Príncipe don Pedro a Cataluña, desde el río Cinca hasta Salsas por la val de Aran y los montes Pirineos: por la mar hasta el río de la Cenia por donde se divide de Valencia y Aragón hasta el mismo Cinca, como arriba está dividido: y reservando el Rey para si el usufructo, le puso luego en posesión de toda ella. En ejecución de esto Barcelona con las otras ciudades y villas reales juraron solemnemente a don Pedro por su Rey. Y por lo semejante los señores de título, con los barones y caballeros del Reyno, juraron el mismo nombramiento, y la sustitución, por la cual se ordenaba, que muriendo don Pedro sin hijos, sucediese en los mismos derechos y posesión, don Iayme su hermano hijo de doña Violante. Por lo cual no faltaron algunos, que sobre todo esto arguyeron al Rey de cruel, y que no guardaba la fé a don Alonso su primer hijo, a quien había hecho antes absoluto heredero de todos sus reynos: señaladamente le increpaban porque en la sustitución hecha del Reyno de Cataluña, en caso que don Pedro muriese sin hijos, no nombraba a don Alonso, sino a don Iayme hijo segundo y de la segunda mujer.


Capítulo XVIII. De la honesta excusa que por el Rey se da acerca lo que hizo con don Alonso, y que este fue el desconocido, y de lo que asignó por nueva división a don Iayme hijo segundo.

Si queremos bien, y desapasionadamente considerar la razón, y dar a cada uno lo que es suyo, hallaremos, que por mucho que el vulgo quiso argüir al Rey de cruel, por lo que usó con don Alonso en excluirle de la universal herencia de sus Reynos, por heredar a los otros hijos suyos y hermanos del mismo don Alonso, no tienen razón para ello que valga, ni llegue con la muy clara y evidente que le excusa: por la cual se muestra que no solo no fue cruel contra él, pero que aun usó de mayor favor y benignidad con él que con cuantos hijos tuvo. Porque si tenemos cuenta con el divorcio hecho por el Rey con doña Leonor madre de don Alonso, que fue aprobado y dado por jurídico por los jueces delegados por la sede Apostólica, los más principales Prelados de toda España, y con esto declarado ser tan libre del matrimonio, que pudo casar con otra mujer: cuan fácil y lícito le fuera entonces al Rey, en consecuencia de la nulidad del matrimonio, excluir de la herencia a don Alonso, dándole por bastardo? Y por lo contrario, cuan libre fue, cuan generoso, o por mejor decir, cuan forzado el nombramiento que ante los mismos jueces hizo de don Alonso para universal heredero suyo? Como fuese así que ni por divina, ni natural ley conformaba con la razón ni justicia, que los hijos nacidos de la legítima y verdadera mujer tuviesen menos derecho a la herencia paternal, que el que nació de madre dudosa, incierta, y por público y judicial divorcio, apartada de su marido? Pudiendo con harto mejor derecho, los hijos legítimos convenir al dudoso, y cobrar de él lo mal *. Mas no fue así, sino que le trató el Rey como a hijo mayor, pues dándole el Reyno de Aragón le heredó del principal de la corona. Y ni consentía el derecho natural, ni la razón universal que hacen a todo hijo heredero de su padre, que por seguir el derecho y como particular uso de las gentes, pues no es común a todas, quedase de los hermanos heredado uno solo, y los demás desheredados. Además de que con la misma razón y libertad, que pudo igualmente heredar a todos, pudo también, en defecto de hijos (como está dicho), sustituir a los que quisiese por herederos. De manera que no queriendo don Alonso considerar todo esto, sino darse a quererlo todo, haciendo parcialidad por si, y abrazando los ofrecimientos de muchos contra su propio padre y hermanos, parece que nació de aquí justa causa para que perdida la gracia de su padre, lo perdiese todo, como se vio a la clara: pues ni alcanzó los demás Reynos, ni de Aragón gozó mucho tiempo, como adelante veremos. Volviendo pues al Rey, allende de las divisiones y sustituciones arriba dichas, hizo otra nueva distribución de los Reynos, por la cual dio a don Iayme el Reyno de Mallorca y Menorca, con las Islas de Ibiza y la Formentera, y más la señoría de la ciudad de Mompeller, con todo su estado. También hizo otra asignación para el mismo don Iayme, del Reyno de Valencia, para después de sus días: porque durante su vida, no se quitase el gobierno de Valencia a don Alonso, al cual pensaba poder meritamente privar de todo por su desobediencia y ambiciones. Y para esto hizo que todos los señores del Reyno de Valencia, y Mallorquines, con los de Mompeller, que en Barcelona se hallaron, jurasen a don Iayme por señor, y le prestasen la obediencia. Hecho esto y dadas las gracias a todos los convocados, concluyó las Cortes.


Capítulo XIX. Como doña Teresa Vidaure volvió a su primera pretensión contra el Rey por el nuevo testigo que dio ante el Papa, y lo que el Rey hizo contra el Obispo de Girona pretendiendo había testificado contra él.

Por este tiempo, muy poco antes que la Reyna doña Violante muriese, el Rey volvió a ser muy molestado por parte de doña Teresa Vidaure, por la pretensión matrimonial que contra él tenía, cuya causa a instancia de ella (como en el libro X mostramos) fue remitida al sumo Pontífice, y sobre esto el Rey fue de nuevo citado, y compareció por sus procuradores. Con esto quedó el pleito en pie: pero no pudo pasar adelante, porque doña Teresa no tenía suficientes testigos para probar el matrimonio: hasta que recurrió al Obispo de Girona (no le nombra la historia) que sabía él solo la verdad de lo que sobre esto pasaba: y acabó con él, que sin falta enviaría su dicho y testimonio escrito muy en secreto al Pontífice. Este dicho dado por el Obispo, importó tanto, que comenzó a ser oída doña Teresa muy de veras por el Pontífice, y el matrimonio volvió a divulgarse por Roma. Siendo de esto avisado el Rey por sus Embajadores, señaladamente como el Pontífice daba muestras de inclinarse a la parte de doña Teresa, se encendió en tanta ira y cólera, sospechando que esto no se había innovado, sino por el dicho Obispo de Girona su confesor antiguo, según de Roma lo había señalado, que luego mandó llamar al Obispo. Al cual, no tanto por la injuria y atrevimiento, cuanto por haber revelado la confesión sacramental, en llegar a Palacio, con achaque de hablarle muy en secreto, le entraron en el más escondido retrete, y secreta cámara del Rey, y (como fue fama) cogido por los camareros, de presto le fue cortado un pedazo de la lengua, y después de curado de la llaga, secretamente le enviaron a Girona. Como la nueva de tan atroz y sacrílego hecho, cuanto menos el mismo Obispo lo hablase, tanto más se publicase y llegase a orejas del Pontífice, sintiolo tan gravemente, que mandó a la hora despedir descomuniones, y execraciones gravísimas contra el Rey, hasta poner perpetuo entredicho en todos sus Reynos, sin querer admitir ningunas excusas, ni descargos dados de parte del Rey: hasta tanto que envió a don Andrés de Albalate Obispo de Valencia, con sus cartas para el Pontífice, llenas de todo arrepentimiento y sumisión, confesando su culpa, y pidiendo con grandísimo dolor de ánimo perdón, con absolución por ella.


Capítulo XX. Que el Obispo de Valencia dio tales descargos por el Rey ante el Pontífice, que envió dos Comisarios para darle la absolución, y como el Rey la pidió, y de la penitencia pública que se le dio.

Partió el Obispo de Valencia con mucha diligencia para Leon de Francia, donde estaba el Papa Innocencio IV para celebrar el primer concilio Lugdunense, y llegado el Obispo se le fue a echar a los pies para besárselos: y dadas sus cartas de creencia, hizo tal relación de la grande humildad y verdadera contrición, con reconocimiento de culpa, de parte del Rey: y mucho más del grandísimo afecto con que pedía la absolución, con aceptación de cualquier penitencia, y satisfacción de su pecado, por grave que se le impusiese: que el Pontífice se aplacó, y determinó de absolverle. Para esto envió a España la vuelta de Cataluña dos Legados, que fueron el Obispo de Camarino, y un religioso de gran fama y santa estimación llamado Desiderio, que era Penitenciario Apostólico: los cuales trayendo comisión y facultad amplísima del Pontífice para absolver al Rey con grave penitencia por su delito, llegaron a Lérida, donde mandaron convocar a los Prelados de los dos Reynos, que fueron el Arzobispo de Tarragona, y los Obispos de Zaragoza, Vrgel, Huesca, y Elna, porque los demás eran idos al Concilio de Lyon (Leon), y a muchos Abades que también vinieron llamados por los Legados, con la asistencia de muchos señores y Barones de los tres Reynos: junto con la infinidad de gente popular que de todas partes vino, por ver un tan célebre espectáculo de la humildad del Real. Llegado el plazo fue llamado el Rey, que ya era venido a Lérida, y entró en la iglesia mayor, donde estaban sentados los Legados en su trono alto, ante los cuales se puso el Rey descaperuzado y de pies, y en voz alta conforme a la cédula que se le dio en escrito, con muchas lágrimas y arrepentimiento de corazón confesó su crimen y detestable pecado, que contra el Obispo cometiera: y hecha su detestación del, pidió con lágrimas la absolución. Satisfechos los Legados de la humildad y verdadera contrición de ánimo con que el Rey la pedía, luego en la forma que la santa madre Yglesia suele, le absolvieron de su crimen y exceso plenísimamente, y le restituyeron al gremio de ella: mandando quitar todas las censuras y entredicho de todos los Reynos, por esta causa puestos. Finalmente le fueron dados por penitencia y satisfacción del crimen tres cargos. El primero, que acabase de edificar con toda suntuosidad, conforme a la traza comenzada, el monasterio y convento de nuestra Señora de Benifaça, que está en el distrito de Tortosa a la montaña: el cual comenzó a fundar catorce años había, después de tomada Morella, en honor de la gloriosísima Madre de Dios, y acabado le dotase de CC marcos de plata cada un año para renta perpetua. El segundo, que el Espital para pobres peregrinos, con el templo y convento, que había comenzado a edificar fuera de los muros de la ciudad de Valencia, luego que fue tomada, so la invocación de nuestra Señora y sant Vicente mártir, lo acabase de labrar, y dotase de seiscientos marcos de plata cada un año perpetuamente: con cierto número de sacerdotes, que hiciesen allí el oficio divino, y administrasen los sacramentos a los pobres peregrinos. Lo último que fundase una capellanía en la iglesia mayor de Girona para un sacerdote, que perpetuamente asistiese en los oficios divinos de la iglesia, y rogase a Dios por el Rey. La cual penitencia aceptó y cumplió el Rey de muy buena gana, y hechas muchas gracias y mercedes a los Legados se despidió de ellos. No se hace ninguna mención en la historia del Rey ni otros, de la satisfacción y recompensa de la injuria hecha a la persona del Obispo: porque se cree, que como fuese muy viejo, sería ya muerto por este tiempo. La bulla de la absolución fue concedida por el dicho Pontífice Innocencio IV en Leó de Frácia a XV de Setiembre 1246 y del Pontificado año cuarto, la absolución se dio por los Legados a los XVI de Octubre del mismo año. Como lo atestiguan dos cartas del Rey para el Pontífice. La primera llevó el Obispo de Valencia cuando fue a Lyon por la absolución. La otra escribió, recibida la absolución con hacimiento de gracias por ella. Cuyas copias auténticas con todo el proceso de la absolución plenamente hecha los vimos y leímos sacadas del Archivo de dicho monasterio de Benifaçà, del orden de Císter (Cistel). Mas la causa porque nos pareció hacer tan larga y cumplida relación de todo esto fue por ocurrir la infamia pública del delito con otra fama pública así de la ocasión y fines que el Rey tuvo para cometerlo, como de la penitencia pública y larga satisfacción que por ello hizo, por lo cual fue plenísimamente absuelto. A fin que haciendo especial memoria de la absolución, quedase purgada del todo la impuesta infamia del delito, a ejemplo del santo David, que por ventura cometió mayor, o igual crimen, y por haberse arrepentido del, no solo alcanzó la gracia y misericordia de Dios, pero volvió en muy buena fama y opinión del pueblo: pues es cierto que en los delitos con la satisfacción de la pena, y absolución de la culpa, se borra cualquier infamia. En lo demás acerca del hecho, y causa de doña Teresa, no hallamos que en vida de la Reyna doña Violante pasase adelante con el negocio, ni que sus hijos don Iayme y don Pedro que tuvo del Rey hubiesen tratado antes con los de doña Violante, hasta después de muerta. Y así dejamos de contar lo que de nuevo se siguió en la causa, para el libro penúltimo de la historia.

Capítulo XXI. De los trabajos y angustias que la Reyna padeció con las pretensiones de doña Teresa, y como adoleció y murió, y del gran sentimiento que el Rey y Reynos hicieron por su muerte.

Por este mismo año, poco después que pasaron estas molestias de doña Teresa, estando la Reyna doña Violante en Barcelona aparejándose para seguir al Rey que había partido para Valencia, adoleció de una lenta calentura, por la cual le fue ordenado por los médicos que no se pusiese en camino. Empero arreciándosele (areziando se le) más el mal, con ser aun de mediana edad, comenzaron a desconfiar de su salud y vida, por hallarse tan quebrantada de trabajos, con tan continuos partos, y tristezas de alma que la tenían consumida: señaladamente por los rumores que andaban, que las cosas de doña Teresa iban prósperas en Roma, persuadiéndose que de esto habían de seguirle a sus hijos don Pedro y don Iayme grandes tribulaciones con pérdida de los estados. En fin traído su testamento que hizo en Huesca, por el cual heredaba a sus tres hijos don Pedro, don Jaime y don Sancho, del Condado de Possania que dejó en confianza al Rey de Hungría su hermano, encomendándose muy de veras y como católica Cristiana, que siempre fue, a Dios y a su bendita madre, recibidos a los sacramentos de la iglesia, pasó de esta vida a la bienaventuranza del cielo. Dejando muy grande lástima de si, y mayor para los que la perdían, por los favores y mercedes que de ella en vida recibieron. Porque realmente fue mujer valerosísima, muy gran sierva de Dios, y prudentísima, de muy reales y Cristianas virtudes adornada: y que tuvo en ella el Rey mujer cual desear podía, así en fecundidad con tantos y tan principales hijos que le parió: como por haberle sido continua compañera en sus trabajos, y fiel consejera en sus empresas: siguiéndole en todas las jornadas de paz y de guerra: pues ni su continua preñez, ni sus muchos partos (que fueron nueve en espacio de XV años) fueron parte para dejar de parir las más veces debajo los pabellones y tiendas del campo, en medio del gran ruido y estruendo de armas y atambores: y por eso fue dignísima que el Rey a ella y a sus hijos amase más tiernamente que a todos: como lo mostró, pues por ella prefirió sus hijos a los demás, y los dejó heredados de todos sus Reynos y señoríos. Luego que fue muerta todos los señores y barones del Reyno hicieron gran sentimiento de su muerte, y más la ciudad, por haber perdido una tan principal madre y señora. Y así muy cubierta de luto y dolorosa, le hizo las obsequias Reales que se le debían, con la mayor pompa y suntuosidad que jamás por ninguna otra Reyna se hicieron, acompañando su cuerpo al monasterio de Valbona de religiosas del orden de Cistel cerca de la ciudad de Lérida, donde ella se mandó sepultar. Sintió el Rey esta muerte amargísimamente, y le mandó hacer en Valencia las obsequias reales con mayor sentimiento y llantos de la ciudad que jamás se vio, y él estuvo muchos días por ello retirado.


Capítulo XXII. De los dos Moros que vinieron de la villa de Biar a convidar al Rey con el entrego de ella, y como fue allá, y se le defendieron, y determinó poner cerco sobre ella.

Hechas las obsequias de la Reyna, estando el Rey muy puesto en acabar la conquista del Reyno, que de tanto tiempo atrás había comenzado, quedando ya pocas tierras por conquistar dessotra parte de Xucar: por haberse ya metido en las villas de las montañas de la Contestania a vivir muchos Cristianos soldados viejos, con sus gobernadores que tenían el mando de ellas: llegaron al Rey dos Moros de buen arte, de los principales de la villa de Biar, que está en lo último del Reyno hacia lo de Murcia, frontero de Villena. La cual estaba muy bien cercada, y puesta con buena fortaleza en defensa. Estos dijeron que eran de los principales del pueblo, y tan ricos y emparentados que comprendían la mitad del. Los cuales se determinaron en que pues no había quien los defendiese, ni por los de Valencia, ni por los de Murcia, sería bien darse al Rey de Aragón que ya tenía casi todo el Reyno conquistado. Y confiando que los recibiría con los mismos pautos y conciertos que a los de Xatiua, vinieron enviados por la mayor parte del pueblo para suplicarle fuese a ellos. Fue el Rey contento de seguirlos, después de haber bien examinado el ser de estos, y hallado por relación de algunos moros de Valencia que los conocían, ser personas de suerte, y de los principales del pueblo. Y así partió luego para allá con alguna gente de a pie, y llegando a Xatiua tomó una buena banda de caballos, dejando orden en que de allí y de Valencia viniese más gente en su seguimiento. Llegando a medio camino envió a decir a los de Biar por uno de los dos que vinieron, como dentro dos días sería con ellos, reteniendo al otro como en rehenes, y para que los guiase. Mas luego que el Rey llegó a vista de la villa, descubrió mucha gente a las puertas de ella puesta en armas, más en son de pelear que de recibirle pacíficamente. Como vio esto, dejó al otro Moro que quedaba se fuese para ellos, a traer mejor respuesta que el primero, pero en llegando el Moro a ellos, a traer mejor respuesta que el primero, pero en llegando el Moro a ellos, con las puntas de las lanzas le dieron la entrada, ni permitieron que él, ni los Cristianos que se iban allegando tras él pasasen adelante. Maravillado el Rey de la novedad y engaño de los Moros, y perdida la esperanza del entrego sin armas: mandó asentar el Real hacia el camino de Moxente de otra parte del río. Donde se entretuvo tres días, aguardando lo que harían los Moros que le llamaron. Mas cuando vio era por demás el aguardar, mandó reconocer todos los sitios y puestos alrededor de la villa, y pasó su Real a un collado que estaba junto a ella y casi sobre la fortaleza, con solo un valle en medio. Allí hizo asentar el Real y plantar las máquinas y trabucos, con ánimo de no partir de allí sin tomar la fortaleza, y saquear la villa. Para esto aguardó que llegase la demás gente de a pie y de a caballo que dejó hecha en Valencia y Xatiua. Los cuales en ser llegados, comenzaron a escaramuzar con los de la villa que la hallaron estaba muy en orden y bien provista de gente de a caballo y armas. Porque como tuvieron nueva que el Rey venía sobre ellos, avisaron a los de Villena y Murcia, y les acudieron con quinientos jinetes, con ciento más que ya ellos tenían. Y con estos tomaron orgullo, y se salieron de lo que habían determinado antes que este socorro les viniese, cuando los dos Moros fueron al Rey.


Capítulo XXIII. Como dado el primer asalto por los Cristianos a la villa, salió tanta gente de a caballo contra ellos, que fue necesario retirarse al monte, mas continuando los asaltos se dio la villa con los conciertos de Xatiua.

Como por este tiempo que era en medio del invierno, arreciase el frío, y el ejército estuviese mal acomodado en el monte, determinó el Rey de acometer la tierra con mayor ímpetu, y dar uno y muchos asaltos a la fortaleza. Para esto plantó las máquinas en aquella parte del collado que la sobrepujaba y servía de caballero: y que toda la gente de a caballo anduviese por el valle como en defensa del monte. Además de esto hizo que alguna gente de a pie de noche de pocos en pocos, sin ser sentidos, subiesen al monte do estaba la fortaleza, a fin de que reconociesen los lugares más débiles, y menos fuertes de ella, y viesen las hendiduras (endeduras) y agujeros que las máquinas hacían para tentar la entrada por ellos, y también porque de lo alto descubriesen los lugares más convenientes para combatir la villa que estaba a las espaldas de la fortaleza. Pasada pues la media noche, a la segunda vela, mandó el Rey a los de a caballo discurrir por el valle, y a un mismo tiempo comenzar a combatir y disparar las máquinas contra la fortaleza, y la gente de a pie subir a ella para los efectos señalados. Empero luego que los Moros sintieron los tiros de las máquinas y trabucos, salieron de la villa los seiscientos caballos, y dieron con tanta furia sobre los nuestros que los turbaron y apretaron de manera, que les fue forzado con harto daño suyo retirarse al monte: y los de a pie que subieron al de la fortaleza, conocido el peligro en que estaban, valerse de la oscuridad y con no ser bien de día, echarse el monte abajo, y por diversas vías volver al Real. Mas tornando el Rey una y diversas veces a combatir la fortaleza, y hacer muchas arremetidas contra la villa, llegó a cansar con sus continuos rebatos los de dentro, no dejándoles reposar noche y día. Los cuales allende de esto, como se viesen impedidos para no entender en su ejercicio de las abejas, y cría de caballos, que eran sus principales granjerías, y sustento de la tierra: comenzaron a sentir la calamidad del cerco, y que se esperaba mayor de cada día, porque siempre iba creciendo el campo del Rey, y a ellos faltaban las vituallas y esperanza de socorro. Por donde la parcialidad de los dos Moros comenzó a alabar mucho la clemencia y benignidad del Rey, y cuan bien se había tratado con los de Xatiua, cuando se le entregaron, cumpliéndoles cuanto les prometiera. Con esto fue fácil persuadir al pueblo se entregasen para tomar asiento en sus cosas. Y como viniesen bien los más en rendirse, y lo notificasen al Alcayde que andaba reparando los grandes portillos y roturas de la fortaleza, luego envió los mismos dos moros, para que dijesen al Rey, que el pueblo de Biar estaba prompto para entregarse en sus manos, si los recibiese con el partido y conciertos que a los de Xatiua. Plació al Rey la demanda, y prometió de guardarles y cumplir todo cuanto en ella se contenía. Con esto le abrieron las puertas, y con grande aplauso de los Moros entró en la villa, y se apoderó de la fortaleza.


Capítulo XXIV. Como por ser la villa de Biar puesta en frontera, mandó el Rey fortificarla, y de la excelencia de la miel de ella, y como se apoderó de la villa de Castralla y se le rindieron todos los demás lugares del Reyno.

Tomada por el Rey la villa y fortaleza de Biar, y con ella dado fin a la conquista del Reyno de Valencia, por ser la postrera plaza y tan frontera al Reyno de Murcia, entendió con brevedad en reparar y fortificar muy bien su fortaleza, y para esto subió en persona a verla (vella) y reconocerla. Donde se holgó mucho de ver una espaciosa y extensa (estendida) vista de tan fértil y bien cultivada campaña, por la parte que se extiende hacia Villena y Reyno de Murcia, y mucho más cuando gustó del suavísimo licor (liquor) de la miel que allí se coge, de la cual hace el pueblo muy grande granjería. Pues allende de la mucha copiosidad (copia), es por su excelencia, entre todas las mieles la más rara y singular del mundo, y que se halla haber sido antiguamente conocida, y alabada por los Romanos, y tuvo fama entre ellos. Porque es de su color blanca, y en los vasos de barro se aprieta de manera que si pasa la mar, o a tierras frías, en color y sabor representa un propio azúcar, y casi se deshace en polvos. De ahí se tiene por cierto que antiguamente los Romanos llamaron a este pueblo Apiarium que significa Abejar, o lugar de Abejas, de donde el vulgo le llama Biar. Dejó pues el Rey muchas armas y guarnición de soldados viejos en la fortaleza, y mandó despedir toda la caballería que había venido en ayuda de la villa, y acabados de poner en limpio los conciertos y pactos hechos, se partió la vuelta de Valencia, pasando por la villa de Castralla pueblo grande y bien puesto en defensa, cercano a Biar. Del cual le pareció que por ser de gente belicosa, sería bien ganarle para ayuda de los de Biar, por estar los dos en frontera. Y así vino en poder del Rey, no por buena guerra, sino por liberalidad y servicio que de la villa le hizo don Ximen Pérez de Arenos, que allí se hallaba, yerno y heredero de Zeyt Abuzeyt, de quien fue Castralla. Lo cual tuvo el Rey en mucho, y prometió darle la recompensa dentro del mismo Reyno: de esta manera que se hizo trueque de ella con los lugares de Chestal campo, y villa Marchant ribera del Guadalaviar, poco más arriba de la ciudad de Valencia. De ahí quedó Castralla por el Rey, en la cual también puso gente de guarnición por ser frontera como Biar. Finalmente como todos los demás pueblos del Reyno que no fueron combatidos, de Xucar a delante, entendieron que el Rey era ya señor, y se había apoderado de Xatiua y Biar, luego se le entregaron todos desde Xucar hasta el Reyno de Murcia, con los mismos conciertos y partidos que los de Xatiua. De esta manera la conquista de todo el Reyno se acabó felicísimamente, con la constancia, prudencia, armas y buena industria de este sapientísimo Rey, sojuzgando debajo un Reyno, las tres regiones. La de los Contestanos que toman desde Xucar hasta el Reyno de Murcia: la de los Edetanos, desde Xucar la vuelta del Septentrión, hasta el río Idubeda, dicho Millàs, y la de los Ilergaones, del mismo Millas, hasta los límites de Cataluña.

Fin del libro décimo cuarto.