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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro segundo

LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

Capítulo I. Que muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del Conde Monfort.

Muerto el Rey los principales de su ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro, haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
Pues aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar (machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón. Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada, juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de los reynos.


Capítulo II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo embajada al Pontífice, y de su respuesta.

Como los del campo real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón y Cataluña, con poderes bastantísimos y particular orden, para que si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime: el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo, salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y tan
divisos entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen. Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor ab intestato. Pues la separación y divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde, temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho, y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no, la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente, le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos, que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede debemos.
Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo Pontífice consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa: y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les diese su bendición, y respuesta.

Capítulo III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller, fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al Príncipe don Iayme al Legado.

En este medio que fue la rota y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la iglesia, contra los herejes y
fautores de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun, y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi, y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto, luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó. Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe, que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer, hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos, entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del Principado de Cataluña, tierra
bien abastecida de todas cosas, y con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y asiento.

Capítulo IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

Pareció al Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas, señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes, el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de Tarragona, cercano (
propinquo) pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes bastantísimos se leyeron.
Solo faltaron don Sancho, y don Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta, alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la posesión de sus reynos.
De ay, considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir, determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente, que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió. Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la persona de Monredon (Monredó), a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando: porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.


Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


Por este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia, de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento, sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida, fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila, como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de Aragón y Cataluña, con el Principado de Mompeller, y los demás reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de Aragón, Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre, que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones, hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se volvió a Roma.

Capítulo VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


Como el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos, por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy disoluta. Demás que las
alcaualas y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda. Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios, tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos, poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir, determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron: así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel, y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas, por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en consejo y estado, viese también intencionados y determinados al servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa. Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida, lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda, salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín. Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el puerto de Salou un bajel (vaxel) bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse, comenzole mucho a animar y a consejar que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos, se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela, por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón pacífico posesor de todo el Condado.
Capítulo VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a pesar de la gente de don
Sancho, pasó a Huesca, y de allí a Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

Fue grande la alteración que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se señalaban contra
don Sancho por parte del Rey, ayudados por la mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron amparar
al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus enemigos, hasta ponerle
en salvo en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey, respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado. Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren hollaran de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí, y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con otros muchos caualleros del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían el bando del Rey: pero las más se tenían al
de don Sancho. Y como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad del Rey, para que gustase de ellos.


Capítulo VIII. Que el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

Andaban las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo, arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando. El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar, Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas llegaría a 800.ducados de renta
cada un año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500. ducados de renta, y no replicó más sobre ello. Porque se entienda la rica pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos su demanda, y a actió a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar, como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de una ley y peso. 

Montearagón
Castillo de Montearagón



Capítulo VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced para la redención de cautiuos Christianos.

Concluidas las cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
Augustin, con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían, no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero, quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la religión fuese proueydo del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de Barcelona, una Cruz de plata en campo roxo, que también es la insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia, vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se pasa enatahona y con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto. De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad, estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort, del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo, porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo Peñafort de la orden de Predicadores: porque también esta orden, con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el capítulo siguiente.

Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo en sus reinos y les edificó conventos.

Algunos años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores, Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos, y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto, y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia, soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos. Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo, dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia, y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el estudio y continua lección (licion) y predicación del santo Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu, con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera, porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica, y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas religiones de todas.


Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a ellos, y los apaciguó con su presencia.

Apenas eran pasados seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes, vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho, y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados, apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos, pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado, tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser menos amados que temidos.


Capítulo XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

Luego que el Rey acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra, fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo. El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu, dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y don Gil Atrosillo su hermano,
mandó ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo, y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo Catalán Limosin, que quiere decir honda, o ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere Tito livio) usó el cónsul Marco Regulo en África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los inficionaua y se morían: usó pues de este instrumento y machina, encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron, que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo, pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250 caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando el combate
por todas partes, mayormente por donde el trabuco disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia. Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.

Capítulo XIII. Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército sobre ellos.


Como don Rodrigo, que no estaba lejos del campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero. Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese, ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que más se señalaron en procurarla.
Por esta causa, habiendo mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras, pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar, pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro, profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca, ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y 800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba hacer por las ciudades arriba dichas.


Capítulo XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su gracia.

Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador, que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya, porque la población estaba tan hundida, que no había forma de poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa (defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las dos,
Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar, a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen: tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
tygres en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón, según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no solo de los designos del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona, y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
al ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos y leales caballeros en la defensa de su Rey.
Y luego don Pedro, puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo, también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia, porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor: teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

Fin del libro segundo.

Leer el tercer libro

Libro décimo sexto

Libro décimo sexto.

Capítulo primero. Como hechas las obsequias (exequias) de don Alonso, trató el Rey de casar al Príncipe don Pedro, y como Manfredo Rey de Sicilia le ofreció su hija con muy grande dote.

Lápida sepulcral, infante Don Alfonso, Alonso, Monasterio de Veruela, hijo primogénito de Jaime I de Aragón, el conquistador

(imagen en la wiki Lancastermerrin88

Muerto don Alonso, y con su muerte apagada la envidia y cruel odio de los que mal le querían, don Pedro y don Iayme sus hermanos mostraron tener gran sentimiento de ella: y determinaron de convertir en honras, y muy suntuosa sepultura las injurias y desdenes que le hicieron en vida: para que la falta en que cayeron no hallándose presentes en las tristes y mal logradas bodas de su hermano, la supliesen celebrando sus obsequias con fingidas lamentaciones y tristezas. De las cuales como de cruel peste quedaron tan infectados (inficionados) y heridos: que con aquel mismo fuego de envidia y odio con que antes persiguieron al hermano muerto, luego en el mismo punto comenzaron ellos a arder entre si mismos. Esto se echó de ver en ellos muy a la clara: pues acaeció, que con su desenfrenada codicia de reinar, en tanta manera se encruelecieron el uno contra el otro, que si la paternal autoridad y potestad Real juntas no se pusieran de por medio, o quedara el padre en un día cruelmente privado de sus hijos: o con las distensiones y desacatos de ellos, pechara bien el odio que tuvo antes contra solo el muerto. De manera que hechas sus honras y obsequias con grande pompa y majestad Real en la iglesia mayor de la ciudad de Valencia, adonde poco después (como dijimos) fueron trasladados sus huesos: habiendo ya cobrado el Rey la universal potestad y regimiento de todos sus Reynos: partió luego con los dos hijos para Barcelona, y en llegando atendió con mucha diligencia en buscar mujer para el Príncipe don Pedro: sin dilatar tanto su casamiento como el de don Alonso. Mas entre algunos que se ofrecieron, y se llegó a tratar de ellos, fue el de doña Gostança hija única del Rey Manfredo de Sicilia, hijo del Emperador Federico, de quien hablamos arriba en el libro XI, porque este, aunque bastardo, muerto el Emperador su padre intitulándose Príncipe de Taranto (Taráto), como se hallase con grueso ejército en Italia, sojuzgó la Calabria con la Puglia (Pulla): y teniendo fin de pasar adelante su empresa, le fue dado título de Rey por Alejandro Papa IV, y con esto pasó el Pharo, y ocupó el Reyno de Sicilia. De lo cual se sintieron mucho los pontífices sucesores, y así fue de ellos muy perseguido, como adelante diremos. Deseando pues Manfredo emparentar con el Rey de Aragón, para con tan buen lado valerse, y hacer rostro a sus enemigos, luego que supo la muerte del Príncipe don Alonso de Aragón, y que don Pedro su hermano quedaba heredero universal de los Reynos de la Corona de Aragón, envió sus embajadores de Sicilia a Barcelona, Giroldo Posta, Mayor Egnaciense, y Iayme Mostacio, principales Barones de su Reyno, y hombres prudentísimos, para contratar matrimonio de doña Gostança su hija, única, y heredera de todos sus Reynos y señoríos, la cual hubo de su mujer doña Beatriz hija del Conde Amadeo de Saboya, con don Pedro Príncipe de Aragón y Cataluña: prometiendo dar en dote con ella cincuenta mil onzas de oro moneda de Sicilia, que importan poco menos de ciento y treinta mil ducados, con la esperanza del Reyno. Además de las muchas y muy excelentes virtudes Reales de doña Gostança, de que estaba muy enriquecida y dotada: como lo afirmaban también algunos mercaderes de Barcelona que la vieron en Sicilia, y tal era la pública voz y fama de ella. Oída la embajada, al Rey y a todos los de su Corte plugo mucho el matrimonio, con el ofrecimiento de tan grande dote, cual no se dio a Rey de Aragón: y más por el parentesco por ser nieta de Emperador, junto con la esperanza de heredar el Reyno de Sicilia. Porque por esta vía, no solo ganaría el más rico granero de la Europa para mantener sus Reynos: pero también porque con esto se le abría a él y a sus sucesores una grande puerta para la entrada de Italia por Sicilia. Por donde de común voto y parecer de todos los de su consejo, concluyó con los Embajadores el matrimonio, y envió por la Esposa a don Fernán Sánchez su hijo bastardo, (de quien adelante se hablará largo) juntamente con Guillen Torrella barón principal de Aragón, para que por mano de ellos se hiciesen las capitulaciones matrimoniales en Sicilia, y trajesen a doña Gostança con el acompañamiento y grandeza Real que convenía.

Capítulo II. Como el Papa Urbano IV procuró estorbar este matrimonio dando grandes causas para ello, y no embargante eso se efectuó.

Luego que don Fernán Sánchez, y Guillen Torrella partieron de Barcelona con largos poderes del Rey, y del Príncipe don Pedro para concluir el matrimonio en Sicilia: fue avisado el Papa Vrbano IIII como habían pasado por la playa Romana dos galeras del Rey de Aragón muy puestas en orden, que iban la vuelta de Sicilia. Pensó luego el Papa el negocio que llevaban, y lo sintió en el alma, por estar tan indignado contra Manfredo por las causas arriba dichas, y haber decernido contra él todas las censuras y excomuniones Ecclesiásticas que se podían: y también invocado el favor y auxilio de todos los Príncipes Cristianos, a fin de formar un gloriosísimo ejército para perseguirlo, y echarlo de todas las tierras y estado de la iglesia que tenía usurpados. Lo cual como supiese el Rey, y de ver la voluntad del Papa tan contraria a este negocio, se hallase por ello muy confuso y dudoso, doliéndose mucho perder un tan rico y provechoso matrimonio para si y para el Príncipe: además del alto parentesco de Manfredo: determinó de enviar sobre ello embajadores al sumo Pontífice, entre otros, a fray Raymundo de Peñafort de la orden de los Predicadores, persona de mucha santidad y letras (como adelante mostraremos) para que con buenas razones y humildes ruegos acabase con el Pontífice tuviese por bien de volver en su gracia y gremio de la iglesia al Rey Manfredo: pues se le humillaba y reconocía sus errores pasados, y tan de corazón y buen ánimo le pedía perdón y misericordia. Aprovechó todo esto tan poco para mitigar al Pontífice, antes se endureció en tanta manera, que con mayor fervor procuró apartar al Rey de la amistad y parentesco de Manfredo Príncipe que nombraba él, de Taranto, impío y crudelísimo perseguidor de la iglesia, como lo fue el Emperador su padre: diciendo que mirase que se hallarían otros Príncipes católicos Cristianos, los cuales de muy buena gana darían sus hijas en virtud y dote iguales a la de Manfredo por mujeres al Príncipe su hijo. Pero ni los ruegos del Rey para con el Pontífice, ni sus exhortaciones para con el Rey, aprovecharon nada: antes se creyó fue orden y providencia del cielo que este matrimonio pasase adelante: así por el acrecentamiento de Reynos y señoríos, que mediante él, por tiempo se añadirían a la corona de Aragón: como por la buena paz y tranquilidad perpetua que los Reynos de Nápoles y Sicilia unidos a la misma corona habían de gozar, como de ella gozan hoy día con la buena amistad y protección de España.


Capítulo II. / Duplicidad de capítulo /
De lo que don Álvaro Cabrera hizo contra el condado de Urgel, y tierra de Barbastro, y del remedio que el Rey puso en ello, y de cierta protesta (
protestacion) que el Príncipe don Pedro hizo.

Volviendo el Rey de Barcelona para Zaragoza, pasando por la villa de Berbegal (Beruegal) cerca de Cinca, entendió que don Álvaro Cabrera hijo de Pontio, y nieto de don Guerao que fue Conde de Vrgel, con el favor y ayuda de los amigos de su padre y abuelo, había tomado por fuerza de armas las villas y castillos del estado de Ribagorza, que estaba por el Rey, y hecho correrías fuera de los términos y límites de su tierra y señorío: y sin eso mucho daño en las aldeas y campaña de la ciudad de Barbastro, cuyo campo es fertilísimo que abunda de pan, vino, aceite, azafrán, con gran cría de mulas y rocines, de ganados, y todo género de caza. La cual en nuestros tiempos ha sido hecha en cabeza del obispado. Convocados pues todos los pueblos comarcanos, señaladamente los que habían sido maltratados de don Álvaro, en la ciudad para quejarse de él, sabido por el Rey su atrevimiento, dio luego orden a Martín Pérez Artaxona Iusticia de Aragón persiguiese con mediano ejército a los desmandados que llevaban la voz de Don Álvaro, y les hiciese todo el daño que pudiese, y también a los pueblos del mismo: porque estaba determinado de sacar del mundo a don Álvaro si no se retiraba, y apartaba de hacer los daños que solía. En este medio el Príncipe don Pedro abusando del mucho amor que el Rey su padre le tenía, con el cual pudo echar de los Reynos a don Alonso su hermano ya muerto: ardiendo pues con la codicia del reinar y queriéndolo todo para si, procuraba casi por la misma vía echar a don Iayme su hermano de la herencia que le había el Rey por su parte y legítima asignado, que eran los Reynos que él había conquistado por su persona con lo demás que se dice arriba. De lo cual se siguió mayor odio, y rencor entre los dos hermanos. Puesto que don Pedro por entonces lo disimulaba temiendo que si declaraba su mala voluntad y odio contra su hermano, incurriría en el de su padre, y que sentido de esto haría nuevo testamento, con alguna nueva donación en favor de su hermano, que fuese en su perjuicio: y le forzase a jurarla y loarla para obligarle a pasar por ella. Por excusar esto ajuntó secretamente algunas personas principales de sus más intrínsecos amigos y fieles, que fueron fray Ramón de Peñafort, el maestro Berenguer de Torres Arcediano de Barcelona, don Ximeno de Foces, Guillé Torrella, Esteuan y Ioan Gil Tarin ciudadanos antiguos de Zaragoza: ante los cuales protestó, que si acaso él ratificaba con su juramento algún testamento, o donación nuevamente hecha por su padre, en favor de cualquier persona, o personas, lo haría forzado, por evitar la indignación de su padre: porque si le resistía, no hiciese con la cólera alguna novedad en daño suyo y detrimento de los Reynos: acordándose de lo que don Alonso su hermano padeció en vida por semejantes contrastes.


Capítulo III. De los bandos que se levantaron en Aragón por la dicordia de los dos hermanos, y como fue llevada la Infanta doña Isabel a casar con el Príncipe de Francia, y traída doña Constanza a casar con don Pedro.

En aquel mismo tiempo que andaban los dos hermanos en estas discordias, nacidas de la desenfrenada codicia de Reinar, y por ocasión de ellas, se levantaron, no solo entre los grandes y barones, pero entre la gente vulgar y pueblos de Aragón crueles bandos y parcialidades: unos apellidando don Pedro, otros don Iayme, otros al Rey, tan desatinadamente y con tanta licencia y desvergüenza, tomando armas unos contra otros, que comenzaron luego por las montañas de Aragón hacia los Pirineos, a saltear por los caminos, y dentro en los pueblos hacerse muy grandes insultos unos contra otros: y de tal manera ocuparon los barrancos y malos pasos de los caminos, que ya no se podía ir de un lugar a otro, sino muchos juntos armados y acuadrillados. Por esta causa todas las ciudades y villas de las montañas de Aragón hicieron entre si liga que llamaron Unión, de la cual salieron ciertas leyes más duras, y de más cruel ejecución que nunca hicieron los antiguos, pero conformes al tiempo y disoluciones que corrían. Porque era necesario quemar y cortar lo que con medicinas y leyes blandas no se podía curar: para que como con fuego se atajase y reprimiese tan desapoderada libertad de robar, y de saltear y matar. Con esta unión, y exasperación de penas y castigos, se alivió en pocos días esta peste. Porque tomaron muy grande número de aquellos salteadores y sediciosos, los cuales todos por el beneficio de la común paz y seguridad de la Repub fueron con varios y atrocísimos géneros de tormentos y muertes punidos y justiciados: y quedó el Reyno quietado.
Por este tiempo la Infanta doña Isabel hija segunda del Rey fue llevada a la Guiayna a la ciudad de Claramunt en Aluernia, adonde celebró sus bodas solemnísimamente con el Príncipe don Felipe de Francia, y se cumplieron por ambas partes los capítulos y obligaciones ordenadas por los dos Reyes sus padres en la villa de Carbolio, como dicho habemos. No mucho después llegó de Sicilia doña Constanza hija del Rey Manfredo (
Mófredo), también a la Guiayna, y desembarcó junto a Mompeller, acompañada de Bonifacio Anglano Conde de Montalbán (Mótaluá) tío de Manfredo: con otros muchos señores de Sicilia, y del Reyno de Nápoles, y don Fernán Sánchez, y el Barón Torrella que fueron por ella: y fue por la ciudad y pueblo de Mompeller altísimamente recibida. Y luego don Iayme su cuñado le aseguró el dote, en nombre del Rey su padre, sobre el Condado de Rossellon y de Cerdaña, Conflent y Vallespir, con los Condados de Besalù y Prulé, y más las villas de Caldès y Lagostera. De las cuales tierras el Rey había hecho donación antes a don Iayme: pero él fue contento, con reservarle la posesión, tenerlas obligadas al dote. Concluídos y jurados que fueron los capítulos matrimoniales, en llegando de Barcelona el Príncipe don Pedro se celebraron las bodas de él y de doña Constanza con tal fiesta y regocijo cual jamás se vio en aquella ciudad: porque se hallaron en ella todos los Duques, Condes, y señores de toda la Guiayna, con los que de Aragón y Cataluña vinieron, que las solemnizaron con muchas justas y torneos, y otros grandes regocijos.


Capítulo IV. De las nuevas divisiones que el Rey hizo de sus Reynos y señoríos para heredar a don Iayme, y como quedaba siempre descontento don Pedro.

Acabada la fiesta, el Rey con toda la corte se partió para Barcelona: donde por hacer fiesta a doña Constanza la ciudad le hizo un suntuoso recibimiento con muchos juegos y danzas como lo suele y acostumbra muy bien hacer esta ciudad en semejantes fiestas Reales, y con esto ganar la voluntad y afición de las Reynas en sus primeras entradas. Andando pues el Rey holgándose por Barcelona acabó allí de entender la insaciable codicia que de reinar y alzarse con todo, tenía el Príncipe don Pedro. Y pareciéndole que quitaría de raíz la mala simiente de diferencias y discordias entre los dos hermanos si de voluntad de ellos hiciese nueva división de los Reynos. Por esto en presencia de los Obispos de Barcelona y de Vich, con otros de Cataluña, y de algunos principales del Reyno de Aragón, con los síndicos de las villas y Ciudades Reales, partió entre ellos los estados de esta manera. Dio al Príncipe don Pedro el Reyno de Aragón, y condado de Barcelona desde el río Cinca hasta el promontorio que hacen los montes Pirineos en nuestro mar, al cual vulgarmente llaman Cabdecreus, hasta los montes y collados de Perellò y Panizàs. Diole asimismo el Reyno de Valencia, y a Biar y la Muela, según la división y límites que señalaron con el Rey de Castilla. Mas del río de Vldecona, o la Cenia, como van los mojones del Reyno de Aragón hasta el río de Aluentosa. Al infante don Iayme hizo donación del Reyno de Mallorca y Menorca con la parte que entonces tenía en Ibiza y con lo que en ella más adquiriese: y la ciudad y señoría de Mompeller, y el condado de Rossellon, Colliure y Conflente: y el condado de Cerdaña, que es todo lo que se incluye desde Pincen hasta la puente de la Corba, y todo el valle de Ribas, con la baylia que se extiende de la parte de Bargadá hasta Rocasauza, y todo el señorío de Vallespir hasta el collado Dares, como parte la sierra a Cataluña hasta el coll de Panizàs, y de aquel monte hasta el collado de Perellò, y Capdecreus. Con condición que en los condados de Rossellon y Cerdaña, Colliure, Conflente, y Vallespir, corriese siempre la moneda de Barcelona que decían de Ternò: y se juzgase según el uso y costumbre de Cataluña. Sustituyó el un hermano al otro en caso que no tuviese hijos varones. Declarando que si la tierra de Rossellon, Colliure, Conflente, Cerdaña y Vallespir, viniesen a personas extrañas, lo tuviesen en reconocimiento de feudo por el Príncipe don Pedro y sus herederos sucesores en el Condado de Barcelona. Y si don Pedro viniese contra esta ordinación, y moviese guerra al Infante su hermano, perdiese el derecho del feudo concedido al don Pedro en los pueblos de Rossellon, Conflent, Cerdaña, Colliure, y Vallespir, en caso que por matrimonio, o por otra vía fuesen devueltos en personas extrañas. De esta manera (como está dicho, y referido en los Anales de Geronymo Surita) se hizo esta postrera partición de los Reynos y señoríos de la corona de Aragón entre los dos hermanos. Puesto que el Príncipe don Pedro siempre mostró quedar agraviado, pretendiendo que la parte dada a su hermano era excesiva: pues le desmembraba tan gran porción del patrimonio Real. Fue de si tan elevado y magnánimo este gran Príncipe, que tuvo por caso de menos valer no suceder a su padre en todo y por todo. Finalmente quiso el Rey por esta partición de Reynos y señoríos, que el hijo menor y sus herederos se contentasen del uso y señorío de aquellas tierras que les cabía por la partición, con tal que reconociesen superioridad al hermano mayor y a sus descendientes.


Capítulo V. De las diferencias que se movieron sobre los amojonamientos de Castilla con Aragón y Valencia: y de la pretensión del Rey con el Senescal de Cataluña.

Por este tiempo se levantaron otras diferencias sobre los límites de Castilla y Reynos de Aragón y Valencia, y hubo sobre ello cuestiones, además de las correrías y daños que se hicieron en las fronteras los vecinos unos contra otros. Por esto fue necesario concordarse los Reyes, y mandar amojonar de nuevo sus tierras. Para este efecto se nombraron tres jueces de cada parte que señalasen los términos y mojones de cada Reyno. Fueron de Castilla, Pascual Obispo de Jaén (Iahen), Gil Garcés Aza, y Gonçalvo Rodríguez Atiença. De los nuestros fueron Andrés de Albalate Obispo de Valencia, Sancho Calatayud, y Bernaldo Vidal Besalù, los cuales después de haber hecho su división y amojonamientos: en cuanto a los daños hechos por las diferencias de los pueblos determinaron, que hecha la estimación, los Reyes pagasen su parte y porción a cada pueblo. Mas porque esto era algo largo y difícil de cobrar, y que en la averiguación de cuentas se había de perder mucho tiempo, y que para con los Reyes no se admiten todas, determinaron los mismos pueblos, y se concordaron entre si, de rehacerse los daños unos a otros, o perdonárselos. Poco después de concluido esto acaeció que viniendo el Rey a Lérida de paso para Barcelona halló por cierta diferencia que hubo entre dos caballeros Catalanes llamados Poncio Peralta, y Bernaldo Mauleon, se habían desafiado el uno al otro para salir en campo, y los halló a punto de combatirse. Y aunque de derecho común tocaba al Rey presidir en el campo, como aquel que lo daba y era señor del: mas por fuero antiguo del Reyno, presidió don Pedro de Moncada como gran Senescal de Cataluña. De esto mostró el Rey estar sentido, pretendiendo que los derechos y privilegios de la dignidad de Senescal ya no estaban en uso y costumbre, quiso el Rey que sobre ello se nombrasen jueces para averiguarlo, a don Ximen Pérez de Arenos, Thomas Sentcliment, Guillen Sazala, y Arnaldo Boscan, hombres en guerra y letras bien ejercitados. Los cuales dieron por sentencia, que al Senescal como a suprema dignidad del Reyno se debía semejante cargo de presidir: y que su derecho ni por falta de uso ni por abuso se podía perder. Antes declararon que si por algo lo había perdido, se le restituyese. De este desafío, cual de los dos venció, ni por qué causa, o querella se movió, ni qué suceso tuvo, no se entiende de la historia del Rey, ni lo he hallado en otras. De allí pasó a Barcelona, y deseando ya tener casado a don Iayme su hijo, escribió a don Guillen de Rocafull gobernador de Mompeller fuese al condado de Saboya y tratase con el Conde don Pedro casamiento de don Iayme con doña Beatriz hija del Conde Amadeo su hermano. Pero como no se concluyó este matrimonio, si fue por muerte de de doña Beatriz, o por otras causas, la historia no habla más de ello.


Capítulo VI. De la embajada que el Sultán (Soldan) de Babilonia envió al Rey, el cual le despachó otros embajadores, y de lo que pasaron con él en Alejandría del Egipto.

No porque la historia del Rey deja de hablar de esta y otras muchas hazañas del mismo, será bien pasar por alto lo que un escritor antiguo (de quien hace mención Surita en sus Annales) que recopiló la vida y hechos del Rey, para encarecer lo mucho que fue tenido y amado de los Reyes así fieles como paganos, cuenta por cosa memorable lo que pasó entre él, y el Sultán de Babilonia, que por este tiempo residía en Egipto en la ciudad de Alexandria: a donde con el gran concurso que ordinariamente había de mercaderes Catalanes, a causa de la especiería, que entonces venía toda por la vía de oriente a la Europa, llegó la fama de las hazañas del Rey y de su grande opinión de valiente y belicoso. Lo cual oído por el Sultán vino a aficionársele en tanta manera, que por trabar amistad con él, envió sus embajadores a visitarle a Barcelona: y llegados a ella fueron por el Rey muy bien recibidos, al cual por su embajada declararon la grande afición que el Sultán su señor le había tomado, por la buena fama que de sus heroicos hechos ante él se había divulgado, y de cuan aparejado estaba para hacer buena su voluntad y afición, en cuanto valer de él se quisiese. Los oyó el Rey con mucho amor, y mandó aposentar y regalar sus personas con real cumplimiento, haciéndoles mostrar la ciudad con sus aparatos de guerra por mar y por tierra. Y después de haberles hecho mercedes, y proveído sus navíos de las cosas más preciadas de la tierra los despidió, diciendo, que también enviaría muy presto sus embajadores a visitar al Sultán en reconocimiento del favor que le había hecho enviándole a visitar primero. Con esto se partieron los embajadores, y luego formó otra embajada el Rey para el Sultán con Ramón Ricardo, y Bernaldo Porter caballeros Catalanes hombres prudentes, y de mucha experiencia, que ya antes habían hecho la misma navegación, yendo con algunas galeras en corso. Estos provistos de las cosas más delicadas de España para presentar al Sultán, y puestos en dos naves veleras llegaron al puerto de la ciudad de Alejandría donde a la sazón estaba el Sultán. Del cual, sabiendo que eran los embajadores del Rey de Aragón, fueron principalmente recibidos y aposentados en su palacio. Y como a la entrada de ellos descubrió el Sultán el estandarte del Rey que llevaba Bernaldo Porter, luego por más honrarlo mandó ponerlo junto a su Real solio. Presentadas sus letras de creencia con los regalos que le traían, explicó Porter su embajada, la cual en todo correspondía a la del Sultán con el Rey (como dijimos) y la oyó con grande contentamiento. Y luego (como lo afirma el mismo escritor) rogó a Porter, que conforme a la ceremonia y costumbre de los Reyes de España armase caballero a su hijo el Príncipe de Babilonia, que lo estimaría en tanto como si su mismo Rey lo armase. Como oyó esto, Porter, se le echó a los pies reputándose por indigno de tan alto oficio y prerrogativa. Mas pues tan determinadamente se lo mandaba, obedecería. Y hecho grande aparato en una iglesia pequeña de los Cristianos que vivían en la ciudad, dos sacerdotes que traían los embajadores muy diestros en la ceremonia eclesiástica, con los demás de la tierra y gente Cristiana, celebraron su misa con mucha solemnidad y bien concertada ceremonia, con grande admiración y contentamiento del Sultán y principales de su corte que se hallaron presentes a la fiesta. Dicha la misa fue puesta la espada desnuda por el embajador sobre el altar, y puesto el Príncipe de rodillas ante el mismo altar, tomó Porter la espada y vuelto al Príncipe se la ciñó (ciñio) con muy agraciada ceremonia, y después se arrodilló Porter ante él y le besó las manos con muy grande humildad y acatamiento, desparando la música y estruendo de trompetas y tabales, y otros instrumentos de añafiles y dulzainas (dulçaynas) de que usaban los Moros. Acabado esto, y vueltos a palacio con mucha fiesta y regocijo: quiso el Sultán ser enteramente informado de la vida y hechos del Rey de Aragón. Y como Porter pudiese dar en ello mejor razón que otro, por haber seguido al Rey en todas sus jornadas de paz y guerra, con los buenos farautes e intérpretes que el Sultán tenía, le hizo muy cumplida relación de todas las hazañas del Rey, desde su nacimiento hasta el punto que le dejó en Barcelona. Lo cual oído quedó el Sultán con todos los de su corte, extrañamente maravillados, y de nuevo muy más aficionados al Rey. Hecha esta relación los embajadores se despidieron del Sultán, el cual les hizo particulares mercedes y dio joyas riquísimas, y para el Rey mandó proveer las naves de mucha especiería con muchas aves y extraños animales de las Indias orientales, y ofreciéndose muy mucho de valer y servir al Rey con todo su poder en paz y en guerra siempre que necesario fuese contra sus enemigos: los embajadores se partieron de él con mucha gracia suya, y puestos en mar llegaron con muy próspera navegación en Barcelona: donde hallaron al Rey, y le contaron su felice viaje que de ida y de vuelta tuvieron, y de la gracia y magnificencia con que fueron recibidos del Sultán, con las demás cosas maravillosas que arriba dicho habemos, señaladamente de la información tan cumplida que mandó se le hiciese de su esclarecida vida y hechos, y de la atención y admiración grandísima con que los oyó y magnificò. Finalmente las mercedes y favores que a la despedida les hizo: que todas fueron particularidades para el Rey muy gustosas de oír. El cual alabó mucho a los embajadores por su trabajo, diligencia e industria con que se trataron y acabaron tan honoríficamente su embajada, prometiendo tendría cuenta en recompensar tan insignes servicios. Y también dando infinitas gracias a nuestro señor por haberle dado un tan buen amigo en aquellas partes, de quien pudiese valerse para la jornada de Jerusalén, si fuese servido de que en algún tiempo la emprendiese.


Capítulo VII. Del Maestre de Calatrava que vino al Rey por socorro contra los infinitos Moros que pasaban de África a la Andalucía, y que convocó cortes para que le ayudasen en esta jornada.

Pues como al Rey no se le permitiese estar un punto ocioso en toda la vida, sin algún ejercicio de guerra: acaeció que en acabar de oír los embajadores que volvieron del Sultán, llegó a él don fray Pedro Iuanés maestre de la orden y caballería de Calatrava, enviado por el Rey de Castilla, y le dijo como habían pasado infinitos Moros de África en la Andalucía, que ajuntados con los del Reyno de Granada y de Murcia moverían mayor guerra que jamás se vio a toda España: que le suplicaba en nombre del Rey y de la Reyna su hija se apiadase de ellos, y de sus hijos nietos suyos, y que en tan extremada necesidad no les faltase con su amparo y socorro. Oído esto por el Rey no dejó de compadecerse mucho del Rey y Reyna de Castilla, y porque se determinó de favorecerles, respondió al maestre que pues él sabía la tierra por donde andaban los Moros, y el número de ellos poco más o menos, y también era tan aventajado y experto en la guerra le dijese su parecer cerca lo que debía hacer y preparar para resistir a tanta morisma. A esto respondió el Maestre, que le parecía debía su Real alteza ajuntar su ejército, y por la vía de Valencia llegar a acometer a los del Reyno de Murcia, los cuales con la venida de los de África se habían rebelado contra el Rey don Alonso su señor, y dado al Rey de Granada, que aprovecharía esto mucho para divertir tanta morisma. Además de esto, convenía mandar poner en orden la armada por mar, así para impedir el paso a los de África que cada día llovían sobre el Andalucía: como para desanimar a los que habían pasado, y para les tomar el paso a la vuelta, que sería asegurar esto la victoria contra todos ellos. Diole también una carta de la Reyna su hija, en que le rogaba lo mismo, porque la memoria de los disgustos que su marido había dado siempre al Rey, no le causasen alguna tibieza en el socorrerles. A todo respondió el Rey pareciéndole bien lo que el maestre en lo del socorro había apuntado: Que en ningún tiempo faltaría a los suyos, y mucho menos en ocasión de tanta necesidad y trabajo: que juntaría mayor ejército que nunca por mar y por tierra, y que por mejor socorrerles ofrecía de ir en persona en esta jornada, que hiciesen lo que a ellos tocaba, que él por su parte no faltaría a lo que debía.


Capítulo VIII. De qué manera entró el Rey de Castilla a señorear el Reyno de Murcia y por qué causas se le rebeló.

Dice la historia general de Castilla que cuando don Hernando el III Rey de Castilla y León hubo ganado de los moros la ciudad de Córdoba, y las villas del obispado de Iaen, después de la muerte de Abenjuceff Rey de Granada, fue alzado por Rey en Arjona un Moro llamado Mahomet Aben Alamir, al cual el Rey don Hernando ayudó a ganar el Reyno de Granada y la ciudad de Almería. Entonces según la misma historia afirma, no queriendo los Moros del Reyno de Murcia reconocer por Rey a Mahomet, eligieron por señor de aquel Reyno a Boatriz. Pero después, conociendo que no serían poderosos para defenderse del Rey de Granada estando sujeto al Rey de Castilla, y favoreciéndole, deliberaron de enviar sus embajadores al Infante don Alonso, ofreciendo que le darían la ciudad de Murcia, y le entregarían todos los castillos que hay en aquel Reyno desde Alicante hasta Lorca y Chinchilla. Con esta ocasión el Infante don Alonso por mandato del Rey su padre fue para el Reyno de Murcia, y le entregaron la ciudad, y fueron puestas todas las fortalezas en poder de los Cristinanos, no embargante que Murcia y todas las villas y lugares quedaron pobladas de los Moros. Fue con tal pacto y condición, que el Rey de Castilla y el Infante su hijo hubiesen (vuiesen) la mitad de las rentas, y la otra mitad Abé Alborque, que en aquella sazón era Rey de Murcia, y que fuese su vasallo de don Alonso. Sucedió que ya muerto el Rey don Hernando, estando el Rey don Alonso en Castilla muy alejado de aquella frontera, los Moros del Reyno de Murcia tuvieron trato con el Rey de Granada, que en un día se alzarían todos contra el Rey don Alonso, porque el Rey de Granada con todo su poder le hiciese la más cruel guerra que pudiese. Sabido esto por el Rey de Granada, y que tenía ya de su parte al Reyno de Murcia, como poco antes desaviniéndose con el Rey de Castilla, tuviese hecho concierto con los moros de África, acabó con ellos que pasasen gran número de gente a España, con esperanza que tornarían a cobrar no solamente lo que habían perdido en la Andalucía, pero el Reyno de Valencia. Y así para este efecto pasaban cada día escondidamente gentes de Abeuça Rey de Marruecos. También los Moros que estaban en Sevilla (dice la misma historia) y en otras villas y lugares del Andalucía debajo del vasallaje del Rey de Castilla, gente siempre infiel, y entonces sin miedo, por el socorro de los de África, trataron para cierto día rebelarse todos, y matar los Cristianos, y apoderarse de los lugares y castillos fuertes que pudiesen, y aun tentaron de prender al Rey y a la Reyna que entonces estaban en Sevilla. Pero aunque no les sucedió el trato, no por eso dejaron los Moros del Reyno de Murcia de declarar su rebelión, y cobraron la ciudad, y los más castillos que estaban por el Rey de Castilla. Y el Rey de Granada con este suceso comenzó la guerra contra el Rey de Castilla, por lugares de la Andalucía, y estuvo en punto de perderse en breves días todo lo que el Rey don Hernando en mucho tiempo había conquistado.


Capítulo IX. Como mandó el Rey convocar cortes en Barcelona para que le ayudasen a la guerra contra los Moros de África y del Andalucía.

Partido el maestre de Calatrava con tan buen despacho, mandó luego el Rey convocar cortes para Barcelona, y entretanto aprestar el armada por mar, y hacer gente por tierra proveyéndose de todas partes de vituallas y dinero para tan importante jornada. Llegados ya todos los convocados del Reyno, y comenzadas las cortes, dioles el Rey muy cumplida razón de las nuevas que tenía de Castilla, y de la extrema necesidad en que estaba toda el Andalucía por la infinidad de Moros de a caballo, y de a pie que por llamamiento del Rey de Granada habían pasado a ella, porque juntados con los de Murcia y Granada bastaban para emprender de nuevo toda España. Y que si no les salían al encuentro por tierra, y también por mar les atajaban el paso, se meterían tan adentro por toda ella, que llegarían a tomarlos dentro de sus casas allí donde estaban. Que para prevenir tantos males rogaba a todos le favoreciesen en esta empresa que tomaba sobre sus hombros, por la general defensa de ellos y de toda España: mayormente por atravesarse el peligro de la Reyna de Castilla doña Violante su hija y de sus nietos, a los cuales no podía faltar hasta emplear su propia vida por redimirla de todos ellos, pues ya el Rey don Alonso de Castilla había comenzado la guerra contra el Rey de Granada, por quien los Moros de África pasaban al Andalucía, y que pues él daría sobre los de Murcia, tenía, con el favor de nuestro señor, por acabada la empresa. Que pues los gastos para un a tan importante guerra como esta habían de ser excesivos, y tan bien empleados, le sirviesen con el Bouage: el cual para tan terribles e inopinadas necesidades hasta aquí nunca se lo habían negado: mayormente que determinaba él mismo en persona hallarse en esta guerra, por el beneficio común y defensión de la religión Cristiana, hasta morir por ella.

Capítulo IX. Que después de haber los Catalanes concedido el Bouage, disentió a ello el Vizconde de Cardona, y de lo mucho que el Rey lo sintió, y al fin consintió el Vizconde.

Acabado por el Rey su razonamiento, como los de las cortes entendieron lo que pasaba de la venida de los Moros, y le evidente necesidad y trabajo en que estaba puesta toda España: y más que siendo tantos los enemigos, venidos de allende, y juntados con los de Granada se extenderían por todas partes, y que no perdonarían a Valencia ni a Cataluña: considerando todo esto, y también que sería mucho mejor hacer guerra a los enemigos de lejos, que no esperar a echarlos de casa, condescendieron todos con el Rey en su justa demanda. Y no solo le concedieron el Bouage: pero aun prometieron de ponerle la armada en orden y de proveérsela de todo lo necesario: ofreciéndole sin esto de valerle en esto y en todo lo demás que conviniese a su servicio. Estando el Rey muy contento y satisfecho de la liberalidad con que se le ofrecían a valerle en esta empresa, queriendo hacerles gracias por todo, y cerrar el acto de la promesa para concluir las cortes: don Ramon Folch Vizconde de Cardona que asistía en ellas se opuso, diciendo que disentía en todo lo concedido al Rey, si primero no desagraviaba a ciertos pueblos, mandando recompensarles los daños y menoscabos así causados por él, como de vasallos contra vasallos, que a la sazón se hallaban por rehacer. Y que hasta ser esto hecho y cumplido no consentía en lo decretado por las cortes. El Rey que oyó esto, viendo que en el tiempo que más trabajados y perdidos andaban los Reynos, se anteponían los daños particulares al universal provecho de todos, se sintió tanto de ello, que como de cosa muy desmesurada y contra toda razón, perdió la paciencia: y sin más aguardar la ceremonia acostumbrada, se levantó del solio Real, determinado de despedir del todo las cortes, e irse de la ciudad dejándolo todo confuso: y que cada uno se defendiese como pudiese. Mas como todos conociesen la misma razón que el Rey, se le echaron a pies suplicándole se detuviese, que se remediaría todo,y vueltos al Vizconde acabaron con él que desistiese de su oposición y dessentimiento. Por donde el Rey se aquietó, y la concesión del tributo se ratificó de nuevo por el Vizconde con los demás votos de los estamentos y brazos del Reyno: y se concluyeron las cortes con mucho contentamiento y satisfacción del Rey y de todos, y les hizo muchas gracias por ello.
Capítulo X. Como el Rey nombró por general del armada a su hijo don Pedro Fernández, y que Laudano judío anticipó todo el tributo del Bouage, y de las cortes que se convocaron en Zaragoza.

Concedido el Bouage al Rey, y puesta la armada en orden, nombró por general de ella a don Pedro Fernández su hijo, mozo gallardo y belicoso que lo hubo en una dueña llamada doña Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, de la cual se hablará en el libro siguiente. Fue este don Pedro a quien el Rey dio la villa y señoría de Híjar (Yxar) en Aragón, de la cual tomaron apellido él y sus sucesores hasta en nuestros tiempos, como adelante diremos. Pues como la venida de los Moros fuese cierta, y que repartidos por los Reynos de Granada y Murcia, se aparejaban para mover cruel guerra contra Cristianos, comenzando ya a tomar algunas villas y castillos en el Reyno de Córdoba: se halló el Rey algo atajado por no haber aun cobrado, ni era posible, el servicio del Bouage, sobrando la necesidad de poner en orden la armada con los demás aparatos de guerra. Para lo cual se ofreció pronto pagador, y que anticiparía todo el Bouage, un judío llamado Laudano de los más ricos de España, que entonces era Thesorero del Rey, y ofreció de prestarle todo el dinero que necesario fuese, así para sacar la armada con las municiones y bastimentos necesarios, como para pagar el ejército, y poner de presto la guarnición de gente en los lugares fuertes del Reyno de Valencia fronteros a al de Murcia, y que se contentó con sola la consignación que el Rey le hizo del bouage, con las demás rentas Reales de Cataluña de aquel año para pagarse de lo anticipado. Hecho esto el Rey se vino para Zaragoza, donde mandó hacer gente con diligencia para esta guerra, y nombró algunos principales Aragoneses por capitanes, a fin que acudiesen luego con la gente hecha a juntarse con la de Cataluña en Valencia: todo para favorecer al Rey de Castilla su yerno. Pues como para los mismos gastos hubiese de imponerse tallon a los Aragoneses, llegado a Zaragoza mandó convocar cortes generales para todo el Reyno en ella. A donde se juntaron todos los señores de título, y Barones del Reyno, con los síndicos de las ciudades y villas Reales, juntamente con los magistrados y oficiales Reales de la misma ciudad. Se congregaron en el monasterio y casa insigne de frailes Dominicos. Allí pues sentado el Rey en lugar alto y patente para todos les declaró su propósito con las palabras siguientes.

Capítulo XI. Del largo razonamiento que el Rey hizo a los Aragoneses pidiendo le favoreciesen para los gastos de la guerra, como lo habían hecho los Catalanes.

Yo creo, que no ignoráis todos cuantos aquí os halláis congregados, como desde mi tierna edad he empleado toda la vida en perpetua guerra con las armas en las manos, y que me ha cabido en suerte que ningún tiempo se me haya pasado en ocio, ni regalo: sino que por el bien común, y la salud y ampliación de mis reynos, he puesto siempre mi persona a todo riesgo y peligro. Pues como sabéis los primeros y postreros años de mi mocedad no solo los empleé en defenderme de las persecuciones de los míos, y en apaciguar y quitar todas las distensiones de mis Reynos: pero también ocupé la edad siguiente en las conquistas de Mallorca y Valencia. Y que así en esto, como en las cosas del gobierno, ni en paz ni en guerra, he faltado jamás a lo que debo a la Real y debida virtud de mis antepasados: antes creo haber no poco acrecentado el nombre y estado de ellos. Pues a los dos Reynos que en muchos siglos ganaron y me dejaron por herencia, yo he añadido otros dos, Mallorca y Valencia, que por mi mano y las vuestras he conquistado. De manera que para la conservación y fortificación de ellos, no queda sino juntar el tercero que es el de Murcia. Porque sin este, ni el de Valencia se puede bien defender, ni sin los dos mantener el de Mallorca. El cual perdido, no solo Cataluña perdería el Imperio y poder absoluto que tiene sobre la mar para toda comodidad de su navegación y mercadurías: pero también Aragón volvería a estar sujeto a las correrías y cabalgadas que sobre si tenía antes de los Moros de Valencia. Lo cual bien considerado por los Catalanes vuestros hermanos y compañeros en las conquistas, como hombres de buen discurso y prudentes, se han mucho acomodado, y preciado en favorecer nuestra empresa: teniendo respeto a que de tan continuo uso de pasar los Moros de África en el Andalucía, y juntarse con los de Granada y Murcia, se puede recrecer, así para los Reynos comarcanos de Valencia y Aragón, como para toda España, una común y general destrucción como la antigua pasada. Y así pareciéndoles que les está mejor la guerra de lejos que esperarla en sus casas, no solo se han ofrecido a servirnos con sus personas y vidas en esta jornada: pero como sabéis nos han concedido con mucha liberalidad el servicio del Bouage. Y cierto que no hallamos por qué este Reyno, que no menos está sujeto a los trabajos de esta guerra contra Moros que Cataluña, no nos deba ayudar con semejante servicio para esta empresa: pues no se ha de emplear en otros usos que contra Moros, y en librar a mi hija y nietos de tan manifiesto peligro y destrucción (destruycion) de sus Reynos, como se les apareja. Y es justo, que pues se trata de guerra y armas que han de valer para la común defensa de todos, que donde se alargan tanto en valernos los Catalanes con el servicio ya dicho, que los Aragoneses, debajo cuyo nombre y apellido se han conquistado estos Reynos, y sois siempre los protectores de ellos, os alarguéis y mucho más en favorecernos.

Capítulo XII. De lo que un fraile dijo en acabando el Rey su plática, y como los ricos hombres sintieron mal de la demanda, y se apartaron del Rey pidiéndole cierta recompensa de daños.

En acabando de hablar el Rey, súbitamente apareció enfrente de él en otro púlpito, un religioso de la orden de los Menores, el cual movido de si mismo sin haber dado parte a nadie de su propósito, comenzó a exhortar con grande fervor a todos para seguir con sus personas y haciendas al Rey en esta guerra. Y después con muchas razones y ejemplos abonó la demanda del Rey: añadió que un religioso de su orden había tenido revelación del cielo, y que un Ángel le había dicho, que el Rey de Aragón había de restaurar a toda España, y librarla de la persecución y peligro en que los infieles la habían puesto. Como esto oyeron los ricos hombres se maravillaron mucho de esta novedad del fraile, y como de fingido sueño burlaron de ella, y tanto más se endurecieron cerca la demanda del Rey, abominando el nombre de Bouage, lo que nunca en Aragón se había nombrado, y por eso estaban muy sentidos todos los de las cortes, quisiese introducir nuevas maneras de vejar al pueblo, y desaforar los ricos hombres y caballeros, con alegar lo que le era concedido en Cataluña, que era tres doblada tierra, y que todo cargaría sobre el pueblo. Sabiendo el Rey esto, mandó llamar ocho más principales de ellos, los que mostraban estar más sentidos y escandalizados de la demanda: siendo el caudillo, y el que más se señalaba entre todos, su propio hijo Fernán Sánchez, que extrañamente se preciaba de contradecirle. Fue este el que ya antes en vida de don Alonso su hermano, se había mostrado por él muy parcial contra el Rey su padre: y así abrazó esta nueva ocasión para hacer lo mismo, con apellido que defendía y peleaba por la libertad de su patria, y con esto desenfrenadamente se desbocaba contra el Rey. De manera que para impedir el Bouage, con el cual (como él decía) su padre quería de los Aragoneses hacer bueyes para mejor cargarlos, se hizo caudillo del contrabando del Rey: juntándose con él don Ximen de Vrrea, y don Bernaldo Guillen Dentensa con los otros llamados. Los cuales fueron ante el Rey, y le oyeron, pero nunca pudieron ser convencidos de él, por muchas y muy santas razones que les propuso. Pues ni por la necesidad urgente de la guerra, ni por el ejemplo de los Catalanes, ni por la fé y palabra que les daba sobre su corona Real que restituiría en todo y por todo la rata parte en que los ricos hombres y barones contribuirían en el servicio: y más, que haría fuero y ley expresa, que en ningún tiempo pudiese ser demandado, ni impuesto semejante tributo en Aragón: todo esto no bastó para atraerles a la voluntad del Rey: antes se endurecieron de manera que tomaron esto por ocasión para hacer nuevas demandas y formar quejas contra él. Por donde no solo le negaron lo que pedía: pero aun algunas cosas que el Rey debajo de buen gobierno había mandado hacer en beneficio del Reyno, querían que las revocase, diciendo que habían resultado en daño y perjuicio de los ricos hombres, y sobre ello pusieron sus demandas. Para esto enviaron a Calatayud, donde el Rey se había pasado de Zaragoza, a don Bernaldo Guillé Dentensa y a don Artal de Luna, y a don Ferriz de Liçana, (los tres más familiares y privados que el Rey solía tener) los cuales con seguro que les fue dado, en presencia de todo el pueblo dieron por escrito los agravios que pretendían haber recibido y recibían de cada día de su Alteza. Estos fueron muchos, y los principales tocaban en general a la libertad del Reyno, y en particular a los intereses y provecho de los ricos hombres y caballeros. Y porque a lo general y particular de sus demandas dio el Rey su respuesta y descargo: allanándose en algunos cabos, y en otros cargándoles a ellos mucho la mano, y que ni por eso hubo en ellos enmienda, quedándose las cosas como antes (según Surita en sus Annales copiosamente lo refiere) no haura por qué detenernos aquí, ni hacer mención en particular de todo esto. Mas de que siendo los que se tenían por muy agraviados, con los arriba nombrados, don Guillen de Pueyo nieto del que murió en el cerco de Albarracín en servicio del Rey, y don Atho de Foces hijo de don Ximeno, y don Blasco de Alagón nieto de don Blasco el de Morella, ninguno pretendía más serlo, ni quien más ásperamente se querellase del Rey, que don Fernán Sánchez su hijo: haciéndose (como dicho habemos) caudillo de los querellantes. Esto le llegó al Rey tanto al alma, y formó en si tan cruel odio contra Fernán Sánchez, cuanto después se vio por la ejecución del. Pues como por mucho que el Rey mostrase voluntad de querer a buenas y con quietud satisfacer a todas estas demandas, era tanta la turbación y cólera con que trataban estos negocios los querellantes, pretendiendo salir con todo, sin querer escuchar los medios que el Rey daba para llegar a concierto, que no se pudo tomar resolución alguna con ellos por entonces.

Capítulo XIII. Que los Barones y ricos hombres hicieron liga entre si, y se apartaron del Rey, el cual fue con gente sobre las tierras de ellos, y como comprometieron sus diferencias en los Obispos.

Pues como los señores y Barones perseverasen en su pertinacia y reyerta de no querer escuchar las demandas del Rey sin que primero satisficiese a las de ellos, y de ver esta distensión entre las cabezas anduviese varia y libre la gente popular para seguir a quien quisiese, llegaron las cosas del Reyno a tanta turbación, que luego se descubrieron muchos que tomaron por propia la querella y tesón de los señores y Barones contra el Rey, y muchos por lo contrario la del Rey contra los Barones. Puesto que por el apellido de libertad prevalecía esta parte contra la Real, y esta sola voz de libertad se sentía en boca del pueblo. Con esto se animaron tanto los señores a defender (como ellos decían) los fueros y libertades del Reyno, siendo siempre el principal de ellos Ferrán Sánchez, que sin más aguardar ni escuchar los nuevos partidos que el Rey les movía, comenzó él con su suegro Urrea, y los demás del bando a salirse de Zaragoza para juntarse en Alagón: donde se confederaron e hicieron liga entre si. Y así acabaron de turbarse las cosas del todo. Con esto se concluyeron las cortes muy fuera del orden acostumbrado, y como los Barones y pueblo se pusieron en armas, también el Rey se salió de Calatayud y partió para Barbastro con sus criados y gente de guardia, y algunos de a caballo que salieron tras él, y otros que por el camino se le iban allegando. Como llegase a Barbastro, luego con seguro, fueron ante él los mismos, temiéndose de lo que después avino, pero no se concluyó con su venida ningún asiento, y quedaron las cosas en mayor rompimiento. De allí pasó el Rey a Monzón, donde formó de presto un buen escuadrón de gente de a caballo con los de la tierra y otra gente de a pie que le acudieron de Cataluña. Porque no faltaron algunos señores y barones de Aragón que le siguieron, con los concejos de Tamarit y Almenara. De suerte que salió con toda esta gente en campaña, y dio sobre algunas villas y castillos de los ricos hombres que se le rebelaron: entre otras tomó las tierras de don Pero Maça, y de don Fernán Sánchez su hijo, publicando guerra a fuego y a sangre contra todas las tierras de rebeldes. Como oyeron esto los señores y barones, dejaron las armas y enviaron nueva embajada al Rey, suplicándole fuese servido que estas diferencias no se llevasen por fuerza de armas, sino que se averiguasen por vía de justicia: que pondrían aquel hecho en juicio de prelados (perlados). Esto hicieron porque conocían la condición del Rey a quien ninguna cosa era tanta parte para hacer dejar las armas de las manos como el requirirle lo remitiese todo a justicia. Y así se comprometió por ambas partes en poder y juicio de los Obispos de Zaragoza y Huesca, y se obligaron de estar a lo que se determinase por ellos, así en lo de las diferencias ya dichas, como sobre la pena en que habían incurrido por haberse unido y tratado contra la autoridad del Rey: y que también juzgasen si se les habían de restituir los lugares que tenían en honor. A todo esto vino el Rey bien y se obligó de estar a la determinación de los mismos jueces. Y con esto de parte de los ricos hombres se dio tregua al Rey hasta que volviese de la guerra de los Moros del Reyno de Murcia y quince días más, y se ofrecieron a servirle en ella.

Capítulo XIV. De las cortes que el Rey tuvo en Exea de los caballeros y de los estatutos que mandó publicar en ellas, y como se pregonó la guerra contra Murcia, y la gente que llevó de Zaragoza.

Teniendo el Rey nuevas cada día de los capitanes que estaban en guarnición en la frontera del Reyno de Murcia, como la guerra de los Moros que pasaron de África iba lenta, sin pasar hacia lo de Murcia, a causa de no haber entre ellos caudillo, ni general de la guerra: y también por no haber sido bien recibidos del Rey de Granada, por ser gente inútil y canalla y que solo se entretenían, sin señalar jornada alguna: determinó entre tanto asentar la concordia tratada de palabra con los nobles y ricos hombres: y para que constase por acto público, mandó convocar a cortes para Ejea de los Caballeros, dicha así, por los muchos caballeros que en tiempos pasados cansados de llevar las armas a cuestas, y de seguir la guerra, se habían retirado a vivir allí, por ver aquella villa, por su comodidad y fertilidad de campo, de las principales del Reyno. A donde ajuntados los convocados, mandó el Rey escribir y sacar en limpio las leyes y fueros que en las precedentes cortes se habían establecido, y quiso que se publicasen y firmasen de nuevo. Las cuales en suma fueron, que ni el Rey, ni sus sucesores diesen caballerías de honor, ni oficios de la guerra sino a parientes de los ricos hombres, naturales del Reyno, y en ninguna manera a extranjeros. Que ningún señor Barón, ni noble pagase bouage, que en Aragón corresponde a herbaje. Que las diferencias que se ofreciesen entre el Rey y los nobles, se juzgasen y averiguasen por el justicia de Aragón, aconsejándose con los señores y nobles que no fuesen interesados en las tales diferencias, y que también juzgase sobre las que se le ofreciesen entre los mismos señores y nobles. Que el Rey no diese oficios de honores, ni de la guerra a sus hijos de legítimo matrimonio procreados, si no fuese de generales o supremos capitanes del ejército. Estos son los fueros y capítulos que se publicaron en estas cortes. Lo cual hecho, recibió el Rey en aquel mismo punto cartas del Rey de Castilla su yerno, en que le decía cómo había movido guerra de nuevo contra el Rey de Granada por haber dado favor y ayuda a los de Murcia, para que se le rebelasen, y echasen a sus gobernadores de ella. Por eso le suplicaba se diese toda la prisa posible en venir a tiempo para dar contra ellos y para recuperarle aquel Reyno, el cual solía antes (como dicho habemos) por no sujetarse a la señoría y mando del Rey de Granada, estar debajo el amparo de los Reyes de Castilla: y pagarles su tributo y parias, y poner los gobernadores para el regimiento de la tierra. Entendido esto por el Rey, concluyó las cortes, y a la hora mandó publicar la guerra de propósito contra el Reyno de Murcia: pues para ella le había concedido ya el sumo Pontífice Clemente IV la bula de la santa Cruzada con muchas indulgencias para los que siguiesen esta guerra contra Moros. Y así fue grande el concurso de soldados que de toda España acudieron a ella. Fueron los predicadores de esta indulgencia apostólica el Arzobispo de Tarragona, y el Obispo de Valencia, que como espirituales caudillos de esta guerra contra infieles se hallaron en ella. De manera que vuelto el Rey a Zaragoza, mandó hacer hasta dos mil caballos, y fueron los principales capitanes nombrados para esta guerra sus dos hijos, el Príncipe don Pedro, y el Infante don Iayme, el Vizconde de Cardona, y don Ramón de Moncada. Los demás señores de Aragón de encolerizados contra el Rey por lo pasado, y por el estrago hecho en sus tierras, se fueron a ellas y no siguieron la persona del Rey por entonces, sino don Blasco de Alagón que nunca le faltó, como el mismo Rey lo escribe. Puesto que fueron después poco a poco en su seguimiento casi todos teniendo por muy afrentoso faltar a su Rey en tal jornada.



Capítulo XV. Como pasando (passando) el Rey por Teruel pidió a la ciudad le ayudase con algunas vituallas para esta guerra, y del grande y suntuoso presente que le dieron puesto en Valencia.

Partiendo el Rey de Zaragoza para Valencia con la gente de a caballo hecha, y la que iba haciendo de camino: llegó a vista de Teruel, y como creciendo cada día de gente, le faltasen las vituallas entró en la ciudad, donde fue suntuosamente recibido, y luego mandó convocar los principales de ella. A los cuales manifestó la causa de su venida, y empresa, y como había sido forzado de emprender esta guerra contra los Moros de Murcia, no solo por cobrar aquel Reyno para don Alonso su yerno al cual se había rebelado: pero también por impedir que los de Granada con cuyo favor y ayuda se habían rebelado los de Murcia, no se juntasen con ellos, y diesen sobre el Reyno de Valencia: y de ahí pasasen a Aragón y Cataluña sus vecinos. Y como por esto le apretase el tiempo, y más el cuidado de sustentar el ejército, les rogaba mucho le acudiesen con lo que se hallasen a mano para occurrir a tanta necesidad: que se les recompensaría luego con las rentas reales que para ello les consignaría. Oída la demanda por los del regimiento, hecho su acatamiento, se retiraron a una parte de la sala, y consultando con los principales hidalgos de la tierra, fue resuelto entre ellos, que al Rey se le hiciese tan grande servicio como la ciudad y comunidad pudiesen, y mayor que a ningún otro de sus antepasados jamás se hubiese hecho por ella: determinados en esto, uno de los más principales hidalgos de la ciudad llamado (como dice la historia Real) Gil Sánchez Muñoz hijo de aquel Pasqual, de quien se habló arriba en el libro tercero, respondió por todos. Serenísimo Rey y señor nuestro, como la obligación que al servicio de vuestra Alteza tenemos, sea mayor que a ningún otro de sus Reyes antepasados (antipassados), por los muchos favores y mercedes que a los de esta ciudad y comunidad ha siempre hecho en servirse y valerse de nuestras personas y armas en cuantas jornadas y empresas de guerra hasta aquí se han ofrecido contra moros: y que de hoy más las esperamos mayores, para lo demás que se ofreciere: somos contentos de emplear también agora nuestras haciendas en su Real servicio, y ayudar a vuestra Alteza en proveer su ejército para esta empresa de Murcia, con lo siguiente. Que daremos luego de presente puesto en Valencia con nuestras recuas y a costa nuestra. Cuatro mil cahíces de pan: los tres mil en harina, y los mil en grano: con otros dos mil cahíces de cebada. Más veinte mil carneros, y dos mil vacas: y si menester fuere serviremos con más. También por agora albergaremos a vuestra Alteza y a todo su ejército lo mejor que podremos. Maravillado el Rey de tan magnífico y rico presente con tanta liberalidad ofrecido por los de Teruel: acordándose de la recién injuria y cortedad de los de Zaragoza, volviose a los suyos y sonriendo les dijo:
Por ventura diera más Zaragoza por fuerza, que Teruel ha dado de grado?
Haciendo pues el Rey muchas gracias a la ciudad, y estimando su servicio y socorro tan principal, en tiempo de tanta necesidad, en lo que era razón, ofreció de hacerles por ello muy larga recompensa: y a petición de ellos les dejó dos alguaciles (
alguaziles) para que en nombre suyo fuesen por las aldeas, y lugares de la comunidad a recoger el presente. Dicen algunos escritores (aunque la historia del Rey lo calla) que mandó el Rey consignarles la recompensa sobre las rentas Reales de la ciudad. Pues como partido el Rey de allí llegase a Valencia, y luego acudiesen los de Teruel con su presente, recibiolos con grande contentamiento: quedando toda la Corte, y más los Síndicos de las ciudades y villas Reales de los tres Reynos que la seguían muy maravillados de ver tan magnífico presente. Mandó pues el Rey (como algunos dicen) proveer de mucho arroz, azúcar, y pasas (passas), a los de Teruel, porque no se volviesen con las manos vacías.


Fin del libro décimo sexto.