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jueves, 14 de marzo de 2019

portada + dedicatoria

La historia del muy alto e invencible Rey don Iayme de Aragón, primero deste nombre, llamado el Conquistador, compuesta primero en lengua Latina por el maestro Bernardino Gómez Miedes arcediano de Murviedro, y canónigo de Valencia, agora nuevamente traduzida por el mismo autor en lengua Castellana.

CON PRIVILEGIO. Impreso en Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete. Año 1584.

La historia del muy alto e invencible Rey don Iayme de Aragón, primero deste nombre, llamado el Conquistador, compuesta primero en lengua Latina por el maestro Bernardino Gómez Miedes arcediano de Murviedro, y canónigo de Valencia, agora nuevamente traduzida por el mismo autor en lengua Castellana.    CON PRIVILEGIO. Impreso en Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete. Año 1584.


Lo Rey, y per sa Magestat

Don Francisco de Moncada comte de Aytona y de Osona Viscomte de Cabrera y de Bas gran Senescal de Aragón, Llochtinent y capita General en lo present Regne de Valencia. Per cuant per part del Maestre Bernardino Gomez Miedes Artiaca de Moruedre, y Canonge dela Seu dela present ciutat de Valencia, nos es estat humilmét supplicat fos de nostra merce donar e concedir licencia permis, e facultat de ser imprimir un llibre intitulat la Historia del muy alto, e invencible Rey don Iayme de Aragón primero de este nombre llamado el Conquistador. Compuesta primeraméte en lengua Latina por el Maestro Bernardino Gómez Miedes, Arcediano de Moruiedro, y Canonigo de Valencia, agora nueuamente traduzida por el mismo autor en lengua Castellana, y en muchos lugares añadida. Dirigit al molt alt y molt poderos señor don Phelip de Austria Princep de les Espanyes E nos attes lo treball que haué entes haber posat dit Arcidiano Miedes en traduhir, corregir e affegir la dita obra, y que aquella es curiosa vtil y digna de perpetua memoria, ho hauem tengut per be en la manera infrascrita. Perço per tenor de les presents expresament y de certa sciencia deliberadament y consulta per la Real autoritat de que vsam, donam, concedim, y otorgam licencia permis y facultat al dit Arcediano Miedes pera que aquell o la persona que
fon poder tindra y no altre algu per temps de deu anys, comptatdors del día de la data de la present nostra y Real licencia puixa imprimir e fer imprimir lo dit llibre y vendre aquell publicament sens encorriment de pena alguna, e ningu faça ne intente lo contrari durant lo dit téps, (temps) sots pena de perdicio dels tals llibres, y de doscents florins de or de Aragón, als Reals cofrens applicadors dels bens dels contrafahents irremisiblement exehigidors. Diem perço y manam a tots y sengles officials y subdits de sa Magestat dins lo present Regne constituhits y constituhidors a qui pertanyga que sots les dites penes guarden y obseruré guardar e obseruar fasen, la present nostra e Real licencia y coses contengudes en aquella. Dat. en lo Real palacio de Valencia a doce del mes de Nohembre del any Mil cinchcents huytanta y cuatre. (1584)

El Conde de Aytona.

Vidit Pascual Regens
Vidit Cerdan.
Fis. Aduoc.
Pologo.

Nota: A partir de aquí se actualizará en gran medida la ortografía original, dejaré alguna palabra para que se vean los cambios respecto a la actualidad (año 2019). Ejemplo: cuádo (cuando), dixo (dijo), có (con, las nasales finales, n o m, se solían escribir con una virgulilla, yo las transcribiré con la grafía : tilde ´).

Libro octavo

LIBRO OCTAVO

Capítulo primero, de la fama y renombre que el Rey ganó por la conquista de Mallorca, y como fue llamado y prohijado por el Rey de Navarra.

Conquistada la ciudad
y Isla de Mallorca, el nombre y fama del Rey fue tan célebre, y se extendió con tanta gloria y reputación suya, por todas partes: que no solo acrecentó el temor y espanto a los Reyes Moros, pero mereció todo favor y gracia para con los Príncipes Cristianos. Porque demás que amedrentó al Rey de Túnez, uno de los más poderosos de África, para que no osase enviar el socorro prometido al Rey de Mallorca: Y a quien el sumo Pontífice y ciudades de Italia tuvieron en tanto, que invocaron su favor y ayuda (como adelante se dirá) para contra el Emperador Federico: También el Rey don Sancho de Navarra, entendidos sus tan prósperos successos y señaladas hazañas, se le aficionó en tanta manera, que lo prohijó, y aunque con desigualdad suya, quiso también ser de él prohijado. Mas porque tratemos agora de este tan señalado efecto de amor y afición, como se arguye de la adopción, o prohijamiento, que pasó entre estos dos Reyes, junto con los varios successos del: declaremos quien fue este Rey don Sancho de Navarra, juntamente con las causas y razones que tuvo, así para prohijar al Rey de Aragón, como para ser prohijado del, no embargante que el partido del de Aragón fuese muy aventajado al suyo. Fue este Rey don Sancho, el mejor y más esforzado que jamás tuvo Navarra, a quien por su grande constancia en llevar siempre sus empresas adelante, demás de ser muy valiente de su persona, llamaron el fuerte. El cual después que salió victorioso de aquella famosísima, y siempre memorable batalla de Vbeda, en las Navas de Tolosa, cuando hecho un cuerpo con los Reyes de Castilla y Aragón, vencieron a doscientos mil Moros (como en el primero libro se ha dicho) volviendo a Navarra, con el ocio se hizo excesivamente gordo, y también con la dolencia de gota que le sobrevino, que miserablemente le atormentaba, vino a ser tan gafo, y lisiado de pies y de manos, que ya no podía moverse de un lugar, sino estarse tullido siempre en la cama, volviéndose tan deforme (difforme), que tenía empacho de ser visto en público. Puesto que dicen otros, que su mal fue una muy grave dolencia de cáncer que se le encendió en una pierna, y que por esto se estuvo siempre retirado en el castillo de Tudela, sin salir del mucho tiempo, y sin dejarse ver sino a muy pocos de sus privados. Le hacía (haziale) a este buen Rey, viejo, enfermo, y sin hijos continua y solapada guerra el Rey de Castilla, pretendiendo tener derecho al reyno de Navarra, y para no mostrarse en ella, solicitaba a don Diego López de Haro señor de Vizcaya (que es la Cantabria marítima) con el cual de mucho antes tenía el Rey de Navarra diferencias, por los pueblos de Álava (Alaua) y Guipuzcua entre Navarra y Vizcaya. Y así con esta ocasión el de Castilla le valía con gente y dinero para proseguir la guerra en su nombre contra el de Navarra. Con esto don Diego con la gente Castellana corría el campo a don Sancho, y no había quien le resistiese. De suerte que viéndose don Sancho imposibilitado para defenderse dellos, y que por mucho que se acomodaba en los partidos de paz que les movía, no querían venir a concordia: determinó de avenirse con el Rey de Aragón, y con su favor y ayuda valerse contra ellos. Pues como se hallase en Tudela, ciudad de las principales de Navarra, de muy alegre, llano y hermoso asiento, a la ribera del Ebro río caudalosísimo, en los confines de Aragón y de Castilla, y a vista del gran monte de Moncayo, envió sus embajadores al Rey don Iayme a Zaragoza, donde a la sazón era llegado de la conquista de Mallorca, para hacerle saber, como tenía muy grande voluntad y afición de alcanzar su amistad, y hacer ciertas alianzas y conciertos con él muy a su gusto y provechosos para sus Reynos. Y como por sus manifiestos impedimentos de edad y dolencias, no pudiese ir en persona a verse con él, le rogaba muy de veras quisiese venir a verle en Tudela, pues estaba propinca a Zaragoza. Oído esto por el Rey, y entendida la gran dolencia y impedimentos de don Sancho, pues la distancia no era más de una jornada, determinó de ir a verle, y contentarle: así por conocer a un tan esclarecido y bien nombrado Rey que tan amigo y estimado fue del Rey don Pedro su padre: como por lo bien que a los Reyes está visitarse, y conocerse por las personas: a fin de que viéndose como en espejo los unos a los otros, y lo que son, con lo que representan vengan en mayor conocimiento de si mismos: y consideren que el sujeto de su grandeza y dignidad Real es naturaleza humana, y que en sustancia no son más que los otros hombres, sino que viene de la mano de Dios, alzar los muchos a uno por Rey y sujetarle. Llevó pues consigo el Rey a don Atho de Foces su mayordomo mayor, a don Rodrigo Lizana, don Guillen de Moncada, Pedro Pérez justicia de Aragón, y a don Blasco Maza (no Alagón), del cual sobrenombre está equivocada la historia del Rey, como sea así que don Blasco de Alagón andaba entonces por el reyno de Valencia con Zeyt Abuzeyt en la conquista, como dijimos en el libro cuarto. Llegados pues a Tudela, no pudo ser el Rey, ni en la ciudad, ni fuera de ella, tan decentemente recibido, como a su Real persona se debía, por los impedimentos y dolencias del de Navarra. Antes fue necesario subir al castillo, y entrar dentro del retrete donde el Rey estaba, para en llegando, poderle más presto hablar que ver. Y así por entonces hechos sus cumplimientos de palabras amorosas, se salió a su aposento dentro en palacio, donde fue con todos los suyos muy espléndidamente hospedado. El día siguiente volvió a visitar al Rey don Sancho: el cual se esforzó a enderezarse en la cama, y comenzando su plática dijo al Rey. Que el grande amor y afición que le tenía junto con el deseo de ver su persona, por ser hijo de tan esclarecido padre como lo fue el Rey don Pedro su mayor amigo y compañero que tuvo en la victoria de Vbeda contra los Moros, había sido la principal causa para procurar su venida a Tudela: pero mucho más por acabar de entender del los felices successos que había oído de sus memorables empresas: habiéndose aventajado con ellas en valor y gloria, a todos los Reyes de España: y no menos por la proximidad (propinquidad) y vínculo del parentesco que entre ellos había: pues con ningún otro le tenía más conjunto que con él, excepto don Tibaldo su sobrino hijo de Tibaldo Conde de Champaña, y de doña Blanca su hermana. Al cual por su ingratitud y menosprecio de muchas buenas obras de padre que le había hecho: en fin le había dado ocasión para tratar y acabar con sus vasallos, le privasen de la sucesión del Reyno, y llamasen a él que tanto les convenía para todo beneficio común y defensa del mismo reyno. Por esto hallaba que para debilitarle la sucesión, ninguna otra vía mejor, ni más firme había, que prohijándose el uno al otro, y acogiéndose en el total derecho y sucesión de sus reynos. Pues podría con harto mejor partido ser él llamado a la sucesión de Navarra, que no él a la de Aragón: siendo ya viejo de LXXVIII años, y que no era posible naturalmente vivir más que él siendo mozo que apenas llegaba a los XXIIII (XXIV). Como acabó su plática el de Navarra, el Rey hizo muchas gracias por el buen concepto que de él tenía, y la afición y benevolencia con que lo confirmaba: que no faltaría por él de corresponder con su amor, y con todo el oficio de agradecimiento que le debía. Y en lo que tocaba al negocio de la adopción, que para él era muy nuevo y de mucha consideración, que pensaría sobre ello, comunicándolo con los suyos, y que entendido lo que era, y adonde podía llegar el efectuarse, sin perjuicio de sus reynos y sucesor, él se revolvería y le respondería. Con esto se salió afuera, y se fue a su aposento a tratar y consultar una tan grande novedad con los suyos.


Capítulo II. Como el Rey sabido el parecer y resolución de los de su consejo cerca el prohijamiento, la dio por respuesta al de Navarra, el qual tuvo por buena, y del concierto que hicieron.

Maravillado quedó el Rey extrañamente de la proposición hecha por el de Nauarra. Y recogido en su aposento mandó llamar a los de su consejo que traía consigo: a los cuales notificó la larga plática que con el Rey de Navarra había tenido, y lo que muy de veras le había propuesto cerca de la adopción y prohijamiento que habían de hacer el uno al otro, para poder entrar en la sucesión de los reynos. Puesto que el fin y alma de esta proposición le parecía no era otro, que por obligarle a la defensión de Navarra contra Castellanos. Oyendo esto los del consejo se admiraron muy mucho de
tal demanda, y aunque a la verdad parecía cosa muy aventajada para el de Aragón, todavía se
altercó mucho, y hubo diversos pareceres sobre ello. Pues aunque al Rey le estaba muy bien, y le convenía el partido, si quiera para mayor confirmación del derecho antiguo que por sus antepasados fue adquirido al Reyno de Navarra: pero que adoptar el Rey al de Navarra, no le podía hacer, siendo vivo don Alonso su hijo único, ya jurado Príncipe sucesor por los barones y grandes, y por las villas y ciudades del Reyno, y también por los de Lérida. Porque era cosa monstruosa un viejo de casi 80 años, ser prohijado por un mozo de tan poca edad: y que también era muy fuera de razón y justicia convidar a otro a la sucesión del Reyno, echando fuera al legítimo sucesor del. Pues como se tratase esto entre ellos, y como cosa muy desaforada y contra toda razón, se dejase indeterminada y dudosa: con las mismas razones y dudas fue referida por don Blasco Maza, Foces y Lizana, al Rey de Navarra. El cual lo representó así a los de su consejo. Pero como su fin era no tanto prohijar al Rey, cuanto valerse de su favor y ayuda contra los Castellanos, y esto importase muy mucho al Reyno: todavía volvió por respuesta a los mesmos, e insistió, en que cumplía se hiciese esta alianza y confederación por vía del prohijamiento: puesto que por él ningún derecho le quedase a la sucesión de Aragón sino muertos el Rey y el Príncipe don Alonso sin hijos. De suerte que leída esta
determinación y decreto de los Navarros al Rey, los halló tan útiles, y honrosos para si, y para el Reyno de Aragón tan provechosos, que luego, con la aprobación de los de su consejo, solo que le quedase la sucesión, prometió de ayudar al Rey de Navarra con todo su poder y estado: y cumplir con diligencia cuantos conciertos y capítulos sobre esto se formasen: y así el uno al otro se adoptaron de la manera que está dicho. Se hallaron (
hallaronse) presentes a este célebre acto los principales señores de título, y Barones, con los síndicos de las ciudades y villas Reales del Reyno de Navarra, y también los señores y de su consejo que tajo (truxo) el Rey de Aragón. Los cuales por ambas partes con juramento afirmaron, que tendrían perpetuamente ellos y sus descendientes, por rato, y grato todo lo allí concertado y decretado. La cual adopción y prohijamiento, aceptados por los dos Reyes, y con la mano y sello de ellos firmados, se concluyó con tanta autoridad y firmeza, que no deben tener en poco los Reyes de Aragón su derecho tan justamente por esta vía adquirido a este Reyno: si quiera para más justificar la antigua y pacífica posesión que del tienen. Porque si se atiende a lo que significa adopción, si se considera que el Rey con todo el reyno de Navarra, que podían, la hicieron, y con expreso juramento confirmaron el concierto y cumplimiento de ella: si se examinare la causa dello, que fue por valerse del favor y ayuda del Rey que adoptó, para beneficio y defensa del Reyno constituido en tan manifiesta necesidad: si en fin se tiene respeto, a que la cumplió el adoptado, y que lo defendió con su persona, gente, y dinero, muchas veces, y las hubo contra el Rey de Castilla, no embargante que era su propio yerno, como adelante se dirá, no hay
otro que inferir de todo esto, sino que con la muerte del Rey don Sancho adoptante, se acabó de confirmar y consolidar la sucesión y derechos del Rey don Iayme el adoptado, y sus sucesores, en el reyno de Navarra. Según se muestra por el mesmo instrumento y auto de adopción, el cual pone Geronymo Zurita en el libro tercero de sus Annales de los Reyes de Aragón. Y que por ser auto tan célebre y solemne le inferiremos aquí palabra por palabra. Si quiera porque se entienda del lenguaje que había entonces en el Reyno de Aragón, haber sido poco diferente en los vocablos, del que agora se usa, salvo en la pronunciación y estilo.


Capítulo III. Contiene el tratado formal del auto de concordia y adopción que los dos Reyes de Aragón y Navarra se hicieron el uno al otro.

Conocida cosa sea ad todos los que son, & son por venir, que yo don Iayme por la gracia de Dios Rey de Aragón, desaffillo ad todo ome, & affillo a vos don Sancho Rey de Navarra de todos mios regnos, & de mias tierras, & de todos mios señoríos que
oue ni he ni deuo auer, & de castiellos & de villas & de todos mis señorías. Et si por auentura deuiniesse de mi Rey de Aragó, antes q d vos Rey de Navarra, vos Rey d Navarra que herededes todo lo mio, assi como de suso es escrito, sines contradezimiento (cótradezimiéto), ni contraria (cótraria) d nulhome del mundo. Et por mayor firmeza de est feyto, & de esta auinença, quiero & mando (mádo) que todos mios ricos homes, & mios vassallos, & mios pueblos juren a vos señoría Rey de Navarra, que vos atiendan lealmente (lealmét), como escrito es de suso. Et si no lo fiziessen, que fincassen por traydores, & que nos pudiessen saluar en ningún logar. Et yo el Rey de Aragon vos prometo, & vos conuiengo lealmét, que vos faga aentender, & vos atienda luego, assi como de suso es escrito: & si non (nó) lo fiziesse, que fosse traydor por ello. Et si por auétura embargo y aue nenguno de part de Roma, o houiere, yo Rey de Aragon so tenudo por conueniença por desferlo ad todo mio poder. Et si nul home dl sieglo vos quisiesse fer mal por est pleyto, ni por est paramiento que yo è vos femos, que yo vos ayude lealment contra todo home del mundo. Adonde mas que nos ayudemos cótra el Rey de Castiella toda via por fe sines engaño.
Et yo dó Sancho Rey de Navarra por la gracia de Dios, por estas palabras, & por estas conueniéças desafillo ad todo home, & afillo a vos don Iayme Rey de Aragon de todo el Regno d Navarra, & de aquello qui el reyno de Navarra pertañe: & quiero & mádo que todos mios ricos homes & mios Concellos juren a vos señoría, que vos atiendan esto con Navarra, & có los castiellos, & con las villas si por auentura deuéiesse antes de mi que de vos. Et si no lo fiziessen que fossen traydores, assi como escrito es de suso. Et ambos ensemble femos paramiéto & conueniençia, que si por auétura yo en mía tierra camiasse ricos homes, o Alcaydes, o otros qualesquiere en mios castiellos, aquellos aqui yo los diere castiellos, o castiello, quiero & mádo que a qll qui los reciba por mi que viéga a vos, & vos faga homenage. Que vos atiéda esto assi como sobre escrito es. Et vos Rey de Aragon, que lo fagades cúplir a mi desta misma guisa, & por estas palabras en vuestra tierra. Et vos Rey de Aragó atendiendo me esto, yo don Sancho de Navarra por la gracia de Dios, vos pmeto a buena fe que vos atienda esto assi como escrito es é esta carta. Et si no lo fiziesse que fosse traydor por ello, vos Rey de Aragó atédiédome esto assi como sobre escrito es en esta carta. Et sepá todos aqllos qui esta carta verá, que yo dó Iayme por la gracia de Dios Rey de Aragó: Et yo dó Sancho por la gracia de Dios Rey de Navarra, amigamos entre nos por fe sines engaño & fiziemos homenage el vno al otro d boca & de manos, & juramos sobre quatro Euangelios que assi lo atendamos, Et son testimonios de est feyto, & de est paramiento que fizieró el Rey de Aragon, & el Rey de Navarra, & del Affillamiento assi como escrito es en estas cartas, don Atho de Foces mayordomo dl Rey de Aragó, & don Rodrigo d Liçana, & don Guillen de Moncada, & don Blasco Maça, & don Pedro Sanz notario & repostero del Rey de Aragon. Et don Pedro Perez justicia de Aragon, & frayre Andreu Abad de Oliua, & Eximeno Oliuer móge, & Pedro Sáches d Variellas, & Pedro Exemenez de Valtierra, & Aznar d Vilana, & dó Martin de Miraglo, & don Guillé justicia de Tudela, & don Arnalt Alcalde de Ságuessa. Facta carta domingo segúdo día de Febrero en la fiesta de santa Maria Cádelera, in Era Millesima ducétissima sexagessima nona en el castillo de Tudela. Que fue año d la natiuidad del Señor M.CCXXXI.
puesto que en este instrumento de la adopción, ninguna mención se hace del infante don Alonso, como el Rey lo affirma, por ventura de consentimiento de ambas partes.

Capítulo IV. Como se trató entre los dos Reyes de la defensa de Navarra, y de lo que prometió el de Aragón para ella, y del súbito arrepentimiento del de Navarra, y del dinero que le pidió prestado el de Aragón.

Hecho ya el auto, e instrumento de la adopción entre los dos Reyes sellado y firmado por muchos,comenzó a tratar de la guerra y medios que se habían de inquirir para echar el enemigo de la tierra. Sobre lo cual los Reyes y los grandes de los dos reynos que allí se hallaron trataron largo. Pero sobre todos el Rey don Sancho como muy platico y cursado en cosas de guerra, advertía lo que más convenía hacer en el proseguirla, animando mucho a todos, y concluyendo su larga plática y discurso, con decir que gente por gente no debían nada los Nauarros a los Castellanos, los cuales en número podían sobrarles pero no en valor y fuerzas. Y que valiéndose Navarra de la compañía y favor y amparo de Aragón ayuntados los dos ejércitos, no solo defenderían muy bien a Navarra, pero aun serían poderosos para entrar en Castilla, y echar de sus reynos al mismo Rey. No contradijo en cosa alguna el Rey a lo que el de Navarra habló: sino que concluyó la conversación, con decir que estaría presto y en orden para cierto plazo con dos mil caballos, con tal que los Nauarros acudieren con otros mil para el mismo plazo y no en otra manera. Lo cual prometieron ellos de cumplir muy a su tiempo. Pero ni dieron el modo, ni mostraron la posibilidad para ello. Porque su Rey aunque quedó rico de la jornada y despojos de Vbeda, no solo estaba enfermo de la podagra que comienza por los pies pero aun enfermaba más de las manos, por tenerlas siempre muy atadas a la bolsa. Y así era fama que la mayor parte de los trabajos que por la guerra tenía, nacían de la avaricia, por no querer gastar, ni sustentar las guarniciones necesarias por las fronteras del Reyno, para hacer rostro al enemigo. De manera que, o por los dos males, o porque ya se hubiese arrepentido de haber privado del Reyno a don Thibaldo su sobrino, súbitamente dio muestras muy contrarias del concierto primero. Y de ahí adelante en las pláticas que se tenía de la guerra, comenzó a hablar con mucha tibieza y disgusto, sin dar calor a los negocios, sino respondiendo con algún fastidio a lo que sobre ellos le preguntaban. Mas no embargante esto, volvió el Rey a confirmar lo dicho y prometido, que fue de traer los mil caballos para la fiesta de pascua de Resurrección, y los otros mil para el día de S. Miguel de Setiébre y que los tendría en orden en los confines de Aragón y Navarra: siempre que los Navarros tuviesen los otros mil prometidos como está dicho, para el mismo plazo. Finalmente como quedase concertado que se vería otra vez en Tudela en la fiesta de Pascua: el Rey entendió en despedirse, y en tanto que se trataba de esto, pidió al de Navarra prestados cien mil sueldos. Los cuales le prestó don Sancho de buena gana, y se le ofrecieron por rehenes y prendas cuatro villas del Reyno de Aragón vecinas a Navarra, que fueron Herrera, Peñaredonda, Ferrel y Faxina. Recibiendo la moneda el Rey la empleó toda en beneficio del Reyno de Navarra. Porque las compañías de soldados que poco antes había mandado hacer en Zaragoza para otra parte, mandó venir luego a estar en guarnición y guarda de aquellas villas y castillos de Navarra que están en frontera de Castilla, hacia donde don Lope hacía sus correrías y entradas.

Capítulo V. Como se partió el Rey para Zaragoza, y de allí a Tarragona, y de los conciertos que hizo con don Pedro de Portugal por pasar al condado de Vrgel.


Se volvió (
volvióse) el Rey de Tudela a Zaragoza algún tanto desabrido, después de hechas sus promesas y conciertos con el de Navarra, y halló que andaban muchos rumores por la tierra, cerca del grande aparato de guerra, que el Rey de Túnez hacía para venir con gruesa armada sobre Mallorca, con ánimo de conquistarla para si. Esta nueva se confirmaba por lo que se sabía de ciertas naves de Genoveses y Pisanos que el mismo de Túnez mandó embarcar en el puerto de Bona de su reyno, y mucho más por las cartas que recibió el Rey de Santaugenia gobernador de la Isla, venidas con una fragata a gran prisa para avisar de lo mismo. Sintió mucho el Rey esta nueva, porque le obligaba a volver luego a Mallorca. Y así partió en la hora para Tarragona, a donde mandó convocar cortes para Catalanes y Aragoneses, llamando sobre todos a los que gozaban de caballerías de honor, y mucho más a los que tenían campos y heredamientos en la Isla, que les cupieron por la repartición hecha al tiempo de la conquista, para que a cierto día se hallasen todos puestos en orden en el puerto de Salou, donde él en persona se había de embarcar con el ejército para Mallorca. Entretanto que el Rey aguardaba la gente de Aragón y Cataluña, vino al puerto don Pedro de Portugal, a quien poco antes casó el Rey con Aurembiax condesa de Urgel, y le había hecho merced de algunas villas en el campo de Tarragona, y también la Condesa su mujer, que poco antes era muerta, le había dejado heredero del Condado: al cual recibió muy bien el Rey, y se holgó mucho con su vista. Y como por una parte desease hacerle todo favor y mercedes: y por otra mejorar el patrimonio Real para si, y a sus sucesores, pensó prudentísimamente lo que a los dos estaría bien. Que el Condado de Urgel, que era de los más poderosos y principales de Cataluña, no solo en fertilidad de campo, pero en valor y número de gente guerrera, se incorporase en la corona Real, y entrase en posesión del antes que don Poncio Cabrera por muerte del mismo don Pedro pretendiese haberlo: y que en recompensa, se le diese la Isla de Mallorca, y también Menorca en ser conquistada. Lo cual propuesto ante don Pedro, vino bien en ello, más por condescender con la voluntad del Rey, que así lo quería, y lo pedía con algún afecto: que por trocar la vida y asiento de tierra firme con la Isleña. Sobre esto hicieron su concierto y escritura de concordia. Que transferido y transportado por don Pedro en el Rey, todo el derecho por el testamento de la condesa su mujer le pertenecía al Condado de Urgel, transportase el Rey en el la señoría del Reyno de Mallorca, y derecho de Menorca, con las demás Islas conjuntas, siempre que se conquistasen, tomándolas en feudo, y poseyéndolas durante su vida, conforme a la costumbre y Ley de Barcelona: reservándose el Rey para si la fortaleza de la ciudad, dicha Almadayna, con las villas y castillos de Alaró y Pollença: y que fuese él y su ejército acogido en todos los otros lugares fuertes de la Isla mayor, siempre que menester fuese. Que don Pedro tratase bien y tuviese por amigos los que el Rey tenía en la Isla. Que muerto don Pedro, sus herederos quedasen con sola la tercera parte de la Isla, y la tuviesen con el mesmo feudo ellos y sus sucesores. Lo postrero, que de presente gobernasen las Islas en nombre y con poder de don Pedro, los mesmos don Pero Maça, y su compañero Sentaugenia gobernadores puestos por el Rey, por ser muy platicos en el gobierno y en la continua defensa de ella. Estos tratos y conciertos se hicieron allí en el puerto, presente Pedro Pérez justicia de Aragón, y los demás señores y barones que allí se hallaban. Los cuales loó y aceptó don Pedro, y con juramento solemne prometió de guardar en todo y por todo. Este fue realmente el derecho que don Pedro tuvo a las Islas de Mallorca y Menorca. De donde se collige ser fingido y fabuloso lo que refiere un antiguo historiador: que don Pedro por si mismo conquistó y sojuzgó estas Islas. Como sea muy averiguado, que vino de Portugal muy pobre y desterrado que ni tenía gente, ni dineros, para salir con tan grande empresa. Y aun si no fuera recogido y amparado por el Rey su primo, nunca él hubiera llegado a aquel estado de intitularse Rey de Mallorca. Demás que era hombre tan remiso y desaprovechado que no tenía ánimo para pensar en tan alta empresa. Porque amonestado por el Rey, se pusiese luego en orden para navegar, y ir a defender su reyno y Islas, y por esto le hiciese general del armada: fue tal su diligencia, que llegó el postrero de todos los señores y Barones del reyno al puerto, con solos cuatro caballeros de compañía, ya cuando el Rey había entrado en la galera, a donde le recogió con harto empacho y paciencia: por ser hombre don Pedro que cuanto más propinquo era en sangre al Rey, tanto más se le alejaba en magnanimidad y valor.


Capítulo VI. Como el Rey pasó a Mallorca, y sabido que el de Túnez no armaba, movió guerra contra los Moros de la Isla que se habían rebelado, de los cuales se rindieron la mayor parte.

Llegado ya el plazo para pasar a la Isla, ajuntada la armada y embarcados los trescientos caballos ligeros, con nueve compañías de infantería, gente muy lucida, que se hicieron en los dos reynos:
como aguardasen tiempo hecho, para hacerse a la vela, llegaron al Rey don Aspargo Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Ceruera antiguo y valeroso capitán que fue del Rey don Pedro, que entonces era monje de Poblete, hombres ya muy viejos, y le suplicaron muy encarecidamente mirase bien lo que hacía, y que por entonces no navegase, ni tantas veces tentase la fortuna que era variable por mar: ni con tan poca gente como llevaba, saliese en campo contra un tan poderoso Rey como el de Túnez: que sería mejor enviar a don Nuño capitán valerosísimo, tan platico en la Isla, y experto en las cosas de la guerra, para solo fortificar y defender la ciudad, hasta que su Real persona, con mayor ejército, y más gruesa armada fuese a socorrer la Isla: pero aprovechó poco su pía amonestación. Antes encomendándose el Rey en las oraciones y sacrificio
dllos se hizo a la
vela, y con viento próspero a tercero día llegó con la mayor parte del armada a la Isla, al puerto de Sollar. De donde tomó la posta y se puso en la ciudad antes que se supiese su partida de Tarragona. Al cabo de tres días llegó la otra parte del armada a la ciudad. Cuya tan impensada venida con su Real persona, espantó mucho a los de la Isla, aunque estaban tan apercibidos para la guerra que se holgó extrañamente de verlos, y los alabó mucho. Pasados XV días después de llegado, vino nueva cierta de África, por las espías que el Rey al punto que llegó a la Isla envió a Berbería con una fragata armada en hábito de mercaderes, como el Rey de Túnez ni hacía armada, ni por aquel año podía emprender jornada alguna, por estorbos y alborotos que se habían levantado en su Reyno, lo cual alegró mucho a toda la Isla. Hallándose pues el Rey libre de este recelo, determinó con el
ejército que trajo, y la demás gente que hizo en la Isla, hacer guerra de nuevo contra tres mil moros que se habían juntado y tomado las fortalezas de Pollença, Sátuer (Santver), y Alarò, y se defendían en ellas valerosamente con muy grande daño de toda la Isla, impidiendo la contratación de ella, robando y persiguiendo a todos los Christianos hasta los Moros de paz, porque no se ayuntauan con ellos. Era cabeza y capitán de esta conjuración y motín un valeroso Moro llamado Xuarpio. El cual como entendió que el Rey iba a buscarle con campo formado, no quiso seguir el mal ejemplo de otros capitanes Moros pertinaces, ni provocar al Rey a mayor ira contra si: sino que debajo de
honrosos conciertos y condiciones, hizo saber al Rey por medio de un cautivo Christiano que le envió, se pondría en sus manos con toda su gente. El Rey se holgó mucho de la demanda y prometió de cumplirla con las convenciones que el Moro pidió. El cual luego vino para él con toda su gente, dejadas las armas aparte, y le entregó las fortalezas que tanto importaban, señaladamente la de
Alarò, como antes dijimos, que también había tomado. Las cuales cobradas por el Rey, movido por la generosidad y buen trato de Xuarpio, a él y cuatro capitanes o cabodescuadras parientes suyos
hizo mercedes de campos y heredades, con otros beneficios de estima: y por su respeto perdonó a todos los que le siguieron, los cuales de allí adelante le fueron muy fieles. Demás destos había otros
dos mil rebelados que no quisieron darse al Rey por mucho que ofreció perdonarles, y tratarles como a Xuarpio y a los suyos: antes se subieron a los más altos montes de la Isla, donde se rehicieron, con otros más que se juntaron con ellos, y llegaron a número de tres mil. Mas pues quedaba ya la Isla poblada de Christianos, para poderles resistir: no quiso el Rey por entonces detenerse en perseguirlos, porno perder el tiempo, que tan forzado le era emplear en averiguar negocios graves con su presencia en los dos reynos, y mucho más en acudir al Rey don Sancho de Navarra, por ser ya llegado el plazo para verse con él.

Capítulo VII. Del recelo que el Rey tuvo, no mudasen de propósito los Navarros, cuyo origen, ingenios y costumbres se describen.

No fuera parte otra razón ni causa alguna para hacer desistir al Rey de la guerra comenzada, con los rebeldes de la Isla, que tanto se la inquietaban, sino el haber empeñado su palabra al Rey de Navarra de acudir con su caballería a Tudela para el día del plazo: recelándose del, no pretendiese con
este achaque de la tardanza, salirse de lo concertado entre ellos: según que a la despedida le dio algún indicio y sentimiento dello. Sospechando también de los Navarros, no pretendiesen lo mismo: así por seguir la opinión de su Rey, como por cubrir por esta vía su imposibilidad de poner en campo, y tener en orden para el mesmo plazo los mil caballos que habían prometido. Porque tenía muy conocidas las condiciones y costumbres de ellos, y temía que de ser ellos no menos cortos de paciencia que de posibilidad, no dejarían de culparle de tardo, sin tener consideración, que de su tardanza no se les había recrecido daño alguno, y así se dio toda la prisa que pudo por salir de la Isla, y ser luego en Navarra. Mas porque el recelo del Rey cerca la impaciencia y corta posibilidad de los Nauarros, no nos haga sospechar de ellos cosas que no sean dignas de tan esclarecida nación, y gente valerosa: será bien que hagamos una breve relación de lo que se entiende de sus usos
y costumbres, y que saquemos a luz sus generosas virtudes y señalados hechos, para que a respeto destos, sean de poco momento algunos descuidos (si se pueden llamar) de naturaleza, que se hallan en ellos, como en qualesquiere otras naciones los suyos, y mayores. Porque son los Navarros y Vizcaynos (a los cuales juntos llama Plinio Cántabros, y los pone en un cantón de la España, entre Septentrión y Poniente) gente que no solo en batalla campal, pero en los particulares desafíos de uno a uno, se han mostrado siempre valentísimos: y que de ser hombres de grandes fuerzas, puestos en el ejercicio de las armas, hacen un ánimo y pecho tan generoso, que no se ofrece en la guerra cosa por muy ardua y peligrosa que sea, que no sean ellos de los primeros en emprenderla. Viene les esto de su proprio natural y cosecha, y no por ser descendientes de los Godos, como algunos muy al revés de lo que pasa piensan. Como sea verdad, que la fama y
belicoso valor de los Cántabros antecedió muchos años y siglos a la venida de los Godos en España. Pues ya en el tiempo del Emperador Augusto Cesar, el Poeta Horacio llama belicosos a los Cántabros y confiesa el mismo Augusto, por lo que escribe del, Suetonio Tranquillo, que ninguna guerra tuvo en su vida más difícil, ni más peligrosa y dudosa, que la de los Cántabros. De los cuales se halla ser hombres,
y mujeres bien hechos, de afable rostro, y bien proporcionados miembros: aunque en común no muy grandes ni dispuestos, pero alegres, y en un punto coléricos. Son gente muy unida entre si, y muy aparejada para morir por la defensa de su patria. Los ingenios de si no son muy eminentes, sino cuando se cultivan, ejercitándose en letras, y en otras
qualesquier artes mechanicas, porque se aplican, y las trabajan más que otros; Puesto que de su natural inclinación y fines, son todos casi iguales, y desean unas mesmas cosas, señaladamente los Vizcaínos: de los cuales a este propósito dijo uno, que no había más de un Vizcaíno en el mundo. Demás que son tan amigos de guardar
siempre unas mismas costumbres de vida, y trajes de vestir, que apenas solían permitir se les apegase algo de los extraños. Su lenguaje se cree comenzó en ellos, o que es la primera lengua que se habló en España. Y por eso es burla creer, les quedó de los Romanos, o Godos, porque no hay lengua más diferente de la suya, que la Española moderna, así Castellana como Aragonesa, con haber nacido estas dos de la Romana (como adelante probaremos) pues demás de ser muy obscura y remotísima del común hablar de España la Vizcaína, apenas se puede bien pronunciar, y ni escribir,
según lo afirma Pomponio Mela. Tampoco se cree haber salido del lenguage de los Godos, por ser muy diferente del Vizcayno lo que se halla escrito dellos. Asimismo son los Vizcaynos y Nauarros
pobres de vocablos propios y aquellos en el hablar
preposteramente collocados. Lo que se entiende dellos, cuando recién salidos de su patria hablan en Romance, porque las más veces, o han de usar de superfluos circunloquios para declarar sus conceptos, o en medio de la plática callar, y así hablan más sobre pensado. De aquí es que en la fidelidad, a la cual es proprio el silencio, exceden a las otras naciones, y huyen de los que mucho parlan, como de que quien mucho yerra: y como tienen el ánimo bueno y sencillo, es tanta la estima y cuenta que hacen de su hidalguía, como del más fino instrumento que se puede hallar para mantener fama y honra, que constituyen su principal riqueza en gozar de ella, mas la tienen en tanto, que por ella morirá así el pobre como el rico, así el pequeño como el grande, puesto que no haya sujeto de hacienda para mantener el estado della. Con esta
su grandeza de ánimo han emprendido por mar y por tierra hazañas muy arduas y valerosas, y que han salido con ellas. Porque no se ha de poner en lo ínfimo de sus hechos, que por mucho que los
conquistaron los Moros, no fueron del todo echados de sus tierras, y patria, y que también fueron los Navarros de los primeros que las cobraron de los Moros, y los echaron dellas. Sobre todo porque de tal manera han conservado siempre la verdadera fé y religión Christiana, que jamás se halla haber poco ni mucho discrepado de ella. Por donde se concluye de ellos, que según su valor y ánimo, son pocas las tierras y reyno que poseen. Y así (volviendo a la historia) se entiende que no fue falta de ellos, sino de la tierra, no haber puesto en campo la caballería prometida. Y que por eso tanto menos razón hubo para zaherir al Rey la tardanza. Cuya magnanimidad y valor fue tanto, que no embargante que los Navarros, muerto su Rey don Sancho, no dieron lugar a que el Rey se valiese del prohijamiento, les fue padre, y les tuvo siempre por hijos, pues en la primera y segunda vacante del Reynado (como adelante se verá) nunca les faltó, antes los defendió y amparó del Rey de Castilla con su persona, ejército, y hacienda por muchas veces. De manera que por acudir a
Navarra, se despidió de la Isla, dejando por gobernador a don Pero Maça en ella: al cual hizo merced de la villa de san Gairén (
Gayren). Porque con el mesmo orden que había repartido en la ciudad las casas, y defuera los campos y heredades, así a los principales de su consejo, y del ejército, había hecho mercedes de pueblos y Baronías. Tabien dexo al mesmo Santaugenia por compañero de la gobernación a don Pero Maça: y encargó mucho a los dos, que aparejasen lo necesario para la guerra y empresa de Menorca, porque volvería muy presto para solo entender en la conquista de ella.

Capítulo VIII. Como el Rey volvió a Tudela, y hallando a don Sancho disgustado por no haber llegado al plazo, se despidió del con buena gracia, y de lo que pasó con un soldado que halló en la antecámara.

Partiose luego el Rey de la Isla con solas tres galeras, y a tercero día aportó en Tarragona. De allí hechos algunos negocios, que no faltaron, de la provincia, pasó a Zaragoza, a donde se le ofrecieron algunos bien importantes, pero los unos resolvió, los otros dejó comenzados para averiguar a la vuelta de Tudela, donde se daba extraña prisa por llegar antes que se supiese de su venida. Pues como entendió que el Rey don Sancho siempre estaba en Tudela, se partió a verse con él con los mesmos don Atho su mayordomo, Lizana, Moncada, Pedro Pérez que fueron antes con él a Tudela, salvo don Pero Maça que se quedó en la Isla. Como llegase a vista de la ciudad saliole a recibir don Pedro Ximeno de Valtierra nobilísimo caballero de Navarra, y de antes conocido del Rey, al cual notificó como don Sancho su Rey estaba, muy desabrido contra él por no haber acudido su Real persona para el día de Pascua con la caballería prometida. Como oyó esto el Rey, tanto más deseó verse luego con el de Navarra, y llegado a Palacio, se entró para él, que le halló en el mismo retrete y cama donde le dejó. Luego le significó las justas y bastantes causas de su tardanza, y de cuan grande y evidente peligro había librado la Isla con su presencia, y cuan necesario le había sido el detenerse en ella, o se perdiera todo. Mas que de su tardanza no recibiese pena, que la recompensaría con añadir doscientos caballos más a los dos mil que tenía prometidos para ayuda de la guerra: sobre la cual en este medio no hallaba que se hubiese innovado cosa alguna ni hecho movimiento por el señor de Vizcaya: y así no había por qué culparle por la tardanza. Que en fin estaba prompto y en orden para acudir con su caballería, si también lo estaban los mil caballos de
Navarra. Pero que se maravillaba del poco estruendo de armas, y de los pocos, o ningún caballo que había hallado en la ciudad, ni fuera de ella: que mandase hacer muestra general, porque juntados los dos ejércitos iría él en persona con ellos a echar a fuera los Castellanos, y presentarles batalla. Como el Rey acabase su razonamiento, y aguardase la respuesta de don Sancho, y ninguna le diese, antes mostrase le fatigaban mucho sus males, saliose un poco fuera del retrete, y vio un soldado con semblante de valeroso y platico, que andaba triste y pensativo paseando por la antecámara. Al cual
preguntó quién era, y qué negocios de palacio le distraían de la guerra, de qué ejército venía allí enviado. Vengo, dijo el soldado, con
recaudos del capitán de las compañías y gente que está
en guarnición y guarda del reyno por las fronteras, para significar al Rey, como se ofrece una muy buena ocasión para hacer salto sobre don Lope y los Castellanos en cierto puesto donde han de
acudir, para que ninguno dellos escape de preso o muerto, con solos doscientos caballos ligeros que de nuevo le provean: y con haber hoy cuatro días que vine con este despacho, no se me ha dado lugar para hablar a su alteza. Alterose tanto el Rey de oír esto, que sin avisar primero, tomó de la mano al Soldado, y se metió por el retrete adentro, quejándose al mismo don Sancho de la flojedad
de los suyos, por dejar perder tan buena ocasión como se les ofrecía para triunfar de sus enemigos, haciendo contar al soldado lo que pasaba, a lo cual añadió el Rey que le proveyese de vituallas
para unos catorce días, que partiría luego con su gente para ellos, y los acometería. Mas don Sancho, o que por sus dolencias estuviese muy fatigado, o por causa de Thibaldo su sobrino que ya era vuelto en su gracia, hubiese mudado de propósito, y se arrepintiese del prohijamiento hecho, fuele muy pesado todo cuanto el Rey le decía. El cual como entendió que don Sancho ni quería proveer lo que convenía para beneficio de su reyno, ni tampoco en cosa alguna valerse, ni
aprovecharse de sus ofrecimientos, y que era perder tiempo porfiarle más sobre ello: mostró que estaba siempre prompto y en orden para cumplir lo prometido, y con esto se despidió del y de los Navarros. Y pues se hallaba libre desta guerra determinó volver a Zaragoza, y de allí pasar a delante a los confines del reyno de Valencia, por reprimir las entradas y correrías que los Moros hacían en los dos reynos, y para dar orden como acabar la guerra de Mallorca contra los rebelados.


Capítulo IX. De las nuevas que el Rey tuvo de la guerra de Mallorca, y de la venida de los gobernadores a persuadirle pasase a ella, porque a solo él querían rendirse los Moros.

Partiendo el Rey de Tudela vino a Thauste pueblo antiguo camino de Zaragoza, a donde encontró con unos mercaderes de Cataluña que pasaban a Navarra. A los cuales preguntó qué nuevas
había en Barcelona de la guerra de Mallorca, respondió uno de ellos, como se decía por muy cierto, que los Moros que se habían rebelado en las montañas estaban fuertes: y que por mucho que los gobernadores de la Isla con su ejército daban en ellos, y con diversas escaramuzas los habían muy maltratado y muerto a muchos, todavía se defendían con gran daño de los Christianos, a los cuales salteaban por los caminos, y hacían muy grandes robos y muertes por la Isla. También se decía que con la esperanza que los Moros tenían de la venida del rey de Túnez en su socorro se entretenían, sin quererse dar a ningún partido. Puesto que el día que partimos de Barcelona se dijo, como trataban, de concierto con los gobernadores: pero que no se tenía por nueva cierta. Agradecioles el rey la relación hecha, y no dejó de creer algo de lo que le dijeron. Estando pues con algún pensamiento y recelo de lo que sería, llegó un correo de a caballo con cartas de los gobernadores de la Isla, que eran llegados a Zaragoza, avisando como para el día siguiente serían con su alteza. No dejó el Rey de recibir mayor alteración de esta nueva que de la que los mercaderes le dieron, y así pasó toda aquella noche con el mismo recelo. Venida la mañana levantose antes del día, y dichas sus devociones estando oyendo misa sintió grande estruendo de gente de a caballo que entraba por palacio y sabido que eran los gobernadores, que partieron de Zaragoza de buena madrugada llegaban en aquel punto, acabada la misa mandó que entrasen. Como los vio el Rey: sospechando que no sin muy grande causa, y necesidad urgente, venían los dos juntos, pues dejaban la Isla sola: después de haberlos muy bien recibido y abrazado con mucho amor y muestra de alegría, venciendo con su magnanimidad el sobresalto y mala sospecha que de esta venida tenía, preguntoles medio riendo. Quereys me ya decir como la Isla es perdida? O que se la ha sorbido la mar, o que la han vuelto a cobrar los Moros con el favor del Rey de Túnez? y que solos vosotros habéis escapado de las manos dellos para traerme la nueva? Los pilotos han desamparado la nave, sin duda que es perdida. A estas palabras, haciéndose adelante don Pero Maça por atajar la mala sospecha del Rey, respondió. No querays, Rey y señor nuestro, atormentaros con tan engañosa sospecha: ni a nosotros privarnos de la buena opinión que para con vos hemos siempre ganado. Mas presto pensad de la Isla y de nosotros, que si no quedase sana y salva a vuestra devoción y servicio, y tan segura como está la nave con buenas ancoras en el puerto, que los pilotos nunca la dejaran, ni jamás apartaran la mano del timón, y gobierno de ella. Antes por haberla dejado muy a recaudo y segura, os traemos
una nueva muy alegre, y no menos honrosa para nosotros que útil y provechosa para toda la Isla. La cual porque no
menospreciassedes, no creheyendola: ni la desechassedes por falta de no haber bien
entendido lo que pasa: pensad cual ella es, que venimos los dos en persona a darla. Sabed señor que los Moros que poco ha, al tiempo de vuestra partida, dejastes en la Isla rebelados y retirados a la montaña, han hecho tantos daños y males por toda ella, que otra vez nos han traido casi a punto de perderla, y a nosotros con ella. Y así ha sido necesario hacerles de nuevo guerra, y ir a perseguirlos dentro de sus cuevas con campo formado. Mas como no
pudiessemos sacarlos de ellas, y en volver las espaldas luego se esparciesen por la Isla a hacer sus acostumbradas cabalgadas, determinamos de subir a los montes más altos a talar y destruirles sus campos que allí tenían muy cultivados, y cogerles el infinito ganado de que se mantenían. Lo cual fue parte y causa, para que acometiéndoles de partido lo escuchasen. Aunque las condiciones que pedían eran muy a gusto de ellos, y que tiraban a toda libertad. Las cuales nos pareció no admitir, por no concluir cosa tan perniciosa, como era dejarlos a toda su libertad, sin vuestra Real autoridad y consulta: ni tampoco desecharles del todo su demanda: por que ellos como desesperados no se arrojaren sobre nosotros, y como tales hiciesen algún grande daño y destrozasen los nuestros. Porque a causa de haberlos tan maltratado así en las escaramuzas como en haberles talado sus campos, y quitado el ganado, están tan mal con nosotros, que se han juramentado a que, o a ningún otro se rendirán que a vuestra Real persona:
o que a muy gran costa de nuestras vidas perderán las suyas ante nosotros. Por tanto señor os suplicamos que os deis toda prisa, para que con vuestra pronta ida y presencia, entendáis en apagar del todo esta centella que tantas veces vuelve a revivir, para el continuo incendio y ruina de la
Isla. Porque si os detenéis, haced cuenta que dentro pocos días quedaréis sin ella. Pues el Rey de Túnez en quien siempre confían estos perros y le llaman, por una parte, y la Isla de Menorca por otra, con las otras dos propinquas, como miembros que son de la mayor, viéndoos absente se nos atreverán a hacer cruel guerra, por cobrar su cabeza.

Capítulo X. Como determinó el Rey de pasar a la Isla, y del testamento que hizo, dejando por su universal heredero a don Alonso su hijo.

Oídas por el Rey las buenas razones de don Pedro, con tan mejoradas nuevas de las que había entendido antes de los mercaderes, se holgó mucho con ellos, y se animó en grande manera para pasar de nuevo a Mallorca. Y así mandó recoger ciertas compañías de soldados que para la conquista de Menorca tenía ya hechas. Y luego sin más detenerse en Zaragoza que de paso, se partió para Tarragona, por dar prisa a la embarcación. Puesto que atendiendo a lo por venir, y porque andando de cada día envuelto en tantos peligros de guerras y continuas navegaciones, si falleciese improvisadamente, no quedase confusa para los suyos la sucesión de sus reinos, hizo testamento de nuevo, e instituyó a don Alonso su hijo único, a quien la Reyna doña Leonor su madre criaba en Castilla, por su universal heredero y sucesor en todos sus reinos y señoríos, así de Aragón, como también del Reyno de Mallorca después de los días de don Pedro de Portugal, y de los Condados de Barcelona y Urgel, del Principado de Mompeller, con todos los otros estados que por tiempo conquistase por su mano. Mandando a todos los grandes y señores de título, y a los Barones de sus reinos, y a las ciudades y villas Reales, que le tuviesen por legítimo y universal heredero suyo, y por tal le obedeciesen. El cual si muriese sin hijos, sustituya por heredero con las mismas condiciones a su primo hermano don Ramón Berenguer Conde de la Prohença y sus hijos y sucesores. Faltando todos estos, a don Fernando su tío: para que aplacase su antigua cobdicia de reynar, solo por sus días, por ser ya monje profeso, y que no se podía casar. Después deste constituyó herederos los más propinquos parientes de la casa y sangre Real. Así mismo estando con algún recelo de la institución y crianza de don Alonso, después de haberle mucho encomendado, y puesto debajo del amparo de la santa sede apostólica, mandó que tuviesen el cargo de criarlo, y bien instituirle el buen viejo don Aspargo Arzobispo de Tarragona, por haber sido el que instituyó a él, y le tuvo en sus brazos al tiempo que le juraron por Rey en las primeras Cortes que tuvo en Lérida: y también a los maestres del Ospital y Temple de la corona de Aragón, y a don Guillen Ceruera monge de Poblete. Mas declaró, que por cierto tiempo le tuviesen en la fortaleza de Monzón, donde él había tomado su crianza y primera disciplina del comendador Monredon, al cual, si vivo fuera, se lo encomendara. Finalmente quiso que esta sucesión fuese válida, si doña Leonor, y el Rey de Castilla, en cuyo poder estaba el Príncipe don Alonso, lo entregasen liberalmente a los
tudores nombrados, y que entrase en posesión de los Reynos pacíficamente, no por fuerza, ni con mano armada. El cual testamento fue firmado, y publicado en Tarragona, en presencia del mismo Arzobispo, del Abad de Poblete, y de fray Pedro Cendra, religioso doctísimo y de muy santa vida, que entonces era Prior del convento, y monasterio de Predicadores en la ciudad de Barcelona, y don Guillen de Moncada, y de otros grandes y barones de los dos reynos. Del cual testamento y sucesión del Príncipe don Alonso, se siguió muy grande contentamiento y aplauso por todos los reynos.


Capítulo XI. Como pasó el Rey por tercera vez a Mallorca, y determinó conquistar a Menorca,
cuyo
aßiento y excelencias de Isla se describen.

Hecho que fue y publicado el testamento muy a gusto del Rey, y de todos cuantos lo oyeron (puesto que no se había de poner en ejecución cosa de las que en él se contenían, sino en caso que falleciese el Rey) entendió luego en embarcarse con los señores y Barones nombrados, en dos galeras, y otras naves y bajeles que llevaban las compañías de Infantería que habían de quedar en la Isla, y partiendo de Salou, a tercero día aportó con toda la armada en la ciudad de Mallorca. Lo primero que el Rey hizo en desembarcar fue subir con los Canónigos y Clero que le salió a recibir en procesión, a la iglesia mayor, donde se holgó extrañamente viendo la obra que iba muy adelante, con tan admirable y suntuosa traza, cuanto de ningún otro Templo él había visto: del cual estaba la capilla mayor acabada. Allí hizo infinitas gracias a nuestro Señor y a su bendita madre, por tan felices y prósperos successos que por tierra y por mar siempre le concedían. Luego tuvo consejo de guerra con los principales capitanes y maestre de campo, que allí se hallaba el comendador Serrano del Temple expertísimo en guerra, y con ellos don Assalid Gudal, y los dos gobernadores de la Isla, con los demás que en el precedente capítulo nombramos. Ante los cuales propuso la conquista que determinaba hacer de la Isla de Menorca, por lo mucho que importaba para la conservación y defensa de Mallorca: antes que los de Túnez y de la Berbería se apoderasen della, y le naciese allí un cruel
padrastro para siempre inquietarla: por ser Isla muy fértil y con los puertos y fortalezas que tenía, muy bastante para mantener ejército: y que por eso cumplía anticiparse a tomarla. Pues como a todos pareciese bien la proposición y deliberación del Rey, determinose la conquista della: y que los soldados bisoños se quedasen en la ciudad, y los platicos entrasen en dos galera y fuesen a Menorca con el orden secreto que se diese a los capitanes de ellos. Y así se armaron luego y abastecieron las dos galeras, en las cuales se embarcaron dos compañías de Infantería muy platica y
lucida, y se partieron para Menorca. Esta es la menor Isla de las Baleares, la cual tiene a Mallorca casi (
quasi) al poniente, y dista de ella (según Plinio, y el Rey en su historia) XXX millas, hasta el cabo de Formentor, al cual responde enfrente el puerto de una pequeña, y bien fortalecida ciudad, que llaman Citadela: que está fundada en alto sobre el puerto bien seguro y ancho: y es muy deleitosa, por estar rodeada de arrabales, y caserías, con su campo muy fértil y plantado de frutales y arboledas, entretejidas con mucha hortaliza (ortaliza) y yerbas saludables. Puesto que según la opinión de Marsilio, que escribió esta historia, solamente es buena para criar todo género de ganados mayores y menores, y no para todos granos ni mieses. Pero Tito Livio, y la experiencia dicen, y muestran, que su campo es muy fértil, y hábil para producir todo aquello que produce el de Mallorca. Hay dentro de la Isla muy grandes montes, aunque no tan ásperos y levantados, ni tan cavernosos como los de Mallorca. En el más alto de estos en medio de la Isla, había edificado un palacio grande y casa de placer donde se recreaban los Reyes Moros, todas las veces que pasaban a
ella. En la cual se hallan cuatro puestos, que son la Citadela, Serinao, Fornel, y Mahò. Este es el más famoso de toda la Europa porque es muy ancho y muy seguro: y se nombro así, del Capitán Magon hermano de Anibal famosísimo capitán de Carthagineses. Los cuales poblaron esta Isla que está al septentrión de ellos. Según en ella quedan aun señales y memorias de los pobladores. Y no falta quien escribe que nació Anibal en ella. De suerte que Mahón y Ciudadela, como principales, y más seguros puertos de la Isla, tenían guarnición de gente de guerra
sujeta a los corsarios, y estaban en defensa.
Capítulo XII. Como llegaron las dos galeras a Citadela, y saltó la gente en tierra, y del ardid que usó el Rey con los de la Isla para que se le entregase luego.

Llegaron las dos galeras con los soldados viejos a tomar puerto en la Citadela, sin que ninguno de la tierra se los estorbase (
estoruasse) y luego saltaron en tierra, y publicaron ser gente Christiana, enviada por el Rey Christiano de Mallorca, y trataron con el gobernador de la Isla por sus intérpretes, notificándole, que pues su Rey antiguo de Mallorca había sido vencido y sojuzgado por el Rey de Aragón, y la ciudad porque no quiso luego rendirse, fue tomada por fuerza de armas y saqueada, con tanto derramamiento de sangre, y los demás daños que padeció, que por eso tuviesen los de la Isla por bien de rendirse y entregarse a toda merced del mismo Rey, que de su condición era tan benigno y piadoso, que les haría toda merced, y consentiría se quedasen con sus casas y posesiones pacíficamente en ella. De otra manera, no queriendo darse a buenas, supiesen que habían de padecer mayores crueldades y muertes que la ciudad de Mallorca, y que los echarían de la Isla. Como oyeron esto el gobernador y principales de ella, que luego fueron allí todos, y sabían muy bien todo cuanto había pasado en Mallorca, pidieron tiempo para tener su consejo y dar la respuesta. Y luego les presentaron mucha cantidad de pan y carnes, pasas y higos para que en el entretanto comiesen sin desmandarse por la ciudad, y ellos se entraron en la fortaleza: donde mientras trataban de rendirse, puestos a unas ventanas que miraban a Mallorca, el Rey que quedaba en ella con parte del ejército, acompañado con tres de a caballo se subió en un monte, que es un principal cabo de la Isla llamado, como dicho se ha, Formentor, o de Menorca, porque la mira de allí, y está enfrente de la Citadela. Esto era al tiempo que anochecía, y pensando el Rey en lo que harían los soldados, y el entretenimiento que podrían hacer los de la Isla por no darse, usó deste ardid con ellos, y como lo pensó le sucedió. Porque llamó a los capitanes que le seguían, para que mandasen a los soldados que en un mismo punto cada uno encendiese las retamas en diversas partes del monte, señaladamente donde más se descubrían a la Citadela, de manera que les pareciesen diversas hogueras y para los que las viesen de lejos representasen lumbres de algún grande ejército. A donde como echasen los ojos los de la ciudad, que estaban en la fortaleza, conjeturaron, que aquella visión, o prodigio, no significaba, ni era otro, que de algún grandísimo ejército de los Cristianos que estaba muy en orden, aguardando lo que ellos responderían a las condiciones y partido que se les había ofrecido de parte del Rey: para que en sabiendo que no querían darse, y que rehusaban su clemencia, fuesen luego sobre ellos. De suerte que alterados por la visión, y atajados del miedo luego sin más consulta determinaron darse a toda merced del Rey. Para esto llamaron a los capitanes Cristianos, y quien abiertas las puertas de la fortaleza libremente se la entregaron con toda la Isla. Solo suplicaron se les permitiese a todos los de la Isla quedar en ella, y no ser echados a otra parte: pues prometían servir al Rey, y a sus oficiales fidelísimamente, como perpetuos esclavos. Con esta nueva despacharon luego los capitanes para el Rey una fragata con el principal dellos, y llegado ante el Rey hizo relación de todo lo que había pasado en la Citadela, y como realmente pensaron los Moros, vistos los fuegos del cabo de Menorca, eran de algún muy grande ejército que venía sobrellos, y con esto luego en aquel punto se rindieron. Holgó mucho el Rey del próspero successo, y pacífica entrada de la Isla. Y así mandó que la tomasen a toda merced suya, y les asegurasen personas y haciendas con lo demás que pedían. Tomada la fortaleza y pueblo de la Citadela con todos los otros puertos y pueblos de la Isla, sin permitir dar a saco tierra alguna: el gobernador con otros principales de la Isla fueron llevados en una de las galeras al Rey, y en saltando en tierra todos se le postraron a los pies con su ceremonia morisca, y besada la rodilla se le rindieron como a su señor y Rey en su nombre y de toda la Isla.


Capítulo XIII. Como los Moros rebeldes en sabiendo que Menorca era tomada, se rindieron al Rey, y les perdonó, y como dejando puestos gobernadores en las dos Islas se volvió para Cataluña.

Desta manera que habemos dicho, se sojuzgó, y vino en poder del Rey la Isla de Menorca, cuya nueva fue luego divulgada por toda Mallorca. Pues como los Moros rebeldes de la montaña, que
hasta allí se estuvieron a la mira, y no cumplieron lo que habían prometido a los gobernadores de entregarse a la persona (psona) del Rey en llegando, entendieron que Menorca se había rendido, y la benignidad y todo buen partido que el Rey había usado con los de la Isla: en el mismo punto salieron de sus montes y cuevas, y sin esperar la presencia del Rey, se esparcieron por los
caminos, y a cualquier soldado Christiano que encontraban, se le echaban a los pies y se le rendían, pidiendo perdón a voces. De lo cual gustó mucho el Rey, y fue muy reída (
reyda) la burla por todo el ejército. Y habido consejo sobre lo que dispondrían (dispornian) de los Moros rebeldes, fueron los más condenados a perpetuos esclavos, y trasladados a vender en la tierra firme. Puesto que algunos probando como fueron forzados por los otros ha haberlos (auerlos) de seguir en la rebeldía, cobraron por merced del Rey parte de sus campos y caserías, y quedaron en la Isla obligados a servir con sus personas, y haciendas en los edificios y obras públicas de ella. Concluida esta guerra de la montaña, quedando ya el Rey absoluto señor de las dos Islas, se detuvo dos meses más en ellas, y mandó al uno de los gobernadores residiese con buena guarnición de gente la mayor parte del año en Menorca, en guarda de la Citadela, por ser de allí el más breve paso de mar de la una a la otra Isla, para que se ayudasen y de noche se hiciesen señales de paz y de guerra con fallas de fuego. Hecho esto, de lo que más se preció el Rey fue, dejar la Isla mayor muy fortificada de gente y armas: mandando reedificar los castillos y torres de las atalayas que estaban en los puertos y calas de mar alrededor de la Isla, y donde no las hubiese, siendo necesarias, que se edificasen de nuevo, poniendo en ellas guardas contra la furia de los corsarios de Berbería. De aquí vino que toda la Isla está cercada de torres y atalayas. Esta guarda encargó mucho el Rey a los caballeros y barones que tenían campos y lugares en la Isla: certificándoles usaría de todo rigor, y condenaría so graves penas, a los que en esto se houiessen con descuydo, señalando la psona de don Pedro de Portugal, a quien, como está dicho, el Rey había dado las Islas por su vida. Pero llegó a tanto su flojedad y tibieza, que hecho de si todo el gobierno y cuidado dellas, porque no quería quedar allí, según por todas vías procuraba de volver a tierra firme. Por esta causa, no mucho después, el Rey conquistando el Reyno de Valencia, le dio ciertas villas en él, las cuales recibió don Pedro de buena gana, y contento de la recompensa, renunció libremente en el Rey todo el derecho que a las Islas tenía, como adelante diremos. De manera que cesando las guerras, vuelta Mallorca a su buen gobierno de paz, y a ser bien cultivada la tierra, creció tanto la fertilidad y abundancia de ella, en frutos y las demás mercaderías de la tierra, que se restituyó en su trato y comercio primero, con todas las partes marítimas de la Europa. De suerte que así por la ocasión de su fertilidad, y de las muchas mercaderías que a ella se traen, como por las que a la Isla sobran y se llevan a todas partes, no solo volvió a su opulencia antigua: pero también por las continuas contiendas y escaramuzas que su gente tiene con los moros corsarios de África, es más belicosa y ejercitada en armas que ninguna otra.
Fin del libro octavo.

Libro primero

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.



Capítulo primero. De las causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.

La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron, y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina, dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos en ellas.

resposta, oc o no, Catalunya, 1461, los deputats del General, Principat de Catalunya


Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor (del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos (alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla. Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado. Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo, que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima (según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares, si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego, o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides, sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina, pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De donde al tratar de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados, acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía, cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero. Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han revuelto en los tres reynos de la corona todo para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la mano del Rey a la de todos los demás:
por una principal razón que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido, mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron, porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su historia.

Capítulo II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con la hija del Rey de Castilla.

Don Alonso el segundo (comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de Cataluña (los cuales
dos estados comprenden gran parte de la España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda, por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió dar su hija por mujer al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España, entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.
Capítulo III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller por casar con ella.

A esta sazón el Emperador Manuel, sin tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón, encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes
trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque, que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados, y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia. Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora, viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con la Princesa su
huéspeda, y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho, después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.

Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su consejo.

Oída por el Senado de Mompeller la proposición hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público, platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda, lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas, junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada, hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos, o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno, ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás. Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla, por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan. Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo, e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio: así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo, será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada hazaña.


Capítulo V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se celebraron las bodas y parió una hija.

No se abrió la puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad, sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello, diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea, tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo la buena
fee y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes? Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto, aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio, pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla; adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados, y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron. Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.

Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.


Después de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen: siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana, siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a propósito de la misma historia.


Capítulo VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.

Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos) acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor, sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los Condados de Rosellón, y
Pallâs, los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el Condado de la Proença de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce, entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón, y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande triunfo de esta victoria para Zaragoza.
Capítulo VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde su primo se casaron hubieron sendos hijos.

Residiendo el Rey en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien, o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba
a la mano al Rey en las cosas del gobierno. Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey acometido de echar a su madre fuera de él (fuera del). Mas por quitarse de tan mala ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella, mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer, como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque fue desgraciado como se dirá adelante.


Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la sede Apostólica.

Viéndose el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden, como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de Ostia,
doce millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río Tiber arriba, fue honrosamente recebido de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el Senador con el pueblo Romano, y le entraron por la puente, que agora llaman de Sixto, en la ciudad, y fue llevado como en triumpho a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado. El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según el antiguo uso y cerimonia, recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y solennidad, acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este templo por Pedro Obispo y Cardenal de Portu, (de cuyo districto se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el sumptuosisimo y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero (cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo doscientos y cincuenta mahozemutos de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y valía cada mahozemuto seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (de a y) adelante pudiesen tomar la corona real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y exemptos los había hecho pecheros, según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista) Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices latinos.
Capítulo X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como fue allá.

Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no se
sufría tomar mujer sino de ygual sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas: puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más priesa a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los grandes, y los del consejo real, no diuertiesen al Rey de este casamiento. Por eso procuró con mucha arte y maña de atraerlos a todos a su parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron. Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón, para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos (por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto, no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija, por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de nuestro gran Rey don Iayme.
Capítulo XI. De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.

Conforman todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo, pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad, como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien, muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor, determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca, que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey, ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la
Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el concierto fuese para luego.


De manera que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala, fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella: no consintiendo la Reyna que otri que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó muy atento, hasta que vencido del sueño se adurmió, y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como adelante diremos.
Capítulo XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.

A esta sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en orden con todas sus gentes para la general defensa de España. Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del
bouage que era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado. De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los reynos
de Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro, aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el
viii, repartido entre los ejércitos de Aragón y Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.

Capítulo XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños misterios que en su bautismo acaecieron.

En este medio la Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era, para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los
Tornamiras, por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un infante muy formado y bellísimo, el primer día de Hebrero en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M. cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.

Cuando comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el cántico
Te Deum laudamus, a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel. Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles, en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas, con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase, como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno, estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto
pleyto contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá, fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años, tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos, aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo padre.
Capítulo XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor contra todos.

Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por suficientes causas que doña María antes que casase con él había consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos hijas de él y que siendo este mismo
vivo, sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado por nullo el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella. Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde, pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con un
rescripto, por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don
Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos. Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona, para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios, determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio sentencia, y declaró el Papa, que Guillen
pretenso hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo. Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó pacifica señora de todo su estado.

Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía que se levantó en la ciudad de Albi.

Al tiempo que esto pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía. Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey, que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde, porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge, por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna, renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S. Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de ella condenados a privación de sus estados y señoríos, aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.


Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató su real persona.

Crecía de cada día el rencor y enemistad que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos, como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba, que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella, se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.

Y así encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente. Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría y gloria de la victoria.

Fin del libro primero.

Continuar con el segundo libro