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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro tercero

Libro tercero de la historia del Rey don Iayme de Aragon, primero deste nombre, llamado el conquistador.

Capítulo primero. En el cual se prueba como el Rey acabó con triunfo la guerra de Albarracín, y por qué causas los de su consejo determinaron de casarle antes de tiempo.

La guerra de Albarracín, que acabamos de contar en el precedente libro, aunque a la opinión de algunos, (mirando lo que pasó de hecho) parece, que no paró fin alguna mengua del Rey: si consideramos el buen fin que tuvo, hallaremos que no menos sucedió en triunfo suyo, que a gloria de sus enemigos. Pues como no quedó menos victorioso el capitán, a quien voluntariamente se le rindió la ciudad, por haber conquistado los ánimos de los ciudadanos que si la tomara por fuerza de armas: así parece que el Rey con semejante suceso, no solo cubrió su padecida perdida, pero sacó de ella muy esclarecida victoria. Porque apenas mandó levantar el cerco de Albarracín, cuando le salió al camino el mismo señor de ella, a suplicarle con toda humildad le perdonase, y se entregase de su persona y ciudad, pues hasta la
juridicion della, que por fuerza de armas no pudieron alcanzar los Reyes sus predecesores, a él se daría con toda liberalidad. De manera que como siempre fue más preciado lo que se da de voluntad, que lo que se toma por fuerza, así no fuera para el Rey tan grande triunfo haber entrado con violencia en la ciudad como el haberse metido por los corazones de los señores de ella, para quedar más glorioso señor de todo. Así lo sintió Fabricio cónsul Romano cuando Pyrrho Rey de los Epirotas en la guerra que tuvo contra los Romanos, le envió sus embajadores con un muy rico presente de vasos de oro y plata, por atraerle a su devoción. Mas el cónsul después de rehusado el presente, respondió muy sin respeto a los embajadores, supiese su Rey, que los Romanos, no tanto tiraban a coger el oro, cuanto a los que le poseían. Conforme a esto nuestro Rey, con la voluntad y entrego que el señor de Albarracín le hacía de su ciudad y persona, no solo pudo más que los Reynos de Aragón y de Castilla, que viniesen sobre Albarracín, y sin hacer efecto se fueron (como arriba contamos), pero engrandeció su autoridad real, y con la humildad con que también se le entregó don Rodrigo, confirmó el poder y mando que de allí adelante tuvo sobre los dos. Con todo esto y siendo los principales señores y barones que con el Rey venían, señaladamente los que regían su persona y estados, que por sus rencillas y particulares intereses, llevaban el regimiento confuso, y que había de redundar en daño suyo, y llover sobre ellos cualquier disminución y quiebra que a la autoridad y persona real se siguiese. Demás que * feudo deshechas, ni acabadas, * que de cada día revivían las parcialidades de don Sancho y don Fernando, a los que les ellos habían * ofendido, así en haber hecho quitar al uno la gobernación general del reyno, como al otro el cargo y custodia de la persona del Rey, que no dejarían de procurar de atraerle a su opinión para mejor vengarse de ellos. Por estas y otras causas comenzaron a mirar por si, y consideraron que convenía para la confirmación del Rey y de ellos, usar de algún medio con que engrandecer la autoridad del Rey, y confirmar su obediencia y mando para con los pueblos, quedándose ellos siempre con el cargo de la persona real y gobierno del reyno. Para esto sirvieron * concordaron todos en que sería bien casarle. Porque con la autoridad y poder que con el nuevo * y afinidad se le recrescería, de * con la esperanza de suceder, se le doblaría el respeto, echando * raíces de amor y obediencia en los pueblos. Pues aunque para esto * su poca edad, no teniendo quince años cumplidos, era tan crecido de cuerpo, bien formado y proporcionado de persona, que ninguno le juzgaba por inhábil para el matrimonio. Y así los reynos, no solo se alegrarían mucho de verlo casado, pero le harían por ello grandes servicios y pagarían extraordinarios tributos como para continuar la guerra era bien menester.


Capítulo II. Como el Rey tomó por mujer a doña Leonor hermana de la Reina de Castilla, y se armó caballero, y celebró sus bodas en Tarazona.

Pues como los consejeros del Rey, don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, y don Guillen de Moncada: gran senescal de Cataluña, y muy pariente del Rey, con don Pedro Ahones, viniesen bien en que tomase estado: todos los demás del consejo fueron del mismo parecer. Y hechas estimación y discurso de todas las doncellas de sangre y casa Real que en España, y fuera de ella se hallaban convenientes para este matrimonio, ninguna tanto cuadró a todos como doña Leonor, hija del Rey don Alonso VIII de Castilla, hermana de doña Berenguela Reyna de León y de Galicia viuda, la cual por la * muerte del Rey don Enrique su hermano, había sucedido en los Reynos de Castilla. * pues bien a todos dar la doña Leonor por mujer al Rey, si ella quisiese, fueron luego los embajadores de parte de él a la Reyna doña Berenguera (Berenguela), que estaba en la villa de Ágreda, pueblo célebre de Castilla, a los confines de Aragón y Navarra. A la cual dijeron como el Rey de Aragón deseaba casar con doña Leonor su hermana, si ella era contenta, y que siendo, como era señor de tantos Reynos y señoríos, se contentaba en lugar de dote, con las virtudes y
perficiones de su persona: y aun la dotaría en diez principales pueblos del reyno de Aragon, que son Daroca, Épila, Plna, Uncastillo, Barbastro, y Tamarit de Santisteuan, Montaluan, y Cervera. Y en el reyno de Cataluña, de las que hoy hay en los montes de Siurana y Prats. Oída la embajada, y aprobados por el consejo de Castilla los conciertos y promesas que el Rey de Aragón ofrecía, mayormente porque las cosas de Castilla con la amistad y favor de Aragón mucho más se engrandecerían, la Reyna, con voluntad de doña Leonor, prometió darla al Rey por mujer. Certificados de esto los embajadores, y hechos por ambas partes sus capítulos y obligaciones, volvieron al Rey. El cual se contentó del concierto, y luego se puso en camino, acompañado de sus principales caballeros cortesanos, y con algunos prelados, entró en Ágreda: a donde fue por la Reyna y grandes de Castilla realmente recibido: y hechos los desposorios, el Rey quiso que las bodas se celebrasen en Tarazona, ciudad principal de Aragón que está fundada a la halda del monte Moncayo, y se adelantó a concertar la boda. Partida la esposa, acompañada de la Reyna y de don Fernando su hijo, que después le sucedió en los reynos de León y de Castilla, y fue gran conquistador de tierras de moros, como adelante diremos, llegaron a Tarazona, donde el Rey y doña Leonor se velaron con grande solemnidad, y se dobló la fiesta, con el nuevo orden de Caballería que el Rey quiso celebrar por su persona. Era costumbre antigua, y muy observada entre caballeros y grandes señores, que quien quería ser armado caballero, y hacer profesión de ello, viniese muy acompañado de caballeros, y de tan principales señores como podía, al templo mayor de la ciudad donde se hallaba. Y que en el altar mayor de él pusiese una espada desnuda de donde el más honrado y principal del ayuntamiento tomaba la espada, y la ceñía al que armaba caballero. Pues como conforme a la costumbre, el Rey pusiese la espada en el altar para este efecto, y no se hallase allí otro más preminente, ni más honrado que él, tomóla él mismo y ciñiósela, y con esto quedó armado caballero. Fuera de esta fiesta no tenemos que referir otras de justas, ni torneos, ni de muy grandes cenas o mercedes que se hiciesen en estas bodas: pues ni la historia del Rey, ni otros escritores lo dicen: por ser tanta la modestia y templanza de aquellos tiempos, que se usaban, y entraban estas virtudes por las casas Reales:puesto que alabar a los Príncipes de moderados en el gasto de casa, no parece digna alabanza suya. Tampoco será cosa indigna de contar del Rey, lo que el mismo no quiso callar de si en su historia: que por la inbecilidad de su poca edad cuando se casó, confiesa que pasaron, xviij. Meses, que no se comunicó con la Reyna su mujer.


Capítulo III. De las Cortes que el Rey tuvo en Huesca, y de la entrada que hizo con la Reyna en Zaragoza.

Celebradas las bodas en Tarazona, como el Rey estuviese muy puesto en llevar adelante el buen regimiento de sus Reynos, y que por esta vía llegaría a tener pacífica posesión de ellos, luego que fue advertido por los de su consejo convenía tener cortes, las mandó convocar en la ciudad de Huesca para solos Aragoneses, a donde en presencia de los de su consejo, y de los de su casa y
palacio, que eran hombres graves y de los principales del Reyno, y tenían el cargo de la persona real, se propusieron por algunos síndicos de las ciudades y villas reales, muchas quejas y demandas contra los unos y los otros. Porque abusando de la autoridad y favor que con el Rey tenían, en su hombre habían causado algunos desafueros y violencias de las que suelen hacer los muy privados de los Príncipes, cuando empapados de su favor y estado presente, tienen poca cuenta con lo venidero, y hacen lo que se les antoja. Como sea así, que los favores han de acabarse, y que tarde o temprano las violencias y daños hechos, se han de rehacer y recompensar, o por los mismos autores de ellos, o por sus herederos, y muchas veces por los mismos príncipes y señores, debajo cuyo favor se cometieron. Y así fue singular negocio lo que el Ree hizo sobre esto, que después de bien entendido lo que pasaba, quiso por esta vez tomar por propios los daños y agravios que los suyos, y de su consejo habían causado a los pueblos, y descubiertos en particular, hizo de su tesoro la enmienda y recompensa de ellos, con mucho contento de todos. De allí pasó a Zaragoza con la Reyna: a donde por ser la primera entrada, fue recibida con grande triunfo, adornando las calles de muchos
tropheos y arcos triunfales, con otras invenciones que por diversas partes de la ciudad se pusieron. Demás de las muchas danzas, músicas, y otros diversos géneros de regocijos, cuales de la grandeza de tan insigne ciudad y cabeza de reyno, se podían esperar. Mas porque de su antigüedad y excelencias se ofrece bien que decir, por lo mucho que por su misma vale y puede, haremos en el capítulo siguiente una breve relación de sus alabanzas y raras prerrogativas.
Capítulo IIII (IV). Antigüedad y excelencias de la ciudad de Zaragoza.


Es esta ciudad metrópoli y cabeza del Reyno de Aragón, una de las más principales de España, llamada antiguamente Salduba, de la región Sedetania (como dice Plinio) aunque debajo de este nombre se hace poca mención de ella en las historias, hasta que entró en ella el Emperador Augusto César . Y hallándola que estaba a la devoción del pueblo Romano, visto su hermoso asiento sobre tan extendido llano, ribera del gran río Ebro, junto con su fertilidad de campaña, y ser de gente belicosa, la hizo colonia de Roma, y la intituló de su nombre, (como dice Estrabon) Augusta Cesarea, llamándola santa (porque esto significa Augusta ) como había de ser ella la primera de España, que había de recibir la verdadera santidad Cristiana: pues a ella vino del cielo, poco después de Augusto Cesar la Virgen sacratísima para santificarla: cuando se apareció sobre un pilar, o columna al glorioso Apóstol Santiago, con sus cinco discípulos que ya tenía convertidos a la fé de Cristo: según lo ratifica (restifica) hoy en día, entre otras memorias, el mismo pilar con la imagen lapidea que la misma Virgen allí dejó por memoria de esta aparición, la cual se ha conservado en el mismo lugar de la ciudad, del tiempo de la primitiva iglesia acá por los fieles que en ella permanecieron, y fueron tantos, que al tiempo de la gran persecución hecha por el Emperador Diocleciano, y en España ejecutada por Daciano contra los Cristianos, se halla fueron innumerables los que recibieron martirio en esta ciudad, señaladamente cuando la virgen santa Engracia con toda su gente y familia de paso padecieron allí martirio; con muy muchos otros
de la misma tierra. Cuyos cuerpos reducidos en masas santas por si mismas se vinieron del lugar del patíbulo a ponerle en los sepulcros, o pozo santo de cierto de cierto lugar de la ciudad, donde se edificó después un suntuosísimo y muy devoto monasterio de frayles Gieronymos, dedicado al nombre y honor desta gloriosa santa, y están allí su cuerpo con las demás reliquias de santos muy veneradas. Pero demás que puede por esta causa con justo título llamarse esta ciudad santa, hay otra que lo confirma. Porque de las tres ciudades que en la Europa abundan de más reliquias y cuerpos de Santos, como son Roma, Colonia Agripina en Alemana, y nuestra Zaragoza en España, es esta la que después de Roma se ha de preferir a Colonia. Porque si a esta comúnmente llaman santa por tener los cuerpos y reliquias de santa Vrsola, y de las onze mil Virgines que padecieron martirio en ella: mejor cuadrará la santidad a nuestra ciudad, así por ser más antigua en la fé de Christo, como porque tiene a santa Engracia con innumerables mártires que padecieron, y están sepultados en ella. Por cuyos méritos e intercesión se puede bien creer, se ha defendido, y conservado la fé y religión Cristiana, en esta santa ciudad de tal manera, que por ningún tiempo se halla que haya desviado, ni por alguna sombra de herejía apostatado de ella: antes ha confirmado con muchas y muy verdaderas obras de caridad su fé viva: con la fundación de tantos y tan suntuosos templos consagrados, con el mantenimiento de tantas religiones, y otras muchas obras pías, señaladamente con la sublime virtud de la hospitalidad, con que recibe los pobres de Cristo que vienen a ella de todo el mundo: en lo cual ha sido y es la lumbre y ejemplo de toda España. Y así vemos que después acá que con el valor y milagrosas visorias de sus Reyes se cobró la ciudad y reyno de los moros, ha gozado de mucha paz y tranquilidad de estado, y continuado la sucesión y descendencia de aquellos insignes ciudadanos que la ayudaron a conquistar, y con las mismas leyes, fueros, y privilegios que sus Reyes naturales la dotaron, se han valido de aquella honesta libertad que sus antepasados con su mano y sangre les adquirieron. De donde ha sido que los ciudadanos han fundado en ella como en tierra firme, y peña viva de paz, sus casas y edificios tan espléndidos y magníficos, tan alegres y bien labrados como se ve: porque también es en esto aventajada a todas las de España, y no menos enriquecida en ropa, y escogidas alhajas (
halaxas) de casa que cualquier otra. Pues se afirma, que en plata labrada, en tapicería, y casas, tampoco hay otra su par. Y aunque es muy meditarranea y alejada de la marina, no por eso deja de ser muy proveída de las cosas de mar, así por ser también su río navegable, para copiosamente traerlas: como por la buena expedición y precio que para todo género de mercadería se halla en ella, con la demás hartura y fertilidad de su campaña de pan, vino, azeyte, azafrán, y pegujares, con todo género de frutales, y de infinita caza. Y así tiene cumplimiento de todo lo importante para pasar muy dulce y abastadamente la vida. Ni se sigue que por estar lejos de la mar, y metida en el centro y medio del reyno, y por el eso libre de los incursos y rebatos marítimos y ejercicios de guerra, deja de ser su gente belicosa. Pues demás que fuera de su tierra, en cuantas guerras se ha visto la gente Aragonesa (harán testigo dello Italia, Sicilia, Cerdeña, Mallorca y África) ninguna otra le ha puesto el pie delante: Pero si de belicoso es, pelear por su patria, y morir en defensa del estado y libertades de ella: no hay para esto más fieros leones que los Aragoneses: de cuyos admirables ingenios, y costumbres, pues se hablará adelante, bastará lo dicho por agora, porque volvamos a nuestra historia.

Capítulo V. Como partió el Rey de Zaragoza y fue a tener cortes en Daroca, a donde vino el Vizconde de Cabrera a darle la obediencia.

Entrado el Rey en Zaragoza, pensaron algunos de los señores de Aragón que allí fueron congregados, señaladamente los hijos de los grandes, que por ser el Rey de tan poca edad como ellos, se deleitaría de galas y juegos, con otros ejercicios de placer: para lo cual se preciabantodos, quien más podía de llevarle a fiestas y saraos de damas y otros muchos regocijos, a los cuales aquella edad no suele decir que no, por tener muy vivos los sentidos, y tan deseosos de apacentarse
en las cosas sensuales: pero el Rey, que ya de mozo llevaba los pensamientos muy altos, y de varón
perfetos como estuviese muy rendido a la disciplina de sus ayos, en lo que tocaba a su persona, y en el gobierno del Reyno, muy puesto en obedecer lo que deliberaban los de su consejo, gustaba poco de aquellas fiestas y devaneos, y dando sentimiento de esto a los suyos, publicaron cortes para la ciudad de Daroca. De manera que acabados de asentar los negocios y diferencias de algunos señores, con esta nueva ocasión se salió de Zaragoza con mucha gracia de todos, y pasó a Daroca, principal pueblo de Aragón, llevando consigo a la Reyna. Allí pues tuvo cortes el Rey, y en ellas, fuera de asentar lo importante a la jurisdicción de los oficiales ordinarios de la tierra, no hubo cosa notable sino la venida de don Gerardo Vizconde de Cabrera, que se intitulaba conde de Urgel, y con esto era uno de los principales señores de Cataluña. El cual poco antes se había apartado del servicio del Rey (porque hubo causas para repelirlo de su presencia) mas con su venida y obediencia mereció ser bien recibido. Luego dijeron los del consejo Real que esta venida y obediencia del Vizconde era fruto nacido del casamiento del Rey, por el cual se le doblaba ya la autoridad y respeto. Traía el Vizconde propósito de concordar, y atajar las diferencias que con otros tenía sobre el condado de Urgel (de las cuales se hablará adelante) pero no quiso el Rey por entonces poner mano en ellas. Aunque le prometió iría muy presto a Cataluña, y allí conocería de ellas, y las asentaría de su mano. Despedido el Vizconde, y concluidas las cortes, dio vuelta con la reyna casi por todas las villas y pueblos de Aragón, de Zaragoza abajo hacía Teruel, y siempre hallaba que sus criados y allegados, y más los ayos que tenían el gobierno de su persona, debajo su real nombre, habían innovado y reducido a su utilidad e interesse muchas cosas, así tocantes a su
patrimonio real, como al de algunos particulares, en notable daño de ambas partes. De esto le venían cada día muy grandes quejas con diversas demandas de restitución de haciendas, y aun honras: requiriéndole fuesen prontamente restituidos y satisfechos tantos y tan notables daños. En lo cual se hubo el Rey con muy grande prudencia, liberalidad, y justicia, disimulando los daños que le tocaban, y recompensando los ajenos, con toda la honra que pudo de sus allegados: con los cuales también se hubo con algún rigor, quitándoles por ello algunos juros, o caballerías de honor que por derecho militar pretendían debérseles, y ellos excesivamente habían usurpado. Con estos tan buenos oficios y ejecuciones de equidad y justicia que el Rey usaba, iba cada día de nuevo ganando la voluntad y gracia de sus pueblos, y engrandeciendo su autoridad y opinión para con todos.

Capítulo VI. De la cuestión y rencilla que se movió entre don Nuño Sánchez, y don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne.

En esta sazón se movió una
quistió (cuestión), para simiente y principio de muchos males, entre don Nuño hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, Vizconde de Bearne, por cosa harto liviana: que fue por no haber querido don Nuño prestarle un halcón que tenía muy preciado. Sobre lo cual pasaron entre si malas palabras, y se apartaron el uno del otro. Como fuese divulgada esta rencilla, y de boca en boca, como suele, mucho más de lo que había sido, encarecida (porque a las veces, las cosas vienen a gastarse, y hacerse peores, con las palabras) nacieron de aquí algunas burlas que dasaron a injurias y desabrimientos entre los valedores de cada una de las dos
parcialidades. Habiendo pues quiebra en la amistad, que antes solía haber entre ellos muy estrecha, luego se dividieron en bandos, y al Vizconde se le ofreció por valedor don Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín, hombre, como está dicho en el precedente libro, belicosísimo y poderoso: y a don Nuño don Pedro Ahones ayo mayor del Rey y de su consejo, Fue la cuestión al tiempo que el Rey y la Reyna iban a tener cortes en Monzón, con deseo de ver y contemplar de nuevo la fortaleza que antes le había servido de honesta cárcel, para que con la memoria de la sujeción pasada, gozase mejor del próspero y presente estado. Fue el negocio de manera, que antes que el Rey llegase a Monzón, el Vizconde, y el señor de Aluarrazin, trajeron consigo una banda de hasta 300 caballos ligeros, y secretamente los alojaron en Valcarria lugar de los Templarios junto a Monzón, con ánimo de acometer a don Nuño cuando pasase a las cortes. El cual como entendió esto, no fue a Monzón, sino que en compañía de don Pedro Ahones, con poca gente de caballo, salió al Rey al encuentro, que iba a Monzón, haciéndole saber de la gente de caballo que el Vizconde había metido en Valcarria, para de improviso salirle al camino, por tomarle desapercibido, para mejor aprovecharse de él: que le suplicaba mirase por la honra del Conde su padre y suya, y al Vizconde que estaba más sobrado en gente y armas que en esfuerzo y valor, le hiciese retirar de allí. Lo cual no podía negársele por ser su tan propinquo deudo, y de la casa real, y sin eso tan leal y fiel vasallo como el muy bien sabía. Sintió mucho el Rey el atrevimiento del Vizconde, y con un gran espíritu y esfuerzo de más que varón, dijo a don Nuño tuviese buen ánimo, que le prometía echar al Vizconde de la tierra, si no se moderaba: y que miraría tanto por su honor, y del Conde su padre, como por el suyo propio. Y así luego que entró en Monzón mandó a los del regimiento, pusiesen gente y armas por todas las torres y puertas de la villa, y que no dejasen entrar a ninguno de los principales señores y Barones que viniesen a las cortes, sin que él lo mandase, mas de con uno, o dos criados de compañía. Como esto supo el Vizconde por sus espías, fuese de Valcarria con toda su gente muy despechado. De esta manera fue don Nuño librado de todo peligro y afrenta. Pero el Vizconde viendo que no había podido ejecutar su rabia y furia en don Nuño, fuese la vuelta de Perpiñan, y tomando de camino más gente de a caballo, con el favor de sus parientes y amigos entró por el condado de Rosellón, que don Sancho poseía, y le destruyó, y dio a saco gran parte de los lugares de él, aunque no a la villa de Perpiñan por estar muy fuerte.

Capítulo VII. Que el Rey persiguió a los llamados que no vinieron a las cortes, y fue a Terrès, y confirmó el estado de los Moncadas, y estableció el condado de Urgel al conde Guerao.

Acabadas las cortes de Monzón, luego el Rey con la gente que de Lerida, y otros pueblos de presto hizo juntar, y con la que don Nuño traía para su defensa, movió guerra a ciertos Barones comarcanos, porque convocados para las cortes, menospreciaron a los convocadores, y no quisieron venir a ellas, antes mostraron apartarle de la obediencia y servicio del Rey. Con esta ocasión comenzó a tomar fuerza de armas, y reducir a la corona real algunas villas y castillos de estos barones, hasta que llegó a Terrès, villa pequeña y cercana a Lerida y Balaguer. Es esta villa, según fama de los que por algún tiempo han residido en ella, de las más sanas de España, o por la
subtilidad y pureza del ayre y aguas, o por algún buen vapor que sale de la tierra. El cual recibido por los sentidos purga el celebro, de tal manera que a los locos furiosos, y principalmente a los endemoniados, los llevan allí, para que sanen. Y así está en refrán muy usurpado por Cataluña; en comenzar uno a enloquecer, o endemoniarse: a este llévenlo a Terrès. Allí fue donde el Rey, por estar dentro, o en los confines del condado de Urgel, dio dos grandes muestras de su cordura y bien apurado jvicio. La una que tuvo por firme y grata la donación hecha por el Rey don Pedro su padre en favor de don Guillen de Moncada, gran senescal de Cataluña, y señor de las villas de Aytona, Seros, y Sos en los confines de Aragón y Cataluña, adonde el río Segre entra en Ebro, y la ratificó de nuevo, de las cuales hecho el Condado intitulado Aytona, gozan hoy sus propios descendientes por recta linea en nombre, sangre y armas, y es una de las dos más antiguas y principales casas de Cataluña. La otra fue haber remetido desde Daroca, a este lugar, la averiguación de las diferencias que el Conde Guerao tenía con otros, sobre el condado de Urgel, para ser más enteramente informado del hecho, y por no juzgar cosa contra derecho, sin oír las dos partes. Por cuanto habían nacido estas diferencias del tiempo del Rey don Pedro, cuando hizo guerra contra el mismo Guerao, porque muerto Armengol Conde de Urgel, se entró por el Condado con ejército formado, y echando de él a Aurembiax, hija y legítima heredera de Armengol, se alzó con él. Por esta causa le persiguió el Rey don Pedro, hasta que venciéndole en batalla, le prendió, y puso en prisiones, y cobró gran parte del condado. Pero muerto el Rey, con el favor de los suyos salió Guerao de prisión, y hecha su gente de guerra, como ninguno le resistiese, fácilmente cobró todas aquellas villas y castillos que el Rey le había quitado por armas, o voluntariamente se le habían entregado: haciendo en ellas grandes estragos y crueldades, saqueando y matando a todos los que se le habían rebelado, y seguido la parcialidad del Rey. De manera que después de haber el Rey entendido muy bien todo lo pasado, determinó de dar sentencia sobre ello. Y así sentado pro tribunali, y teniendo al Conde don Sancho, y a don Fernando sus tíos, que hizo venir allí, como por asesores a sus lados, en presencia de los más principales del reyno, llegó el Conde Guerao, y confesando con mucha humildad lo que había hecho, y pidiendo perdón de sus atrevimientos pasados.
El Rey que a todo esto estuvo muy severo, con mucha voluntad y gracia le perdonó. Y puesto que sabía por relación secreta, la poca justicia y acción que Guerao tenía al condado, determinó por entonces establecerle con ciertas condiciones. La primera que todas aquellas villas y lugares del condado que poseyese, diesen de allí adelante la misma obediencia, que antiguamente acostumbraban dar a los Condes de Barcelona, a los Reyes de Aragón y de Cataluña sus sucesores. La segunda que no embargase su posesión, quedase a Aurembiax hija del Conde Armengol salvo su derecho para poner demanda del Condado ante su Real jvicio, como lo puso, según adelante se dirá.

Capítulo VIII. Como el Conde don Sancho sabido el estrago grande que el de Bearne había hecho en Rosellón, se quejó al Rey, el cual le persiguió tomándole muchas villas y castillos.

En este medio que el Rey asentaba los negocios del Condado de Urgel, llegó nueva al Conde don Sacho del estrago grande que el Vizconde de Bearne como dijimos, había hecho en el Condado de
Rossellon. De lo cual tuvo gran sentimiento el Conde, y viendo que no bastaba su poder para resistirle, recurrió al Rey, pidiéndole su favor y amparo contra el Vizconde su enemigo, suplicándole que con su prudencia y mando absoluto compusiese y averiguase sus diferencias y quejas con el Vizconde: que le certificaba como él y don Nuño estarían promptos para si en algo habían injuriado al Vizconde hazerla enmienda que les mandase. El Rey que oyó esto, puesto que estaba mal con el Conde, y con razón, por los acometimientos pasados contra su real persona, pero teniendo respeto a sus canas, y ser tan conjunto suyo en sangre, y mucho más por la fidelidad y servicios de don Nuño su hijo, prometió darles todo favor y ayuda. Considerando que| también convenía refrenar con tiempo la soberbia del Vizconde, porque siendo el más poderoso señor de Cataluña, y tan emparentado con los más principales señores del reyno, no se alzase a mayores,
y llevase más adelante su porfía. Al cual envió primero a decir, y amonestar tuviese por bien de parar, y no correr más la tierra del Conde don Sancho. Pero el Vizconde tuvo en tan poco lo que el Rey le envió a mandar, que se dio mayor prisa en acabar de tomar ciertas fortalezas del Conde que estaban en el camino de la villa de Perpiñan, a la cual fue acercar de nuevo con toda su gente. Donde saliendo a él los Perpiñaneses con gran estruendo y poco orden, siendo capitán de ellos Gisberto Barberan, para dar una vista y sobresalto a los del campo, de tal manera se defendió el Vizconde, que mató al capitán, e hizo retraer a los Perpiñaneses hacia la villa, después de haber hecho grande estrago en ellos. Entendido por el Rey todo esto, y viendo crecer cada día más el orgullo, y desacatos del Vizconde: comenzó a salir con su ejército en campaña, y a perseguirle con guerra abierta: a quien siguió luego don Ramón Folch Vizconde de Cardona con gran número de gente de a caballo a su sueldo: así por ayudar al Rey, y a don Sancho en su buena querella, como por haberlas con el de Bearne, con quien estaba mal. Partió pues el Rey de Aragón a donde poco antes vino a hacer gente, y en volviendo a Cataluña, yendo para Perpiñan, de paso tomó ciento y treinta pueblos entre villas y castillos del Vizconde, con los de sus amigos y parientes, los cuales se le rindieron parte voluntariamente, parte por fuerza de armas, y los mandó luego confiscar y aplicar al patrimonio real, hasta que llegaron a una villa principal llamada Cervellón, Ceruellon, no muy lejos de Barcelona, y aunque estaba muy bien fortificada de gente y municiones, y cercada de muro fortísimo con su barbacana, luego que los de dentro vieron asentar las máquinas y trabucos para batirla (como de hecho se batió) a los 14 días después de puesto el cerco, se rindió, dándole a partido. En esta presa y cerco de Cervellón, no se hallaron con el Rey mas del Conde don Sancho, don Fernando, y don Nuño, con hasta 400 lanzas y 1000 infantes, ni se halló el Vizconde de Cardona: porque le fue forzado en aquella sazón partirse con la mayor parte de los suyos a sus tierras por apaciguar ciertos alborotos que se habían levantado.

Capítulo IX. Como el Rey puso cerco sobre la villa de Moncada, donde se recogió el Vizconde, y que estándola batiendo, fue rogado de don Sancho alzase el cerco de ella, y lo alzó.

Tomado Cervellón, pasó el Rey a poner cerco sobre Moncada. La cual como cabeza de todo el estado del Vizconde estaba con su castillo muy fortificado de munición y gente. Porque el Vizconde para hacer del resto en su defensa, se había recogido en ella con los principales de su linaje. Llegando pues el Rey a vista de la villa envió a decir al Vizconde como quería le recibiese en su villa por huesped: a esto respondió el Vizconde, que le hospedaría a buena gana, pero que no sería obligado a guardar el derecho y cortesía de hospedaje con huésped que tanto mal hace al que le hospeda. Oída la respuesta, mandó luego el rey poner cerco sobre la villa, y aunque pensó que había de durar mucho, determinó no partirse sin tomarla. En tanto que armaban las máquinas, y ponían en orden los demás pertrechos, fue el Rey con el maestre de campo, por hallar el lugar y asiento más dispuesto para plantar las máquinas, y dar los puestos a cada uno. Después de bien reconocido todo hallaron que en un collado que sobrepujaba la fortaleza se asentaría el Real mejor que en otra partes: y como comenzasen ya las máquinas a batir la fortaleza, y tentar los asaltos, la hallaron tan fortificada, y bien provista de toda munición y gente, a causa de haberse recogido en ella toda la familia y linaje de los Moncadas con su caudillo el Vizconde, que no se les podía hacer tanto daño, que no le recibiesen mayor los de fuera. Demás que tenían el agua segura, por tener una muy bella
fuente que nacía junto al muro. Mas los del Rey confiaban que los cercados eran muchos, a quien no menos la hambre que el ejército los rendiría. Porque al encuentro de cada puerta tenía el Rey escuadrones de soldados puestos para impedir la entrada y salida de la villa, a fin no les entrase provisión. Y sin duda los tomaran por hambre, si algunos de los capitanes del ejército Real no consintieran en que los de dentro fuesen
proueydos de vituallas y las demás cosas. Porque era tanta la amistad y parentesco del Vizconde con algunos principales del campo, y con eso tanta la ira y odio de los unos y los otros con el Conde don Sancho, a cuya instancia el Rey hacía esta guerra, que no faltaba quien dijese al Rey en cara con esta guerra y cerco, y quien poco a poco sembrase tanta distensión y zizania entre los Aragoneses y Catalanes del campo, que se sintieron algunas voces de motín, claramente diciendo, ser esta guerra injusta y malamente hecha, para robar, más que para pelear. Y de cuando en cuando se atrevían a decir mal del Rey, a quien no bastaba haber tomado tantas villas y castillos al Vizconde y a sus parientes y valedores, y haberlas confiscado, sino que aun quería haber su persona para arruinarle del todo. Y porque siendo el Rey tan mozo, era cierto que en todo se regía por el consejo del Conde don Sancho y de don Pedro Ahones, comenzaron los del ejército con grande desvergüenza a blasphemar de los dos de tal manera, que temiéndose de algún gran motín ellos mesmos persuadieron al Rey que alzase el cerco, por ser la fortaleza inexpugnable, y que no estaba bien a su persona Real perder tanto tiempo en ella. Y luego se salió secretamente del campo don Pedro Ahones, fingiendo alguna excusa, porque no tuvo allí por seguras su persona, y se fue a Huesca. Todo esto sintió mucho el Rey: pero viendo que los
mesmos Condes y don Nuño, por quien la guerra se hacía lo pedían con grande instancia, tuvo por bien complacerles pues se tenían por contentos de lo hecho contra el Vizconde. Y así levantó el cerco, donde se había detenido dos meses: y despedida la gente de guerra se vino para Aragón. Mas el Vizconde libre y seguro del cerco, juntó su gente, y comenzó de nuevo a destruir con mayor crueldad que antes, las tierras del Conde y de don Nuño.

Capítulo X. De lo que el Abad don Fernando maquinó contra el Rey, y las razones con que persuadió a don Pedro Ahones le favoreciese en la empresa.


Llegó don Pedro Ahones a Huesca donde halló al Abad don Fernando que poco antes se había salido del campo muy enojado, por lo mucho que el Rey porfiaba en perseguir al Vizconde don Guillen, que tan amigo suyo era, y persona de tan gran ser y poder, que sería bastante a poner al Rey y reynos en grande riesgo, para mayor daño y trabajo del Conde don Sancho y sus valedores. Pues como el Abad entendió, que el Rey había alzado el cerco de Moncada, pero que se le quedaba con los 130 pueblos confiscados, lo que había de ser causa para renovar la guerra contra don Sancho y don Nuño: y que de hecho hacía nuevas crueldades contra los de Rosellón: concluyó que era necesario por cualquiera vía que fuese remediarlo, y por valer al Vizconde su amigo, atreverse, si menester fuese, a la persona y autoridad del Rey. Para esto se confederó mucho con don Pedro Ahones, poniéndole delante el peligro en que estaba, y
desgusto con el Vizconde. Por haber sido el que más se había señalado por la parte y bando de don Nuño, y quien más había inducido al Rey para que emprendiese esta guerra, y aconsejado, se apoderase de los lugares del Vizconde, que a la postre todo llovería sobre él. Que para remediar esto había hallado ciertos medios muy convenientes, y para bien guiarlos, tenía necesidad de su consejo e industria: ni tuviese en esto respeto al Rey pues todo había de ser para más bien del mismo, y quietud de sus reynos: ni temiese de nada, que le sacaría a salvo de todo riesgo, y aun haría que de la empresa quedase bien rico. Y cierto que el celo de don Fernando no parecía del todo malo, sino que lo revolvió con muchos desacatos, y tiranías, contra la persona Real para sus propios provechos, y sobró al celo la malicia. La cual mostró mucho mayor, en no haber probado otros remedios más benignos antes de llegar a los tan ásperos de que usó. De manera que Ahones, con el temor que le ponían las cosas del Vizconde, y también con la esperanza de poner las manos en la hacienda real, sin más examinar el modo y ejecución de los designos de don Fernando, se le ofreció para todo bien y mal: en que emplearle quisiese.


Capítulo XI. Como acordados don Fernando y Ahones en ejecutar su propósito, se fueron para el Rey, y de la engañosa plática que con él tuvo don Fernando.

Después de estar ya muy de acuerdo don Fernando y Ahones en llevar adelante su mal fin y propósito, por lo mucho que se habían de aprovechar con esta empresa, salieron los dos juntos de Huesca a recibir al Rey que volvía de Cataluña, y despedido el ejército, era ya entrado en Aragón. Pues como tuvieron por cierto que volvería a ellos el gobierno, así del reyno a don Fernando, como de la persona del Rey, a Ahones, pensaron sería bien enviar por el Vizconde se viniese secretamente para acabar con el Rey se considerase con él, y le restituyese sus tierras: donde no, ponían por obra lo que tenían pensado. Con este acuerdo escribieron al Vizconde viniese sobre su palabra con poca gente a la corte del Rey, a un pueblo junto a Zaragoza llamado Tahuste, cuya tenencia era de Ahones, y cercano a otro pueblo llamado
Alagon. A este era llegado el Rey, y también la Reyna venía entonces a verse con él, para de ahí a pocos días entrar juntos en Zaragoza. Llegado el Vizconde, no curó don Fernando de confederarle con el Rey por otros buenos y honestos medios, que bien pudiera: sino valerse de otros con que pretendían él y Ahones, mucho más aprovecharse.
Y así se concertaron en sujetar al Rey de manera, que aunque le pesase hiciese lo que ellos querían, así en restituir las tierras al Vizconde, como en otras cosas que tocaban a intereses y utilidad de ellos mismos. Para esto pensaron de encerrar al Rey, y a la Reyna dentro de Zaragoza en su palacio real, y detenerle allí con buena guarda, sin que ninguno se viese y ni pudiese ver, ni hablar con persona, hasta en tanto, que se concertase con el Vizconde. Porque con solo esto habían de justificar su empresa con el pueblo, y con los Barones y señores del reyno, a quien también parecía mal el no restituir al Vizconde sus tierras. Para esto proveyeron que dos bandas de
caballos, y cuatro compañías de infantería estuviesen por los cuarteles de la ciudad. Lo cual hecho, salió de Tahuste don Fernando acompañado de muchos principales caballeros, que vinieron a visitar al Rey, y viniendo para Alagón, de camino envió a decir al Rey, como él y los principales caballeros del Reyno venían por acompañar su real persona, y a la serenísima Reyna en la entrada de la ciudad. Como el Rey oyó la embajada, conoció que este tan nuevo cumplimiento de don Fernando, se hacía con algún fingimiento, y sospechoso fin: todavía respondió, que recibiría de buena gana su venida: con todo eso mandó a sus mayordomos don Nuño, y don Pedro Fernández de Azagra, que a ninguno de los caballeros que venían con don Fernando dejasen entrar en el pueblo, más de cuatro, o cinco de los principales, y a los demás, por no haber en el lugar aposento para todos, los alojase por las caserías de fuera, o en otros pueblos cercanos lo mejor que pudiese. Después que les fue esto mucho encargado y mandado salió el Rey a caballo fuera del pueblo a recibir a don Fernando. El cual hizo muestra de quererse apear del caballo, y no consintiéndolo el Rey, fue de todos los demás que se apearon con mucho acatamiento saludado, con los cuales también se hubo muy afablemente. Volviéndose para la villa, o por descuido de los mayordomos, o adrede hecho, sin saberlo el Rey, se entraron con don Fernando por lo menos ciento de a caballo. Luego el día siguiente por la mañana se fue don Fernando para palacio, acompañado como el día antes, y en presencia de todos, tuvo una breve, pero bien lisonjera plática con el Rey, diciendo, como ni él, ni cuantos caballeros allí estaban, cosa tanto deseaban como servirle, y emplear vidas y haciendas por el acrecentamiento de su Real corona: por ver cuan próspera y felicemente se regía todo por su mando y gobierno, y cuan dichosamente se sucedía todo cuanto en paz y en guerra emprendía. Y así para que gozase enteramente de la tranquilidad y quietud de sus reynos por sus manos adquiridas, le suplicaba tuviese por bien de entrarse en Zaragoza, acompañado de tantos, y tan principales caballeros y señores, con el triunfo que se le debía. Como el Rey oyese y entendiese la disimulada y fingida plática de don Fernando, y mirando a todas partes de la cuadra, descubriese entre tantos, y tan apretados caballeros, la persona del Vizconde medio arreboçado, que sin licencia, ni consulta suya, se había venido de Cataluña, y le osaba parecer delante: demás desto, lo que a peor señal tenía, que ni don Nuño, ni Ahones, ni otro alguno de su consejo, se le allegasen, como solían, a la oreja para advertirle sumariamente lo que había de responder a la plática, tuvo por muy cierto, lo que poco antes había sospechado, que los suyos le vendían. Pues como todos los que allí se hallaban comenzasen a murmurar de él, porque no respondía a don Fernando: respondió con alegre semblante, que iría donde quisiesen: considerando entre si sabiamente, que en cualquier estado que sus cosas viniesen, y adoquiera que la fortuna las inclinase, sería mejor hallarse dentro de la ciudad que de fuera, confiando de sus fidelísimos ciudadanos que no le faltarían.

Capítulo XIII. Que el Rey y la Reyna entraron en Zaragoza, y fueron aposentados, por don Fernando en la Suda, y en ella encerrados, y de lo que pasó sobre esto (sobresto).

Partió el Rey con la Reyna, de Alagón, con todo el acompañamiento que don Fernando
traxo, y se entró en Zaragoza, sin permitir se le hiciese recibimiento alguno, y fue aposentado en la Suda, palacio real antiguo (que agora llaman la puerta de Toledo, y es pública prisión para los delincuentes) adonde don Fernando, dada razón de su intención al Conde don Sancho, que siempre se retenía el universal gobierno del Reyno, y prometiéndole que esto sería medio para confederarle con el Vizconde de consentimiento suyo se asumió todo el cargo, y con la compañía de Ahones que tenía el de la persona del Rey, entendieron en continuar su propósito. Y a la hora llamaron a dos capitanes de la guarda del Rey, Guillen Boyno, y Pedro Sánchez Martel, a los cuales engañaron con buenas palabras, mostrando quererles descubrir un grande secreto, sobre negocio importantísimo, a fin de librar al Rey de un grandísimo peligro que su Real persona corría, a causa de cierta secreta conjuración de que se temían, y convenía tener al Rey por entonces muy encerrado y recogido con buena gente de guarda: tanto, que ni el Rey había de ver, ni ser visto de nadie más de ellos dos solos, ni le habían de perder de vista noche y día: ni tampoco comunicasen con algunos para dar razón de lo que pasaba. Y así encomendaron al uno la guarda y custodia de la persona del Rey, y al otro la guarda de palacio, y de abrir y cerrar puertas, teniendo muy gran cuenta con los que subiesen la comida y cena, porque hasta en esto corría riesgo su salud y vida. Los capitanes creyeron muy de veras todo lo que don Fernando y Ahones debajo de gran secreto les dijeron, y más el premio que por esta fidelidad y servicio les prometieron. Con esto, aquella noche después de haber cenado el Rey y la Reyna, Ahones despidió todos los criados y criadas del Rey mandándolos pasar a otro palacio que les tenía aparejado: dejó dos camareros para el Rey con dos dueñas para servir a la Reyna, con todo el aderezo (adreço) de recámara que convenía: y de presto mandaron cerrar todas las puertas y ventanas de palacio, dejando solamente algunas claraboyas (clarauoyas) altas para tener claridad (claredad), de manera que por ellas ni pudiesen ver, ni ser vistos los encerrados, ni hablar, ni escribir a nadie, sin voluntad y consentimiento de don Fernando: del cual muy a menudo recibía el Rey billetes (villetes) prometiendo librarle de la clausura, luego que mandase restituir al Vizconde y a sus parientes y amigos, las tierras que les había tomado, y le mandase pagar por los daños que con la guerra hecha le había causado xx. mil Morabatines de oro. De otra manera, ni cobraría jamás libertad, ni vería el fin de sus pretensiones. A lo cual el Rey difería de dar la respuesta, pidiendo le dejasen comunicar este negocio con algunos del consejo, y que se oyesen sus pretensiones: que le truxesen a don Atho de Foces: su antiguo (antigo) y fiel criado. Lo cual como entendiese por ciertas vías don Atho, y antes de ser llamado se ofreciese para ir al Rey, fue por don Fernando repelido, con tanta cólera, que de enojo que tomó desto don Atho se fue a Huesca, y hasta que el Rey estuvo en libertad no volvió a Zaragoza. Fue cosa grande y de gran marauilla, no haberse levantado ninguno de los señores y Barones del reyno contra don Fernando por el encerramiento del Rey, y a liberarlo (libertarlo).
Pero fue mayor el artificio y maña de don Fernando con el consejo de Ahones, en publicar y encarecer los daños y rebeliones que se habían de seguir en Cataluña no restituyendo el Rey las tierras que había tomado al Vizconde: el cual estaba allí presente, y con tantas amenazas quejaba del Rey, y justificaba su demanda, que fácilmente se persuadía la gente, y daban por bueno, lo que don Fernando hacía. Mayormente que de cada día prometían que por horas se acabaría esto con el Rey, y sería para librar a los dos Reynos de muy grandes trabajos y guerras, y pues la persona del Rey no padecía detrimento, disimulaban todos con el encerramiento, y aguardaban de cada hora el remedio. Pues como el Rey se viese perdida la libertad, y por su más propinquo deudo, y ayo, privado de la conversación y plática de los suyos: y más, que ni los ciudadanos de Zaragoza, de los cuales confiaba tenían cuenta con sus cosas, hacían movimiento alguno, mandó llamar a don Pedro Ahones, que en estos negocios se mostraba poco, y obraba mucho, siendo la segunda persona de esta conjuración, no tanto para rogarle por su libertad, cuanto por desparar en él su cólera.
El cual vino, y en entrando le recibió el Rey con alegre semblante.
Y tomándole por la mano, se retiraron a una parte del aposento, y sentados los dos el Rey con rostro severo le habló de esta manera.

Capítulo XIII. Del razonamiento que pasó el Rey con don Pedro Ahones su ayo sobre el encerramiento.

No puedo cierto, don Pedro, dejar de mucho maravillarme de vuestra gran falta de conocimiento, y poca memoria de lo que habéis siempre sido y valido. Pues
olvidando os así de las obligaciones que el Rey mi padre, y yo os tenemos por los buenos servicios que a los dos habéis hecho, como de los muchos beneficios y mercedes que de los dos habéis recibido, queráis agora cargar sobre mí tantos desacatos, para borrarlo todo. Porque no solo me habéis infamado poniéndome en esta prisión como a público delincuente, pero también sujetado al vano juicio (juyzio) que sobre ello de mí harán todos mis vasallos. Lo cual como de suyo sea negocio muy atrevido y desacatado, cierto que en vos viene a ser muy más que alevoso y feo: no tanto porque con alguna razón buena, o mala, si quiera, cuanto porque sin ninguna, os habéis preciado de perseguirme. Pues es cierto que ni por temor de que por mi parte os había de sobrevenir algún grande mal: ni por esperanza que de cualquier otro alcanzaríais (alcançariades) mayor bien, os ha forzado razón alguna para rebelaros así contra
mi persona. Porque ni en mí, que de muy niño me criaste (criastes), habéis (haueys) descubierto tan duro y cruel pecho, que podáis (podays) sospechar, tengo en siendo varón, usar con vos lo que el Emperador Nerón con su maestro Séneca: ni tampoco esperar, que la dignidad y estado a que por mi mano habéis llegado, la podáis en ningún tiempo mejor gozar, que yo reynando. Como sea verdad, que no solo habéis llegado por mi favor, a ser de mi casa el primero, y por mi liberalidad y larga mano, entre los grandes de mis reynos el más rico: pero aun entre los de mi Real consejo soys el más preminente: y que de tal manera os he dejado regir, y gobernar mis reynos a vuestro libre albedrío, que parece me habéis valido más de compañero en el reynar, que de consejero. Pues como (porque lo digamos todo) no os acordays de lo que algunos competidores vuestros con extraños modos han procurado echaros del mundo, por derribaros de este estado y gracia que de mí habéis alcanzado? entre otros, don Artal de Luna, a quien con vuestro mal trato distes tales ocasiones, que muchas veces pusiera las manos en vos, si de mí a él no le fuera a la mano. Mas como todo ello lo tengáis en poco, y a mí en menos, por lo mucho que agora estáis falto de consejo, seguís con grande afición la parcialidad y bando de don Fernando, a quien poco antes perseguíais (perseguiades) como a mi cruel enemigo: haciendo trueco y cambio de vuestro natural Rey y señor, por servir a un tirano: a efecto que en este medio que yo soy el tiranizado, os partays entre los dos los honores y caballerías, con todos los provechos del reyno: y a mí que con tanto trabajo
procurastes de asentarme en el trono real, me veáis de señor y Rey convertido en vuestro esclavo y prisionero. Sea como quisieredes, salido habéis con la vuestra, del Rey y Reyno habéis triunfado. Pero guardaos de alabaros de la victoria, porque tengo por cierto que ninguna ventaja me llevaréis en olvidaros vos tanto de las mercedes y favores que de mí habéis recibido, cuanto yo siempre me acordaré de los desacatos y afrentas que con esta prisión me habéis causado. En acabando de decir esto el Rey, porque no le venciese la justa ira para con Ahones, volvió las espaldas, y se entró en otra cuadra, cerrando tras sí la puerta, por no verle más, ni oírle. Como el viejo se vio solo, y tan convencido del Rey mozuelo, quedose como atónito y pasmado: de allí se fue para don Fernando a quien contó puntualmente lo que con el Rey había pasado. Pero aprovechó poco, porque como los dos tenían por libertad y provecho suyo la prisión del Rey, perseveraron en su dañada empresa, y por eso tanto más priessa se dieron en repartir entre si y sus amigos y allegados, los cargos honrosos y caballerías reales: no consintiendo que llegase cosa a manos del Thesorero real, porque lo cogían todo para si.


Capítulo XIIII (XIV). De las pláticas que el Rey tuvo con la Reyna sobre su salida, y de los buenos consejos que oyó de ella, y como a la postre salió por mano de don Fernando, y lo demás que hizo.

De todas estas cosas hacía sus discursos el Rey y aunque hallaba algún desvío y consuelo para
lo demás de sus desgracias, no podía tomar en paciencia, que sin haberle acometido don Fernando con algunos honestos medios, y buena plática en el negocio del Vizconde, hubiese usado con el de un tan vil y afrentoso medio, como haberle encerrado. Considerado esto, y vista la obstinación y poca enmienda (emienda) de Ahones, después de la plática que con él tuvo, conjeturó prudentísimamente, que el
interesse y provechos particulares que se repartían él y don Fernando,
los tenía ciegos, y que así cuanto más se alargase su encerramiento, tanto más crecería la avaricia de ellos, y el Rey no iría padeciendo en su gobierno. Y así imaginaba noche y día todos los modos posibles para salir de aquella prisión, y mostrarse al pueblo: tanto que había determinado de escalarse por una de las
clarauoyas abajo con la Reyna, si quería seguirle. Pero la Reyna como sabia y magnánima, confiando habría otra mejor salida para las cosas del Rey, no vino bien en ello: no temiendo tanto el peligro del escalarse, cuanto la ignominia y afrenta que de huir al Rey se le seguiría: antes varonilmente le amonestaba se encomendase a la gloriosa madre de Dios, a cuya devoción y nombre de niño se había ofrecido: porque con el mismo favor que fue por ella librado de las manos del Conde Monfort, y fortaleza de Monzón, se vería libre con mucha honra del trabajo que padecía. Viéndose el Rey alcanzado de tan santas y buenas razones de la Reyna, tuvo por bien de sosegarse y seguir su consejo. Volviendo pues don Fernando a requerir al Rey, que juntamente con la restitución de las tierras del Vizconde, se le rehiciesen los daños sin faltar nada: determinó de venir bien en ello, con el parecer de la Reyna. Y así despachó luego sus provisiones, y patentes para que todos aquellos pueblos de Cataluña se restituyesen al Vizconde y a los suyos. Maravilláronse
muchos porque antes el Vizconde, cuando volvió con su gente de Rosellón, y estando el Rey preso, no fue de presto a cobrarlos. A esto se responde, que se tiene por cierto lo intentó, pero que halló resistencia en los mesmos pueblos: así porque no les traían provisión del Rey para absolverles del juramento y homenaje que le habían dado: como porque estimaban más ser del Rey que de señor particular. Con esto comenzó el Rey de gozar de libertad, y salió del encerramiento, pasados veinte días justos que entró en él: quedándose don Fernando con la general gobernación de los reynos, por mucho que algunos señores y barones sintieron mal dello, y aunque reclamaron, no les aprovechó por lo que don Fernando con la sagacidad de Ahones se había apoderado de todo. Puesto el Rey en libertad, en el mismo punto envió a la Reyna a la ciudad de Borja, que se sentía preñada, y llegado su tiempo parió al Príncipe don Alonso, de quien adelante hablaremos, y así se partió de Zaragoza: que por la prisión que en ella tuvo, y disimulación de los ciudadanos la tenía medio aborrecida, y se
fue a Monzón, siguiéndola don Fernando con su poca vergüenza con los demás cortesanos y prelados que allí se hallaron. A donde disimulando el Rey con gran cordura lo pasado, y poniendo en plática lo que convenía tratar para el gobierno del Reyno, comenzaron unos y otros a proponer cosas, que
socolor del bien común, tiraban al suyo propio de cada uno por el buen ejemplo que don Fernando y Ahones poco antes les habían dado. De lo cual el Rey quedaba muy sentido, viéndose corto de autoridad y fuerzas, para refrenar tanta soltura, así por sus pocos años, que apenas llegaba a los xvj como por la liga que había entre los del consejo. Mas como no se determinasen en cosa cierta, ni de propósito, el Rey despidió las cortes, y porque le fue forzado, volvió a Zaragoza, a donde insistiendo mucho a los ciudadanos (quizá temiéndose por algún tiempo de la ira del Rey por la disimulación pasada) confirmo con mucha liberalidad todos sus fueros y privilegios. Y también estableció de nuevo a don Gonçaluo Ioan gran Maestre de calatrava, la concesión que el Rey don Alonso su aguelo había hecho de la villa de Alcañiz a su orden, con ciertas reservaciones de derechos y preminencias, por ser de los más principales pueblos del Reyno.


Capítulo XV. Como para concluir las cortes de Monzón el Rey se vino a la ciudad de Tortosa, cuyo asiento y cumplimientos de tierra se describen.

Partióse el Rey de Zaragoza para la ciudad de Tortosa, con fin de concluir en ella las cortes
que comenzaron poco antes en Monzón, para dar orden como poder reprimir las salidas y cabalgadas que los Moros de Valencia hacían en las fronteras de Cataluña, cautivando los Cristianos, y por el rescate destruyendo la tierra. Para esto le pareció sería esta ciudad muy al propósito, poniendo en ella una buena compañía de gente escogida, que estuviese en guarnición, con apercibimiento para salir contra los Moros luego en desmandarse, y hacer muy grande estrago y matanza en ellos, por escarmentarlos: por ser Tortosa tierra poderosa para sustentar esta y mayor guarnición de gente. Mas porque se entiendan sus cumplimientos y excelencias, brevemente describiremos su asiento y fertilidad de campaña, con las comodidades y provechos que por el río y vecindad de la mar se le siguen. Está fundada esta ciudad en los extremos de Cataluña hacia el mediodía, enfrente del reyno de Valencia, a la halda de un monte alto que la defiende de la tramontana: por estar por el poniente y medio día cercada del grande y caudaloso río Ebro, a la ribera del cual está extendida como una media luna. Tiene por el oriente el mar tan cerca, que se puede llamar marítima, así porque no dista de él más de cuatro leguas, como por ser el río tan navegable de allí a la mar, que con galeras se puede subir hasta dentro de ella, y con barcos muchas más leguas río arriba. De donde le viene ser la más proveída ciudad de la Europa, de muy excelente pescado: el cual se sube río arriba y cría en él con grandísima abundancia; porque son de las muy raras y gustosísimas especies de peces (pesces), los que en él se pescan entre otros, Lampreas, Asturiones, Sabogas, Mujoles, y Atunes, con otros géneros de pescado pequeño. De los cuales por su delicadeza y gran copia hacen mucha mercaduría los ciudadanos. Porque puestos en pan, y distribuidos por todos los tres reynos, demás de que se conservan libres de corrupción muchos días: son de tan suave gusto y delicado sustento, que muchos que pasaron con ellos regaladamente los ayunos de la cuaresma, llegados al carnal, no son parte las carnes y
volatería para que los olviden. Mas aunque dan estos peces gran hartura y ganancia a la ciudad, no por eso carece de muy buena provisión de carnes. Porque de más que sus montes abundan de muy excelente caza de venados, y toda montería, también se crían en los campos y llanuras copia de ganados mayores: con muy apacible vega llena de todo género de mieses y frutas. Por donde viene a ser esta ciudad no solo muy proveída de todo lo necesario para la vida humana, pero de su propio asiento es muy habitable y deleitosa: si la gente, que es de lo más afable de Cataluña, a la cual el Rey en su historia tanto alaba de valiente y belicosa (por ser muy diestra en el ejercicio de la ballestería), convirtiese su belicoso furor contra los Turcos y Moros, y no como suele algunas veces, contra si misma.


Capítulo XVI. Como don Fernando y Ahones burlaban del gobierno del Rey por el edicto de guerra que publicó sin consultarlo con ellos, y como fue a cercar a Peñíscola.


Acabó el Rey en Tortosa las cortes, de donde se partió luego, enfadado de la desordenada ambición y soberbia de don Fernando y Ahones, que por haberles salido tan a su salvo el acometimiento de la prisión pasada, eran en el gobierno y trato más intolerables que antes. Pues no solo se había usurpado el cargo de la general gobernación del reyno, pero cuanto el Rey, con el buen consejo de otros, mandaba hacer, se lo estorbaban, y pretendían que así como el conde don Sancho como a viejo caduco, así al Rey como a muchacho, y de poca experiencia, le habían de privar del gobierno.
De manera que por apartarse el Rey de ellos, se fue a una villa cerca de Tortosa, llamada Horta, que era de los caballeros Templarios. Los cuales con los de la orden del
Ospital, desde su niñez siempre favorecieron mucho a su Real persona, y mantuvieron su autoridad y respeto fidelísimamente. Quedáronse en Tortosa don Fernando y Ahones que no quisieron seguirle, y como el Rey se vio libre de ellos, a consejo de los mismos caballeros comendadores, y otros Barones de los dos reynos, que en no estar con él don Fernando acudieron a ofrecérsele, hizo un edicto general, por el cual mandó a todos los barones y caballeros de los dos reynos, que tenía del gages y caballerías de honor, y de sus Reyes antepasados y también a las villas y ciudades reales, que para cierto día se hallasen juntos con sus personas, armas y caballos, y la más gente que pudiesen: porque había de mover guerra a fuego y a sangre contra los moros del reyno de Valencia, para el ensalzamiento de la fé católica, y destrucción de la secta Mahomética, y por reprimir las correrías y daños que estos hacían en los reynos de Aragón y Cataluña. A este edicto, no solo no obedecieron don Fernando y Ahones, por haberse hecho sin consulta suya, pero con gran ultraje lo menospreciaron, y procuraron con algunas villas y ciudades reales dejasen de obedecerle, que ellos los librarían de la pena que por ello incurrirían. Con esto, no curando del Rey, se fueron los dos a holgarse a Zaragoza, para contemplar desde allí lo que el Rey haría sin ellos, y burlar, como decían, de sus pueriles empresas: las cuales no querían estorbar del todo, por no perder la esperanza de algún siniestro suceso en la persona del Rey, por ocasión y asidero de cosas nuevas, que por hallarse muy ricos, emprendería de buena gana. Mas el Rey, puesto que sentía mucho estos menosprecios que le refrescaban las llagas pasadas, y que no faltaba quien muy de veras le animaba para proceder contra los burladores a castigarlos: determinó como prudente, por entonces disimular con ellos, confiando que con el tiempo no le faltaría alguna ocasión para tomar la enmienda, alomenos de los atrevimientos y soberbia de Ahones, de quien se tenía por mucho más ofendido. Pues como llegasen dos compañías de infantería, con otras dos bandas de caballos ligeros: de Cataluña: y más otra tanta gente que de Aragón trajeron (truxeró) don Blasco de Alagón, y don Atho de Foces, con don Artal de Luna, el cual siempre zahería (çaheria) al Rey los favores hechos a Ahones: salió de Horta con ellos, y con los Comendadores de las dos órdenes, a hacer una entrada por los primeros pueblos del Reyno de Valencia, mientras llegaba el término de la convocación de Teruel. Pasó pues a vista de Tortosa ribera de Ebro abajo, donde recogiendo los ballesteros de ella, llegó con mediano ejército a la marina, y fue por ella adelante hasta meterse dentro del reyno de Valencia. A donde hechas sus arremetidas, talando los campos y haciendo presa en los lugares marítimos, llegó a poner campo sobre la villa de Peñíscola; a la cual los Cosmographos, por lo que se dirá de ella, llamaron Península, y esta toda ella asentada sobre un grande cabo, o promontorio que entra en la mar, y que por su grande altura servía de atalaya para mar y tierra por toda aquella frontera. Por esta causa el Rey de Valencia la tenía bien guarnecida de gente y municiones como una de las más principales plazas del Reyno, y por eso tanto más nuestro Rey la codiciaba con mucha razón. Porque su asiento de más de ser naturalmente fuerte, representa de su misma figura un grandísimo monstruo, compuesto de cosas casi contrarias entre si, sino que todas ayudan para más fortificarlo. El cual por ser raro, y que en ninguna otra parte del mundo se entiende haber otro semejante sitio de Fortaleza, por haberle visto, describiremos en el capítulo siguiente lo que se puede decir de él.

Capítulo XVII. Del extraño asiento (aßiéto) de la fortaleza de Peñíscola, y como la fortificó, y se defendió en ella Papa Benedicto Luna, todo el tiempo de su pontificado.

Tiene este promontorio, o cabo de Peñíscola (que por la punta mira al sol cuando nace, en derecho de la Isla de Mallorca) de cerco mil pasos. Y así de ancho como de largo por ser el suelo áspero y desigual, hasta 500. su asiento y cuerpo de él es un perpetuo peñasco altísimo, y que se va cuanto más sube estrechando, y por todas partes, sino por donde está la población asentada, hecho a peña tajada. Al cual cerca la mar casi del todo, que solo queda descubierto el paso con que se junta con la tierra firme, y a esta causa le llamaron en lengua Latina Península, que quiere decir casi Isla: pero este paso es tan estrecho, que las más veces en crecer las olas del mar viene a ser Isla del todo, y tal se queda agora artificiosamente hecha. La altura del promontorio es tanta, que de más de lo mucho que alegra con su espaciosísima y muy extendida vista de mar, y tierra suelen descubrirse las naves de allí a 30. millas. Hay en lo más alto una plaza tan ancha que se pudo edificar en ella una inexpugnable fortaleza, con un templo y palacio tan grandes, que pudieron aposentarse en él los que abajo diremos: quedando sola aquella parte del monte que mira a la tierra, y está algo pendiente para el asiento de la villa, con una sola puerta para entrada y salida de ella. La cual tan bien está defendida de un bravo e inexpugnable baluarte, con su puente de madera levadiza para la tierra. También el mar que rodea el promontorio por ambas partes y por delante es tan profundo que para pequeñas naves hace fondo: y sino del Levante, que a todas partes la descubre, contra los demás vientos, no solo se defiende con la altura y oposición del monte (pasándole las naves, como quien hurta el cuerpo, del un mar al otro) pero aun contra los corsarios están ellas con la fortaleza y su artillería por toda parte defendidas. Finalmente hay dos cosas que hacen el asiento de ella admirable, y como monstruoso. Una es las muchas cuevas y cavernas que hay en lo íntimo y profundo del monte, tan abiertas y penetrables al mar, que las olas salen por las bocas dellas con grandísimo ímpetu y estruendo, revueltas con infinito número de conchas (pesces que llaman Saxatiles los Latinos) y que siendo las peñas fundamentales por lo intrínseco del monte tan combatidas del continuo ímpetu del mar, no solo no se rompen, ni menguan, pero se aprietan y con la sal del agua más se fortifican. La otra es una fuente clarísima y dulcísima que con gran golpe de agua nace en lo más bajo del pueblo, entre las bocas por donde salen las olas saladas, solamente para el uso y servicio de la fortaleza y villa, pues luego a seis pasos de donde nace vuelve a hundirse en la mar. Porque se vea como naturaleza usó casi de artificio, para fortalecer, y hacer inexpugnable este lugar. Como lo conoció bien el Papa Benedicto xiij, de su nombre propio llamado Pedro de Luna aragonés de la villa de
Caspe: cuando estuvo en ella retirado. Cuya historia aunque bien divulgada por otros, todavía por lo que toca a la Fortaleza de la cual se valió él para su habitación y defensa, la referiremos aquí brevemente. En el año del Señor 1394. muerto Clemente Pontífice, que residía en Auiñon, el colegio de sus Cardenales, eligió en Pontífice a este Pedro de Luna Cardenal, que tomó nombre de Benedicto xiij. El cual teniéndose por verdadero y canónicamente elegido Pontífice (no embargante que el Rey de Francia comenzó a mostrársele contrario) se contentó con la obediencia que le daba la nación Española con la provincia de Guiayna. Mas para mejor y más seguramente poder regir su Pontificado en competencia de otros dos Pontífices que había electos, se recogió en esta fortaleza de Peñíscola, donde edificó el palacio y templo que dicho habemos, tan magníficos y suntuosos, que pudieron residir en ellos la persona del Pontífice con sus Cardenales por muchos años, y con el fortísimo sitio del lugar, defenderse de los que procuraban su deposición y anular su dignidad y persona. Y aunque los dos que concurrieron con él, por orden y decreto del concilio de Constancia renunciaron el Pontificado: pero Luna, ni por las exhortaciones y censuras del concilio, ni por la intervención de ruegos de los Reyes Cristianos, ni por la venida, e intercesión del Emperador Sigismundo, que para solo efecto de quitar tan gran scisma vino de Alemaña a Perpiñan, adonde fue Luna a verse con él, jamás pudieron acabar que renunciase como los otros. Ni hay que dudar, sino que la confianza de su fortificada Peñíscola, y seguridad que allí tenía de su persona, le hizo con tan larga vida perseverar en su pertinacia. Porque los años de su pontificado pasaron de 30, y los de su vida llegaron a noventa.

Capítulo XVIII. Como apretando el Rey el cerco de Peñíscola, temió el Rey de Valencia no pasase adelante, y procuró treguas con él, y le dio los Portazgos de Valencia y Murcia.


Volviendo al Rey, luego que acabó de reconocer el sitio e inexpugnable asiento de la villa, no quiso batirla, sino para atemorizar a los vecinos, poner el cerco y hacer arremetidas por los contornos, talando los campos, robando y quemando las caserías, y poniéndolo todo a cuchillo. De esto llegó luego la nueva a la ciudad de Valencia, y como suelen las cosas crecer con la fama, no solo se dijo que el Rey había tomado por asaltos a Peñíscola, y pasado todos a cuchillo, pero se afirmaba, que con todo su ejército venía a gran furia para la ciudad, y que estaba ya en Murviedro, a 4 leguas de ella. Con esta nueva súbita y tan espantosa Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con todos los principales, y pueblo se hallaron tan atajados, que del temor y espanto, se levantó tan grande grande alarido por toda la ciudad como si les entraran ya los enemigos por las puertas. Mas en haber llegado segunda nueva, y entendido que ni el Rey, ni su ejército habían pasado de Peñíscola, antes se estaban sobre ella, cobraron aliento, y luego enviaron embajadores para que hiciesen treguas con el Rey: y solo que alzase el cerco de Peñíscola, y se fuese de todo el reyno, prometiesen darle cada año el Quinto de los Portazgos de Valencia para Murcia. Pareció al Rey, y a todos los de su consejo no solo
provechoso el partido que Abuzeyt ofrecía, pero muy aventajado y honroso; por haber con sola la fama y opinión, más que con hecho de armas, acabado una apenas comenzada guerra, y con ella
tomado el corazón a los enemigos, que por tiempo había de acometer de propósito.
Y así reconocidos los poderes de los embajadores, se firmaron los capítulos y obligaciones de las treguas y portazgos. Mas aunque algunos dudan de esta salida del Rey, y del cerco que puso sobre Peñíscola, por cuanto en su historia no hace mención de ella, sino de los portazgos que le ofreció el Rey de Valencia por las treguas que se le otorgaron: con todo eso ya fuera la duda, así porque como otros escritores afirman, el Rey vino con ejército formado sobre Peñíscola, y la puso en grande aprieto, como porque el pedir treguas, y otorgar portazgos presuponen alguna grande opresión y necesidad de guerra, en que el Rey puso al de Valencia. Y no es bien que se borre en muchos
escritores lo que solo uno se olvidó. Y así parece cierto, que por alguna gran fuerza de armas le concedieron las dos cosas, y ninguna otra se halla que pudiese ser por entonces, sino, o porque el Rey alzase el cerco de Peñíscola, o porque el Rey hubiese hecho muestra de pasar adelante con su ejército contra la ciudad, ni obsta lo que el Rey de si dice, que vino a Teruel adonde había de juntarse el ejército: cuya tardanza, y falta de provisiones, causó la concesión de las treguas,
porque como sea poca la distancia de Tortosa a Peñíscola, y de allí a Teruel, así se pudo hacer lo uno y lo otro, y que el Rey hiciese un acometimiento contra Peñíscola, y que a causa de no haberle acudido el ejército que esperaba, hubiese sido forjado de otorgar las treguas en Peñíscola, y publicarlas en Teruel, donde había de ser la junta del ejército. Concuerda pues con la historia del Rey, que las treguas se concluyeron en Teruel: pero así de ellas como de los portazgos la
principal causa fue el cerco puesto sobre Peñíscola, como arriba hemos dicho. Mas porque en esta, y en otras muchas partes de su historia, el Rey hace muy honrosa memoria de Teruel y sus ciudadanos: ni se halla que emprendiese jornada alguna de guerra sin el favor y compañía de ellos, será bien que digamos algo de su antiguo origen y poderío, con el asiento y fortificación de su ciudad, y de otras cosas muy memorables de ella.



Capítulo XIX. De la origen y fundación de la ciudad y comunidad de Teruel, y de su poder, y valor de ciudadanos.

Fue siempre Teruel célebre ciudad y cabeza de los antiguos Edetanos montanos del reyno de Aragón, que hoy llaman los Serranos, y para los de Valencia está puesta al Septentrión, llamada Teruel, como se cree, por el río Turia que pasa por ella. Puesto que tiene la ciudad por armas un toro que mira a la estrella del norte, para denotar la fortaleza y norte que tuvo siempre en su gobierno. Fue conquistada y ganada de los moros en el año del Señor 1170, y 1171, por el Rey don Alonso segundo que estuvo 15 meses sobre ella, y la ganó con el favor e industria de ciertos capitanes Aragoneses, y Navarros que se señalaron mucho en la conquista, a los cuales por conservación de
la tierra, mandó quedar a poblarla, como a cabeza y guarda de toda la Serranía, que dijeron de Ydubeda, Y así por atraer gentes para habitarla, como por estar puesta en frontera, donde cada día se había de venir a las manos con los moros de Valencia, el mismo Rey les concedió gozasen de los más favorables fueros y privilegios que se hallaron en toda España, como fueron los de Sepúlveda (Sepulueda). Por donde con estas libertades, y ser la tierra fértil de pan y de ganados mayores y menores, con el rico trato de lanas y paños, y sobre todo con las continuas cabalgadas que hacían en el reyno de Valencia contra los Moros, se dieron tan buena maña que en poco tiempo levantaron su ciudad fuerte y muy bien labrada, cercándola de alto y bien torreada muro, y así en las casas como en los demás edificios públicos; es comparable con cualquier otra. Demás que de su tamaño, así en muchos grandes y muy suntuosos templos, con sus torres de campanas altísimas, y artificiosísimamente hechas de tierra cocida: como en número de sacerdotes, se halla
ser de las señaladas de España. De donde le ha venido que por verla tan bien dispuesta para ello, en estos tiempos, a suplicación de la Majestad de nuestro gran Philippo II, por concesión de nuestro muy santo padre Gregorio Papa xiij, ha sido fundada iglesia catedral y obispado en ella. Finamente como concurrieron de los más antiguos y buenos linajes de Aragón y de Navarra en su conquista.
Y así fue de su principio poblada de gente valerosa, hidalga, y belicosa. De ahí vino que todos los pueblos que están en sus contornos, que también fueron luego de Christianos, viendo el buen gobierno y prudente trato que los de Teruel tenían en la administración de su ciudad y
repub. y la razón y justicia que a todos guardaban, hicieron voluntaria amistad y comunidad con ellos, entregándoles el gobierno de todos sus pueblos, que son no menos de ciento. Con esta hermandad y junta de pueblos ayudados los de Teruel, y ampliada su jurisdicción con el favor de sus fueros y privilegios, se ejercitaron mucho en las armas, y llegaron a valer y poder tanto en las cosas de la
guerra, que de ninguna gente así de a pie como de a caballo se valió el Rey tanto para la conquista de Valencia como de la de Teruel. Confiésalo esto el mesmo Rey en su historia, y también dice de un noble ciudadano llamado Pascual Muñoz, el cual había sido antes criado del Rey don Pedro su padre, que fue tan rico, y liberal que de su hacienda y bienes, con lo que se valió de sus amigos, prestó al Rey gran suma de dinero, e hizo provisión de mantenimientos para el ejército que traía
el Rey, por espació de 20 días. De este Pascual Muñoz se halla que fue su segundo nieto aquel Gil Sánchez Muñoz Canónigo de Barcelona, que muerto Benedicto Luna, de quien arriba hablamos,
fue por el collegio de los Cardenales que allí se hallaron, electo summo Pontífice, llamado Clemente VIII, y luego después por quitar la scisma, renunció el Pontificado, y en recompensa le dio el obispado de Mallorca donde murió.


Capítulo XX. Como yendo el Rey para Zaragoza se encontró con Ahones, y de la reñida plática que tuvo con él, como le prendió, y se le fue de las manos.

Concluidas las treguas con el Rey de Valencia, mandó el Rey despedir el ejército. También
se despidió de los ciudadanos de Teruel con mucho amor, señaladamente de Pascual Muñoz por lo bien que le había hospedado y servido. De ahí determinó pasar a Zaragoza, a donde don Fernando, y Ahones se habían todo aquel tiempo entretenido, y sabido por relación de muchos, que el Rey (a quien ellos llamaban el muchacho) había varonilmente acabado la jornada de Peñíscola, y ganado el quinto de los Portazgos, y con tanta honra y ventaja suya otorgado las treguas al Rey de Valencia. Puesto que si la gente que estaba convocada llegara para el plazo a Teruel, hubiera proseguido la guerra, o sacado mejores partidos del enemigo: así mismo entendieron los servicios y ofrecimientos que los de Teruel le hicieron, y que en fin regía y gobernaba, y era muy obedecido y reverenciado sin la asistencia y consejo de ellos. Las cuales
nuevas en nada fueron alegres para los dos, antes se dolieron de oírlas: como por lo contrario se animaron mucho los Zaragozanos con ellas, pareciéndoles, aunque tarde, muy mal lo que don Fernando, y Ahones habían cometido antes contra su persona, y autoridad del Rey. Por lo cual los maldecía ya todo el pueblo, y estaba apique de apedreallos. Y vino esto a tanto, que don Fernando se hubo de salir de noche secretamente de la ciudad a ciertos lugares suyos: y Ahones, viéndose tan acosado del furor del pueblo, determinó ausentarse. Para esto juntó hasta 60 hombres de armas suyos muy bien puestos, y acompañado de don Sancho su hermano Obispo de Zaragoza, se partió con gran fausto para Teruel a verse con el Rey, por mostrarse poderoso, y como quien tal no hizo, que dicen volver a su primer cargo y mando. Acaeció que como por el mismo tiempo el Rey partiese de Teruel para Zaragoza, y llegase a Calamocha que está una jornada de él, supo cómo en aquel punto había llegado Ahones al mismo pueblo y que ya entraba por palacio. Oyéndolo el Rey, y mostrando grande alegría de ello, salió a él, y le recibió con mucha afabilidad y contentamiento. Preguntándole, después de haber visto su caballería que traía desde una ventana delante de palacio, para dónde llevaba su camino con tanta y tan bien armada gente, siendo ya acabada la guerra, y firmadas las treguas con los de Valencia, respondiole Ahones con gravedad muy entonado, que él y el Obispo su hermano con su gente de a
caballo iban derechos al reyno de Valencia para hacer alguna buena cabalgada contra los moros, por valerse de ella para rehacer los gastos que hacían en esta jornada. El Rey que oyó esto, antes de pasar la plática más adelante, le dijo, que se fuesen luego por la mañana a Burbaguena dos leguas de allí, porque tenía negocios muy importantes al estado que comunicalle, y saber su parecer sobre ellos. Como oyó esto el Obispo don Sancho, teniendo ya a su hermano por reconciliado con el Rey
y vuelto en su amor y gracia, y que todo sería como antes, despidiose del Rey, el cual se le mostró muy afable, y fuese a holgar a un lugar suyo llamado Cutanda muy cerca de allí, aunque apartado del camino Real. Llegada la hora, el Rey se puso a cenar con Ahones, y pasando con mucho regocijo hasta que fue hora de dormir, fuese Ahones a donde le aposentaron muy bien con su gente y criados. A la mañana oída misa y tomado refresco continuaron su camino para Burbáguena. En
esta jornada seguían al Rey don Blasco de Alagón, don Artal de Luna, don Atho de Foces, don Ladrón, don Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas, principales señores, y barones del Reyno, a los
cuales mandó el Rey que no le dejasen que los
hauria bien menester, aunque no les descubrió su ánimo ni propósito de lo que determinaba hacer. Llegaron pues de mañana a Burbaguena, que era lugar de los Templarios, y se apearon en un palacio de ellos, y el Rey que solo llevaba una cota de malla con su espada ceñida, mano por mano se subió con Ahones a la sala del palacio con los suyos, quedándose en el patio toda la gente de Ahones a caballo, pensando que sería corta la plática. Apartados los dos a una ventana de la sala y sentados en los banquillos de ella, el Rey comenzó blandamente a quejarse de Ahones, y después poco a poco a embravecerse. Diciendo que por su culpa y mal ejemplo había sido causa, que ni él, ni los otros caballeros y grandes del Reyno, ni las villas y ciudades reales, siendo convocados, viniesen para Teruel a comenzar la guerra contra los de Valencia. Y así perdida tan buena ocasión como tenía para proseguirla con mucha gloria suya, le fue forzado otorgar las treguas. A las cuales, le avisaba, había de estar, y no romperlas por todo lo del mundo. Y así le rogaba mucho no pasase más adelante, ni tentase por la vida de hacer lo contrario. Sonreíale Ahones a todo lo que el Rey le decía, y rehusaba de volver atrás su empresa, diciendo que él, y el Obispo su hermano habían hecho muy grandes gastos para esta jornada, y que no tenían de donde rehacerlos, sino de las presas que harían en el Reyno de Valencia. A esto respondió el Rey ya
con cólera, que no faltaría de donde rehacer los gastos, solo que las treguas se guardasen, porque a su palabra dada no podía faltar. Pero todavía perseverando en su porfía Ahones, a quien el Rey era ya igual de cuerpo, aunque no llegaba a los xviij años, pasando ya Ahones de los lxv.
hechole mano, diciendo que se tuviese por su prisionero. Como Ahones pusiese mano a la espada por la empuñadura, de la misma le echó mano el Rey, y le impidió, que ni la pudiese sacar, ni quitarla de la cinta. Mas los caballeros del Rey que estaban al cabo de la sala viéndolos a los dos, echaron mano a las espadas, y revueltas las capas a los brazos, se pusieron a la puerta de la sala, para defender la entrada a los hombres de armas de Ahones. Los cuales como oyesen las voces de arriba, xl de ellos se apearon de sus caballos, y rompiendo por medio de los caballeros entraron en la sala, donde hallaron al Rey tan asido con Ahones que se pusieron con gran fuerza (aunque con algún acatamiento) a desasirlo: estándoselos mirando desde la puerta de la sala los caballeros del Rey, y no ayudándole, por verse desarmados, y lo poco que podían resistir a los muchos y armados de Ahones, y porque en echar mano a la espada podía peligrar la persona del Rey. De suerte que le quitaron a Ahones de las manos, llevándoselo los suyos, el cual luego subió en un caballo, y se fue bien alterado con ellos.


Capítulo XXI. Del gran ánimo y diligencia con que el Rey persiguió a Ahones, y como le alcanzó, y como de una lanzada que le dio don Sancho de Luna murió en las manos del Rey.


En ningún tiempo de su vida, antes, ni después, se vio el Rey tan encendido en cólera como cuando los soldados de Ahones se lo quitaron de las manos, y que con el favor de ellos se le iba sin poderle
alcanzar. Mas no por eso perdió su coraje, sino que para mejor seguirle, en el mismo punto bajó al patio, y subió en un caballo de un hidalgo de Alagón, el primero que vio, y con las mismas armas, que se hallaba, fue a espuela hita en seguimiento de Ahones: el cual a gran furia caminaba hacia Cutanda para el Obispo su hermano, recelándose no le tuviese el Rey por otro camino puesta alguna celada de gente para cogerle, y más por la que saldría de los lugares en favor del Rey en ver que le perseguía. Siguieron pues al Rey al salir de Burbaguena, Gudal, Pomar y Foces con solos cuatro
de caballo: tras ellos don Blasco con los demás hasta 46 caballos ligeros. Como llevase Foces la delantera, dos de los hombres de armas de Ahones que con el peso de ellas corrían poco, volvieron las lanzas para él, y le derribaron del caballo mal herido, al cual luego socorrieron don Blasco y don Artal, pasando los de Ahones adelante. Con todo eso iba el Rey con solos Gudal y Pomar de compañía en seguimiento de Ahones, a quien poco antes había descubierto desde un cerro pequeño, que iba con solos xx. caballos por la falda de un monte a gran
priessa. En este medio don Blasco y don Artal después de haber atado las llagas a don Atho, corrieron tras Ahones a rienda suelta, y como le estuviesen ya cerca, volvió los ojos, y en viéndolos pensó que con ellos venía sobre él algún gran tropel de caballos. Mas como no hubiese lugar para huir y escapar de ellos, por traer él y los suyos los caballos muy cansados, determinó recogerse a un pequeño monte que se ofrecía delante, confiando que mientras allí se haría fuerte, acudiría con gente el Obispo su hermano
y le libraría. Pero el Obispo nunca acudió, y se creyó que de temor de que no hubiese también para él su ramalazo, por lo que antes había intervenido (entrevenido) con don Fernando y Ahones en el encerramiento del Rey. De manera que subido al monte Ahones con los suyos, uno de ellos, como no le tuviese allí por seguro, se apeó para darle su caballo, por que se escapase por la otra parte del monte. Mas luego fueron a vista de él, don Blasco y Artal para los pasos. Comenzando los
de Ahones a echar cantos y tirar muchas piedras para impedirles la subida, el Rey que no estaba ocioso, subió muy aprisa por la otra parte a lo más alto del monte, y antes de ser visto, ni sentido,
le tomó (tomole) a Ahones las espaldas. Los suyos que vieron al Rey, desampararon a su señor y huyeron todos. Solo quedó un camarero suyo llamado Mezquita, que se puso tras un peñasco por ver el triste suceso de su amo. En este punto don Sacho Martínez de Luna uno de los caballeros que seguían al Rey, arremetió para Ahones, y le dio una cruel lanzada por el lado derecho por la
escotadura del perpunte, de la cual sintiéndose Ahones herido a muerte, se abrazó con el cuello del caballo, y echándose a la parte siniestra, cayó medio muerto. Mucho se ofendió el Rey de ver tan malherido a Ahones, siendo su ánimo solo de prenderle, y no matarle, y así apeándose del caballo le abrazó, y con muchas lágrimas le consoló, reptándole mansamente, y echándole la culpa de todo lo que se había seguido, que si le creyera, no le sucediera tan mal: mas que tuviese buen ánimo que no le desampararía jamás. A esta sazón llegó don Blasco, diciendo al Rey a voces, dejadnos señor despedazar este león, por vengar de una las muchas injurias que ha hecho a vuestra real persona, y como asestase ya la lanza para herir a Ahones, el Rey se puso en medio de los dos, y dijo muy
airado, teneos don Blasco, teneos, porque no heriréis a Ahones sino a mi persona.
Con todo esto, Ahones sintiéndose ya mortal, encomendó a Dios su alma, y al Rey sus cosas, y calló porque le faltó el espíritu y la palabra, a causa de la mucha sangre que le corría de la herida. Mas el
Rey apretándosela muy bien, mandó que le pusiesen a caballo, con uno que le tuviese, y le llevasen a Burbaguena, pero faltándole ya la sangre murió en el camino. Lo cual sintió el Rey en el alma;
y mandó que pasasen a Daroca que no está lejos, y acompañó su cuerpo, haciéndole enterrar en la iglesia mayor con la honra y pompa que por entonces se sufría.
Fin del libro tercero.


Libro décimo

Libro décimo.

Capítulo primero. De los embajadores del Duque de Austria que vinieron a ofrecer su hija por mujer al Rey, y como porque no la aceptó murmuraron de él los suyos.


Por este tiempo que el Rey entraba en los XXVII años de su edad, y con mayor sosiego y tranquilidad que nunca gobernaba sus Reynos, la fama de sus memorables hechos era tan celebrada por todas partes, que los Príncipes y Reyes, por muy apartados y lejos de él que estuviesen, deseaban mucho trabar amistad con él, y por vía de parentesco perpetuarla. Mas como ni en castilla, ni en Francia, ni tampoco en Inglaterra, hubiese hijas de Reyes, a quien solían los de Aragón pedir por mujeres, que fuesen de edad para casar, y aunque las hubiese, la fama del divorcio y apartamiento de doña Leonor les hiciese esquivar el matrimonio del Rey:
valiose desta ocasión el Duque de Austria Príncipe riquísimo, para que de las últimas partes de Alemaña enviase sus embajadores al Rey a ofrecerle su hija por muger con mayor dote que nunca Duque dio, ni Rey de Aragón, hasta entonces, recibió en casamiento. Y así fue, que estando el Rey en Huesca, llegaron a él los embajadores de Austria, a los cuales recibió muy bien, y oída su embajada, y el dote que el Duque ofrecía dar con su hija en contemplación de matrimonio, mandándoles ricamente aposentar, y aguardar algunos días la respuesta. Luego se puso a pensar muy a solas sobre este casamiento: porque a consultarlo con otros, ninguno de los suyos se lo desaconsejara. Pues como después de haberlo muy bien considerado todo, en resolución le pareciese, que no era cosa condecente a Reyes, ni estaba bien a su honor y estado, igualar con dineros la majestad Real, y casar con la que no fuese de su igual: sin dar más parte a los suyos, llamó a los embajadores, y haciéndoles grandes favores y mercedes, y ofreciéndose mucho al Duque, de valerle en toda ocasión con su persona y estado, los despidió con mucha gentileza: y en respecto del matrimonio, les dio un honesto desvío por respuesta. Esto se lo tuvieron muy a mal los de su consejo, y más sus íntimos y familiares, que iban por palacio murmurando dello: pensando del casamiento, que no tanto por descontento que del dote, ni de la pieça tuviese, cuanto por haber dado su fé a alguna otra: o realmente por no querer más casarse, lo había rehusado. Lo cual le atribuían más a vicio que a virtud, pareciéndoles que redundaba en muy grande perjuicio de sus Reynos, y que no era justo que la sucesión dellos pendiese de la vida de solo don Alonso su hijo único: sino que engendrase muchos Iaymes para ser padre, o de muchos Reyes, o de muchos, que por sus heroicas y paternales virtudes mereciesen serlo. Trayendo, entre todos, por ejemplo al gran Rey Príamo el Troyano: al cual alababa mucho su historia, porque tuvo cincuenta hijos, y los XVII de su legítima mujer Ecuba: que fue producir al mundo otros tantos pimpollos de reales, y casi divinas virtudes: para que no faltasen muchos, que por ser tan bien nacidos mereciesen ser Reyes entre los hombres. Y así les parecía cosa muy absurda, siendo ya su Real persona de tan buena edad, no solo haber rehusado tan rico casamiento como se le ofrecía: pero el haberse privado de los hijos y sucesores legítimos, que en siete años pudiera tener, después que se apartó de doña Leonor su mujer primera: para que a caso, faltando don Alonso, le sucediesen los suyos, y no los extraños.


Capítulo II. De la sabia y cumplida satisfacción que el Rey dio a sus criados, por no haber aceptado el matrimonio de la hija del Duque de Austria.

No fueron dichas tan a rincón las palabras de los criados del Rey, que no llegasen a sus oídos, y le fuesen sin faltar una relatadas. De los cuales mandó llamar a los que más aficionadamente, y con buen celo se alargaban en esta plática: y venidos antes si les habló con su acostumbrada afabilidad desta manera. No queráis vosotros, con vuestros mal aplicados ejemplos distraerme del honesto, y bien considerado propósito que de no casarme por agora tengo: ni creáis, que por haber desechado el matrimonio que se me ha ofrecido, estoy para siempre fuera de casarme. Pero tan poco quiero que por haber vivido algunos años no casado, me lo atribuyáis más presto a vicio que a virtud generosa. Pues está muy averiguado, que en ningún otro tiempo mejor que en este me habéis visto ejercitar, en lo que como a Rey, y como a general del ejército, en paz y en guerra me tocaba: ni que mayores victorias y triunfos haya alcanzado de mis enemigos, que cuando más libre me he hallado del cuidado de mujer e hijos. Mas porque entiendo que andáis muy puestos en convencerme con los ejemplos de Reyes: por estos mismos, y aun de los mayores Emperadores del mundo, como de Alejandro Magno, y del gran Iulio Cesar, quiero atajar agora vuestras razones. Pues destos vemos: que el primero cuanto más se apartó de casarse, tanto más se empleó en la guerra, y fue tan felice en ella, que llegó gloriosamente a tener gran parte del mundo sojuzgado. El otro, después que repudió la mujer, y quedó libre, demás de pensar en ella, ni en hijos, vino a exceder tanto en las armas y disciplina militar, que se atrevió a conquistar el sumo Imperio Romano, y salió con ello. Porque no hay duda, sino que el amor y cuidado que se tiene de la mujer y hijos, con la codicia de enriquecerlos más de hacienda que de gloria, puesto que dan ánimo a los padres para emprender grandes cosas: todavía la afición y amor carnal que hay entre ellos, embota la lanza de los unos y los otros: pues procura muy poco el padre que el hijo gane honra con pérdida, o peligro de la vida: ni deja tan poco el hijo, por complacer al padre, de posponerlo todo a ella: y que también el padre mira mucho, con no faltar al hijo la suya. Quiero que Príamo, a quien alegáis por Rey bueno, y el más principal de la Asia menor, fuese muy alabado, porque tuvo cincuenta hijos (obra de naturaleza tanto como suya) no sabéis que perdió su alabanza porque se aficionó más a uno solo llamado Paris, afeminado y cobarde, que a todos los demás, que fueron muy esforzados y valientes guerreros? No fue así, que con la demasiada ternura y regalo que crió aquel, le salió tan disoluto y avieso que no solo fue causa, por su lujuria, de la total destrucción y ruina de su gran ciudad y Reyno: pero de las crueles muertes de todos sus hermanos y hermanas, hasta la de su padre y madre, que con el mismo se perdieron? Y que por esto los historiadores y Poetas, alabando mucho las gloriosas muertes de los otros hermanos, callaron la deste, como de un infame, vil, y malfinado? No le fuera mejor a Príamo, que ningún hijo le naciera, que haber engendrado uno para ser la miserable pérdida de todos? Porque no ha de ser el fin de los Reyes tan puesto en casarse por dejar hijos: cuanto en dejarlos buenos, o ningunos. En lo demás pienso haber justamente rehusado el matrimonio de la hija del Duque de Austria, por muy mucho dote que con ella se me haya ofrecido: porque si es, o no, cosa condecente y honesta, anteponer a los casamientos Reales, los que no lo son: o que el dinero e intereses iguale con la grandeza y dignidad Real: yo lo dejo a vuestra discreción y juicio: pues si cuando era muchacho, y no gozando de más estados, y señoríos de los que mi padre me dejó, alcancé hija de Rey por mujer: agora que me hallo aventajado en edad, poderío, y Reynos, consentiré en casamiento más ínfimo? En verdad que no lo haré: antes porque más os aseguréis de mi voluntad e intenciones, me apartaré tanto destos matrimonios, cuanto escucharé de buena gana los Reales, y de ahí arriba, siempre que se me ofrecieren. Con esto quedaron los criados muy satisfechos, y no tuvieron que replicar: por no haber tenido espíritu profético de lo que había de ser, y a do había de llegar la gran casa y descendencia de Austria, que no pudo a más, de lo que agora vemos, por gracia de nuestro Señor, en los descendientes del mismo Rey.


Capítulo III. Del casamiento que el Papa Gregorio IX concluyó para el Rey con la hija del de Vngría, y del dote que se le ofreció, y como se aseguraron los alimentos para doña Leonor, la cual entró en religión.

Acabó el Rey su razonamiento, y quedaron sus criados, como está dicho, tan satisfechos, y admirados de oír tales y tan concluyentes razones, que le reputaron por prudentísimo, y tan bien intencionado en sus cosas, que parecía las consultaba con Dios, y que en todo seguía su voluntad divina. Y así pareció que vino del cielo, lo que sucedió por el mismo tiempo. Porque con la autoridad y mano del sumo Pontífice Gregorio IX se concluyó otro matrimonio del Rey con doña Violante hija de Andrea Rey de Vngria, y nieta de Pedro Altisiodorense Emperador de la Grecia, por lo que ya antes se había tratado dello secretamente el Rey y el Pontífice: y así tuvo luego el Rey aviso, como era llegado a Barcelona Bartholomeo Obispo de Cincoyglesias, y Beraldo Conde de los principales de Vngria, para tratar dello. Los cuales prometieron a las personas que el Rey había deputado para escucharlos, traer en dote con doña Violante doce mil libras de plata, con otras mil que le pertenecían del dote de su madre. Y más doscientas libras de oro fino que le debía el Duque de Austria: con cierta parte del Condado de Namurs en Flandes: y otros lugares, así en Francia, como en Borgoña y Vngria que la madre le había dejado en testamento (que de todo cobró el Rey más derechos que dineros) demás de sus mayores dotes y esclarecidas virtudes de cuerpo y alma, en que doña Violante excedía a todas las mujeres de su tiempo. De manera que se hicieron los entregos y capitulaciones matrimoniales a los XXV de Hebrero, año de nuestra redención 1234. Puesto que después de haberse aceptado y aprobado por el Rey el partido, fue necesario antes que doña Violante viniese, averiguar las diferencias que quedaban entre el Rey y doña Leonor su primera mujer, sobre sus alimentos. Lo cual se asentó luego en el monasterio de Huerta en Castilla: donde se halló con el Rey de Castilla don Fernando sobrino de doña Leonor, y capitularon, que no casándose doña Leonor, gozase por su vida de Fariza con su fortaleza y campaña, sin disminución de lo que ya antes se le había asignado en nombre de dote y alimentos. También que don Alonso su hijo estuviese, y se criase con ella: con condición, que ni contra su voluntad ni antes del tiempo y edad decente se casase. Finalmente que a doña Leonor se le tuviese siempre respeto de Reyna. Hechos estos conciertos Fariza fue entregada con todos sus derechos a doña Leonor. La cual como acabase ya de perder las esperanzas de volver con el Rey, convirtió todo su pensamiento y persona a Dios, y edificó un suntuosísimo convento de monjas de la orden de los Premostrenses en la villa de Almazán (Almaçá), no lejos de Fariza: donde pasó su vida con grande ejemplo y muestra de santidad. Concluido del todo el divorcio, y tomado asiento en lo de los alimentos con doña Leonor, despidiose del Rey don Fernando, y se volvió para Zaragoza. De allí por los puertos de Iaca y santa Christina, pasó a la Guiayna, la vuelta de Mompeller: allí tuvo la fiesta de todos Santos, y asentados algunos negocios del estado volvió para Cataluña a la ciudad de Lerida.


Capítulo IV. Como doña Teresa Gil de Vidaura, se opuso al matrimonio de doña Violante, y como fue citado el Rey, y por algún tiempo no pasó el pleyto adelante.

En este medio que los embajadores andaban tratando el casamiento de doña Violante con el Rey, o sus agentes en Barcelona, doña Teresa Gil de Vidaura, de quien poco antes hablamos, que fue
mujer noble, prudente, y hermosísima, y que en estos siete años después que se hizo el divorcio con doña Leonor, tuvo della el Rey dos hijos varones, al primero que llamaron don Iayme, y al otro
don Pedro: como pretendiese que el Rey le había dado su fé y real palabra de casar con ella, luego que entendió se trataba nuevo casamiento con la hija del Rey de Vngria, se opuso a él con grande rabia, y con efecto procuró impedirlo. Mas porque luego vio el menosprecio con que le oían los jueces
Ecclesiasticos, ante quien puso el libello, y al Rey tan puesto en desecharla, publicaba a voces, que no como amiga, sino como a verdadera y legítima mujer había comunicado con el Rey, y parido hijos de él: y quería se celebrasen con toda solemnidad las bodas de este matrimonio. De manera que ni por las blandas y buenas palabras del Rey, ni por su indignación y amenazas, dejaba doña Teresa de hablar muy libremente contra él, tratándole de fementido, y otras cosas con el calor que secretamente le daban sus parientes, y también los doctores que estudiaban su causa, animándola para proseguirla: certificándole que si la remitía al sumo Pontífice, ante quien se trataría con más libertad y verdad de justicia, que o saldría con ella, o sacaría muy grandes partidos del Rey, para todo beneficio suyo y de sus hijos. Y así fue que se determinó de ir en persona, o envió algún su pariente, hombre importante a Roma, para notificar su derecho al sumo Pontífice. Puesto que se entiende, que en vida de Gregorio IX, que hizo el casamiento de doña Violante, no se enantó cosa alguna: pero muerto él, de ahí a pocos años se puso el libelo ante el Pontífice sucesor, el cual después de bien entendido el negocio, mandó advocar (auocar) así la causa matrimonial, de los Obispos de España y Guiayna, a quien fue antes por su predecesor cometida, mandando citar al Rey a instancia y en nombre de doña Teresa, el cual fue realmente citado, y formado el pleyto, se entretuvo que no pasó a delante por todo el tiempo que la Reyna doña Violante vivió, por lo que adelante se dirá más largamente.

Capítulo V. Del Arzobispo de Tarragona que conquistó las Islas de Iuiça y la Formentera, y de su
asiento y propiedades dellas.


Como antes desto, andando el Rey en la conquista de Valencia, no fuese acabada del todo la de las Islas, más de Mallorca y Menorca, y quedasen por conquistar Ibiza (
Iuiça) y la Formentera, que también eran de la misma conquista: don Guillen Mongriu caballero Catalán y muy noble, Sacristán y Canónigo de la yglesia de Girona, por entonces ya electo Arzobispo de Tarragona, y don Bernaldo Sentaugenia gobernador de Mallorca, pidieron de merced al Rey, les diese la conquista de las Islas de Ibiza y la Formentera, para que ganadas, quedasen en feudo perpetuo del Arzobispo y Metropolitana yglesia de Tarragona so invocación de santa Tecla. A fin que por esta vía se frecuentase en ellas la predicación de la palabra de Dios y enseñanza de la santa fé catholica: para mayor extirpación de la falsa secta de Mahoma, que en ellas había. Respondioles el Rey que era muy contento de la demanda, y de dar la fortaleza y villa de Ibiza en feudo perpetuo al Arzobispo y Metropolitana iglesia de santa Tecla, de la cual él era muy devoto, con condición que dentro diez meses se prosiguiese esta conquista: porque de otra manera, él la quería emprender, acabada la de Valencia. Mas porque se entienda la origen y propiedades destas dos Islas, haremos una breve relación de lo que se contiene en ellas. Fueron pues estas nombradas por los Griegos Pityusas, porque están entretejidas de infinitos pinos que naturalmente produce la tierra. La mayor, que los Romanos llamaron Ebuso, y en vulgar llaman Ibiza, es muy conocida por toda la costa del mar mediterráneo, no solo por su muy ancho y seguro puerto, con la villa y fortaleza, que artificial y naturalmente están muy fortificadas: pero por el gran trato y comercio de la sal, de la cual se provee , y gusta casi toda la costa de Francia e Italia. Porque es tanta su abundancia cuanta se entiende por la descripción que habemos hecho de ella en nuestros comentarios de Sale libro fecundo. Mas aunque la Isla no abunda de panes y otras mieses, pero en ganados mayores y menores y en bestias montesas es muy grande la crianza que hay por toda ella, con la cosecha de Alcaparras, sana y apetitosa ensalada. Demás que como llave del mar Tarraconense, está puesta enfrente y a vista del promontorio de Diana, que agora llaman cabo Martín, en el Reyno de Valencia, para descubrir y hospedar todas las naves y bajeles que de la España occidental pasan al oriente, o vuelven al poniente. La otra dicha Formentera que dista muy poco de Ibiza, está desierta y inhabitable: Aunque de trigo, que vulgarmente en lengua lemosina dicen forment, es fertilísima, si se sembrase: de donde es llamada la Formentera, y en Latín Frumentaria: cría, a causa de su soledad, animales fieros, aunque no dañosos, señaladamente Asnos silvestres: los cuales son tantos que van a manadas por la Isla, y son más grandes y hermosos que los de tierra firme: andan mansos, porque no ofenden a nadie, pero son intratables, y de corazón tan fieros, y corajudos, que nunca se ha visto allegarse a los hombres, ni con algún arte se han podido domar para servirse dellos: antes por su melancholia (la cual según dicen los Médicos es la perfeta) sienten tanto el apartarlos de la compañía de los otros, cuando los sacan de la Isla, que se dejarán más presto morir de hambre, que pacer (pascer), ni comer cosa que les den: y se ha visto ponerles fuego debajo la barriga, y sufrirle antes que moverse de un lugar, ni sufrir carga chica, ni grande que les echen: porque luego dan consigo en tierra: que parece no se ha dado aun en la cuenta del servicio y uso para que los crió naturaleza. Es la desgracia desta Isla, que con abundar de puertos y grandes calas, de fuentes, bosques y tanta copia de pinos, y ser naturalmente fertilísima de trigo y cebadas, son tan continuos los corsarios Moros de África que vienen a dar carena, y a solazarse en ella, que por ellos mucho ha quedado del todo yerma y despoblada. Demás que ni la una, ni la otra Isla crían, ni consienten ningún género de serpientes, ni animales venenosos. Pero lo que mucho más admira es, que no muy lejos de ellas, al enfrente de Peñíscola, y en derecho de Mallorca, hay una muy pequeña Isla llamada Moncolubrer, que en Latín llaman Colubraria, y los Griegos Ophiusa, que produce infinitas culebras, las cuales enojan mucho a los navegantes que a ella llegan. A la cual (según Plinio, y la experiencia que no lo niega) llevando tierra, o arena de Ibiza, y sembrándola por ella, en el mismo punto huyen o se mueren las culebras: y lo mismo hacen llevándolas a Ibiza, que solo el olor de la tierra las mata.
Concedida pues la conquista para el electo de Tarragona, se embarcó en la armada y naves del Rey, que estaban en el puerto de Salou, y fue por general de ella don Nuño Conde de Rosellón, que no se lo estorbó el hallarse flaco y muy cargado de años, porque como más sabio y experto en cosas de guerra, que todos los de su tiempo, no quiso faltar al electo en esta jornada. También se entiende, que por su derecho, como señor de Mallorca, fue con él don Pedro de Portugal. Ayuntados pues hasta mil y quinientos infantes, con pocos de a caballo, partieron con buen tiempo, a acabo de día y noche llegaron a tomar puerto a la misma villa de Ibiza, a la media noche, con tanto recato que apenas fueron sentidos: pero en ser descubiertos, como los de la villa, ya puestos en defensa, creyesen que el mismo Rey que había tomado a Mallorca y Menorca, venía en persona con la armada sobrellos, quedaron desto tan turbados y desmayados, que solo con subir un soldado de Lerida sobre el muro, y dar voces, victoria, victoria, sin más trato ni concierto entregaron al electo la villa con la fortaleza, siendo de si inexpugnable, y luego toda la Isla vino a sus manos. De manera que mandando edificar según el orden dado por el Rey un templo en ella, y dejando muy pocos Moros, solo para esclavos que cultivasen la tierra y campos, la villa se comenzó a poblar de Cristianos. Fue la señoría de la Isla dividida en cuatro porciones. La primera para el Rey: la segunda para el Arzobispo, e iglesia de santa Tecla de Tarragona: la tercera para don Nuño, y la cuarta para don Pedro de Portugal. En estas dos porciones postreras sucedió por tiempo el Rey, o porque fue sucesor en los estados de los dos, o porque las compró dellos, y solo quedó en poder del Rey, y del Arzobispo e iglesia de Tarragona la señoría de toda la Isla: como se
vehe pues hoy en día tienen su parte de jurisdicción, y los diezmos de la sal y otras rentas en ella: y que por esto toca al Arzobispo la cura de las almas, con toda la jurisdicción eclesiástica de ella: y con su porción para la iglesia de santa Tecla, la cual está resumida en una dignidad del Arcidiano de sant Fructuoso, que reside en la misma metra politana y tiene los fructos en la Isla. Finalmente pasaron a tomar posesión de la Formentera y por estar desierta no pararon en ella.


Capítulo VI. De la segunda salida que el Rey hizo por la ribera de Xucar, y no pudiendo batir a Cullera, dio vuelta para la ciudad, y tomó las dos torres de Moncada y Museros.

En tanto que pasaba esto en Ibiza, el Rey no perdía tiempo en pasar adelante su conquista de Valencia. Porque como hubiese tentado y descubierto el poco ánimo de Zaen y de los suyos, cuando poco antes salió a vista de la ciudad con banderas desplegadas hacia la ribera de Xucar, y ni de la ciudad, ni de otra parte había venido nadie a resistirle: determinó hacer otra salida y correrías por el campo de la marina hacia la misma ribera. Para esto convocó a don Fernando, a don Blasco, don Pedro Cornel, y Vrrea, y a los dos vicarios de las órdenes del Temple y del Ospital: significándoles su ánimo, que era correr de nuevo el campo en torno de la ciudad de Valencia. Como fuesen todos del mismo parecer, determinaron de no ir por las Aldeas, sino desparar en Cullera: y para mejor batirla, mandó el Rey traer por mar de Burriana dos grandes machinas a la boca de Xucar, y se partió juntamente con el ejército caminando orilla del mar, a vista de la ciudad, y en dos días llegó a Cullera. Este es pueblo mediano junto al mismo río, de muy fértil campaña, y edificado a la falda de un monte que del otro cabo da en la mar, y estaba puesto harto en defensa. Sacadas las machinas que las subieron río arriba, se plantaron delante de la villa. Pero como hubiese necesidad de piedras grandes y pequeñas para jugar las machinas, y no se pudiesen haber, a causa de ser arenosa la tierra, ni tampoco tuviesen instrumentos para romper las peñas del monte, dijeron los maestros de artillería , que no había forma para batir con ellas, y así era necesario dar en otra tierra. Pues como altercasen sobre esto, y prevaleciese el parecer y porfía de algunos, partiose de allí el Rey con el ejército y machinas la vuelta de Silla, que está a dos leguas de la ciudad junto a la laguna que llaman Albufera. Como estuviese descontento el Rey por no haber hecho algún efecto en lo de Cullera, determinó descubrir su pecho al vicario del Temple, y a Cornel, y Vrrea, como deseaba mucho tomar por fuerza de armas una de las dos principales torres que estaban en la vega de Valencia a una legua de ella, hacia poniente y septentrión: las cuales tenían los Moros en tanto que los llamaban los dos ojos de la ciudad: por estar muy fortificadas: y porque eran como baluartes de ella para entretener los primeros encuentros y rebatos de los enemigos. Era la más principal de ellas, y más bien guarnecida de gente y armas la que llamaban de Moncada, la otra se decía Museros, distantes la una de la otra poco menos de una legua. Propuesta la voluntad del Rey ante los capitanes, el vicario del Ospital con otros vinieron bien en el parecer del Rey, y por ser más fuerte la de Moncada fueron a ella. Como entendió esto don Fernando, que siempre acostumbraba distraer al Rey de cualquier principal empresa: dijo que en ninguna manera se debía batir la torre, por estar muy fuerte y bien proveyda de gente y armas, y haber menester gastar mucho tiempo en tomarla, no teniendo vituallas, ni aparejo de tiendas con lo demás necesario para sustentar y asegurar el campo. Demás que no era cosa prudente capitán provocar al enemigo tan potente y vecino, no teniendo seguras las espaldas con algún grande ejército. También el vicario del Temple porfiaba que no convenía batir a Mócada, sino a Torrestorres. De donde movida la contención, concluyó el Rey, que a Moncada, y no a otra parte se había de dar la batería. Era esta torre muy alta, muy ancha y fuerte, y no solo de vituallas y armas, pero de muy escogidos soldados que tenía allí Zaen, estaba bien proveyda: demás de estar cercada de sus andanas de piedras y cestones en rededor, y bien puesta en defensa. Estando ya los soldados para acometerla, envió el Rey a decir al capitán de ella, le entregase la torre con cuanto en ella había, si querían salvar las personas, o que no les perdonaría la vida. El capitán respondió que el Rey Zaen su señor le había encomendado la torre, y que solo a él la rendiría: pero que subiría luego a lo alto para hacerle señas viniese a mandarse le que la diese. Oída la respuesta mandó el Rey a los soldados que hiciesen lo suyo. Y luego en la primera arremetida dieron con la albarrada en tierra, y entrados puestos los escudos sobre las cabezas para defenderse de las piedras y maderos que de la torre echaban, dieron con tanto ímpetu sobre los villanos y soldados de guardia que estaban mezclados, que matando algunos de ellos hicieron retirar los demás hasta dentro de la torre: la cual bastaba para recoger otros tantos: donde confiados de la
altez y grueso de la pared de ella, se hicieron fuertes. Pero visto por los de dentro la gran prisa que se daban a batirla los de fuera, y que estaba el Rey en persona sobre ellos, acudiéndoles gente de cada hora que venía de Burriana: y que siendo avisado Zaen de lo que pasaba, con estar tan cerca, ni les enviaba gente ni socorro para descercarlos, determinaron el quinto día después de comenzado el combate, de darse, sin otra condición más de salvar las vidas. Entrados hallaron muy buena presa de gente y vituallas en ella: porque había (como dice la historia) más de mil Moros, y valía lo que estaba dentro cient mil besantes de Barcelona, que pasan de veinte mil ducados: y se hallaron allí luego mercaderes que compraron la presa, y los pagaron luego: lo que fue bien menester para aplacar a los soldados, pagándoles justas todas las pagas que se les debían. Con esto se abstuvieron de más saco y presa, que toda vino a manos del Rey, el cual dio libertad a los Moros como les había prometido, y mandó a toda prisa derribar la torre, y assolarla del todo, para que Zaen no volviese a rehacerla. No dejará el lector de maravillarse mucho de la flojedad de Zaen, siendo tan poderoso de gente (como después se verá) y teniendo al enemigo con tan poca a las puertas de la ciudad dentro la vega, como no salió a dar sobre él. Mas porque en el siguiente libro se mostrará, y con más ocasión se descubrirá la causa desto: quedará por agora el maravillarnos más de veras, de otra mayor magnanimidad y valor del Rey: pues no contento de las primeras correrías y cabalgadas, que en la ribera de Xucar había hecho, y de lo que se había detenido en tomar la torre de Moncada en los ojos de Zaen: no como de paso, sino muy de espacio se detuvo en tomar de nuevo la otra torre de Museros, a la cual pasó luego, que está, como dijimos, a la misma distancia de la ciudad, y rodeada de otra tanta población como la de Moncada. Donde los rústicos tenían fortificadas su población y casas con cestones entretejidos de palma y esparto, y detrás con sus ballestas y lanzas para de lejos y de cerca defenderse. Luego acudieron los nuestros con pegar a las puntas de las saetas pez y estopa (como dice la historia) y como encendidas diesen en los cestones comenzaron a quemarse, y echar tanto humo hacia la torre y rústicos que por no ahogarse, o de venir ciegos a manos del enemigo, abrieron la puerta de la torre para salir y huirse: pero acudieron los nuestros, y los cautivaron todos, luego mandó el Rey, de los que le cupieron por el quinto, dar LX a Guillé Sagardia caballero Catalán, uno de los capitanes del ejército, para que rescatase de los Moros de Valencia a don Guillen Aguilon su sobrino, que le tenían cautivo. Y así fue redimido para mal dellos, como adelante diremos. Hecha esta presa, el Rey se partió con todo el ejército para Teruel, y llegando a Albentosa (Aluentosa), fue tanta la necesidad que tuvo de dinero, que permitió vender cien moros, por cuya redención ofrecían (redempcion offrecian) mucho dinero los mercaderes que seguían al Rey, y los mandó dar por XVII mil besantes. Llegado a Teruel, de allí a pocos días partió para Zaragoza.


Capítulo VII. De la muerte de don Sancho Rey de Navarra, y de las diferencias de don Nuño con el Rey, y de la Abadía de la Real que don Nuño fundó en Mallorca.

Por este tiempo el Rey don Sancho de Navarra murió en Tudela de muy grande enfermedad, y luego los Barones y grandes del Reyno, sin más acordarse del prohijamiento y sucesión del Rey don Iayme, y de la pública fé y juramento por ellos hecho, alzaron por Rey a Tibaldo Conde de Campaña sobrino del muerto. Lo cual pareció al Rey, por estar tan ocupado y puesto en otros negocios, disimular por entonces, y dejarlo para otro tiempo, o para sus sucesores los Reyes de Aragón, que después de haber sostenido grandes guerras y debates con los Reyes de Francia, Castilla, y Navarra, por este Reyno, a la postre prevalecieron, y se han quedado con él para siempre. En este mismo año de mil doscientos treinta y cuatro, tuvo nueva el Rey estando en Zaragoza, como el mismo Papa Gregorio IX que procuró su casamiento con la Reyna doña Violante de Vngria, al octavo año de su Pontificado, había canonizado por santo a su grande amigo Domingo Español fundador y patriarca de la religión y orden de los frailes Predicadores, por los muchos milagros que en vida y muerte había hecho. También algunos años antes el mismo Pontífice canonizó por santo a Francisco fundador de la religión, y orden de los menores, que fue asimismo clarificado con muchos milagros. Tuvo el Rey destos dos santos viviendo ellos tan grande opinión, y después de muertos y canonizados por santos, tanta devoción, que recibió sus órdenes y generales en sus Reynos con mucha afición, y (como está dicho arriba en el segundo libro) mandó edificarles monesterios suntuosísimos, y en todas sus empresas se encomendó a ellos tan de veras y con tanta fé, que tenía muy creydo por la intercesión dellos haber alcanzado los prósperos successos de sus empresas. Por este tiempo se movieron ciertas diferencias y distensiones entre el Rey y don Nuño, sobre los condados de Cerdaña y Conflent que poseía, con otros derechos que pretendía tener el mismo don Nuño a ciertas villas y lugares de Cataluña, y Guiayna: así por la sustitución del Conde don Ramón en su testamento hecha en favor del Conde don Sancho padre de don Nuño, como por la donación que el Rey don Alonso hizo a doña Sancha madre del mismo don Nuño, y a los hijos que de ella y del Conde don Sancho nacerían (nascerian). Por parte del Rey se le pedían ciertas villas y castillos conjuntos a Port vendre, y Condado de Rosselló, los cuales don Nuño se había usurpado de la corona Real. Pero como el Rey fuese naturalmente benigno, y muy agradecido, y se acordase de la gran fidelidad y servicios muchos que don Nuño le había hecho en todas sus guerras y empresas, demás de serle tan propinco pariente, no quiso disgustarle, sino avenirse con él, y remitir a jueces árbitros todas sus diferencias. Para lo cual siendo nombrados por don Nuño, don López de Haro señor de Vizcaya, y por el Rey don Guillen de Cervera monge, y en caso de discordia, don Hugo Monlauredon Vicario del Temple por tercero: estando ya los árbitros reconociendo los derechos y acciones de cada una de las partes: no quiso el Rey aguardar que se diese sentencia sobre ello, sino que le plugo dejar a don Nuño el señorío y posesión de aquellas villas y Castillos junto a su Condado, y de rehacerle con dineros todos los daños y costas que pretendía: pensando muy cuerdamente, que pues don Nuño y su mujer eran ya muy viejos, y tenían perdida la esperanza de tener hijos, y que muriendo ellos volvían todos sus estados y señoríos a la corona Real, era muy bien que los gozasen en vida pacíficamente: pues esto y mucho más se le debía a don Nuño. Porque es este mismo, el que siendo general del ejército del Rey en la conquista de Mallorca, acabó entre otras muchas, aquella memorable hazaña de matar al capitán Infantillo Moro, y venció su ejército, por que cegaron la fuente, y quitaron el agua al ejército del Rey estando alojado a media legua de la ciudad, como en el libro sexto hemos contado: este por ser aquel lugar muy ameno y deleitoso, muy lleno de árboles, y de aguas con mucha frescura, y tan propinco a la ciudad, mandó allí edificar un muy grande y suntuosísimo convento de religiosos, con su templo bellísimo: al cual dotó de muy grandes y ricos heredamientos, y dedicó al nombre, honor y gloria de la sacratísima virgen y madre nuestra señora, debajo el orden y regla de Cistels, donde él con doña Sancha su mujer muertos se mandaron llevar a enterrar, y la intitularon la Real, con mucha razón. Porque siendo don Nuño nacido de la casa Real, y por sus heroicos y esclarecidos hechos muy merecedor de tal corona, bien pudo con justo título cualquier casa que edificase llamarla Real.

Capítulo VIII. De la venida de doña Violante de Hungría, y bodas que el Rey celebró con ella, y del concierto hecho con don Pontio Cabrera sobre el condado de Urgel.

Llegó por este tiempo a Barcelona la princesa doña Violante hija del Rey de Hungría para casar con el Rey, acompañada del mismo Obispo de Cincoyglesias que vino antes para el concierto, y del Conde Dionisio Vngaro, con mucha otra familia, y fue de los de Barcelona y de todo el Principado muy espléndidamente y con grande alegría y triunfo recibida. Era moza de XX años hermosísima, y que debajo de tanta suavidad y alegría de rostro representaba su gran ser y majestad Real. Como el Rey tuvo aviso de su llegada en el mismo punto partió de Huesca para Barcelona, a donde celebró sus bodas suntuosísimamente, y fueron con grandes fiestas de justas y torneos por los barones y grandes de los dos Reynos que allí acudieron, con otros muchos regocijos de juegos y danzas por el pueblo solemnizadas, con tanta satisfacción y contento del Rey, cuanto desear podía. Porque de ver y contemplar la extraña hermosura de doña Violante, tan acompañada de grandeza y valor de ánimo, con discreción y prudencia, confiaba que no solo había de tener en ella mujer para no desear otra, pero muy bastante compañera para ayudarle a llevar us grandes trabajos en el gobierno de sus reynos, y proseguimiento de sus conquistas. Y así la amó por extremo, y por lo mismo fue muy querido de ella. Por donde fue tan continua y firme la caridad y amor conyugal entre ellos, que para todos sus reynos fueron los dos ejemplo y dechado de toda conformidad y concordia. Venida ella, creció la rabia en doña Teresa Vidaura, y quiso hacer nuevo sentimiento y oposición contra doña Violante: pero fue aconsejada no tentase tal por la vida, porque la Reyna era mujer muy valerosa, y tan señora de la voluntad del Rey, que se juntarían los dos a perseguirla. Porque de solo haber entendido lo que había pasado antes, cuando se trató el casamiento, y la oposición que hizo contra ella, estaba ya muy sentida. Por esto doña Teresa temiéndose de la ira de la Reyna, se ausentó con sus hijos lejos de la Corte, aguardando alguna buena ocasión para salir con la suya, como se dirá adelante. A esta sazón vino a Barcelona Poncio Cabrera hijo y sucesor de Guerao que fue antes echado de todo el condado de Urgel, y se quejó delante del Rey: porque como por las capitulaciones que con su Real sello había firmado, sucediese él en el Condado, siempre que la condesa Aurembiax muriese sin hijos: hubiese después desto admitido y consentido se hiciesen tan inicuas donaciones y sustituciones del Condado, en perjuicio suyo: así por las que hizo Aurembiax en favor de don Pedro de Portugal su marido, como por las que después hizo don Pedro en favor de su real persona. Como fuese la queja clara y evidente para el Rey, hizo nuevo concierto con Pontio en esta forma. Que reservándose el Rey para si y sus sucesores la ciudad de Urgel, con todos los derechos y acciones que Poncio como Conde podía pretender, o tener, a las ciudades de Lerida y Balaguer, todas las demás villas y castillos, y qualesquier derechos del Condado, quedasen en Pontio en perpetuo feudo Real para él y sus sucesores. Y de ahí (hay) vino que el Rey y Pontio los dos, y cada uno por si, se intitularon Condes de Urgel.


Capítulo IX. Como el Rey propuso a los de su consejo la conquista del castillo de Enesa, y que fue aprobada por todos, y de las causas porque Zeyt Abuzeyt se casó en Zaragoza.

Acabadas las fiestas y el regalado tiempo de las bodas, el Rey dejó a la Reyna en Barcelona, y por nueva ocasión que se ofreció dejó la ida de Valencia, y tomó para Aragón el camino de Sariñena villa antigua del Reyno en el distrito y obispado de Huesca, en donde como siempre pensase, y estuviese intento en acabar la empresa y conquista del Reyno de Valencia, llamó a los obispos de Zaragoza y Huesca, con algunos señores y Barones del Reyno, y otros capitanes que seguían la Corte. A los cuales juntos comenzó a significar su intención y deseo, diciendo como tenía deliberado de llevar adelante la guerra y conquista de Valencia, pues nuestro Señor le había concedido que tan prósperamente le succediessen los principios de ella, teniendo ya por suyas a Morella y Burriana dos de las más fuertes y principales plazas del Reyno, con las dos torres de Moncada y Museros, y más por haber descubierto en la presa de estas el poco ánimo y valor de Zaen su enemigo. Que para poder mejor ir a cercar la ciudad, y tener las espaldas seguras: y para destruir y talar los campos más a su salvo y provecho del ejército, convenía tomar otra fuerza y plaza que estaba a vista de la ciudad, que era el castillo de Enesa, o Cebolla (agora se dice el Puig de santa María) que está en un montecillo alto cercado de otros menores, a medio camino de Murviedro a Valencia: la cual se descubre muy bien desde este castillo, que está a dos leguas de ella, y media del mar, por donde puede ser fácilmente proveydo de Burriana y Cataluña así de vituallas, como de gente y armas. De manera, que tomada esta fuerza, el ejército se podría seguramente entretener en ella, y de allí salir a hacer sus correrías y cabalgadas hasta las puertas de la ciudad, así para talarle sus campos como para mantenerse de la presa, porque con esto forzarían a Zaen, o a darse a partido, o a salir en campaña a pelear. Lo cual él mucho, y con razón rehusaba por miedo de la parcialidad de Abuzeyt que tenía dentro de la ciudad: que por eso le parecía no era de perder esta ocasión, y siendo tal el parecer dellos lo seguiría. Oída la proposición y consulta del Rey, cuadró también a todos, que se conformaron en seguir lo que quería, y determinaron que luego en comenzar la primavera se partiese para Enesa: y en este medio se hiciese gente y aderezase lo necesario para la jornada. Con esto se partió el Rey para Teruel, donde celebró la pascua de la resurrección del señor, y reforzó el ejército de algunas más compañías. De allí dio la vuelta para Calatayud, por negocios de la misma ciudad: a donde llegó don Pedro de Portugal, a quien antes el Rey había dado las Islas de Mallorca y Menorca por su vida: aunque ya estaba determinado de renunciarlas, sino que aguardaba se le entregase la recompensa prometida de ciertas villas y lugares en el Reyno de Valencia. El cual dio pública obediencia al Rey, y juró que la misma daría a la Reyna doña Violante, y a sus hijos que el Rey tuviese, en vida y en muerte del Rey. Hízose este juramento y homenaje en presencia de muchos principales y barones del Reyno, y de los Prelados, porque esto fuese más firme y valedero. De allí asentados los negocios de la ciudad se volvió a Teruel, y confirmó la donación que antes había hecho de las villas de Ricla y Magallón en favor de Abuzeyt, durante su vida, prestando la misma obediencia y fidelidad al Rey: y que prestaría la misma a doña Violante y sus hijos: sin hacer mención alguna del Príncipe don Alonso. Porque desde entonces comenzaron ya a sembrarse algunas discordias entre padre y hijo. En este tiempo Abuzeyt que muchos días antes se había hecho secretamente Cristiano, porque los moros de su parcialidad no se ofendiesen, y dejasen de ayudarle en beneficio de los Cristianos: como viviese muy disolutamente, haciendo algunas cosas no muy ajenas del rito y ceremonia morisca, y otras cosas, de que mucho se escandalizaban los catholicos: proveyó en que, con la buena diligencia y industria del Obispo de Zaragoza, se apartase con una principal mujer de Zaragoza, de la cual tuvo una hija que llamaron doña Alda, esta fue después casada con don Blasco Simón caballero Aragonés, que sucedió en la baronía de Arenos: y también en las villas y lugares que fueron de Abuzeyt.


Capítulo X. Como Zaen fue con mucha gente a derribar el castillo de Enesa, y como el Rey vino luego con su ejército, y llevó los pertrechos de Teruel para edificar otros en el mismo lugar.

Estando ya el Rey de camino para el Reyno de Valencia, acompañado de muchos señores y barones de sus Reynos, con otros caballeros que llevaban gajes y tenían caballerías de honor: juntamente con las compañías de soldados que habían hecho y enviaban las ciudades de Calatayud, Daroca y Teruel, donde a la sazón se hallaba: le vino nueva de Valencia, como Zaen sospechando, o que fuese avisado de la intención del Rey, era venido con mucha gente de guerra y gastadores al castillo viejo, y fortaleza de Enesa,y que lo había derribado y asolado todo hasta los fundamentos, porque los Cristianos no reparasen en aquel lugar contra la ciudad. Como esto oyó el Rey holgó dello mucho, así por ver, que conforme a su opinión, de entender Zaen que de tomarle aquel castillo los enemigos, se le podría recrecer mucho mal a la ciudad, lo mandaba derribar como por tomar dello ocasión para edificar otro de nuevo en el mismo lugar, más fuerte, y para ponerle en mayor defensa. Para esto mandó traer con las acémilas de Teruel (como dice su historia) los instrumentos y maderas necesarias para levantar las paredes del: y así con todo este aparejo se entró en el Reyno. Y pasando por junto a Xerica que siempre estaba por Zaen, de nuevo mandó talarles las huertas y vega, sin que saliese hombre de la villa a estorbárselo. De ahí pasó por Segorbe sin le hacer ningún daño, porque siguiendo la parcialidad de Abuzeyt, dio libre paso y provisión de toda cosa al ejército. Llegando a Torrestorres, por la misma causa que a Xerica, le mandó talar sus campos, y pasó más adelante a vista de la fortaleza de Murviedro, llevando los escuadrones con este orden. El primero que era de caballos ligeros llevaba don Ximen de Vrrea. En medio iba la infantería, Postrero en retaguardia el Rey con los hombres de armas. Pero antes que llegasen al monte de Enesa, se dijo por el campo, y se confirmó por la relación de los adalides, como Zaen venía con mucha caballería a Puçol, pueblo entonces pequeño entre Murviedro y Enesa, para dar sobre la gente del Rey, el cual luego se puso en orden, juntando los caballos ligeros con los hombres de armas, para con todos hacer rostro al enemigo: mandando retirar la gente de pie con el bagaje a la mano derecha hacia la montaña, donde agora está un devotísimo monasterio de frayles Franciscos recoletos, que llaman Valde Iesus, hasta ver en qué daría la escaramuza. Mas luego se entendió que no era gente de Zaen, sino del Vicario del Ospital, y de los Comendadores de Alcañiz, y Castellot, con hasta cien caballos y dos mil infantes, y otros treinta caballeros que estaban de guarnición en Burriana, los cuales sabida la determinación del Rey en lo del castillo de Enesa, se habían adelantado, y enviado muchas vituallas por mar, y ellos llegaban por la marina hasta el enderecho de Enesa, y junto a ella a campo travieso salían al camino real, para aguardar y servir al Rey en la jornada. Ayuntados todos, y el Rey muy alegre de verse con tan buena gente a su lado, y con la provisión que venía por mar, pasó al castillo, y viéndolo por el suelo, mandó se edificase otro más fuerte que el pasado. Dada la traza y modo del en forma triangular, luego se puso mano sin más dilación en la obra, por tener todo el recaudo para ella, a causa de los pertrechos que trajeron de Teruel, y del aparato de piedras y madera que del castillo derribado hallaron esparcida por todo el monte. Fue tanta la porfía, y afición de los grandes y barones, señaladamente de las compañías de las ciudades, en levantar la obra, por la parte y porción a cada uno encomendada, que dentro de dos meses fue del todo acabada, y hecha inexpugnable. Pusieron en ella vituallas y provisiones para cuatro meses, las que de cada día venían por mar de Burriana, con la munición de todo género de armas, y lo demás que convenía para dejarla muy bien puesta en defensa. De allí comenzaban los soldados a salir cada día haciendo sus correrías hasta la ciudad, y volviendo con tanta presa de vituallas, que con ellas había provisión para todo el ejército, y aun sobraba. Y como fuese tan cierta la presa, los soldados se ponían tan adelante, que casi llegaban a batir las puertas de la ciudad, y con esto causaban gran terror dentro de ella, y por toda la tierra.


Capítulo XI. Del modo que el Rey tuvo para elegir por general del ejército en guarda de Enesa a don Bernaldo Guillen dentensa.

Esperando el Rey la oportunidad y tiempo más acertado para ir a poner el cerco sobre la ciudad, imaginaba con grande curiosidad y ansia, a quien de los principales capitanes que le seguían haría presidente de la nueva fortaleza, y encomendaría la tenencia general del ejército que allí dejaba en guarnición de ella hasta que fuese devuelta. Porque tenía por muy cierto, que en volviendo él las espaldas, sería allí Zaen con todo su poder para derribar la fortaleza: y aun recelaba del ejército, en viéndole venir, no la desamparase, y se fuese. Estando pues con grandísimo cuidado imaginando sobre ello, le vino a la memoria don Bernaldo Guillen Dentensa, así llamado, por la Baronía dentensa que poseía en Cataluña (que hoy son las villas de Cambrils y Falcete con otros pueblos) por merced del Rey: cuyo tío hermano de madre era don Guillé, hijo segundo bastardo de don Guillen de Mompeller y de Ynes de España, de quien hablamos en el primer libro. Porque sabía el Rey muy bien que en todo hecho de guerra, fidelidad y consejo excedía don Guillen a todos los del campo, como lo había muy bien mostrado poco antes en la guerra de Burriana, donde fue herido, y dio gran muestra de su invencible valor y esfuerzo, según arriba dijimos. Este era ido a Cataluña, y la Guiayna para hacer gente por orden del Rey: y aunque se detenía mucho, le aguardó tres meses más hasta que vino, dando en este medio gran diligencia en proveer la fortaleza de vituallas y municiones, y en hacer ejercitar la caballería, como aquella que muy presto las había de haber bien de veras contra los Moros. Al fin llegó don Guillen, trayendo consigo una banda de caballos ligeros muy escogidos, al cual salió el Rey a recibir con toda la caballería, honrándole más que a todos los de su corte y ejército, así por el estrecho parentesco, como por acrecentarle la autoridad y respeto para con los soldados: por tener fin de encomendarle un tan principal cargo, como tenía pensado. Llegados a la fortaleza cenaron con mucho regocijo: mas el día siguiente el Rey se apartó a hablar con él muy de propósito. Y cuanto a lo primero, dice su historia, que después de haberle reñido, porque había tardado tanto en venir, y por haber traido aquella banda de caballos, sin haber juntamente provisto de vituallas para mantenerlos, le fue mostrado muy despacio la fortaleza que había edificado, en aquel mismo lugar donde Zaen derribó la otra, y las armas y todas municiones que para su defensa había en ella puesto. En la cual, aunque estaba asentada en monte alto y seco, había mandado cavar una cisterna tan grande que cabían en ella cincuenta mil cántaros de agua, y que la tenía ya llena. Mas le significó, que su ánimo había sido de levantar aquella fortaleza en los ojos de Zaen, y a vista de la ciudad, por asentar allí su ejército, así para defensa y amparo de todo lo que atrás quedaba ya ganado del Reyno, como para que de allí pudiesen los soldados hacer sus correrías hacia la ciudad: y para reprimir las que de ella se harían contra ellos. Esto no para más tiempo de cuanto él fuese a Aragón a juntar mayor ejército, para volver con él a poner cerco sobre la ciudad. Así mesmo le señaló la gente y capitanes que quería dejar allí en guarnición y guarda de la fortaleza. Y porque de todo esto se le había dado cuenta y razón en presencia de algunos, cuando quiso hablar del teniente general, que había de nombrar, se apartaron los dos, y el Rey le descubrió lo que tenía pensado sobre ello. Diciéndole como por el grande parentesco que entre los dos había, y por la mucha confianza que de su tan conocida fidelidad y valor tenía, junto con su mucha platica y experiencia de guerra, se había determinado en nombrar le por su lugarteniente general del ejército, y presidente de la fortaleza. Porque ni tenía otro de cuantos señores le seguían, a quien pudiese con igual seguridad encomendar el cargo: ni a otro, que a él, quería dar la honra y renombre, que de regirlo se le había de seguir. Que si acaso le parecía este negocio muy arduo, y la defensa difícil, por cuanto era necesario con muy continuas y sangrientas escaramuzas sustentarla: por esto debía tanto más, y con mayor ánimo emprenderla, pues con cualquier suceso que se siguiese no podía dejar de sacar dello victoria con triunfo. Porque tomando esta empresa, como se debía, que era por el ensalzamiento y gloria de Cristo, y para echar sus enemigos los Moros del mundo: así como de la victoria, quedando vivo, perpetuaría su gran fama y nombre en la tierra: así muriendo sobre ella, alcanzaría soberano y gloriosísimo triunfo de mártir en el cielo. Como oyó todo esto don Guillen, según era caballero de pío y generoso ánimo, dio muchas gracias al Rey por la buena ocasión que le daba para mostrar en esta jornada, lo mucho que deseaba emplear todo su valor y fuerzas en servicio de Cristo nuestro Señor, y de su Real persona. Y así recibía de muy buena gana el cargo y defensa de la fortaleza y ejército, juntamente con don Berenguer Dentensa su cuñado, y don Guillen Aguiló, por lo mucho que esperaba valerse del buen consejo y fuerzas de los dos en la tenencia. Oída la generosa respuesta y determinación de don Guillen, quedó el Rey tan alegre y satisfecho, que con lágrimas de placer le abrazó, y prometió de allí adelante no tendría otro padre, ni otro segundo más íntimo y allegado suyo para el gobierno y mandado de todos sus Reynos, que a él.


Capítulo XII. Como puesto don Guillen en el cargo de teniente general, se partió el Rey de Enesa, y de lo que pasó de la golondrina que se puso a criar en su tienda.

Como tuviese ya el Rey por muy cierta la voluntad y determinación de don Guillen para aceptar el cargo de general del ejército, y de Enesa, no le pareció nombrarlo, ni comunicarlo por vía de consulta con los de su consejo y capitanes, antes de ponerle en el cargo: así porque era cierto que pocos, o ninguno de ellos lo aceptarían de buena gana, según se tenía por más que cierta la venida de Zaen con todo su poder, y que siendo tan flaco el ejército del Rey, y él ausente, se había de tener a locura osar esperar tan gran fuerza de enemigos: como también porque en oír que se trataba de dar el cargo a don Guillen, no faltaba quien lo contradijera. Por donde sabiamente el Rey, tan presto como le nombró, le puso en posesión, y dio el estoque y título de general del ejército. Admiráronse mucho todos de tan pronta, y no consultada elección: pero después de bien consideradas por cada uno las principales partes de don Guillen, y su tan buena prueba como había hecho en la guerra de Burriana, la aprobaron, y tuvieron por muy acertada. Con esto determinó el Rey su partida para Burriana, y juntamente nombró por compañeros y asistentes en el cargo, a don Berenguer Dentesa, y a don Guillé Aguiló, a los cuales encargó mucho el gobierno y conformidad: y que tuviesen buen ánimo, porque sería muy presto, y con grande ejército con ellos. Pues como para la partida se recogiese su recámara, y pusiese en orden el bagaje, no se puede dejar de referir aquí la grande benignidad y buena fé del Rey que con todos, así en lo poco, como en lo mucho mostraba: según que por su historia él mismo lo cuenta. Como levantando el Real, y alzando las tiendas que consigo acostumbraba llevar siempre de camino, se halló que en lo alto de la tienda del Rey, que dicen la escudilla, o arandela, había hecho su nido, y criaba sus pollitos una golondrina ave conocida. Esto como lo dijesen por una burla al Rey sus criados, mandó luego que en ninguna manera tocasen el nido, ni desparasen la tienda, diciendo, dejadla (dexalda) estar queda porque esta avecita (auezita) es anunciadora de victoria, y pues se ha confiado en nuestra sombra y amparo, con el mismo ha de ser defendida hasta que haya acabado de criar y echado a volar a sus hijos. Y así mandó se quedase sin desparar la tienda, y quien guardase a la golondrina, hasta que con sus hijos volase (bolasse), y se fuese de ella.


Capítulo XIII. De las dos naves de trigo que el Rey envió de Salou para los del Puig, y de las cortes que tuvo en Monzón sobre la conquista de Valencia, y de la moneda jaquesa y morabatín de la sal.

Llegado el Rey a Burriana pasó a Tortosa, y de allí a Tarragona, y hallando ciertos vaxeles en el puerto de Salou cargados de trigo para llevar a Mallorca, mandó pagar el trigo a los mercaderes, y que le llevasen al Puig de Enesa para el ejército. De allí partió para Huesca, y finalmente paró en Monzón, para donde había mandado convocar cortes. Y porque nunca proponía sino cosas honestas y útiles, así para la religión Cristiana, como para beneficio y acrecentamiento de sus Reynos, no faltó ninguno de los Prelados, grandes y barones, con los síndicos de las universidades, que no acudiese a ellas, y consintiesen en cuanto pedía. Y así por entonces no les propuso otro, que lo mucho que deseaba acabar la guerra y conquista comenzada, la cual con tan increíbles trabajos, gastos y peligro suyo proseguía contra los Moros de Valencia, pues había ya llegado a tan buen término, que desde Morella hasta las puertas de la ciudad, que es la mitad del Reyno, quedaba por ganar poca cosa, y que había ya dejado el ejército en lugar bien fortificado a vista de la ciudad, y así era necesario poner cerco sobre ella. Y porque apoderado de ella, no dudaba poder muy en breve tiempo ser señor de la otra parte del Reyno: para que todos con él gozasen de la más alegre, fructífera, y provechosa tierra del mundo: por esto les rogaba, que pues la empresa iba tan adelante, y lo proseguido hasta allí había tan prósperamente sucedido, le favoreciesen con sus personas y haciendas, con la liberalidad y afición acostumbrada, para acabarla. Y que pues los grandes y Barones de los Reynos lo hacían tan principalmente con él, en asistirle con sus personas y gente: que las ciudades y villas se esforzasen a continuar, y aumentar cuanto pudiesen la gente y provisiones que le enviaban: pues no faltaría él como nunca faltó, de emplear su propia persona, y morir por la salud y beneficio público de sus Reynos en esta demanda. Acabada el Rey su plática, como todos viniesen bien en otorgarle cuanto les pedía, y de nuevo se ofreciesen de ayudarle con sus haciendas, gente y armas muy de buena gana: determinó se otorgasen treguas a todos los montañeses de Aragón y cataluña que tenían bandos: y estaban entre si divisos, para que toda su cólera y armas las convirtiesen contra los moros, y que ninguno le faltase en esta guerra. Demás de esto fue requerido el Rey perpetuase y confirmase el uso y justo peso de la moneda jaquesa por todo el Reyno de Aragón, y las ciudades de Lerida y Tortosa, con todo su distrito: y que todos de XIIII años arriba jurasen de hacerle valer. Porque había tanto número y copia de ella, que no se podía reprobar, sin muy grande daño y pérdida de muchos. De entonces quedó también en aquellas cortes decretado para siempre, que de cualquier casa y morada, cuya renta llegase a cien sueldos moneda jaquesa, pagase al Rey de siete en siete años un morabatín, que agora llaman en el Reyno de Valencia el Real de la sal y se collecta. Finalmente mandó a todos los que tuviesen caballerías por merced del Rey, estuviesen en orden para siempre que se le ofreciese hacer guerra, seguirle con sus armas y caballo, sopena de perdellas. Y porque en muchas partes de la historia se habla destas caballerías, y es bien se sepa lo que son, y como fueron fundadas, y se distribuían, y a que obligaban: declarar se a en el capítulo siguiente, lo que se collige y entiende dellas.


Capítulo XIV. Del origen y fundación de las caballerías de honor, y para que efecto las daban los Reyes de Aragon a los ricos hombres y barones del Reyno.

Tiene se por cierto que las caballerías que llamaron de honor en el Reyno de Aragon, tuvieron su origen y principio del tiempo que los Reyes, por honra, y como en premio de los trabajos y gastos que los barones y ricos hombres padecían siguiendo la guerra, les daban a regir y gobernar algunas ciudades y villas principales del Reyno, como prefecturas, o corregimientos. Para que del estipendio y salario del gobierno se mantuviesen, y gozasen de aquel honor de la presidencia y cargo que regían: con obligación de acudir al Rey en tiempo de guerra, o de enviar tantos de caballo según el provecho del cargo era. Pero como con el tiempo atendiesen los ricos hombres en aprovecharse, y convertir en patrimonio las prefecturas, procurando que sus hijos sucediesen en el provecho dellas: y a causa desto anduviese el regimiento muy descuadernado y confuso, y que poco a poco se iban usurpando los provechos y autoridad del Rey, con gran descontentamiento y daño de los pueblos: determinaron los Reyes, a petición y demanda de los mismos pueblos, quitarles este yugo de encima: cargando a cada ciudad y villa destas tantos censos, o renta perpetua como juros, para fundar tantas caballerías, que pudiesen con ellas dar equivalente recompensa del provecho de los cargos, a los ricos hombres: y que gozasen dello do quiera que se hallasen: con tal que fuesen obligados a seguir la guerra con sus personas y tantos de caballo (como está dicho) pues por eso las llamaron caballerías de honor, porque el provecho y renta de cada una bastaba para mantener hombre y caballo: reteniendo el nombre de honor, por las prefecturas y cargos de donde nacieron. Y así daban los Reyes estas caballerías que eran muchas, a los señores y barones, y ellos las repartían entre sus allegados, o criados, que llamaron mesnaderos. De manera que por esta causa, en oír pregonar guerra, luego sin otro sueldo de más, acudían al Rey todos los ricos hombres que tenían caballerías, y con ellos sus allegados, o mesnaderos, con sus armas y caballos: recibiendo por todo el tiempo de la guerra, cierta ración para si y sus caballos, de la despensa del Rey. Lo cual por entonces era gran parte para que los Reyes formasen de presto un ejército, y que no faltase nadie, a causa de que no acudiendo con tiempo, estaba en mano del Rey privar, ipso facto, de las caballerías al que faltase.


Capítulo XV. Que sabido por los de Enesa venía Zaen sobre ellos le esperaron fuera del castillo, y del razonamiento que don Guillen hizo para animar al ejército.

En tanto que el Rey tuvo cortes en Monzón, y se ausentó de Enesa, cobró ánimo Zaen, y ayuntando su ejército de infantería y de a caballo desde Xatiua hasta Onda, que está en vista de Burriana hacia la montaña, que serían hasta cuarenta mil infantes, y seiscientos caballos determinó de ir a dar sobre el nuevo castillo, o fortaleza que el Rey había hecho en Enesa, para asolarla del todo, y degollar cuantos Cristianos hallase dentro y fuera de ella. De suerte que teniendo todo el ejército por la ciudad y arrabales alojado, se partió con todo él una tarde aprima noche para que le amaneciese a vista de los enemigos, y los tomase de sobresalto. De lo cual siendo un día antes avisado el capitán don Guillen por sus espías, no durmió mucho aquella noche, antes se levantó a la media, y llamó a todos los capitanes y oficiales del ejército, y les declaró el manifiesto peligro en que estaban, por la infinidad de gente enemiga que sobre ellos venía: que pues como valerosos y tan fieles a su Rey, habían determinado de quedar allí para defender hasta morir, y no desamparar la fortaleza: y con esta confianza el Rey se les había encomendado: deliberasen si querían salir y pelear en campo raso: o encerrarse dentro de tan flacas y tiernas paredes de castillo, dejándose cerrar en tan angosto lugar de tan innumerable ejército. Oídos los dos pareceres, se encomendaron todos a nuestro señor, y a su bendita madre muy de corazón, suplicando les alumbrase para acertar en lo mejor. Y así de común consentimiento se determinaron de salir fuera de la fortaleza a esperar, y pelear con los Moros. No se puede creer el heroico esfuerzo con que se determinaron de aguardarlos. De manera que oída la misa antes del día, y recibido por todos los capitanes y barones el santísimo Sacramento del altar: ajuntó don Guillen todo el ejército hacia el recuesto del castillo, y después de hecha la reseña mandoles dar un buen refresco, para luego ponerlos en orden para la batalla. Mas apenas comenzó a concertar los escuadrones, cuando de lo más alto del monte comenzaron las atalayas a dar grandes voces, señalando la infinidad de gentes que hacia la parte de Valencia se descubrían, y aunque venían tan esparcidos por todo el campo que cubrían el sol. Por lo cual como vio don Guillen que los suyos en alguna manera desmayaban: puesto sobre su caballo en medio de todos, comenzó con buenas palabras a animarlos desta manera. Esforzados caballeros, y valientes soldados. Aunque sé muy bien, ser cosa de hombres temer los manifiestos peligros, y la muerte con ellos, y que no es por falta de corazón y ánimo los pocos tener miedo a los muchos: también sé, que por el buen orden, consejo, y esfuerzo de los pocos, han sido muchas veces vencidos los muchos. Como se puede esto por ejemplos así de los antiguos como de los modernos, y aun de los nuestros, muy bien y brevemente probar. Porque entre otros, quien pudo a Jerjes (Xerxes) que pasó con un millón de hombres de la Asia en Europa necesitase a que en una barquilla solo y vencido se volviese en la Asia: sino el buen consejo de Themistocles capitán Griego, que con solos diez mil le salió al encuentro? Quién hizo que Alejandro Magno con ejército de solos cuarenta mil hombres venciese a Darío con otro millón de soldados: sino el mediano y bien ordenado ejército, que en industria y arte es superior al infinito y confuso? Pero vengamos a los nuestros. No sabéis (no ha muchos años) que los Cristianos españoles, con ser muchos menos, ganaron la gran batalla de Úbeda, a las navas de Tolosa, a trescientos mil Moros que de África y de España se ajuntaron? Muy semejantes a aquellos son, no en número, sino en confusión y desconcierto, la muchedumbre de los que vienen agora a pelear con nosotros: cuyo medrosísimo capitán es aquel apocado tirano de Zaen. El cual con tan cobrado ejército nunca osó salir a encontrar con nuestro Rey, cuando a vista de la ciudad, con muy poca gente pasó dos veces el Turia, talando y destruyendo su campaña. Y más que en sus ojos le tomó las dos torres de Moncada, y de Museros que de aquí descubrís sin osar salir a defenderlas. Por donde cuando vengo a conferir su vil y allegadizo ejército con vuestras manos vencedoras, osaré jurar que ninguno de vosotros hay, a quien no le sobre el ánimo y fuerzas para acometer a diez destos en campo raso, y vencerlos. De más que vuestra querella es justísima y santísima: porque peleáis por el ensalzamiento del nombre de Cristo, y destrucción de la bestial secta de Mahoma. Y que por llevar tal empresa tendréis las celestiales legiones de los Ángeles delante, no solo para contemplar vuestras grandes hazañas, pero aun para favorecer vuestro esfuerzo y personas: tened pues buen ánimo caballeros de Cristo, y para salir con victoria emplead vuestras fuerzas y valor en esta batalla. De la cual ningún mal successo se os puedere crecer, en esta jornada. Porque en este día de hoy, o venciendo ganaréis un reyno de los más insignes del mundo, o si murieredes peleando, tendréis (terneys) el eterno y celestial Imperio con perpetua fama y gloria, por vuestro merecido premio.

Capítulo XVI. De la batalla campal, y milagrosa victoria que los Cristianos alcanzaron de los Moros en el monte de Enesa.

Acabó su razonamiento el capitán don Guillen, y de muy bien entendido que fue de todo el ejército, comenzaron a animarse unos a otros, y poner todo su pensamiento y confianza en Dios, por quien principalmente peleaban. Y porque los Moros se iban acercando al monte esparcidos con fin de asolar la fortaleza, pensando que los Cristianos huirían en solo verlos, no se curaron de poner su ejército en ordenanza, ni en talle de pelear, antes de dar con la fortaleza en tierra. Mas los Cristianos les salieron al delante en la pendiente del monte a defenderles la subida. Los moros que vieron esto señaladamente los de Xerica, Murviedro, Liria, y Onda, que como más ejercitados en guerra llevaban la vanguardia, acometieron a los nuestros con tanto ánimo con la infantería cara a cara, y con la caballería por los lados, que comenzaron bravamente a maltratarlos de manera que ya los Cristianos se retiraban hacia la fortaleza. Lo cual visto por don Guillen que estaba en lo alto del monte, se arrojó con la mayor parte de la caballería sobre la infantería de los Moros que a gran furia subían el monte arriba, y con el estrago que hizo en ellos, le cobraron tanto temor que se retiraron, y por aquella parte comenzaron a prevalecer los Cristianos. Pero acudió luego por el lado izquierdo tan grande escuadrón de Moros, que dio sobre la retaguardia de los nuestros con tanta grita y alaridos, que fueron forzados segunda vez a retirarse hacia lo alto del monte junto a las paredes de la fortaleza. Estando en esto súbitamente de lo más alto de ella se oyó una voz espantable, que fue del todo el campo oída y entendida (los Moros huyen, los Moros huyen) y como se repitiese muchas veces, los capitanes Cristianos se recogieron en un alto de donde vieron claramente como ya los moros comenzaban a desmayar, y peleaban flojamente: y que desde el monte (donde fue después edificado el templo a nuestra Señora) se iban retirando poco a poco, aunque siempre peleando hacia lo llano. Como esto vio don Guillen de lo alto, entendiendo que Dios era por los Cristianos, ayuntó toda la caballería, y hecho camino con la lanza, llegó al lugar de donde comenzaron los Moros a retirarse. Lo cual visto por los que venían en la retaguardia donde iba Zaen, pareciéndoles que se retiraban porque el campo era roto, comenzaron a huir, y Zaen de los primeros. Pues como los demás que andaban por el campo derramados viesen huir a los primeros y postreros, y que los nuestros los seguían, temiendo no fuese por algún gran socorro de gente que a los Cristianos venía: de la misma manera se pusieron todos en huida. Y así fue que declarada la victoria por los Cristianos, en aquel mismo lugar do comenzaron a huir los Moros en retaguardia, fue por memoria puesta una Cruz de piedra sobre una ermita que hoy en día llaman la Cruz de la victoria. Siguiendo pues el alcance los Cristianos corrieron a los moros hasta el barranco que dicen de Carraxet, que atraviesa el camino a media legua de la ciudad, matando y degollando muchos dellos, sin los que huyendo cayeron unos sobre otros, y murieron atropellados de la caballería: faltando muy pocos de los Cristianos.


Capítulo XVII. Como se vio pelear por los Cristianos el glorioso san Iorge, y que don Guillen Aguilon se señaló mucho en la batalla.

Fue tan admirable esta victoria de los Cristianos, que realmente no puede dejar de atribuirse a milagro, según que muy a la clara se vio, y que no fueran bastantes fuerzas humanas, si las divinas no ayudaran a alcanzarla. Porque se halla por testimonio de escritores fidedignos de aquel tiempo, que el bienaventurado san Iorge mártir apareció armado sobre un caballo blanco en aquella batalla, para quitar el ánimo a los enemigos, y acrecentarlo a los nuestros. Y no hay duda, sino que tan continuada y frecuentada devoción de los Reynos de la corona de Aragón para con este santo, procedió de algún especial favor, o visible auxilio y socorro que él hizo en esta y algunas otras batallas. Puesto que hay mucho que maravillar, por no hallarse en la historia del Rey mención alguna desta aparición del santo, habiendo hecho tan larga relación de otra semejante que hizo en el cerco y presa de la ciudad de Mallorca. La causa podrá ser por haberse el Rey hallado presente en aquella, y en esta ausente, y pensar que de semejantes apariciones sobrenaturales no se ha de escribir sino lo que se ve. Pero tampoco es justo que lo que uno calló haya de ser en menoscabo de la fé y testimonio de muchos. Por la misma razón no se ha de pasar por alto, lo que Asclot antiguo y principal escritor de esta historia afirma desta batalla y victoria. La cual después del general don Guillen por la mayor parte la atribuye al capitán don Guillen Aguilon. Del cual dice este historiador, que con su banda de cien caballos ligeros arremetió hacia la parte del campo donde más encendida andaba la batalla, y los Cristianos más mal tratados, y que rompida aquella, y convertida sobre si la furia de los enemigos sustentó de tal manera el ímpetu dellos, y cobraron los nuestros tanto ánimo y fuerzas, que luego se siguió la rota y huydo dellos (como arriba está dicho) y se alcanzó la victoria. Mas afirma el mismo autor, que murieron X mil Moros en cuyos cuerpos no se halló ninguna herida. También concluye que el ejército de los Cristianos no pasó de cien hombres de armas con otros cien caballos ligeros, y dos mil infantes, y que el de los Moros pasó de cuarenta mil infantes, y seiscientos caballos.


Capítulo XVIII. Que oída la nueva de la victoria, acudieron muchos a favorecer a don Guillen, y como el Rey vino al Puig de Enesa, y pasó a despecho de Zaen por el campo de Liria.

Como la fama de tan insigne y milagrosa victoria se divulgó por todas partes, los de Teruel primero que todos acudieron luego con cien caballos ligeros al campo de don Guillen en guarda de la fortaleza, por si los Moros se rehiciesen, y quisiesen volver sobre ella. Mas el Rey que entonces se hallaba en Huesca, oída esta nueva tan milagrosa, no dudó de ella, antes dio luego infinitas gracias a Cristo nuestro Redemptor, y a su sagrada madre, y escribió a todos los Prelados de las iglesias de los dos Reynos, y a los oficiales de las ciudades y villas Reales, hiciesen públicas procesiones y sacrificios con hazimiento de gracias a nuestro Señor y a sus sanctos por tan increíble y milagrosa victoria. De allí convocados todos los grandes y barones del Reyno se vino para Daroca, donde entendió con mucha solicitud y presteza en proveer a los de Enesa, de vituallas y de gente y armas, por que se rehiciesen de toda cosa: pues aunque no perdieron gente ni vidas, quedaron muy destrozados, y con muchos heridos. Paso de Daroca a Teruel, donde halló un caballero de Mompeller que le enviaba don Guillen con cartas, para que contase por orden, y muy por estenso el próspero y felice successo que los Cristianos tuvieron en la batalla pasada. Lo cual oyó el Rey con grandísimo gusto y alegría, y de nuevo les envió más provisiones con las acémilas de Teruel y de Daroca, y él se partió para allá con cien caballos ligeros. Entrando en el Reyno llegó a las Alcublas villa pequeña cercana a Segorbe, y a una jornada de la ciudad: allí tuvo nueva, como Zaen avisado de la venida del Rey había ayuntado gran número de gente de a pie y de a caballo, y era llegado a Liria villa Real y de las hermosas del Reyno, por su llanura y tan fructífera y extendida vega que se riega de una bellísima fuente que allí junto nace: y está la villa a la mitad del camino de las Alcublas a Valencia: donde había hecho alto Zaen con fin de pelear con el Rey, y acometerle en el paso. Pero el Rey en llegando a vista de Zaen y su gente, que los descubrió de lo alto, entendiendo que no podía dejar de dar en mano dellos, y que representaban ser muchos, según estaban esparcidos por la campaña: no por eso determinó de volver atrás, ni dejar de pasar adelante, aunque se hallaba con ejército harto pequeño. Mas enviado el bagaje delante, por ver si se le cebarían en los Moros, para dar sobre ellos él dejó a Liria a la mano derecha, y a banderas tendidas a vista del mismo Zaen, siguió su camino derecho para Enesa, sin que en el bagaje, ni en su gente osasen tocar ni acometerle los moros.


Capítulo XIX. Del recibimiento que los del Puig de Enesa hicieron al Rey, y de las mercedes que a todos hizo, y del ardid que tuvo para pasar los caballos por junto a Murviedro.

Como llegó el Rey cerca del Puig de Enesa, salieron a recibirle el general don Guillen, y don Berenguer Détésa y don Guillen Aguiló los demás capitáes con el ejército junto al camino Real de la ciudad, del cual está apartado el Puig un cuarto de legua hacia la marina: y hecha la salva por los soldados, y por los de a caballo su muestra de guerra, con una bien concertada escaramuza entre todos, fue recibido con increíble triunfo de alegría, recibiendo el Rey a todos con la misma: abrazando con lágrimas de placer a su carísimo tío don Guillen, y a sus dos grandes compañeros: y dando lugar a todos los soldados del ejército para que llegasen a él grandes y pequeños, y le hablasen y pidiesen mercedes. Quiso luego llegar al puesto y lugar donde fue la batalla, preguntando muy despacio, y por orden, donde comenzó a darse, hasta donde llegaron los Moros: si tocaron en la fortaleza: cómo, y a qué parte los hicieron retirar los Cristianos: finalmente de donde salió la voz tan terrible que apellidó la victoria, que así pudo entre tan grande estruendo de voces, de armas y atambores, ser oída, y entendida de todo el ejército: y hasta donde se siguió el alcance de los enemigos: que no dejo de ver y oír cosa por mínima que fuese, de cuantas acaecieron en aquella jornada, con mucho gusto, y continuó hazimiento de gracias a Cristo y a su bendita madre. Y así alabando grandemente la proeza y valor de los tres capitanes por tan insigne hecho de armas, mandó tener muy grande cuenta con los heridos, visitándolos, y animándolos él mismo en persona. Y porque la mayor pérdida que en la batalla se hizo fue de caballos, prometió, demás de otras mercedes, a los de a caballo, que les reharía muy presto la pérdida, y sin eso remitió a todos el Quinto que le tocaba de los despojos y presa de los moros. Luego escribió a Zaragoza a don Ximen Perez Taraçona mandándole comprase cuarenta caballos escogidísimos y se los enviase a Enesa. Los cuales compró don Ximen luego en recibiendo la carta, y se los envió cada uno con su lacayo de diestro. Entendiendo el Rey que ya serían en Teruel a medio camino, se partió para Segorbe a recibirlos: porque como está dicho, era tierra de amigos, y así fue en ella muy regalado por los gobernadores que allí tenía Abuzeyt. La cual es hoy una de las buenas plazas del Reyno, por ser ciudad y cabeza de Obispado, bien poblada y de suave habitación, puesta en un muy ancho y hermoso valle, cercado de grandes montes, y poblado de muchos y muy buenos lugares: tan abundoso de aguas así del río Palancia que pasa por medio de él, como de las muchas fuentes que nacen de los montes: que con su riego, y buen tempero de la tierra, produce todo género de mieses, y frutales los más excelentes de todo el Reyno. Está en el mismo valle a una milla de la ciudad fundado el grande y muy hermosamente labrado monasterio de ValdeChristo, de la suprema y devotísima religión de los Cartuxos, como lumbrera y espiritual amparo de todo el valle: para reparto y sustento de los pobres de Cristo que a él acuden. Entrando pues el Rey en Segorbe, llegaron los cuarenta caballos muy bien tratados y traídos de diestro. Recreose mucho el Rey con la vista de ellos, tanto que echó luego ojo a otros tantos que traían a vender mercaderes de Aragón, y se habían acompañado con ellos. A los cuales rogó el Rey que se los vendiesen y les consignaría la paga sobre las rentas Reales de Zaragoza: fueron dello contentos, y hecho su honesto precio, recibida la consignación entregaron sus caballos que fueron cuarenta y seis: y con todos ellos dio luego al Rey vuelta para Enesa. Pues como se fuesen acercando a Murviedro donde Zaen tenía gente de guarnición, y estaba a su devoción, dudaron algunos de la compañía, si proseguirían por el camino derecho junto a la fortaleza de la villa o tomarían a la mano siniestra por el val de Segon, para dar en el camino de la marina, desviándose de Murviedro. Estando en este perplejo, llegose al Rey uno de los de a caballo diciendo. Entiendo que si a vuestra Majestad Real place, será mejor ir camino derecho junto a la fortaleza, por escudar el rodeo de la marina: porque antes de ser descubiertos, y que la gente de guardia se ponga en armas estaremos en salvo. Mas en caso que seamos descubiertos tengo pensado cierto ardid, que si lo hacemos, pasaremos más presto sin lesión alguna, y aun burlaremos de los de Murviedro. Desta manera, que para que demos a entender que somos una compañía de caballos ligeros le mande a cada lacayo que trae el suyo de diestro, tomen sendas cañas largas de aquel cañaveral que vemos junto al acequia que por allí pasa: y en una de ellas se cuelgue una sábana (sauana) que parezca pendón, y suba cada uno en su caballo y alce su caña. Porque desta suerte pareceremos de lejos en forma de escuadrón de caballos, y pasaremos sin que ninguno ose llegar a reconocernos. Pareció bien al Rey y a todos la invención de aquel caballero. Del cual según opinión de algunos escritores, desciende el linaje de los Llançoles, Barones principales del Reyno. Porque a causa de la invención de la sábana que puso por pendón, que en lengua Lemosina se llama llansol (lláçol), fue de allí adelante llamado el caballero del Llançol: y porque también fue el mismo Alférez de este pendón. Succedio pues el ardid como se pensó. Porque pasando con aquel orden y concierto por junto a la fortaleza, fueron descubiertos de lo alto de ella, y saliendo a ellos solos cinco caballos con mil peones: los cuales hicieron luego alto, y se estuvieron mirando de lejos a los del Rey. Y aunque los silbaron y dieron grita: pero ni les osaron acometer, ni seguirlos, temiéndose de alguna celada, o de los que vendrían (vernian) en la retaguardia. Con esto pasó el Rey adelante, y llegando a vista de Enesa, salieron como antes a recibirle. El cual luego repartió los ochenta y seis caballos entre los caballeros que se hallaron en la jornada pasada, y quedaron todos muy contentos.


Capítulo XX. Como el Rey mandó edificar un templo en el lugar do fue la batalla, y del antiguo que se descubrió debajo tierra con la imagen de nuestra Señora.


Volviendo el Rey otra vez a contemplar muy de propósito desde la fortaleza y monte donde estaba alojado, el extraño y milagroso successo de la batalla pasada, revolvió con gran gusto los ojos por todos aquellos pasos donde se peleó: señaladamente en aquella parte do comenzaron los Moros a retirarse poco a poco peleando, hasta que llegaron a lo llano, donde está la cruz de la victoria: porque de allí comenzaron a huir como se ha dicho: pareciole pues que por haber comenzado la divina mano a ser favorable a los Cristianos en aquel monte, que es el último y está a la parte de la ciudad, donde oída la voz comenzaron a retirarse los moros, mandó luego edificar sobre él un templo grande dedicado al nombre de Cristo y su bendita madre, que se intitulase nuestra Señora del Puig (que en lengua Lemosina quiere decir monte pequeño) con su convento para los religiosos y orden de la Merced, que él había instituido: y así se comenzó luego a edificar: para que por inmortal memoria de tan incomparable victoria contra Moros, se hiciesen en él perpetuas gracias y sacrificios a nuestro señor y a su madre gloriosísima. Puesto que algunos graves escritores de esta
historia, traen otra nueva causa para la fundación de este Templo en el mismo lugar donde está. Diciendo que hecha la traza del templo fueron vistas por los que velaban y hacían la centinela en el castillo, muchas lumbres a modo de hachas encendidas que caían del cielo sobre aquel lugar do fue hecha la traza: y que en cayendo se hundían debajo de tierra que no parecían más. Y visto que esto
sucedió por algunas noches, revelaron lo al Alcayde, y a los demás, y como fuesen cavando profundamente para echar los fundamentos se oyó un sonido grande como retumbo de cosa hueca: cavando más se descubrieron unas grandes paredes como de templo que estaba metido en lo profundo de la tierra. Dentro del cual cavando mucho más, se sintió con golpe del azadón un sonido de metal, y luego abriendo y limpiando el lugar se descubrió una campana grande de metal.
La cual alzada en alto, se halló debajo de ella una tabla de mármol de dos codos en alto, y codo y medio de ancho. En la cual estaba labrada y como esculpida una imagen de nuestra señora que tenía a su hijo en los brazos diferentemente que las otras, porque le tiene sobre el brazo derecho. Con la cual tabla y campana, y otras señales tuvieron por muy cierto que en tiempo de los Godos fue aquel templo edificado en honor y gloria de la sagrada virgen nuestra Señora: y que los religiosos de san Benito, que en aquel tiempo florecían mucho, fueron los que allí tuvieron su convento y monasterio muy suntuoso. Y después con la entrada y universal ruina y saco de conventos y templos que los Moros hicieron por toda España, fue este destruido, y los religiosos perseguidos, y así al tiempo de la persecución cavaron, y pusieron la campana con la imagen debajo en aquel lugar, donde estuvo escondida 510 años, hasta el tiempo de nuestro Rey don Iayme, el cual tomó la imagen con grande veneración, y la puso en el nuevo templo hecho sobre el viejo, en la capilla y altar mayor donde hoy está: y que mueve a tanta devoción, que no solo de la ciudad de Valencia, pero de todos los tres reynos de la corona de Aragón es con muy frecuentemente visitada y venerada.


Capítulo XXI. Como se fue el Rey a Borriana, y luego vino don Aguilon a pedir socorro contra Zaen, y el Rey fue a darlo, y no siendo necesario se volvió a Burriana.

Estando ya el Rey de partida para Burriana después de haber dejado el cargo y aparejo para el edificio del templo a don Guillen su tío, don Fernando que siempre, o se detenía mucho, o nunca acababa de llegar su socorro, vino al Puig con don Pedro Cornel, y otros caballeros de compañía. Los cuales fueron por el Rey y los demás muy bien recibidos. Y después de haberles mostrado la fortaleza y el lugar de la batalla, con todo lo que milagrosamente obró Dios en ella, dejó allí la mitad del ejército con todos los aparejos y municiones de guerra necesarios: y certificando a todos sería muy presto de vuelta, se partió con don Fernando y Cornel para Burriana: donde apenas fue llegado, cuando vino por mar dó Aguiló en una barca por avisar al Rey, como Zaen teniendo ya junta toda su caballería que tenía repartida por las villas de
Castalla y Cocentayna, en saber que se había partido de Enesa, venía a gran prisa a cobrarla: que para esto pedía socorro de gente el capitán don Guillen, y por solo eso le enviaba. Pero que bastaría que don Pedro Cornel fuese con la gente de caballo. Oído esto, el mismo Rey se dispuso a ir allá en persona con el socorro. Y luego a la media noche con la gente de a caballo de Teruel y otros (como dice la historia) camino por la vía de Almenara. Y pasada ella, iba con tan determinado ánimo para entrar en la batalla que a un caballero Aragonés llamado López que le preguntó qué será hoy de nosotros respondió que veremos hoy como se cierne y aparta el salvado de la harina. Señalando que en esta batalla se conocería la diferencia que hay del bueno al ruyn soldado. Como llegaron a emparejar con Murviedro, dejándole a la mano derecha, envió uno de a caballo que fuese al galope a descubrir el campo, y entendiese si Zaen era ya llegado y combatía la fortaleza, el cual fue y volvió luego, diciendo que ni Zaen era venido, ni había sacado ejército de Valencia, ni los del Puig tenían necesidad de socorro, que todo quedaba muy seguro. Creyeron algunos que la venida y demanda de don Aguilon fue ruydo hechizo, y concierto de los capitanes de Enesa, por hacer tiro a don Pedro Cornel, por algún secreto rencor que le tenían. Pues como el Rey oyó esto, dio gracias a nuestro señor y se volvió para Burriana con solos XVII caballeros porque a los demás con Aguilon mandó que se pasasen a Enesa para dar ánimo a los del ejército, y mostrarles como estaba en orden para ser siempre con ellos.


Capítulo XXII. Del grande peligro en que el Rey se vio volviendo para Burriana, y como se libró de él, y también de otro, la noche siguiente.

Volviéndose el Rey para Burriana, por entre la marina y Murviedro con solos XVII caballeros de compañía descubrió de lejos ciento y treinta caballeros jinetes Moros, que estaban en orden de guerra algo apartados del camino. Entre los cuales se hallaba don Artal de Aragón hijo de don Blasco, que andaba desterrado de Aragón, a quien el Rey no conoció, pero fue conocido del, mas por no perder la gracia y amistad de los moros, no se partió dellos para venir al Rey. Pues como de los caballeros Aragoneses que iban con el Rey, sin su licencia, uno llamado Garces con cuatro otros arremetieron sobre ellos, y los prendieron. A los cuales hubiera luego seguido Cornel si el Rey no le hubiera echado mano de las riendas del caballo, y le detuviera. Por donde hallándose el Rey tan solo claramente, vio que estaba en el mayor peligro de la vida que jamás se vio, y que si entonces los moros le acometieran, sin duda que le prenderían. Viendo esto Cornel envió uno de a caballo, que a rienda suelta fuese al Puig a don Guillen, viniese volando con gente para librar al Rey de un grande peligro. En este medio viéndose los del Rey en tanto aprieto, tentaron de persuadirle, mientras entretuviesen con escaramuza a los moros, se fuese a recoger con don Guillen a Enesa, y de allí les enviase socorro. Pero cuanto más sobre esto le porfió Pérez Pina, tanto con mayor cólera le respondió: muy en vano trabajáis Pérez, si pensáis persuadirme a que me vaya. Porque os hago saber estoy muy determinado (puesto que dejo a Dios haga de mí lo que fuere servido) de no volver atrás por la vida: porque ya esta por agora antes se ha de redimir con la muerte peleando, que escapando con la huida. Entonces los pocos que quedaban viendo esta determinación, tomaron al Rey en medio con fin de morir todos en su defensa y presencia, y cerrándole animosamente los lados, estuvieron esperando a los moros. Pero ellos, puesto que dos veces hicieron ademán de querer arremeter contra el Rey, o porque don Artal, conociendo al Rey, los diuertiesse, o realmente porque creyeron, que tan pocos no hubieran esperado * espaldas seguras, y que don Guillen estaría cerca con su gente, no osaron acometerlos, y apartándose poco a poco por el val de Segon arriba se metieron en Almenara. Como llegase don Guillen con su gente en aquel punto, el Rey pasó a Burriana. De donde envió a rescatar los cinco caballeros que le prendieron los Moros. De allí la noche siguiente pasado el río Mijares junto a la villa de Castellón, que agora es la más insigne de toda aquella Plana, como por la marina el camino de Orpesa, adonde no quiso dejar de pasar a dormir aquella noche, por más que le certificaron, como un Barón Moro llamado Abenlopez, pocas horas antes había salteado en aquel pinarejo al mismo Comendador de Orpesa, y se lo llevaba cautivo. Con todo esto, mandando ir juntos los que le seguían entró por el pinar adelante, y llegó sano y salvo a Orpesa, que entonces era de la religión del Ospital. Allí pasó aquella noche, y también dio orden para el rescate del Comendador. Así mismo mandó a la gente que allí estaba de guardia por el comendador, se tuviese gran cuenta con aquella fortaleza, por ser cabo y plaza de las muy importantes del Reyno. De allí partió para Vldecona, y pasó a Tortosa, donde se detuvo algunos días , entendiendo en que se hiciese gente de guerra por toda Cataluña para poner cerco sobre la ciudad de Valencia.

Fin del libro décimo.