Mostrando las entradas para la consulta Teruel ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Teruel ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro tercero

Libro tercero de la historia del Rey don Iayme de Aragon, primero deste nombre, llamado el conquistador.

Capítulo primero. En el cual se prueba como el Rey acabó con triunfo la guerra de Albarracín, y por qué causas los de su consejo determinaron de casarle antes de tiempo.

La guerra de Albarracín, que acabamos de contar en el precedente libro, aunque a la opinión de algunos, (mirando lo que pasó de hecho) parece, que no paró fin alguna mengua del Rey: si consideramos el buen fin que tuvo, hallaremos que no menos sucedió en triunfo suyo, que a gloria de sus enemigos. Pues como no quedó menos victorioso el capitán, a quien voluntariamente se le rindió la ciudad, por haber conquistado los ánimos de los ciudadanos que si la tomara por fuerza de armas: así parece que el Rey con semejante suceso, no solo cubrió su padecida perdida, pero sacó de ella muy esclarecida victoria. Porque apenas mandó levantar el cerco de Albarracín, cuando le salió al camino el mismo señor de ella, a suplicarle con toda humildad le perdonase, y se entregase de su persona y ciudad, pues hasta la
juridicion della, que por fuerza de armas no pudieron alcanzar los Reyes sus predecesores, a él se daría con toda liberalidad. De manera que como siempre fue más preciado lo que se da de voluntad, que lo que se toma por fuerza, así no fuera para el Rey tan grande triunfo haber entrado con violencia en la ciudad como el haberse metido por los corazones de los señores de ella, para quedar más glorioso señor de todo. Así lo sintió Fabricio cónsul Romano cuando Pyrrho Rey de los Epirotas en la guerra que tuvo contra los Romanos, le envió sus embajadores con un muy rico presente de vasos de oro y plata, por atraerle a su devoción. Mas el cónsul después de rehusado el presente, respondió muy sin respeto a los embajadores, supiese su Rey, que los Romanos, no tanto tiraban a coger el oro, cuanto a los que le poseían. Conforme a esto nuestro Rey, con la voluntad y entrego que el señor de Albarracín le hacía de su ciudad y persona, no solo pudo más que los Reynos de Aragón y de Castilla, que viniesen sobre Albarracín, y sin hacer efecto se fueron (como arriba contamos), pero engrandeció su autoridad real, y con la humildad con que también se le entregó don Rodrigo, confirmó el poder y mando que de allí adelante tuvo sobre los dos. Con todo esto y siendo los principales señores y barones que con el Rey venían, señaladamente los que regían su persona y estados, que por sus rencillas y particulares intereses, llevaban el regimiento confuso, y que había de redundar en daño suyo, y llover sobre ellos cualquier disminución y quiebra que a la autoridad y persona real se siguiese. Demás que * feudo deshechas, ni acabadas, * que de cada día revivían las parcialidades de don Sancho y don Fernando, a los que les ellos habían * ofendido, así en haber hecho quitar al uno la gobernación general del reyno, como al otro el cargo y custodia de la persona del Rey, que no dejarían de procurar de atraerle a su opinión para mejor vengarse de ellos. Por estas y otras causas comenzaron a mirar por si, y consideraron que convenía para la confirmación del Rey y de ellos, usar de algún medio con que engrandecer la autoridad del Rey, y confirmar su obediencia y mando para con los pueblos, quedándose ellos siempre con el cargo de la persona real y gobierno del reyno. Para esto sirvieron * concordaron todos en que sería bien casarle. Porque con la autoridad y poder que con el nuevo * y afinidad se le recrescería, de * con la esperanza de suceder, se le doblaría el respeto, echando * raíces de amor y obediencia en los pueblos. Pues aunque para esto * su poca edad, no teniendo quince años cumplidos, era tan crecido de cuerpo, bien formado y proporcionado de persona, que ninguno le juzgaba por inhábil para el matrimonio. Y así los reynos, no solo se alegrarían mucho de verlo casado, pero le harían por ello grandes servicios y pagarían extraordinarios tributos como para continuar la guerra era bien menester.


Capítulo II. Como el Rey tomó por mujer a doña Leonor hermana de la Reina de Castilla, y se armó caballero, y celebró sus bodas en Tarazona.

Pues como los consejeros del Rey, don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, y don Guillen de Moncada: gran senescal de Cataluña, y muy pariente del Rey, con don Pedro Ahones, viniesen bien en que tomase estado: todos los demás del consejo fueron del mismo parecer. Y hechas estimación y discurso de todas las doncellas de sangre y casa Real que en España, y fuera de ella se hallaban convenientes para este matrimonio, ninguna tanto cuadró a todos como doña Leonor, hija del Rey don Alonso VIII de Castilla, hermana de doña Berenguela Reyna de León y de Galicia viuda, la cual por la * muerte del Rey don Enrique su hermano, había sucedido en los Reynos de Castilla. * pues bien a todos dar la doña Leonor por mujer al Rey, si ella quisiese, fueron luego los embajadores de parte de él a la Reyna doña Berenguera (Berenguela), que estaba en la villa de Ágreda, pueblo célebre de Castilla, a los confines de Aragón y Navarra. A la cual dijeron como el Rey de Aragón deseaba casar con doña Leonor su hermana, si ella era contenta, y que siendo, como era señor de tantos Reynos y señoríos, se contentaba en lugar de dote, con las virtudes y
perficiones de su persona: y aun la dotaría en diez principales pueblos del reyno de Aragon, que son Daroca, Épila, Plna, Uncastillo, Barbastro, y Tamarit de Santisteuan, Montaluan, y Cervera. Y en el reyno de Cataluña, de las que hoy hay en los montes de Siurana y Prats. Oída la embajada, y aprobados por el consejo de Castilla los conciertos y promesas que el Rey de Aragón ofrecía, mayormente porque las cosas de Castilla con la amistad y favor de Aragón mucho más se engrandecerían, la Reyna, con voluntad de doña Leonor, prometió darla al Rey por mujer. Certificados de esto los embajadores, y hechos por ambas partes sus capítulos y obligaciones, volvieron al Rey. El cual se contentó del concierto, y luego se puso en camino, acompañado de sus principales caballeros cortesanos, y con algunos prelados, entró en Ágreda: a donde fue por la Reyna y grandes de Castilla realmente recibido: y hechos los desposorios, el Rey quiso que las bodas se celebrasen en Tarazona, ciudad principal de Aragón que está fundada a la halda del monte Moncayo, y se adelantó a concertar la boda. Partida la esposa, acompañada de la Reyna y de don Fernando su hijo, que después le sucedió en los reynos de León y de Castilla, y fue gran conquistador de tierras de moros, como adelante diremos, llegaron a Tarazona, donde el Rey y doña Leonor se velaron con grande solemnidad, y se dobló la fiesta, con el nuevo orden de Caballería que el Rey quiso celebrar por su persona. Era costumbre antigua, y muy observada entre caballeros y grandes señores, que quien quería ser armado caballero, y hacer profesión de ello, viniese muy acompañado de caballeros, y de tan principales señores como podía, al templo mayor de la ciudad donde se hallaba. Y que en el altar mayor de él pusiese una espada desnuda de donde el más honrado y principal del ayuntamiento tomaba la espada, y la ceñía al que armaba caballero. Pues como conforme a la costumbre, el Rey pusiese la espada en el altar para este efecto, y no se hallase allí otro más preminente, ni más honrado que él, tomóla él mismo y ciñiósela, y con esto quedó armado caballero. Fuera de esta fiesta no tenemos que referir otras de justas, ni torneos, ni de muy grandes cenas o mercedes que se hiciesen en estas bodas: pues ni la historia del Rey, ni otros escritores lo dicen: por ser tanta la modestia y templanza de aquellos tiempos, que se usaban, y entraban estas virtudes por las casas Reales:puesto que alabar a los Príncipes de moderados en el gasto de casa, no parece digna alabanza suya. Tampoco será cosa indigna de contar del Rey, lo que el mismo no quiso callar de si en su historia: que por la inbecilidad de su poca edad cuando se casó, confiesa que pasaron, xviij. Meses, que no se comunicó con la Reyna su mujer.


Capítulo III. De las Cortes que el Rey tuvo en Huesca, y de la entrada que hizo con la Reyna en Zaragoza.

Celebradas las bodas en Tarazona, como el Rey estuviese muy puesto en llevar adelante el buen regimiento de sus Reynos, y que por esta vía llegaría a tener pacífica posesión de ellos, luego que fue advertido por los de su consejo convenía tener cortes, las mandó convocar en la ciudad de Huesca para solos Aragoneses, a donde en presencia de los de su consejo, y de los de su casa y
palacio, que eran hombres graves y de los principales del Reyno, y tenían el cargo de la persona real, se propusieron por algunos síndicos de las ciudades y villas reales, muchas quejas y demandas contra los unos y los otros. Porque abusando de la autoridad y favor que con el Rey tenían, en su hombre habían causado algunos desafueros y violencias de las que suelen hacer los muy privados de los Príncipes, cuando empapados de su favor y estado presente, tienen poca cuenta con lo venidero, y hacen lo que se les antoja. Como sea así, que los favores han de acabarse, y que tarde o temprano las violencias y daños hechos, se han de rehacer y recompensar, o por los mismos autores de ellos, o por sus herederos, y muchas veces por los mismos príncipes y señores, debajo cuyo favor se cometieron. Y así fue singular negocio lo que el Ree hizo sobre esto, que después de bien entendido lo que pasaba, quiso por esta vez tomar por propios los daños y agravios que los suyos, y de su consejo habían causado a los pueblos, y descubiertos en particular, hizo de su tesoro la enmienda y recompensa de ellos, con mucho contento de todos. De allí pasó a Zaragoza con la Reyna: a donde por ser la primera entrada, fue recibida con grande triunfo, adornando las calles de muchos
tropheos y arcos triunfales, con otras invenciones que por diversas partes de la ciudad se pusieron. Demás de las muchas danzas, músicas, y otros diversos géneros de regocijos, cuales de la grandeza de tan insigne ciudad y cabeza de reyno, se podían esperar. Mas porque de su antigüedad y excelencias se ofrece bien que decir, por lo mucho que por su misma vale y puede, haremos en el capítulo siguiente una breve relación de sus alabanzas y raras prerrogativas.
Capítulo IIII (IV). Antigüedad y excelencias de la ciudad de Zaragoza.


Es esta ciudad metrópoli y cabeza del Reyno de Aragón, una de las más principales de España, llamada antiguamente Salduba, de la región Sedetania (como dice Plinio) aunque debajo de este nombre se hace poca mención de ella en las historias, hasta que entró en ella el Emperador Augusto César . Y hallándola que estaba a la devoción del pueblo Romano, visto su hermoso asiento sobre tan extendido llano, ribera del gran río Ebro, junto con su fertilidad de campaña, y ser de gente belicosa, la hizo colonia de Roma, y la intituló de su nombre, (como dice Estrabon) Augusta Cesarea, llamándola santa (porque esto significa Augusta ) como había de ser ella la primera de España, que había de recibir la verdadera santidad Cristiana: pues a ella vino del cielo, poco después de Augusto Cesar la Virgen sacratísima para santificarla: cuando se apareció sobre un pilar, o columna al glorioso Apóstol Santiago, con sus cinco discípulos que ya tenía convertidos a la fé de Cristo: según lo ratifica (restifica) hoy en día, entre otras memorias, el mismo pilar con la imagen lapidea que la misma Virgen allí dejó por memoria de esta aparición, la cual se ha conservado en el mismo lugar de la ciudad, del tiempo de la primitiva iglesia acá por los fieles que en ella permanecieron, y fueron tantos, que al tiempo de la gran persecución hecha por el Emperador Diocleciano, y en España ejecutada por Daciano contra los Cristianos, se halla fueron innumerables los que recibieron martirio en esta ciudad, señaladamente cuando la virgen santa Engracia con toda su gente y familia de paso padecieron allí martirio; con muy muchos otros
de la misma tierra. Cuyos cuerpos reducidos en masas santas por si mismas se vinieron del lugar del patíbulo a ponerle en los sepulcros, o pozo santo de cierto de cierto lugar de la ciudad, donde se edificó después un suntuosísimo y muy devoto monasterio de frayles Gieronymos, dedicado al nombre y honor desta gloriosa santa, y están allí su cuerpo con las demás reliquias de santos muy veneradas. Pero demás que puede por esta causa con justo título llamarse esta ciudad santa, hay otra que lo confirma. Porque de las tres ciudades que en la Europa abundan de más reliquias y cuerpos de Santos, como son Roma, Colonia Agripina en Alemana, y nuestra Zaragoza en España, es esta la que después de Roma se ha de preferir a Colonia. Porque si a esta comúnmente llaman santa por tener los cuerpos y reliquias de santa Vrsola, y de las onze mil Virgines que padecieron martirio en ella: mejor cuadrará la santidad a nuestra ciudad, así por ser más antigua en la fé de Christo, como porque tiene a santa Engracia con innumerables mártires que padecieron, y están sepultados en ella. Por cuyos méritos e intercesión se puede bien creer, se ha defendido, y conservado la fé y religión Cristiana, en esta santa ciudad de tal manera, que por ningún tiempo se halla que haya desviado, ni por alguna sombra de herejía apostatado de ella: antes ha confirmado con muchas y muy verdaderas obras de caridad su fé viva: con la fundación de tantos y tan suntuosos templos consagrados, con el mantenimiento de tantas religiones, y otras muchas obras pías, señaladamente con la sublime virtud de la hospitalidad, con que recibe los pobres de Cristo que vienen a ella de todo el mundo: en lo cual ha sido y es la lumbre y ejemplo de toda España. Y así vemos que después acá que con el valor y milagrosas visorias de sus Reyes se cobró la ciudad y reyno de los moros, ha gozado de mucha paz y tranquilidad de estado, y continuado la sucesión y descendencia de aquellos insignes ciudadanos que la ayudaron a conquistar, y con las mismas leyes, fueros, y privilegios que sus Reyes naturales la dotaron, se han valido de aquella honesta libertad que sus antepasados con su mano y sangre les adquirieron. De donde ha sido que los ciudadanos han fundado en ella como en tierra firme, y peña viva de paz, sus casas y edificios tan espléndidos y magníficos, tan alegres y bien labrados como se ve: porque también es en esto aventajada a todas las de España, y no menos enriquecida en ropa, y escogidas alhajas (
halaxas) de casa que cualquier otra. Pues se afirma, que en plata labrada, en tapicería, y casas, tampoco hay otra su par. Y aunque es muy meditarranea y alejada de la marina, no por eso deja de ser muy proveída de las cosas de mar, así por ser también su río navegable, para copiosamente traerlas: como por la buena expedición y precio que para todo género de mercadería se halla en ella, con la demás hartura y fertilidad de su campaña de pan, vino, azeyte, azafrán, y pegujares, con todo género de frutales, y de infinita caza. Y así tiene cumplimiento de todo lo importante para pasar muy dulce y abastadamente la vida. Ni se sigue que por estar lejos de la mar, y metida en el centro y medio del reyno, y por el eso libre de los incursos y rebatos marítimos y ejercicios de guerra, deja de ser su gente belicosa. Pues demás que fuera de su tierra, en cuantas guerras se ha visto la gente Aragonesa (harán testigo dello Italia, Sicilia, Cerdeña, Mallorca y África) ninguna otra le ha puesto el pie delante: Pero si de belicoso es, pelear por su patria, y morir en defensa del estado y libertades de ella: no hay para esto más fieros leones que los Aragoneses: de cuyos admirables ingenios, y costumbres, pues se hablará adelante, bastará lo dicho por agora, porque volvamos a nuestra historia.

Capítulo V. Como partió el Rey de Zaragoza y fue a tener cortes en Daroca, a donde vino el Vizconde de Cabrera a darle la obediencia.

Entrado el Rey en Zaragoza, pensaron algunos de los señores de Aragón que allí fueron congregados, señaladamente los hijos de los grandes, que por ser el Rey de tan poca edad como ellos, se deleitaría de galas y juegos, con otros ejercicios de placer: para lo cual se preciabantodos, quien más podía de llevarle a fiestas y saraos de damas y otros muchos regocijos, a los cuales aquella edad no suele decir que no, por tener muy vivos los sentidos, y tan deseosos de apacentarse
en las cosas sensuales: pero el Rey, que ya de mozo llevaba los pensamientos muy altos, y de varón
perfetos como estuviese muy rendido a la disciplina de sus ayos, en lo que tocaba a su persona, y en el gobierno del Reyno, muy puesto en obedecer lo que deliberaban los de su consejo, gustaba poco de aquellas fiestas y devaneos, y dando sentimiento de esto a los suyos, publicaron cortes para la ciudad de Daroca. De manera que acabados de asentar los negocios y diferencias de algunos señores, con esta nueva ocasión se salió de Zaragoza con mucha gracia de todos, y pasó a Daroca, principal pueblo de Aragón, llevando consigo a la Reyna. Allí pues tuvo cortes el Rey, y en ellas, fuera de asentar lo importante a la jurisdicción de los oficiales ordinarios de la tierra, no hubo cosa notable sino la venida de don Gerardo Vizconde de Cabrera, que se intitulaba conde de Urgel, y con esto era uno de los principales señores de Cataluña. El cual poco antes se había apartado del servicio del Rey (porque hubo causas para repelirlo de su presencia) mas con su venida y obediencia mereció ser bien recibido. Luego dijeron los del consejo Real que esta venida y obediencia del Vizconde era fruto nacido del casamiento del Rey, por el cual se le doblaba ya la autoridad y respeto. Traía el Vizconde propósito de concordar, y atajar las diferencias que con otros tenía sobre el condado de Urgel (de las cuales se hablará adelante) pero no quiso el Rey por entonces poner mano en ellas. Aunque le prometió iría muy presto a Cataluña, y allí conocería de ellas, y las asentaría de su mano. Despedido el Vizconde, y concluidas las cortes, dio vuelta con la reyna casi por todas las villas y pueblos de Aragón, de Zaragoza abajo hacía Teruel, y siempre hallaba que sus criados y allegados, y más los ayos que tenían el gobierno de su persona, debajo su real nombre, habían innovado y reducido a su utilidad e interesse muchas cosas, así tocantes a su
patrimonio real, como al de algunos particulares, en notable daño de ambas partes. De esto le venían cada día muy grandes quejas con diversas demandas de restitución de haciendas, y aun honras: requiriéndole fuesen prontamente restituidos y satisfechos tantos y tan notables daños. En lo cual se hubo el Rey con muy grande prudencia, liberalidad, y justicia, disimulando los daños que le tocaban, y recompensando los ajenos, con toda la honra que pudo de sus allegados: con los cuales también se hubo con algún rigor, quitándoles por ello algunos juros, o caballerías de honor que por derecho militar pretendían debérseles, y ellos excesivamente habían usurpado. Con estos tan buenos oficios y ejecuciones de equidad y justicia que el Rey usaba, iba cada día de nuevo ganando la voluntad y gracia de sus pueblos, y engrandeciendo su autoridad y opinión para con todos.

Capítulo VI. De la cuestión y rencilla que se movió entre don Nuño Sánchez, y don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne.

En esta sazón se movió una
quistió (cuestión), para simiente y principio de muchos males, entre don Nuño hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, Vizconde de Bearne, por cosa harto liviana: que fue por no haber querido don Nuño prestarle un halcón que tenía muy preciado. Sobre lo cual pasaron entre si malas palabras, y se apartaron el uno del otro. Como fuese divulgada esta rencilla, y de boca en boca, como suele, mucho más de lo que había sido, encarecida (porque a las veces, las cosas vienen a gastarse, y hacerse peores, con las palabras) nacieron de aquí algunas burlas que dasaron a injurias y desabrimientos entre los valedores de cada una de las dos
parcialidades. Habiendo pues quiebra en la amistad, que antes solía haber entre ellos muy estrecha, luego se dividieron en bandos, y al Vizconde se le ofreció por valedor don Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín, hombre, como está dicho en el precedente libro, belicosísimo y poderoso: y a don Nuño don Pedro Ahones ayo mayor del Rey y de su consejo, Fue la cuestión al tiempo que el Rey y la Reyna iban a tener cortes en Monzón, con deseo de ver y contemplar de nuevo la fortaleza que antes le había servido de honesta cárcel, para que con la memoria de la sujeción pasada, gozase mejor del próspero y presente estado. Fue el negocio de manera, que antes que el Rey llegase a Monzón, el Vizconde, y el señor de Aluarrazin, trajeron consigo una banda de hasta 300 caballos ligeros, y secretamente los alojaron en Valcarria lugar de los Templarios junto a Monzón, con ánimo de acometer a don Nuño cuando pasase a las cortes. El cual como entendió esto, no fue a Monzón, sino que en compañía de don Pedro Ahones, con poca gente de caballo, salió al Rey al encuentro, que iba a Monzón, haciéndole saber de la gente de caballo que el Vizconde había metido en Valcarria, para de improviso salirle al camino, por tomarle desapercibido, para mejor aprovecharse de él: que le suplicaba mirase por la honra del Conde su padre y suya, y al Vizconde que estaba más sobrado en gente y armas que en esfuerzo y valor, le hiciese retirar de allí. Lo cual no podía negársele por ser su tan propinquo deudo, y de la casa real, y sin eso tan leal y fiel vasallo como el muy bien sabía. Sintió mucho el Rey el atrevimiento del Vizconde, y con un gran espíritu y esfuerzo de más que varón, dijo a don Nuño tuviese buen ánimo, que le prometía echar al Vizconde de la tierra, si no se moderaba: y que miraría tanto por su honor, y del Conde su padre, como por el suyo propio. Y así luego que entró en Monzón mandó a los del regimiento, pusiesen gente y armas por todas las torres y puertas de la villa, y que no dejasen entrar a ninguno de los principales señores y Barones que viniesen a las cortes, sin que él lo mandase, mas de con uno, o dos criados de compañía. Como esto supo el Vizconde por sus espías, fuese de Valcarria con toda su gente muy despechado. De esta manera fue don Nuño librado de todo peligro y afrenta. Pero el Vizconde viendo que no había podido ejecutar su rabia y furia en don Nuño, fuese la vuelta de Perpiñan, y tomando de camino más gente de a caballo, con el favor de sus parientes y amigos entró por el condado de Rosellón, que don Sancho poseía, y le destruyó, y dio a saco gran parte de los lugares de él, aunque no a la villa de Perpiñan por estar muy fuerte.

Capítulo VII. Que el Rey persiguió a los llamados que no vinieron a las cortes, y fue a Terrès, y confirmó el estado de los Moncadas, y estableció el condado de Urgel al conde Guerao.

Acabadas las cortes de Monzón, luego el Rey con la gente que de Lerida, y otros pueblos de presto hizo juntar, y con la que don Nuño traía para su defensa, movió guerra a ciertos Barones comarcanos, porque convocados para las cortes, menospreciaron a los convocadores, y no quisieron venir a ellas, antes mostraron apartarle de la obediencia y servicio del Rey. Con esta ocasión comenzó a tomar fuerza de armas, y reducir a la corona real algunas villas y castillos de estos barones, hasta que llegó a Terrès, villa pequeña y cercana a Lerida y Balaguer. Es esta villa, según fama de los que por algún tiempo han residido en ella, de las más sanas de España, o por la
subtilidad y pureza del ayre y aguas, o por algún buen vapor que sale de la tierra. El cual recibido por los sentidos purga el celebro, de tal manera que a los locos furiosos, y principalmente a los endemoniados, los llevan allí, para que sanen. Y así está en refrán muy usurpado por Cataluña; en comenzar uno a enloquecer, o endemoniarse: a este llévenlo a Terrès. Allí fue donde el Rey, por estar dentro, o en los confines del condado de Urgel, dio dos grandes muestras de su cordura y bien apurado jvicio. La una que tuvo por firme y grata la donación hecha por el Rey don Pedro su padre en favor de don Guillen de Moncada, gran senescal de Cataluña, y señor de las villas de Aytona, Seros, y Sos en los confines de Aragón y Cataluña, adonde el río Segre entra en Ebro, y la ratificó de nuevo, de las cuales hecho el Condado intitulado Aytona, gozan hoy sus propios descendientes por recta linea en nombre, sangre y armas, y es una de las dos más antiguas y principales casas de Cataluña. La otra fue haber remetido desde Daroca, a este lugar, la averiguación de las diferencias que el Conde Guerao tenía con otros, sobre el condado de Urgel, para ser más enteramente informado del hecho, y por no juzgar cosa contra derecho, sin oír las dos partes. Por cuanto habían nacido estas diferencias del tiempo del Rey don Pedro, cuando hizo guerra contra el mismo Guerao, porque muerto Armengol Conde de Urgel, se entró por el Condado con ejército formado, y echando de él a Aurembiax, hija y legítima heredera de Armengol, se alzó con él. Por esta causa le persiguió el Rey don Pedro, hasta que venciéndole en batalla, le prendió, y puso en prisiones, y cobró gran parte del condado. Pero muerto el Rey, con el favor de los suyos salió Guerao de prisión, y hecha su gente de guerra, como ninguno le resistiese, fácilmente cobró todas aquellas villas y castillos que el Rey le había quitado por armas, o voluntariamente se le habían entregado: haciendo en ellas grandes estragos y crueldades, saqueando y matando a todos los que se le habían rebelado, y seguido la parcialidad del Rey. De manera que después de haber el Rey entendido muy bien todo lo pasado, determinó de dar sentencia sobre ello. Y así sentado pro tribunali, y teniendo al Conde don Sancho, y a don Fernando sus tíos, que hizo venir allí, como por asesores a sus lados, en presencia de los más principales del reyno, llegó el Conde Guerao, y confesando con mucha humildad lo que había hecho, y pidiendo perdón de sus atrevimientos pasados.
El Rey que a todo esto estuvo muy severo, con mucha voluntad y gracia le perdonó. Y puesto que sabía por relación secreta, la poca justicia y acción que Guerao tenía al condado, determinó por entonces establecerle con ciertas condiciones. La primera que todas aquellas villas y lugares del condado que poseyese, diesen de allí adelante la misma obediencia, que antiguamente acostumbraban dar a los Condes de Barcelona, a los Reyes de Aragón y de Cataluña sus sucesores. La segunda que no embargase su posesión, quedase a Aurembiax hija del Conde Armengol salvo su derecho para poner demanda del Condado ante su Real jvicio, como lo puso, según adelante se dirá.

Capítulo VIII. Como el Conde don Sancho sabido el estrago grande que el de Bearne había hecho en Rosellón, se quejó al Rey, el cual le persiguió tomándole muchas villas y castillos.

En este medio que el Rey asentaba los negocios del Condado de Urgel, llegó nueva al Conde don Sacho del estrago grande que el Vizconde de Bearne como dijimos, había hecho en el Condado de
Rossellon. De lo cual tuvo gran sentimiento el Conde, y viendo que no bastaba su poder para resistirle, recurrió al Rey, pidiéndole su favor y amparo contra el Vizconde su enemigo, suplicándole que con su prudencia y mando absoluto compusiese y averiguase sus diferencias y quejas con el Vizconde: que le certificaba como él y don Nuño estarían promptos para si en algo habían injuriado al Vizconde hazerla enmienda que les mandase. El Rey que oyó esto, puesto que estaba mal con el Conde, y con razón, por los acometimientos pasados contra su real persona, pero teniendo respeto a sus canas, y ser tan conjunto suyo en sangre, y mucho más por la fidelidad y servicios de don Nuño su hijo, prometió darles todo favor y ayuda. Considerando que| también convenía refrenar con tiempo la soberbia del Vizconde, porque siendo el más poderoso señor de Cataluña, y tan emparentado con los más principales señores del reyno, no se alzase a mayores,
y llevase más adelante su porfía. Al cual envió primero a decir, y amonestar tuviese por bien de parar, y no correr más la tierra del Conde don Sancho. Pero el Vizconde tuvo en tan poco lo que el Rey le envió a mandar, que se dio mayor prisa en acabar de tomar ciertas fortalezas del Conde que estaban en el camino de la villa de Perpiñan, a la cual fue acercar de nuevo con toda su gente. Donde saliendo a él los Perpiñaneses con gran estruendo y poco orden, siendo capitán de ellos Gisberto Barberan, para dar una vista y sobresalto a los del campo, de tal manera se defendió el Vizconde, que mató al capitán, e hizo retraer a los Perpiñaneses hacia la villa, después de haber hecho grande estrago en ellos. Entendido por el Rey todo esto, y viendo crecer cada día más el orgullo, y desacatos del Vizconde: comenzó a salir con su ejército en campaña, y a perseguirle con guerra abierta: a quien siguió luego don Ramón Folch Vizconde de Cardona con gran número de gente de a caballo a su sueldo: así por ayudar al Rey, y a don Sancho en su buena querella, como por haberlas con el de Bearne, con quien estaba mal. Partió pues el Rey de Aragón a donde poco antes vino a hacer gente, y en volviendo a Cataluña, yendo para Perpiñan, de paso tomó ciento y treinta pueblos entre villas y castillos del Vizconde, con los de sus amigos y parientes, los cuales se le rindieron parte voluntariamente, parte por fuerza de armas, y los mandó luego confiscar y aplicar al patrimonio real, hasta que llegaron a una villa principal llamada Cervellón, Ceruellon, no muy lejos de Barcelona, y aunque estaba muy bien fortificada de gente y municiones, y cercada de muro fortísimo con su barbacana, luego que los de dentro vieron asentar las máquinas y trabucos para batirla (como de hecho se batió) a los 14 días después de puesto el cerco, se rindió, dándole a partido. En esta presa y cerco de Cervellón, no se hallaron con el Rey mas del Conde don Sancho, don Fernando, y don Nuño, con hasta 400 lanzas y 1000 infantes, ni se halló el Vizconde de Cardona: porque le fue forzado en aquella sazón partirse con la mayor parte de los suyos a sus tierras por apaciguar ciertos alborotos que se habían levantado.

Capítulo IX. Como el Rey puso cerco sobre la villa de Moncada, donde se recogió el Vizconde, y que estándola batiendo, fue rogado de don Sancho alzase el cerco de ella, y lo alzó.

Tomado Cervellón, pasó el Rey a poner cerco sobre Moncada. La cual como cabeza de todo el estado del Vizconde estaba con su castillo muy fortificado de munición y gente. Porque el Vizconde para hacer del resto en su defensa, se había recogido en ella con los principales de su linaje. Llegando pues el Rey a vista de la villa envió a decir al Vizconde como quería le recibiese en su villa por huesped: a esto respondió el Vizconde, que le hospedaría a buena gana, pero que no sería obligado a guardar el derecho y cortesía de hospedaje con huésped que tanto mal hace al que le hospeda. Oída la respuesta, mandó luego el rey poner cerco sobre la villa, y aunque pensó que había de durar mucho, determinó no partirse sin tomarla. En tanto que armaban las máquinas, y ponían en orden los demás pertrechos, fue el Rey con el maestre de campo, por hallar el lugar y asiento más dispuesto para plantar las máquinas, y dar los puestos a cada uno. Después de bien reconocido todo hallaron que en un collado que sobrepujaba la fortaleza se asentaría el Real mejor que en otra partes: y como comenzasen ya las máquinas a batir la fortaleza, y tentar los asaltos, la hallaron tan fortificada, y bien provista de toda munición y gente, a causa de haberse recogido en ella toda la familia y linaje de los Moncadas con su caudillo el Vizconde, que no se les podía hacer tanto daño, que no le recibiesen mayor los de fuera. Demás que tenían el agua segura, por tener una muy bella
fuente que nacía junto al muro. Mas los del Rey confiaban que los cercados eran muchos, a quien no menos la hambre que el ejército los rendiría. Porque al encuentro de cada puerta tenía el Rey escuadrones de soldados puestos para impedir la entrada y salida de la villa, a fin no les entrase provisión. Y sin duda los tomaran por hambre, si algunos de los capitanes del ejército Real no consintieran en que los de dentro fuesen
proueydos de vituallas y las demás cosas. Porque era tanta la amistad y parentesco del Vizconde con algunos principales del campo, y con eso tanta la ira y odio de los unos y los otros con el Conde don Sancho, a cuya instancia el Rey hacía esta guerra, que no faltaba quien dijese al Rey en cara con esta guerra y cerco, y quien poco a poco sembrase tanta distensión y zizania entre los Aragoneses y Catalanes del campo, que se sintieron algunas voces de motín, claramente diciendo, ser esta guerra injusta y malamente hecha, para robar, más que para pelear. Y de cuando en cuando se atrevían a decir mal del Rey, a quien no bastaba haber tomado tantas villas y castillos al Vizconde y a sus parientes y valedores, y haberlas confiscado, sino que aun quería haber su persona para arruinarle del todo. Y porque siendo el Rey tan mozo, era cierto que en todo se regía por el consejo del Conde don Sancho y de don Pedro Ahones, comenzaron los del ejército con grande desvergüenza a blasphemar de los dos de tal manera, que temiéndose de algún gran motín ellos mesmos persuadieron al Rey que alzase el cerco, por ser la fortaleza inexpugnable, y que no estaba bien a su persona Real perder tanto tiempo en ella. Y luego se salió secretamente del campo don Pedro Ahones, fingiendo alguna excusa, porque no tuvo allí por seguras su persona, y se fue a Huesca. Todo esto sintió mucho el Rey: pero viendo que los
mesmos Condes y don Nuño, por quien la guerra se hacía lo pedían con grande instancia, tuvo por bien complacerles pues se tenían por contentos de lo hecho contra el Vizconde. Y así levantó el cerco, donde se había detenido dos meses: y despedida la gente de guerra se vino para Aragón. Mas el Vizconde libre y seguro del cerco, juntó su gente, y comenzó de nuevo a destruir con mayor crueldad que antes, las tierras del Conde y de don Nuño.

Capítulo X. De lo que el Abad don Fernando maquinó contra el Rey, y las razones con que persuadió a don Pedro Ahones le favoreciese en la empresa.


Llegó don Pedro Ahones a Huesca donde halló al Abad don Fernando que poco antes se había salido del campo muy enojado, por lo mucho que el Rey porfiaba en perseguir al Vizconde don Guillen, que tan amigo suyo era, y persona de tan gran ser y poder, que sería bastante a poner al Rey y reynos en grande riesgo, para mayor daño y trabajo del Conde don Sancho y sus valedores. Pues como el Abad entendió, que el Rey había alzado el cerco de Moncada, pero que se le quedaba con los 130 pueblos confiscados, lo que había de ser causa para renovar la guerra contra don Sancho y don Nuño: y que de hecho hacía nuevas crueldades contra los de Rosellón: concluyó que era necesario por cualquiera vía que fuese remediarlo, y por valer al Vizconde su amigo, atreverse, si menester fuese, a la persona y autoridad del Rey. Para esto se confederó mucho con don Pedro Ahones, poniéndole delante el peligro en que estaba, y
desgusto con el Vizconde. Por haber sido el que más se había señalado por la parte y bando de don Nuño, y quien más había inducido al Rey para que emprendiese esta guerra, y aconsejado, se apoderase de los lugares del Vizconde, que a la postre todo llovería sobre él. Que para remediar esto había hallado ciertos medios muy convenientes, y para bien guiarlos, tenía necesidad de su consejo e industria: ni tuviese en esto respeto al Rey pues todo había de ser para más bien del mismo, y quietud de sus reynos: ni temiese de nada, que le sacaría a salvo de todo riesgo, y aun haría que de la empresa quedase bien rico. Y cierto que el celo de don Fernando no parecía del todo malo, sino que lo revolvió con muchos desacatos, y tiranías, contra la persona Real para sus propios provechos, y sobró al celo la malicia. La cual mostró mucho mayor, en no haber probado otros remedios más benignos antes de llegar a los tan ásperos de que usó. De manera que Ahones, con el temor que le ponían las cosas del Vizconde, y también con la esperanza de poner las manos en la hacienda real, sin más examinar el modo y ejecución de los designos de don Fernando, se le ofreció para todo bien y mal: en que emplearle quisiese.


Capítulo XI. Como acordados don Fernando y Ahones en ejecutar su propósito, se fueron para el Rey, y de la engañosa plática que con él tuvo don Fernando.

Después de estar ya muy de acuerdo don Fernando y Ahones en llevar adelante su mal fin y propósito, por lo mucho que se habían de aprovechar con esta empresa, salieron los dos juntos de Huesca a recibir al Rey que volvía de Cataluña, y despedido el ejército, era ya entrado en Aragón. Pues como tuvieron por cierto que volvería a ellos el gobierno, así del reyno a don Fernando, como de la persona del Rey, a Ahones, pensaron sería bien enviar por el Vizconde se viniese secretamente para acabar con el Rey se considerase con él, y le restituyese sus tierras: donde no, ponían por obra lo que tenían pensado. Con este acuerdo escribieron al Vizconde viniese sobre su palabra con poca gente a la corte del Rey, a un pueblo junto a Zaragoza llamado Tahuste, cuya tenencia era de Ahones, y cercano a otro pueblo llamado
Alagon. A este era llegado el Rey, y también la Reyna venía entonces a verse con él, para de ahí a pocos días entrar juntos en Zaragoza. Llegado el Vizconde, no curó don Fernando de confederarle con el Rey por otros buenos y honestos medios, que bien pudiera: sino valerse de otros con que pretendían él y Ahones, mucho más aprovecharse.
Y así se concertaron en sujetar al Rey de manera, que aunque le pesase hiciese lo que ellos querían, así en restituir las tierras al Vizconde, como en otras cosas que tocaban a intereses y utilidad de ellos mismos. Para esto pensaron de encerrar al Rey, y a la Reyna dentro de Zaragoza en su palacio real, y detenerle allí con buena guarda, sin que ninguno se viese y ni pudiese ver, ni hablar con persona, hasta en tanto, que se concertase con el Vizconde. Porque con solo esto habían de justificar su empresa con el pueblo, y con los Barones y señores del reyno, a quien también parecía mal el no restituir al Vizconde sus tierras. Para esto proveyeron que dos bandas de
caballos, y cuatro compañías de infantería estuviesen por los cuarteles de la ciudad. Lo cual hecho, salió de Tahuste don Fernando acompañado de muchos principales caballeros, que vinieron a visitar al Rey, y viniendo para Alagón, de camino envió a decir al Rey, como él y los principales caballeros del Reyno venían por acompañar su real persona, y a la serenísima Reyna en la entrada de la ciudad. Como el Rey oyó la embajada, conoció que este tan nuevo cumplimiento de don Fernando, se hacía con algún fingimiento, y sospechoso fin: todavía respondió, que recibiría de buena gana su venida: con todo eso mandó a sus mayordomos don Nuño, y don Pedro Fernández de Azagra, que a ninguno de los caballeros que venían con don Fernando dejasen entrar en el pueblo, más de cuatro, o cinco de los principales, y a los demás, por no haber en el lugar aposento para todos, los alojase por las caserías de fuera, o en otros pueblos cercanos lo mejor que pudiese. Después que les fue esto mucho encargado y mandado salió el Rey a caballo fuera del pueblo a recibir a don Fernando. El cual hizo muestra de quererse apear del caballo, y no consintiéndolo el Rey, fue de todos los demás que se apearon con mucho acatamiento saludado, con los cuales también se hubo muy afablemente. Volviéndose para la villa, o por descuido de los mayordomos, o adrede hecho, sin saberlo el Rey, se entraron con don Fernando por lo menos ciento de a caballo. Luego el día siguiente por la mañana se fue don Fernando para palacio, acompañado como el día antes, y en presencia de todos, tuvo una breve, pero bien lisonjera plática con el Rey, diciendo, como ni él, ni cuantos caballeros allí estaban, cosa tanto deseaban como servirle, y emplear vidas y haciendas por el acrecentamiento de su Real corona: por ver cuan próspera y felicemente se regía todo por su mando y gobierno, y cuan dichosamente se sucedía todo cuanto en paz y en guerra emprendía. Y así para que gozase enteramente de la tranquilidad y quietud de sus reynos por sus manos adquiridas, le suplicaba tuviese por bien de entrarse en Zaragoza, acompañado de tantos, y tan principales caballeros y señores, con el triunfo que se le debía. Como el Rey oyese y entendiese la disimulada y fingida plática de don Fernando, y mirando a todas partes de la cuadra, descubriese entre tantos, y tan apretados caballeros, la persona del Vizconde medio arreboçado, que sin licencia, ni consulta suya, se había venido de Cataluña, y le osaba parecer delante: demás desto, lo que a peor señal tenía, que ni don Nuño, ni Ahones, ni otro alguno de su consejo, se le allegasen, como solían, a la oreja para advertirle sumariamente lo que había de responder a la plática, tuvo por muy cierto, lo que poco antes había sospechado, que los suyos le vendían. Pues como todos los que allí se hallaban comenzasen a murmurar de él, porque no respondía a don Fernando: respondió con alegre semblante, que iría donde quisiesen: considerando entre si sabiamente, que en cualquier estado que sus cosas viniesen, y adoquiera que la fortuna las inclinase, sería mejor hallarse dentro de la ciudad que de fuera, confiando de sus fidelísimos ciudadanos que no le faltarían.

Capítulo XIII. Que el Rey y la Reyna entraron en Zaragoza, y fueron aposentados, por don Fernando en la Suda, y en ella encerrados, y de lo que pasó sobre esto (sobresto).

Partió el Rey con la Reyna, de Alagón, con todo el acompañamiento que don Fernando
traxo, y se entró en Zaragoza, sin permitir se le hiciese recibimiento alguno, y fue aposentado en la Suda, palacio real antiguo (que agora llaman la puerta de Toledo, y es pública prisión para los delincuentes) adonde don Fernando, dada razón de su intención al Conde don Sancho, que siempre se retenía el universal gobierno del Reyno, y prometiéndole que esto sería medio para confederarle con el Vizconde de consentimiento suyo se asumió todo el cargo, y con la compañía de Ahones que tenía el de la persona del Rey, entendieron en continuar su propósito. Y a la hora llamaron a dos capitanes de la guarda del Rey, Guillen Boyno, y Pedro Sánchez Martel, a los cuales engañaron con buenas palabras, mostrando quererles descubrir un grande secreto, sobre negocio importantísimo, a fin de librar al Rey de un grandísimo peligro que su Real persona corría, a causa de cierta secreta conjuración de que se temían, y convenía tener al Rey por entonces muy encerrado y recogido con buena gente de guarda: tanto, que ni el Rey había de ver, ni ser visto de nadie más de ellos dos solos, ni le habían de perder de vista noche y día: ni tampoco comunicasen con algunos para dar razón de lo que pasaba. Y así encomendaron al uno la guarda y custodia de la persona del Rey, y al otro la guarda de palacio, y de abrir y cerrar puertas, teniendo muy gran cuenta con los que subiesen la comida y cena, porque hasta en esto corría riesgo su salud y vida. Los capitanes creyeron muy de veras todo lo que don Fernando y Ahones debajo de gran secreto les dijeron, y más el premio que por esta fidelidad y servicio les prometieron. Con esto, aquella noche después de haber cenado el Rey y la Reyna, Ahones despidió todos los criados y criadas del Rey mandándolos pasar a otro palacio que les tenía aparejado: dejó dos camareros para el Rey con dos dueñas para servir a la Reyna, con todo el aderezo (adreço) de recámara que convenía: y de presto mandaron cerrar todas las puertas y ventanas de palacio, dejando solamente algunas claraboyas (clarauoyas) altas para tener claridad (claredad), de manera que por ellas ni pudiesen ver, ni ser vistos los encerrados, ni hablar, ni escribir a nadie, sin voluntad y consentimiento de don Fernando: del cual muy a menudo recibía el Rey billetes (villetes) prometiendo librarle de la clausura, luego que mandase restituir al Vizconde y a sus parientes y amigos, las tierras que les había tomado, y le mandase pagar por los daños que con la guerra hecha le había causado xx. mil Morabatines de oro. De otra manera, ni cobraría jamás libertad, ni vería el fin de sus pretensiones. A lo cual el Rey difería de dar la respuesta, pidiendo le dejasen comunicar este negocio con algunos del consejo, y que se oyesen sus pretensiones: que le truxesen a don Atho de Foces: su antiguo (antigo) y fiel criado. Lo cual como entendiese por ciertas vías don Atho, y antes de ser llamado se ofreciese para ir al Rey, fue por don Fernando repelido, con tanta cólera, que de enojo que tomó desto don Atho se fue a Huesca, y hasta que el Rey estuvo en libertad no volvió a Zaragoza. Fue cosa grande y de gran marauilla, no haberse levantado ninguno de los señores y Barones del reyno contra don Fernando por el encerramiento del Rey, y a liberarlo (libertarlo).
Pero fue mayor el artificio y maña de don Fernando con el consejo de Ahones, en publicar y encarecer los daños y rebeliones que se habían de seguir en Cataluña no restituyendo el Rey las tierras que había tomado al Vizconde: el cual estaba allí presente, y con tantas amenazas quejaba del Rey, y justificaba su demanda, que fácilmente se persuadía la gente, y daban por bueno, lo que don Fernando hacía. Mayormente que de cada día prometían que por horas se acabaría esto con el Rey, y sería para librar a los dos Reynos de muy grandes trabajos y guerras, y pues la persona del Rey no padecía detrimento, disimulaban todos con el encerramiento, y aguardaban de cada hora el remedio. Pues como el Rey se viese perdida la libertad, y por su más propinquo deudo, y ayo, privado de la conversación y plática de los suyos: y más, que ni los ciudadanos de Zaragoza, de los cuales confiaba tenían cuenta con sus cosas, hacían movimiento alguno, mandó llamar a don Pedro Ahones, que en estos negocios se mostraba poco, y obraba mucho, siendo la segunda persona de esta conjuración, no tanto para rogarle por su libertad, cuanto por desparar en él su cólera.
El cual vino, y en entrando le recibió el Rey con alegre semblante.
Y tomándole por la mano, se retiraron a una parte del aposento, y sentados los dos el Rey con rostro severo le habló de esta manera.

Capítulo XIII. Del razonamiento que pasó el Rey con don Pedro Ahones su ayo sobre el encerramiento.

No puedo cierto, don Pedro, dejar de mucho maravillarme de vuestra gran falta de conocimiento, y poca memoria de lo que habéis siempre sido y valido. Pues
olvidando os así de las obligaciones que el Rey mi padre, y yo os tenemos por los buenos servicios que a los dos habéis hecho, como de los muchos beneficios y mercedes que de los dos habéis recibido, queráis agora cargar sobre mí tantos desacatos, para borrarlo todo. Porque no solo me habéis infamado poniéndome en esta prisión como a público delincuente, pero también sujetado al vano juicio (juyzio) que sobre ello de mí harán todos mis vasallos. Lo cual como de suyo sea negocio muy atrevido y desacatado, cierto que en vos viene a ser muy más que alevoso y feo: no tanto porque con alguna razón buena, o mala, si quiera, cuanto porque sin ninguna, os habéis preciado de perseguirme. Pues es cierto que ni por temor de que por mi parte os había de sobrevenir algún grande mal: ni por esperanza que de cualquier otro alcanzaríais (alcançariades) mayor bien, os ha forzado razón alguna para rebelaros así contra
mi persona. Porque ni en mí, que de muy niño me criaste (criastes), habéis (haueys) descubierto tan duro y cruel pecho, que podáis (podays) sospechar, tengo en siendo varón, usar con vos lo que el Emperador Nerón con su maestro Séneca: ni tampoco esperar, que la dignidad y estado a que por mi mano habéis llegado, la podáis en ningún tiempo mejor gozar, que yo reynando. Como sea verdad, que no solo habéis llegado por mi favor, a ser de mi casa el primero, y por mi liberalidad y larga mano, entre los grandes de mis reynos el más rico: pero aun entre los de mi Real consejo soys el más preminente: y que de tal manera os he dejado regir, y gobernar mis reynos a vuestro libre albedrío, que parece me habéis valido más de compañero en el reynar, que de consejero. Pues como (porque lo digamos todo) no os acordays de lo que algunos competidores vuestros con extraños modos han procurado echaros del mundo, por derribaros de este estado y gracia que de mí habéis alcanzado? entre otros, don Artal de Luna, a quien con vuestro mal trato distes tales ocasiones, que muchas veces pusiera las manos en vos, si de mí a él no le fuera a la mano. Mas como todo ello lo tengáis en poco, y a mí en menos, por lo mucho que agora estáis falto de consejo, seguís con grande afición la parcialidad y bando de don Fernando, a quien poco antes perseguíais (perseguiades) como a mi cruel enemigo: haciendo trueco y cambio de vuestro natural Rey y señor, por servir a un tirano: a efecto que en este medio que yo soy el tiranizado, os partays entre los dos los honores y caballerías, con todos los provechos del reyno: y a mí que con tanto trabajo
procurastes de asentarme en el trono real, me veáis de señor y Rey convertido en vuestro esclavo y prisionero. Sea como quisieredes, salido habéis con la vuestra, del Rey y Reyno habéis triunfado. Pero guardaos de alabaros de la victoria, porque tengo por cierto que ninguna ventaja me llevaréis en olvidaros vos tanto de las mercedes y favores que de mí habéis recibido, cuanto yo siempre me acordaré de los desacatos y afrentas que con esta prisión me habéis causado. En acabando de decir esto el Rey, porque no le venciese la justa ira para con Ahones, volvió las espaldas, y se entró en otra cuadra, cerrando tras sí la puerta, por no verle más, ni oírle. Como el viejo se vio solo, y tan convencido del Rey mozuelo, quedose como atónito y pasmado: de allí se fue para don Fernando a quien contó puntualmente lo que con el Rey había pasado. Pero aprovechó poco, porque como los dos tenían por libertad y provecho suyo la prisión del Rey, perseveraron en su dañada empresa, y por eso tanto más priessa se dieron en repartir entre si y sus amigos y allegados, los cargos honrosos y caballerías reales: no consintiendo que llegase cosa a manos del Thesorero real, porque lo cogían todo para si.


Capítulo XIIII (XIV). De las pláticas que el Rey tuvo con la Reyna sobre su salida, y de los buenos consejos que oyó de ella, y como a la postre salió por mano de don Fernando, y lo demás que hizo.

De todas estas cosas hacía sus discursos el Rey y aunque hallaba algún desvío y consuelo para
lo demás de sus desgracias, no podía tomar en paciencia, que sin haberle acometido don Fernando con algunos honestos medios, y buena plática en el negocio del Vizconde, hubiese usado con el de un tan vil y afrentoso medio, como haberle encerrado. Considerado esto, y vista la obstinación y poca enmienda (emienda) de Ahones, después de la plática que con él tuvo, conjeturó prudentísimamente, que el
interesse y provechos particulares que se repartían él y don Fernando,
los tenía ciegos, y que así cuanto más se alargase su encerramiento, tanto más crecería la avaricia de ellos, y el Rey no iría padeciendo en su gobierno. Y así imaginaba noche y día todos los modos posibles para salir de aquella prisión, y mostrarse al pueblo: tanto que había determinado de escalarse por una de las
clarauoyas abajo con la Reyna, si quería seguirle. Pero la Reyna como sabia y magnánima, confiando habría otra mejor salida para las cosas del Rey, no vino bien en ello: no temiendo tanto el peligro del escalarse, cuanto la ignominia y afrenta que de huir al Rey se le seguiría: antes varonilmente le amonestaba se encomendase a la gloriosa madre de Dios, a cuya devoción y nombre de niño se había ofrecido: porque con el mismo favor que fue por ella librado de las manos del Conde Monfort, y fortaleza de Monzón, se vería libre con mucha honra del trabajo que padecía. Viéndose el Rey alcanzado de tan santas y buenas razones de la Reyna, tuvo por bien de sosegarse y seguir su consejo. Volviendo pues don Fernando a requerir al Rey, que juntamente con la restitución de las tierras del Vizconde, se le rehiciesen los daños sin faltar nada: determinó de venir bien en ello, con el parecer de la Reyna. Y así despachó luego sus provisiones, y patentes para que todos aquellos pueblos de Cataluña se restituyesen al Vizconde y a los suyos. Maravilláronse
muchos porque antes el Vizconde, cuando volvió con su gente de Rosellón, y estando el Rey preso, no fue de presto a cobrarlos. A esto se responde, que se tiene por cierto lo intentó, pero que halló resistencia en los mesmos pueblos: así porque no les traían provisión del Rey para absolverles del juramento y homenaje que le habían dado: como porque estimaban más ser del Rey que de señor particular. Con esto comenzó el Rey de gozar de libertad, y salió del encerramiento, pasados veinte días justos que entró en él: quedándose don Fernando con la general gobernación de los reynos, por mucho que algunos señores y barones sintieron mal dello, y aunque reclamaron, no les aprovechó por lo que don Fernando con la sagacidad de Ahones se había apoderado de todo. Puesto el Rey en libertad, en el mismo punto envió a la Reyna a la ciudad de Borja, que se sentía preñada, y llegado su tiempo parió al Príncipe don Alonso, de quien adelante hablaremos, y así se partió de Zaragoza: que por la prisión que en ella tuvo, y disimulación de los ciudadanos la tenía medio aborrecida, y se
fue a Monzón, siguiéndola don Fernando con su poca vergüenza con los demás cortesanos y prelados que allí se hallaron. A donde disimulando el Rey con gran cordura lo pasado, y poniendo en plática lo que convenía tratar para el gobierno del Reyno, comenzaron unos y otros a proponer cosas, que
socolor del bien común, tiraban al suyo propio de cada uno por el buen ejemplo que don Fernando y Ahones poco antes les habían dado. De lo cual el Rey quedaba muy sentido, viéndose corto de autoridad y fuerzas, para refrenar tanta soltura, así por sus pocos años, que apenas llegaba a los xvj como por la liga que había entre los del consejo. Mas como no se determinasen en cosa cierta, ni de propósito, el Rey despidió las cortes, y porque le fue forzado, volvió a Zaragoza, a donde insistiendo mucho a los ciudadanos (quizá temiéndose por algún tiempo de la ira del Rey por la disimulación pasada) confirmo con mucha liberalidad todos sus fueros y privilegios. Y también estableció de nuevo a don Gonçaluo Ioan gran Maestre de calatrava, la concesión que el Rey don Alonso su aguelo había hecho de la villa de Alcañiz a su orden, con ciertas reservaciones de derechos y preminencias, por ser de los más principales pueblos del Reyno.


Capítulo XV. Como para concluir las cortes de Monzón el Rey se vino a la ciudad de Tortosa, cuyo asiento y cumplimientos de tierra se describen.

Partióse el Rey de Zaragoza para la ciudad de Tortosa, con fin de concluir en ella las cortes
que comenzaron poco antes en Monzón, para dar orden como poder reprimir las salidas y cabalgadas que los Moros de Valencia hacían en las fronteras de Cataluña, cautivando los Cristianos, y por el rescate destruyendo la tierra. Para esto le pareció sería esta ciudad muy al propósito, poniendo en ella una buena compañía de gente escogida, que estuviese en guarnición, con apercibimiento para salir contra los Moros luego en desmandarse, y hacer muy grande estrago y matanza en ellos, por escarmentarlos: por ser Tortosa tierra poderosa para sustentar esta y mayor guarnición de gente. Mas porque se entiendan sus cumplimientos y excelencias, brevemente describiremos su asiento y fertilidad de campaña, con las comodidades y provechos que por el río y vecindad de la mar se le siguen. Está fundada esta ciudad en los extremos de Cataluña hacia el mediodía, enfrente del reyno de Valencia, a la halda de un monte alto que la defiende de la tramontana: por estar por el poniente y medio día cercada del grande y caudaloso río Ebro, a la ribera del cual está extendida como una media luna. Tiene por el oriente el mar tan cerca, que se puede llamar marítima, así porque no dista de él más de cuatro leguas, como por ser el río tan navegable de allí a la mar, que con galeras se puede subir hasta dentro de ella, y con barcos muchas más leguas río arriba. De donde le viene ser la más proveída ciudad de la Europa, de muy excelente pescado: el cual se sube río arriba y cría en él con grandísima abundancia; porque son de las muy raras y gustosísimas especies de peces (pesces), los que en él se pescan entre otros, Lampreas, Asturiones, Sabogas, Mujoles, y Atunes, con otros géneros de pescado pequeño. De los cuales por su delicadeza y gran copia hacen mucha mercaduría los ciudadanos. Porque puestos en pan, y distribuidos por todos los tres reynos, demás de que se conservan libres de corrupción muchos días: son de tan suave gusto y delicado sustento, que muchos que pasaron con ellos regaladamente los ayunos de la cuaresma, llegados al carnal, no son parte las carnes y
volatería para que los olviden. Mas aunque dan estos peces gran hartura y ganancia a la ciudad, no por eso carece de muy buena provisión de carnes. Porque de más que sus montes abundan de muy excelente caza de venados, y toda montería, también se crían en los campos y llanuras copia de ganados mayores: con muy apacible vega llena de todo género de mieses y frutas. Por donde viene a ser esta ciudad no solo muy proveída de todo lo necesario para la vida humana, pero de su propio asiento es muy habitable y deleitosa: si la gente, que es de lo más afable de Cataluña, a la cual el Rey en su historia tanto alaba de valiente y belicosa (por ser muy diestra en el ejercicio de la ballestería), convirtiese su belicoso furor contra los Turcos y Moros, y no como suele algunas veces, contra si misma.


Capítulo XVI. Como don Fernando y Ahones burlaban del gobierno del Rey por el edicto de guerra que publicó sin consultarlo con ellos, y como fue a cercar a Peñíscola.


Acabó el Rey en Tortosa las cortes, de donde se partió luego, enfadado de la desordenada ambición y soberbia de don Fernando y Ahones, que por haberles salido tan a su salvo el acometimiento de la prisión pasada, eran en el gobierno y trato más intolerables que antes. Pues no solo se había usurpado el cargo de la general gobernación del reyno, pero cuanto el Rey, con el buen consejo de otros, mandaba hacer, se lo estorbaban, y pretendían que así como el conde don Sancho como a viejo caduco, así al Rey como a muchacho, y de poca experiencia, le habían de privar del gobierno.
De manera que por apartarse el Rey de ellos, se fue a una villa cerca de Tortosa, llamada Horta, que era de los caballeros Templarios. Los cuales con los de la orden del
Ospital, desde su niñez siempre favorecieron mucho a su Real persona, y mantuvieron su autoridad y respeto fidelísimamente. Quedáronse en Tortosa don Fernando y Ahones que no quisieron seguirle, y como el Rey se vio libre de ellos, a consejo de los mismos caballeros comendadores, y otros Barones de los dos reynos, que en no estar con él don Fernando acudieron a ofrecérsele, hizo un edicto general, por el cual mandó a todos los barones y caballeros de los dos reynos, que tenía del gages y caballerías de honor, y de sus Reyes antepasados y también a las villas y ciudades reales, que para cierto día se hallasen juntos con sus personas, armas y caballos, y la más gente que pudiesen: porque había de mover guerra a fuego y a sangre contra los moros del reyno de Valencia, para el ensalzamiento de la fé católica, y destrucción de la secta Mahomética, y por reprimir las correrías y daños que estos hacían en los reynos de Aragón y Cataluña. A este edicto, no solo no obedecieron don Fernando y Ahones, por haberse hecho sin consulta suya, pero con gran ultraje lo menospreciaron, y procuraron con algunas villas y ciudades reales dejasen de obedecerle, que ellos los librarían de la pena que por ello incurrirían. Con esto, no curando del Rey, se fueron los dos a holgarse a Zaragoza, para contemplar desde allí lo que el Rey haría sin ellos, y burlar, como decían, de sus pueriles empresas: las cuales no querían estorbar del todo, por no perder la esperanza de algún siniestro suceso en la persona del Rey, por ocasión y asidero de cosas nuevas, que por hallarse muy ricos, emprendería de buena gana. Mas el Rey, puesto que sentía mucho estos menosprecios que le refrescaban las llagas pasadas, y que no faltaba quien muy de veras le animaba para proceder contra los burladores a castigarlos: determinó como prudente, por entonces disimular con ellos, confiando que con el tiempo no le faltaría alguna ocasión para tomar la enmienda, alomenos de los atrevimientos y soberbia de Ahones, de quien se tenía por mucho más ofendido. Pues como llegasen dos compañías de infantería, con otras dos bandas de caballos ligeros: de Cataluña: y más otra tanta gente que de Aragón trajeron (truxeró) don Blasco de Alagón, y don Atho de Foces, con don Artal de Luna, el cual siempre zahería (çaheria) al Rey los favores hechos a Ahones: salió de Horta con ellos, y con los Comendadores de las dos órdenes, a hacer una entrada por los primeros pueblos del Reyno de Valencia, mientras llegaba el término de la convocación de Teruel. Pasó pues a vista de Tortosa ribera de Ebro abajo, donde recogiendo los ballesteros de ella, llegó con mediano ejército a la marina, y fue por ella adelante hasta meterse dentro del reyno de Valencia. A donde hechas sus arremetidas, talando los campos y haciendo presa en los lugares marítimos, llegó a poner campo sobre la villa de Peñíscola; a la cual los Cosmographos, por lo que se dirá de ella, llamaron Península, y esta toda ella asentada sobre un grande cabo, o promontorio que entra en la mar, y que por su grande altura servía de atalaya para mar y tierra por toda aquella frontera. Por esta causa el Rey de Valencia la tenía bien guarnecida de gente y municiones como una de las más principales plazas del Reyno, y por eso tanto más nuestro Rey la codiciaba con mucha razón. Porque su asiento de más de ser naturalmente fuerte, representa de su misma figura un grandísimo monstruo, compuesto de cosas casi contrarias entre si, sino que todas ayudan para más fortificarlo. El cual por ser raro, y que en ninguna otra parte del mundo se entiende haber otro semejante sitio de Fortaleza, por haberle visto, describiremos en el capítulo siguiente lo que se puede decir de él.

Capítulo XVII. Del extraño asiento (aßiéto) de la fortaleza de Peñíscola, y como la fortificó, y se defendió en ella Papa Benedicto Luna, todo el tiempo de su pontificado.

Tiene este promontorio, o cabo de Peñíscola (que por la punta mira al sol cuando nace, en derecho de la Isla de Mallorca) de cerco mil pasos. Y así de ancho como de largo por ser el suelo áspero y desigual, hasta 500. su asiento y cuerpo de él es un perpetuo peñasco altísimo, y que se va cuanto más sube estrechando, y por todas partes, sino por donde está la población asentada, hecho a peña tajada. Al cual cerca la mar casi del todo, que solo queda descubierto el paso con que se junta con la tierra firme, y a esta causa le llamaron en lengua Latina Península, que quiere decir casi Isla: pero este paso es tan estrecho, que las más veces en crecer las olas del mar viene a ser Isla del todo, y tal se queda agora artificiosamente hecha. La altura del promontorio es tanta, que de más de lo mucho que alegra con su espaciosísima y muy extendida vista de mar, y tierra suelen descubrirse las naves de allí a 30. millas. Hay en lo más alto una plaza tan ancha que se pudo edificar en ella una inexpugnable fortaleza, con un templo y palacio tan grandes, que pudieron aposentarse en él los que abajo diremos: quedando sola aquella parte del monte que mira a la tierra, y está algo pendiente para el asiento de la villa, con una sola puerta para entrada y salida de ella. La cual tan bien está defendida de un bravo e inexpugnable baluarte, con su puente de madera levadiza para la tierra. También el mar que rodea el promontorio por ambas partes y por delante es tan profundo que para pequeñas naves hace fondo: y sino del Levante, que a todas partes la descubre, contra los demás vientos, no solo se defiende con la altura y oposición del monte (pasándole las naves, como quien hurta el cuerpo, del un mar al otro) pero aun contra los corsarios están ellas con la fortaleza y su artillería por toda parte defendidas. Finalmente hay dos cosas que hacen el asiento de ella admirable, y como monstruoso. Una es las muchas cuevas y cavernas que hay en lo íntimo y profundo del monte, tan abiertas y penetrables al mar, que las olas salen por las bocas dellas con grandísimo ímpetu y estruendo, revueltas con infinito número de conchas (pesces que llaman Saxatiles los Latinos) y que siendo las peñas fundamentales por lo intrínseco del monte tan combatidas del continuo ímpetu del mar, no solo no se rompen, ni menguan, pero se aprietan y con la sal del agua más se fortifican. La otra es una fuente clarísima y dulcísima que con gran golpe de agua nace en lo más bajo del pueblo, entre las bocas por donde salen las olas saladas, solamente para el uso y servicio de la fortaleza y villa, pues luego a seis pasos de donde nace vuelve a hundirse en la mar. Porque se vea como naturaleza usó casi de artificio, para fortalecer, y hacer inexpugnable este lugar. Como lo conoció bien el Papa Benedicto xiij, de su nombre propio llamado Pedro de Luna aragonés de la villa de
Caspe: cuando estuvo en ella retirado. Cuya historia aunque bien divulgada por otros, todavía por lo que toca a la Fortaleza de la cual se valió él para su habitación y defensa, la referiremos aquí brevemente. En el año del Señor 1394. muerto Clemente Pontífice, que residía en Auiñon, el colegio de sus Cardenales, eligió en Pontífice a este Pedro de Luna Cardenal, que tomó nombre de Benedicto xiij. El cual teniéndose por verdadero y canónicamente elegido Pontífice (no embargante que el Rey de Francia comenzó a mostrársele contrario) se contentó con la obediencia que le daba la nación Española con la provincia de Guiayna. Mas para mejor y más seguramente poder regir su Pontificado en competencia de otros dos Pontífices que había electos, se recogió en esta fortaleza de Peñíscola, donde edificó el palacio y templo que dicho habemos, tan magníficos y suntuosos, que pudieron residir en ellos la persona del Pontífice con sus Cardenales por muchos años, y con el fortísimo sitio del lugar, defenderse de los que procuraban su deposición y anular su dignidad y persona. Y aunque los dos que concurrieron con él, por orden y decreto del concilio de Constancia renunciaron el Pontificado: pero Luna, ni por las exhortaciones y censuras del concilio, ni por la intervención de ruegos de los Reyes Cristianos, ni por la venida, e intercesión del Emperador Sigismundo, que para solo efecto de quitar tan gran scisma vino de Alemaña a Perpiñan, adonde fue Luna a verse con él, jamás pudieron acabar que renunciase como los otros. Ni hay que dudar, sino que la confianza de su fortificada Peñíscola, y seguridad que allí tenía de su persona, le hizo con tan larga vida perseverar en su pertinacia. Porque los años de su pontificado pasaron de 30, y los de su vida llegaron a noventa.

Capítulo XVIII. Como apretando el Rey el cerco de Peñíscola, temió el Rey de Valencia no pasase adelante, y procuró treguas con él, y le dio los Portazgos de Valencia y Murcia.


Volviendo al Rey, luego que acabó de reconocer el sitio e inexpugnable asiento de la villa, no quiso batirla, sino para atemorizar a los vecinos, poner el cerco y hacer arremetidas por los contornos, talando los campos, robando y quemando las caserías, y poniéndolo todo a cuchillo. De esto llegó luego la nueva a la ciudad de Valencia, y como suelen las cosas crecer con la fama, no solo se dijo que el Rey había tomado por asaltos a Peñíscola, y pasado todos a cuchillo, pero se afirmaba, que con todo su ejército venía a gran furia para la ciudad, y que estaba ya en Murviedro, a 4 leguas de ella. Con esta nueva súbita y tan espantosa Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con todos los principales, y pueblo se hallaron tan atajados, que del temor y espanto, se levantó tan grande grande alarido por toda la ciudad como si les entraran ya los enemigos por las puertas. Mas en haber llegado segunda nueva, y entendido que ni el Rey, ni su ejército habían pasado de Peñíscola, antes se estaban sobre ella, cobraron aliento, y luego enviaron embajadores para que hiciesen treguas con el Rey: y solo que alzase el cerco de Peñíscola, y se fuese de todo el reyno, prometiesen darle cada año el Quinto de los Portazgos de Valencia para Murcia. Pareció al Rey, y a todos los de su consejo no solo
provechoso el partido que Abuzeyt ofrecía, pero muy aventajado y honroso; por haber con sola la fama y opinión, más que con hecho de armas, acabado una apenas comenzada guerra, y con ella
tomado el corazón a los enemigos, que por tiempo había de acometer de propósito.
Y así reconocidos los poderes de los embajadores, se firmaron los capítulos y obligaciones de las treguas y portazgos. Mas aunque algunos dudan de esta salida del Rey, y del cerco que puso sobre Peñíscola, por cuanto en su historia no hace mención de ella, sino de los portazgos que le ofreció el Rey de Valencia por las treguas que se le otorgaron: con todo eso ya fuera la duda, así porque como otros escritores afirman, el Rey vino con ejército formado sobre Peñíscola, y la puso en grande aprieto, como porque el pedir treguas, y otorgar portazgos presuponen alguna grande opresión y necesidad de guerra, en que el Rey puso al de Valencia. Y no es bien que se borre en muchos
escritores lo que solo uno se olvidó. Y así parece cierto, que por alguna gran fuerza de armas le concedieron las dos cosas, y ninguna otra se halla que pudiese ser por entonces, sino, o porque el Rey alzase el cerco de Peñíscola, o porque el Rey hubiese hecho muestra de pasar adelante con su ejército contra la ciudad, ni obsta lo que el Rey de si dice, que vino a Teruel adonde había de juntarse el ejército: cuya tardanza, y falta de provisiones, causó la concesión de las treguas,
porque como sea poca la distancia de Tortosa a Peñíscola, y de allí a Teruel, así se pudo hacer lo uno y lo otro, y que el Rey hiciese un acometimiento contra Peñíscola, y que a causa de no haberle acudido el ejército que esperaba, hubiese sido forjado de otorgar las treguas en Peñíscola, y publicarlas en Teruel, donde había de ser la junta del ejército. Concuerda pues con la historia del Rey, que las treguas se concluyeron en Teruel: pero así de ellas como de los portazgos la
principal causa fue el cerco puesto sobre Peñíscola, como arriba hemos dicho. Mas porque en esta, y en otras muchas partes de su historia, el Rey hace muy honrosa memoria de Teruel y sus ciudadanos: ni se halla que emprendiese jornada alguna de guerra sin el favor y compañía de ellos, será bien que digamos algo de su antiguo origen y poderío, con el asiento y fortificación de su ciudad, y de otras cosas muy memorables de ella.



Capítulo XIX. De la origen y fundación de la ciudad y comunidad de Teruel, y de su poder, y valor de ciudadanos.

Fue siempre Teruel célebre ciudad y cabeza de los antiguos Edetanos montanos del reyno de Aragón, que hoy llaman los Serranos, y para los de Valencia está puesta al Septentrión, llamada Teruel, como se cree, por el río Turia que pasa por ella. Puesto que tiene la ciudad por armas un toro que mira a la estrella del norte, para denotar la fortaleza y norte que tuvo siempre en su gobierno. Fue conquistada y ganada de los moros en el año del Señor 1170, y 1171, por el Rey don Alonso segundo que estuvo 15 meses sobre ella, y la ganó con el favor e industria de ciertos capitanes Aragoneses, y Navarros que se señalaron mucho en la conquista, a los cuales por conservación de
la tierra, mandó quedar a poblarla, como a cabeza y guarda de toda la Serranía, que dijeron de Ydubeda, Y así por atraer gentes para habitarla, como por estar puesta en frontera, donde cada día se había de venir a las manos con los moros de Valencia, el mismo Rey les concedió gozasen de los más favorables fueros y privilegios que se hallaron en toda España, como fueron los de Sepúlveda (Sepulueda). Por donde con estas libertades, y ser la tierra fértil de pan y de ganados mayores y menores, con el rico trato de lanas y paños, y sobre todo con las continuas cabalgadas que hacían en el reyno de Valencia contra los Moros, se dieron tan buena maña que en poco tiempo levantaron su ciudad fuerte y muy bien labrada, cercándola de alto y bien torreada muro, y así en las casas como en los demás edificios públicos; es comparable con cualquier otra. Demás que de su tamaño, así en muchos grandes y muy suntuosos templos, con sus torres de campanas altísimas, y artificiosísimamente hechas de tierra cocida: como en número de sacerdotes, se halla
ser de las señaladas de España. De donde le ha venido que por verla tan bien dispuesta para ello, en estos tiempos, a suplicación de la Majestad de nuestro gran Philippo II, por concesión de nuestro muy santo padre Gregorio Papa xiij, ha sido fundada iglesia catedral y obispado en ella. Finamente como concurrieron de los más antiguos y buenos linajes de Aragón y de Navarra en su conquista.
Y así fue de su principio poblada de gente valerosa, hidalga, y belicosa. De ahí vino que todos los pueblos que están en sus contornos, que también fueron luego de Christianos, viendo el buen gobierno y prudente trato que los de Teruel tenían en la administración de su ciudad y
repub. y la razón y justicia que a todos guardaban, hicieron voluntaria amistad y comunidad con ellos, entregándoles el gobierno de todos sus pueblos, que son no menos de ciento. Con esta hermandad y junta de pueblos ayudados los de Teruel, y ampliada su jurisdicción con el favor de sus fueros y privilegios, se ejercitaron mucho en las armas, y llegaron a valer y poder tanto en las cosas de la
guerra, que de ninguna gente así de a pie como de a caballo se valió el Rey tanto para la conquista de Valencia como de la de Teruel. Confiésalo esto el mesmo Rey en su historia, y también dice de un noble ciudadano llamado Pascual Muñoz, el cual había sido antes criado del Rey don Pedro su padre, que fue tan rico, y liberal que de su hacienda y bienes, con lo que se valió de sus amigos, prestó al Rey gran suma de dinero, e hizo provisión de mantenimientos para el ejército que traía
el Rey, por espació de 20 días. De este Pascual Muñoz se halla que fue su segundo nieto aquel Gil Sánchez Muñoz Canónigo de Barcelona, que muerto Benedicto Luna, de quien arriba hablamos,
fue por el collegio de los Cardenales que allí se hallaron, electo summo Pontífice, llamado Clemente VIII, y luego después por quitar la scisma, renunció el Pontificado, y en recompensa le dio el obispado de Mallorca donde murió.


Capítulo XX. Como yendo el Rey para Zaragoza se encontró con Ahones, y de la reñida plática que tuvo con él, como le prendió, y se le fue de las manos.

Concluidas las treguas con el Rey de Valencia, mandó el Rey despedir el ejército. También
se despidió de los ciudadanos de Teruel con mucho amor, señaladamente de Pascual Muñoz por lo bien que le había hospedado y servido. De ahí determinó pasar a Zaragoza, a donde don Fernando, y Ahones se habían todo aquel tiempo entretenido, y sabido por relación de muchos, que el Rey (a quien ellos llamaban el muchacho) había varonilmente acabado la jornada de Peñíscola, y ganado el quinto de los Portazgos, y con tanta honra y ventaja suya otorgado las treguas al Rey de Valencia. Puesto que si la gente que estaba convocada llegara para el plazo a Teruel, hubiera proseguido la guerra, o sacado mejores partidos del enemigo: así mismo entendieron los servicios y ofrecimientos que los de Teruel le hicieron, y que en fin regía y gobernaba, y era muy obedecido y reverenciado sin la asistencia y consejo de ellos. Las cuales
nuevas en nada fueron alegres para los dos, antes se dolieron de oírlas: como por lo contrario se animaron mucho los Zaragozanos con ellas, pareciéndoles, aunque tarde, muy mal lo que don Fernando, y Ahones habían cometido antes contra su persona, y autoridad del Rey. Por lo cual los maldecía ya todo el pueblo, y estaba apique de apedreallos. Y vino esto a tanto, que don Fernando se hubo de salir de noche secretamente de la ciudad a ciertos lugares suyos: y Ahones, viéndose tan acosado del furor del pueblo, determinó ausentarse. Para esto juntó hasta 60 hombres de armas suyos muy bien puestos, y acompañado de don Sancho su hermano Obispo de Zaragoza, se partió con gran fausto para Teruel a verse con el Rey, por mostrarse poderoso, y como quien tal no hizo, que dicen volver a su primer cargo y mando. Acaeció que como por el mismo tiempo el Rey partiese de Teruel para Zaragoza, y llegase a Calamocha que está una jornada de él, supo cómo en aquel punto había llegado Ahones al mismo pueblo y que ya entraba por palacio. Oyéndolo el Rey, y mostrando grande alegría de ello, salió a él, y le recibió con mucha afabilidad y contentamiento. Preguntándole, después de haber visto su caballería que traía desde una ventana delante de palacio, para dónde llevaba su camino con tanta y tan bien armada gente, siendo ya acabada la guerra, y firmadas las treguas con los de Valencia, respondiole Ahones con gravedad muy entonado, que él y el Obispo su hermano con su gente de a
caballo iban derechos al reyno de Valencia para hacer alguna buena cabalgada contra los moros, por valerse de ella para rehacer los gastos que hacían en esta jornada. El Rey que oyó esto, antes de pasar la plática más adelante, le dijo, que se fuesen luego por la mañana a Burbaguena dos leguas de allí, porque tenía negocios muy importantes al estado que comunicalle, y saber su parecer sobre ellos. Como oyó esto el Obispo don Sancho, teniendo ya a su hermano por reconciliado con el Rey
y vuelto en su amor y gracia, y que todo sería como antes, despidiose del Rey, el cual se le mostró muy afable, y fuese a holgar a un lugar suyo llamado Cutanda muy cerca de allí, aunque apartado del camino Real. Llegada la hora, el Rey se puso a cenar con Ahones, y pasando con mucho regocijo hasta que fue hora de dormir, fuese Ahones a donde le aposentaron muy bien con su gente y criados. A la mañana oída misa y tomado refresco continuaron su camino para Burbáguena. En
esta jornada seguían al Rey don Blasco de Alagón, don Artal de Luna, don Atho de Foces, don Ladrón, don Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas, principales señores, y barones del Reyno, a los
cuales mandó el Rey que no le dejasen que los
hauria bien menester, aunque no les descubrió su ánimo ni propósito de lo que determinaba hacer. Llegaron pues de mañana a Burbaguena, que era lugar de los Templarios, y se apearon en un palacio de ellos, y el Rey que solo llevaba una cota de malla con su espada ceñida, mano por mano se subió con Ahones a la sala del palacio con los suyos, quedándose en el patio toda la gente de Ahones a caballo, pensando que sería corta la plática. Apartados los dos a una ventana de la sala y sentados en los banquillos de ella, el Rey comenzó blandamente a quejarse de Ahones, y después poco a poco a embravecerse. Diciendo que por su culpa y mal ejemplo había sido causa, que ni él, ni los otros caballeros y grandes del Reyno, ni las villas y ciudades reales, siendo convocados, viniesen para Teruel a comenzar la guerra contra los de Valencia. Y así perdida tan buena ocasión como tenía para proseguirla con mucha gloria suya, le fue forzado otorgar las treguas. A las cuales, le avisaba, había de estar, y no romperlas por todo lo del mundo. Y así le rogaba mucho no pasase más adelante, ni tentase por la vida de hacer lo contrario. Sonreíale Ahones a todo lo que el Rey le decía, y rehusaba de volver atrás su empresa, diciendo que él, y el Obispo su hermano habían hecho muy grandes gastos para esta jornada, y que no tenían de donde rehacerlos, sino de las presas que harían en el Reyno de Valencia. A esto respondió el Rey ya
con cólera, que no faltaría de donde rehacer los gastos, solo que las treguas se guardasen, porque a su palabra dada no podía faltar. Pero todavía perseverando en su porfía Ahones, a quien el Rey era ya igual de cuerpo, aunque no llegaba a los xviij años, pasando ya Ahones de los lxv.
hechole mano, diciendo que se tuviese por su prisionero. Como Ahones pusiese mano a la espada por la empuñadura, de la misma le echó mano el Rey, y le impidió, que ni la pudiese sacar, ni quitarla de la cinta. Mas los caballeros del Rey que estaban al cabo de la sala viéndolos a los dos, echaron mano a las espadas, y revueltas las capas a los brazos, se pusieron a la puerta de la sala, para defender la entrada a los hombres de armas de Ahones. Los cuales como oyesen las voces de arriba, xl de ellos se apearon de sus caballos, y rompiendo por medio de los caballeros entraron en la sala, donde hallaron al Rey tan asido con Ahones que se pusieron con gran fuerza (aunque con algún acatamiento) a desasirlo: estándoselos mirando desde la puerta de la sala los caballeros del Rey, y no ayudándole, por verse desarmados, y lo poco que podían resistir a los muchos y armados de Ahones, y porque en echar mano a la espada podía peligrar la persona del Rey. De suerte que le quitaron a Ahones de las manos, llevándoselo los suyos, el cual luego subió en un caballo, y se fue bien alterado con ellos.


Capítulo XXI. Del gran ánimo y diligencia con que el Rey persiguió a Ahones, y como le alcanzó, y como de una lanzada que le dio don Sancho de Luna murió en las manos del Rey.


En ningún tiempo de su vida, antes, ni después, se vio el Rey tan encendido en cólera como cuando los soldados de Ahones se lo quitaron de las manos, y que con el favor de ellos se le iba sin poderle
alcanzar. Mas no por eso perdió su coraje, sino que para mejor seguirle, en el mismo punto bajó al patio, y subió en un caballo de un hidalgo de Alagón, el primero que vio, y con las mismas armas, que se hallaba, fue a espuela hita en seguimiento de Ahones: el cual a gran furia caminaba hacia Cutanda para el Obispo su hermano, recelándose no le tuviese el Rey por otro camino puesta alguna celada de gente para cogerle, y más por la que saldría de los lugares en favor del Rey en ver que le perseguía. Siguieron pues al Rey al salir de Burbaguena, Gudal, Pomar y Foces con solos cuatro
de caballo: tras ellos don Blasco con los demás hasta 46 caballos ligeros. Como llevase Foces la delantera, dos de los hombres de armas de Ahones que con el peso de ellas corrían poco, volvieron las lanzas para él, y le derribaron del caballo mal herido, al cual luego socorrieron don Blasco y don Artal, pasando los de Ahones adelante. Con todo eso iba el Rey con solos Gudal y Pomar de compañía en seguimiento de Ahones, a quien poco antes había descubierto desde un cerro pequeño, que iba con solos xx. caballos por la falda de un monte a gran
priessa. En este medio don Blasco y don Artal después de haber atado las llagas a don Atho, corrieron tras Ahones a rienda suelta, y como le estuviesen ya cerca, volvió los ojos, y en viéndolos pensó que con ellos venía sobre él algún gran tropel de caballos. Mas como no hubiese lugar para huir y escapar de ellos, por traer él y los suyos los caballos muy cansados, determinó recogerse a un pequeño monte que se ofrecía delante, confiando que mientras allí se haría fuerte, acudiría con gente el Obispo su hermano
y le libraría. Pero el Obispo nunca acudió, y se creyó que de temor de que no hubiese también para él su ramalazo, por lo que antes había intervenido (entrevenido) con don Fernando y Ahones en el encerramiento del Rey. De manera que subido al monte Ahones con los suyos, uno de ellos, como no le tuviese allí por seguro, se apeó para darle su caballo, por que se escapase por la otra parte del monte. Mas luego fueron a vista de él, don Blasco y Artal para los pasos. Comenzando los
de Ahones a echar cantos y tirar muchas piedras para impedirles la subida, el Rey que no estaba ocioso, subió muy aprisa por la otra parte a lo más alto del monte, y antes de ser visto, ni sentido,
le tomó (tomole) a Ahones las espaldas. Los suyos que vieron al Rey, desampararon a su señor y huyeron todos. Solo quedó un camarero suyo llamado Mezquita, que se puso tras un peñasco por ver el triste suceso de su amo. En este punto don Sacho Martínez de Luna uno de los caballeros que seguían al Rey, arremetió para Ahones, y le dio una cruel lanzada por el lado derecho por la
escotadura del perpunte, de la cual sintiéndose Ahones herido a muerte, se abrazó con el cuello del caballo, y echándose a la parte siniestra, cayó medio muerto. Mucho se ofendió el Rey de ver tan malherido a Ahones, siendo su ánimo solo de prenderle, y no matarle, y así apeándose del caballo le abrazó, y con muchas lágrimas le consoló, reptándole mansamente, y echándole la culpa de todo lo que se había seguido, que si le creyera, no le sucediera tan mal: mas que tuviese buen ánimo que no le desampararía jamás. A esta sazón llegó don Blasco, diciendo al Rey a voces, dejadnos señor despedazar este león, por vengar de una las muchas injurias que ha hecho a vuestra real persona, y como asestase ya la lanza para herir a Ahones, el Rey se puso en medio de los dos, y dijo muy
airado, teneos don Blasco, teneos, porque no heriréis a Ahones sino a mi persona.
Con todo esto, Ahones sintiéndose ya mortal, encomendó a Dios su alma, y al Rey sus cosas, y calló porque le faltó el espíritu y la palabra, a causa de la mucha sangre que le corría de la herida. Mas el
Rey apretándosela muy bien, mandó que le pusiesen a caballo, con uno que le tuviese, y le llevasen a Burbaguena, pero faltándole ya la sangre murió en el camino. Lo cual sintió el Rey en el alma;
y mandó que pasasen a Daroca que no está lejos, y acompañó su cuerpo, haciéndole enterrar en la iglesia mayor con la honra y pompa que por entonces se sufría.
Fin del libro tercero.


Libro noveno (nono)

LIBRO NONO

Capítulo primero. De la ocasión que al Rey se ofreció estando en Alcañiz para determinar la conquista del Reyno de Valencia.


Apenas había el Rey acabado la conquista de los reynos de Mallorca y Menorca (que bastara sola esta para perpetuar su glorioso nombre y fama) cuando por orden de y disposición del cielo, se le ofreció nueva ocasión para para emprender otra mayor y más provechosa a sus reynos, que fue la de sus vecinos los Moros y reyno de Valencia. Negocio arduo, y por muchas causas harto más dudoso que el pasado: así por la infinidad de moros, que por aquel tiempo estaban muy extendidos por España, y eran casi señores de la mitad de ella, y que moviendo guerra contra algunos de ellos, era cierto que habían de favorecer unos a otros contra los Cristianos: como por ser el Reyno marítimo y vecino de África para poder ser de ella muy presto socorrido: demás de ser de si fértil, y muy cultivado, y que por su mucha abundancia podría mantener guerra por mucho tiempo: principalmente por haber en él gente belicosa, y que para su defensa, estaba de todo género de armas bien provista. Finalmente por querer el Rey a solas, sin valerse del favor y ayuda de otros Reyes en prenderla, confiado, de que pues en esta empresa tenía las mismas intenciones que tuvo en la de Mallorca, de echar fuera del la impía secta de Mahoma, por introducir la fé Christiana, no emprendería cosa deste jaez por ardua que fuese, que con el favor divino, no saliese con ella. Mas porque ya antes comenzó el mismo esta jornada, y por estar muy ocupado y distraído en otras, no pudo proseguirla, será bien que declaremos, donde, y por quién al Rey se ofreció la ocasión, qué causas y motivos tuvo para emprender tan de veras esta conquista, de la cual nunca partió mano hasta verla del todo acabada. Dice pues la historia, que como el Rey partiendo de Mallorca llegase a tomar puerto en los Alfaches en Cataluña junto a las bocas del Ebro, y de allí diese licencia a don Nuño para visitar su condado de Rosellón, y el se quedase con el Comendador Folcalquier vicario del gran Maestre del Ospital: determinó de irse con él a Aragón: y pasando por el campo, y a vista de Tortosa, junto a las sierras de Benifaça (donde tomada Morella comenzó el Rey a edificar un monasterio devotísimo del orden de Cistels, como adelante diremos) entró por tierra de Morella en Aragón, y fue a parar en la villa de Alcañiz de la frontera (nuestra patria
carissima) así dicha porque tiene enfrente de si a Cataluña, donde quiso reposar y solazarse por algunos días, pareciéndole pueblo de arte, muy alegre y aparejado para todo género de recreación, por ser una de las más insignes villas del reyno, que tiene a Cataluña al levante, y a Valencia al medio día, y está asentada en un recuesto de monte que mira al poniente, con una muy fructífera y extendida vega, que la rodea de todas partes salvo del Septentrión, donde tiene montes que la defienden de la tramontana. Es población de Mil casas altas y hermosamente labradas, con las calles y plazas enlosadas, y con su cercado muy ancho, fuerte, y bien torreado muro. Tiene para su defensa, a la parte de arriba en lo más alto del recuesto, una fortaleza y castillo inexpugnable, y por la de abajo, un río profundo llamado Guadalope (Guadalobos) que la cerca: cuya agua con la de muchas otras fuentes ayuda tanto con su riego a fertilizar sus campos y bien cultivada vega, que no solo producen todo género de mieses y varios frutales, pero son muy suaves y delicados: y que sin esto es su campaña riquísima de carnes, y de toda diversidad de caza y venados, según que de todo esto y de los ingenios de sus ciudadanos, se hace más copiosa mención en nuestros comentarios de Sale libro 5. De los cuales solo diremos, como cerca el gobierno de su República se tratan con tan pía y ahidalgada concordia: que como fruto que nace de ella, han emprendido grandísimas y suntuosísimas obras públicas por beneficio de la patria, y han salido con ellas: mas la han tanto ennoblecido, que no sin causa se siguió por disposición divina que el Rey para conformar con los suyos, y determinar una tan santa y memorable empresa, se retirase a este pueblo tan hecho a conformidad y concordia. Donde en aquella sazón para mejor deliberar sobre ella era llegado a ver al Rey don Blasco de Alagón, el cual había bien dos años que andaba por el mismo reyno en compañía de Zeyt Abuzeyt (como se ha dicho antes) reconociendo con curiosidad los pueblos y fortalezas que estaban en defensa, anotando las entradas y salidas dellos, con las comodidades para batirlos, y las armas y gente de guerra que había en la tierra para su defensa: además de haber ganado muchos amigos de los Moros, de cuyo favor y avisos se aprovechó después mucho el Rey para la conquista. De suerte que hallándose allí don Blasco con el comendador Folcalquier aposentados en lo alto de la villa, subieron con el Rey una mañana a un sobrado de la casa, adonde en un tanto que el Rey y don Blasco miraban a todas partes, y gozaban de tan deleitosa y extendida vista como por lo llano, y tan arbolado de la vega se descubría: el comendador se puso a una parte del sobrado a contemplar muy de propósito la bellísima presencia y personado del Rey (andaba a la sazón, por ser tiempo caluroso, horro de vestiduras luengas) como siendo de tan eminente estatura y grandeza de cuerpo, que se entiende fue de cuatro cobdos y medio de alto, era tan bien proporcionado de miembros, blanco y rubio claro de barba y cabello, y de tan suave aspecto y majestad de rostro, que otro más dispuesto, ni más bel hombre (hóbre) que él no se hallaba en todos sus reynos. Considerando, pues, del que no siendo de edad mayor de XXV años no solo hubiese apaciguado sus reynos, y domado los rebeldes, pero que fuera de ellos tuviese ya conquistadas las Islas Baleares, y triunfado de su Rey y destas: movido por inspiración divina, puso los ojos tan de hito en su Real persona, que lo echó de ver el Rey, y le dijo: qué es lo que estáis tan atentamente contemplando, nuestro gran Comendador? En verdad (señor y Rey nuestro) dijo el comendador, que cuanto más miro y contemplo vuestra tan admirable y graciosa presencia, y debajo de ella considero las extrañas y tan señaladas empresas que desde niño coménçastes a hazer, junto con el felice successo de todas ellas: tanto más vengo a creer, que algún Ángel bueno las guía, y que pues tenéis a Dios de vuestra parte, debéis pasar adelante y emprender otras mayores. Y pues con la presa de las Islas sois ya señor del mar Ibérico, y habéis triunfado de los corsarios del, volváis a tierra firme, y deis por las tierras marítimas, sobre todas, por la ciudad y Reyno de Valencia, pues lo tenéis tan vecino a los vuestros, y como dentro de casa. Porque saliendo con él, no solo libraréis a los vuestros de tan continuos daños y pérdidas que padecen con tan mal vecindado: pero seréis el primero que haureys abierto el paso a la corona de Aragón para osar entrar en la conquista de África. Demás de ser muy justo y debido que conquista que fue tantas veces comenzada por vuestros antepasados, sea por vos proseguida y acabada. Pues con la ventaja que lleváis a todos ellos en el poder y acrecentamiento de Reynos, no hay duda, sino que mediante el favor divino, saldréis con la empresa. Mayormente estando el Reyno diviso, y puesto, como vemos, en dos parcialidades, y que podemos bien decir, que sois ya señor de la una, pues tenéis la de Abuzeyt por vuestra. Y más con la presencia y asistencia de don Blasco, que tan sabidas y reconocidas tiene las salidas y entradas del reyno, y sus pocas, o muchas fuerzas y aparejo de guerra, y que con su consejo y guía, no habrá (haura) cosa que no se acierte. Y así en conclusión me parece, que a vos y a vuestros reynos importa tanto llevar a delante esta empresa, que haureys ganado muy poca honra, y menos opinión de sabio y prudente capitán, en hauer hechado los enemigos de lejos, quedándoseos los mayores y más perniciosos en casa. Don Blasco, que oyó razones tan verdaderas, y tan bien deducidas para mover el ánimo del Rey a hecho tan heroico desta conquista, loó y aprobó , sin más réplica todo lo que por el comendador fue tan sabia y prudentemente apuntado: en tanto, que después de haber hecho él también sus razones y discursos sobre ello, y en todo conformado con los del comendador, concluyó su plática, diciendo, que para comenzar la conquista con toda comodidad y ventaja del Rey y su ejército, ninguna otra tierra, ni plaza en todo el reyno se ofrecía más oportuna, que la villa de Burriana. Así por ser pueblo grande, bien fortificado, y cabeza de toda su comarca: como por ser muy fértil de campaña, y bastante para mantener la guerra. Pues aunque estaba metida muy adentro del Reyno, también era marítima, para poder ser muy presto por mar socorrido el ejército cuando estuviese sobre ella. Demás que siendo tomada, se podría muy bien fortificar de manera, que a pesar de la ciudad, que está a una jornada, y de todo el reyno, podría allí hibernar (yuernar) el ejército, y con solas las cabalgadas y correrías del campo mantenerse sin otras muchas comodidades para el ejército, que puesto el cerco sobre ella se descubrirían.
Capítulo II. Como cuadró al Rey el parecer del comendador y don Blasco, y de las nuevas causas de la empresa, y del Bouage que fue impuesto a los Catalanes, y tallon a los Aragoneses para esta guerra.

Fueron al Rey muy aceptas las palabras y advertimientos del comendador, en conformidad de lo que también dijo don Blasco sobre la conquista del Reyno de Valencia. La cual no tanto por el provecho que se le podía seguir: cuanto por relevar a sus reynos de tan continuos daños como recibían, tenía muy grande obligación de emprendella. Y así determinó emplearse del todo en ella. Para esto mandó convocar a los demás de su consejo en la misma villa, ante quien propuso esta su voluntad y empresa, por oír las razones de cada uno para mayor justificación de ella. La cual como a todos pareciese muy santa y provechosa, tomose por resolución. Que muy justa y debidamente se podía mover guerra contra Zaen Rey de Valencia, por ser tirano que había usurpado el Reyno ajeno: y porque había ofendido a su Real Majestad, y a sus reynos en muchas maneras. Lo primero porque sin preceder causa justa para ello, echó del reyno a Zeyt Abuzeyt verdadero y legítimo Rey de Valencia, y le desposeyó del, por solo que se había retirado de hacer correrías con la tala de campos en sus vecinos de Aragón y Cataluña, y porque no trataba con crueldad a los cautivos Cristianos. Lo segundo porque estando el Rey y los suyos ocupados en la guerra y conquista de Mallorca, Zaen había salido, con mano armada a correr el campo, y hecho gran daño en los confines de Cataluña, hasta llegar junto a Tortosa y Amposta fortaleza muy principal de los del Ospital: y no contento de haber talado los campos y hecho muy grande presa de cautivos en su comarca, de vuelta había acometido a Vldecona villa grande de la mesma orden, puesto que se le defendió valerosamente, y se retiró con gran daño suyo. Finalmente porque habiéndole enviado el Rey sus embajadores para querellarse dl por todos estos daños y excesos que había hecho en su tierra, y que no por eso se apartaría de su amistad, solo que le pagase la quinta parte de los portazgos de Murcia que cada año se le debían, y en el pasado no se le habían pagado: los despreció, e hizo burla de ellos, y de la recompensa que por los daños hechos le pedía. Y de los portazgos, respondió, que le quitaría cada año la mitad de ellos. Oídas por el Rey todas estas causas, de común parecer y voto de los del consejo fue Zaen condenado, a que fuese perseguido, y se le moviese guerra a fuego y a sangre pues por ser el Reyno de Valencia por antigua división comprendido en la conquista de Aragón, tocaba al Rey reparar estos daños, y echar del reyno a los causadores dellos. Con esto se partió el Rey para Monzón (Monçon), a donde mandó convocar cortes. Y ayuntados los grandes y Barones de los dos reynos, con algunos Prelados de iglesias, y con los Síndicos de las ciudades y villas reales, les propuso los grandes beneficios y provechos que para la provisión y seguridad de sus reynos se seguirían con la conquista del Reyno de Valencia, por ser tan rico y abundante de todas cosas, como claramente todos lo sabían y entendían: y mucho más por echar del tan mala vecindad de infieles enemigos de Dios y de su santo nombre, que no atendían sino a robarles sus haciendas, y cautivar los Cristianos: que por evitar esto, era su principal fin ganarle para introducir en él la santa fé católica y religión Cristiana: que todo redundaba en muy gran servicio de nuestro señor, y evidente beneficio y utilidad de sus reynos circunvecinos al de Valencia. Para lo cual les notificaba los grandes y excesivos gastos que en la empresa se habían de hacer: que les rogaba no dejasen de ser largos en ayudarle con sus haciendas: siendo para empresa donde él había de aventurar su persona por hacer bien a ellos. Como a todos pareciese muy santa y justa la proposición y demanda del Rey, y viniesen bien en lo que tocaba a los gastos: fue impuesto el Bouage a los Catalanes, que lo prometieron de muy buena gana, y con mayor brevedad que nunca lo cogieron y se lo dieron. Demás desto se ofrecieron las ciudades y villas Reales de Cataluña a servirle en esta guerra con gente y armas, por mar y por tierra. Por lo semejante fue demandado favor a los Aragoneses, los cuales para la misma guerra, de buena gana, y con mucha afición de servir al Rey consintieron el tallon que se les impuso, que algunos le llamaron herbage, y era un tanto conforme a los frutos que cada uno cogía de sus heredades y tierras, el cual pagaron más gustosamente, y en mayor cantidad, los que estaban más apartados del Reyno de Valencia: porque los vecinos y comarcanos ya contribuían en ser quintados para haber de ir personalmente a la guerra. Con esto comenzó el Rey a hacer gente, y bastecer su ejército, dándose toda la prisa posible por no perder otra tan oportuna ocasión como se le ofrecía a causa de las distensiones y discordias que entre si tenían los Reyes Moros de España, los cuales, o por la amistad de Abuzeyt, o por otras causas estaba mal con Zaen. Aunque las discordias entre los mismos, Abuzeyt y Zaen cabezas del reyno, fueron más al propósito que todas. Porque ya por esta causa se había dividido el Reyno en dos parcialidades. Y es cosa natural que lo dividido y esparcido es más débil y flaco que lo que está conjunto y unido.


Capítulo III. Como consultado el sumo Pontífice sobre la conquista de Valencia la aprobó, y concedió la cruzada para ella, y del concierto hecho con don Blasco para comenzar la guerra.

No le pareció bien al Rey comenzar guerra tan ardua y dudosa, mayormente por ser contra infieles sin consultarla primero con el sumo Pontífice Gregorio IX, que entonces regía la iglesia de Dios. Por esto envió sus embajadores a Roma para representar ante él, y su colegio de Cardenales la gran utilidad y provecho que a sus Reynos se le seguía, y a toda España con esta conquista, juntamente con el acrecentamiento de la fé católica y Cristiandad que en lo conquistado se introduciría para más aumento y obediencia de la sede Apostólica: que para mejor proseguir la empresa suplicaba a su Santidad le enviase la bendición, con la gracia e indulto de la santa Cruzada. A los cuales respondió el Papa con muy grande contentamiento: que le placía y se alegraba mucho de entender los buenos intentos y santos fines que el Rey llevaba en sus empresas, por verlas tan endreçadas al servicio de nuestro Señor, y acrecentamiento de su santo nombre y de su iglesia: que las pasase adelante con la gracia del Señor, y que no solo con dones espirituales, pero con hacienda y gente, si menester fuese, le favorecería con todo el amor y diligencia como era obligado: por ser esta empresa tan propia y dedicada al beneficio y aumento de la universal iglesia. Y así le enviaba la triunfante insignia y armas de la santísima Cruz de Iesu Christo nuestro Señor: certificándole que en virtud de aquella vencería a los enemigos de ella. También abrió el Thesoro de la sacratísima pasión y méritos del Señor, concediendo con la santa Cruzada poder de absolver de todos pecados, a los que con la insignia de la Cruz, y con ánimo de ensalzar la santa fé católica fuesen a esta guerra. Fue publicada esta bulla en Monzón en tanto que las cortes se tenían, y por los predicadores de ella muy encarecida y ensalzada. Entendió también el Rey, en que así los grandes y barones de los reynos como todos los capitanes y soldados tomasen y llevasen sobre sus armas y vestidos una Cruz colorada. De ahí acabadas las cortes el Rey volvió a Alcañiz, a donde muy de continuo consultaba con don Blasco sobre la conquista, informándose de los lugares más fuertes del reyno y por cuales se comenzaría la conquista. Mas siempre insistía don Blasco en que Burriana era el más cómodo puesto para comenzarla. Pero el Rey todavía era de diverso parecer, y decía que sería mejor entrar por Morella, por ser villa fortificada y más cercana y frontera de Aragón, para tener las espaldas seguras, no quedase nada atrás por conquistar. Y así teniendo el Rey por muy cierto que haría mucho a su propósito que don Blasco la comenzase por Morella, perseveró en persuadírselo, puesto que ya antes habían los dos altercado sobre ello algunas veces, mas don Blasco nunca había querido arrostrar a ello. Por lo cual determinó el Rey venir a conciertos con él: y para más atraerle a su propósito, prometió dejarle de buena gana todos los lugares y villas que él se ganase de los Moros. Fue contento del partido don Blasco, y hecho este concierto se partió para Morella que no está lejos de Alcañiz. Llegando pues a vista de ella, puso su gente en celada, y con la inteligencia y favor que tenía dentro con algunos principales de la villa, tuvo por cierta la presa.


Capítulo IV. De la ida del Rey a Teruel, y como pasó a Exea de Aluarrazin a cazar, a donde le vino nueva como la gente de Teruel habían tomado a Ares, y don Blasco a Morella.

Luego que don Blasco partió para Morella el Rey se fue para Teruel, trayendo consigo al comendador Folcalquier, y pasó a un pueblo principal más arriba junto al mismo río que se llama Exea de Albarrazin para recrearse con la montería de venados y puercos jaualies de que tanto abunda aquella tierra, por habérselo mucho encarecido don Pedro Azagra señor de Albarracín, que le convidó a la caça, y le aposentó y regaló muy magníficamente en dicho pueblo: lo que para el Rey fue de mucho gusto y recreo. Estando pues en lo mejor de la caza llegó a él un correo de a pie con aviso que los soldados de Teruel, que por su orden estaban en guarnición en la frontera del reyno de Valencia, con cierto ardid de guerra se habían entrado en la villa de Ares, y tomado el castillo de ella: y que lo defenderían, si les proveyesen de más gente, antes que el Rey de Valencia enviase la suya para cobrarlo. Holgose estrañamente el Rey con esta nueva. Porque es Ares pueblo fuerte, y puesto en lo más eminente de todo el reyno, que está por la parte de oriente y medio día altísimo y a peña tajada levantado: tanto que sirve de atalaya para descubrir lo muy lejos del reyno, y que aprovecharía con la gente de guarnición no solo para impedir las correrías de los Moros, pero para con más seguridad hacer contra ellos las suyas los Cristianos. Luego el Rey envió allá quien de su parte des dijese el gran servicio que había recibido dellos con tal presa: que tuviesen buen ánimo y defendiesen la villa y fortaleza, porque él mismo en persona sería presto con ellos. Y así se partió luego, mandando a la gente que tenía hecha en Teruel de a pie y de a caballo que le siguiesen. La cual Fernando Díaz y Rodrigo Ortiz hidalgos principales de Teruel, llevaron a la villa de Alfambra (cuyo nombre morisco tiene el río que pasa por ella y entra más abaxo en Guadalauiar) donde se había de ayuntar el Rey con ellos. Pues como partiese de Exea, y pasando por el barranco de Caudet llegase a Alhambra al anochecer, cenó y durmió poco: porque a la media noche se levantó, y no embargante el gran frío de la tierra, por ser ya entrada de invierno, se puso en camino, y a largo paso llegó al amanecer al puerto de Montagudo. De allí ya tarde arribó a Villarroya lugar de la orden del Ospital: a donde el comendador Folcalquier, que siempre le seguía, le hospedó muy regaladamente, y durmiendo pocas horas, muy de mañana volvió a su camino. Llegando pues a lo más alto de aquellas sierras, descubrieron de lejos un ballestero de a caballo que a campo traviesso venía a más andar, enviado por don Blasco, y llegado al Rey dio aviso como la gente de don Blasco había tomado la fortaleza de Morella, y con ella apoderándose de la villa. El Rey que oyó esto, mostró muy grande alegría y regocijo con la nueva: aunque a la verdad en su ánimo no dejó de entristecerse harto: porque conforme al concierto hecho, Morella quedaba por don Blasco: y se dolía mucho porque en comenzar la conquista, la presa de una tan importante plaza no le hubiese cabido a él, sino a don Blasco.


Capítulo V. Como fue aconsejado el Rey tomase el camino de Morella, y de los grandes trabajos, y hambre que padeció por llegar a ella antes que don Blasco.

Caminando el Rey muy dudoso y pensativo de la vía que tomaría, si proseguiría la de Ares, o entraría en la de Morella: llegó a una encrucijada donde se partía el camino para Morella, y paró allí. Como juntase con él Fernando Díaz, y le viese parado, y dudoso sobre cual de los dos caminos tomaría, pensando lo que podía ser, dijo. No queráis señor (os suplico) seguir agora el camino de Ares, y dejar el de Morella, siendo esta villa la más importante fortaleza de todo el reyno, hecha tan a vuestro propósito, y para espantar los ánimos de los Moros, antes seguid el camino de ella con toda prisa, primero que don Blasco se meta dentro. Porque conozco la condición y tesón del hombre tan soberbio y interesado, que si una vez se apodera de ella, más dificultad tendréis en cobrarla del que de los Moros. Entonces llamó el Rey a don Pedro Azagra, y a don Atorella, y al Comendador, y pidioles qual de los dos caminos debían seguir. Como sintió esto Fernando Díaz luego fue con ellos a esforzar más su parecer y voto de nuevo: añadiendo que en la diligencia y presteza estaba puesto el buen suceso desta empresa: que por eso le había de mandar a la gente de a pie de Teruel, que dejado el bagaje atrás, pues caminaban por tierra segura, siguiesen a la ligera el estandarte de los de a caballo. Pareciendo a todos esto bien, entraron en el camino de Morella, y llegados al río Calderas , de allí caminaron por montes y valles desiertos, y los más ásperos del mundo, sin haber rastro de camino hasta que llegaron al río que pasa a rayz del monte donde está puesta Morella: y sin más aguardar, ni tomar aliento, subió el Rey a lo alto del con extraño afán y diligencia, por ser asperrimo , con el ejército que de verlo ir delante fue luego en su seguimiento. Adonde asentó su Real (que por esto aun hoy se llama el collado del Rey) y está tan propinco a la villa, que de allí se podía fácilmente impedir a cualquiera la entrada y salida de ella. Luego mandó que a los primeros soldados que subieron, se les diese algún refresco, que apenas se halló por quedar el bagaje abajo, para que se pusiesen en el paso, y no dejasen salir, ni entrar en la villa a ninguno que no fuese preso, y traydo ante si. La causa por que el Rey mandó guardar aquel paso tan estrechamente, y nunca partir los ojos de la villa, porque los soldados de la fortaleza que estaban por don Blasco, no pudiesen darle aviso de su venida, pues tampoco don Blasco los podía descubrir viniendo por la otra parte de la villa. Y así estuvo el Rey toda la noche padeciendo intolerable frío, por la mucha nieve que había en el collado, y más por el continuo velar, sin estar debajo de cubierto. Y por lo mismo, los de caballo que por seguirle dejaron sus caballos y subieron a pie por el monte arriba, estaban muy fatigados y desacomodados, a causa de no haber podido subir al monte por su aspereza las acémilas (azemilas) cargadas con el bagaje y tiendas. Y que se halla por verdad que el Rey entre todos padeció grande hambre, ni comió de propósito por tres días desde la cena de Villarroya hasta allí, por no perder tan buena ocasión del collado.


Capítulo VI. Que don Blasco fue preso al entrar en Morella y traído ante el Rey, le rogó le entregase la villa y la entregó. Y como el Rey fue a la villa de Ares y proveyó a los soldados.
Luego el día siguiente después que el Rey subió al collado, y puso su guarda a vista de la puerta de la villa, llegó por la mañana don Blasco con algunos de a caballo para entrar en ella, no sabiendo de los que estaban en celada por el Rey. Y así fue preso por Ferná Pérez de Pina, que era capitán de la guarda. Traydo ante el Rey le recibió con abrazos y mucha fiesta, alabando mucho su valor y destreza en haber tan presto ganado la villa, y de lo mucho que se había holgado con el aviso que le dio de ello. Por lo que le rogaba con toda llaneza tuviese por bien de entregársela con la fortaleza, prometiendo le reconocería este servicio con muy buena recompensa. Como esto oyó don Blasco comenzó a pensar mucho sobre ello, y casi a negar la demanda. Pero volviendo el Rey y los capitanes a instarle sobre ello, queriendo ya poner las manos en él, si no condescendía con los ruegos del Rey, en fin se determinó en hacer de necesidad virtud, y perder de su derecho por contentar al Rey. Luego se fue con toda la gente de guarda, y llamando a sus soldados de la fortaleza, vinieron y la entregaron con la villa a los capitanes del Rey. Al cual don Blasco primero que todos prestó los homenajes y entró con él en Morella. De donde sacados sus soldados, y la guarnición de la fortaleza, dio lugar a que pusiesen el estandarte con la guarnición y gente del Rey en ella. A quien con los de la villa también se rindieron luego todas las Aldeas. Y dejando allí a uno de los principales barones que traía consigo encomendada la tierra, se puso en camino para la villa de Ares, así dicha (según fama) porque a causa de la gran altura del lugar, fueron en él puestas antiguamente las Aras, o altares para sacrificar a los Dioses. Entrando allí el Rey alabó mucho, y agradeció a los soldados de Teruel la presa de la villa, mandando les dar dobles pagas, y reforzar la guarnición de ella. Al otro día queriendo se partir de allí, oyó misa por la mañana, y puesto de rodillas hizo gracias al santísimo sacramento por la victoria de aquellas dos tan importantes plazas, ganadas sin derramamiento de sangre, y como primicias de su empresa, mandó luego edificar en las dos sus templos, para que se continuasen en ellos los oficios y sacrificios divinos. De allí partió para Teruel, llevando consigo a Zeyt Abuzeyt, el cual se halló presente al entrego de las dos villas, y de nuevo se sujetó al Rey, dada su fé que no dejaría durante la guerra, de hallarse con su persona, en ella, y que con todos sus deudos y amigos que tenía en el Reyno le serviría.


Capítulo VII. De la donación que el Rey hizo a don Blasco del condado de Sástago por Morella, y de las dos encomiendas mayores de Aragón, y del ejército con que comenzó la conquista.

Salió de Teruel el Rey a dar una vista y reconocer los pueblos de Aragón comarcanos a los de Castilla, por atajar algunas diferencias que entre ellos se ofrecían. Como fuese en Calatayud, acordándose de aquel memorable servicio y liberalidad de don Blasco en conquistar a Morella, y entregársela con la fortaleza, pareciole debía hacerle alguna honesta recompensa con la villa de Sástago, que era de las buenas Aragón con sus arrabales y término fertilísimo, que lo riega el río Ebro: por haber sido esta antes empeñada por el Rey don Pedro su padre en muy poca suma de dinero a don Artal de Alagón padre de don Blasco. La cual le dio con todo el estado perpetua y libremente, y más la fortaleza de María que está en el campo de Zaragoza. Del cual tiempo acá la gente y familia Alagonesa que ya en aquella Era florecía en antigüedad, en sangre Real, y hechos memorables, con el aumento del estado, quedó entre los Aragoneses después de la casa Real por muy principal entre todas. Hizo se esta donación y recompensa a don Blasco muy sobrepensado, de consejo y parecer de los grandes del reyno que se hallaron presentes, y así fue con mucho aplauso de todos sellada y firmada por el Rey. El cual como fuese ya señor de las dos villas, y hubiese puesto en ellas guarnición de soldados, para pasar adelante a poner cerco sobre Burriana, mandó convocar cortes en Teruel, por hacer allí junta de todo el ejército, y de propósito entrar en la conquista del Reyno. Donde se ayuntaron los Vicarios de los maestres del Temple y del Ospital, con los maestres de Vcles y de Calatrava. Destos dos últimos, aunque la fundación y cabezas estaban en Castilla, también había en Aragon algunas encomiendas instituidas por los Reyes, para contra Moros: y destas, la encomienda mayor de Ucles (Vcles), está fundada en la villa de Montalbán, de la cual se hablará presto. Y la encomienda mayor de Calatrava en la villa de Alcañiz: con otras menores de las mismas dos órdenes fundadas en otros lugares de Aragón. También se fundaron otras en el reyno de Valencia después de conquistado. Assi mismo se juntó con ellos don Bernaldo Montagudo Obispo de Zaragoza, que por muerte de don Sancho Ahones poco antes había sido elegido, Don Pedro Azagra señor de Albarracín, don Ximen Pérez de Taraçona, a quien después el Rey hizo merced de la Baronía de Arenos, con otros muchos señores del reyno. Con los cuales cuando se comenzó a formar el ejército, no pasaba de ciento y veinte caballos ligeros, y mil infantes, sin los que hizo Teruel, y los que enviaron Calatayud y Daroca, que todos llegaban a doscientos y cincuenta caballos, y mil y quinientos infantes.


Capítulo VIII. Que después de auituallado el ejército en la comarca de Teruel, partió el Rey con el campo para la villa de Xerica, y de las escaramuzas que tuvo con los Moros de ella.

Confiando el Rey sería pronta la venida de la gente que le había de enviar de la Proença el conde su primo, con la de Cataluña que había mandado hacer, salió de Teruel con tan pequeño ejército como dijimos. Y porque su fin era, por atemorizar a los moros, irles talando los campos y destruyendo cuanto le viniese delante, mandó muy bien proveer el ejército de pan y ceuadas, de los campos del Pobo (Pouo) y Visiedo lugares principales de la comunidad, y también de muy buenos tocinos y saladuras de Teruel y Albarracín. Más adelante, llegado a la Puebla de Valverde tomó copia de carneros, y del campo de Sarrión muy buenas vacas por ser estas dos tierras de grandes pastos para crianza de ganados mayores y menores. Con esto prosiguió el campo para Xerica villa primera del Reyno de Valencia. Y comenzando a marchar, llegaron de Sarrión a la Iaquesa postrer lugar de Aragon, donde está la casa de la Aduana, y registro de las mercadurías que entran y salen del un Reyno al otro. De allí pasado el río seco, que agora divide los reynos (porque antiguamente la división solía ser por el río Aluentosa que está más hacia Aragón y en las divisiones era el límite) entraron en el de Valencia, y hicieron sus correrías por algunas Aldeas de Xerica moderadamente, por estar mezcladas con Cristianos. De ahí descendieron por el monte de la Lacoua, de cuyo alto se descubría muy bien la villa de Xerica, principal entre los antiguos Edetanos, cercada de muy recio muro, demás de ser su asiento naturalmente fuerte. Porque está en un montecillo algo enhiesto y levantado, y en lo más alto del fundada la fortaleza, casi inexpugnable: porque tiene delante de si la villa por defensa, y detrás el río profundo, del cual hasta lo alto de ella es todo peña tajada. Su principal fuerza consiste en ser la gente belicosa, cual suele ser la que está en frontera: por tener siempre por enemigos los vecinos que son de diferente señor, y se ofrecen ocasiones para venir muchas veces a las manos, y estar siempre unos contra otros malintencionados. Sabida por Zaen la entrada del Rey con ánimo y aparejo de conquistar el Reyno por la parte de Xerica, temiéndose no le acaeciese como en lo de Morella, que por no haber enviado el socorro con tiempo se perdió: les proveyó de cuatro compañías de soldados escogidos: los cuales con la gente de la tierra hacían buena defensa. Destos salieron al camino ochocientos infantes muy bien armados para estorbar a los nuestros la tala de sus campos, y tan apacible y fructífera huerta: pero mandó el Rey no se comenzase a talar cosa hasta el día siguiente: porque no peleasen los nuestros sobre cansados del camino, sin tener primero hecho algún asiento y reparo para el ejército. Y como luego después de la bajada del monte poco más de una legua llegasen a un pequeño pueblo llamado Viver, que agora es principal, mandó parase cerca de allí el campo junto al río Palancia, que va a dar en Murviedro. En viniendo la mañana comenzaron a talar los campos y huertas que están entre Viver y Xerica con gran dolor de sus dueños que lo veían. Eran mil infantes y treinta de a caballo los que iban guardando los lados a los gastadores que pasaban hacia la villa haciendo la tala, sin que saliesen a impedirlo de cerca los del pueblo por miedo de la caballería que los alancearía: pero de lejos, puestos en lugares escondidos los ballesteros, hacían gran daño en los gastadores, y por esto no pasaron aquella tarde más adelante. El día siguiente remediaron los del Rey este daño muy a su salvo. Repartiendo la gente de a caballo, parte por el monte que está cerca de la vega a la mano diestra, del otra parte del río, parte por los mismos campos: tomando los primeros de la vanguardia de pie las adargas de los de a caballo, para defender con ellas a los que les seguían de las saetas de los Moros, los cuales por venir de lejos no encarnaban. Y así sosteniendo este primer ímpetu, pasaban adelante. Tras estos venían los ballesteros que en asomar el Moro le derribaban, y luego los gastadores, los cuales seguros del peligro del día antes, lo destruían (destruyan) todo.


Capítulo IX. Que por haberse pasado adelante gran parte del ejército, dejó el Rey de cercar a Xerica, y pasó hasta llegar a vista de Burriana, cuyo asiento y campaña se describe.

En tanto que esto pasaba en el campo de Xerica, los maestres del Temple, y del Ospital con los de Vcles y Calatrava, por atraer al Rey a lo de Burriana, se pasaron con una buena banda de caballos, y setecientos infantes, más adelante de Xerica, sin tocar en Segorbe por estar a la devoción de Abuzeyt. Y siguiendo el río abajo se metieron muy adentro en el Reyno hasta que llegaron a vista del castillo de Murviedro, que está a cuatro leguas de la ciudad, donde a mano izquierda está el camino para el valle de Segó dicho antiguamente de Sagunto que sale hacia la mar. El cual estaba muy cultivado, con mucha variedad de mieses, de granos menudos, de que le mantienen mucho los moros, y muy poblado de lugares. Como este se mandó también talar, y destruir, salieron luego a tropel gran muchedumbre de rústicos, sin ningún orden, para reconocer la gente nueva de guerra que se les metía por la tierra, pensando poderles impedir el paso. Entendido por el Rey, de los maestres y gente que se había desmandado, y que por codicia de llegar a Burriana se pasaban tan adelante, dejó de cercar a Xerica, y se fue con todo el campo en seguimiento dellos, y aunque encontró de camino con una pequeña villa dicha Torrestorres, no quiso detenerse en ella, siendo de enemigos, sino de paso talarle sus campos y vega, que tenía bien cultivada, por no divertirse de la conquista de Burriana: mayormente que no menos que los maestres desearía el llegar a ella, luego con todo el ejército junto. Con esto pasó muy adelante por el mismo valle, dejando a Almenara a la mano derecha, y por la falda de su castillo llegó a dar en el grande llano de Burriana. Allí se le descubrió un campo espaciosísimo y fertilísimo, y a la vista muy deleitoso, cercado de montes a modo de media luna, desde Almenara que está junto a la mar, al medio día, hasta el promontorio, o cabo de Orpesa al Septentrión, que distan entre si una jornada, tomando la linea recta ribera del mar, del un cabo al otro. Está el llano muy lleno de acequias que de las fuentes y río, vulgarmente dicho Millàs, se derivan, y riegan muy grande parte del hasta la mar: y con esto es tanta su fertilidad, que ayudada de la buena cultura del labrado, no es inferior en provecho a cualquier otro campo del Reyno. Pues demás del mucho pan, vino, aceite, ganados mayores y menores que produce, con otras muchas semillas, y morales para la seda, solía también ser muy abundante de arroz y de azúcar, que son de las principales mercaderías del Reyno: también de mucho pescado y mercadurías infinitas, que por ser marítimos gozan todos los pueblos que en este llano se encierran, que son muchos porque así de los que están situados en lo llano como por los montes y valles que van a dar en él, se descubren al pie de treinta entre villas y lugares. Era entonces la villa de Burriana la mayor y más fuerte de todas, así porque les excedía en la fertilidad y cultura, como por la vecindad del mar para ser bien provista: la cual por su grande sitio y altos muros era como alcázar de toda aquella comarca. Y demás que abundaba de todo género de vituallas, no dejaba de ser la gente de ella muy belicosa, y con esto estaba muy puesta en defensa: mayormente después que Zaen le envió los mil y quinientos soldados de refresco: sabiendo que la intención y venida del Rey se encaraman contra ella. Y así la proveyó de todas armas y pertrechos, y de ingenieros para repararla y defenderla: con fin de enviar mucho más socorro, por lo que se persuadía que la salud y conservación de todo el reyno dependía de la defensa de ella.


Capítulo X. Como el Rey asentó el cerco sobre Burriana, y de las escaramuzas que cada día se tenían con los de la villa.

Llegó el Rey con todo su ejército mediado Mayo a los contornos de Burriana. Y después de haber bien mirado su gran circuytu con tan bien torreado muro, mandó, por ser el tiempo ya muy adelante, y la tierra calurosa, asentar el campo con gran diligencia para más abreviar la empresa. Puso se el cerco por toda ella, aunque otros dicen que no, sino a la parte de la tierra. Porque hacia la marina era muy pantanosa y también porque a respecto del gran circuytu, el ejército era pequeño y tan limitado por entonces, como dicho hauemos. Fue pues avisado el Rey por los adalides y espías, de la grandeza y municiones de la villa, de la gente que había de pelea también de las más flacas, y más fuertes partes de la muralla, y a qué parte de ella podrían mejor encararse las máquinas y trabucos: finalmente del auituallamiento, y como tenían cumplida provisión para medio año de cerco. Asimismo los de la villa en este medio no dormían, antes con la misma curiosidad que los nuestros echaban sus espías, y se entendían con algunos moros que fingiendo ser Cristianos, andaban revueltos en el campo del Rey como soldados, y por estos tenían aviso de los discursos y designios del Rey y sus cosas. También se entendió como se hallaban dos mil y quinientos hombres de pelea dentro, entre los de Zaen y los de la villa, gente esforzada y bien proveyda, y que mostraron muy bien a los Cristianos lo que podían y valían, demás del buen ánimo y esperanza cierta que Zaen les daba, desde la ciudad, diciendo sería con ellos muy presto con ejército formado para socorrerles. Pues para que luego diesen alguna muestra de si, y comenzasen a poner la guerra en campo, cuatrocientos dellos, los más lucidos de Zaen, salían cada día a escaramuzar con los nuestros, y a estorbar que no acabasen de cercar el Real con el palenque y cestones, acometiéndolos bien diestramente por la parte más flaca: de manera que siempre hacían más daño que recibían, y que encargar sobre ellos el campo con muy gentil orden se retiraban. Como esto vio el Rey, mandó poner en tres partes guarda de cada ciento y cincuenta caballos, para que al salir de los moros hiciesen señal a los del ejército, y los entretuviesen: y que la una parte del ejército se estuviese queda en guardia del Real y la otra corriese a la escaramuza, y que en retirándose los Moros tentasen de entrarse revueltos con ellos en la villa, porque les seguiría todo el ejército. Era la ocasión y asidero destas escaramuzas el ganado de carneros y vacas del ejército, que entre el Real y la villa se apacentaban, y en estos daban los de dentro haciendo presa de ellos todas las veces que salían a escaramuzar, la cual los nuestros les quitaban de las manos. Y desta manera continuando las escaramuzas, volvían siempre de ambas partes con las manos sangrientas.


Capítulo IX. Como crecía de cada día el ejército del Rey, y de la batería que se dio a la villa con las machinas, y como fueron rotas por los Moros, y en la defensa dellas el Rey herido.

En este medio, a la fama de tan encendida guerra que llevaba el Rey en la conquista del Reyno, venían gentes de todas partes para hallarse en ella, señaladamente de Aragón y Cataluña llegaron las compañías de infantería y de a caballo que el Rey había mandado hacer. Con las cuales el ejército vino a ser de hasta veinte y cinco mil infantes, y dos mil caballos. Con esto los asaltos fueron de allí adelante más recios y porfiados. Porque llegadas por mar las machinas y instrumentos grandes de guerra, de Mallorca, y de Cataluña, que se quedaban en las atarazanas desarmados, y venían en piezas, mandó el Rey armarlas muy de propósito. Entre otras levantaron una gran torre hecha de trabazón (trauazon) de muchas tablas dobles, conforme a las que antiguamente usaban los Romanos, y las que usó el mismo Rey en el cerco de Mallorca. La movían los soldados a todas partes con tan buen arte y concierto, que se sentía poco el trabajo inmenso que les daba, a respeto de lo que se holgaban de contentar y servir al Rey en ello: viendo su graciosa presencia, y la afabilidad y humanidad con que los exhortaba y animaba. Llegaron pues con la machina tan cerca del muro, que estaba a menos de un tiro de piedra: y como se sobrepujase la muralla, con facilidad descubría lo interior de la villa, la cual batían con piedras, azagayas, lanças y saetas, haciendo muy grande estrago en ella: tanto que ninguno de los vecinos se tenía por seguro en su casa. Con todo eso el valor y destreza de los soldados de Zaen con los de la villa era tanto, y con tan valeroso ánimo la defendían, que a la postre pudieron muy bien resistir con sus contramáquinas a la nuestra, y con sus bien encaradas saetas mataron tantos de los que de lo alto de la machina peleaban, que ya no había quien pelease, e hicieron parar a los que por la parte de abajo la meneaban. Porque eran tantas las saetas y pasavolantes que de las torres del muro que sobrepujaba a la machina, tiraban, así contra los de arriba, que la defendían, como contra los de abajo que la movían, y le iban alrededor: que ni el Rey con andar a pie empavesado animando con su presencia a todos, ni los capitanes recibiendo en sus escudos las saetas, y esforzando a voces, fueron parte para entretener que la torre con otras machinas no fuesen desamparadas, hasta que la noche despartió la pelea: quedando el Rey herido con cuatro flechazos, aunque por gracia de Dios ninguno de ellos hizo llaga peligrosa. Entonces confesó el Rey (según en la historia refiere) que los Moros de Valencia eran harto más valientes que los de Mallorca.


Capítulo XII. Que se armaron nuevas machinas, y de la gran hambre que en el campo hubo, y falta de dinero, y como se remedió todo.

Quedaron los nuestros y los de la villa tan cansados de la escaramuza pasada, que de aquellos tres días siguientes, ni los Moros salieron a escaramuzar como solían, ni los nuestros atendieron a otro, que a tener puesta gente de guardia para las demás machinas, y a entender luego por la mañana en retirar a fuera la torre machina, porque estaba tan maltratada y deshecha, que antes causaba embarazo a los nuestros, que daño a los enemigos. Ayuntado el consejo sobre lo que debían hacer determinaron por otra vía batir la villa, y fue haciendo sus trincheras, y allegándose el ejército poco a poco al muro. Para esto juntaron todas las machinas y trabucos menores por encararlos hacia aquella parte del muro, a donde se enderezaban las trincheras, hasta tanto que por allí le abriesen, ya que no había lugar para minarle, a causa de ser la tierra muy húmeda y pantanosa, y que con la vecindad del mar manaba toda agua. Estuvo hasta aquel tiempo el Real provisto de pan y cebadas, y de toda cosa abundantemente, que lo daba la tierra. Mas como de cada día acudiese gente de todas partes, y el ejército fuese creciendo, comenzó a haber hambre, y vino a ser tan grande, señaladamente de pan y cevadas, que compelidos desta necesidad, se trató de alzar el cerco, y que cada uno se volviese a su tierra. Lo cual como tuviese al Rey afligido y triste: porque apenas se podía defender de la importunidad de muchos, que insistían en que se retirase el campo, y repartiese por las fronteras de Aragón y Cataluña, antes que la hambre los echase, y Zaen sobreviniese y triunfase de ellos. Estando en esto, vino nueva al campo de que habían arribado a la playa dos galeotas, la una de Bernaldo de Sentaugenia, gobernador de Mallorca, y la otra de Pedro Martel, de Tarragona, y Tortosa, que traían gran abundancia de trigo y cebadas con otras vituallas para el campo. Por las cuales, como si vinieran del cielo, el Rey hizo gracias infinitas a nuestro señor, y mandó que se tomasen, y pagasen sesenta mil sueldos por ellas. Aunque con la falta de pan, también se descubrió la que había de dinero: que ni se hallaba de donde pagar estos panes, ni quien se obligase por ellos, entre los del campo, sino los vicarios de los Maestros del Temple y del Ospital. Y aun estos no se obligaran, si no tuvieran firme esperanza, que de los lugares y villas que se ganasen de los Moros les había de caber buena parte para sus órdenes. Con esto se tomó a cambio el dinero de los mercaderes que seguían el campo, y se pagó lo que por el pan y cebadas se debía. Finalmente mandó el Rey, que las galeotas se quedasen por guarda de la costa del mar, de algunos corsarios que Zaen enviaba a fin de impedir al campo la provisión de mar. Y como las galeotas hicieron rostro, acudieron de toda aquella marina barquillos con vituallas.


Capítulo XIII. Como por las dificultades que había en tomar a Burriana, quiso el Abad don Fernando persuadir al Rey alzase el cerco de ella.

Aunque las necesidades de pan y vituallas se remediaron, en el campo el Rey escribió de nuevo al gobernador de Mallorca, continuase en proveerlo de más. Por otra parte descubrían de cada día mayores dificultades para ganar la villa, y comenzaban a murmurar sobre ello los que nacidos y criados en lo más alto y frío de Aragón, les fatigaba mucho el calor de la tierra baja, y deseaban extrañamente salir deste extremo, como ganado de ovejas, por volver al suyo. Por esto el Abad don Fernando, y otros del consejo, que nombra el Rey, Don Blasco, don Ximen de Vrrea, Liçana, Muça, y Taraçona consintiendo en un mismo parecer, procuraba en todo caso persuadir al Rey levantase el cerco y se fuesen, pensando que gustaría el Rey dello, por verle tan triste y pensativo, a causa del mal successo de la torre machina, y que se quejaba por verse tan desgraciado, y para menos que sus antepasados diciendo que a ellos todo les sucedía prósperamente, no como a él, que en el cerco de una sola villa le salía todo al revés. Con esta ocasión, pensando hacerle servicio se fueron para él juntos, y tomando la mano don Fernando le habló desta manera. Señor y Rey nuestro, el haberos sucedido hasta aquí en la guerra todas las cosas prósperamente, causa que agora destas, como de muy adversas, os aflijáis demasiado, y que de veros, que no sois mucho más dichoso y felice que los capitanes antiguos, os tengáis por infelice y desdichado. Lo cual parece cosa fuera de razón, y que no conviene a vuestro honor y reputación el tanto despreciaros por ello. Ya que todo esto os viene de no querer medir las cosas de la guerra con la fortuna adversa, sino solamente con la próspera, y así se sigue desto, que derraméis muy fuera tiempo tantas quejas de vos mesmo, diciendo, que vuestros antepasados fueron más venturosos que vos en armas: como sea así que en su tiempo tuvieron ellos sus desgracias y pérdidas, como en este de agora tenemos las nuestras. Porque no solo alcanzaban ellos sus victorias con derramamiento de sangre, y dudosos successos, pero con mucho desaliento, y largas de día en día, hasta que con intolerable trabajo y paciencia llegaban al cabo de ellas: y aun con todo eso se les fueran de las manos, sino siguieran el tiempo conforme al discurso de su mudanza y ocasiones: y así es menester en esto imitarles. Pues habéis emprendido guerra, harto ardua, y más difícil y peligrosa de lo que pensábamos. La cual a vos, y a nosotros con todo el ejército pone en tanta estrechura, que se pueden de hoy más esperar mucho mayores males que hasta aquí de ella, si no dais lugar al tiempo, y os conformáis con el estado y oportunidad que se os ofrece agora para ganar el renombre y fama de prudente. Porque tenéis señor muy bien experimentado el valor y esfuerzo de los enemigos, que tan valerosamente se defienden: habéis hallado la villa tan fortificada de gente y armas, que no solo no les habemos derribado ninguna de sus machinas y reparos: pero las nuestras nos han tanto maltratado, que ha sido forzado retirarlas: y que deste daño nuestro ha crecido tanto ánimo a los enemigos, cuanto creo de cada día va faltando a los nuestros. Los cuales ya murmuran de nosotros, y nos dan en rostro la falta que tenéis de consejo: porque siendo tan maltratado, y habiendo padecido lo que todos hemos visto, en esta guerra: no tratéis de dejarla, o diferirla para otro tiempo. Y que habiéndoos puesto tan adentro en tierras de enemigos, ya no esperéis sino que os cerquen por todas partes, y nos podamos todos. Añádese a esto la gran falta de dinero que se padece, y que no puede durar mucho la abundancia de pan que agora tenemos, por lo que acrecienta de gente el ejército de cada día: y sabemos que está ya agotada de vituallas toda la comarca. Sin eso, comienza ya mucho a fatigarnos la incomodidad del tiempo que está tan adelante, así por ser la tierra caldísima, como por el Sol ferventísimo que anda ya para entrar en la Canícula. Dejo aparte lo mucho que se quejan, y dan voces los escuadrones de las ciudades, y villas Reales, diciendo que las mieses están ya en sazón, y que es menester darle licencia para ir a segarlas, y a coger lo suyo cada uno. Demás de otras muchas causas, hay una que no importa poco para dejar sin daño la guerra: que Zaen desea más presto acometeros con dineros que con armas, y sabemos ha prometido dar una muy grande suma, porque nos apartemos del cerco. Lo que no dejamos de aconsejaros, y que se debe recibir eso y mucho más de un tan bárbaro y tirano enemigo: para que con ese mismo dinero podáis hacer mayor ejército contra él, y con más oportuno tiempo del año volver a conquistarle, no digo a Burriana, pero a la misma ciudad de Valencia con todo el Reyno.


Capítulo XIV. Que oído don Fernando, tuvo el Rey su acuerdo, y por las causas y razones que de si dio, determinó de continuar el cerco.
Oída la larga plática que don Fernando en su nombre y de los principales del consejo tuvo ante el Rey, le dijo que respondería a ella. Y revolviendo su pensamiento sobre cuanto se le había dicho, por ser cosas bien dignas de considerar, y que tenían su haz y envés: todavía como fuese de tan alto y divino ingenio, pasando por muchas cosas que le inclinaban a seguir lo mejor: consideró que era perder mucho de su honra y reputación, levantar el cerco de la villa, donde apenas había dos meses que le tenía puesto: no habiendo querido apartarse de la conquista de Mallorca harto más ardua y desviada de sus reynos que esta, por mucho que algunos de los suyos también lo procuraban, cuando había ya un año que la proseguía. Demás que sería, con semejante muestra de flaqueza y temor, dar ánimo a sus enemigos para que le tuviesen en poco:y también mucho más afrentoso, trocar el honesto triunfo que esperaba de la victoria, con el vil dinero del enemigo: teniendo por cierto que el consejo que para esto le daban los suyos, particularmente don Fernando, que siempre le fue siniestro para sus empresas, era vendido, a quien se creía, que Zaen con dádivas había para este efecto sobornado. Por esto determinó dejar los de este consejo y parecer, y sobre negocio tan grave oír el de otros menos apasionados y más celosos del bien común. Señaladamente del Arzobispo de Tarragona, y Obispo de Zaragoza, y los demás Prelados que allí se hallaron: también de los Maestres y Vicarios de las órdenes, con los otros grandes y Capitanes del ejército,y de don Guillen de Mompeller su tío. Los cuales ajuntados en la tienda del Rey, y consultados, si atentas las causas y razones que don Fernando había propuesto ante él (que se recitaron fielmente todas) para alzar el cerco de Burriana, y dejar por entonces de proseguir esta guerra, estaría bien al Rey seguir este parecer, sin perder nada de su honra y reputación, o sería mejor seguir lo contrario. A lo cual todos, siendo de un mismo voto y sentencia, respondieron, que no solo importaba a la honra del Rey, pero a la de sus Reynos, y mucho más a la de todos los Capitanes y principales del ejército, siendo tan grande y poderoso, perseverar hasta morir sobre el cerco. Quien otro sentía, no tenía gana de pelear, y le sería mejor, el consejo que daba de recogerse el ejército, tomarlo para si. La cual determinación se envió luego a don Fernando y los de su opinión, por resolución y respuesta.


Capítulo XV. Que don Guillen Dentensa tomó a cargo la guarda y gobierno de las machinas, y como salieron de la villa y ponerles fuego, y defendiéndolas fue herido, y curado por la mano del Rey.

Determinado que hubo el Rey de no partirse del cerco, por las buenas causas arriba dichas, don Guillen que fue el principal autor deste consejo, tomó a su cargo llevar adelante las trincheras con las machinas hasta las puertas de la villa, y de estar en la defensa dellas, con ánimo de no partirse de aquel puesto con sus soldados, que trajo de Guiayna, hasta que fuese el foso lleno, y quedase el paso llano para arremeter, y dar el asalto. Mandó también el Rey a los de su guarda Real de quien más se confiaba, que eran los Almugauares (destos se hablará más adelante) que estuviesen siempre en guarda de don Guillen, para cuando los de la villa saliesen a dar contra las machinas, para lo mismo se ofrecieron muy de veras los caballeros del Temple, y se pusieron en orden para esta defensa, como aquellos que siempre solían ser en las escaramuzas de los primeros. De manera que con la diligencia de don Guillen, y de don Ximen Pérez Taraçona, y de sus soldados, que se juntaron con él, allegaron las machinas, que por entonces solo servían por escudo y defensa de los que entendían en henchir y cegar el foso, hasta igualarlo con el suelo de arriba, y en agujerear el muro. Con este allegamiento de machinas, comenzaron a enojarse los de dentro, y a más embravecerse contra ellas, no echando de ver los agujeros que se hacían en el muro. Y en tanto que por aquella tarde cesó la batería de las machinas, y se fue la gente a reposar, salieron doscientos soldados de la villa con grande silencio, con sus manojos de esparto encendidos para dar fuego a las machinas: haciéndoles la centinela los del muro, puestos por todo él muchos ballesteros para llover saetas sobre los que acudiesen del campo a la defensa de ellas. Esto no pudo ser intentado tan a la sorda que no dejase de sentirlo don Guillen, el cual estaba muy atento para notar cualquier mínimo movimiento de los enemigos. Y así arremetió con su gente y los Templarios contra los que ponían fuego, y dio tan valerosamente con ellos que sin dejarles efectuar cosa alguna, los hizo retirar con grande estrago a la villa. Puesto que desta refriega quedó herido don Guillen de una saeta en la pierna por los del muro: y como lo supo el Rey, mandó que lo trajesen a su tienda Real, a donde de su propia mano le sacó el hierro de la saeta, que se le había quedado enclavado en la pierna, y le lavó la herida, y se la vendó (enbendo) en presencia de todos los cirujanos del campo, que se admiraron, y alabaron la destreza y mano del Rey en tal oficio: como aquel que se había preciado de hallarse en la cura de muchos heridos, y con su buen ingenio aprendido en aquel particular el modo de curallos. Estuvo luego sano don Guillen, y no bastó el Rey a detenerle, que no fuese las noches a asistir en su puesto. Con todo eso los de la villa no dejaban cada noche de hacer sus salidas, y dar sobre las machinas: aunque eran también recibidos de la gente de guarda, que siempre se volvían con alguna pérdida.


Capítulo XVI. Como el Rey se puso en guarda de las machinas, y corriendo tras los que salían a quemarlas, llegó a hincar su lanza en las puertas de Burriana.

Viendo el Rey el buen efecto que las machinas hacían en el cegar del foso, y aportillar del muro, entendía con grande curiosidad en la fortificación y conservación dellas: y por lo mismo los de la villa conociendo el mal que les hacían, no pudiendo prevalecer contra ellas del muro, como antes contra la torre máquina, no atendían a otro que a darles fuego. Como esto lo acometiesen cada noche, púsose el mismo Rey muy de propósito a rondar el campo, y a reconocer la guarda que de las machinas se hacía. Y como una noche no hallase puestos en centinela aquellos a quien de día la había encomendado, ni diesen el nombre, determinó de ahí adelante hacer él mismo en persona la guarda con nueve caballeros, y poner su escudo colgado en las máquinas, como decurión, o cabo descuadra que asiste a los de guardia. Como supieron esto por sus espías los de la villa, luego muy alegres, pensando hacer una gran presa de la persona del Rey, salieron doscientos y cincuenta de ellos los más escogidos, con sus manojos encendidos para dar fuego a las machinas: de los cuales solos cuarenta iban con escudos y fuego, los demás todos eran ballesteros: llegando ya para poner fuego, fueron descubiertos de dos escuderos del Rey, el cual en tocar alarma salió con los nueve caballeros de su puesto, siguiéndole los demás de guarda, y dio en los Moros con tanto ánimo, que sin más esperar, volvieron las espaldas, y el Rey que los siguió, con la oscuridad, se revolvió de tal suerte con ellos, que llegó a las puertas de la villa, e hincó su lanza en la principal dellas. Pero como las saetas anduviesen muy espesas, le fue forzado echado su escudo a las espaldas retirarse con buen orden hasta salir del peligro, del cual se recelaron tanto en el Real, que ya llegaba casi todo el ejército con antorchas encendidas, y muy en armas, a buscar su persona, con muy grande sobresalto de todos, a causa del rumor que se había esparcido por el campo, que no parecía el Rey, que se había perdido, que era preso, o muerto. Y aunque el sentimiento y alteración era común por la pérdida, no todos la lloraban de pesar: porque alguno de los que más entonaba la mala nueva, tomara la muerte del Rey por vida.


Capítulo XVII. De la memorable, y nunca oída hazaña que el Rey hizo por salvar la honra de su ejército.

No se puede dejar de escribir con letras de oro, lo que refieren del Rey todos los historiadores de su tiempo en este caso, de su tan heroica, singular, y nunca oída hazaña, o por mejor decir, sacrificio que de si mismo quiso hacer, por la salud y honra de su ejército: con la cual no solo se igualó con todos los Reyes y capitanes del mundo, pero les excedió con mayor gloria y prudencia, que cualquier de los Decios capitanes Romanos, cuando por salvar sus ejércitos perdieron indiscretamente las vidas. Cuentan pues del Rey que continuando su cerco, como estuviese muy triste y despechado, de ver por una parte la brava resistencia de los de la villa, y nuevo socorro que Zaen entendía en enviarles: por otra, la porfía de don Fernando, y los de su opinión, porque alzase el cerco, y se retirase a Aragón: y que si le alzaba sin hacer algún buen efecto, o sin alguna honesta causa y razón, en cuan grande mengua y afrenta ponía a si, y a todo su ejército: determinó, aunque con manifiesto riesgo de su vida y persona, dar tal salida al negocio, que contentase a la mayoría (a los más) y salvase la honra (honrra) de todos. Para esto, sin dar parte dello a persona alguna, se encomendó a Dios y a su bendita madre, y saliendo noche y día a las escaramuzas, se desabrochaba el jubón, y desmallada la cota, descubría su pecho y persona, oponiéndose a las saetas, y a los demás siniestros de las escaramuzas: para que padeciendo en algo su Real persona, tuviese el ejército una honesta causa para levantar el cerco, y anteponer la salud de su Rey a la presa de una villa. Pero con el favor divino pudo hacer muy verdadera experiencia de su animosísimo e incomparable valor, y quedar su persona y cuerpo libre de todo riesgo y peligro, cuyo ánimo había ya sido tan asaetado de angustias que le causaban los suyos: porque en fin no dudó de aventurar su persona, solo que la honra y salud de su ejército se salvase.


Capítulo XVIII. Como caída una torre del muro se dio el asalto, y aunque resistieron los Moros, se dieron a partido, y se tomó la villa, y de las mercedes que el Rey hizo aquel día.
Continuando noche y día las machinas y trabucos en hacer su oficio encarándolas a una torre que estaba en una esquina de la muralla, quiso Dios que vino toda al suelo, y por ella quedó abierta la entrada a los nuestros. Los cuales cobrando grande ánimo, el día siguiente, como el foso estuviese ya lleno con la ruina de la torre, no solo por ella, pero por otras partes tentaron de escalar el muro, y de una acometieron la entrada. Pero el valor y virtud de los de dentro fue tanto, con hacer rostro y cuerpo de guardia detrás de la torre caída, poniendo allí un tercio de la gente, y la demás repartida por la muralla, que por todo aquel día, aunque con gran pérdida suya, se entretuvieron valerosamente: y quedó para el siguiente hacer todo el ejército del Rey su mayor fuerza. Como esto entendieron los de dentro, comenzaron a desconfiar de su salud y vida, así por verse acometer por tantas partes, y que las ruinas del muro eran irreparables: como por entender que las fuerzas y poder de los Cristianos siempre iban aumentando, viendo que los combates postreros eran muy más recios que los primeros. Por donde tardando ya mucho el socorro de Zaen, determinaron de entregarse al Rey, si les escuchaba de partidos que sería permitiéndoles se saliesen todos con sus mujeres y hijos, y también con su ajuar y alhajas (axuar y halaxas), a la villa de Nules, muy cerca de allí: lo cual notificaron al Rey por sus embajadores. Pues como el partido pareciese bien a los grandes y consejeros del Rey, fue también él contento dello, y se les concedió de buena gana, y así más si más pidieran, por haberlos hallado tan valerosos en la defensa de la villa. Y así se salieron luego con mucha presteza, y asegurados de todo daño se trasladaron a la villa de Nules. Puesto que por la prisa no pudieron cargar con todo, quedó algo para los soldados, los cuales en un punto lo dieron a saco. Entró pues el Rey con su ejército en Burriana la víspera del glorioso Apóstol Santiago, después de pasados dos meses de cerco sobre ella, villa célebre, y que por su valerosa defensa de entonces acá ha sido, y será siempre muy nombrada. Donde el día siguiente del santo Apóstol celebró el Rey su fiesta, con muy grande regocijo y alegría de todo el ejército, a honor y gloria de nuestro señor, y de su bendita madre, mostrándose muy liberal para muchos: señaladamente lo fue para los caballeros del Temple que más se señalaron en esta conquista. Hizo merced de cierta parte de la villa y de sus campos, la cual poseen hoy los comendadores de la orden de Montesa. Finalmente después de puesto asiento en las cosas del gobierno de la villa con su comarca, y su gente de guarnición, por si Zaen quisiese mover algo, y renovar la guerra, despidió por entonces el ejército: alabando mucho a todos los soldados, y prometiéndoles que en la presa de la ciudad, para la cual los emplazaba, tendría muy grande cuenta con ellos, y con los buenos servicios que de ellos había recibido. Con esto cada uno se fue a sus tierras, y también al Rey por negocios urgentes le era forzado dar vuelta por Aragón. Para esto dejó a don Blasco, y a don Ximen de Urrea para solos dos meses con gente de guarnición en guarda de Burriana, hasta que don Pedro Cornel, a quien había nombrado por gobernador de ella, y de su comarca viniese de Aragón. No quiso el Rey desamparar esta plaza que tanto le costaba, por mucho que el Obispo de Lerida, y don Guillen Cervera monje de Poblete, que allí se hallaron, se lo porfiaron en presencia de Pero Sanz, y Bernaldo Rabaça, que servían de secretarios y eran de los prudentes hombres que el Rey tenía en su consejo. Satisfizo el Rey a la porfía con muchas razones en contrario, concluyendo que con el mismo ánimo y fuerzas que había ganado a Burriana la había de conservar: por lo mucho que estimaba la comodidad y oportunidad del lugar, para proseguir desde allí la guerra y conquista comenzada.


Capítulo XIX. Como el Rey fue a Teruel, y entendido que Peñíscola se le entregaba, fue allá y se apoderó de ella, y de las tierras, que ganaron los Comendadores y don Ximen de Vrrea.

Presa Burriana, y dejada gente de guarnición en ella, se partió el Rey para Tortosa, y de allí dio vuelta para Teruel donde hizo gracias a los Ciudadanos y hidalgos por el buen servicio que en esta guerra le habían hecho, y que se acordaría del. En tanto que atendía en asentar algunos negocios del reyno que allí acudieron, le vino aviso de Burriana, de don Ximen de Vrrea como había convidado a los de Peñíscola se diesen con las condiciones y partido que quisiesen, a su Real persona, que serían bien recibidos, donde no, que les denunciaba crudelísima guerra. Y que habían respondido que si el Rey viniese en persona a ellos se le rendirían a toda merced suya, porque sabían la benignidad y amor con que recibía a los que libremente se le entregaban, más que por conciertos. Como entendió esto el Rey, luego tomó siete de a caballo de los principales que le seguían, con los de su guarda y bagaje ordinario, y se fue para Peñíscola por el mismo camino que fue antes para Ares y Morella, y llegando bien adelante, tomó a mano derecha, con tanta prisa que a tercero día que partió de Teruel al anochecer, llegó a las puertas de Peñíscola. Como se certificó de los ánimos y determinación del pueblo, por que no pareciese que era cautelosa su entrada, mandó poner las tiendas en el campo, y quiso dormir allí aquella noche. Al cual salieron los principales de la villa, y le besaron la mano, y le proveyeron de vituallas y ropa para su persona y los demás, con grande solicitud y afición. El día siguiente salieron el Alcayde y oficiales reales con todo el pueblo, y dadas las llaves recibieron al Rey con gran triunfo, y como a su verdadero señor se entregaron la fortaleza. El cual les ofreció todo buen tratamiento, y concedió cuanto le pidieron. En este medio los Vicarios del Temple y del Ospital con sus Comendadores y gente de guerra, partieron de Tortosa hasta donde habían poco antes acompañado al Rey, y dando vuelta por el reyno, fueron a Xivert y Cervera villas de Moros no lejos de Peñíscola, y pusieron cerco sobre ellas. Por cuanto mucho antes por los Reyes don Alonso y don Pedro abuelo y padre del Rey, fue hecha merced dellas a sus órdenes, para siempre que el Reyno se conquistase por ellos, o por sus sucesores. Como los pueblos vieron la gente de guerra, y el aparato que había sobre ellos para combatirlos, se dieron luego con las fortalezas, y quedaron para siempre sujetos a las dos órdenes. Por el mismo tiempo volviendo el Rey de Peñíscola para Burriana, tomó de paso a los Polpis, pueblo señalado, pero apenas hay agora vestigio del: donde le alcanzó el ejército que volvió de Teruel y de otros pueblos comarcanos, y hizo capitán del a don Ximen de Urrea, el cual tomó todos los pueblos de aquella comarca que agora llaman el Maestrado, hasta Burriana, por fuerza o a partido. Tomó entre otros a Castellón de Burriana, que agora llaman de la plana: y es el más principal pueblo de toda ella, así en su asiento llano y vega fertilísima y muy extendida, como en grandeza de sitio y bien labrados edificios, y que son gente de lustre y belicosa. Tomada esta plaza volvió sobre Burriol, las Cuevas, y Vilafanes, que entonces eran pueblos cercados, y se le entregaron: de Cabanes que agora es pueblo insigne por las ferias que allí se tienen, como de moderno, no hace memoria del la historia. Finalmente tomó Alcalá de Xivert que era el más fuerte, y como amparo de toda aquella comarca, a causa de su fortaleza, que estaba con guarda y muy provista de todas armas. Cuyo Alcayde, y los del pueblo (puelo) como entendieron que todos los pueblos comarcanos se habían rendido, se dieron sin más resistencia. Desta fortaleza como cosa de confianza hizo merced el Rey de su tenencia y derechos al mismo capitán don Ximen de Vrrea, para él y a sus descendientes perpetuamente. Allegó el Rey a Burriana antes de cumplirse los dos meses que había tomado de plazo hasta la venida de don Pedro Cornel, a quien había dado el gobierno de Burriana, y quedose allí hasta que llegase.


Capítulo XX. Como el Rey yendo a caça de grullas le dieron tan grandes graznidos que tomó ocasión dello, para proseguir la guerra contra los Moros en la ribera de Xucar. Y del río de los ojos y otras cosas.

En este medio que se aguardaba la venida de don Pedro Cornel, el Rey por su recreación se dio a montería, principalmente de jabalíes, que los hay por los pantanos de Burriana (que allí dicen Almarjales) junto a la marina, en abundancia y grandísimos: y a vuelta dellos también a caza de grullas. Las cuales como se levantaron y pusieron en su orden triangular pareciéronle al Rey dignas de ser admiradas y contempladas por la gente de guerra. Pero siguiéndolas, como en llegar el Rey junto a ellas diesen tan excesivos graznidos por el aire, cuales nunca antes sintieron los que seguían la caza: el Rey que más atentamente consideraba el graznar (graznear) dellas, vino a persuadirse, que le amonestaban, como al buen capitá le estaría mejor en tierra de enemigos turbar el orden de ellos, que no de ellas. Y así, propuso luego de ir a dar una refriega por toda aquella tierra que está de la otra parte de la ciudad ribera del río Júcar (Xucar), por atemorizar a Zaen, talando los campos y saqueando los lugares. Para esto juntó su ejército que estaba alojado por los pueblos comarcanos: y escogió solos treinta de a caballo con ciento y cincuenta Almugauares y más setecientos infantes, todos a una gente muy lucida: y puesto en orden su bagaje, pasada la media noche comenzó a marchar con ellos: pero no pudo ir tan secreto, que al pasar por junto la villa de Almenara no fuese descubierto por las guardas. Los cuales viendo que andaba gente nueva por la tierra, luego desde su castillo y fortaleza que está en un monte alto dieron señal y aviso con fuegos a los de Muruiedro a una legua de ella, y de allí por las atalayas dispuestas en cada pueblo hicieron también sus señales y fuegos a Puçol y a Valencia. De manera que hasta los del río Xucar, y por toda su ribera voló la fama, en menos de vn hora, que entraban enemigos por la tierra. Mas aunque sintió el Rey era ya descubierto, no por ello (como dice la historia) dejó de continuar su viaje, antes mandó que el bagaje pasase a delante. Y así a paso tirado llegaron a Paterna y Manizes dos buenos lugares y muy nombrados, por la obra y vajilla de barro maravillosa que allí se hace, los cuales están a una legua de la ciudad. Apenas pues fue de día, cuando ya el Rey tuvo el ejército dessotra parte del río de Valencia, pasando los de a caballo por la parte que se podía vadear: y los de a pie hecho un escuadrón, por la puente de Quarte, que estaba más abajo hacia la ciudad. De allí fueron por la torre de Espioca: de donde se adelantaron doscientos soldados con el bagaje la vuelta de un pueblo llamado Alcocer, rico y muy abundante de arroz y seda y otros frutos junto a Xucar. Siguiendo el mismo camino el Rey llegó a un pueblo llamado Maçalabès, también de muy fértil tierra y abundosa de lo mismo, y es una de las baronías del reyno. La cual poseen los de la familia y linaje de los Milanes, descendientes de aquellos antiguos dos hermanos Ramon y Vguet del Milan, que dieron origen y principio a esta familia en este reyno (cuya principal cabeza son los Illustres Condes de Albayda) porque sirvieron estos hermanos al Rey caballerosamente en la conquista con sus personas y haciendas, como se muestra por haber sido nombrados, y heredados entre aquellos, en quien el Rey ganada la ciudad de Játiva (Xatiua), mandó hacer repartimiento de las heredades y tantos Reales para cada uno de los que en esta jornada le siguieron. Y es cierto que a este repartimiento no fueron acogidos ínfimos, o simples soldados, sino caballeros y gente señalada, como capitanes y criados del Rey, o caballeros aventureros que a su propia costa le seguían en la guerra: como se declara por un libro intitulado Memoria de los repartimientos: el cual está en el Archivo de la mesma ciudad de Xatiua muy bien autenticado, y los susodichos Ramon y Vguet del Milan, en él contenidos. Hízose este libro, o Aranzel de los repartimientos en el año del señor MCCXLVII. Siendo el Rey de edad de XXXVIII años. Está pues este pueblo asentado a la ribera del río que llaman de los Ojos, dicho así, porque poco más arriba de él nascen en tierra llana muchas fuentes como ojos de agua que hechos muy grandes arroyos, luego se recogen en una canal, y hacen este río formado: y hay opinión que nacen de otras tantas aguas que pocas leguas más arriba se hunden bajo tierra. Otros dicen que son brazos secretos del río Xucar que pasa muy cerca, porque le vehen crecer cuando crece Xucar, mas no es por eso, sino que creciendo el Xucar impide la entrada al de los Ojos, que va a dar en él, y le hace regolfar en tanta manera, que viene su agua a salir de madre, y extenderse por los campos para dejarlos bien (pa dexar los bié) fertilizados. Tiene otra propiedad este río a causa de tantos ojos, que no solo donde nace, pero también hay de ellos río abajo: porque acaesce que si una res cae (cahe) en él, y cualquier otra cosa grande, se hunde que nunca más parece, y así es muy peligroso su paso.


Capítulo XXI. De la acequia Real que mandó el Rey sacar del Xucar en el territorio de Alzira, de su admirable
architectura y provecho, y de los muchos lugares que se han fundado por ocasión de ella.

Como llegase el Rey a vista de Alzira, y desde un alto contemplase toda aquella tierra de la otra parte del Xucar, tan hermosa y bien cultivada, tan llena y fértil de árboles, y variedad de mieses, a causa del riego que el mismo río hacía por toda ella: y viese que la tierra que desotra parte del río pisaba, era tan llana y aparejada para producir tantos y tan diversos géneros de frutos y mieses como la otra, si fuese igualmente cultivada, y ayudada con el riego del mismo río: considerando también que este era grande y caudaloso, que podría así bien dar razón a las dos partes, sin mucha disminución suya: consultó sobre ello con sus ingenieros y expertos. Los cuales tanteada la tierra, y pesada el agua, hallaron podía muy bien sacarse del mismo río una muy grande acequia, para regar con ella mayor cantidad de tierra desta, que de la otra parte del río: y dado que había algunas notables y bien costosas dificultades para traer la acequia, resolvieron, que no faltaría ingenio ni industria para vencerlas, y salir con la empresa. Con esto propuso el Rey en su ánimo siempre que fuese señor de la villa de Alzira, poner en ejecución esta obra. Mas aunque el Rey no mandó poner luego mano en ella, hasta después de tomada Alzira: todavía pues hallamos ya hecha la acequia, y con tanto ingenio acabada, la describiremos en este lugar de la historia. Mandó pues el Rey en siendo señor de Alzira, sacar esta tan principal acequia (que por eso llamaron del Rey) del río Xucar, y para llevarla se cavó una madre o canal tan profunda y ancha, que casi cabe y se va por ella la tercera parte del río: tomando el agua desde un pueblo que llaman Antella, que está junto a él, tres leguas más arriba de Alzira: cuya canal abraza dentro de si el término y territorio desotra parte, a modo de una media luna, conforme al término que está de la otra parte regado con otra acequia antigua, aunque no tan grande, sacada del mismo río. Pero lo que más hay que notar en la del Rey es, que no fue parte para impedir la obra, la extraña dificultad que se hallaba para dar al agua su corriente: porque se le oponía de travieso, un gran torrente, o río que hoy llaman de Algemesi, lugar antiguamente pequeño, y agora es villa grande y de las más ricas del reyno, por la comodidad del acequia: cuyos márgenes son tan altos, y el agua va tan profunda dentro dellos, que no se podía pasar ni atravesar con arcos, o conductos por encima del torrente, ni lo sufría el peso del agua: sino que con admirable arte de los ingenieros se venció la dificultad de naturaleza, desta manera. Que antes de llegar la acequia al barranco, o torrente, abrieron la tierra, y por debajo de ella a picos, o como mejor pudieron, hicieron una canal, o madre de más de cuarenta pasos de largo, con tan firmes y bien argamasadas paredes y con su encaramada bóveda por do encaminaron el agua hasta que volviese a descubrirse, y pasar adelante y esto con tan firme y permanecedera obra, que de cuatro cientos años, o poco menos a esta parte, ni jamás se ha cegado, ni por muchas crecientes y avenidas del torrente que por encima han pasado, se ha sumido el agua sobre ella, ni el curso de la acequia poco ni mucho impedido: antes con su próspera y continua corriente, riega y fertiliza el término de más de XX lugares, que por la comodidad de la acequia, como está dicho, se han fundado después acá por los contornos de ella. Y así comenzando a cultivar y regar aquel territorio, se descubrió tanta fertilidad y abundancia en todo género de mieses y frutos, que no solo se iguala con las demás tierras del Reyno, pero en arroz y seda se aventaja a todas. Porque es tanto el provecho que destas dos mercaderías de allí se saca, que por ellas realmente vienen a ser estos lugares los más ricos y prósperos de todo el Reyno.

Capítulo XXII. Como los soldados del bagaje saquearon a Alcocer, y con otras cabalgadas que el Rey hizo, se volvió a Burriana, y como se le rindió Almenara.

Llegado pues el Rey al río de los Ojos, y hecho alto en Maçalaues la gente y soldados que iban primeros con el bagaje se metieron a saquear el primer pueblo grande que les vino delante que fue Alcocer, junto, y desta parte del Xucar, y hecha la presa se volvieron al bagaje y retiraron hacia donde estaba el Rey. En el mismo tiempo los de a caballo que se habían echado a la mano izquierda hacia la marina, y habían robado los lugares de aquella partida que eran aldeas de Alzira, se volvían al Rey con la presa delante: el cual se detuvo en Albalate de Pardinas, pueblo que está junto al río, hasta que toda su gente que se había esparcido a robar se recogiese, y en fin con sesenta Moros que vinieron a su parte se contentó, y volvió por el mismo camino, pasando el río de Valencia por la misma puente de Quarte sin hallar ningún estorbo, ni muestra de enemigos, hasta Burriana, donde celebró la fiesta de la natividad del señor con mucha solemnidad. Este mismo día don Pedro Cornel entró allí, con una buena banda de caballos, y el Rey le dio la gobernación y tenencia de Burriana, con toda su comarca: y demás de la gente de a caballo, le añadió seiscientos infantes para que hiciese sus cabalgadas contra Onda, Nules, el val de Uxò, y Almenara, talando campos y haciendo presas, conque mantuviese su gente, y amedrentase los Moros de la tierra. A esta sazón un escudero antiguo de don Pedro llamado Miguel Perez, a quien había enviado antes con su recámara a Burriana, y tenía amistad con algunos vecinos de la villa de Almaçora pueblo pequeño, pero fuerte, y una legua de Burriana, le dijeron que para cierta noche enviase el gobernador algunos pocos soldados, que les darían entrada en la villa por aquella parte del muro donde verían un faron encendido, y que los repartirían en tres torres, para que sobreviniendo el ejército se apoderase de la villa: porque así era la voluntad de los más. Siendo dello contento, y muy alegre Miguel Pérez: y prometiéndoles sería la villa muy bien tratada, y ellos bien galardonados del Rey, relató al gobernador su señor lo que de los de Almaçora había entendido, y hecho trato con ellos: llevó el gobernador a su escudero ante el Rey, y como supo del trato lo aprobó. Y luego mandó poner en celada cerca de la villa un escuadrón de hasta quinientos soldados de a pie y treinta de a caballo. Destos envió veinte con otros tantos de a pie a las ancas de los caballos, con la gente que llevaba las escalas, y otros instrumentos de guerra, guiados por Miguel Pérez. Acudiendo pues a la segunda vela y hora del concierto, y descubierto el faron, pusieron las escalas al muro, y subiendo cinco dellos, hallaron a los del concierto que les ayudaron a subir, y entrar en la villa: y los llevaron a una casa, donde acudieron muchos del pueblo, y sin decirles nada los ataron y pusieron en una mazmorra los dos dellos: pero los tres últimos viendo la traición, escapándoseles de entre las manos, se acogieron a una torre del muro, y haciéndose allí fuertes, dieron grandes voces, llamando traición: oyendo esto los que estaban en celada acudieron de presto y hallando las escalas puestas subieron el muro, y echadas del abajo las guardas, se metieron por las casas y calles, y librados los presos, antes que amaneciese fue la villa ganada, y saqueada, y muertos o huidos los vecinos de ella. Desta manera se ganó Almaçora sin pérdida de ningún Cristiano. Entró luego en ella el Rey y reconociéndola toda puso gente de guarnición, y la incorporó (encorporola) en la tenencia de don Pedro, y pues los Moros se habían ido, por ser pequeña y fuerte, mandó se poblase de Cristianos, a los cuales repartió las casas campos y heredades, que fueron soldados viejos ya cansados de seguir la guerra: de allí se volvió a Burriana. La cual siempre mandaba fortificar y poner en defensa, para de allí continuar la conquista. Luego salió a dar una vista por todas aquellas villas y lugares de la comarca que ya se habían ganado de los Moros, y en esto se detuvo otros dos meses para más animar al gobernador, y gente de guarnición con su presencia.


Capítulo XXIII. Como llevando el Rey consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea se fue para la villa de Montalbán, cuyo asiento se describe, con los admirables efectos y causas de su frescura.

Asentado ya lo del gobierno y tenencia de Burriana, y puesto don Pedro Cornel en la presidencia de ella, partió el Rey para Aragón los últimos de Mayo, llevando consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea, que de fatigados de residir tanto tiempo en Borriana tierra baja y calurosa, deseaban subir a la sierra para pasar el verano en tierra fresca. Y porque lo mismo deseaba el Rey, y la guerra daba lugar a ello por entonces, fue le dicho como ningún pueblo de todo Aragón era más fresco, ni regalado de verano que la villa de Montalbán, donde estaba la encomienda mayor del orden de Sanctiago en el reyno de Aragón, a medio camino de Teruel y Alcañiz, y a jornada y media de Zaragoza. Luego se partió el Rey para ella, y llegado a la gran sierra que llaman del Buytre, recreose mucho con tan larga y extendida vista de tierras que de ella se descubren y montes a más de veinte leguas. De allí descendió en unos muy profundos valles, donde está metido Montalbán al pie de un monte alto y blanco en medio de un muy ancho valle puesto, por donde pasa un río que llaman Martín, que más adelante es grande y caudaloso. Descubriose pues el valle rodeado de montes altísimos, y aunque muy blancos: nace con todo esto de las entrañas dellos aquella piedra negra que en Latín llaman Gagates, y en Romance Azabaje: de la cual, parece cosa increíble, ver las imágenes (imagines) y figuras lucientes (luzientes) de bulto que los artífices de aquel pueblo dolan y acaban con tanta perfección (perficion), que como mercadería de valor la remiten con mucha ganancia a diversas partes del mundo. También se descubrió la grande espesura de viñas que hay por los montes que están juntos a la villa. Los cuales puesto que son poco dispuestos para dar pan y otras mieses, por estar muy inhiestos: están, como dicho es, tan llenos de viñas y con sus pámpanos hacen tan alegre vista de lejos, que no parecen otro que las guirnaldas de Baco (Bacho). Y es así que el vino que sale de ellas es mucho y muy bueno, con una propiedad natural de templanza, que por muy largo que del se beba alegrará bien, pero no desatinará al que le bebiere. La causa que para esto dan son las cuevas, o bodegas que hay en cada casa de la villa, profundísimas a pico hechas, y fresquísimas (frigidissimas) de verano: porque a causa del gran calor del sol que reverbera por aquel valle, y es muy caluroso, el frío se recoge a lo íntimo de ellas, y como se experimenta por los agujeros, o respiraderos que dellas salen a las calles, echan soplos de viento frigidissimo, quando el sol más hierve: llega esto a tanto que como los que de presto se echan en el río, se espeluznan de frío, así los que pasan por delante aquellos respiraderos se alteran de tan frío aire como sale dellos. Con esto las calles y casas están de aire, que se goza en ellas del más suave fresco que se puede desear por aquellos tres meses de verano. De manera que el vino y agua salen de las cavas tan fríos, que bebidos, casi igualan con la nieve. Y esta es la causa porque bebiendo mucho no se turba el juicio del bebiente: por lo que el frío comprime los vapores en el estómago, y no los deja subir ardientes, sino templados al celebro. De aquí se entiende claramente, como está dicho, que para gozar de todo regalo en el tiempo del gran calor, no hay otro asiento de pueblo más saludable, ni más regalado que Montalbán en España: pues allende del beber fresco, y de bueno, también es en el comer regaladísimo y muy provisto (proveydo) de excelentísimo pan, carnes, y cazas. Demás de ser pueblo regocijado y de gente llana y conversable.


Capítulo XXIV. Del contento que el Rey tuvo en Montalbán, y de las mercedes que hizo a don Blasco, y de la plática que tuvo con don Ximen de Vrrea sobre las cosas de Mallorca.

Bien se le pareció al Rey quedar contento del asiento y templanza de la villa de Montalbán, junto con el regalo y servicios que los del pueblo le hicieron el tiempo que allí estuvo, pues como suelen los hombres de contentos dar en agradecidos, y hacer mercedes, se acordó en ella de los memorables servicios de don Blasco, así por la libre renunciación que le hizo de la villa de Morella, como por el buen consejo que le dio de comenzar la guerra por Burriana, que por haberle sucedido también las dos cosas, quiso hacerle mercedes. Y así le concedió, que de vida suya poseyese a Morella, y fuese señor de ella, reservando para si solamente la torre más alta y más fuerte del castillo, que llaman celoquia, que debe ser la del homenaje, y que presidiese como alcayde de ella el Capitán Fernando Díaz, o Ximeno Taraçona con gente de guarnición. Esta merced la tuvo don Blasco en tan grande estima y favor, que le besó las manos por ella: y dio su fé y palabra por si y por su hijo don Artal en presencia de don Ximen y los criados del Rey, que muerto él, se restituiría Morella a la casa Real sin contradicción alguna. También confirmó el Rey de nuevo en favor del mismo don Blasco, para él y a sus sucesores, la donación que le hizo antes del Condado de Sástago, y lugar de María. Aguardando pues el Rey que pasase el estío, y solazándose mucho con el buen fresco de la tierra, vino en buena conversación con don Ximen y don Blasco, a discurrir sobre las guerras pasadas, y prósperos successos dellas, hasta que llegaron a tratar de Mallorca, y del pacífico estado de que las dos Islas gozaban. Con cuyas conquistas, decía, que puesto que le habían costado trabajos, y sangre de amigos, pero que había con ellos ampliado y aprovechado mucho a sus reynos, no solo con la provisión de tantas y tan excelentes mercaderías como salían dellas: más aun por haber purgado todo aquel mar de los corsarios dellas, y de la de Berbería: concluyendo, que a no tener las Islas, fuera vana, y por demás la empresa de Valencia. Y que por esto tenía más cuidado que nunca del gobierno y conservación de ellas. A esto salió don Ximeno, que también había tenido cargos en aquella conquista, y sabía muy bien lo que pasaba por entonces sobre el gobierno y regimiento dellas, diciendo. Ciertamente, mi señor y Rey, puesto que no tengáis necesidad de consejo, porque os sobra para todos, que oiréis de mi, por vía de advertimiento, uno, aunque falto de prudencia, pero bien cumplido de fidelidad y es que tengo recelo no se pierdan muy presto esas Islas que tanto preciáis, por vuestra culpa. Porque todo cuanto pusistes de trabajo y diligencia en ganarlas, agora es mayor el descuido y negligencia que usáis en mantenerlas: por haberlas puesto en mano de don Pedro de Portugal, hombre (como todos sabemos) para defendellas, de los más inútiles y impertinentes del mundo. Como oyó esto el Rey con tanta verdad dicho, y que lo hablaba Vrrea con afición y buen celo, se le sonrió, mandando que no pasase adelante sobre ello: porque vería muy presto la enmienda de su yerno: pues ya don Pedro había salido de las Islas, y vuelto a Cataluña, y por la recompensa que le había dado de ciertas villas y castillos, le había vuelto a renunciar las Islas libremente con todos sus derechos y acciones. Finalmente como comenzó ya el tiempo a refrescar, hechas por el Rey gracias con algunas mercedes a los de Montalbán, por el buen servicio y hospedaje que le hicieron, se partió para Zaragoza, y de allí a Huesca.

Fin del libro nono.