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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro primero

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.



Capítulo primero. De las causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.

La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron, y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina, dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos en ellas.

resposta, oc o no, Catalunya, 1461, los deputats del General, Principat de Catalunya


Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor (del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos (alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla. Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado. Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo, que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima (según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares, si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego, o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides, sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina, pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De donde al tratar de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados, acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía, cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero. Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han revuelto en los tres reynos de la corona todo para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la mano del Rey a la de todos los demás:
por una principal razón que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido, mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron, porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su historia.

Capítulo II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con la hija del Rey de Castilla.

Don Alonso el segundo (comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de Cataluña (los cuales
dos estados comprenden gran parte de la España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda, por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió dar su hija por mujer al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España, entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.
Capítulo III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller por casar con ella.

A esta sazón el Emperador Manuel, sin tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón, encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes
trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque, que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados, y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia. Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora, viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con la Princesa su
huéspeda, y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho, después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.

Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su consejo.

Oída por el Senado de Mompeller la proposición hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público, platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda, lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas, junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada, hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos, o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno, ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás. Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla, por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan. Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo, e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio: así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo, será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada hazaña.


Capítulo V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se celebraron las bodas y parió una hija.

No se abrió la puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad, sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello, diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea, tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo la buena
fee y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes? Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto, aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio, pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla; adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados, y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron. Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.

Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.


Después de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen: siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana, siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a propósito de la misma historia.


Capítulo VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.

Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos) acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor, sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los Condados de Rosellón, y
Pallâs, los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el Condado de la Proença de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce, entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón, y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande triunfo de esta victoria para Zaragoza.
Capítulo VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde su primo se casaron hubieron sendos hijos.

Residiendo el Rey en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien, o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba
a la mano al Rey en las cosas del gobierno. Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey acometido de echar a su madre fuera de él (fuera del). Mas por quitarse de tan mala ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella, mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer, como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque fue desgraciado como se dirá adelante.


Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la sede Apostólica.

Viéndose el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden, como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de Ostia,
doce millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río Tiber arriba, fue honrosamente recebido de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el Senador con el pueblo Romano, y le entraron por la puente, que agora llaman de Sixto, en la ciudad, y fue llevado como en triumpho a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado. El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según el antiguo uso y cerimonia, recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y solennidad, acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este templo por Pedro Obispo y Cardenal de Portu, (de cuyo districto se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el sumptuosisimo y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero (cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo doscientos y cincuenta mahozemutos de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y valía cada mahozemuto seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (de a y) adelante pudiesen tomar la corona real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y exemptos los había hecho pecheros, según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista) Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices latinos.
Capítulo X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como fue allá.

Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no se
sufría tomar mujer sino de ygual sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas: puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más priesa a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los grandes, y los del consejo real, no diuertiesen al Rey de este casamiento. Por eso procuró con mucha arte y maña de atraerlos a todos a su parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron. Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón, para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos (por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto, no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija, por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de nuestro gran Rey don Iayme.
Capítulo XI. De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.

Conforman todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo, pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad, como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien, muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor, determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca, que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey, ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la
Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el concierto fuese para luego.


De manera que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala, fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella: no consintiendo la Reyna que otri que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó muy atento, hasta que vencido del sueño se adurmió, y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como adelante diremos.
Capítulo XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.

A esta sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en orden con todas sus gentes para la general defensa de España. Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del
bouage que era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado. De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los reynos
de Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro, aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el
viii, repartido entre los ejércitos de Aragón y Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.

Capítulo XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños misterios que en su bautismo acaecieron.

En este medio la Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era, para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los
Tornamiras, por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un infante muy formado y bellísimo, el primer día de Hebrero en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M. cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.

Cuando comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el cántico
Te Deum laudamus, a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel. Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles, en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas, con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase, como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno, estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto
pleyto contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá, fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años, tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos, aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo padre.
Capítulo XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor contra todos.

Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por suficientes causas que doña María antes que casase con él había consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos hijas de él y que siendo este mismo
vivo, sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado por nullo el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella. Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde, pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con un
rescripto, por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don
Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos. Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona, para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios, determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio sentencia, y declaró el Papa, que Guillen
pretenso hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo. Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó pacifica señora de todo su estado.

Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía que se levantó en la ciudad de Albi.

Al tiempo que esto pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía. Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey, que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde, porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge, por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna, renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S. Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de ella condenados a privación de sus estados y señoríos, aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.


Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató su real persona.

Crecía de cada día el rencor y enemistad que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos, como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba, que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella, se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.

Y así encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente. Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría y gloria de la victoria.

Fin del libro primero.

Continuar con el segundo libro

Libro segundo

LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

Capítulo I. Que muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del Conde Monfort.

Muerto el Rey los principales de su ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro, haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
Pues aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar (machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón. Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada, juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de los reynos.


Capítulo II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo embajada al Pontífice, y de su respuesta.

Como los del campo real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón y Cataluña, con poderes bastantísimos y particular orden, para que si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime: el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo, salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y tan
divisos entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen. Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor ab intestato. Pues la separación y divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde, temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho, y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no, la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente, le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos, que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede debemos.
Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo Pontífice consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa: y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les diese su bendición, y respuesta.

Capítulo III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller, fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al Príncipe don Iayme al Legado.

En este medio que fue la rota y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la iglesia, contra los herejes y
fautores de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun, y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi, y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto, luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó. Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe, que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer, hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos, entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del Principado de Cataluña, tierra
bien abastecida de todas cosas, y con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y asiento.

Capítulo IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

Pareció al Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas, señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes, el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de Tarragona, cercano (
propinquo) pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes bastantísimos se leyeron.
Solo faltaron don Sancho, y don Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta, alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la posesión de sus reynos.
De ay, considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir, determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente, que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió. Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la persona de Monredon (Monredó), a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando: porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.


Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


Por este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia, de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento, sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida, fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila, como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de Aragón y Cataluña, con el Principado de Mompeller, y los demás reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de Aragón, Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre, que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones, hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se volvió a Roma.

Capítulo VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


Como el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos, por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy disoluta. Demás que las
alcaualas y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda. Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios, tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos, poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir, determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron: así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel, y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas, por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en consejo y estado, viese también intencionados y determinados al servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa. Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida, lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda, salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín. Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el puerto de Salou un bajel (vaxel) bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse, comenzole mucho a animar y a consejar que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos, se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela, por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón pacífico posesor de todo el Condado.
Capítulo VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a pesar de la gente de don
Sancho, pasó a Huesca, y de allí a Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

Fue grande la alteración que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se señalaban contra
don Sancho por parte del Rey, ayudados por la mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron amparar
al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus enemigos, hasta ponerle
en salvo en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey, respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado. Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren hollaran de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí, y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con otros muchos caualleros del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían el bando del Rey: pero las más se tenían al
de don Sancho. Y como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad del Rey, para que gustase de ellos.


Capítulo VIII. Que el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

Andaban las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo, arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando. El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar, Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas llegaría a 800.ducados de renta
cada un año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500. ducados de renta, y no replicó más sobre ello. Porque se entienda la rica pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos su demanda, y a actió a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar, como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de una ley y peso. 

Montearagón
Castillo de Montearagón



Capítulo VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced para la redención de cautiuos Christianos.

Concluidas las cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
Augustin, con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían, no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero, quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la religión fuese proueydo del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de Barcelona, una Cruz de plata en campo roxo, que también es la insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia, vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se pasa enatahona y con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto. De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad, estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort, del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo, porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo Peñafort de la orden de Predicadores: porque también esta orden, con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el capítulo siguiente.

Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo en sus reinos y les edificó conventos.

Algunos años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores, Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos, y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto, y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia, soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos. Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo, dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia, y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el estudio y continua lección (licion) y predicación del santo Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu, con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera, porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica, y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas religiones de todas.


Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a ellos, y los apaciguó con su presencia.

Apenas eran pasados seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes, vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho, y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados, apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos, pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado, tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser menos amados que temidos.


Capítulo XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

Luego que el Rey acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra, fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo. El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu, dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y don Gil Atrosillo su hermano,
mandó ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo, y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo Catalán Limosin, que quiere decir honda, o ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere Tito livio) usó el cónsul Marco Regulo en África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los inficionaua y se morían: usó pues de este instrumento y machina, encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron, que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo, pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250 caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando el combate
por todas partes, mayormente por donde el trabuco disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia. Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.

Capítulo XIII. Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército sobre ellos.


Como don Rodrigo, que no estaba lejos del campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero. Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese, ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que más se señalaron en procurarla.
Por esta causa, habiendo mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras, pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar, pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro, profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca, ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y 800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba hacer por las ciudades arriba dichas.


Capítulo XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su gracia.

Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador, que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya, porque la población estaba tan hundida, que no había forma de poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa (defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las dos,
Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar, a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen: tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
tygres en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón, según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no solo de los designos del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona, y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
al ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos y leales caballeros en la defensa de su Rey.
Y luego don Pedro, puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo, también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia, porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor: teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

Fin del libro segundo.

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