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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro séptimo

Libro séptimo.

Capítulo primero. Como el Rey fue a poner cerco sobre la ciudad de Mallorca, cuyo asiento y postura se describen.

Reducida ya la Isla al bando y devoción del Rey, y puesta buena guarnición de gente en los puertos de mar, y otros lugares necesarios para la defensa y conservación de ella: convirtió luego el Rey todo su pensamiento y cuidado en la conquista de la ciudad, en la cual se resumían el poder y fuerzas de Retabohihe con todo el peso de la guerra. Partió pues de la Real, adonde poco antes hizo alto el ejército, y fuese derecho para la ciudad a poner cerco sobre ella. Mas para que mejor se entienda el apercibimiento que hizo para
cercalla, será bien hacer una breve descripción de su asiento y postura. Está la ciudad, que mira hacia el mediodía, puesta casi medio de la Isla: desta manera, que entre los dos ángulos, como dijimos, de la Palomera que mira a Septentrión, y el cabo de las Salinas, que mira a medio día, se abre en la mitad de la ladera, la tierra, y entra un gran seno de mar de XV millas de largo hacia lo mediterráneo de la Isla, por entre los dos cabos que llaman de Capblanc, y cabo de Calafiguera, que también distan entre si otras XV millas, el uno del otro. El cual seno llega hasta batir con la ciudad, y le sirve de puerto seguro de todos vientos, sino del Lebeche, que lo descubre del todo. Pero defiende de su fuerza e ímpetu con el Muelle grande que está hecho a manos y entra DC pasos dentro en la mar: con el cual: y el promontorio, o cabo de Portopi que le responde, no muy lejos hacia el poniente, se hace muy abrigado puerto contra todos vientos. Y se halla que por las muchas cosechas de la Isla, y mercadurías que entran y salen de la ciudad, suele siempre haber en él tan grande concurso de naves, que cuando solía estar el mar libre de corsarios, se veían (vian) en él, de LXXXX a C naves juntas. Es el asiento de la ciudad llano, con algún tanto de recuesto hacia la parte de la fortaleza, a donde después por mandado del Rey se edificó la iglesia mayor, y la casa obispal, con el paseo, o mirador, del cual se descubre tan larga y alegre vista por mar y por tierra, que es este el mejor asiento de toda la ciudad. Pasa por medio de ella un río que se hace del concurso de muchas fuentes que cerca de allí nacen, y aunque luego se mete en la mar, todavía aprovecha mucho para la salud y limpieza de las casas, llevándose todas las inmundicias de ella: pues para lo que toca al sustento de los hombres, y regar las huertas, y también para las comodidades del puerto, y aguada de las naves, se vale del arroyo que el capitán Infantillo quiso cegar (como está dicho) que pasa por la Real, y viene a dar en la ciudad. La cual es harto espaciosa dentro de la cerca: pues demás de los jardines y huertas que en si contiene, se hallan VII mil casas de población en ellas con tan buena traza y labor de edificios así grandes como pequeños: que en su tanto se puede comparar con cualquier otra de Europa. Y tanto más por estar agora por orden y mandado del invictísimo gran Rey Philippo II, cercada y fortalecida de inexpugnable muro, y bastiones (bestiones) hechos a toda prueba de artillería, el cual se abre por diez puertas: aunque en tiempo de la conquista no eran más de cinco, con sus torres de guarda fortificadas, con mucha munición de gente y armas, y tan puesta, como se verá, en defensa.



Capítulo II. Como el Rey puso el cerco sobre la ciudad y de las diversas máquinas que se armaron contra ella, y de la diligencia y obediencia de los soldados para con un religioso.


Llegado ya el Rey con todo el ejército a un tiro de ballesta de la ciudad enfrente de la puerta que llaman Pintada, y extendiéndose a una mano y otra a igual distancia de la ciudad, luego se plantaron las tiendas, y se asentó el Real, cercado de un bravo palenque con su foso y cestones por todas partes fortificado. Y lo primero que se determinó fue hacer reseña general de todo el campo, en el cual se hallaron hasta II mil caballos y XXX mil infantes. Porque con la gente que de nuevo pasaba de los dos reynos a la Isla, se acrecentaba el ejército de cada día, demás de los cautivos Cristianos. Lo segundo, que se comenzase a batir la ciudad con las máquinas y trabucos, así por mejor abrir el camino para los asaltos, como para con el continuo dispararlos, y llover noche y día piedras sobre ella, para más inquietar y atemorizar su gente. Por esto sacaron de las naves la materia e instrumentos para fabricarlas, de nuevo que estaban todas en piezas, y con grandísima diligencia y destreza armaron cuatro de ellas: sin la quinta que por si armaron los patrones y Pilotos, de las cinco naves, que el Conde Berenguer de la Proença había enviado al Rey su primo con mucha munición de gente y armas para esta jornada. Ya que él no pudo venir a ella en persona por no tener pacífico su estado, y temerse de alguna rebelión en volviendo las espaldas: la cual se siguió después, como adelante diremos. Estaban surgidas estas naves con la mayor parte de la flota en el puerto de Porraças dentro del gran seno de mar que, como dijimos, hace entrada hacia la ciudad, a la parte de Poniente. Y así con grandes barcos traían todos estos instrumentos a Portopi, donde también había algunas naves surgidas, para de allí suplir y proveer las necesidades del campo. Fue también por los de la guarda del Rey armada la gran machina que ya antes llamamos Foneuol, con mayor arte y grandeza que nunca, como se vio por los muchos y desmesurados tiros de piedras que noche y día echaba en lo alto, por que cayesen dentro en la ciudad, y que ninguno se tuviese por seguro dentro de ella, según la casa y techo sobre donde caía la piedra la hundía de alto
abaxo. De donde se tiene por muy cierto destas machinas antiguas, haber sido tan importantes y de tanta eficacia para derribar muros y casas dentro dellos, y también para amedrentar mucho más la gente que no menos fortalezas se tomaban con esta artillería hecha de madera y tierra, que se toman agora con la vaciada (vaziada) de metal: puesto que es esta más penetrante, y que como rayo imprime en lo más firme y macizo. También Gisberto Barberán capitán de las machinas, y un otro armaron otras dos como mantas que en Latín llaman testudines, encarándolas para el muro, porque apegadas a él podían muy bien agujerearlo. Acabadas estas machinas tuvieron grandísimo trabajo y peligro en el moverlas y pasarlas adelante, por lo bien que los de la ciudad desde el muro se encaraban con las saetas contra los que las movían y andaban en torno. Pero fue tanto el valor destos con ir bien adargados y tanto el daño que hacían en los del muro los que iban secretos dentro de las máquinas, que los asaetaban uno a uno, que poco a poco llegaron a juntarlas con el foso. Con esto ganó el ejército todo aquel espacio de tierra que dejaban atrás las máquinas: y pasaron adelante las trincheras, para que más se allegase a la ciudad todo el campo. Así mismo acabó su máquina el Conde de Ampurias: pero sobre todas fue la que el Rey mandó hacer como suya: la cual porque en grandeza y fortificación se aventajaba a todas las demás, la contrapusieron a lo más fortificado de la ciudad. Lo que se acabó con ellas, y su continua batería fue, que demás de no quedar casa en toda la ciudad que no fuese casi desmantelada, ni persona que no temblase de temor por tan grandes y tan continuas piedras como sobre ellos caían: pudo el ejército más a su salvo hacer espaldas a las máquinas y fortalecer mucho más su Real de muy buena estacada de cestones y terraplenes (terraplanos) para estar tan al seguro como dentro de una ciudad murada. Lo que fue muy necesario hacer, a causa de que (según el Rey cuenta) quedaron algunos soldados de los que se hallaron en la rota del Vizconde, tan atemorizados de los Moros, temiéndose de algunas emboscadas de los de la ciudad: que las noches secretamente se salían del campo, y acobardados se iban a dormir y estar en centinela en los montes más enriscados y cercanos. Y aun de los marineros no quedaba hombre que por este recelo no se fuese a dormir a las naves que estaban en Portopi. Lo cual se remedió luego con el bando que el Rey mandó echar contra los tales, castigando muy bien a los que de nuevo se salían del campo. Y así fue cosa admirable ver la diligencia y competencia con que los soldados se aplicaban al trabajo y fortificación del Real, y la afición y asistencia de los señores, barones, y capitanes hasta verla acabada: pero sobre todo la continua vigilancia y presencia del Rey a cuanto se hacía. Aunque (según él mismo refiere) fue muy más ardiente para encender los ánimos de todos, la eficacísima exhortación de un religiosísimo y elocuentísimo varón llamado fray Miguel, primer lector nombrado en la religión y orden de los Predicadores. El cual tomó el hábito en Tortosa por manos de santo Domingo: y después fundó el insigne monasterio de su orden en la ciudad de Valencia. Este con la virtud y predicación de la palabra de Dios, y su gran ejemplo de vida aprovechó tanto en esta jornada y conquista, y para con los soldados ganó tanta opinión y crédito, que no solo con su presencia y autoridad los movía, pero con su superioridad como a religiosos los gobernaba y mandaba, porque muchas veces no pudiendo los capitanes a voces y amenazas, ni el mismo Rey con su presencia y ruegos, moverlos para los asaltos, y otros acometimientos, en acudiendo fray Miguel, con su exhortación, sin más réplica los incitaba y se disponían para acometer cualquier hecho por arduo y muy peligroso que se ofreciese. Para que se entienda claramente, que el omnipotente Dios era el que guiaba esta empresa, y que por su palabra y ministros se acababa, lo que con humanas fuerzas no podía.


Capítulo III. De la grande batería que se dio a la ciudad con las máquinas, y de las minas y contraminas, y escaramuzas y arremetidas que los Moros hacían.
Puestas ya por orden las máquinas y proveídas de infinidad de piedras para continuar su ejercicio, començose a batir la ciudad con tanta furia y espesura de tiros, que la pusieron en toda confusión y temor: porque no había casa, calle, ni plaza segura donde no cayesen como lluvia del cielo las piedras que se tiraban. Por donde viendo los de la ciudad tan irreparable daño, y que venía todo de las máquinas, comenzaron a salir a escaramuzar por divertir del combate a los Cristianos, haciendo sus arremetidas, aunque en vano, contra las machinas, por haber gran cuerpo de guardia puesto en defensa dellas. En este medio viendo el Rey muy puestos los Moros en dar contra las machinas, sin que se temiesen de ningún otro daño, determinó secretamente hacer una mina que llegase a desquiciar los fundamentos de cierta torre, de donde los nuestros recibían daño en las baterías. Y vino a que ya la mina por su parte y las machina por otra, llegaron muy junto a ella, que estaba muy fortificada de gente y armas. Con todo eso llegada la mina, comenzose a dar fuego de alquitrán en los fundamentos, y como había en ellos mezclada paja con lodo, se apegó de manera que hizo sentimiento la torre y mostró que se abría. A la misma sazón otras tres torres batidas de las machinas se iban cayendo. Pero lo que impedía a los nuestros para no dar luego el asalto con la ocasión de las torres caydas, era el foso ancho y hondo que cercaba el muro, puesto que estaba sin agua, y no impedía a las minas. Por donde con la industria de dos soldados de Lerida, hinchieron de presto de tierra, leños y faxina la cava en los puestos más convenientes para dar el asalto enfrente de las torres medio caidas, hasta que se igualase con el suelo de arriba, y quedase paso hecho para la arremetida. Lo cual visto por los de la ciudad, y descubierto el fin a do tiraba, hicieron con mucha diligencia sus contra minas al foso hasta llegar a la fajina, a la cual pusieron fuego, y se quemara toda, sino que acudieron los nuestros, y con el agua del arroyo que venía a la ciudad, y pasaba por allí junto, lo apagaron con diligencia y doblaron la fajina con grandes piedras y tierra: y con encarar las machinas sus tiros a los del muro, porque no impidiesen la obra a los de fuera, y así el foso fue cegado, y quedó hecho paso llano para el asalto. De suerte que como a los de la ciudad les salía todo al revés, determinaron de hacer otras contraminas para llegar a poner fuego por debajo de las machinas. Y para que esto lo hiciesen más a su salvo y que no fuesen sentidos, disimuladamente hacían sus algaradas contra las mismas machinas, peleando tan valerosamente y con tan gran tropel de gente de a caballo, que casi las tenían ya rendidas. Pero sobrevino de refresco el Rey delante de todos, y pelearon de manera, que se cobró lo que se había perdido, y dio tal apretón a los Moros, que fueron forzados a retirarse para la ciudad con gran pérdida de gente, muriendo los más a la entrada de ella, por la espesura de piedras que la machina mayor encarada a la entrada les tiraba.




Capítulo IV. Como por las razones que propusieron los suyos al Rey de Mallorca, trató de partidos con el Rey.
Visto por los capitanes y principales de la ciudad la ruina manifiesta de las torres y muralla, y que estaba toda quebrantada de los continuos tiros de las machinas, y en algunas partes agujereada, y que ni por las escaramuzas, ni por el continuo tirar de sus contramachinas, habían perdido los Cristianos palmo de tierra de lo ganado: demás que fuera de la ciudad ya no había en toda la Isla cosa que no estuviese por ellos: de común voto, se fueron para su Rey, a quien el más anciano capitán de todos habló de esta suerte. Justo es, Rey y señor nuestro, que sepáis en cuan grande peligro está vuestra ciudad y todos nosotros con ella, cuan en víspera de ser entrada y destruyda: así por estar casi por tierra la muralla como por tener ya cegado el foso, y hecho paso llano para el asalto de los enemigos. Los cuales están contra nosotros tan indignados, que si a sus manos venimos, no solo no nos tomarán a merced, pero es cierto lo llevarán todo a fuego y a sangre, como nos han sobre ello muchas vezes amenazado. De los cuales se puede bien creer tienen sobrado poder y fuerzas para cumplirlo: pues vemos que de cuantas escaramuzas y batallas hemos tenido con ellos, a una que hemos vencido, nos han ganado ciento, hasta que como carneros nos han del todo acorralado. De manera que ninguna esperanza de reparo nos queda: ni para huir por tierra, pues están ya por los enemigos tomados los pasos: ni para escapar por mar, pues no hay en toda la Isla puerto que no esté por ellos: ni hay para que esperar el socorro de Túnez, pues cuando no pudiéramos valer del no vino ni venga agora, sino para dar en mano de los Cristianos. Si confiamos en la Isla, demás de no ser ya nuestra, y que del todo se ha rendido al enemigo, en cuanto puede le sirve contra nosotros. Pues si esperanza alguna tenemos en el capitán Infantillo, no vimos ya su cabeza cortada de sus miembros y a nuestros pies derribada? Tampoco hay que confiar del Rey enemigo, que desistirá de la empresa. Porque siendo mozo y valiente como es, y codicioso de gloria, desengañaos señor, que no dejará de acabar lo que con tanta prosperidad ha comenzado: y que no parará hasta degollarnos a todos, y poner fuego a la ciudad, por vengar los principales de su ejército, que murieron a nuestras manos para que sojuzgada la ciudad y Isla, se haga señor de todo. Por estas y muchas otras causas que callamos, nos parece que conviene, o que ofrezcamos al Rey Cristiano nuestros partidos de paz, o que tomemos los que nos diere: que sin duda los dará tolerables, por ser hombre piadoso y justo, y muy obediente a su ley: la cual manda perdonar a los humildes, y no permite sean perseguidos por armas, sino los soberbios y rebeldes, y así a cualquier partido que pidamos nos acogerá. Lo cual oído por Retabohihe, conoció ser manifiesta verdad, lo que por los suyos se le representaba, y respondió que estaría a todo lo que los de su consejo sobre esto determinasen.


Capítulo V. De las treguas que pidió Retabohihe para tratar concierto de paz, y como fue don Nuño a la ciudad, y de los diversos partidos que le ofrecieron.


Entró Retabohihe en consejo con los suyos y con acuerdo de todos determinó de enviar sus embajadores al Rey, rogándole que, otorgadas treguas por tres días, le enviase algunas personas de confianza con quien seguramente pudiese tratar de concierto entre los dos. Con esta embajada fueron algunos principales Moros de la ciudad, a los cuales recibió el Rey con mucha benignidad, y entendida la embajada, mandó luego otorgar las treguas, y que fuese don Nuño con diez de a caballo a la ciudad, llevando, consigo un hebreo Zaragozano llamado Bachiel por faraute, que
entendía la lengua arábiga (
Arauiga). Y como entró en la ciudad, hallola que estaba muy puesta en orden, y a punto de guerra, cada uno con sus armas y caballo, y cómo lo mandó Retabohihe, fue don Nuño llevado por toda ella, para que viese y hiziesse relació al Rey, del aparato de guerra, y tan luzida gente como para su defensa tenía (sudefentenia). Hecho por don Nuño el paseo, le entraron en el palacio Real, que estaba riquísimamente adornado de paños de oro y seda, con muchos pajes y eunucos (eunuchos) ataviados de lo mesmo, y el Rey puesto en una bellissima cuadra echado sobre una cama tendida en tierra, cubierta de raso azul sembrado de estrellas de oro, y hecho su acatamiento, don Nuño como llamado, esperó que le hablasen primero: y así comenzó la plática Retabehihe. Mas aunque estuvieron hablando grande rato, o porque disimulase el Rey, o por falta del faraute Bachiel que no entendía bien la lengua Arauiga de Mallorca, no se pudo collegir ninguna cosa cierta de su plática, sino todo oscuro, y dudoso. Desta manera pasaron tantas horas, que viendo el Rey lo mucho que don Nuño se detenía, envió allá a don Pedro Cornel, a quien entrado en la ciudad vino al delante un Gil de Alagó Aragones, el cual en días pasados navegando por aquel mar, fue cautivado por los corsarios Mallorquines, y presentado a Retabohihe, y por su desgracia había renegado la fé de Christo. Este comprendiendo mejor la intención de su Rey, claramente dixo a Cornel, lo que en suma significaban las palabras de Retabohihe. Que recompensaría al Rey todos los gastos por él, y por los grandes, y barones de sus reinos en esta jornada y empresa hechos: con tal que el Rey con todo su ejército saliese luego de la Isla, y se volviese a Barcelona. Como Cornel (dejando allí a don Nuño) volviese al Real con esta respuesta: mandó el Rey se le respondiese, que dejase de hablar cosas tan fuera de propósito, y con tan vanos, y impertinentes medios excusarse de entregarle libremente la ciudad, con su persona: o pensar en como se habían de defender de él, él y los suyos: que por eso había ganado toda la Isla, y puesto cerco a su ciudad por tierra: para cogerla de paso, y llevarse a él y a ella por mar a Barcelona. Dado este recaudo por respuesta y última resolución a Retabohihe, como descubriese por ella la determinación, y gran valor del Rey, propuso en su ánimo de hacer una cosa bien nueva, pensando atraer de esta manera al Rey a su propósito. Y fue que el día siguiente salió con grande majestad y Corte de la ciudad por la puerta Pintada que estaba enfrente de las tiendas del Rey, y a vista de todo el ejército, hizo plantar en medio del campo
una riquísima y muy grande tienda de paño de fina grana, con sus entornos y divisas (
deuisas) de oro y plata, y su guarnición y cubierta de brocado tan hermosa y bien compuesta, que en verla luego se enamoraron de ella los soldados. Entrado pues Retabohihe con ella, mandó llamar a don Nuño pa tratar de los conciertos de paz: proponiéndolos (proponié los) Retabohihe, harto más tolerables
que los pasados. Los cuales en suma eran, que partiría a medias la Isla y ciudad con el Rey. A esto le respondió don Nuño muy a la clara, que se engañaba, si pensaba que su Rey, siendo ya señor de toda la Isla, se contentaría con la mitad: ni con otro cualquier partido, por aventajado que fuese
sino con el libre y total
entrego de la ciudad con cuanto en ella había, a toda merced suya. Porque no era más posible quedar Mallorca con dos Reyes, que el mundo con dos Soles. Este dicho lo entendió luego muy bien, y sin faraute, Retabohihe: y con despedirse ya don Nuño del, rogó con importunidad, se detuviese, prometiendo de mover partido con más honestas y apacibles condiciones que las que antes había propuesto. Como era, que le dejaría libremente la ciudad y la Isla, con las circunvecinas, y se iría de todas ellas, solo que el Rey le prestase su armada con la cual pudiese seguramente pasar en África con toda su casa y familia, y llevar consigo cuantos seguirle quisiesen, pagando por cada uno de los que con él fuesen cinco besantes (que valía cada uno tres
sueldos Barceloneses) con que la gente que quedase en la Isla fuese bien tratada. Con esto concluyó su dicho Retabohihe, y porque se acababan aquel día las treguas, se entró en la ciudad y despidió a don Nuño.


Capítulo VI. Como don Nuño volvió al Real y hecha relación de los partidos de Retabohihe los abonó mucho, y del razonamiento que hizo don Alemany contra ellos.

Vuelto para el Real don Nuño, mandó el Rey convocar todo el consejo de guerra con los Prelados y grandes para oírle. El cual relató muy por extenso los primeros, segundos y últimos partidos, que Retabohihe le había propuesto, y como por remate de todos, ofrecía salirse de la ciudad, y Isla, con toda su gente, que según era mucha y bien
lucida, sería salud del ejército no venir a manos con ella,
con que se le prestase el armada para pasarse en África, pagando v. besantes por cada uno de cuantos consigo llevaría. Y añadió don Nuño, que él siempre sería de opinión que pues la Isla y ciudad quedasen libres en poder del Rey se escuchase el partido de Retabohihe, y se le hiciese puente de plata, con todas las comodidades que pedía: solo que saliese de la Isla. Porque si la ciudad se había de tomar por fuerza de armas, supiese que había de ser con tan grande estrago y pérdida del ejército, y con tanto derramamiento de sangre: cuanto de tanta y tan bien armada gente, que había de pelear en defensa de sus personas padres mujeres. hijos, secta y patria, se podía esperar. Acabada de explicar por don Nuño su embajada y parecer, todos fueron de contraria opinión. Y concluyeron a voces, que ningún partido de los propuestos se escuchase. Fueron los que mucho más que todos contradijeron el partido el Conde Ampurias don Ramón Alamany, Ceruellon y Claramunt, Barones principales de Cataluña, cercanos parientes del Vizconde muerto, y Moncadas, que aun los lloraban. De manera que había sobre ello grandes alborotos y alteraciones por todo el campo, quien por vengar los Moncadas, quien por saquear la ciudad, abominaba todo género de partido, y con él a don Nuño por que lo había propuesto y esforzado. Entre todos don Ramón Alamany hombre de gran experiencia y valor pidió silencio, y vuelto al Rey, habló por todos desta manera. Difícil es por cierto, y las más veces intolerable (señor y Rey nuestro) la compañía de la venganza con la benignidad. Porque la venganza parece que lleva consigo las veces y voces de la justicia, y la benignidad el oficio de una simple y piadosa equidad, que tira a misericordia: de la cual si se usase, señaladamente en la guerra que siempre suele emprenderse con fin de alguna venganza: sería muy a la clara pervertir su orden, que sigue aunque riguroso de justicia. Pues a no seguir esta, la guerra que se había de hacer contra los enemigos, se
conuertira contra los propios. Porque a los ejércitos y su gente, moza, insolente y pecadora, ninguna cosa le puede ser más perniciosa, que pecando, usar con ella de benignidad, y misericordia: antes que por pequeño que sea el delicto, conviene darle su merecida pena, y castigo. Para que cuanto más grave fuere la ofensa, tanto mayor y más irremisible sea la punición que la justicia pide por la recompensa y venganza de ella. Pues como señor? Tan ilustre sangre como la del Vizconde de Bearne, y de don Guillé su hermano, y de los otros Moncadas que por vos se han derramado, que aun hierve y da voces de bajo tierra, no alcanzara la justicia que ante vos pide, con venganza de los derramadores de ella? No será más justo que la ocasión que se ofrece para bañarnos en la sangre de estos perros infieles, que vertiéronla de tan principales caballeros la emplemos, para librarnos de la perpetua obligación que a todos nos quedara para haberlos de vengar cuando ya no podremos? Siquiera para que viendo todo el mundo lo bien que vengays las muertes de los vuestros, obligueys a todos para que con más afición empleen sus vidas en vuestro servicio? Dad señor lugar a que la justicia haga su oficio, y no tengáis lástima de quien a vos y a todos tanto nos ha lastimado: ni escucheys partido alguno del, que todo será para más burlaros. Creedme (crehed me), que aquel raposo viejo quiere engañar al león Real, y no sabe cómo. Que otro pensays que fabrica Retabohihe pidiendo que pueda irse, y llevar consigo cuantos quisiere, si no dexar desierta y robada la ciudad de todo el oro y plata con la demás riqueza, para que la halleys vazia, y defraudeys a vuestros soldados del premio que esperan de sus trabajos con el saco de ella? A qué fin pide le dejen (dexé) llevar los soldados y gente que quisiere, sino para escoger la más lúcida y valiente, porque juntada esta con la de África, a do tira, haga un invencible ejército y revuelva sobre la Isla para cobrarla, y echaros de toda ella? Cortad, señor, de raíz esta cabeza de la Isla, si queréis pacíficamente gozar del cuerpo de ella. Y pues la ciudad está batida, y abierta por tantas partes, y dentro tan llena de miedo, como de despojos y riquezas, dejadla entrar y dar a saco a vuestros soldados. No temáis el peligro dellos, que las han con hombres ya rendidos, pues vemos que han desamparado los muros, y andan como encorralados para ser víctimas del infierno.


Capítulo VII. Como ningún medio de paz se tomó con Retabohihe, y de lo mucho que sintieron esto los Moros, y del juramento que hicieron los Cristianos, y cómo fue armado caballero Carroz señor de Rebolledo.

Oído con muy grande atención y gusto del ejército, el razonamiento de don Ramón Alemany: al Rey y a todos pareció muy bien lo dicho, sino a don Nuño, que como dijimos, era de contrario parecer. Y hecha la determinación de que no se escuchase partido alguno, mandó luego el Rey, sin más ceremonia, sino por un trompeta notificarla a Retabohihe. Sintieron esto los de la ciudad en tanta manera, que como desesperados se conjuraron de nuevo, o para defenderse, o para perder la vida ante su ciudad, con el mayor estrago y matanza que pudiesen de los Cristianos: y cobraron tan gran coraje y fuerzas de la desesperación animándose unos a otros, para tener en poco sus vidas solo que apocasen las del ejército Cristiano: que no faltaron muchos de los nuestros después de entendido esto, que quisieran harto escusar el asalto: y aun algunos de los que más resistieron a don Nuño, cuando a punto la concordia (según que estando para dar el asalto se entendió) se arrepintieron, y con harto temor se dolieron porque fueron de contrario parecer. Pero si mucho creció el ánimo a los Moros, por la desesperación, mucho más se aumentó el de los Cristianos con la buena esperanza de la victoria, y saco de la ciudad, señaladamente en la persona Real, cuyo fin era echar la mala secta de Mahoma de la Isla para introducir la religión Cristiana: que por sola esta buena intención tenía gran certidumbre de la victoria. Continuando pues el cerco, y puestas las machinas y trabucos a punto, todos se prepararon para el asalto. Y para que con mayor ánimo y porfía se continuase la batería, pareció a los Prelados y principales del ejército, que congregados todos hiciesen voto con juramento, que durante el asalto, ninguno volvería las espaldas, ni el pie atrás, ni perdería un punto del lugar que una vez tuviese ganado: sino fuese por hallarse herido de muerte, quien lo contrario hiciese, fuese habido por traidor y rebelde. Fue cosa rara y de admirable magnanimidad, la del Rey, que fue el primero que alargó la mano para jurar lo dicho sobre los Evangelios: pero ni los Prelados, ni los demás se lo consintieron. Esto se hizo en el día y fiesta solemne de la natividad del Señor, que celebró el Rey con todo el ejército muy devotamente. Y en el mismo día un caballero de sangre nobilísima llamado Carroz (según lo refiere Asclot) descendiente de los grandes de Alemaña, que seguía al Rey en la guerra a su propia costa, fue armado caballero por el Rey públicamente, y con muy grande solemnidad: al cual por los grandes servicios que al Rey hizo en esta guerra, y en la de Valencia, que se siguió, llegó a ser Almirante de Mallorca, y en el Reyno de Valencia fue señor de Rebolledo, que entonces era villa, y fue fundador de otro pueblo llamado la font den Carroz. Cuyos hijos y descendientes que siguieron la guerra deste Rey y sus sucesores los Reyes de Aragón, alcanzaron destos muchas mercedes en Cataluña, Valencia, y Cerdeña.

Capítulo VIII. Como los de la ciudad determinaron morir antes que darse, y de la diligencia que el Rey hacía en guardar el Real, y las causas por que no se dio de noche el asalto.

Habiendo ya el Rey cerrado la puerta a los conciertos que se habían movido, y desechado todo género de partido, quedó determinado por todos de dar el asalto. Lo cual entendido por la gente de la ciudad, vista su perdición al ojo, comenzó de tal manera a obstinarse y embravecerse contra los Cristianos, que nunca se vieron ciudadanos más aparejados para morir por su patria que estos: confiando mucho en la gente de la Isla, que se había recogido por los montes y cuevas, de los que no habían querido entregarse al Rey, y eran tantos que casi podían hacer ejército por si. Y así creían que en comenzar los Cristianos a dar el asalto, bajarían los de la montaña a dar sobre ellos, y que los de la ciudad y ellos los tomarían en medio, y los hundirían. De donde vino que discurriendo por lo mesmo los nuestros comenzaron a temer, y a no tener en poco, como antes, tantos enemigos, como tenían delante y a las espaldas, recelando de ser acometidos por ambas partes. Considerado todo esto por el Rey, procuró con mayor curiosidad de allí a delante reconocer el Real, y poner mucha gente de los más fieles y escogidos en guarda del: para lo qual mandó estuviesen a punto tres bandas de caballos, de a ciento cada una, que anduviesen rondando el Real toda la noche con sus fuegos y estruendo de atambores, puesta la una en defensa de las machinas y artillería: la segunda enfrente de la puerta de Barbolet, que está al pie de la fortaleza: la tercera a la puerta de Portopi (porque ya no se mandaba la ciudad por otras puertas) para entretener el primer ímpetu de los Moros, si saliesen, hasta que el campo acudiese, pues para los de las montañas, ya tenía puestas sus centinelas y cuerpos de guarda. Mas como fuese en lo recio del invierno, y aquel año más frío que otro, no pudiendo los de a caballo sufrir el excesivo frío toda la noche, dejando uno o dos en el puesto, para que avisasen del rebato, los demás secretamente se acogían a sus tiendas. Como el Rey entendió esto, lo sintió mucho, y no fiando más dellos, encomendó la centinela y guarda a los Almugauares de su guarda Real, que eran valientes y fidelísimos, y muy hechos a sufrir calor y frío, como adelante diremos. En lo cual estuvo el Rey tan puesto y tan solícito, que en los cinco días que señalaron para preparar el asalto, apenas le vieron dormir, ni comer, sino muy de priessa, y mucho más porque por el mesmo tiempo fue tanta la necesidad y falta que hubo de dinero, que le fue necesario, para dar algunas pagas a los soldados, valerse de LX mil besantes, que apenas son diez mil ducados de Barcelona, de los mercaderes que habían acudido de Cataluña con gran suma de dinero para hallarse en el saco de la ciudad, y comprar la presa y despojos de los soldados, a ciento por uno, como entonces se usaba. Finalmente, en la siguiente noche que fue a los XXX de Deziembre, mandó el Rey hacer un pregón por todo el campo, que por la mañana, oída misa, y recibido devotamente el Santísimo cuerpo de Iesu Christo, casa uno estuviese armado y puesto en orden en su lugar, para dar el asalto. Pues como viniese la mañana y hubiesen comulgado, y después diesen sustento a sus personas, que con el deseo de entrar en la ciudad fue todo hecho en un punto, aguardando ya la señal para arremeter, don Lope Ximen de Huesca, caballero Aragonés y capitán de
la guarda, vino al Rey, y le dixo como él había enviado secretamente a la ciudad dos escuderos suyos a saber lo que en ella pasaba, y le referían, que de noche había poca gente de guarda por toda ella, y que en todo aquel lienzo de muralla de la quinta torre hasta la sexta, a la siniestra de la fortaleza, ninguna gente de guardia había. Y más que por las plazas y calles todo estaba lleno de cuerpos muertos, y la ciudad aunque con mucha gente, pero muy acobardada, que solo las casas estaban proveídas de canteras y otras armas defensivas, que por todo ello sería mejor asaltarla de noche. Holgó el Rey de entender esto: pero considerando prudentísimamente en lo que más convenía a la honra y salud del ejército, no determinó de aventurar de noche una tan importante empresa. Diciendo que la condición y uso del soldado en la guerra, era semejante al del león, que cuando piensa que nadie le ve, y siente que los cazadores le buscan, huye a toda furia, y en esto no hay más cobarde animal que él: por lo contrario si se sale al delante alguno, o muchos, se para y hace rostro a todos, y puesto en la pelea es un león. Así acahesce al soldado, por valiente que sea, peleando de noche: que como no ve delante de si al capitán que alabe sus hechos, ni otros soldados a quien imite, ni a sus mayores a quien tenga respeto, ni finalmente vea a quien le descubra: teme con la oscuridad mucho más, y lo que hace es huir cuanto puede del peligro, y anteponiendo sus salud y vida a toda honra y juramento hecho, hiere más presto la sombra que al enemigo. Y así fue de parecer, y en esto vinieron todos, que pasada aquella noche en centinela, luego por la mañana se diese el asalto: como se hizo así, y fue el postrero de Deziembre del año de la Natividad del Señor MCCXXX.


Capítulo IX. Del razonamiento que el Rey hizo a los soldados antes del asfalto, y como se entró en la ciudad con grande estrago de ambas partes, y que se vio pelear un caballero extraño y se creyó ser S. Iorge.

Venida la mañana, mandó el Rey que dos ba*das de caballos quedaran por guarda del Real por si los Moros de la montaña hiciesen algunas correrías contra él, y tomando cada uno su refresco, todos volvieron a su puesto, con el mismo orden que el de antes para dar el asalto. Con esto se subió el Rey en un lugar algo eminente sobre el ejército, de donde vio y entendió cuan ganosos estaban todos para dar el asalto: y los caballeros, Barones, y grandes, para vengar a los muertos sus deudos. Pero antes de dar la señal que todos aguardaban para arremeter, les habló desta manera. Valerosos capitanes y soldados míos, aunque conozco muy bien, que según los trabajos que conmigo habéis padecido, y las victorias que por mano vuestra he alcanzado, si os diese todos mis Reynos, no bastaría con ellos a igualar lo mucho que me tenéis obligado, ni con lo mucho más que deseo hacer por vosotros: todavía, porque no parezca que con sola buena voluntad y palabras os quiero pagar lo que debo: veis aquí que os ofrezco a la vista una de las más ricas y principales ciudades de cuantas yo poseo: así para que hartéis vuestros ánimos con la venganza de vuestros parientes y amigos que perdistes, lo que tanto y con razón deseáis, como por el saco que haréis, y riquezas que cogeréis en ella, para que os volváis prósperos y triunfantes a gozar entre los vuestros. Por donde pasad adelante, y con tan buen ánimo y generoso esfuerzo como habéis siempre acostumbrado, emplead vuestro valor en este asalto: pues demás que tendréis (
terneys) al omnipotente Dios nuestro (de cuyos enemigos tomáis hoy venganza) muy de vuestra parte: y lo mucho que a mí me obligaréis por la victoria que de ellos espero haber por vuestra mano, también para vosotros no solo quedará fama perpetua en la tierra, pero confiad muy de veras que en el cielo hallaréis inmortal gloria aparejada. Diciendo esto, y dando dos veces con su estoque la señal, a la tercera arremetieron todos a una, la gente de a pie primero, siguiendo la de a caballo, por las partes que ya de antes estaba batido el muro y el foso cegado, y se entraron por el sin hallar resistencia, porque ninguno osó quedar en la defensa del muro: confiando que con la preparación que había por las calles de cadenas y palenques, y dentro y en lo alto de las casas de canteras y fuegos artificiales, así hombres como mujeres se defenderían mucho mejor. Mas los nuestros divididos por las calles de quinientos en quinientos iban poco a poco ganando la tierra con sus empavesadas sobre las cabezas. Y porque la estrechura de las calles era grande y la lluvia de piedras de los tejados muy espesa, se redujeron (reduzieron) a pelear de treinta en treinta y con todo eso la resistencia era mucha, y la batalla de ambas partes muy sangrienta, y la victoria dudosa: hasta que atravesando los de a caballo por las calles, y tomando a los enemigos las espaldas, los atropellaban y hacían meter por las casas, y desta manera comenzaron a ganarles las plazas y calles, y llevarlos de vencida. Fue fama cierta y confirmada, así por el dicho de los Moros, como de los Cristianos, que fue visto en esta jornada entre los de a caballo, un caballero armado de armas muy resplandecientes, sobre un caballo blanco, de cuya vista y fervor en el pelear, los Moros quedaron tan espantados y amedrentados que huían de él a toda furia y daban como ciegos y turbados en manos de los Cristianos que los hacían pedazos. Creyeron todos (según el Rey dice en su historia) que sin duda era aquel caballero el glorioso mártir sant Iorge, que como a defensor y patrón antiguo de los Reynos y corona de Aragón, apareció aquel día favorable a sus soldados Cristianos, contra los infieles moros. Señaladamente para los que llevaban su deuisa, que era una cruz llana colorada. Porque en esta figura de hombre darmas, el santo apareció no solo en esta batalla, pero en otras como adelante mostraremos.


Capítulo X. Que los Moros de vencidos se huyeron a la montaña, y saquearon la ciudad los Cristianos, y como fue Retabohihe preso por mano del Rey.

Ganaba pues de cada hora el ejército Cristiano a los Moros las calles y plazas de la ciudad, aunque a muy gran costa suya, porque cuanto más ellos se encerraban por las casas para mejor defenderse del ímpetu de la caballería, tanto mayor guerra hacían, cerrando sus puertas y echando por las ventanas y tejados infinidad de piedras, canteras, leños, hasta tejas, con muchas saetas de fuego de alquitrán y calderas de aceite hirviendo, con las demás armas que su furor con la rabia y desesperación les traía a las manos: y con el ayuda de las mujeres que hacían en este género de pelea, tanto como los hombres. Todo esto pasaban los Cristianos con muy gran peligro y pérdida suya, rompiendo puertas y entrando por las casas a robar y degollar cuantos encontraban. De manera que los Moros dejaban ya las casas, y se salían a las plazas, para hechos un cuerpo mejor defenderse. Lo cual era mejor para los Cristianos, que peleaban más al seguro que por las calles. Puesto que lo que más entretenía a los Moros, no era tanto la muchedumbre dellos, cuanto la vida y presencia de Retabohihe su Rey, porque el mismo en persona andaba entre los suyos armado sobre un caballo blanco, de los primeros, que los animaba, y en tanta manera les movía su presencia que claramente decían querer más presto morir ante su Rey, que vivir después de él muerto, o vencido. Y así como abejas se amontonaban delante de él, y de tal suerte le defendían puestos en el escuadrón, que los nuestros no podían llegar a él. En este medio después de haberse metido toda la caballería dentro de la ciudad, y tomado todos los pasos, comenzando los nuestros a apellidar victoria victoria, luego les faltó el ánimo a los Moros y se pusieron en huida con sus hijos y mujeres por las puertas de Barbolet, Portopí, sin que los nuestros que estaban ya todos en la ciudad, se lo estorbasen, y también por ser tanta la gente que huyó, que se halla (según la historia dice) que fueron de XXX mil arriba los que entre hombres y mujeres se acogieron a la montaña. A los cuales ninguno de los nuestros quiso seguir, tan metidos andaban en el saco y despojo de la ciudad. Y así fue causa la codicia de los soldados de la cruel y larga guerra que después hubo con los de la montaña, por no haberlos seguido y deshecho antes que se rehiciesen. Procuraron los Moros al tiempo que huyeron, llevar consigo a su Rey, pero no quiso ir, ni desamparar la ciudad, antes se recogió en un palacio viejo con solos tres o cuatro de sus íntimos privados. A esta sazón entró el Rey en la ciudad, porque le fue necesario quedar antes fuera, por defender el Real de los de la montaña, y también para hacer rostro a los que huyeron de la ciudad, no saqueasen al Real de paso. Entrando el Rey en la ciudad con su guarda de a caballo, a la cual permitió ir a saquear con la otra gente, y él se fue con pocos para la fortaleza pensando hallar allí a Retabohihe, porque entendió de algunos capitanes como se había quedado en la ciudad. Y llegando a la fortaleza, halló que se habían hecho en ella fuertes algunos principales de la tierra. Estos viendo al Rey y conociéndole luego se ofrecieron de rendírsele a toda misericordia con la fortaleza, solo que dejase algunos de su gente a la puerta de ella para que los defendiese de los soldados que saqueaban la tierra. Como el Rey entendió que Retabohihe no estaba allí dejoles un capitán con algunos soldados en guarda dellos, y de la fortaleza, y llevando consigo a don Nuño, entendió en buscar a Retabohihe, al cual halló luego en aquel palacio viejo, que dijimos: y por las armas resplandecientes y su buena disposición conociéndole, arremetió para él, y le tomó de la barba, según que mucho antes lo había jurado, y le dijo. No temas, que pues eres mi prisionero, vivirás: y entregándole a su gente de guarda que ya era vuelta a él, volvió a la fortaleza, la cual luego se le entregó: a donde halló al hijo único de Retabohihe de edad XIII años, el cual después fue bautizado y tomó nombre don Iayme, y cuando el Rey fue a Aragón le llevó consigo en triunfo, y le hizo, como se dirá, largas mercedes. Puesto que de Retabohihe, su padre, ni en la historia del Rey, ni en otras se hace de él más mención, como no se halle que el Rey lo trajese a España, ni en triunfo ni fuera de él. Se tiene por más cierto que le dejó encarcelado en Mallorca, a donde de tristeza y pensamiento murió luego. Finalmente fue tanta la matanza y estrago que se hizo en los moros de la ciudad, que sin los que huyeron, se tuvo por cierto murieron a cuchillo (
guchillo) hasta X mil de ellos, y no fue tan a salvo de los nuestros que no muriesen también muchos. Y porque se engendraba muy gran corrupción y hedor intolerable de los cuerpos muertos por toda la ciudad, mandó el Rey hacer muchas hogueras para quemar los Moros muertos, y hacer muy grandes hoyos para enterrar los Cristianos en lugares que después fueron consagrados para cementerios. Desta manera fue toda la Isla de Mallorca conquistada por el gloriosísimo Rey don Iayme, y entrada la ciudad en el último del mes de Deziembre del año MCCXXX.


Capítulo XI. Como por la codicia de los soldados en saquear la ciudad no se prosiguió la victoria contra los Moros, y de la repartición que se hizo de la presa conforme a las capitulaciones.

Tomada la ciudad, y dada a saco a los soldados fue tanta la codicia dellos en coger la presa, que hasta pasados tres días no pudo el Rey hacerlos retirar a sus banderas. Puesto que por manifiesta providencia de Dios el saco se hizo con harto menos ofensa suya, por haberse huído juntamente con los hombres las mujeres y niños a la montaña. Porque si en los soldados, con la cólera del robar, se juntara el ardor de la concupiscencia, no hubiera leones tan fieros, ni más desconocidos (como suele) entre si que ellos, y así con no hallarse mujeres, fue más pacífico el saco y menos sanguinolento, para que las particiones de los despojos después se hiciesen con menos ruido. La suma del oro y plata labrada, que se halló, la infinidad de vasos, armas, caballos con sus arreos, todo género de jumentos, ganados mayores y menores, no tuvo comparación. Demás desto las joyas, piedras preciosas, sedas, con otros mil aderezos de palacio, que se hallaron en la recámara del Rey y en las mezquitas, con lo cual se tuvo gran cuenta porque viniese a manos del Rey, fue cosa innumerable, y de increíble estima. Luego el Rey, por cumplir los conciertos y capitulaciones que en Barcelona se habían jurado, entendió en mandar que de toda la presa, excepto el oro, plata y piedras preciosas (cosas que fácilmente se podían esconder, y negar, y que no era muy seguro el sacarlas por fuerza del seno de los soldados) de todo lo demás se hiciese un montón, y pública almoneda. A la cual acudieron muchos mercaderes que aposta vinieron de muchas partes, por no perder tan buen barato, y con gran suma de dinero rescataron toda la presa. Aunque por venderse en común fue más cara de lo que pensaban. Y luego se entendió en hacer la división por los capitanes, Barones, y grandes, según los servicios y gastos de cada uno hechos en esta guerra, y para los soldados que solo un tanto viniese a cada uno. Y porque se repartiese con más fidelidad y menos queja de todos, fue el cargo de esto encomendado a los jueces nombrados en esta capitulación, los Obispos de Barcelona, y Lerida, don Nuño, el Conde de Ampurias, don Ramón Alemany, y Berenguer de Ager. Con los cuales don Ximen Vrrea, y don Pedro Cornel Aragoneses, en lugar del Vizconde de Bearne y los que murieron, fueron nombrados para el repartimiento. Puesto que (como suele acaecer en las particiones que casi ninguno queda contento) se levantó un súbito motín entre los soldados contra los repartidores, y fueron saqueadas algunas casas suyas. Mas luego acudió el Rey, y con echar mano de los amotinadores, y castigar algunos de ellos se quietó el alboroto y motín. Quiso el Rey que en esta división se tuviese gran cuenta con fray Bernaldo Champany Comendador de Miravete, y vicario del maestre del Temple en los reynos de la corona, por los muchos gastos que en esta guerra hicieron él, y los comendadores de su orden, y por eso les dio campos, caserías y tierras para fundar un templo junto a la ciudad, y dotarlo de tanta renta que pudiesen mantener XXXX caballeros de su orden en la isla. Con estas tan justas y bien reguladas reparticiones, y otras muchas liberalidades que el Rey hacía con los que bien le servían en la guerra, ganaba de cada día mucha autoridad para con la gente, y con gran renombre de franco y liberal, atraía a si los ánimos y afición de todos, para que en paz y en guerra le siguiesen y sirviesen fidelísimamente.
Capítulo XII. De las reparticiones que el Rey hizo de las casas y campos de la ciudad entre los soldados, capitanes y oficiales del ejército.

Demás de los repartimientos que se hicieron entre los del ejército de la presa y despojos que se cogieron dentro de la ciudad, conforme a lo arriba dicho, hizo el Rey otro repartimiento de las casas y habitaciones de ella, a efecto que se poblase luego de Cristianos, y se echasen a fuera los Moros con su secta. Lo que vino bien para los soldados viejos y cansados de seguir la guerra, los cuales por sus antiguos servicios que habían hecho al Rey en todas las jornadas pasadas, le pidieron por premio los dejase habitar en aquella ciudad, por ser tan buen pueblo, y el aire tan templado para pasar su vida, y estar siempre en defensa de la tierra. De lo cual fue el Rey muy contento, y aun les proveyó de lo que más importaba para más presto poblar la ciudad: y fue de mujeres, de las cautivas Cristianas que se hallaron en la ciudad, y aunque habían renegado, no quisieron huir con los Moros a la montaña, sino que se convirtieron a la fé, y las recibió y dio por mujeres a los soldados, que las tomaron de buena gana. Y así gozando de los privilegios e inmunidades que el Rey les concedió, con algunos gajes para mejor vivir y estar en defensa de la tierra, se dieron a edificar a gran prisa,y como hombres prácticos que habían ido por el mundo hicieron nuevas trazas de edificios muy bien labrados, y con ellos ennoblecieron mucho y ensancharon la ciudad, deshaciendo la mala hechura de casas que tenía antes. Assi mesmo, para los capitanes, y demás oficiales del ejército también hizo repartición de los campos y predios del territorio de la ciudad. Así que sobre esto hubo recias alteraciones, y muy grande importunidad en el demandar, tanto que según las muchas jugadas y cahizadas (cahiçadas) de tierra que cada uno pedía, conforme al tiempo y servicios que pretendía haber hecho, no llegaban con mucho los campos con la demanda de ellos. Y se entiende, por lo que después el Rey reveló a los que hicieron semejante repartición que esta, en la conquista de Valencia (como lo veremos en el libro XII) fue aconsejado, que como a nuevo señor y conquistador de la Isla, hiciese nueva ley, y redujese las jugadas a la mitad, haciendo de una dos, y así hecho desta manera sobró para todos quedando por esto obligados a la defensa de la Isla. También se hizo otra repartición de villas y castillos para los principales señores que siguieron al Rey, de la cual se hablará más adelante.


Capítulo XIII. De la gran peste que en la ciudad y Isla hubo donde murieron los principales del ejército y fue necesario enviar a hacer gente en Aragón.

En este medio don Nuño, por mandado del Rey por asegurar la costa de la Isla, y descubrir si quedaban algunos enemigos de quien defenderse fuera de ella, por lo que a los principios amenazaron los Moros al campo del Rey con la venida del de Túnez en socorro dellos, entendió en juntar dos galeras bien armadas, y con gente escogida, a efecto de ir a correr la costa de Berbería, por ver si algunos Reyes de África se aparejaban con gente y armada para venir sobre Mallorca. Pero le fue forzado dejar la empresa, por causa de la grandísima peste que se había encendido en la ciudad, y de allí por toda la Isla, a causa de haberse inficionado el aire por tantos cuerpos muertos como por la ciudad y toda la Isla habían quedado sin sepultura, y aunque por la Isla fue grande, se engendró mayor en la ciudad: donde no solo fue infinita la gente plebeya que murió de ella, pero aun en los principales capitanes del ejército, y del consejo real hizo cruelísimo estrago. Porque entre otros dentro de un mes murieron los capitanes Claramunt, don Ramon Alamany, Perez Mirtaz Aragonés nobilísimo, Cerbellón, y el buen Conde de Ampurias con grandísimo dolor y sentimiento del Rey, y de todo el ejército. Pues ningunos más que estos,y los que murieron antes en la batalla, que fueron el Vizconde de Bearne y don Guillé su hermano, con los de su linaje de Moncada, ayudaron al Rey en esta jornada. Porque no solo con gente y armas y sus personas, pero aun con su consejo y fidelidad fueron muy gran parte para el buen éxito (successo) desta conquista. Por cuyas muertes y falta de tantos capitanes y soldados, quedó el Rey tan solo, y tan huérfano el ejército, que así por esto, como por hacer guerra a los Moros que se habían retirado a las montañas, y hecho allí fuertes, mandó a don Pedro Cornel capitán de la caballería que tomando del tesoro del Rey suma de cien mil sueldos pasase a Aragón para hacer una compañía de CL hombres de armas, y que con ellos volviese luego a la Isla, también con alguna gente de Infantería. Y que entre otros trajese a don Atho de Foces, su antiguo mayordomo mayor, y a don Rodrigo Lizana, para que viniesen con fin de asistir allí por todo el tiempo que durase la guerra, pues gozaban de las caballerías de honor y gajes reales: y era necesario y muy concedente, que el Rey acrecentando de reynos, aumentase la guarda de su persona, y doblase el ejército. Lo cual hizo Cornel con mucha presteza: porque demás de los caballeros ya dichos, pasaron muchos otros con él a servir al Rey, por la gran fama que de sus hazañas se derramaba por todas partes. Con esto se rehizo el ejército de la gran pérdida que se siguió por la pestilencia, y por los muchos que hallándose ricos del saco, se habían ido a sus tierras, y con achaque de la peste salido de la Isla.


Capítulo XIV. De la nueva guerra que se ofreció al Rey con los Moros que se habían hecho fuertes por la Isla: y de las mercedes que hizo a los caballeros del Ospital.

Luego que Cornel volvió de Aragón con la gente de a caballo, y los demás allegados, reforzado el ejército, y aplacada la peste, el Rey movió guerra contra los Moros que huyeron de la ciudad, y se recogieron en las montañas, y otros lugares en lo llano de la Isla, señaladamente en las villas de Sollar, Almaruich, y Bayalbufar, de donde hacían muchas correrías, y cabalgadas contra los Cristianos, en sus campos y heredades, hasta llegar a las puertas de la ciudad, y cerrar el paso y contratación que había de ella con la ciudad de Pollença. La cual aunque por entonces era de muy gran trato a causa del puerto, de presente está muy perdida y despoblada, por estar ya todo el trato de la Isla resumido en la ciudad principal. Por esto partió el Rey con el ejército para la val de Buñola a la montaña, donde se habían hecho fuertes muchos dellos, y como yendo ya de camino entendiese que se habían descubierto ciertos escuadrones de los mismos a lo llano, dejó la villa de Buñola, a la mano izquierda, y del castillo de Alarò, que (según fama) es de las más inexpugnables fortalezas del mundo, por ser naturalmente fortificada: de la cual brevemente relataremos las causas de su inexpugnabilidad. Porque está hecha una muela de monte altísimo, alrededor todo peñatajada: y su cumbre tan espaciosa y llana que se podría un ejército formado recoger en ella. Demás que su entrada y subida viene a ser tan inhiesta, tan áspera y estrecha, que bastan diez hombres a defenderla de 50 mil. Y así fue maravilla de Dios que los Moros como se fueron a guarecer en las cuevas, no se recogieron a esta fortaleza porque sola la hambre, y no otro fuera bastante a rendirla. Tomó pues por la falda de la montaña, y mandó al ejército que se detuviese en cierto puesto hasta que él descubriese la campaña. Como para esto se subiese a un pequeño monte, el ejército no curó de parar en el puesto donde el Rey le ordenó, sino irse derecho a una aldea llamada Inca, que agora es una principal villa. El Rey que los vio ir desmandados, dejando a don Guillen de Moncada hijo de don Ramón (este fue después, como lo dice la historia, señor de la villa de Fraga en los confines de Aragón y Cataluña) con la retaguardia que le seguía, puso piernas al caballo, y con algunos caballeros, pasó de la otra parte del monte, dándose prisa por alcanzar el ejército y detenerle, teniendo los enemigos a la vista. Mas como el ejército hubiese ya pasado muy adelante, y llegado al valle cerca del pueblo para donde marchaba sin ninguna orden, no fue a tiempo de tenerle. Por donde los Moros viendo de lo alto del monte que los escuadrones de los Cristianos se dividían, y que iban desordenados DC de ellos, por no perder tan buena ocasión, arremetieron la retaguarda: pero hallándola muy apercibida y en defensa, quedaron burlados, y fueron forzados a huir por el monte arriba. Entonces el Rey tomó consejo con don Guillén, y don Nuño y Cornel, a los cuales pareció que no era bien que su Real persona anduviese por lugar tan desierto, y propincuo a los enemigos que eran de III mil arriba: y que pues la provisión y bagaje del campo estaba ya en Inca, a donde había hecho alto el ejército, se debía juntar con él. Con esto pasó casi por medio de los enemigos, hacia el pueblo, con solos XXXX de a caballo, tan en orden y bien puestos, que no les osaron acometer los Moros. Lo que fue por todos más atribuido a temeridad que a valentía: osar tan pocos pasar por medio de tantos enemigos. Y aun con todo esto, visto el poco ánimo dellos y falta de armas que tenían, no dejara el Rey de acometerlos, si los hallase en campaña rasa, fuera de aquellos riscos y aspereza de monte adonde se habían recogido, y estaban tan fuertes, que era necesario armar nuevos ingenios y artes para tomarlos. Llegado a Inca reprendió mucho a los capitanes por el poco miramiento, y respeto que a su persona se tuvo. Porque dándoles voces para que hiciesen algo, no curaron de él, sino de pasar adelante. Mandó pues a todos volviesen a la ciudad con las tiendas y vituallas del campo. En este tiempo Vgo Folcalquier maestre del ospital en Aragón, aportó en Mallorca en una galera con XV caballeros de su orden, al cual recibió el Rey con mucho amor, tratando con tanta honra a él y a los de su orden, que habiéndose ya hecho la división y partición del territorio y campos de la Isla con los del ejército, y no quedando nada por repartir: todavía les sacó porción (portion) para XXX caballeros del Ospital, sin tocar en las porciones (portiones) ya dadas y repartidas de la misma manera que poco antes les había cabido a los caballeros del Temple. Lo cual le tuvieron a muy sobrada y excesiva merced, porque habiendo sido los postreros que llegaron a la conquista, y que no se hallaron en la presa de la ciudad, fuesen iguales en el premio con los del Temple. También les hizo merced de las atarazanas viejas (del ataraçanal viejo) del puerto de la ciudad, para que aquí edificasen iglesia, y casa.
Capítulo XV. De la extraña guerra que el Rey tuvo con los Moros en los montes, y trabajos que padeció en sacarlos de las cuevas, y de la gran fertilidad de las montañas de la Isla.

Era muy grande la pena y afán que el Rey sentía viéndose ya pacífico señor de la ciudad, y de toda la costa, con lo llano de la Isla, quedarle por acabar la guerra de las montañas, la cual le impedía el paso y vuelta para tierra firme, habiendo tanta necesidad de su presencia en los reynos de Aragón y Cataluña, para atender a negocios muy graves, que sin su persona y decreto, no se podían resolver, y la dilación los gastaba más de cada día. De suerte que no tanto se holgaba por los enemigos que había vencido, cuanto se dolía y afligía por los que le quedaban por vencer. Con esto no sufriendo más dilación, juntando el ejército, y hecho general del a don Nuño, con el Obispo de Barcelona, don Ximen de Vrrea, y el Maestre del ospital, volvieron al mismo pueblo de Inca: a donde, y por sus contornos hacia la montaña, se entretenían los Moros. De allí subiendo a un collado muy alto llamado Artana, entendieron por
las espías, que los Moros se habían metido en unas cuevas muy profundas que estaban en los más altos montes de la Isla no muy lejos de allí: señaladamente en una, cuya subida hacia la boca de ella, era de las ásperas y enriscadas del mundo, y dentro profundísima y anchísima, con muchas cavernas, o bóvedas, de manera que podían de allí los cercados fácilmente defenderse de cualquier acometimientos y armas que contra ellos se hiciesen, y aun podían ofender a los que tentasen la entrada, sin que se viese de quien ni por donde, y a los que subiesen a lo más alto derribarlos con saetas por sus secretos agujeros y rendijas. De manera que cercada por el ejército la peña de todas partes, y subiendo los soldados que apenas podían de dos, o de tres en tres, ayudándose los unos a los otros: en llegando a lo alto en derecho de los agujeros, no solo eran por los de dentro con lanzas y saetas atravesados, pero aun por los de arriba en lo alto de la boca eran con muchas canteras derribados y muertos. Pues como en este cerco se hubiese entretenido mucho el ejército, y sin hacer efecto, gastado el tiempo por algunos días, determinó el Rey con el consejo de los capitanes, que se diese fuego en aquellas chozas y cabañas que los Moros tenían enfrente de aquellos agujeros. De lo cual doliéndose mucho ellos, y fatigándose con el grande humo que les entraba: demás que se hallaban todos dolientes a causa de la mucha agua que destilaba, de cuando llovía, en la cueva, y estar tanto tiempo encerrados: determinaron de salir y darse a merced del Rey: pues sabían la misericordia y acogimiento que hacía a cuantos se le rendían llanamente. Y así trataron con él que si dentro de ocho días, los otros compañeros de los montes y cuevas vecinas, no les socorrían, que se entregarían. Les fue (fueles) concedido el plazo con mucha razón, porque con impedirles el paso y socorro de los compañeros, se excusaban los cristianos de perder más tiempo y gente en combatir la cueva, cuya conquista tenían por imposible. En este medio quedando una parte del ejército sobre la cueva para estorbar el socorro, si viniese, don Pero Maza (Maça) capitán muy experto, se fue con la otra parte discurriendo por aquellos montes, a donde halló otra semejante peña enriscada con una grandísima cueva dentro, y muy llena de Moros. La cual como no estuviese así bien en defensa como la otra, por tener muchas bocas y aperturas grandes por los lados, y muy fácil de acometer la entrada con buena empavesada (empauesada), la tomó con poca dificultad, hallando quinientos Moros dentro, los cuales trajo a todos al Rey, con la mucha provisión de pan y carnes que halló en ella. Cumplido ya el plazo del entrego, y no les acudiendo socorro, se rindieron al Rey los de la primera cueva, y de ella salieron mil y quinientos Moros, los cuales echándose a los pies del Rey y pidiendo perdón, le ofrecieron dar luego X mil bueyes, y treinta mil cabezas de carneros. Tanta era la fertilidad y abundancia de la Isla, que en los montes, como en un rincón de ella, se pudieron criar y apacentar tan grandes rebaños de ganados.

Capítulo XVI. Como se determinó que los Moros no fuesen echados de la Isla, y venido el socorro y gente de Aragón, lo que proveyó el Rey para el gobierno de ella.

Con tan buena presa y jornada que el Rey hizo en la guerra de las montañas, se volvió con el ejército a la ciudad, y entró en ella triunfando (
triumphando) con muy grande alegría y aplauso de todos. Luego tuvo consejo general donde concurrieron, Prelados, grandes, Barones, y los capitanes del ejército: ante quien propuso algunas cosas tocantes a los Moros de la Isla. Conviene a saber, si sería mejor llevarlos a tierra firme, o dejarlos en la Isla. Porque siendo tanta la muchedumbre de ellos, podría ser que viniendo en su ayuda los de África se rebelasen, y juntos pusiesen en aprieto a los Christianos, y fuese ocasión de perderse la Isla. O si convenía más, para beneficio y aprovechamiento de la Isla, quedarse en ella, a fin que los Christianos se valiesen de ellos como de esclavos para culturar las tierras, y trabajar en las obras públicas de la Isla que se hacían para fortalecerla. También porque con la falta de labradores, no quedase yerma. ni desierta la tierra, para que volviese como solía a poder de corsarios. Acabada el Rey su plática, fueron de parecer la mayor parte de todo el consejo y junta hecha, que los Moros se quedasen en la Isla. Señaladamente aquellos que a los principios voluntariamente se rindieron, y ayudaron con toda provisión y avituallamiento a los Christianos y se quedaron con sus campos y heredades que tenían. Esta determinación se puso en efecto, aunque como luego después se siguió la nueva rebelión de los Moros contra los Christianos, se halló no haber sido este parecer provechoso. A esta sazón aportó a la Isla don Rodrigo Lizana, trayendo consigo treinta hombres de armas, y dos compañías de infantería, con don Atho de Foces y don Blasco Maça, que los seguían con otra compañía de soldados. Mas estos por una tormenta fueron forzados a volver al puerto de Salou, aunque en siendo mar bonanza luego tomaron la derrota a aportaron a la ciudad. Hallándose ya el Rey absoluto señor de toda la Isla, acabó de asentar algunas diferencias que se ofrecieron acerca de la división de los campos y heredamientos, y sobre los suelos y sitios de la ciudad, para edificar casas: en todo lo cual se mostró muy liberal y justo. Finalmente dejando puesta muy buena guarnición de gente, por toda la costa de la Isla, principalmente en la ciudad y puertos, con expreso mandato se atendiese a las obras públicas y fortificación de ella, determinó embarcarse, y volver a Cataluña, después de solos XIV meses que con toda la armada partió de allá, y comenzó la conquista de la Isla. En la cual dejó por Visorrey y gobernador general a don Bernaldo Sentaugenia, nobilísimo y fidelísimo caballero Catalán: mandándole que aparejase todo lo necesario para la conquista de Menorca, y de las demás Islas conjuntas y tocantes a la señoría y Reyno de Mallorca: porque determinaba volver presto, y con el favor divino conquistarlas. Y para más obligarle al buen gobierno de la Isla, y aparato de guerra, le hizo merced de otras villas y castillos por su vida, sin la villa de Torrella con su distrito, que era de lo bueno de la Isla, y le había cabido a su parte en el general repartimiento de tierras que el Rey hizo. Proveyó también que ni armas, ni caballos, ni máquinas, ni trabucos, ni cosa que fuese necesaria para defensa de la Isla sacase de ella: considerando lo mucho que importaba conservar lo ganado. Y así se vio, que si grande fue su diligencia y cuidado en conquistar la Isla, mayor le tuvo en conservarla.


Capítulo XVII. De lo mucho que el Rey se aventajó a todos los conquistadores pasados de la Isla, y del largo discurso que de los ingenios y costumbres antiguos y modernos de los Mallorquines se hace.

No se puede callar aquí, ni pasar por alto la ventaja que este buen Rey hizo a todos los de España, señaladamente a sus antepasados Reyes de Aragón y Cataluña, en haber sido el primero de todos que emprendió salió con la conquista destas Islas, y con ellas añadido un tan opulento y esclarecido Reyno a la corona de Aragón, con el cual no solo alcanzó el Imperio y señorío absoluto del mar mediterráneo Ibérico, pero mereció con esto no menos loor y triunfo (
lohor y triumpho), que Quinto Cecilio Merello cónsul Romano, el cual sojuzgó estas Islas, y se tuvo en tanto el haber alcanzado la victoria y posesión de ellas, que se le concedió por ello triunfé en Roma, y se intituló Balearico.
El cual título harto más se debió a este Rey, no solo porque las conquistó, mas porque después de conquistadas, las conservó para sus descendientes, y desarraigó de ellas la impía secta de Mahoma, e introdujo la verdadera fé y religión Cristiana. La cual los nuevos pobladores que puso en ellas, y sus descendientes de aquel tiempo acá, han mantenido y conservado tan verdadera e inviolablemente, que jamás han desviado ni padecido ningunos naufragios de errores en ella: antes ningunos han sido tan continuos perseguidores de los Moros como ellos. Lo que se ve
(vehe), por las terribles escaramuzas y batallas que con los corsarios de África ha siempre tenido, y tienen de cada día. Y que sin duda les ha venido de tan continuo ejercicio de armas ser ellos los más belicosos de cuantos hay en las Islas del mar mediterráneo: puesto que de aquí les queda ser deseosos de venganza. Porque así como para con los enemigos de fuera, en defensa (defensión) de la patria, ningunos hay más bien avenidos entre si, ni más conformes que ellos, así por lo contrario, entre si mismos, ningunos solían ser más fieros, ni crueles. Porque de lo mucho que tienen de coléricos, fácilmente caen en contiendas y rencillas, de donde les nace el odio con el deseo de la venganza, a la cual son naturalmente inclinados, y que la ejecutaban no menos que animales fieros. Porque como sea natural cosa los hombres siendo ofendidos, como a todos los otros animales, apetecer la venganza la cual propiamente señalamos con los dientes, que son armas ofensivas y más próximas (propincas) al corazón donde está la fragua y ardor de la ira, y esta no tanto con las manos, cuanto con la boca abierta, levantando el labio, y sacando los dientes afuera, la significamos: así los Mallorquines antiguamente, la venganza que no podían tomar con sus manos y dientes propios, la ejecutaban valiéndose de las zarpas y dientes de los animales. De esta manera, que entre otras armas para pelear, y defenderse de sus enemigos, criaban unos canes ferocísimos cuales los hay en la Isla, que de pequeños los cebaban con sangre humana: para que en los hombres como contra lobos y fieras se encarnizasen: a fin que viendo con los dientes de estos despedazar sus enemigos, y beberles la sangre, aplacasen su rabia e ira contra ellos, y hartasen su corazón viendo de sus ojos tan fiera venganza dellos. Y así se tiene por cierto que este tan embravecido acometer de los canes, y el tan valiente tirar de las hondas (dos principalísimas armas de Mallorquines) fueron inventadas por ellos, y que al principio usaron dellas y no contra si mesmos, sino contra los corsarios, que muy de continuo entraban a robar y cautivarlos en la Isla: porque viniendo a las manos, fácilmente eran vencidos y cautivados de los corsarios. Por esto ninguno de los Isleños salía por la tierra, que no llevase consigo una honda, y un lebrel, o alano destos canes / can alano: catalano, ca alà: català/ por compañero: para que en encontrando con algún corsario y no pudiéndole hacer retirar con las pedradas de la honda, soltándole el perro, o lo despedazase, o lo entretuviese, hasta tanto que su dueño se pusiese en cobro. De aquí es que Aristóteles llama a estas Islas en Griego Gymnasias que que quiere decir ejercitadas, por el continuo ejercicio que los Mallorquines tenían de pelear con los corsarios.
Puede que también los mismos Griegos las llamaron Baleares que significan tierras de desterrados, y se prueba, porque según dice Pausanias autor Griego, los Cernios, que son gente Griega llaman Balàros a los desterrados, y cuadra con la verdad. Porque los Romanos que regían a España, y eran enemigos de condenar a muerte a los hombres, desterraban a los malhechores, a estas Islas. Los cuales puestos en ellas, como gente holgazana que huían del trabajo de la agricultura, solo vivían y se mantenían de la caza, ni tenían casa firme, sino como fieras andaban por las cuevas, con la honda y canes defendiendo a si y a las Islas. Los cuales (como refiere el mismo Aristóteles) eran tan dados a mujeres, que si a dicha venían a tratar con los corsarios, ninguna otra mercadería les compraban sino mujeres, tan inclinados eran a ellas, o por alguna influencia del cielo, y ardor de la tierra: o por los alimentos grasos de carnes, y de mucho queso,
azeytuna y tocino, de que tanto abundaba. Fueron estas Islas mucho tiempo antes que el Rey las conquistase, algunas veces saqueadas y destruidas por los Condes de Barcelona, y por los Pisanos de Italia, y también por los corsarios de Normandía, que pasaban de la Francia occidental por el estrecho de Gibraltar con su armada al mar mediterráneo: pero haber sido conquistadas del todo, y con entero dominio para siempre retenidas de ningún otro se halla que del invencible Rey don Iayme. El cual no solo las conquistó y conservó para si, pero las perpetuó para sus descendientes y sucesores Reyes de España, que pacíficamente hasta hoy las gozan y poseen.


Capítulo XVIII. Como el Rey se partió de Mallorca, y desembarcando junto a Tortosa, pasó a Poblete: donde se determinó lo de la iglesia y obispado de Mallorca.

Asentados ya por el Rey todos los negocios de Mallorca, excepto lo que tocaba a la religión y asiento de las iglesias, que por haberse de tratar con el Obispo de Barcelona y su cabildo en tierra firme, lo remitió para cuando allá se llegase. Con esto salió de la Isla con viento próspero, y a tercero día arribó a Cataluña, y tomó puerto en los Alfaches cerca de Tortosa. Y aunque su voluntad era desembarcar en Tarragona: pero como después de entrado en el puerto, se levantase gran tormenta, no pudo pasar adelante, y por esto desembarcó allí, y se fue derecho al monasterio de Poblete, para hacer gracias a nuestra Señora por el felice
successo que le había dado en la conquista pasada. De donde se envió orden a todas las iglesias de los dos Reynos para que se hiciesen las mismas a nuestro señor. También visitó los sepulcros magníficamente labrados de sus antepasados Reyes que allí estaban sepultados, y se holgó mucho del ordinario y continuo sacrificio que los religiosos hacían por sus almas. Estando pues allí juntos el Obispo de Barcelona, que era venido de Mallorca con el Rey, y los otros Prelados de la provincia de Tarragona, que fueron para esta jornada convocados, trataron del nuevo Obispo que se había de nombrar para la nueva iglesia y distrito de Mallorca, y de las partes y suficiencia de ella para ser erigida en iglesia catedral, y obispado. A lo cual se opuso el Obispo de Barcelona con su cabildo y canónigos que fueron para esto congregados. Diciendo que la iglesia de Mallorca pertenecía a su jurisdicción, y que era dependiente de su iglesia. Porque un Rey Moro de Mallorca señor de Denia, la había dado a la iglesia de Barcelona, y que esta donación se confirmó por autoridad Apostólica, a petición del Conde que entonces era de Barcelona, de consentimiento del Arzobispo de Tarragona. Con todo eso, vista la grandeza de la Isla, y ser ya toda poblada de Cristianos, junto con la muchedumbre de gente y comercio de la ciudad, pareció que era necesario tuviese propio Obispo por si, para que con su autoridad y presencia animase a los Moros de las Islas dejasen su mala secta, y se convirtiesen a la fé y religión Cristiana, y para apacentar como buen pastor a las almas con su doctrina y ejemplo de vida: y para esto tuviese muchos ministros hábiles, e idóneos que le ayudasen a predicar la palabra de Dios, y fuese el superintendente de todos. Mayormente ayudando el Rey con tanta liberalidad a la iglesia, cumpliendo el voto que hizo de dar la décima parte de lo que se ganase, o la renta dello para la fábrica y sustento de la iglesia mayor de la ciudad, demás de sus diezmos y primicias ordinarias, con los cuales tenía competente dote y renta así para el sustento de ella, como del Prelado, Canónigos, Dignidades y ministros. Por tanto los Abades de Poblete y Santes Creus, principales conventos de una mesma orden y regla de Cistels, a los cuales el Rey había nombrado por jueces árbitros en este negocio, dieron por sentencia. Que con decreto y autoridad de la Sede Apostólica fuese en la iglesia mayor de la ciudad de Mallorca fundada la silla cathedral, y se le diese propio Obispo. Cuya primera elección, o nominación tocase al Rey, y de los venideros sucesores, al Obispo y canónigos de Barcelona, y que fuese del gremio dellos escogido, y no hallándose entrellos tal, se eligiese el más digno de los canónigos de Mallorca: y que se guardase el mismo orden en las iglesias de Menorca, e Iuiça, si acaeciesse alguna dellas llegar a ser obispado. Hecho esto el Rey escribió al gobernador de Mallorca lo dicho y determinado, y que por eso se diese tanto mayor prisa en pasar muy adelante la obra del templo mayor de la ciudad, con los demás que había mandado hacer en cada pueblo grande, y capillas en los pequeños, valiéndose para la fábrica dellas, de las rentas reales, y del ministerio de cada pueblo. Concluido esto se partió el Rey del monasterio, y pasando por Lérida llegó a Aragón, a donde fue recibido con grandísima alegría, pero mucho más en Zaragoza donde le recibieron triunfalmente y con grande regocijo de todo el pueblo.


Fin del libro séptimo.


Libro décimo

Libro décimo.

Capítulo primero. De los embajadores del Duque de Austria que vinieron a ofrecer su hija por mujer al Rey, y como porque no la aceptó murmuraron de él los suyos.


Por este tiempo que el Rey entraba en los XXVII años de su edad, y con mayor sosiego y tranquilidad que nunca gobernaba sus Reynos, la fama de sus memorables hechos era tan celebrada por todas partes, que los Príncipes y Reyes, por muy apartados y lejos de él que estuviesen, deseaban mucho trabar amistad con él, y por vía de parentesco perpetuarla. Mas como ni en castilla, ni en Francia, ni tampoco en Inglaterra, hubiese hijas de Reyes, a quien solían los de Aragón pedir por mujeres, que fuesen de edad para casar, y aunque las hubiese, la fama del divorcio y apartamiento de doña Leonor les hiciese esquivar el matrimonio del Rey:
valiose desta ocasión el Duque de Austria Príncipe riquísimo, para que de las últimas partes de Alemaña enviase sus embajadores al Rey a ofrecerle su hija por muger con mayor dote que nunca Duque dio, ni Rey de Aragón, hasta entonces, recibió en casamiento. Y así fue, que estando el Rey en Huesca, llegaron a él los embajadores de Austria, a los cuales recibió muy bien, y oída su embajada, y el dote que el Duque ofrecía dar con su hija en contemplación de matrimonio, mandándoles ricamente aposentar, y aguardar algunos días la respuesta. Luego se puso a pensar muy a solas sobre este casamiento: porque a consultarlo con otros, ninguno de los suyos se lo desaconsejara. Pues como después de haberlo muy bien considerado todo, en resolución le pareciese, que no era cosa condecente a Reyes, ni estaba bien a su honor y estado, igualar con dineros la majestad Real, y casar con la que no fuese de su igual: sin dar más parte a los suyos, llamó a los embajadores, y haciéndoles grandes favores y mercedes, y ofreciéndose mucho al Duque, de valerle en toda ocasión con su persona y estado, los despidió con mucha gentileza: y en respecto del matrimonio, les dio un honesto desvío por respuesta. Esto se lo tuvieron muy a mal los de su consejo, y más sus íntimos y familiares, que iban por palacio murmurando dello: pensando del casamiento, que no tanto por descontento que del dote, ni de la pieça tuviese, cuanto por haber dado su fé a alguna otra: o realmente por no querer más casarse, lo había rehusado. Lo cual le atribuían más a vicio que a virtud, pareciéndoles que redundaba en muy grande perjuicio de sus Reynos, y que no era justo que la sucesión dellos pendiese de la vida de solo don Alonso su hijo único: sino que engendrase muchos Iaymes para ser padre, o de muchos Reyes, o de muchos, que por sus heroicas y paternales virtudes mereciesen serlo. Trayendo, entre todos, por ejemplo al gran Rey Príamo el Troyano: al cual alababa mucho su historia, porque tuvo cincuenta hijos, y los XVII de su legítima mujer Ecuba: que fue producir al mundo otros tantos pimpollos de reales, y casi divinas virtudes: para que no faltasen muchos, que por ser tan bien nacidos mereciesen ser Reyes entre los hombres. Y así les parecía cosa muy absurda, siendo ya su Real persona de tan buena edad, no solo haber rehusado tan rico casamiento como se le ofrecía: pero el haberse privado de los hijos y sucesores legítimos, que en siete años pudiera tener, después que se apartó de doña Leonor su mujer primera: para que a caso, faltando don Alonso, le sucediesen los suyos, y no los extraños.


Capítulo II. De la sabia y cumplida satisfacción que el Rey dio a sus criados, por no haber aceptado el matrimonio de la hija del Duque de Austria.

No fueron dichas tan a rincón las palabras de los criados del Rey, que no llegasen a sus oídos, y le fuesen sin faltar una relatadas. De los cuales mandó llamar a los que más aficionadamente, y con buen celo se alargaban en esta plática: y venidos antes si les habló con su acostumbrada afabilidad desta manera. No queráis vosotros, con vuestros mal aplicados ejemplos distraerme del honesto, y bien considerado propósito que de no casarme por agora tengo: ni creáis, que por haber desechado el matrimonio que se me ha ofrecido, estoy para siempre fuera de casarme. Pero tan poco quiero que por haber vivido algunos años no casado, me lo atribuyáis más presto a vicio que a virtud generosa. Pues está muy averiguado, que en ningún otro tiempo mejor que en este me habéis visto ejercitar, en lo que como a Rey, y como a general del ejército, en paz y en guerra me tocaba: ni que mayores victorias y triunfos haya alcanzado de mis enemigos, que cuando más libre me he hallado del cuidado de mujer e hijos. Mas porque entiendo que andáis muy puestos en convencerme con los ejemplos de Reyes: por estos mismos, y aun de los mayores Emperadores del mundo, como de Alejandro Magno, y del gran Iulio Cesar, quiero atajar agora vuestras razones. Pues destos vemos: que el primero cuanto más se apartó de casarse, tanto más se empleó en la guerra, y fue tan felice en ella, que llegó gloriosamente a tener gran parte del mundo sojuzgado. El otro, después que repudió la mujer, y quedó libre, demás de pensar en ella, ni en hijos, vino a exceder tanto en las armas y disciplina militar, que se atrevió a conquistar el sumo Imperio Romano, y salió con ello. Porque no hay duda, sino que el amor y cuidado que se tiene de la mujer y hijos, con la codicia de enriquecerlos más de hacienda que de gloria, puesto que dan ánimo a los padres para emprender grandes cosas: todavía la afición y amor carnal que hay entre ellos, embota la lanza de los unos y los otros: pues procura muy poco el padre que el hijo gane honra con pérdida, o peligro de la vida: ni deja tan poco el hijo, por complacer al padre, de posponerlo todo a ella: y que también el padre mira mucho, con no faltar al hijo la suya. Quiero que Príamo, a quien alegáis por Rey bueno, y el más principal de la Asia menor, fuese muy alabado, porque tuvo cincuenta hijos (obra de naturaleza tanto como suya) no sabéis que perdió su alabanza porque se aficionó más a uno solo llamado Paris, afeminado y cobarde, que a todos los demás, que fueron muy esforzados y valientes guerreros? No fue así, que con la demasiada ternura y regalo que crió aquel, le salió tan disoluto y avieso que no solo fue causa, por su lujuria, de la total destrucción y ruina de su gran ciudad y Reyno: pero de las crueles muertes de todos sus hermanos y hermanas, hasta la de su padre y madre, que con el mismo se perdieron? Y que por esto los historiadores y Poetas, alabando mucho las gloriosas muertes de los otros hermanos, callaron la deste, como de un infame, vil, y malfinado? No le fuera mejor a Príamo, que ningún hijo le naciera, que haber engendrado uno para ser la miserable pérdida de todos? Porque no ha de ser el fin de los Reyes tan puesto en casarse por dejar hijos: cuanto en dejarlos buenos, o ningunos. En lo demás pienso haber justamente rehusado el matrimonio de la hija del Duque de Austria, por muy mucho dote que con ella se me haya ofrecido: porque si es, o no, cosa condecente y honesta, anteponer a los casamientos Reales, los que no lo son: o que el dinero e intereses iguale con la grandeza y dignidad Real: yo lo dejo a vuestra discreción y juicio: pues si cuando era muchacho, y no gozando de más estados, y señoríos de los que mi padre me dejó, alcancé hija de Rey por mujer: agora que me hallo aventajado en edad, poderío, y Reynos, consentiré en casamiento más ínfimo? En verdad que no lo haré: antes porque más os aseguréis de mi voluntad e intenciones, me apartaré tanto destos matrimonios, cuanto escucharé de buena gana los Reales, y de ahí arriba, siempre que se me ofrecieren. Con esto quedaron los criados muy satisfechos, y no tuvieron que replicar: por no haber tenido espíritu profético de lo que había de ser, y a do había de llegar la gran casa y descendencia de Austria, que no pudo a más, de lo que agora vemos, por gracia de nuestro Señor, en los descendientes del mismo Rey.


Capítulo III. Del casamiento que el Papa Gregorio IX concluyó para el Rey con la hija del de Vngría, y del dote que se le ofreció, y como se aseguraron los alimentos para doña Leonor, la cual entró en religión.

Acabó el Rey su razonamiento, y quedaron sus criados, como está dicho, tan satisfechos, y admirados de oír tales y tan concluyentes razones, que le reputaron por prudentísimo, y tan bien intencionado en sus cosas, que parecía las consultaba con Dios, y que en todo seguía su voluntad divina. Y así pareció que vino del cielo, lo que sucedió por el mismo tiempo. Porque con la autoridad y mano del sumo Pontífice Gregorio IX se concluyó otro matrimonio del Rey con doña Violante hija de Andrea Rey de Vngria, y nieta de Pedro Altisiodorense Emperador de la Grecia, por lo que ya antes se había tratado dello secretamente el Rey y el Pontífice: y así tuvo luego el Rey aviso, como era llegado a Barcelona Bartholomeo Obispo de Cincoyglesias, y Beraldo Conde de los principales de Vngria, para tratar dello. Los cuales prometieron a las personas que el Rey había deputado para escucharlos, traer en dote con doña Violante doce mil libras de plata, con otras mil que le pertenecían del dote de su madre. Y más doscientas libras de oro fino que le debía el Duque de Austria: con cierta parte del Condado de Namurs en Flandes: y otros lugares, así en Francia, como en Borgoña y Vngria que la madre le había dejado en testamento (que de todo cobró el Rey más derechos que dineros) demás de sus mayores dotes y esclarecidas virtudes de cuerpo y alma, en que doña Violante excedía a todas las mujeres de su tiempo. De manera que se hicieron los entregos y capitulaciones matrimoniales a los XXV de Hebrero, año de nuestra redención 1234. Puesto que después de haberse aceptado y aprobado por el Rey el partido, fue necesario antes que doña Violante viniese, averiguar las diferencias que quedaban entre el Rey y doña Leonor su primera mujer, sobre sus alimentos. Lo cual se asentó luego en el monasterio de Huerta en Castilla: donde se halló con el Rey de Castilla don Fernando sobrino de doña Leonor, y capitularon, que no casándose doña Leonor, gozase por su vida de Fariza con su fortaleza y campaña, sin disminución de lo que ya antes se le había asignado en nombre de dote y alimentos. También que don Alonso su hijo estuviese, y se criase con ella: con condición, que ni contra su voluntad ni antes del tiempo y edad decente se casase. Finalmente que a doña Leonor se le tuviese siempre respeto de Reyna. Hechos estos conciertos Fariza fue entregada con todos sus derechos a doña Leonor. La cual como acabase ya de perder las esperanzas de volver con el Rey, convirtió todo su pensamiento y persona a Dios, y edificó un suntuosísimo convento de monjas de la orden de los Premostrenses en la villa de Almazán (Almaçá), no lejos de Fariza: donde pasó su vida con grande ejemplo y muestra de santidad. Concluido del todo el divorcio, y tomado asiento en lo de los alimentos con doña Leonor, despidiose del Rey don Fernando, y se volvió para Zaragoza. De allí por los puertos de Iaca y santa Christina, pasó a la Guiayna, la vuelta de Mompeller: allí tuvo la fiesta de todos Santos, y asentados algunos negocios del estado volvió para Cataluña a la ciudad de Lerida.


Capítulo IV. Como doña Teresa Gil de Vidaura, se opuso al matrimonio de doña Violante, y como fue citado el Rey, y por algún tiempo no pasó el pleyto adelante.

En este medio que los embajadores andaban tratando el casamiento de doña Violante con el Rey, o sus agentes en Barcelona, doña Teresa Gil de Vidaura, de quien poco antes hablamos, que fue
mujer noble, prudente, y hermosísima, y que en estos siete años después que se hizo el divorcio con doña Leonor, tuvo della el Rey dos hijos varones, al primero que llamaron don Iayme, y al otro
don Pedro: como pretendiese que el Rey le había dado su fé y real palabra de casar con ella, luego que entendió se trataba nuevo casamiento con la hija del Rey de Vngria, se opuso a él con grande rabia, y con efecto procuró impedirlo. Mas porque luego vio el menosprecio con que le oían los jueces
Ecclesiasticos, ante quien puso el libello, y al Rey tan puesto en desecharla, publicaba a voces, que no como amiga, sino como a verdadera y legítima mujer había comunicado con el Rey, y parido hijos de él: y quería se celebrasen con toda solemnidad las bodas de este matrimonio. De manera que ni por las blandas y buenas palabras del Rey, ni por su indignación y amenazas, dejaba doña Teresa de hablar muy libremente contra él, tratándole de fementido, y otras cosas con el calor que secretamente le daban sus parientes, y también los doctores que estudiaban su causa, animándola para proseguirla: certificándole que si la remitía al sumo Pontífice, ante quien se trataría con más libertad y verdad de justicia, que o saldría con ella, o sacaría muy grandes partidos del Rey, para todo beneficio suyo y de sus hijos. Y así fue que se determinó de ir en persona, o envió algún su pariente, hombre importante a Roma, para notificar su derecho al sumo Pontífice. Puesto que se entiende, que en vida de Gregorio IX, que hizo el casamiento de doña Violante, no se enantó cosa alguna: pero muerto él, de ahí a pocos años se puso el libelo ante el Pontífice sucesor, el cual después de bien entendido el negocio, mandó advocar (auocar) así la causa matrimonial, de los Obispos de España y Guiayna, a quien fue antes por su predecesor cometida, mandando citar al Rey a instancia y en nombre de doña Teresa, el cual fue realmente citado, y formado el pleyto, se entretuvo que no pasó a delante por todo el tiempo que la Reyna doña Violante vivió, por lo que adelante se dirá más largamente.

Capítulo V. Del Arzobispo de Tarragona que conquistó las Islas de Iuiça y la Formentera, y de su
asiento y propiedades dellas.


Como antes desto, andando el Rey en la conquista de Valencia, no fuese acabada del todo la de las Islas, más de Mallorca y Menorca, y quedasen por conquistar Ibiza (
Iuiça) y la Formentera, que también eran de la misma conquista: don Guillen Mongriu caballero Catalán y muy noble, Sacristán y Canónigo de la yglesia de Girona, por entonces ya electo Arzobispo de Tarragona, y don Bernaldo Sentaugenia gobernador de Mallorca, pidieron de merced al Rey, les diese la conquista de las Islas de Ibiza y la Formentera, para que ganadas, quedasen en feudo perpetuo del Arzobispo y Metropolitana yglesia de Tarragona so invocación de santa Tecla. A fin que por esta vía se frecuentase en ellas la predicación de la palabra de Dios y enseñanza de la santa fé catholica: para mayor extirpación de la falsa secta de Mahoma, que en ellas había. Respondioles el Rey que era muy contento de la demanda, y de dar la fortaleza y villa de Ibiza en feudo perpetuo al Arzobispo y Metropolitana iglesia de santa Tecla, de la cual él era muy devoto, con condición que dentro diez meses se prosiguiese esta conquista: porque de otra manera, él la quería emprender, acabada la de Valencia. Mas porque se entienda la origen y propiedades destas dos Islas, haremos una breve relación de lo que se contiene en ellas. Fueron pues estas nombradas por los Griegos Pityusas, porque están entretejidas de infinitos pinos que naturalmente produce la tierra. La mayor, que los Romanos llamaron Ebuso, y en vulgar llaman Ibiza, es muy conocida por toda la costa del mar mediterráneo, no solo por su muy ancho y seguro puerto, con la villa y fortaleza, que artificial y naturalmente están muy fortificadas: pero por el gran trato y comercio de la sal, de la cual se provee , y gusta casi toda la costa de Francia e Italia. Porque es tanta su abundancia cuanta se entiende por la descripción que habemos hecho de ella en nuestros comentarios de Sale libro fecundo. Mas aunque la Isla no abunda de panes y otras mieses, pero en ganados mayores y menores y en bestias montesas es muy grande la crianza que hay por toda ella, con la cosecha de Alcaparras, sana y apetitosa ensalada. Demás que como llave del mar Tarraconense, está puesta enfrente y a vista del promontorio de Diana, que agora llaman cabo Martín, en el Reyno de Valencia, para descubrir y hospedar todas las naves y bajeles que de la España occidental pasan al oriente, o vuelven al poniente. La otra dicha Formentera que dista muy poco de Ibiza, está desierta y inhabitable: Aunque de trigo, que vulgarmente en lengua lemosina dicen forment, es fertilísima, si se sembrase: de donde es llamada la Formentera, y en Latín Frumentaria: cría, a causa de su soledad, animales fieros, aunque no dañosos, señaladamente Asnos silvestres: los cuales son tantos que van a manadas por la Isla, y son más grandes y hermosos que los de tierra firme: andan mansos, porque no ofenden a nadie, pero son intratables, y de corazón tan fieros, y corajudos, que nunca se ha visto allegarse a los hombres, ni con algún arte se han podido domar para servirse dellos: antes por su melancholia (la cual según dicen los Médicos es la perfeta) sienten tanto el apartarlos de la compañía de los otros, cuando los sacan de la Isla, que se dejarán más presto morir de hambre, que pacer (pascer), ni comer cosa que les den: y se ha visto ponerles fuego debajo la barriga, y sufrirle antes que moverse de un lugar, ni sufrir carga chica, ni grande que les echen: porque luego dan consigo en tierra: que parece no se ha dado aun en la cuenta del servicio y uso para que los crió naturaleza. Es la desgracia desta Isla, que con abundar de puertos y grandes calas, de fuentes, bosques y tanta copia de pinos, y ser naturalmente fertilísima de trigo y cebadas, son tan continuos los corsarios Moros de África que vienen a dar carena, y a solazarse en ella, que por ellos mucho ha quedado del todo yerma y despoblada. Demás que ni la una, ni la otra Isla crían, ni consienten ningún género de serpientes, ni animales venenosos. Pero lo que mucho más admira es, que no muy lejos de ellas, al enfrente de Peñíscola, y en derecho de Mallorca, hay una muy pequeña Isla llamada Moncolubrer, que en Latín llaman Colubraria, y los Griegos Ophiusa, que produce infinitas culebras, las cuales enojan mucho a los navegantes que a ella llegan. A la cual (según Plinio, y la experiencia que no lo niega) llevando tierra, o arena de Ibiza, y sembrándola por ella, en el mismo punto huyen o se mueren las culebras: y lo mismo hacen llevándolas a Ibiza, que solo el olor de la tierra las mata.
Concedida pues la conquista para el electo de Tarragona, se embarcó en la armada y naves del Rey, que estaban en el puerto de Salou, y fue por general de ella don Nuño Conde de Rosellón, que no se lo estorbó el hallarse flaco y muy cargado de años, porque como más sabio y experto en cosas de guerra, que todos los de su tiempo, no quiso faltar al electo en esta jornada. También se entiende, que por su derecho, como señor de Mallorca, fue con él don Pedro de Portugal. Ayuntados pues hasta mil y quinientos infantes, con pocos de a caballo, partieron con buen tiempo, a acabo de día y noche llegaron a tomar puerto a la misma villa de Ibiza, a la media noche, con tanto recato que apenas fueron sentidos: pero en ser descubiertos, como los de la villa, ya puestos en defensa, creyesen que el mismo Rey que había tomado a Mallorca y Menorca, venía en persona con la armada sobrellos, quedaron desto tan turbados y desmayados, que solo con subir un soldado de Lerida sobre el muro, y dar voces, victoria, victoria, sin más trato ni concierto entregaron al electo la villa con la fortaleza, siendo de si inexpugnable, y luego toda la Isla vino a sus manos. De manera que mandando edificar según el orden dado por el Rey un templo en ella, y dejando muy pocos Moros, solo para esclavos que cultivasen la tierra y campos, la villa se comenzó a poblar de Cristianos. Fue la señoría de la Isla dividida en cuatro porciones. La primera para el Rey: la segunda para el Arzobispo, e iglesia de santa Tecla de Tarragona: la tercera para don Nuño, y la cuarta para don Pedro de Portugal. En estas dos porciones postreras sucedió por tiempo el Rey, o porque fue sucesor en los estados de los dos, o porque las compró dellos, y solo quedó en poder del Rey, y del Arzobispo e iglesia de Tarragona la señoría de toda la Isla: como se
vehe pues hoy en día tienen su parte de jurisdicción, y los diezmos de la sal y otras rentas en ella: y que por esto toca al Arzobispo la cura de las almas, con toda la jurisdicción eclesiástica de ella: y con su porción para la iglesia de santa Tecla, la cual está resumida en una dignidad del Arcidiano de sant Fructuoso, que reside en la misma metra politana y tiene los fructos en la Isla. Finalmente pasaron a tomar posesión de la Formentera y por estar desierta no pararon en ella.


Capítulo VI. De la segunda salida que el Rey hizo por la ribera de Xucar, y no pudiendo batir a Cullera, dio vuelta para la ciudad, y tomó las dos torres de Moncada y Museros.

En tanto que pasaba esto en Ibiza, el Rey no perdía tiempo en pasar adelante su conquista de Valencia. Porque como hubiese tentado y descubierto el poco ánimo de Zaen y de los suyos, cuando poco antes salió a vista de la ciudad con banderas desplegadas hacia la ribera de Xucar, y ni de la ciudad, ni de otra parte había venido nadie a resistirle: determinó hacer otra salida y correrías por el campo de la marina hacia la misma ribera. Para esto convocó a don Fernando, a don Blasco, don Pedro Cornel, y Vrrea, y a los dos vicarios de las órdenes del Temple y del Ospital: significándoles su ánimo, que era correr de nuevo el campo en torno de la ciudad de Valencia. Como fuesen todos del mismo parecer, determinaron de no ir por las Aldeas, sino desparar en Cullera: y para mejor batirla, mandó el Rey traer por mar de Burriana dos grandes machinas a la boca de Xucar, y se partió juntamente con el ejército caminando orilla del mar, a vista de la ciudad, y en dos días llegó a Cullera. Este es pueblo mediano junto al mismo río, de muy fértil campaña, y edificado a la falda de un monte que del otro cabo da en la mar, y estaba puesto harto en defensa. Sacadas las machinas que las subieron río arriba, se plantaron delante de la villa. Pero como hubiese necesidad de piedras grandes y pequeñas para jugar las machinas, y no se pudiesen haber, a causa de ser arenosa la tierra, ni tampoco tuviesen instrumentos para romper las peñas del monte, dijeron los maestros de artillería , que no había forma para batir con ellas, y así era necesario dar en otra tierra. Pues como altercasen sobre esto, y prevaleciese el parecer y porfía de algunos, partiose de allí el Rey con el ejército y machinas la vuelta de Silla, que está a dos leguas de la ciudad junto a la laguna que llaman Albufera. Como estuviese descontento el Rey por no haber hecho algún efecto en lo de Cullera, determinó descubrir su pecho al vicario del Temple, y a Cornel, y Vrrea, como deseaba mucho tomar por fuerza de armas una de las dos principales torres que estaban en la vega de Valencia a una legua de ella, hacia poniente y septentrión: las cuales tenían los Moros en tanto que los llamaban los dos ojos de la ciudad: por estar muy fortificadas: y porque eran como baluartes de ella para entretener los primeros encuentros y rebatos de los enemigos. Era la más principal de ellas, y más bien guarnecida de gente y armas la que llamaban de Moncada, la otra se decía Museros, distantes la una de la otra poco menos de una legua. Propuesta la voluntad del Rey ante los capitanes, el vicario del Ospital con otros vinieron bien en el parecer del Rey, y por ser más fuerte la de Moncada fueron a ella. Como entendió esto don Fernando, que siempre acostumbraba distraer al Rey de cualquier principal empresa: dijo que en ninguna manera se debía batir la torre, por estar muy fuerte y bien proveyda de gente y armas, y haber menester gastar mucho tiempo en tomarla, no teniendo vituallas, ni aparejo de tiendas con lo demás necesario para sustentar y asegurar el campo. Demás que no era cosa prudente capitán provocar al enemigo tan potente y vecino, no teniendo seguras las espaldas con algún grande ejército. También el vicario del Temple porfiaba que no convenía batir a Mócada, sino a Torrestorres. De donde movida la contención, concluyó el Rey, que a Moncada, y no a otra parte se había de dar la batería. Era esta torre muy alta, muy ancha y fuerte, y no solo de vituallas y armas, pero de muy escogidos soldados que tenía allí Zaen, estaba bien proveyda: demás de estar cercada de sus andanas de piedras y cestones en rededor, y bien puesta en defensa. Estando ya los soldados para acometerla, envió el Rey a decir al capitán de ella, le entregase la torre con cuanto en ella había, si querían salvar las personas, o que no les perdonaría la vida. El capitán respondió que el Rey Zaen su señor le había encomendado la torre, y que solo a él la rendiría: pero que subiría luego a lo alto para hacerle señas viniese a mandarse le que la diese. Oída la respuesta mandó el Rey a los soldados que hiciesen lo suyo. Y luego en la primera arremetida dieron con la albarrada en tierra, y entrados puestos los escudos sobre las cabezas para defenderse de las piedras y maderos que de la torre echaban, dieron con tanto ímpetu sobre los villanos y soldados de guardia que estaban mezclados, que matando algunos de ellos hicieron retirar los demás hasta dentro de la torre: la cual bastaba para recoger otros tantos: donde confiados de la
altez y grueso de la pared de ella, se hicieron fuertes. Pero visto por los de dentro la gran prisa que se daban a batirla los de fuera, y que estaba el Rey en persona sobre ellos, acudiéndoles gente de cada hora que venía de Burriana: y que siendo avisado Zaen de lo que pasaba, con estar tan cerca, ni les enviaba gente ni socorro para descercarlos, determinaron el quinto día después de comenzado el combate, de darse, sin otra condición más de salvar las vidas. Entrados hallaron muy buena presa de gente y vituallas en ella: porque había (como dice la historia) más de mil Moros, y valía lo que estaba dentro cient mil besantes de Barcelona, que pasan de veinte mil ducados: y se hallaron allí luego mercaderes que compraron la presa, y los pagaron luego: lo que fue bien menester para aplacar a los soldados, pagándoles justas todas las pagas que se les debían. Con esto se abstuvieron de más saco y presa, que toda vino a manos del Rey, el cual dio libertad a los Moros como les había prometido, y mandó a toda prisa derribar la torre, y assolarla del todo, para que Zaen no volviese a rehacerla. No dejará el lector de maravillarse mucho de la flojedad de Zaen, siendo tan poderoso de gente (como después se verá) y teniendo al enemigo con tan poca a las puertas de la ciudad dentro la vega, como no salió a dar sobre él. Mas porque en el siguiente libro se mostrará, y con más ocasión se descubrirá la causa desto: quedará por agora el maravillarnos más de veras, de otra mayor magnanimidad y valor del Rey: pues no contento de las primeras correrías y cabalgadas, que en la ribera de Xucar había hecho, y de lo que se había detenido en tomar la torre de Moncada en los ojos de Zaen: no como de paso, sino muy de espacio se detuvo en tomar de nuevo la otra torre de Museros, a la cual pasó luego, que está, como dijimos, a la misma distancia de la ciudad, y rodeada de otra tanta población como la de Moncada. Donde los rústicos tenían fortificadas su población y casas con cestones entretejidos de palma y esparto, y detrás con sus ballestas y lanzas para de lejos y de cerca defenderse. Luego acudieron los nuestros con pegar a las puntas de las saetas pez y estopa (como dice la historia) y como encendidas diesen en los cestones comenzaron a quemarse, y echar tanto humo hacia la torre y rústicos que por no ahogarse, o de venir ciegos a manos del enemigo, abrieron la puerta de la torre para salir y huirse: pero acudieron los nuestros, y los cautivaron todos, luego mandó el Rey, de los que le cupieron por el quinto, dar LX a Guillé Sagardia caballero Catalán, uno de los capitanes del ejército, para que rescatase de los Moros de Valencia a don Guillen Aguilon su sobrino, que le tenían cautivo. Y así fue redimido para mal dellos, como adelante diremos. Hecha esta presa, el Rey se partió con todo el ejército para Teruel, y llegando a Albentosa (Aluentosa), fue tanta la necesidad que tuvo de dinero, que permitió vender cien moros, por cuya redención ofrecían (redempcion offrecian) mucho dinero los mercaderes que seguían al Rey, y los mandó dar por XVII mil besantes. Llegado a Teruel, de allí a pocos días partió para Zaragoza.


Capítulo VII. De la muerte de don Sancho Rey de Navarra, y de las diferencias de don Nuño con el Rey, y de la Abadía de la Real que don Nuño fundó en Mallorca.

Por este tiempo el Rey don Sancho de Navarra murió en Tudela de muy grande enfermedad, y luego los Barones y grandes del Reyno, sin más acordarse del prohijamiento y sucesión del Rey don Iayme, y de la pública fé y juramento por ellos hecho, alzaron por Rey a Tibaldo Conde de Campaña sobrino del muerto. Lo cual pareció al Rey, por estar tan ocupado y puesto en otros negocios, disimular por entonces, y dejarlo para otro tiempo, o para sus sucesores los Reyes de Aragón, que después de haber sostenido grandes guerras y debates con los Reyes de Francia, Castilla, y Navarra, por este Reyno, a la postre prevalecieron, y se han quedado con él para siempre. En este mismo año de mil doscientos treinta y cuatro, tuvo nueva el Rey estando en Zaragoza, como el mismo Papa Gregorio IX que procuró su casamiento con la Reyna doña Violante de Vngria, al octavo año de su Pontificado, había canonizado por santo a su grande amigo Domingo Español fundador y patriarca de la religión y orden de los frailes Predicadores, por los muchos milagros que en vida y muerte había hecho. También algunos años antes el mismo Pontífice canonizó por santo a Francisco fundador de la religión, y orden de los menores, que fue asimismo clarificado con muchos milagros. Tuvo el Rey destos dos santos viviendo ellos tan grande opinión, y después de muertos y canonizados por santos, tanta devoción, que recibió sus órdenes y generales en sus Reynos con mucha afición, y (como está dicho arriba en el segundo libro) mandó edificarles monesterios suntuosísimos, y en todas sus empresas se encomendó a ellos tan de veras y con tanta fé, que tenía muy creydo por la intercesión dellos haber alcanzado los prósperos successos de sus empresas. Por este tiempo se movieron ciertas diferencias y distensiones entre el Rey y don Nuño, sobre los condados de Cerdaña y Conflent que poseía, con otros derechos que pretendía tener el mismo don Nuño a ciertas villas y lugares de Cataluña, y Guiayna: así por la sustitución del Conde don Ramón en su testamento hecha en favor del Conde don Sancho padre de don Nuño, como por la donación que el Rey don Alonso hizo a doña Sancha madre del mismo don Nuño, y a los hijos que de ella y del Conde don Sancho nacerían (nascerian). Por parte del Rey se le pedían ciertas villas y castillos conjuntos a Port vendre, y Condado de Rosselló, los cuales don Nuño se había usurpado de la corona Real. Pero como el Rey fuese naturalmente benigno, y muy agradecido, y se acordase de la gran fidelidad y servicios muchos que don Nuño le había hecho en todas sus guerras y empresas, demás de serle tan propinco pariente, no quiso disgustarle, sino avenirse con él, y remitir a jueces árbitros todas sus diferencias. Para lo cual siendo nombrados por don Nuño, don López de Haro señor de Vizcaya, y por el Rey don Guillen de Cervera monge, y en caso de discordia, don Hugo Monlauredon Vicario del Temple por tercero: estando ya los árbitros reconociendo los derechos y acciones de cada una de las partes: no quiso el Rey aguardar que se diese sentencia sobre ello, sino que le plugo dejar a don Nuño el señorío y posesión de aquellas villas y Castillos junto a su Condado, y de rehacerle con dineros todos los daños y costas que pretendía: pensando muy cuerdamente, que pues don Nuño y su mujer eran ya muy viejos, y tenían perdida la esperanza de tener hijos, y que muriendo ellos volvían todos sus estados y señoríos a la corona Real, era muy bien que los gozasen en vida pacíficamente: pues esto y mucho más se le debía a don Nuño. Porque es este mismo, el que siendo general del ejército del Rey en la conquista de Mallorca, acabó entre otras muchas, aquella memorable hazaña de matar al capitán Infantillo Moro, y venció su ejército, por que cegaron la fuente, y quitaron el agua al ejército del Rey estando alojado a media legua de la ciudad, como en el libro sexto hemos contado: este por ser aquel lugar muy ameno y deleitoso, muy lleno de árboles, y de aguas con mucha frescura, y tan propinco a la ciudad, mandó allí edificar un muy grande y suntuosísimo convento de religiosos, con su templo bellísimo: al cual dotó de muy grandes y ricos heredamientos, y dedicó al nombre, honor y gloria de la sacratísima virgen y madre nuestra señora, debajo el orden y regla de Cistels, donde él con doña Sancha su mujer muertos se mandaron llevar a enterrar, y la intitularon la Real, con mucha razón. Porque siendo don Nuño nacido de la casa Real, y por sus heroicos y esclarecidos hechos muy merecedor de tal corona, bien pudo con justo título cualquier casa que edificase llamarla Real.

Capítulo VIII. De la venida de doña Violante de Hungría, y bodas que el Rey celebró con ella, y del concierto hecho con don Pontio Cabrera sobre el condado de Urgel.

Llegó por este tiempo a Barcelona la princesa doña Violante hija del Rey de Hungría para casar con el Rey, acompañada del mismo Obispo de Cincoyglesias que vino antes para el concierto, y del Conde Dionisio Vngaro, con mucha otra familia, y fue de los de Barcelona y de todo el Principado muy espléndidamente y con grande alegría y triunfo recibida. Era moza de XX años hermosísima, y que debajo de tanta suavidad y alegría de rostro representaba su gran ser y majestad Real. Como el Rey tuvo aviso de su llegada en el mismo punto partió de Huesca para Barcelona, a donde celebró sus bodas suntuosísimamente, y fueron con grandes fiestas de justas y torneos por los barones y grandes de los dos Reynos que allí acudieron, con otros muchos regocijos de juegos y danzas por el pueblo solemnizadas, con tanta satisfacción y contento del Rey, cuanto desear podía. Porque de ver y contemplar la extraña hermosura de doña Violante, tan acompañada de grandeza y valor de ánimo, con discreción y prudencia, confiaba que no solo había de tener en ella mujer para no desear otra, pero muy bastante compañera para ayudarle a llevar us grandes trabajos en el gobierno de sus reynos, y proseguimiento de sus conquistas. Y así la amó por extremo, y por lo mismo fue muy querido de ella. Por donde fue tan continua y firme la caridad y amor conyugal entre ellos, que para todos sus reynos fueron los dos ejemplo y dechado de toda conformidad y concordia. Venida ella, creció la rabia en doña Teresa Vidaura, y quiso hacer nuevo sentimiento y oposición contra doña Violante: pero fue aconsejada no tentase tal por la vida, porque la Reyna era mujer muy valerosa, y tan señora de la voluntad del Rey, que se juntarían los dos a perseguirla. Porque de solo haber entendido lo que había pasado antes, cuando se trató el casamiento, y la oposición que hizo contra ella, estaba ya muy sentida. Por esto doña Teresa temiéndose de la ira de la Reyna, se ausentó con sus hijos lejos de la Corte, aguardando alguna buena ocasión para salir con la suya, como se dirá adelante. A esta sazón vino a Barcelona Poncio Cabrera hijo y sucesor de Guerao que fue antes echado de todo el condado de Urgel, y se quejó delante del Rey: porque como por las capitulaciones que con su Real sello había firmado, sucediese él en el Condado, siempre que la condesa Aurembiax muriese sin hijos: hubiese después desto admitido y consentido se hiciesen tan inicuas donaciones y sustituciones del Condado, en perjuicio suyo: así por las que hizo Aurembiax en favor de don Pedro de Portugal su marido, como por las que después hizo don Pedro en favor de su real persona. Como fuese la queja clara y evidente para el Rey, hizo nuevo concierto con Pontio en esta forma. Que reservándose el Rey para si y sus sucesores la ciudad de Urgel, con todos los derechos y acciones que Poncio como Conde podía pretender, o tener, a las ciudades de Lerida y Balaguer, todas las demás villas y castillos, y qualesquier derechos del Condado, quedasen en Pontio en perpetuo feudo Real para él y sus sucesores. Y de ahí (hay) vino que el Rey y Pontio los dos, y cada uno por si, se intitularon Condes de Urgel.


Capítulo IX. Como el Rey propuso a los de su consejo la conquista del castillo de Enesa, y que fue aprobada por todos, y de las causas porque Zeyt Abuzeyt se casó en Zaragoza.

Acabadas las fiestas y el regalado tiempo de las bodas, el Rey dejó a la Reyna en Barcelona, y por nueva ocasión que se ofreció dejó la ida de Valencia, y tomó para Aragón el camino de Sariñena villa antigua del Reyno en el distrito y obispado de Huesca, en donde como siempre pensase, y estuviese intento en acabar la empresa y conquista del Reyno de Valencia, llamó a los obispos de Zaragoza y Huesca, con algunos señores y Barones del Reyno, y otros capitanes que seguían la Corte. A los cuales juntos comenzó a significar su intención y deseo, diciendo como tenía deliberado de llevar adelante la guerra y conquista de Valencia, pues nuestro Señor le había concedido que tan prósperamente le succediessen los principios de ella, teniendo ya por suyas a Morella y Burriana dos de las más fuertes y principales plazas del Reyno, con las dos torres de Moncada y Museros, y más por haber descubierto en la presa de estas el poco ánimo y valor de Zaen su enemigo. Que para poder mejor ir a cercar la ciudad, y tener las espaldas seguras: y para destruir y talar los campos más a su salvo y provecho del ejército, convenía tomar otra fuerza y plaza que estaba a vista de la ciudad, que era el castillo de Enesa, o Cebolla (agora se dice el Puig de santa María) que está en un montecillo alto cercado de otros menores, a medio camino de Murviedro a Valencia: la cual se descubre muy bien desde este castillo, que está a dos leguas de ella, y media del mar, por donde puede ser fácilmente proveydo de Burriana y Cataluña así de vituallas, como de gente y armas. De manera, que tomada esta fuerza, el ejército se podría seguramente entretener en ella, y de allí salir a hacer sus correrías y cabalgadas hasta las puertas de la ciudad, así para talarle sus campos como para mantenerse de la presa, porque con esto forzarían a Zaen, o a darse a partido, o a salir en campaña a pelear. Lo cual él mucho, y con razón rehusaba por miedo de la parcialidad de Abuzeyt que tenía dentro de la ciudad: que por eso le parecía no era de perder esta ocasión, y siendo tal el parecer dellos lo seguiría. Oída la proposición y consulta del Rey, cuadró también a todos, que se conformaron en seguir lo que quería, y determinaron que luego en comenzar la primavera se partiese para Enesa: y en este medio se hiciese gente y aderezase lo necesario para la jornada. Con esto se partió el Rey para Teruel, donde celebró la pascua de la resurrección del señor, y reforzó el ejército de algunas más compañías. De allí dio la vuelta para Calatayud, por negocios de la misma ciudad: a donde llegó don Pedro de Portugal, a quien antes el Rey había dado las Islas de Mallorca y Menorca por su vida: aunque ya estaba determinado de renunciarlas, sino que aguardaba se le entregase la recompensa prometida de ciertas villas y lugares en el Reyno de Valencia. El cual dio pública obediencia al Rey, y juró que la misma daría a la Reyna doña Violante, y a sus hijos que el Rey tuviese, en vida y en muerte del Rey. Hízose este juramento y homenaje en presencia de muchos principales y barones del Reyno, y de los Prelados, porque esto fuese más firme y valedero. De allí asentados los negocios de la ciudad se volvió a Teruel, y confirmó la donación que antes había hecho de las villas de Ricla y Magallón en favor de Abuzeyt, durante su vida, prestando la misma obediencia y fidelidad al Rey: y que prestaría la misma a doña Violante y sus hijos: sin hacer mención alguna del Príncipe don Alonso. Porque desde entonces comenzaron ya a sembrarse algunas discordias entre padre y hijo. En este tiempo Abuzeyt que muchos días antes se había hecho secretamente Cristiano, porque los moros de su parcialidad no se ofendiesen, y dejasen de ayudarle en beneficio de los Cristianos: como viviese muy disolutamente, haciendo algunas cosas no muy ajenas del rito y ceremonia morisca, y otras cosas, de que mucho se escandalizaban los catholicos: proveyó en que, con la buena diligencia y industria del Obispo de Zaragoza, se apartase con una principal mujer de Zaragoza, de la cual tuvo una hija que llamaron doña Alda, esta fue después casada con don Blasco Simón caballero Aragonés, que sucedió en la baronía de Arenos: y también en las villas y lugares que fueron de Abuzeyt.


Capítulo X. Como Zaen fue con mucha gente a derribar el castillo de Enesa, y como el Rey vino luego con su ejército, y llevó los pertrechos de Teruel para edificar otros en el mismo lugar.

Estando ya el Rey de camino para el Reyno de Valencia, acompañado de muchos señores y barones de sus Reynos, con otros caballeros que llevaban gajes y tenían caballerías de honor: juntamente con las compañías de soldados que habían hecho y enviaban las ciudades de Calatayud, Daroca y Teruel, donde a la sazón se hallaba: le vino nueva de Valencia, como Zaen sospechando, o que fuese avisado de la intención del Rey, era venido con mucha gente de guerra y gastadores al castillo viejo, y fortaleza de Enesa,y que lo había derribado y asolado todo hasta los fundamentos, porque los Cristianos no reparasen en aquel lugar contra la ciudad. Como esto oyó el Rey holgó dello mucho, así por ver, que conforme a su opinión, de entender Zaen que de tomarle aquel castillo los enemigos, se le podría recrecer mucho mal a la ciudad, lo mandaba derribar como por tomar dello ocasión para edificar otro de nuevo en el mismo lugar, más fuerte, y para ponerle en mayor defensa. Para esto mandó traer con las acémilas de Teruel (como dice su historia) los instrumentos y maderas necesarias para levantar las paredes del: y así con todo este aparejo se entró en el Reyno. Y pasando por junto a Xerica que siempre estaba por Zaen, de nuevo mandó talarles las huertas y vega, sin que saliese hombre de la villa a estorbárselo. De ahí pasó por Segorbe sin le hacer ningún daño, porque siguiendo la parcialidad de Abuzeyt, dio libre paso y provisión de toda cosa al ejército. Llegando a Torrestorres, por la misma causa que a Xerica, le mandó talar sus campos, y pasó más adelante a vista de la fortaleza de Murviedro, llevando los escuadrones con este orden. El primero que era de caballos ligeros llevaba don Ximen de Vrrea. En medio iba la infantería, Postrero en retaguardia el Rey con los hombres de armas. Pero antes que llegasen al monte de Enesa, se dijo por el campo, y se confirmó por la relación de los adalides, como Zaen venía con mucha caballería a Puçol, pueblo entonces pequeño entre Murviedro y Enesa, para dar sobre la gente del Rey, el cual luego se puso en orden, juntando los caballos ligeros con los hombres de armas, para con todos hacer rostro al enemigo: mandando retirar la gente de pie con el bagaje a la mano derecha hacia la montaña, donde agora está un devotísimo monasterio de frayles Franciscos recoletos, que llaman Valde Iesus, hasta ver en qué daría la escaramuza. Mas luego se entendió que no era gente de Zaen, sino del Vicario del Ospital, y de los Comendadores de Alcañiz, y Castellot, con hasta cien caballos y dos mil infantes, y otros treinta caballeros que estaban de guarnición en Burriana, los cuales sabida la determinación del Rey en lo del castillo de Enesa, se habían adelantado, y enviado muchas vituallas por mar, y ellos llegaban por la marina hasta el enderecho de Enesa, y junto a ella a campo travieso salían al camino real, para aguardar y servir al Rey en la jornada. Ayuntados todos, y el Rey muy alegre de verse con tan buena gente a su lado, y con la provisión que venía por mar, pasó al castillo, y viéndolo por el suelo, mandó se edificase otro más fuerte que el pasado. Dada la traza y modo del en forma triangular, luego se puso mano sin más dilación en la obra, por tener todo el recaudo para ella, a causa de los pertrechos que trajeron de Teruel, y del aparato de piedras y madera que del castillo derribado hallaron esparcida por todo el monte. Fue tanta la porfía, y afición de los grandes y barones, señaladamente de las compañías de las ciudades, en levantar la obra, por la parte y porción a cada uno encomendada, que dentro de dos meses fue del todo acabada, y hecha inexpugnable. Pusieron en ella vituallas y provisiones para cuatro meses, las que de cada día venían por mar de Burriana, con la munición de todo género de armas, y lo demás que convenía para dejarla muy bien puesta en defensa. De allí comenzaban los soldados a salir cada día haciendo sus correrías hasta la ciudad, y volviendo con tanta presa de vituallas, que con ellas había provisión para todo el ejército, y aun sobraba. Y como fuese tan cierta la presa, los soldados se ponían tan adelante, que casi llegaban a batir las puertas de la ciudad, y con esto causaban gran terror dentro de ella, y por toda la tierra.


Capítulo XI. Del modo que el Rey tuvo para elegir por general del ejército en guarda de Enesa a don Bernaldo Guillen dentensa.

Esperando el Rey la oportunidad y tiempo más acertado para ir a poner el cerco sobre la ciudad, imaginaba con grande curiosidad y ansia, a quien de los principales capitanes que le seguían haría presidente de la nueva fortaleza, y encomendaría la tenencia general del ejército que allí dejaba en guarnición de ella hasta que fuese devuelta. Porque tenía por muy cierto, que en volviendo él las espaldas, sería allí Zaen con todo su poder para derribar la fortaleza: y aun recelaba del ejército, en viéndole venir, no la desamparase, y se fuese. Estando pues con grandísimo cuidado imaginando sobre ello, le vino a la memoria don Bernaldo Guillen Dentensa, así llamado, por la Baronía dentensa que poseía en Cataluña (que hoy son las villas de Cambrils y Falcete con otros pueblos) por merced del Rey: cuyo tío hermano de madre era don Guillé, hijo segundo bastardo de don Guillen de Mompeller y de Ynes de España, de quien hablamos en el primer libro. Porque sabía el Rey muy bien que en todo hecho de guerra, fidelidad y consejo excedía don Guillen a todos los del campo, como lo había muy bien mostrado poco antes en la guerra de Burriana, donde fue herido, y dio gran muestra de su invencible valor y esfuerzo, según arriba dijimos. Este era ido a Cataluña, y la Guiayna para hacer gente por orden del Rey: y aunque se detenía mucho, le aguardó tres meses más hasta que vino, dando en este medio gran diligencia en proveer la fortaleza de vituallas y municiones, y en hacer ejercitar la caballería, como aquella que muy presto las había de haber bien de veras contra los Moros. Al fin llegó don Guillen, trayendo consigo una banda de caballos ligeros muy escogidos, al cual salió el Rey a recibir con toda la caballería, honrándole más que a todos los de su corte y ejército, así por el estrecho parentesco, como por acrecentarle la autoridad y respeto para con los soldados: por tener fin de encomendarle un tan principal cargo, como tenía pensado. Llegados a la fortaleza cenaron con mucho regocijo: mas el día siguiente el Rey se apartó a hablar con él muy de propósito. Y cuanto a lo primero, dice su historia, que después de haberle reñido, porque había tardado tanto en venir, y por haber traido aquella banda de caballos, sin haber juntamente provisto de vituallas para mantenerlos, le fue mostrado muy despacio la fortaleza que había edificado, en aquel mismo lugar donde Zaen derribó la otra, y las armas y todas municiones que para su defensa había en ella puesto. En la cual, aunque estaba asentada en monte alto y seco, había mandado cavar una cisterna tan grande que cabían en ella cincuenta mil cántaros de agua, y que la tenía ya llena. Mas le significó, que su ánimo había sido de levantar aquella fortaleza en los ojos de Zaen, y a vista de la ciudad, por asentar allí su ejército, así para defensa y amparo de todo lo que atrás quedaba ya ganado del Reyno, como para que de allí pudiesen los soldados hacer sus correrías hacia la ciudad: y para reprimir las que de ella se harían contra ellos. Esto no para más tiempo de cuanto él fuese a Aragón a juntar mayor ejército, para volver con él a poner cerco sobre la ciudad. Así mesmo le señaló la gente y capitanes que quería dejar allí en guarnición y guarda de la fortaleza. Y porque de todo esto se le había dado cuenta y razón en presencia de algunos, cuando quiso hablar del teniente general, que había de nombrar, se apartaron los dos, y el Rey le descubrió lo que tenía pensado sobre ello. Diciéndole como por el grande parentesco que entre los dos había, y por la mucha confianza que de su tan conocida fidelidad y valor tenía, junto con su mucha platica y experiencia de guerra, se había determinado en nombrar le por su lugarteniente general del ejército, y presidente de la fortaleza. Porque ni tenía otro de cuantos señores le seguían, a quien pudiese con igual seguridad encomendar el cargo: ni a otro, que a él, quería dar la honra y renombre, que de regirlo se le había de seguir. Que si acaso le parecía este negocio muy arduo, y la defensa difícil, por cuanto era necesario con muy continuas y sangrientas escaramuzas sustentarla: por esto debía tanto más, y con mayor ánimo emprenderla, pues con cualquier suceso que se siguiese no podía dejar de sacar dello victoria con triunfo. Porque tomando esta empresa, como se debía, que era por el ensalzamiento y gloria de Cristo, y para echar sus enemigos los Moros del mundo: así como de la victoria, quedando vivo, perpetuaría su gran fama y nombre en la tierra: así muriendo sobre ella, alcanzaría soberano y gloriosísimo triunfo de mártir en el cielo. Como oyó todo esto don Guillen, según era caballero de pío y generoso ánimo, dio muchas gracias al Rey por la buena ocasión que le daba para mostrar en esta jornada, lo mucho que deseaba emplear todo su valor y fuerzas en servicio de Cristo nuestro Señor, y de su Real persona. Y así recibía de muy buena gana el cargo y defensa de la fortaleza y ejército, juntamente con don Berenguer Dentensa su cuñado, y don Guillen Aguiló, por lo mucho que esperaba valerse del buen consejo y fuerzas de los dos en la tenencia. Oída la generosa respuesta y determinación de don Guillen, quedó el Rey tan alegre y satisfecho, que con lágrimas de placer le abrazó, y prometió de allí adelante no tendría otro padre, ni otro segundo más íntimo y allegado suyo para el gobierno y mandado de todos sus Reynos, que a él.


Capítulo XII. Como puesto don Guillen en el cargo de teniente general, se partió el Rey de Enesa, y de lo que pasó de la golondrina que se puso a criar en su tienda.

Como tuviese ya el Rey por muy cierta la voluntad y determinación de don Guillen para aceptar el cargo de general del ejército, y de Enesa, no le pareció nombrarlo, ni comunicarlo por vía de consulta con los de su consejo y capitanes, antes de ponerle en el cargo: así porque era cierto que pocos, o ninguno de ellos lo aceptarían de buena gana, según se tenía por más que cierta la venida de Zaen con todo su poder, y que siendo tan flaco el ejército del Rey, y él ausente, se había de tener a locura osar esperar tan gran fuerza de enemigos: como también porque en oír que se trataba de dar el cargo a don Guillen, no faltaba quien lo contradijera. Por donde sabiamente el Rey, tan presto como le nombró, le puso en posesión, y dio el estoque y título de general del ejército. Admiráronse mucho todos de tan pronta, y no consultada elección: pero después de bien consideradas por cada uno las principales partes de don Guillen, y su tan buena prueba como había hecho en la guerra de Burriana, la aprobaron, y tuvieron por muy acertada. Con esto determinó el Rey su partida para Burriana, y juntamente nombró por compañeros y asistentes en el cargo, a don Berenguer Dentesa, y a don Guillé Aguiló, a los cuales encargó mucho el gobierno y conformidad: y que tuviesen buen ánimo, porque sería muy presto, y con grande ejército con ellos. Pues como para la partida se recogiese su recámara, y pusiese en orden el bagaje, no se puede dejar de referir aquí la grande benignidad y buena fé del Rey que con todos, así en lo poco, como en lo mucho mostraba: según que por su historia él mismo lo cuenta. Como levantando el Real, y alzando las tiendas que consigo acostumbraba llevar siempre de camino, se halló que en lo alto de la tienda del Rey, que dicen la escudilla, o arandela, había hecho su nido, y criaba sus pollitos una golondrina ave conocida. Esto como lo dijesen por una burla al Rey sus criados, mandó luego que en ninguna manera tocasen el nido, ni desparasen la tienda, diciendo, dejadla (dexalda) estar queda porque esta avecita (auezita) es anunciadora de victoria, y pues se ha confiado en nuestra sombra y amparo, con el mismo ha de ser defendida hasta que haya acabado de criar y echado a volar a sus hijos. Y así mandó se quedase sin desparar la tienda, y quien guardase a la golondrina, hasta que con sus hijos volase (bolasse), y se fuese de ella.


Capítulo XIII. De las dos naves de trigo que el Rey envió de Salou para los del Puig, y de las cortes que tuvo en Monzón sobre la conquista de Valencia, y de la moneda jaquesa y morabatín de la sal.

Llegado el Rey a Burriana pasó a Tortosa, y de allí a Tarragona, y hallando ciertos vaxeles en el puerto de Salou cargados de trigo para llevar a Mallorca, mandó pagar el trigo a los mercaderes, y que le llevasen al Puig de Enesa para el ejército. De allí partió para Huesca, y finalmente paró en Monzón, para donde había mandado convocar cortes. Y porque nunca proponía sino cosas honestas y útiles, así para la religión Cristiana, como para beneficio y acrecentamiento de sus Reynos, no faltó ninguno de los Prelados, grandes y barones, con los síndicos de las universidades, que no acudiese a ellas, y consintiesen en cuanto pedía. Y así por entonces no les propuso otro, que lo mucho que deseaba acabar la guerra y conquista comenzada, la cual con tan increíbles trabajos, gastos y peligro suyo proseguía contra los Moros de Valencia, pues había ya llegado a tan buen término, que desde Morella hasta las puertas de la ciudad, que es la mitad del Reyno, quedaba por ganar poca cosa, y que había ya dejado el ejército en lugar bien fortificado a vista de la ciudad, y así era necesario poner cerco sobre ella. Y porque apoderado de ella, no dudaba poder muy en breve tiempo ser señor de la otra parte del Reyno: para que todos con él gozasen de la más alegre, fructífera, y provechosa tierra del mundo: por esto les rogaba, que pues la empresa iba tan adelante, y lo proseguido hasta allí había tan prósperamente sucedido, le favoreciesen con sus personas y haciendas, con la liberalidad y afición acostumbrada, para acabarla. Y que pues los grandes y Barones de los Reynos lo hacían tan principalmente con él, en asistirle con sus personas y gente: que las ciudades y villas se esforzasen a continuar, y aumentar cuanto pudiesen la gente y provisiones que le enviaban: pues no faltaría él como nunca faltó, de emplear su propia persona, y morir por la salud y beneficio público de sus Reynos en esta demanda. Acabada el Rey su plática, como todos viniesen bien en otorgarle cuanto les pedía, y de nuevo se ofreciesen de ayudarle con sus haciendas, gente y armas muy de buena gana: determinó se otorgasen treguas a todos los montañeses de Aragón y cataluña que tenían bandos: y estaban entre si divisos, para que toda su cólera y armas las convirtiesen contra los moros, y que ninguno le faltase en esta guerra. Demás de esto fue requerido el Rey perpetuase y confirmase el uso y justo peso de la moneda jaquesa por todo el Reyno de Aragón, y las ciudades de Lerida y Tortosa, con todo su distrito: y que todos de XIIII años arriba jurasen de hacerle valer. Porque había tanto número y copia de ella, que no se podía reprobar, sin muy grande daño y pérdida de muchos. De entonces quedó también en aquellas cortes decretado para siempre, que de cualquier casa y morada, cuya renta llegase a cien sueldos moneda jaquesa, pagase al Rey de siete en siete años un morabatín, que agora llaman en el Reyno de Valencia el Real de la sal y se collecta. Finalmente mandó a todos los que tuviesen caballerías por merced del Rey, estuviesen en orden para siempre que se le ofreciese hacer guerra, seguirle con sus armas y caballo, sopena de perdellas. Y porque en muchas partes de la historia se habla destas caballerías, y es bien se sepa lo que son, y como fueron fundadas, y se distribuían, y a que obligaban: declarar se a en el capítulo siguiente, lo que se collige y entiende dellas.


Capítulo XIV. Del origen y fundación de las caballerías de honor, y para que efecto las daban los Reyes de Aragon a los ricos hombres y barones del Reyno.

Tiene se por cierto que las caballerías que llamaron de honor en el Reyno de Aragon, tuvieron su origen y principio del tiempo que los Reyes, por honra, y como en premio de los trabajos y gastos que los barones y ricos hombres padecían siguiendo la guerra, les daban a regir y gobernar algunas ciudades y villas principales del Reyno, como prefecturas, o corregimientos. Para que del estipendio y salario del gobierno se mantuviesen, y gozasen de aquel honor de la presidencia y cargo que regían: con obligación de acudir al Rey en tiempo de guerra, o de enviar tantos de caballo según el provecho del cargo era. Pero como con el tiempo atendiesen los ricos hombres en aprovecharse, y convertir en patrimonio las prefecturas, procurando que sus hijos sucediesen en el provecho dellas: y a causa desto anduviese el regimiento muy descuadernado y confuso, y que poco a poco se iban usurpando los provechos y autoridad del Rey, con gran descontentamiento y daño de los pueblos: determinaron los Reyes, a petición y demanda de los mismos pueblos, quitarles este yugo de encima: cargando a cada ciudad y villa destas tantos censos, o renta perpetua como juros, para fundar tantas caballerías, que pudiesen con ellas dar equivalente recompensa del provecho de los cargos, a los ricos hombres: y que gozasen dello do quiera que se hallasen: con tal que fuesen obligados a seguir la guerra con sus personas y tantos de caballo (como está dicho) pues por eso las llamaron caballerías de honor, porque el provecho y renta de cada una bastaba para mantener hombre y caballo: reteniendo el nombre de honor, por las prefecturas y cargos de donde nacieron. Y así daban los Reyes estas caballerías que eran muchas, a los señores y barones, y ellos las repartían entre sus allegados, o criados, que llamaron mesnaderos. De manera que por esta causa, en oír pregonar guerra, luego sin otro sueldo de más, acudían al Rey todos los ricos hombres que tenían caballerías, y con ellos sus allegados, o mesnaderos, con sus armas y caballos: recibiendo por todo el tiempo de la guerra, cierta ración para si y sus caballos, de la despensa del Rey. Lo cual por entonces era gran parte para que los Reyes formasen de presto un ejército, y que no faltase nadie, a causa de que no acudiendo con tiempo, estaba en mano del Rey privar, ipso facto, de las caballerías al que faltase.


Capítulo XV. Que sabido por los de Enesa venía Zaen sobre ellos le esperaron fuera del castillo, y del razonamiento que don Guillen hizo para animar al ejército.

En tanto que el Rey tuvo cortes en Monzón, y se ausentó de Enesa, cobró ánimo Zaen, y ayuntando su ejército de infantería y de a caballo desde Xatiua hasta Onda, que está en vista de Burriana hacia la montaña, que serían hasta cuarenta mil infantes, y seiscientos caballos determinó de ir a dar sobre el nuevo castillo, o fortaleza que el Rey había hecho en Enesa, para asolarla del todo, y degollar cuantos Cristianos hallase dentro y fuera de ella. De suerte que teniendo todo el ejército por la ciudad y arrabales alojado, se partió con todo él una tarde aprima noche para que le amaneciese a vista de los enemigos, y los tomase de sobresalto. De lo cual siendo un día antes avisado el capitán don Guillen por sus espías, no durmió mucho aquella noche, antes se levantó a la media, y llamó a todos los capitanes y oficiales del ejército, y les declaró el manifiesto peligro en que estaban, por la infinidad de gente enemiga que sobre ellos venía: que pues como valerosos y tan fieles a su Rey, habían determinado de quedar allí para defender hasta morir, y no desamparar la fortaleza: y con esta confianza el Rey se les había encomendado: deliberasen si querían salir y pelear en campo raso: o encerrarse dentro de tan flacas y tiernas paredes de castillo, dejándose cerrar en tan angosto lugar de tan innumerable ejército. Oídos los dos pareceres, se encomendaron todos a nuestro señor, y a su bendita madre muy de corazón, suplicando les alumbrase para acertar en lo mejor. Y así de común consentimiento se determinaron de salir fuera de la fortaleza a esperar, y pelear con los Moros. No se puede creer el heroico esfuerzo con que se determinaron de aguardarlos. De manera que oída la misa antes del día, y recibido por todos los capitanes y barones el santísimo Sacramento del altar: ajuntó don Guillen todo el ejército hacia el recuesto del castillo, y después de hecha la reseña mandoles dar un buen refresco, para luego ponerlos en orden para la batalla. Mas apenas comenzó a concertar los escuadrones, cuando de lo más alto del monte comenzaron las atalayas a dar grandes voces, señalando la infinidad de gentes que hacia la parte de Valencia se descubrían, y aunque venían tan esparcidos por todo el campo que cubrían el sol. Por lo cual como vio don Guillen que los suyos en alguna manera desmayaban: puesto sobre su caballo en medio de todos, comenzó con buenas palabras a animarlos desta manera. Esforzados caballeros, y valientes soldados. Aunque sé muy bien, ser cosa de hombres temer los manifiestos peligros, y la muerte con ellos, y que no es por falta de corazón y ánimo los pocos tener miedo a los muchos: también sé, que por el buen orden, consejo, y esfuerzo de los pocos, han sido muchas veces vencidos los muchos. Como se puede esto por ejemplos así de los antiguos como de los modernos, y aun de los nuestros, muy bien y brevemente probar. Porque entre otros, quien pudo a Jerjes (Xerxes) que pasó con un millón de hombres de la Asia en Europa necesitase a que en una barquilla solo y vencido se volviese en la Asia: sino el buen consejo de Themistocles capitán Griego, que con solos diez mil le salió al encuentro? Quién hizo que Alejandro Magno con ejército de solos cuarenta mil hombres venciese a Darío con otro millón de soldados: sino el mediano y bien ordenado ejército, que en industria y arte es superior al infinito y confuso? Pero vengamos a los nuestros. No sabéis (no ha muchos años) que los Cristianos españoles, con ser muchos menos, ganaron la gran batalla de Úbeda, a las navas de Tolosa, a trescientos mil Moros que de África y de España se ajuntaron? Muy semejantes a aquellos son, no en número, sino en confusión y desconcierto, la muchedumbre de los que vienen agora a pelear con nosotros: cuyo medrosísimo capitán es aquel apocado tirano de Zaen. El cual con tan cobrado ejército nunca osó salir a encontrar con nuestro Rey, cuando a vista de la ciudad, con muy poca gente pasó dos veces el Turia, talando y destruyendo su campaña. Y más que en sus ojos le tomó las dos torres de Moncada, y de Museros que de aquí descubrís sin osar salir a defenderlas. Por donde cuando vengo a conferir su vil y allegadizo ejército con vuestras manos vencedoras, osaré jurar que ninguno de vosotros hay, a quien no le sobre el ánimo y fuerzas para acometer a diez destos en campo raso, y vencerlos. De más que vuestra querella es justísima y santísima: porque peleáis por el ensalzamiento del nombre de Cristo, y destrucción de la bestial secta de Mahoma. Y que por llevar tal empresa tendréis las celestiales legiones de los Ángeles delante, no solo para contemplar vuestras grandes hazañas, pero aun para favorecer vuestro esfuerzo y personas: tened pues buen ánimo caballeros de Cristo, y para salir con victoria emplead vuestras fuerzas y valor en esta batalla. De la cual ningún mal successo se os puedere crecer, en esta jornada. Porque en este día de hoy, o venciendo ganaréis un reyno de los más insignes del mundo, o si murieredes peleando, tendréis (terneys) el eterno y celestial Imperio con perpetua fama y gloria, por vuestro merecido premio.

Capítulo XVI. De la batalla campal, y milagrosa victoria que los Cristianos alcanzaron de los Moros en el monte de Enesa.

Acabó su razonamiento el capitán don Guillen, y de muy bien entendido que fue de todo el ejército, comenzaron a animarse unos a otros, y poner todo su pensamiento y confianza en Dios, por quien principalmente peleaban. Y porque los Moros se iban acercando al monte esparcidos con fin de asolar la fortaleza, pensando que los Cristianos huirían en solo verlos, no se curaron de poner su ejército en ordenanza, ni en talle de pelear, antes de dar con la fortaleza en tierra. Mas los Cristianos les salieron al delante en la pendiente del monte a defenderles la subida. Los moros que vieron esto señaladamente los de Xerica, Murviedro, Liria, y Onda, que como más ejercitados en guerra llevaban la vanguardia, acometieron a los nuestros con tanto ánimo con la infantería cara a cara, y con la caballería por los lados, que comenzaron bravamente a maltratarlos de manera que ya los Cristianos se retiraban hacia la fortaleza. Lo cual visto por don Guillen que estaba en lo alto del monte, se arrojó con la mayor parte de la caballería sobre la infantería de los Moros que a gran furia subían el monte arriba, y con el estrago que hizo en ellos, le cobraron tanto temor que se retiraron, y por aquella parte comenzaron a prevalecer los Cristianos. Pero acudió luego por el lado izquierdo tan grande escuadrón de Moros, que dio sobre la retaguardia de los nuestros con tanta grita y alaridos, que fueron forzados segunda vez a retirarse hacia lo alto del monte junto a las paredes de la fortaleza. Estando en esto súbitamente de lo más alto de ella se oyó una voz espantable, que fue del todo el campo oída y entendida (los Moros huyen, los Moros huyen) y como se repitiese muchas veces, los capitanes Cristianos se recogieron en un alto de donde vieron claramente como ya los moros comenzaban a desmayar, y peleaban flojamente: y que desde el monte (donde fue después edificado el templo a nuestra Señora) se iban retirando poco a poco, aunque siempre peleando hacia lo llano. Como esto vio don Guillen de lo alto, entendiendo que Dios era por los Cristianos, ayuntó toda la caballería, y hecho camino con la lanza, llegó al lugar de donde comenzaron los Moros a retirarse. Lo cual visto por los que venían en la retaguardia donde iba Zaen, pareciéndoles que se retiraban porque el campo era roto, comenzaron a huir, y Zaen de los primeros. Pues como los demás que andaban por el campo derramados viesen huir a los primeros y postreros, y que los nuestros los seguían, temiendo no fuese por algún gran socorro de gente que a los Cristianos venía: de la misma manera se pusieron todos en huida. Y así fue que declarada la victoria por los Cristianos, en aquel mismo lugar do comenzaron a huir los Moros en retaguardia, fue por memoria puesta una Cruz de piedra sobre una ermita que hoy en día llaman la Cruz de la victoria. Siguiendo pues el alcance los Cristianos corrieron a los moros hasta el barranco que dicen de Carraxet, que atraviesa el camino a media legua de la ciudad, matando y degollando muchos dellos, sin los que huyendo cayeron unos sobre otros, y murieron atropellados de la caballería: faltando muy pocos de los Cristianos.


Capítulo XVII. Como se vio pelear por los Cristianos el glorioso san Iorge, y que don Guillen Aguilon se señaló mucho en la batalla.

Fue tan admirable esta victoria de los Cristianos, que realmente no puede dejar de atribuirse a milagro, según que muy a la clara se vio, y que no fueran bastantes fuerzas humanas, si las divinas no ayudaran a alcanzarla. Porque se halla por testimonio de escritores fidedignos de aquel tiempo, que el bienaventurado san Iorge mártir apareció armado sobre un caballo blanco en aquella batalla, para quitar el ánimo a los enemigos, y acrecentarlo a los nuestros. Y no hay duda, sino que tan continuada y frecuentada devoción de los Reynos de la corona de Aragón para con este santo, procedió de algún especial favor, o visible auxilio y socorro que él hizo en esta y algunas otras batallas. Puesto que hay mucho que maravillar, por no hallarse en la historia del Rey mención alguna desta aparición del santo, habiendo hecho tan larga relación de otra semejante que hizo en el cerco y presa de la ciudad de Mallorca. La causa podrá ser por haberse el Rey hallado presente en aquella, y en esta ausente, y pensar que de semejantes apariciones sobrenaturales no se ha de escribir sino lo que se ve. Pero tampoco es justo que lo que uno calló haya de ser en menoscabo de la fé y testimonio de muchos. Por la misma razón no se ha de pasar por alto, lo que Asclot antiguo y principal escritor de esta historia afirma desta batalla y victoria. La cual después del general don Guillen por la mayor parte la atribuye al capitán don Guillen Aguilon. Del cual dice este historiador, que con su banda de cien caballos ligeros arremetió hacia la parte del campo donde más encendida andaba la batalla, y los Cristianos más mal tratados, y que rompida aquella, y convertida sobre si la furia de los enemigos sustentó de tal manera el ímpetu dellos, y cobraron los nuestros tanto ánimo y fuerzas, que luego se siguió la rota y huydo dellos (como arriba está dicho) y se alcanzó la victoria. Mas afirma el mismo autor, que murieron X mil Moros en cuyos cuerpos no se halló ninguna herida. También concluye que el ejército de los Cristianos no pasó de cien hombres de armas con otros cien caballos ligeros, y dos mil infantes, y que el de los Moros pasó de cuarenta mil infantes, y seiscientos caballos.


Capítulo XVIII. Que oída la nueva de la victoria, acudieron muchos a favorecer a don Guillen, y como el Rey vino al Puig de Enesa, y pasó a despecho de Zaen por el campo de Liria.

Como la fama de tan insigne y milagrosa victoria se divulgó por todas partes, los de Teruel primero que todos acudieron luego con cien caballos ligeros al campo de don Guillen en guarda de la fortaleza, por si los Moros se rehiciesen, y quisiesen volver sobre ella. Mas el Rey que entonces se hallaba en Huesca, oída esta nueva tan milagrosa, no dudó de ella, antes dio luego infinitas gracias a Cristo nuestro Redemptor, y a su sagrada madre, y escribió a todos los Prelados de las iglesias de los dos Reynos, y a los oficiales de las ciudades y villas Reales, hiciesen públicas procesiones y sacrificios con hazimiento de gracias a nuestro Señor y a sus sanctos por tan increíble y milagrosa victoria. De allí convocados todos los grandes y barones del Reyno se vino para Daroca, donde entendió con mucha solicitud y presteza en proveer a los de Enesa, de vituallas y de gente y armas, por que se rehiciesen de toda cosa: pues aunque no perdieron gente ni vidas, quedaron muy destrozados, y con muchos heridos. Paso de Daroca a Teruel, donde halló un caballero de Mompeller que le enviaba don Guillen con cartas, para que contase por orden, y muy por estenso el próspero y felice successo que los Cristianos tuvieron en la batalla pasada. Lo cual oyó el Rey con grandísimo gusto y alegría, y de nuevo les envió más provisiones con las acémilas de Teruel y de Daroca, y él se partió para allá con cien caballos ligeros. Entrando en el Reyno llegó a las Alcublas villa pequeña cercana a Segorbe, y a una jornada de la ciudad: allí tuvo nueva, como Zaen avisado de la venida del Rey había ayuntado gran número de gente de a pie y de a caballo, y era llegado a Liria villa Real y de las hermosas del Reyno, por su llanura y tan fructífera y extendida vega que se riega de una bellísima fuente que allí junto nace: y está la villa a la mitad del camino de las Alcublas a Valencia: donde había hecho alto Zaen con fin de pelear con el Rey, y acometerle en el paso. Pero el Rey en llegando a vista de Zaen y su gente, que los descubrió de lo alto, entendiendo que no podía dejar de dar en mano dellos, y que representaban ser muchos, según estaban esparcidos por la campaña: no por eso determinó de volver atrás, ni dejar de pasar adelante, aunque se hallaba con ejército harto pequeño. Mas enviado el bagaje delante, por ver si se le cebarían en los Moros, para dar sobre ellos él dejó a Liria a la mano derecha, y a banderas tendidas a vista del mismo Zaen, siguió su camino derecho para Enesa, sin que en el bagaje, ni en su gente osasen tocar ni acometerle los moros.


Capítulo XIX. Del recibimiento que los del Puig de Enesa hicieron al Rey, y de las mercedes que a todos hizo, y del ardid que tuvo para pasar los caballos por junto a Murviedro.

Como llegó el Rey cerca del Puig de Enesa, salieron a recibirle el general don Guillen, y don Berenguer Détésa y don Guillen Aguiló los demás capitáes con el ejército junto al camino Real de la ciudad, del cual está apartado el Puig un cuarto de legua hacia la marina: y hecha la salva por los soldados, y por los de a caballo su muestra de guerra, con una bien concertada escaramuza entre todos, fue recibido con increíble triunfo de alegría, recibiendo el Rey a todos con la misma: abrazando con lágrimas de placer a su carísimo tío don Guillen, y a sus dos grandes compañeros: y dando lugar a todos los soldados del ejército para que llegasen a él grandes y pequeños, y le hablasen y pidiesen mercedes. Quiso luego llegar al puesto y lugar donde fue la batalla, preguntando muy despacio, y por orden, donde comenzó a darse, hasta donde llegaron los Moros: si tocaron en la fortaleza: cómo, y a qué parte los hicieron retirar los Cristianos: finalmente de donde salió la voz tan terrible que apellidó la victoria, que así pudo entre tan grande estruendo de voces, de armas y atambores, ser oída, y entendida de todo el ejército: y hasta donde se siguió el alcance de los enemigos: que no dejo de ver y oír cosa por mínima que fuese, de cuantas acaecieron en aquella jornada, con mucho gusto, y continuó hazimiento de gracias a Cristo y a su bendita madre. Y así alabando grandemente la proeza y valor de los tres capitanes por tan insigne hecho de armas, mandó tener muy grande cuenta con los heridos, visitándolos, y animándolos él mismo en persona. Y porque la mayor pérdida que en la batalla se hizo fue de caballos, prometió, demás de otras mercedes, a los de a caballo, que les reharía muy presto la pérdida, y sin eso remitió a todos el Quinto que le tocaba de los despojos y presa de los moros. Luego escribió a Zaragoza a don Ximen Perez Taraçona mandándole comprase cuarenta caballos escogidísimos y se los enviase a Enesa. Los cuales compró don Ximen luego en recibiendo la carta, y se los envió cada uno con su lacayo de diestro. Entendiendo el Rey que ya serían en Teruel a medio camino, se partió para Segorbe a recibirlos: porque como está dicho, era tierra de amigos, y así fue en ella muy regalado por los gobernadores que allí tenía Abuzeyt. La cual es hoy una de las buenas plazas del Reyno, por ser ciudad y cabeza de Obispado, bien poblada y de suave habitación, puesta en un muy ancho y hermoso valle, cercado de grandes montes, y poblado de muchos y muy buenos lugares: tan abundoso de aguas así del río Palancia que pasa por medio de él, como de las muchas fuentes que nacen de los montes: que con su riego, y buen tempero de la tierra, produce todo género de mieses, y frutales los más excelentes de todo el Reyno. Está en el mismo valle a una milla de la ciudad fundado el grande y muy hermosamente labrado monasterio de ValdeChristo, de la suprema y devotísima religión de los Cartuxos, como lumbrera y espiritual amparo de todo el valle: para reparto y sustento de los pobres de Cristo que a él acuden. Entrando pues el Rey en Segorbe, llegaron los cuarenta caballos muy bien tratados y traídos de diestro. Recreose mucho el Rey con la vista de ellos, tanto que echó luego ojo a otros tantos que traían a vender mercaderes de Aragón, y se habían acompañado con ellos. A los cuales rogó el Rey que se los vendiesen y les consignaría la paga sobre las rentas Reales de Zaragoza: fueron dello contentos, y hecho su honesto precio, recibida la consignación entregaron sus caballos que fueron cuarenta y seis: y con todos ellos dio luego al Rey vuelta para Enesa. Pues como se fuesen acercando a Murviedro donde Zaen tenía gente de guarnición, y estaba a su devoción, dudaron algunos de la compañía, si proseguirían por el camino derecho junto a la fortaleza de la villa o tomarían a la mano siniestra por el val de Segon, para dar en el camino de la marina, desviándose de Murviedro. Estando en este perplejo, llegose al Rey uno de los de a caballo diciendo. Entiendo que si a vuestra Majestad Real place, será mejor ir camino derecho junto a la fortaleza, por escudar el rodeo de la marina: porque antes de ser descubiertos, y que la gente de guardia se ponga en armas estaremos en salvo. Mas en caso que seamos descubiertos tengo pensado cierto ardid, que si lo hacemos, pasaremos más presto sin lesión alguna, y aun burlaremos de los de Murviedro. Desta manera, que para que demos a entender que somos una compañía de caballos ligeros le mande a cada lacayo que trae el suyo de diestro, tomen sendas cañas largas de aquel cañaveral que vemos junto al acequia que por allí pasa: y en una de ellas se cuelgue una sábana (sauana) que parezca pendón, y suba cada uno en su caballo y alce su caña. Porque desta suerte pareceremos de lejos en forma de escuadrón de caballos, y pasaremos sin que ninguno ose llegar a reconocernos. Pareció bien al Rey y a todos la invención de aquel caballero. Del cual según opinión de algunos escritores, desciende el linaje de los Llançoles, Barones principales del Reyno. Porque a causa de la invención de la sábana que puso por pendón, que en lengua Lemosina se llama llansol (lláçol), fue de allí adelante llamado el caballero del Llançol: y porque también fue el mismo Alférez de este pendón. Succedio pues el ardid como se pensó. Porque pasando con aquel orden y concierto por junto a la fortaleza, fueron descubiertos de lo alto de ella, y saliendo a ellos solos cinco caballos con mil peones: los cuales hicieron luego alto, y se estuvieron mirando de lejos a los del Rey. Y aunque los silbaron y dieron grita: pero ni les osaron acometer, ni seguirlos, temiéndose de alguna celada, o de los que vendrían (vernian) en la retaguardia. Con esto pasó el Rey adelante, y llegando a vista de Enesa, salieron como antes a recibirle. El cual luego repartió los ochenta y seis caballos entre los caballeros que se hallaron en la jornada pasada, y quedaron todos muy contentos.


Capítulo XX. Como el Rey mandó edificar un templo en el lugar do fue la batalla, y del antiguo que se descubrió debajo tierra con la imagen de nuestra Señora.


Volviendo el Rey otra vez a contemplar muy de propósito desde la fortaleza y monte donde estaba alojado, el extraño y milagroso successo de la batalla pasada, revolvió con gran gusto los ojos por todos aquellos pasos donde se peleó: señaladamente en aquella parte do comenzaron los Moros a retirarse poco a poco peleando, hasta que llegaron a lo llano, donde está la cruz de la victoria: porque de allí comenzaron a huir como se ha dicho: pareciole pues que por haber comenzado la divina mano a ser favorable a los Cristianos en aquel monte, que es el último y está a la parte de la ciudad, donde oída la voz comenzaron a retirarse los moros, mandó luego edificar sobre él un templo grande dedicado al nombre de Cristo y su bendita madre, que se intitulase nuestra Señora del Puig (que en lengua Lemosina quiere decir monte pequeño) con su convento para los religiosos y orden de la Merced, que él había instituido: y así se comenzó luego a edificar: para que por inmortal memoria de tan incomparable victoria contra Moros, se hiciesen en él perpetuas gracias y sacrificios a nuestro señor y a su madre gloriosísima. Puesto que algunos graves escritores de esta
historia, traen otra nueva causa para la fundación de este Templo en el mismo lugar donde está. Diciendo que hecha la traza del templo fueron vistas por los que velaban y hacían la centinela en el castillo, muchas lumbres a modo de hachas encendidas que caían del cielo sobre aquel lugar do fue hecha la traza: y que en cayendo se hundían debajo de tierra que no parecían más. Y visto que esto
sucedió por algunas noches, revelaron lo al Alcayde, y a los demás, y como fuesen cavando profundamente para echar los fundamentos se oyó un sonido grande como retumbo de cosa hueca: cavando más se descubrieron unas grandes paredes como de templo que estaba metido en lo profundo de la tierra. Dentro del cual cavando mucho más, se sintió con golpe del azadón un sonido de metal, y luego abriendo y limpiando el lugar se descubrió una campana grande de metal.
La cual alzada en alto, se halló debajo de ella una tabla de mármol de dos codos en alto, y codo y medio de ancho. En la cual estaba labrada y como esculpida una imagen de nuestra señora que tenía a su hijo en los brazos diferentemente que las otras, porque le tiene sobre el brazo derecho. Con la cual tabla y campana, y otras señales tuvieron por muy cierto que en tiempo de los Godos fue aquel templo edificado en honor y gloria de la sagrada virgen nuestra Señora: y que los religiosos de san Benito, que en aquel tiempo florecían mucho, fueron los que allí tuvieron su convento y monasterio muy suntuoso. Y después con la entrada y universal ruina y saco de conventos y templos que los Moros hicieron por toda España, fue este destruido, y los religiosos perseguidos, y así al tiempo de la persecución cavaron, y pusieron la campana con la imagen debajo en aquel lugar, donde estuvo escondida 510 años, hasta el tiempo de nuestro Rey don Iayme, el cual tomó la imagen con grande veneración, y la puso en el nuevo templo hecho sobre el viejo, en la capilla y altar mayor donde hoy está: y que mueve a tanta devoción, que no solo de la ciudad de Valencia, pero de todos los tres reynos de la corona de Aragón es con muy frecuentemente visitada y venerada.


Capítulo XXI. Como se fue el Rey a Borriana, y luego vino don Aguilon a pedir socorro contra Zaen, y el Rey fue a darlo, y no siendo necesario se volvió a Burriana.

Estando ya el Rey de partida para Burriana después de haber dejado el cargo y aparejo para el edificio del templo a don Guillen su tío, don Fernando que siempre, o se detenía mucho, o nunca acababa de llegar su socorro, vino al Puig con don Pedro Cornel, y otros caballeros de compañía. Los cuales fueron por el Rey y los demás muy bien recibidos. Y después de haberles mostrado la fortaleza y el lugar de la batalla, con todo lo que milagrosamente obró Dios en ella, dejó allí la mitad del ejército con todos los aparejos y municiones de guerra necesarios: y certificando a todos sería muy presto de vuelta, se partió con don Fernando y Cornel para Burriana: donde apenas fue llegado, cuando vino por mar dó Aguiló en una barca por avisar al Rey, como Zaen teniendo ya junta toda su caballería que tenía repartida por las villas de
Castalla y Cocentayna, en saber que se había partido de Enesa, venía a gran prisa a cobrarla: que para esto pedía socorro de gente el capitán don Guillen, y por solo eso le enviaba. Pero que bastaría que don Pedro Cornel fuese con la gente de caballo. Oído esto, el mismo Rey se dispuso a ir allá en persona con el socorro. Y luego a la media noche con la gente de a caballo de Teruel y otros (como dice la historia) camino por la vía de Almenara. Y pasada ella, iba con tan determinado ánimo para entrar en la batalla que a un caballero Aragonés llamado López que le preguntó qué será hoy de nosotros respondió que veremos hoy como se cierne y aparta el salvado de la harina. Señalando que en esta batalla se conocería la diferencia que hay del bueno al ruyn soldado. Como llegaron a emparejar con Murviedro, dejándole a la mano derecha, envió uno de a caballo que fuese al galope a descubrir el campo, y entendiese si Zaen era ya llegado y combatía la fortaleza, el cual fue y volvió luego, diciendo que ni Zaen era venido, ni había sacado ejército de Valencia, ni los del Puig tenían necesidad de socorro, que todo quedaba muy seguro. Creyeron algunos que la venida y demanda de don Aguilon fue ruydo hechizo, y concierto de los capitanes de Enesa, por hacer tiro a don Pedro Cornel, por algún secreto rencor que le tenían. Pues como el Rey oyó esto, dio gracias a nuestro señor y se volvió para Burriana con solos XVII caballeros porque a los demás con Aguilon mandó que se pasasen a Enesa para dar ánimo a los del ejército, y mostrarles como estaba en orden para ser siempre con ellos.


Capítulo XXII. Del grande peligro en que el Rey se vio volviendo para Burriana, y como se libró de él, y también de otro, la noche siguiente.

Volviéndose el Rey para Burriana, por entre la marina y Murviedro con solos XVII caballeros de compañía descubrió de lejos ciento y treinta caballeros jinetes Moros, que estaban en orden de guerra algo apartados del camino. Entre los cuales se hallaba don Artal de Aragón hijo de don Blasco, que andaba desterrado de Aragón, a quien el Rey no conoció, pero fue conocido del, mas por no perder la gracia y amistad de los moros, no se partió dellos para venir al Rey. Pues como de los caballeros Aragoneses que iban con el Rey, sin su licencia, uno llamado Garces con cuatro otros arremetieron sobre ellos, y los prendieron. A los cuales hubiera luego seguido Cornel si el Rey no le hubiera echado mano de las riendas del caballo, y le detuviera. Por donde hallándose el Rey tan solo claramente, vio que estaba en el mayor peligro de la vida que jamás se vio, y que si entonces los moros le acometieran, sin duda que le prenderían. Viendo esto Cornel envió uno de a caballo, que a rienda suelta fuese al Puig a don Guillen, viniese volando con gente para librar al Rey de un grande peligro. En este medio viéndose los del Rey en tanto aprieto, tentaron de persuadirle, mientras entretuviesen con escaramuza a los moros, se fuese a recoger con don Guillen a Enesa, y de allí les enviase socorro. Pero cuanto más sobre esto le porfió Pérez Pina, tanto con mayor cólera le respondió: muy en vano trabajáis Pérez, si pensáis persuadirme a que me vaya. Porque os hago saber estoy muy determinado (puesto que dejo a Dios haga de mí lo que fuere servido) de no volver atrás por la vida: porque ya esta por agora antes se ha de redimir con la muerte peleando, que escapando con la huida. Entonces los pocos que quedaban viendo esta determinación, tomaron al Rey en medio con fin de morir todos en su defensa y presencia, y cerrándole animosamente los lados, estuvieron esperando a los moros. Pero ellos, puesto que dos veces hicieron ademán de querer arremeter contra el Rey, o porque don Artal, conociendo al Rey, los diuertiesse, o realmente porque creyeron, que tan pocos no hubieran esperado * espaldas seguras, y que don Guillen estaría cerca con su gente, no osaron acometerlos, y apartándose poco a poco por el val de Segon arriba se metieron en Almenara. Como llegase don Guillen con su gente en aquel punto, el Rey pasó a Burriana. De donde envió a rescatar los cinco caballeros que le prendieron los Moros. De allí la noche siguiente pasado el río Mijares junto a la villa de Castellón, que agora es la más insigne de toda aquella Plana, como por la marina el camino de Orpesa, adonde no quiso dejar de pasar a dormir aquella noche, por más que le certificaron, como un Barón Moro llamado Abenlopez, pocas horas antes había salteado en aquel pinarejo al mismo Comendador de Orpesa, y se lo llevaba cautivo. Con todo esto, mandando ir juntos los que le seguían entró por el pinar adelante, y llegó sano y salvo a Orpesa, que entonces era de la religión del Ospital. Allí pasó aquella noche, y también dio orden para el rescate del Comendador. Así mismo mandó a la gente que allí estaba de guardia por el comendador, se tuviese gran cuenta con aquella fortaleza, por ser cabo y plaza de las muy importantes del Reyno. De allí partió para Vldecona, y pasó a Tortosa, donde se detuvo algunos días , entendiendo en que se hiciese gente de guerra por toda Cataluña para poner cerco sobre la ciudad de Valencia.

Fin del libro décimo.