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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro tercero

Libro tercero de la historia del Rey don Iayme de Aragon, primero deste nombre, llamado el conquistador.

Capítulo primero. En el cual se prueba como el Rey acabó con triunfo la guerra de Albarracín, y por qué causas los de su consejo determinaron de casarle antes de tiempo.

La guerra de Albarracín, que acabamos de contar en el precedente libro, aunque a la opinión de algunos, (mirando lo que pasó de hecho) parece, que no paró fin alguna mengua del Rey: si consideramos el buen fin que tuvo, hallaremos que no menos sucedió en triunfo suyo, que a gloria de sus enemigos. Pues como no quedó menos victorioso el capitán, a quien voluntariamente se le rindió la ciudad, por haber conquistado los ánimos de los ciudadanos que si la tomara por fuerza de armas: así parece que el Rey con semejante suceso, no solo cubrió su padecida perdida, pero sacó de ella muy esclarecida victoria. Porque apenas mandó levantar el cerco de Albarracín, cuando le salió al camino el mismo señor de ella, a suplicarle con toda humildad le perdonase, y se entregase de su persona y ciudad, pues hasta la
juridicion della, que por fuerza de armas no pudieron alcanzar los Reyes sus predecesores, a él se daría con toda liberalidad. De manera que como siempre fue más preciado lo que se da de voluntad, que lo que se toma por fuerza, así no fuera para el Rey tan grande triunfo haber entrado con violencia en la ciudad como el haberse metido por los corazones de los señores de ella, para quedar más glorioso señor de todo. Así lo sintió Fabricio cónsul Romano cuando Pyrrho Rey de los Epirotas en la guerra que tuvo contra los Romanos, le envió sus embajadores con un muy rico presente de vasos de oro y plata, por atraerle a su devoción. Mas el cónsul después de rehusado el presente, respondió muy sin respeto a los embajadores, supiese su Rey, que los Romanos, no tanto tiraban a coger el oro, cuanto a los que le poseían. Conforme a esto nuestro Rey, con la voluntad y entrego que el señor de Albarracín le hacía de su ciudad y persona, no solo pudo más que los Reynos de Aragón y de Castilla, que viniesen sobre Albarracín, y sin hacer efecto se fueron (como arriba contamos), pero engrandeció su autoridad real, y con la humildad con que también se le entregó don Rodrigo, confirmó el poder y mando que de allí adelante tuvo sobre los dos. Con todo esto y siendo los principales señores y barones que con el Rey venían, señaladamente los que regían su persona y estados, que por sus rencillas y particulares intereses, llevaban el regimiento confuso, y que había de redundar en daño suyo, y llover sobre ellos cualquier disminución y quiebra que a la autoridad y persona real se siguiese. Demás que * feudo deshechas, ni acabadas, * que de cada día revivían las parcialidades de don Sancho y don Fernando, a los que les ellos habían * ofendido, así en haber hecho quitar al uno la gobernación general del reyno, como al otro el cargo y custodia de la persona del Rey, que no dejarían de procurar de atraerle a su opinión para mejor vengarse de ellos. Por estas y otras causas comenzaron a mirar por si, y consideraron que convenía para la confirmación del Rey y de ellos, usar de algún medio con que engrandecer la autoridad del Rey, y confirmar su obediencia y mando para con los pueblos, quedándose ellos siempre con el cargo de la persona real y gobierno del reyno. Para esto sirvieron * concordaron todos en que sería bien casarle. Porque con la autoridad y poder que con el nuevo * y afinidad se le recrescería, de * con la esperanza de suceder, se le doblaría el respeto, echando * raíces de amor y obediencia en los pueblos. Pues aunque para esto * su poca edad, no teniendo quince años cumplidos, era tan crecido de cuerpo, bien formado y proporcionado de persona, que ninguno le juzgaba por inhábil para el matrimonio. Y así los reynos, no solo se alegrarían mucho de verlo casado, pero le harían por ello grandes servicios y pagarían extraordinarios tributos como para continuar la guerra era bien menester.


Capítulo II. Como el Rey tomó por mujer a doña Leonor hermana de la Reina de Castilla, y se armó caballero, y celebró sus bodas en Tarazona.

Pues como los consejeros del Rey, don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, y don Guillen de Moncada: gran senescal de Cataluña, y muy pariente del Rey, con don Pedro Ahones, viniesen bien en que tomase estado: todos los demás del consejo fueron del mismo parecer. Y hechas estimación y discurso de todas las doncellas de sangre y casa Real que en España, y fuera de ella se hallaban convenientes para este matrimonio, ninguna tanto cuadró a todos como doña Leonor, hija del Rey don Alonso VIII de Castilla, hermana de doña Berenguela Reyna de León y de Galicia viuda, la cual por la * muerte del Rey don Enrique su hermano, había sucedido en los Reynos de Castilla. * pues bien a todos dar la doña Leonor por mujer al Rey, si ella quisiese, fueron luego los embajadores de parte de él a la Reyna doña Berenguera (Berenguela), que estaba en la villa de Ágreda, pueblo célebre de Castilla, a los confines de Aragón y Navarra. A la cual dijeron como el Rey de Aragón deseaba casar con doña Leonor su hermana, si ella era contenta, y que siendo, como era señor de tantos Reynos y señoríos, se contentaba en lugar de dote, con las virtudes y
perficiones de su persona: y aun la dotaría en diez principales pueblos del reyno de Aragon, que son Daroca, Épila, Plna, Uncastillo, Barbastro, y Tamarit de Santisteuan, Montaluan, y Cervera. Y en el reyno de Cataluña, de las que hoy hay en los montes de Siurana y Prats. Oída la embajada, y aprobados por el consejo de Castilla los conciertos y promesas que el Rey de Aragón ofrecía, mayormente porque las cosas de Castilla con la amistad y favor de Aragón mucho más se engrandecerían, la Reyna, con voluntad de doña Leonor, prometió darla al Rey por mujer. Certificados de esto los embajadores, y hechos por ambas partes sus capítulos y obligaciones, volvieron al Rey. El cual se contentó del concierto, y luego se puso en camino, acompañado de sus principales caballeros cortesanos, y con algunos prelados, entró en Ágreda: a donde fue por la Reyna y grandes de Castilla realmente recibido: y hechos los desposorios, el Rey quiso que las bodas se celebrasen en Tarazona, ciudad principal de Aragón que está fundada a la halda del monte Moncayo, y se adelantó a concertar la boda. Partida la esposa, acompañada de la Reyna y de don Fernando su hijo, que después le sucedió en los reynos de León y de Castilla, y fue gran conquistador de tierras de moros, como adelante diremos, llegaron a Tarazona, donde el Rey y doña Leonor se velaron con grande solemnidad, y se dobló la fiesta, con el nuevo orden de Caballería que el Rey quiso celebrar por su persona. Era costumbre antigua, y muy observada entre caballeros y grandes señores, que quien quería ser armado caballero, y hacer profesión de ello, viniese muy acompañado de caballeros, y de tan principales señores como podía, al templo mayor de la ciudad donde se hallaba. Y que en el altar mayor de él pusiese una espada desnuda de donde el más honrado y principal del ayuntamiento tomaba la espada, y la ceñía al que armaba caballero. Pues como conforme a la costumbre, el Rey pusiese la espada en el altar para este efecto, y no se hallase allí otro más preminente, ni más honrado que él, tomóla él mismo y ciñiósela, y con esto quedó armado caballero. Fuera de esta fiesta no tenemos que referir otras de justas, ni torneos, ni de muy grandes cenas o mercedes que se hiciesen en estas bodas: pues ni la historia del Rey, ni otros escritores lo dicen: por ser tanta la modestia y templanza de aquellos tiempos, que se usaban, y entraban estas virtudes por las casas Reales:puesto que alabar a los Príncipes de moderados en el gasto de casa, no parece digna alabanza suya. Tampoco será cosa indigna de contar del Rey, lo que el mismo no quiso callar de si en su historia: que por la inbecilidad de su poca edad cuando se casó, confiesa que pasaron, xviij. Meses, que no se comunicó con la Reyna su mujer.


Capítulo III. De las Cortes que el Rey tuvo en Huesca, y de la entrada que hizo con la Reyna en Zaragoza.

Celebradas las bodas en Tarazona, como el Rey estuviese muy puesto en llevar adelante el buen regimiento de sus Reynos, y que por esta vía llegaría a tener pacífica posesión de ellos, luego que fue advertido por los de su consejo convenía tener cortes, las mandó convocar en la ciudad de Huesca para solos Aragoneses, a donde en presencia de los de su consejo, y de los de su casa y
palacio, que eran hombres graves y de los principales del Reyno, y tenían el cargo de la persona real, se propusieron por algunos síndicos de las ciudades y villas reales, muchas quejas y demandas contra los unos y los otros. Porque abusando de la autoridad y favor que con el Rey tenían, en su hombre habían causado algunos desafueros y violencias de las que suelen hacer los muy privados de los Príncipes, cuando empapados de su favor y estado presente, tienen poca cuenta con lo venidero, y hacen lo que se les antoja. Como sea así, que los favores han de acabarse, y que tarde o temprano las violencias y daños hechos, se han de rehacer y recompensar, o por los mismos autores de ellos, o por sus herederos, y muchas veces por los mismos príncipes y señores, debajo cuyo favor se cometieron. Y así fue singular negocio lo que el Ree hizo sobre esto, que después de bien entendido lo que pasaba, quiso por esta vez tomar por propios los daños y agravios que los suyos, y de su consejo habían causado a los pueblos, y descubiertos en particular, hizo de su tesoro la enmienda y recompensa de ellos, con mucho contento de todos. De allí pasó a Zaragoza con la Reyna: a donde por ser la primera entrada, fue recibida con grande triunfo, adornando las calles de muchos
tropheos y arcos triunfales, con otras invenciones que por diversas partes de la ciudad se pusieron. Demás de las muchas danzas, músicas, y otros diversos géneros de regocijos, cuales de la grandeza de tan insigne ciudad y cabeza de reyno, se podían esperar. Mas porque de su antigüedad y excelencias se ofrece bien que decir, por lo mucho que por su misma vale y puede, haremos en el capítulo siguiente una breve relación de sus alabanzas y raras prerrogativas.
Capítulo IIII (IV). Antigüedad y excelencias de la ciudad de Zaragoza.


Es esta ciudad metrópoli y cabeza del Reyno de Aragón, una de las más principales de España, llamada antiguamente Salduba, de la región Sedetania (como dice Plinio) aunque debajo de este nombre se hace poca mención de ella en las historias, hasta que entró en ella el Emperador Augusto César . Y hallándola que estaba a la devoción del pueblo Romano, visto su hermoso asiento sobre tan extendido llano, ribera del gran río Ebro, junto con su fertilidad de campaña, y ser de gente belicosa, la hizo colonia de Roma, y la intituló de su nombre, (como dice Estrabon) Augusta Cesarea, llamándola santa (porque esto significa Augusta ) como había de ser ella la primera de España, que había de recibir la verdadera santidad Cristiana: pues a ella vino del cielo, poco después de Augusto Cesar la Virgen sacratísima para santificarla: cuando se apareció sobre un pilar, o columna al glorioso Apóstol Santiago, con sus cinco discípulos que ya tenía convertidos a la fé de Cristo: según lo ratifica (restifica) hoy en día, entre otras memorias, el mismo pilar con la imagen lapidea que la misma Virgen allí dejó por memoria de esta aparición, la cual se ha conservado en el mismo lugar de la ciudad, del tiempo de la primitiva iglesia acá por los fieles que en ella permanecieron, y fueron tantos, que al tiempo de la gran persecución hecha por el Emperador Diocleciano, y en España ejecutada por Daciano contra los Cristianos, se halla fueron innumerables los que recibieron martirio en esta ciudad, señaladamente cuando la virgen santa Engracia con toda su gente y familia de paso padecieron allí martirio; con muy muchos otros
de la misma tierra. Cuyos cuerpos reducidos en masas santas por si mismas se vinieron del lugar del patíbulo a ponerle en los sepulcros, o pozo santo de cierto de cierto lugar de la ciudad, donde se edificó después un suntuosísimo y muy devoto monasterio de frayles Gieronymos, dedicado al nombre y honor desta gloriosa santa, y están allí su cuerpo con las demás reliquias de santos muy veneradas. Pero demás que puede por esta causa con justo título llamarse esta ciudad santa, hay otra que lo confirma. Porque de las tres ciudades que en la Europa abundan de más reliquias y cuerpos de Santos, como son Roma, Colonia Agripina en Alemana, y nuestra Zaragoza en España, es esta la que después de Roma se ha de preferir a Colonia. Porque si a esta comúnmente llaman santa por tener los cuerpos y reliquias de santa Vrsola, y de las onze mil Virgines que padecieron martirio en ella: mejor cuadrará la santidad a nuestra ciudad, así por ser más antigua en la fé de Christo, como porque tiene a santa Engracia con innumerables mártires que padecieron, y están sepultados en ella. Por cuyos méritos e intercesión se puede bien creer, se ha defendido, y conservado la fé y religión Cristiana, en esta santa ciudad de tal manera, que por ningún tiempo se halla que haya desviado, ni por alguna sombra de herejía apostatado de ella: antes ha confirmado con muchas y muy verdaderas obras de caridad su fé viva: con la fundación de tantos y tan suntuosos templos consagrados, con el mantenimiento de tantas religiones, y otras muchas obras pías, señaladamente con la sublime virtud de la hospitalidad, con que recibe los pobres de Cristo que vienen a ella de todo el mundo: en lo cual ha sido y es la lumbre y ejemplo de toda España. Y así vemos que después acá que con el valor y milagrosas visorias de sus Reyes se cobró la ciudad y reyno de los moros, ha gozado de mucha paz y tranquilidad de estado, y continuado la sucesión y descendencia de aquellos insignes ciudadanos que la ayudaron a conquistar, y con las mismas leyes, fueros, y privilegios que sus Reyes naturales la dotaron, se han valido de aquella honesta libertad que sus antepasados con su mano y sangre les adquirieron. De donde ha sido que los ciudadanos han fundado en ella como en tierra firme, y peña viva de paz, sus casas y edificios tan espléndidos y magníficos, tan alegres y bien labrados como se ve: porque también es en esto aventajada a todas las de España, y no menos enriquecida en ropa, y escogidas alhajas (
halaxas) de casa que cualquier otra. Pues se afirma, que en plata labrada, en tapicería, y casas, tampoco hay otra su par. Y aunque es muy meditarranea y alejada de la marina, no por eso deja de ser muy proveída de las cosas de mar, así por ser también su río navegable, para copiosamente traerlas: como por la buena expedición y precio que para todo género de mercadería se halla en ella, con la demás hartura y fertilidad de su campaña de pan, vino, azeyte, azafrán, y pegujares, con todo género de frutales, y de infinita caza. Y así tiene cumplimiento de todo lo importante para pasar muy dulce y abastadamente la vida. Ni se sigue que por estar lejos de la mar, y metida en el centro y medio del reyno, y por el eso libre de los incursos y rebatos marítimos y ejercicios de guerra, deja de ser su gente belicosa. Pues demás que fuera de su tierra, en cuantas guerras se ha visto la gente Aragonesa (harán testigo dello Italia, Sicilia, Cerdeña, Mallorca y África) ninguna otra le ha puesto el pie delante: Pero si de belicoso es, pelear por su patria, y morir en defensa del estado y libertades de ella: no hay para esto más fieros leones que los Aragoneses: de cuyos admirables ingenios, y costumbres, pues se hablará adelante, bastará lo dicho por agora, porque volvamos a nuestra historia.

Capítulo V. Como partió el Rey de Zaragoza y fue a tener cortes en Daroca, a donde vino el Vizconde de Cabrera a darle la obediencia.

Entrado el Rey en Zaragoza, pensaron algunos de los señores de Aragón que allí fueron congregados, señaladamente los hijos de los grandes, que por ser el Rey de tan poca edad como ellos, se deleitaría de galas y juegos, con otros ejercicios de placer: para lo cual se preciabantodos, quien más podía de llevarle a fiestas y saraos de damas y otros muchos regocijos, a los cuales aquella edad no suele decir que no, por tener muy vivos los sentidos, y tan deseosos de apacentarse
en las cosas sensuales: pero el Rey, que ya de mozo llevaba los pensamientos muy altos, y de varón
perfetos como estuviese muy rendido a la disciplina de sus ayos, en lo que tocaba a su persona, y en el gobierno del Reyno, muy puesto en obedecer lo que deliberaban los de su consejo, gustaba poco de aquellas fiestas y devaneos, y dando sentimiento de esto a los suyos, publicaron cortes para la ciudad de Daroca. De manera que acabados de asentar los negocios y diferencias de algunos señores, con esta nueva ocasión se salió de Zaragoza con mucha gracia de todos, y pasó a Daroca, principal pueblo de Aragón, llevando consigo a la Reyna. Allí pues tuvo cortes el Rey, y en ellas, fuera de asentar lo importante a la jurisdicción de los oficiales ordinarios de la tierra, no hubo cosa notable sino la venida de don Gerardo Vizconde de Cabrera, que se intitulaba conde de Urgel, y con esto era uno de los principales señores de Cataluña. El cual poco antes se había apartado del servicio del Rey (porque hubo causas para repelirlo de su presencia) mas con su venida y obediencia mereció ser bien recibido. Luego dijeron los del consejo Real que esta venida y obediencia del Vizconde era fruto nacido del casamiento del Rey, por el cual se le doblaba ya la autoridad y respeto. Traía el Vizconde propósito de concordar, y atajar las diferencias que con otros tenía sobre el condado de Urgel (de las cuales se hablará adelante) pero no quiso el Rey por entonces poner mano en ellas. Aunque le prometió iría muy presto a Cataluña, y allí conocería de ellas, y las asentaría de su mano. Despedido el Vizconde, y concluidas las cortes, dio vuelta con la reyna casi por todas las villas y pueblos de Aragón, de Zaragoza abajo hacía Teruel, y siempre hallaba que sus criados y allegados, y más los ayos que tenían el gobierno de su persona, debajo su real nombre, habían innovado y reducido a su utilidad e interesse muchas cosas, así tocantes a su
patrimonio real, como al de algunos particulares, en notable daño de ambas partes. De esto le venían cada día muy grandes quejas con diversas demandas de restitución de haciendas, y aun honras: requiriéndole fuesen prontamente restituidos y satisfechos tantos y tan notables daños. En lo cual se hubo el Rey con muy grande prudencia, liberalidad, y justicia, disimulando los daños que le tocaban, y recompensando los ajenos, con toda la honra que pudo de sus allegados: con los cuales también se hubo con algún rigor, quitándoles por ello algunos juros, o caballerías de honor que por derecho militar pretendían debérseles, y ellos excesivamente habían usurpado. Con estos tan buenos oficios y ejecuciones de equidad y justicia que el Rey usaba, iba cada día de nuevo ganando la voluntad y gracia de sus pueblos, y engrandeciendo su autoridad y opinión para con todos.

Capítulo VI. De la cuestión y rencilla que se movió entre don Nuño Sánchez, y don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne.

En esta sazón se movió una
quistió (cuestión), para simiente y principio de muchos males, entre don Nuño hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, Vizconde de Bearne, por cosa harto liviana: que fue por no haber querido don Nuño prestarle un halcón que tenía muy preciado. Sobre lo cual pasaron entre si malas palabras, y se apartaron el uno del otro. Como fuese divulgada esta rencilla, y de boca en boca, como suele, mucho más de lo que había sido, encarecida (porque a las veces, las cosas vienen a gastarse, y hacerse peores, con las palabras) nacieron de aquí algunas burlas que dasaron a injurias y desabrimientos entre los valedores de cada una de las dos
parcialidades. Habiendo pues quiebra en la amistad, que antes solía haber entre ellos muy estrecha, luego se dividieron en bandos, y al Vizconde se le ofreció por valedor don Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín, hombre, como está dicho en el precedente libro, belicosísimo y poderoso: y a don Nuño don Pedro Ahones ayo mayor del Rey y de su consejo, Fue la cuestión al tiempo que el Rey y la Reyna iban a tener cortes en Monzón, con deseo de ver y contemplar de nuevo la fortaleza que antes le había servido de honesta cárcel, para que con la memoria de la sujeción pasada, gozase mejor del próspero y presente estado. Fue el negocio de manera, que antes que el Rey llegase a Monzón, el Vizconde, y el señor de Aluarrazin, trajeron consigo una banda de hasta 300 caballos ligeros, y secretamente los alojaron en Valcarria lugar de los Templarios junto a Monzón, con ánimo de acometer a don Nuño cuando pasase a las cortes. El cual como entendió esto, no fue a Monzón, sino que en compañía de don Pedro Ahones, con poca gente de caballo, salió al Rey al encuentro, que iba a Monzón, haciéndole saber de la gente de caballo que el Vizconde había metido en Valcarria, para de improviso salirle al camino, por tomarle desapercibido, para mejor aprovecharse de él: que le suplicaba mirase por la honra del Conde su padre y suya, y al Vizconde que estaba más sobrado en gente y armas que en esfuerzo y valor, le hiciese retirar de allí. Lo cual no podía negársele por ser su tan propinquo deudo, y de la casa real, y sin eso tan leal y fiel vasallo como el muy bien sabía. Sintió mucho el Rey el atrevimiento del Vizconde, y con un gran espíritu y esfuerzo de más que varón, dijo a don Nuño tuviese buen ánimo, que le prometía echar al Vizconde de la tierra, si no se moderaba: y que miraría tanto por su honor, y del Conde su padre, como por el suyo propio. Y así luego que entró en Monzón mandó a los del regimiento, pusiesen gente y armas por todas las torres y puertas de la villa, y que no dejasen entrar a ninguno de los principales señores y Barones que viniesen a las cortes, sin que él lo mandase, mas de con uno, o dos criados de compañía. Como esto supo el Vizconde por sus espías, fuese de Valcarria con toda su gente muy despechado. De esta manera fue don Nuño librado de todo peligro y afrenta. Pero el Vizconde viendo que no había podido ejecutar su rabia y furia en don Nuño, fuese la vuelta de Perpiñan, y tomando de camino más gente de a caballo, con el favor de sus parientes y amigos entró por el condado de Rosellón, que don Sancho poseía, y le destruyó, y dio a saco gran parte de los lugares de él, aunque no a la villa de Perpiñan por estar muy fuerte.

Capítulo VII. Que el Rey persiguió a los llamados que no vinieron a las cortes, y fue a Terrès, y confirmó el estado de los Moncadas, y estableció el condado de Urgel al conde Guerao.

Acabadas las cortes de Monzón, luego el Rey con la gente que de Lerida, y otros pueblos de presto hizo juntar, y con la que don Nuño traía para su defensa, movió guerra a ciertos Barones comarcanos, porque convocados para las cortes, menospreciaron a los convocadores, y no quisieron venir a ellas, antes mostraron apartarle de la obediencia y servicio del Rey. Con esta ocasión comenzó a tomar fuerza de armas, y reducir a la corona real algunas villas y castillos de estos barones, hasta que llegó a Terrès, villa pequeña y cercana a Lerida y Balaguer. Es esta villa, según fama de los que por algún tiempo han residido en ella, de las más sanas de España, o por la
subtilidad y pureza del ayre y aguas, o por algún buen vapor que sale de la tierra. El cual recibido por los sentidos purga el celebro, de tal manera que a los locos furiosos, y principalmente a los endemoniados, los llevan allí, para que sanen. Y así está en refrán muy usurpado por Cataluña; en comenzar uno a enloquecer, o endemoniarse: a este llévenlo a Terrès. Allí fue donde el Rey, por estar dentro, o en los confines del condado de Urgel, dio dos grandes muestras de su cordura y bien apurado jvicio. La una que tuvo por firme y grata la donación hecha por el Rey don Pedro su padre en favor de don Guillen de Moncada, gran senescal de Cataluña, y señor de las villas de Aytona, Seros, y Sos en los confines de Aragón y Cataluña, adonde el río Segre entra en Ebro, y la ratificó de nuevo, de las cuales hecho el Condado intitulado Aytona, gozan hoy sus propios descendientes por recta linea en nombre, sangre y armas, y es una de las dos más antiguas y principales casas de Cataluña. La otra fue haber remetido desde Daroca, a este lugar, la averiguación de las diferencias que el Conde Guerao tenía con otros, sobre el condado de Urgel, para ser más enteramente informado del hecho, y por no juzgar cosa contra derecho, sin oír las dos partes. Por cuanto habían nacido estas diferencias del tiempo del Rey don Pedro, cuando hizo guerra contra el mismo Guerao, porque muerto Armengol Conde de Urgel, se entró por el Condado con ejército formado, y echando de él a Aurembiax, hija y legítima heredera de Armengol, se alzó con él. Por esta causa le persiguió el Rey don Pedro, hasta que venciéndole en batalla, le prendió, y puso en prisiones, y cobró gran parte del condado. Pero muerto el Rey, con el favor de los suyos salió Guerao de prisión, y hecha su gente de guerra, como ninguno le resistiese, fácilmente cobró todas aquellas villas y castillos que el Rey le había quitado por armas, o voluntariamente se le habían entregado: haciendo en ellas grandes estragos y crueldades, saqueando y matando a todos los que se le habían rebelado, y seguido la parcialidad del Rey. De manera que después de haber el Rey entendido muy bien todo lo pasado, determinó de dar sentencia sobre ello. Y así sentado pro tribunali, y teniendo al Conde don Sancho, y a don Fernando sus tíos, que hizo venir allí, como por asesores a sus lados, en presencia de los más principales del reyno, llegó el Conde Guerao, y confesando con mucha humildad lo que había hecho, y pidiendo perdón de sus atrevimientos pasados.
El Rey que a todo esto estuvo muy severo, con mucha voluntad y gracia le perdonó. Y puesto que sabía por relación secreta, la poca justicia y acción que Guerao tenía al condado, determinó por entonces establecerle con ciertas condiciones. La primera que todas aquellas villas y lugares del condado que poseyese, diesen de allí adelante la misma obediencia, que antiguamente acostumbraban dar a los Condes de Barcelona, a los Reyes de Aragón y de Cataluña sus sucesores. La segunda que no embargase su posesión, quedase a Aurembiax hija del Conde Armengol salvo su derecho para poner demanda del Condado ante su Real jvicio, como lo puso, según adelante se dirá.

Capítulo VIII. Como el Conde don Sancho sabido el estrago grande que el de Bearne había hecho en Rosellón, se quejó al Rey, el cual le persiguió tomándole muchas villas y castillos.

En este medio que el Rey asentaba los negocios del Condado de Urgel, llegó nueva al Conde don Sacho del estrago grande que el Vizconde de Bearne como dijimos, había hecho en el Condado de
Rossellon. De lo cual tuvo gran sentimiento el Conde, y viendo que no bastaba su poder para resistirle, recurrió al Rey, pidiéndole su favor y amparo contra el Vizconde su enemigo, suplicándole que con su prudencia y mando absoluto compusiese y averiguase sus diferencias y quejas con el Vizconde: que le certificaba como él y don Nuño estarían promptos para si en algo habían injuriado al Vizconde hazerla enmienda que les mandase. El Rey que oyó esto, puesto que estaba mal con el Conde, y con razón, por los acometimientos pasados contra su real persona, pero teniendo respeto a sus canas, y ser tan conjunto suyo en sangre, y mucho más por la fidelidad y servicios de don Nuño su hijo, prometió darles todo favor y ayuda. Considerando que| también convenía refrenar con tiempo la soberbia del Vizconde, porque siendo el más poderoso señor de Cataluña, y tan emparentado con los más principales señores del reyno, no se alzase a mayores,
y llevase más adelante su porfía. Al cual envió primero a decir, y amonestar tuviese por bien de parar, y no correr más la tierra del Conde don Sancho. Pero el Vizconde tuvo en tan poco lo que el Rey le envió a mandar, que se dio mayor prisa en acabar de tomar ciertas fortalezas del Conde que estaban en el camino de la villa de Perpiñan, a la cual fue acercar de nuevo con toda su gente. Donde saliendo a él los Perpiñaneses con gran estruendo y poco orden, siendo capitán de ellos Gisberto Barberan, para dar una vista y sobresalto a los del campo, de tal manera se defendió el Vizconde, que mató al capitán, e hizo retraer a los Perpiñaneses hacia la villa, después de haber hecho grande estrago en ellos. Entendido por el Rey todo esto, y viendo crecer cada día más el orgullo, y desacatos del Vizconde: comenzó a salir con su ejército en campaña, y a perseguirle con guerra abierta: a quien siguió luego don Ramón Folch Vizconde de Cardona con gran número de gente de a caballo a su sueldo: así por ayudar al Rey, y a don Sancho en su buena querella, como por haberlas con el de Bearne, con quien estaba mal. Partió pues el Rey de Aragón a donde poco antes vino a hacer gente, y en volviendo a Cataluña, yendo para Perpiñan, de paso tomó ciento y treinta pueblos entre villas y castillos del Vizconde, con los de sus amigos y parientes, los cuales se le rindieron parte voluntariamente, parte por fuerza de armas, y los mandó luego confiscar y aplicar al patrimonio real, hasta que llegaron a una villa principal llamada Cervellón, Ceruellon, no muy lejos de Barcelona, y aunque estaba muy bien fortificada de gente y municiones, y cercada de muro fortísimo con su barbacana, luego que los de dentro vieron asentar las máquinas y trabucos para batirla (como de hecho se batió) a los 14 días después de puesto el cerco, se rindió, dándole a partido. En esta presa y cerco de Cervellón, no se hallaron con el Rey mas del Conde don Sancho, don Fernando, y don Nuño, con hasta 400 lanzas y 1000 infantes, ni se halló el Vizconde de Cardona: porque le fue forzado en aquella sazón partirse con la mayor parte de los suyos a sus tierras por apaciguar ciertos alborotos que se habían levantado.

Capítulo IX. Como el Rey puso cerco sobre la villa de Moncada, donde se recogió el Vizconde, y que estándola batiendo, fue rogado de don Sancho alzase el cerco de ella, y lo alzó.

Tomado Cervellón, pasó el Rey a poner cerco sobre Moncada. La cual como cabeza de todo el estado del Vizconde estaba con su castillo muy fortificado de munición y gente. Porque el Vizconde para hacer del resto en su defensa, se había recogido en ella con los principales de su linaje. Llegando pues el Rey a vista de la villa envió a decir al Vizconde como quería le recibiese en su villa por huesped: a esto respondió el Vizconde, que le hospedaría a buena gana, pero que no sería obligado a guardar el derecho y cortesía de hospedaje con huésped que tanto mal hace al que le hospeda. Oída la respuesta, mandó luego el rey poner cerco sobre la villa, y aunque pensó que había de durar mucho, determinó no partirse sin tomarla. En tanto que armaban las máquinas, y ponían en orden los demás pertrechos, fue el Rey con el maestre de campo, por hallar el lugar y asiento más dispuesto para plantar las máquinas, y dar los puestos a cada uno. Después de bien reconocido todo hallaron que en un collado que sobrepujaba la fortaleza se asentaría el Real mejor que en otra partes: y como comenzasen ya las máquinas a batir la fortaleza, y tentar los asaltos, la hallaron tan fortificada, y bien provista de toda munición y gente, a causa de haberse recogido en ella toda la familia y linaje de los Moncadas con su caudillo el Vizconde, que no se les podía hacer tanto daño, que no le recibiesen mayor los de fuera. Demás que tenían el agua segura, por tener una muy bella
fuente que nacía junto al muro. Mas los del Rey confiaban que los cercados eran muchos, a quien no menos la hambre que el ejército los rendiría. Porque al encuentro de cada puerta tenía el Rey escuadrones de soldados puestos para impedir la entrada y salida de la villa, a fin no les entrase provisión. Y sin duda los tomaran por hambre, si algunos de los capitanes del ejército Real no consintieran en que los de dentro fuesen
proueydos de vituallas y las demás cosas. Porque era tanta la amistad y parentesco del Vizconde con algunos principales del campo, y con eso tanta la ira y odio de los unos y los otros con el Conde don Sancho, a cuya instancia el Rey hacía esta guerra, que no faltaba quien dijese al Rey en cara con esta guerra y cerco, y quien poco a poco sembrase tanta distensión y zizania entre los Aragoneses y Catalanes del campo, que se sintieron algunas voces de motín, claramente diciendo, ser esta guerra injusta y malamente hecha, para robar, más que para pelear. Y de cuando en cuando se atrevían a decir mal del Rey, a quien no bastaba haber tomado tantas villas y castillos al Vizconde y a sus parientes y valedores, y haberlas confiscado, sino que aun quería haber su persona para arruinarle del todo. Y porque siendo el Rey tan mozo, era cierto que en todo se regía por el consejo del Conde don Sancho y de don Pedro Ahones, comenzaron los del ejército con grande desvergüenza a blasphemar de los dos de tal manera, que temiéndose de algún gran motín ellos mesmos persuadieron al Rey que alzase el cerco, por ser la fortaleza inexpugnable, y que no estaba bien a su persona Real perder tanto tiempo en ella. Y luego se salió secretamente del campo don Pedro Ahones, fingiendo alguna excusa, porque no tuvo allí por seguras su persona, y se fue a Huesca. Todo esto sintió mucho el Rey: pero viendo que los
mesmos Condes y don Nuño, por quien la guerra se hacía lo pedían con grande instancia, tuvo por bien complacerles pues se tenían por contentos de lo hecho contra el Vizconde. Y así levantó el cerco, donde se había detenido dos meses: y despedida la gente de guerra se vino para Aragón. Mas el Vizconde libre y seguro del cerco, juntó su gente, y comenzó de nuevo a destruir con mayor crueldad que antes, las tierras del Conde y de don Nuño.

Capítulo X. De lo que el Abad don Fernando maquinó contra el Rey, y las razones con que persuadió a don Pedro Ahones le favoreciese en la empresa.


Llegó don Pedro Ahones a Huesca donde halló al Abad don Fernando que poco antes se había salido del campo muy enojado, por lo mucho que el Rey porfiaba en perseguir al Vizconde don Guillen, que tan amigo suyo era, y persona de tan gran ser y poder, que sería bastante a poner al Rey y reynos en grande riesgo, para mayor daño y trabajo del Conde don Sancho y sus valedores. Pues como el Abad entendió, que el Rey había alzado el cerco de Moncada, pero que se le quedaba con los 130 pueblos confiscados, lo que había de ser causa para renovar la guerra contra don Sancho y don Nuño: y que de hecho hacía nuevas crueldades contra los de Rosellón: concluyó que era necesario por cualquiera vía que fuese remediarlo, y por valer al Vizconde su amigo, atreverse, si menester fuese, a la persona y autoridad del Rey. Para esto se confederó mucho con don Pedro Ahones, poniéndole delante el peligro en que estaba, y
desgusto con el Vizconde. Por haber sido el que más se había señalado por la parte y bando de don Nuño, y quien más había inducido al Rey para que emprendiese esta guerra, y aconsejado, se apoderase de los lugares del Vizconde, que a la postre todo llovería sobre él. Que para remediar esto había hallado ciertos medios muy convenientes, y para bien guiarlos, tenía necesidad de su consejo e industria: ni tuviese en esto respeto al Rey pues todo había de ser para más bien del mismo, y quietud de sus reynos: ni temiese de nada, que le sacaría a salvo de todo riesgo, y aun haría que de la empresa quedase bien rico. Y cierto que el celo de don Fernando no parecía del todo malo, sino que lo revolvió con muchos desacatos, y tiranías, contra la persona Real para sus propios provechos, y sobró al celo la malicia. La cual mostró mucho mayor, en no haber probado otros remedios más benignos antes de llegar a los tan ásperos de que usó. De manera que Ahones, con el temor que le ponían las cosas del Vizconde, y también con la esperanza de poner las manos en la hacienda real, sin más examinar el modo y ejecución de los designos de don Fernando, se le ofreció para todo bien y mal: en que emplearle quisiese.


Capítulo XI. Como acordados don Fernando y Ahones en ejecutar su propósito, se fueron para el Rey, y de la engañosa plática que con él tuvo don Fernando.

Después de estar ya muy de acuerdo don Fernando y Ahones en llevar adelante su mal fin y propósito, por lo mucho que se habían de aprovechar con esta empresa, salieron los dos juntos de Huesca a recibir al Rey que volvía de Cataluña, y despedido el ejército, era ya entrado en Aragón. Pues como tuvieron por cierto que volvería a ellos el gobierno, así del reyno a don Fernando, como de la persona del Rey, a Ahones, pensaron sería bien enviar por el Vizconde se viniese secretamente para acabar con el Rey se considerase con él, y le restituyese sus tierras: donde no, ponían por obra lo que tenían pensado. Con este acuerdo escribieron al Vizconde viniese sobre su palabra con poca gente a la corte del Rey, a un pueblo junto a Zaragoza llamado Tahuste, cuya tenencia era de Ahones, y cercano a otro pueblo llamado
Alagon. A este era llegado el Rey, y también la Reyna venía entonces a verse con él, para de ahí a pocos días entrar juntos en Zaragoza. Llegado el Vizconde, no curó don Fernando de confederarle con el Rey por otros buenos y honestos medios, que bien pudiera: sino valerse de otros con que pretendían él y Ahones, mucho más aprovecharse.
Y así se concertaron en sujetar al Rey de manera, que aunque le pesase hiciese lo que ellos querían, así en restituir las tierras al Vizconde, como en otras cosas que tocaban a intereses y utilidad de ellos mismos. Para esto pensaron de encerrar al Rey, y a la Reyna dentro de Zaragoza en su palacio real, y detenerle allí con buena guarda, sin que ninguno se viese y ni pudiese ver, ni hablar con persona, hasta en tanto, que se concertase con el Vizconde. Porque con solo esto habían de justificar su empresa con el pueblo, y con los Barones y señores del reyno, a quien también parecía mal el no restituir al Vizconde sus tierras. Para esto proveyeron que dos bandas de
caballos, y cuatro compañías de infantería estuviesen por los cuarteles de la ciudad. Lo cual hecho, salió de Tahuste don Fernando acompañado de muchos principales caballeros, que vinieron a visitar al Rey, y viniendo para Alagón, de camino envió a decir al Rey, como él y los principales caballeros del Reyno venían por acompañar su real persona, y a la serenísima Reyna en la entrada de la ciudad. Como el Rey oyó la embajada, conoció que este tan nuevo cumplimiento de don Fernando, se hacía con algún fingimiento, y sospechoso fin: todavía respondió, que recibiría de buena gana su venida: con todo eso mandó a sus mayordomos don Nuño, y don Pedro Fernández de Azagra, que a ninguno de los caballeros que venían con don Fernando dejasen entrar en el pueblo, más de cuatro, o cinco de los principales, y a los demás, por no haber en el lugar aposento para todos, los alojase por las caserías de fuera, o en otros pueblos cercanos lo mejor que pudiese. Después que les fue esto mucho encargado y mandado salió el Rey a caballo fuera del pueblo a recibir a don Fernando. El cual hizo muestra de quererse apear del caballo, y no consintiéndolo el Rey, fue de todos los demás que se apearon con mucho acatamiento saludado, con los cuales también se hubo muy afablemente. Volviéndose para la villa, o por descuido de los mayordomos, o adrede hecho, sin saberlo el Rey, se entraron con don Fernando por lo menos ciento de a caballo. Luego el día siguiente por la mañana se fue don Fernando para palacio, acompañado como el día antes, y en presencia de todos, tuvo una breve, pero bien lisonjera plática con el Rey, diciendo, como ni él, ni cuantos caballeros allí estaban, cosa tanto deseaban como servirle, y emplear vidas y haciendas por el acrecentamiento de su Real corona: por ver cuan próspera y felicemente se regía todo por su mando y gobierno, y cuan dichosamente se sucedía todo cuanto en paz y en guerra emprendía. Y así para que gozase enteramente de la tranquilidad y quietud de sus reynos por sus manos adquiridas, le suplicaba tuviese por bien de entrarse en Zaragoza, acompañado de tantos, y tan principales caballeros y señores, con el triunfo que se le debía. Como el Rey oyese y entendiese la disimulada y fingida plática de don Fernando, y mirando a todas partes de la cuadra, descubriese entre tantos, y tan apretados caballeros, la persona del Vizconde medio arreboçado, que sin licencia, ni consulta suya, se había venido de Cataluña, y le osaba parecer delante: demás desto, lo que a peor señal tenía, que ni don Nuño, ni Ahones, ni otro alguno de su consejo, se le allegasen, como solían, a la oreja para advertirle sumariamente lo que había de responder a la plática, tuvo por muy cierto, lo que poco antes había sospechado, que los suyos le vendían. Pues como todos los que allí se hallaban comenzasen a murmurar de él, porque no respondía a don Fernando: respondió con alegre semblante, que iría donde quisiesen: considerando entre si sabiamente, que en cualquier estado que sus cosas viniesen, y adoquiera que la fortuna las inclinase, sería mejor hallarse dentro de la ciudad que de fuera, confiando de sus fidelísimos ciudadanos que no le faltarían.

Capítulo XIII. Que el Rey y la Reyna entraron en Zaragoza, y fueron aposentados, por don Fernando en la Suda, y en ella encerrados, y de lo que pasó sobre esto (sobresto).

Partió el Rey con la Reyna, de Alagón, con todo el acompañamiento que don Fernando
traxo, y se entró en Zaragoza, sin permitir se le hiciese recibimiento alguno, y fue aposentado en la Suda, palacio real antiguo (que agora llaman la puerta de Toledo, y es pública prisión para los delincuentes) adonde don Fernando, dada razón de su intención al Conde don Sancho, que siempre se retenía el universal gobierno del Reyno, y prometiéndole que esto sería medio para confederarle con el Vizconde de consentimiento suyo se asumió todo el cargo, y con la compañía de Ahones que tenía el de la persona del Rey, entendieron en continuar su propósito. Y a la hora llamaron a dos capitanes de la guarda del Rey, Guillen Boyno, y Pedro Sánchez Martel, a los cuales engañaron con buenas palabras, mostrando quererles descubrir un grande secreto, sobre negocio importantísimo, a fin de librar al Rey de un grandísimo peligro que su Real persona corría, a causa de cierta secreta conjuración de que se temían, y convenía tener al Rey por entonces muy encerrado y recogido con buena gente de guarda: tanto, que ni el Rey había de ver, ni ser visto de nadie más de ellos dos solos, ni le habían de perder de vista noche y día: ni tampoco comunicasen con algunos para dar razón de lo que pasaba. Y así encomendaron al uno la guarda y custodia de la persona del Rey, y al otro la guarda de palacio, y de abrir y cerrar puertas, teniendo muy gran cuenta con los que subiesen la comida y cena, porque hasta en esto corría riesgo su salud y vida. Los capitanes creyeron muy de veras todo lo que don Fernando y Ahones debajo de gran secreto les dijeron, y más el premio que por esta fidelidad y servicio les prometieron. Con esto, aquella noche después de haber cenado el Rey y la Reyna, Ahones despidió todos los criados y criadas del Rey mandándolos pasar a otro palacio que les tenía aparejado: dejó dos camareros para el Rey con dos dueñas para servir a la Reyna, con todo el aderezo (adreço) de recámara que convenía: y de presto mandaron cerrar todas las puertas y ventanas de palacio, dejando solamente algunas claraboyas (clarauoyas) altas para tener claridad (claredad), de manera que por ellas ni pudiesen ver, ni ser vistos los encerrados, ni hablar, ni escribir a nadie, sin voluntad y consentimiento de don Fernando: del cual muy a menudo recibía el Rey billetes (villetes) prometiendo librarle de la clausura, luego que mandase restituir al Vizconde y a sus parientes y amigos, las tierras que les había tomado, y le mandase pagar por los daños que con la guerra hecha le había causado xx. mil Morabatines de oro. De otra manera, ni cobraría jamás libertad, ni vería el fin de sus pretensiones. A lo cual el Rey difería de dar la respuesta, pidiendo le dejasen comunicar este negocio con algunos del consejo, y que se oyesen sus pretensiones: que le truxesen a don Atho de Foces: su antiguo (antigo) y fiel criado. Lo cual como entendiese por ciertas vías don Atho, y antes de ser llamado se ofreciese para ir al Rey, fue por don Fernando repelido, con tanta cólera, que de enojo que tomó desto don Atho se fue a Huesca, y hasta que el Rey estuvo en libertad no volvió a Zaragoza. Fue cosa grande y de gran marauilla, no haberse levantado ninguno de los señores y Barones del reyno contra don Fernando por el encerramiento del Rey, y a liberarlo (libertarlo).
Pero fue mayor el artificio y maña de don Fernando con el consejo de Ahones, en publicar y encarecer los daños y rebeliones que se habían de seguir en Cataluña no restituyendo el Rey las tierras que había tomado al Vizconde: el cual estaba allí presente, y con tantas amenazas quejaba del Rey, y justificaba su demanda, que fácilmente se persuadía la gente, y daban por bueno, lo que don Fernando hacía. Mayormente que de cada día prometían que por horas se acabaría esto con el Rey, y sería para librar a los dos Reynos de muy grandes trabajos y guerras, y pues la persona del Rey no padecía detrimento, disimulaban todos con el encerramiento, y aguardaban de cada hora el remedio. Pues como el Rey se viese perdida la libertad, y por su más propinquo deudo, y ayo, privado de la conversación y plática de los suyos: y más, que ni los ciudadanos de Zaragoza, de los cuales confiaba tenían cuenta con sus cosas, hacían movimiento alguno, mandó llamar a don Pedro Ahones, que en estos negocios se mostraba poco, y obraba mucho, siendo la segunda persona de esta conjuración, no tanto para rogarle por su libertad, cuanto por desparar en él su cólera.
El cual vino, y en entrando le recibió el Rey con alegre semblante.
Y tomándole por la mano, se retiraron a una parte del aposento, y sentados los dos el Rey con rostro severo le habló de esta manera.

Capítulo XIII. Del razonamiento que pasó el Rey con don Pedro Ahones su ayo sobre el encerramiento.

No puedo cierto, don Pedro, dejar de mucho maravillarme de vuestra gran falta de conocimiento, y poca memoria de lo que habéis siempre sido y valido. Pues
olvidando os así de las obligaciones que el Rey mi padre, y yo os tenemos por los buenos servicios que a los dos habéis hecho, como de los muchos beneficios y mercedes que de los dos habéis recibido, queráis agora cargar sobre mí tantos desacatos, para borrarlo todo. Porque no solo me habéis infamado poniéndome en esta prisión como a público delincuente, pero también sujetado al vano juicio (juyzio) que sobre ello de mí harán todos mis vasallos. Lo cual como de suyo sea negocio muy atrevido y desacatado, cierto que en vos viene a ser muy más que alevoso y feo: no tanto porque con alguna razón buena, o mala, si quiera, cuanto porque sin ninguna, os habéis preciado de perseguirme. Pues es cierto que ni por temor de que por mi parte os había de sobrevenir algún grande mal: ni por esperanza que de cualquier otro alcanzaríais (alcançariades) mayor bien, os ha forzado razón alguna para rebelaros así contra
mi persona. Porque ni en mí, que de muy niño me criaste (criastes), habéis (haueys) descubierto tan duro y cruel pecho, que podáis (podays) sospechar, tengo en siendo varón, usar con vos lo que el Emperador Nerón con su maestro Séneca: ni tampoco esperar, que la dignidad y estado a que por mi mano habéis llegado, la podáis en ningún tiempo mejor gozar, que yo reynando. Como sea verdad, que no solo habéis llegado por mi favor, a ser de mi casa el primero, y por mi liberalidad y larga mano, entre los grandes de mis reynos el más rico: pero aun entre los de mi Real consejo soys el más preminente: y que de tal manera os he dejado regir, y gobernar mis reynos a vuestro libre albedrío, que parece me habéis valido más de compañero en el reynar, que de consejero. Pues como (porque lo digamos todo) no os acordays de lo que algunos competidores vuestros con extraños modos han procurado echaros del mundo, por derribaros de este estado y gracia que de mí habéis alcanzado? entre otros, don Artal de Luna, a quien con vuestro mal trato distes tales ocasiones, que muchas veces pusiera las manos en vos, si de mí a él no le fuera a la mano. Mas como todo ello lo tengáis en poco, y a mí en menos, por lo mucho que agora estáis falto de consejo, seguís con grande afición la parcialidad y bando de don Fernando, a quien poco antes perseguíais (perseguiades) como a mi cruel enemigo: haciendo trueco y cambio de vuestro natural Rey y señor, por servir a un tirano: a efecto que en este medio que yo soy el tiranizado, os partays entre los dos los honores y caballerías, con todos los provechos del reyno: y a mí que con tanto trabajo
procurastes de asentarme en el trono real, me veáis de señor y Rey convertido en vuestro esclavo y prisionero. Sea como quisieredes, salido habéis con la vuestra, del Rey y Reyno habéis triunfado. Pero guardaos de alabaros de la victoria, porque tengo por cierto que ninguna ventaja me llevaréis en olvidaros vos tanto de las mercedes y favores que de mí habéis recibido, cuanto yo siempre me acordaré de los desacatos y afrentas que con esta prisión me habéis causado. En acabando de decir esto el Rey, porque no le venciese la justa ira para con Ahones, volvió las espaldas, y se entró en otra cuadra, cerrando tras sí la puerta, por no verle más, ni oírle. Como el viejo se vio solo, y tan convencido del Rey mozuelo, quedose como atónito y pasmado: de allí se fue para don Fernando a quien contó puntualmente lo que con el Rey había pasado. Pero aprovechó poco, porque como los dos tenían por libertad y provecho suyo la prisión del Rey, perseveraron en su dañada empresa, y por eso tanto más priessa se dieron en repartir entre si y sus amigos y allegados, los cargos honrosos y caballerías reales: no consintiendo que llegase cosa a manos del Thesorero real, porque lo cogían todo para si.


Capítulo XIIII (XIV). De las pláticas que el Rey tuvo con la Reyna sobre su salida, y de los buenos consejos que oyó de ella, y como a la postre salió por mano de don Fernando, y lo demás que hizo.

De todas estas cosas hacía sus discursos el Rey y aunque hallaba algún desvío y consuelo para
lo demás de sus desgracias, no podía tomar en paciencia, que sin haberle acometido don Fernando con algunos honestos medios, y buena plática en el negocio del Vizconde, hubiese usado con el de un tan vil y afrentoso medio, como haberle encerrado. Considerado esto, y vista la obstinación y poca enmienda (emienda) de Ahones, después de la plática que con él tuvo, conjeturó prudentísimamente, que el
interesse y provechos particulares que se repartían él y don Fernando,
los tenía ciegos, y que así cuanto más se alargase su encerramiento, tanto más crecería la avaricia de ellos, y el Rey no iría padeciendo en su gobierno. Y así imaginaba noche y día todos los modos posibles para salir de aquella prisión, y mostrarse al pueblo: tanto que había determinado de escalarse por una de las
clarauoyas abajo con la Reyna, si quería seguirle. Pero la Reyna como sabia y magnánima, confiando habría otra mejor salida para las cosas del Rey, no vino bien en ello: no temiendo tanto el peligro del escalarse, cuanto la ignominia y afrenta que de huir al Rey se le seguiría: antes varonilmente le amonestaba se encomendase a la gloriosa madre de Dios, a cuya devoción y nombre de niño se había ofrecido: porque con el mismo favor que fue por ella librado de las manos del Conde Monfort, y fortaleza de Monzón, se vería libre con mucha honra del trabajo que padecía. Viéndose el Rey alcanzado de tan santas y buenas razones de la Reyna, tuvo por bien de sosegarse y seguir su consejo. Volviendo pues don Fernando a requerir al Rey, que juntamente con la restitución de las tierras del Vizconde, se le rehiciesen los daños sin faltar nada: determinó de venir bien en ello, con el parecer de la Reyna. Y así despachó luego sus provisiones, y patentes para que todos aquellos pueblos de Cataluña se restituyesen al Vizconde y a los suyos. Maravilláronse
muchos porque antes el Vizconde, cuando volvió con su gente de Rosellón, y estando el Rey preso, no fue de presto a cobrarlos. A esto se responde, que se tiene por cierto lo intentó, pero que halló resistencia en los mesmos pueblos: así porque no les traían provisión del Rey para absolverles del juramento y homenaje que le habían dado: como porque estimaban más ser del Rey que de señor particular. Con esto comenzó el Rey de gozar de libertad, y salió del encerramiento, pasados veinte días justos que entró en él: quedándose don Fernando con la general gobernación de los reynos, por mucho que algunos señores y barones sintieron mal dello, y aunque reclamaron, no les aprovechó por lo que don Fernando con la sagacidad de Ahones se había apoderado de todo. Puesto el Rey en libertad, en el mismo punto envió a la Reyna a la ciudad de Borja, que se sentía preñada, y llegado su tiempo parió al Príncipe don Alonso, de quien adelante hablaremos, y así se partió de Zaragoza: que por la prisión que en ella tuvo, y disimulación de los ciudadanos la tenía medio aborrecida, y se
fue a Monzón, siguiéndola don Fernando con su poca vergüenza con los demás cortesanos y prelados que allí se hallaron. A donde disimulando el Rey con gran cordura lo pasado, y poniendo en plática lo que convenía tratar para el gobierno del Reyno, comenzaron unos y otros a proponer cosas, que
socolor del bien común, tiraban al suyo propio de cada uno por el buen ejemplo que don Fernando y Ahones poco antes les habían dado. De lo cual el Rey quedaba muy sentido, viéndose corto de autoridad y fuerzas, para refrenar tanta soltura, así por sus pocos años, que apenas llegaba a los xvj como por la liga que había entre los del consejo. Mas como no se determinasen en cosa cierta, ni de propósito, el Rey despidió las cortes, y porque le fue forzado, volvió a Zaragoza, a donde insistiendo mucho a los ciudadanos (quizá temiéndose por algún tiempo de la ira del Rey por la disimulación pasada) confirmo con mucha liberalidad todos sus fueros y privilegios. Y también estableció de nuevo a don Gonçaluo Ioan gran Maestre de calatrava, la concesión que el Rey don Alonso su aguelo había hecho de la villa de Alcañiz a su orden, con ciertas reservaciones de derechos y preminencias, por ser de los más principales pueblos del Reyno.


Capítulo XV. Como para concluir las cortes de Monzón el Rey se vino a la ciudad de Tortosa, cuyo asiento y cumplimientos de tierra se describen.

Partióse el Rey de Zaragoza para la ciudad de Tortosa, con fin de concluir en ella las cortes
que comenzaron poco antes en Monzón, para dar orden como poder reprimir las salidas y cabalgadas que los Moros de Valencia hacían en las fronteras de Cataluña, cautivando los Cristianos, y por el rescate destruyendo la tierra. Para esto le pareció sería esta ciudad muy al propósito, poniendo en ella una buena compañía de gente escogida, que estuviese en guarnición, con apercibimiento para salir contra los Moros luego en desmandarse, y hacer muy grande estrago y matanza en ellos, por escarmentarlos: por ser Tortosa tierra poderosa para sustentar esta y mayor guarnición de gente. Mas porque se entiendan sus cumplimientos y excelencias, brevemente describiremos su asiento y fertilidad de campaña, con las comodidades y provechos que por el río y vecindad de la mar se le siguen. Está fundada esta ciudad en los extremos de Cataluña hacia el mediodía, enfrente del reyno de Valencia, a la halda de un monte alto que la defiende de la tramontana: por estar por el poniente y medio día cercada del grande y caudaloso río Ebro, a la ribera del cual está extendida como una media luna. Tiene por el oriente el mar tan cerca, que se puede llamar marítima, así porque no dista de él más de cuatro leguas, como por ser el río tan navegable de allí a la mar, que con galeras se puede subir hasta dentro de ella, y con barcos muchas más leguas río arriba. De donde le viene ser la más proveída ciudad de la Europa, de muy excelente pescado: el cual se sube río arriba y cría en él con grandísima abundancia; porque son de las muy raras y gustosísimas especies de peces (pesces), los que en él se pescan entre otros, Lampreas, Asturiones, Sabogas, Mujoles, y Atunes, con otros géneros de pescado pequeño. De los cuales por su delicadeza y gran copia hacen mucha mercaduría los ciudadanos. Porque puestos en pan, y distribuidos por todos los tres reynos, demás de que se conservan libres de corrupción muchos días: son de tan suave gusto y delicado sustento, que muchos que pasaron con ellos regaladamente los ayunos de la cuaresma, llegados al carnal, no son parte las carnes y
volatería para que los olviden. Mas aunque dan estos peces gran hartura y ganancia a la ciudad, no por eso carece de muy buena provisión de carnes. Porque de más que sus montes abundan de muy excelente caza de venados, y toda montería, también se crían en los campos y llanuras copia de ganados mayores: con muy apacible vega llena de todo género de mieses y frutas. Por donde viene a ser esta ciudad no solo muy proveída de todo lo necesario para la vida humana, pero de su propio asiento es muy habitable y deleitosa: si la gente, que es de lo más afable de Cataluña, a la cual el Rey en su historia tanto alaba de valiente y belicosa (por ser muy diestra en el ejercicio de la ballestería), convirtiese su belicoso furor contra los Turcos y Moros, y no como suele algunas veces, contra si misma.


Capítulo XVI. Como don Fernando y Ahones burlaban del gobierno del Rey por el edicto de guerra que publicó sin consultarlo con ellos, y como fue a cercar a Peñíscola.


Acabó el Rey en Tortosa las cortes, de donde se partió luego, enfadado de la desordenada ambición y soberbia de don Fernando y Ahones, que por haberles salido tan a su salvo el acometimiento de la prisión pasada, eran en el gobierno y trato más intolerables que antes. Pues no solo se había usurpado el cargo de la general gobernación del reyno, pero cuanto el Rey, con el buen consejo de otros, mandaba hacer, se lo estorbaban, y pretendían que así como el conde don Sancho como a viejo caduco, así al Rey como a muchacho, y de poca experiencia, le habían de privar del gobierno.
De manera que por apartarse el Rey de ellos, se fue a una villa cerca de Tortosa, llamada Horta, que era de los caballeros Templarios. Los cuales con los de la orden del
Ospital, desde su niñez siempre favorecieron mucho a su Real persona, y mantuvieron su autoridad y respeto fidelísimamente. Quedáronse en Tortosa don Fernando y Ahones que no quisieron seguirle, y como el Rey se vio libre de ellos, a consejo de los mismos caballeros comendadores, y otros Barones de los dos reynos, que en no estar con él don Fernando acudieron a ofrecérsele, hizo un edicto general, por el cual mandó a todos los barones y caballeros de los dos reynos, que tenía del gages y caballerías de honor, y de sus Reyes antepasados y también a las villas y ciudades reales, que para cierto día se hallasen juntos con sus personas, armas y caballos, y la más gente que pudiesen: porque había de mover guerra a fuego y a sangre contra los moros del reyno de Valencia, para el ensalzamiento de la fé católica, y destrucción de la secta Mahomética, y por reprimir las correrías y daños que estos hacían en los reynos de Aragón y Cataluña. A este edicto, no solo no obedecieron don Fernando y Ahones, por haberse hecho sin consulta suya, pero con gran ultraje lo menospreciaron, y procuraron con algunas villas y ciudades reales dejasen de obedecerle, que ellos los librarían de la pena que por ello incurrirían. Con esto, no curando del Rey, se fueron los dos a holgarse a Zaragoza, para contemplar desde allí lo que el Rey haría sin ellos, y burlar, como decían, de sus pueriles empresas: las cuales no querían estorbar del todo, por no perder la esperanza de algún siniestro suceso en la persona del Rey, por ocasión y asidero de cosas nuevas, que por hallarse muy ricos, emprendería de buena gana. Mas el Rey, puesto que sentía mucho estos menosprecios que le refrescaban las llagas pasadas, y que no faltaba quien muy de veras le animaba para proceder contra los burladores a castigarlos: determinó como prudente, por entonces disimular con ellos, confiando que con el tiempo no le faltaría alguna ocasión para tomar la enmienda, alomenos de los atrevimientos y soberbia de Ahones, de quien se tenía por mucho más ofendido. Pues como llegasen dos compañías de infantería, con otras dos bandas de caballos ligeros: de Cataluña: y más otra tanta gente que de Aragón trajeron (truxeró) don Blasco de Alagón, y don Atho de Foces, con don Artal de Luna, el cual siempre zahería (çaheria) al Rey los favores hechos a Ahones: salió de Horta con ellos, y con los Comendadores de las dos órdenes, a hacer una entrada por los primeros pueblos del Reyno de Valencia, mientras llegaba el término de la convocación de Teruel. Pasó pues a vista de Tortosa ribera de Ebro abajo, donde recogiendo los ballesteros de ella, llegó con mediano ejército a la marina, y fue por ella adelante hasta meterse dentro del reyno de Valencia. A donde hechas sus arremetidas, talando los campos y haciendo presa en los lugares marítimos, llegó a poner campo sobre la villa de Peñíscola; a la cual los Cosmographos, por lo que se dirá de ella, llamaron Península, y esta toda ella asentada sobre un grande cabo, o promontorio que entra en la mar, y que por su grande altura servía de atalaya para mar y tierra por toda aquella frontera. Por esta causa el Rey de Valencia la tenía bien guarnecida de gente y municiones como una de las más principales plazas del Reyno, y por eso tanto más nuestro Rey la codiciaba con mucha razón. Porque su asiento de más de ser naturalmente fuerte, representa de su misma figura un grandísimo monstruo, compuesto de cosas casi contrarias entre si, sino que todas ayudan para más fortificarlo. El cual por ser raro, y que en ninguna otra parte del mundo se entiende haber otro semejante sitio de Fortaleza, por haberle visto, describiremos en el capítulo siguiente lo que se puede decir de él.

Capítulo XVII. Del extraño asiento (aßiéto) de la fortaleza de Peñíscola, y como la fortificó, y se defendió en ella Papa Benedicto Luna, todo el tiempo de su pontificado.

Tiene este promontorio, o cabo de Peñíscola (que por la punta mira al sol cuando nace, en derecho de la Isla de Mallorca) de cerco mil pasos. Y así de ancho como de largo por ser el suelo áspero y desigual, hasta 500. su asiento y cuerpo de él es un perpetuo peñasco altísimo, y que se va cuanto más sube estrechando, y por todas partes, sino por donde está la población asentada, hecho a peña tajada. Al cual cerca la mar casi del todo, que solo queda descubierto el paso con que se junta con la tierra firme, y a esta causa le llamaron en lengua Latina Península, que quiere decir casi Isla: pero este paso es tan estrecho, que las más veces en crecer las olas del mar viene a ser Isla del todo, y tal se queda agora artificiosamente hecha. La altura del promontorio es tanta, que de más de lo mucho que alegra con su espaciosísima y muy extendida vista de mar, y tierra suelen descubrirse las naves de allí a 30. millas. Hay en lo más alto una plaza tan ancha que se pudo edificar en ella una inexpugnable fortaleza, con un templo y palacio tan grandes, que pudieron aposentarse en él los que abajo diremos: quedando sola aquella parte del monte que mira a la tierra, y está algo pendiente para el asiento de la villa, con una sola puerta para entrada y salida de ella. La cual tan bien está defendida de un bravo e inexpugnable baluarte, con su puente de madera levadiza para la tierra. También el mar que rodea el promontorio por ambas partes y por delante es tan profundo que para pequeñas naves hace fondo: y sino del Levante, que a todas partes la descubre, contra los demás vientos, no solo se defiende con la altura y oposición del monte (pasándole las naves, como quien hurta el cuerpo, del un mar al otro) pero aun contra los corsarios están ellas con la fortaleza y su artillería por toda parte defendidas. Finalmente hay dos cosas que hacen el asiento de ella admirable, y como monstruoso. Una es las muchas cuevas y cavernas que hay en lo íntimo y profundo del monte, tan abiertas y penetrables al mar, que las olas salen por las bocas dellas con grandísimo ímpetu y estruendo, revueltas con infinito número de conchas (pesces que llaman Saxatiles los Latinos) y que siendo las peñas fundamentales por lo intrínseco del monte tan combatidas del continuo ímpetu del mar, no solo no se rompen, ni menguan, pero se aprietan y con la sal del agua más se fortifican. La otra es una fuente clarísima y dulcísima que con gran golpe de agua nace en lo más bajo del pueblo, entre las bocas por donde salen las olas saladas, solamente para el uso y servicio de la fortaleza y villa, pues luego a seis pasos de donde nace vuelve a hundirse en la mar. Porque se vea como naturaleza usó casi de artificio, para fortalecer, y hacer inexpugnable este lugar. Como lo conoció bien el Papa Benedicto xiij, de su nombre propio llamado Pedro de Luna aragonés de la villa de
Caspe: cuando estuvo en ella retirado. Cuya historia aunque bien divulgada por otros, todavía por lo que toca a la Fortaleza de la cual se valió él para su habitación y defensa, la referiremos aquí brevemente. En el año del Señor 1394. muerto Clemente Pontífice, que residía en Auiñon, el colegio de sus Cardenales, eligió en Pontífice a este Pedro de Luna Cardenal, que tomó nombre de Benedicto xiij. El cual teniéndose por verdadero y canónicamente elegido Pontífice (no embargante que el Rey de Francia comenzó a mostrársele contrario) se contentó con la obediencia que le daba la nación Española con la provincia de Guiayna. Mas para mejor y más seguramente poder regir su Pontificado en competencia de otros dos Pontífices que había electos, se recogió en esta fortaleza de Peñíscola, donde edificó el palacio y templo que dicho habemos, tan magníficos y suntuosos, que pudieron residir en ellos la persona del Pontífice con sus Cardenales por muchos años, y con el fortísimo sitio del lugar, defenderse de los que procuraban su deposición y anular su dignidad y persona. Y aunque los dos que concurrieron con él, por orden y decreto del concilio de Constancia renunciaron el Pontificado: pero Luna, ni por las exhortaciones y censuras del concilio, ni por la intervención de ruegos de los Reyes Cristianos, ni por la venida, e intercesión del Emperador Sigismundo, que para solo efecto de quitar tan gran scisma vino de Alemaña a Perpiñan, adonde fue Luna a verse con él, jamás pudieron acabar que renunciase como los otros. Ni hay que dudar, sino que la confianza de su fortificada Peñíscola, y seguridad que allí tenía de su persona, le hizo con tan larga vida perseverar en su pertinacia. Porque los años de su pontificado pasaron de 30, y los de su vida llegaron a noventa.

Capítulo XVIII. Como apretando el Rey el cerco de Peñíscola, temió el Rey de Valencia no pasase adelante, y procuró treguas con él, y le dio los Portazgos de Valencia y Murcia.


Volviendo al Rey, luego que acabó de reconocer el sitio e inexpugnable asiento de la villa, no quiso batirla, sino para atemorizar a los vecinos, poner el cerco y hacer arremetidas por los contornos, talando los campos, robando y quemando las caserías, y poniéndolo todo a cuchillo. De esto llegó luego la nueva a la ciudad de Valencia, y como suelen las cosas crecer con la fama, no solo se dijo que el Rey había tomado por asaltos a Peñíscola, y pasado todos a cuchillo, pero se afirmaba, que con todo su ejército venía a gran furia para la ciudad, y que estaba ya en Murviedro, a 4 leguas de ella. Con esta nueva súbita y tan espantosa Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con todos los principales, y pueblo se hallaron tan atajados, que del temor y espanto, se levantó tan grande grande alarido por toda la ciudad como si les entraran ya los enemigos por las puertas. Mas en haber llegado segunda nueva, y entendido que ni el Rey, ni su ejército habían pasado de Peñíscola, antes se estaban sobre ella, cobraron aliento, y luego enviaron embajadores para que hiciesen treguas con el Rey: y solo que alzase el cerco de Peñíscola, y se fuese de todo el reyno, prometiesen darle cada año el Quinto de los Portazgos de Valencia para Murcia. Pareció al Rey, y a todos los de su consejo no solo
provechoso el partido que Abuzeyt ofrecía, pero muy aventajado y honroso; por haber con sola la fama y opinión, más que con hecho de armas, acabado una apenas comenzada guerra, y con ella
tomado el corazón a los enemigos, que por tiempo había de acometer de propósito.
Y así reconocidos los poderes de los embajadores, se firmaron los capítulos y obligaciones de las treguas y portazgos. Mas aunque algunos dudan de esta salida del Rey, y del cerco que puso sobre Peñíscola, por cuanto en su historia no hace mención de ella, sino de los portazgos que le ofreció el Rey de Valencia por las treguas que se le otorgaron: con todo eso ya fuera la duda, así porque como otros escritores afirman, el Rey vino con ejército formado sobre Peñíscola, y la puso en grande aprieto, como porque el pedir treguas, y otorgar portazgos presuponen alguna grande opresión y necesidad de guerra, en que el Rey puso al de Valencia. Y no es bien que se borre en muchos
escritores lo que solo uno se olvidó. Y así parece cierto, que por alguna gran fuerza de armas le concedieron las dos cosas, y ninguna otra se halla que pudiese ser por entonces, sino, o porque el Rey alzase el cerco de Peñíscola, o porque el Rey hubiese hecho muestra de pasar adelante con su ejército contra la ciudad, ni obsta lo que el Rey de si dice, que vino a Teruel adonde había de juntarse el ejército: cuya tardanza, y falta de provisiones, causó la concesión de las treguas,
porque como sea poca la distancia de Tortosa a Peñíscola, y de allí a Teruel, así se pudo hacer lo uno y lo otro, y que el Rey hiciese un acometimiento contra Peñíscola, y que a causa de no haberle acudido el ejército que esperaba, hubiese sido forjado de otorgar las treguas en Peñíscola, y publicarlas en Teruel, donde había de ser la junta del ejército. Concuerda pues con la historia del Rey, que las treguas se concluyeron en Teruel: pero así de ellas como de los portazgos la
principal causa fue el cerco puesto sobre Peñíscola, como arriba hemos dicho. Mas porque en esta, y en otras muchas partes de su historia, el Rey hace muy honrosa memoria de Teruel y sus ciudadanos: ni se halla que emprendiese jornada alguna de guerra sin el favor y compañía de ellos, será bien que digamos algo de su antiguo origen y poderío, con el asiento y fortificación de su ciudad, y de otras cosas muy memorables de ella.



Capítulo XIX. De la origen y fundación de la ciudad y comunidad de Teruel, y de su poder, y valor de ciudadanos.

Fue siempre Teruel célebre ciudad y cabeza de los antiguos Edetanos montanos del reyno de Aragón, que hoy llaman los Serranos, y para los de Valencia está puesta al Septentrión, llamada Teruel, como se cree, por el río Turia que pasa por ella. Puesto que tiene la ciudad por armas un toro que mira a la estrella del norte, para denotar la fortaleza y norte que tuvo siempre en su gobierno. Fue conquistada y ganada de los moros en el año del Señor 1170, y 1171, por el Rey don Alonso segundo que estuvo 15 meses sobre ella, y la ganó con el favor e industria de ciertos capitanes Aragoneses, y Navarros que se señalaron mucho en la conquista, a los cuales por conservación de
la tierra, mandó quedar a poblarla, como a cabeza y guarda de toda la Serranía, que dijeron de Ydubeda, Y así por atraer gentes para habitarla, como por estar puesta en frontera, donde cada día se había de venir a las manos con los moros de Valencia, el mismo Rey les concedió gozasen de los más favorables fueros y privilegios que se hallaron en toda España, como fueron los de Sepúlveda (Sepulueda). Por donde con estas libertades, y ser la tierra fértil de pan y de ganados mayores y menores, con el rico trato de lanas y paños, y sobre todo con las continuas cabalgadas que hacían en el reyno de Valencia contra los Moros, se dieron tan buena maña que en poco tiempo levantaron su ciudad fuerte y muy bien labrada, cercándola de alto y bien torreada muro, y así en las casas como en los demás edificios públicos; es comparable con cualquier otra. Demás que de su tamaño, así en muchos grandes y muy suntuosos templos, con sus torres de campanas altísimas, y artificiosísimamente hechas de tierra cocida: como en número de sacerdotes, se halla
ser de las señaladas de España. De donde le ha venido que por verla tan bien dispuesta para ello, en estos tiempos, a suplicación de la Majestad de nuestro gran Philippo II, por concesión de nuestro muy santo padre Gregorio Papa xiij, ha sido fundada iglesia catedral y obispado en ella. Finamente como concurrieron de los más antiguos y buenos linajes de Aragón y de Navarra en su conquista.
Y así fue de su principio poblada de gente valerosa, hidalga, y belicosa. De ahí vino que todos los pueblos que están en sus contornos, que también fueron luego de Christianos, viendo el buen gobierno y prudente trato que los de Teruel tenían en la administración de su ciudad y
repub. y la razón y justicia que a todos guardaban, hicieron voluntaria amistad y comunidad con ellos, entregándoles el gobierno de todos sus pueblos, que son no menos de ciento. Con esta hermandad y junta de pueblos ayudados los de Teruel, y ampliada su jurisdicción con el favor de sus fueros y privilegios, se ejercitaron mucho en las armas, y llegaron a valer y poder tanto en las cosas de la
guerra, que de ninguna gente así de a pie como de a caballo se valió el Rey tanto para la conquista de Valencia como de la de Teruel. Confiésalo esto el mesmo Rey en su historia, y también dice de un noble ciudadano llamado Pascual Muñoz, el cual había sido antes criado del Rey don Pedro su padre, que fue tan rico, y liberal que de su hacienda y bienes, con lo que se valió de sus amigos, prestó al Rey gran suma de dinero, e hizo provisión de mantenimientos para el ejército que traía
el Rey, por espació de 20 días. De este Pascual Muñoz se halla que fue su segundo nieto aquel Gil Sánchez Muñoz Canónigo de Barcelona, que muerto Benedicto Luna, de quien arriba hablamos,
fue por el collegio de los Cardenales que allí se hallaron, electo summo Pontífice, llamado Clemente VIII, y luego después por quitar la scisma, renunció el Pontificado, y en recompensa le dio el obispado de Mallorca donde murió.


Capítulo XX. Como yendo el Rey para Zaragoza se encontró con Ahones, y de la reñida plática que tuvo con él, como le prendió, y se le fue de las manos.

Concluidas las treguas con el Rey de Valencia, mandó el Rey despedir el ejército. También
se despidió de los ciudadanos de Teruel con mucho amor, señaladamente de Pascual Muñoz por lo bien que le había hospedado y servido. De ahí determinó pasar a Zaragoza, a donde don Fernando, y Ahones se habían todo aquel tiempo entretenido, y sabido por relación de muchos, que el Rey (a quien ellos llamaban el muchacho) había varonilmente acabado la jornada de Peñíscola, y ganado el quinto de los Portazgos, y con tanta honra y ventaja suya otorgado las treguas al Rey de Valencia. Puesto que si la gente que estaba convocada llegara para el plazo a Teruel, hubiera proseguido la guerra, o sacado mejores partidos del enemigo: así mismo entendieron los servicios y ofrecimientos que los de Teruel le hicieron, y que en fin regía y gobernaba, y era muy obedecido y reverenciado sin la asistencia y consejo de ellos. Las cuales
nuevas en nada fueron alegres para los dos, antes se dolieron de oírlas: como por lo contrario se animaron mucho los Zaragozanos con ellas, pareciéndoles, aunque tarde, muy mal lo que don Fernando, y Ahones habían cometido antes contra su persona, y autoridad del Rey. Por lo cual los maldecía ya todo el pueblo, y estaba apique de apedreallos. Y vino esto a tanto, que don Fernando se hubo de salir de noche secretamente de la ciudad a ciertos lugares suyos: y Ahones, viéndose tan acosado del furor del pueblo, determinó ausentarse. Para esto juntó hasta 60 hombres de armas suyos muy bien puestos, y acompañado de don Sancho su hermano Obispo de Zaragoza, se partió con gran fausto para Teruel a verse con el Rey, por mostrarse poderoso, y como quien tal no hizo, que dicen volver a su primer cargo y mando. Acaeció que como por el mismo tiempo el Rey partiese de Teruel para Zaragoza, y llegase a Calamocha que está una jornada de él, supo cómo en aquel punto había llegado Ahones al mismo pueblo y que ya entraba por palacio. Oyéndolo el Rey, y mostrando grande alegría de ello, salió a él, y le recibió con mucha afabilidad y contentamiento. Preguntándole, después de haber visto su caballería que traía desde una ventana delante de palacio, para dónde llevaba su camino con tanta y tan bien armada gente, siendo ya acabada la guerra, y firmadas las treguas con los de Valencia, respondiole Ahones con gravedad muy entonado, que él y el Obispo su hermano con su gente de a
caballo iban derechos al reyno de Valencia para hacer alguna buena cabalgada contra los moros, por valerse de ella para rehacer los gastos que hacían en esta jornada. El Rey que oyó esto, antes de pasar la plática más adelante, le dijo, que se fuesen luego por la mañana a Burbaguena dos leguas de allí, porque tenía negocios muy importantes al estado que comunicalle, y saber su parecer sobre ellos. Como oyó esto el Obispo don Sancho, teniendo ya a su hermano por reconciliado con el Rey
y vuelto en su amor y gracia, y que todo sería como antes, despidiose del Rey, el cual se le mostró muy afable, y fuese a holgar a un lugar suyo llamado Cutanda muy cerca de allí, aunque apartado del camino Real. Llegada la hora, el Rey se puso a cenar con Ahones, y pasando con mucho regocijo hasta que fue hora de dormir, fuese Ahones a donde le aposentaron muy bien con su gente y criados. A la mañana oída misa y tomado refresco continuaron su camino para Burbáguena. En
esta jornada seguían al Rey don Blasco de Alagón, don Artal de Luna, don Atho de Foces, don Ladrón, don Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas, principales señores, y barones del Reyno, a los
cuales mandó el Rey que no le dejasen que los
hauria bien menester, aunque no les descubrió su ánimo ni propósito de lo que determinaba hacer. Llegaron pues de mañana a Burbaguena, que era lugar de los Templarios, y se apearon en un palacio de ellos, y el Rey que solo llevaba una cota de malla con su espada ceñida, mano por mano se subió con Ahones a la sala del palacio con los suyos, quedándose en el patio toda la gente de Ahones a caballo, pensando que sería corta la plática. Apartados los dos a una ventana de la sala y sentados en los banquillos de ella, el Rey comenzó blandamente a quejarse de Ahones, y después poco a poco a embravecerse. Diciendo que por su culpa y mal ejemplo había sido causa, que ni él, ni los otros caballeros y grandes del Reyno, ni las villas y ciudades reales, siendo convocados, viniesen para Teruel a comenzar la guerra contra los de Valencia. Y así perdida tan buena ocasión como tenía para proseguirla con mucha gloria suya, le fue forzado otorgar las treguas. A las cuales, le avisaba, había de estar, y no romperlas por todo lo del mundo. Y así le rogaba mucho no pasase más adelante, ni tentase por la vida de hacer lo contrario. Sonreíale Ahones a todo lo que el Rey le decía, y rehusaba de volver atrás su empresa, diciendo que él, y el Obispo su hermano habían hecho muy grandes gastos para esta jornada, y que no tenían de donde rehacerlos, sino de las presas que harían en el Reyno de Valencia. A esto respondió el Rey ya
con cólera, que no faltaría de donde rehacer los gastos, solo que las treguas se guardasen, porque a su palabra dada no podía faltar. Pero todavía perseverando en su porfía Ahones, a quien el Rey era ya igual de cuerpo, aunque no llegaba a los xviij años, pasando ya Ahones de los lxv.
hechole mano, diciendo que se tuviese por su prisionero. Como Ahones pusiese mano a la espada por la empuñadura, de la misma le echó mano el Rey, y le impidió, que ni la pudiese sacar, ni quitarla de la cinta. Mas los caballeros del Rey que estaban al cabo de la sala viéndolos a los dos, echaron mano a las espadas, y revueltas las capas a los brazos, se pusieron a la puerta de la sala, para defender la entrada a los hombres de armas de Ahones. Los cuales como oyesen las voces de arriba, xl de ellos se apearon de sus caballos, y rompiendo por medio de los caballeros entraron en la sala, donde hallaron al Rey tan asido con Ahones que se pusieron con gran fuerza (aunque con algún acatamiento) a desasirlo: estándoselos mirando desde la puerta de la sala los caballeros del Rey, y no ayudándole, por verse desarmados, y lo poco que podían resistir a los muchos y armados de Ahones, y porque en echar mano a la espada podía peligrar la persona del Rey. De suerte que le quitaron a Ahones de las manos, llevándoselo los suyos, el cual luego subió en un caballo, y se fue bien alterado con ellos.


Capítulo XXI. Del gran ánimo y diligencia con que el Rey persiguió a Ahones, y como le alcanzó, y como de una lanzada que le dio don Sancho de Luna murió en las manos del Rey.


En ningún tiempo de su vida, antes, ni después, se vio el Rey tan encendido en cólera como cuando los soldados de Ahones se lo quitaron de las manos, y que con el favor de ellos se le iba sin poderle
alcanzar. Mas no por eso perdió su coraje, sino que para mejor seguirle, en el mismo punto bajó al patio, y subió en un caballo de un hidalgo de Alagón, el primero que vio, y con las mismas armas, que se hallaba, fue a espuela hita en seguimiento de Ahones: el cual a gran furia caminaba hacia Cutanda para el Obispo su hermano, recelándose no le tuviese el Rey por otro camino puesta alguna celada de gente para cogerle, y más por la que saldría de los lugares en favor del Rey en ver que le perseguía. Siguieron pues al Rey al salir de Burbaguena, Gudal, Pomar y Foces con solos cuatro
de caballo: tras ellos don Blasco con los demás hasta 46 caballos ligeros. Como llevase Foces la delantera, dos de los hombres de armas de Ahones que con el peso de ellas corrían poco, volvieron las lanzas para él, y le derribaron del caballo mal herido, al cual luego socorrieron don Blasco y don Artal, pasando los de Ahones adelante. Con todo eso iba el Rey con solos Gudal y Pomar de compañía en seguimiento de Ahones, a quien poco antes había descubierto desde un cerro pequeño, que iba con solos xx. caballos por la falda de un monte a gran
priessa. En este medio don Blasco y don Artal después de haber atado las llagas a don Atho, corrieron tras Ahones a rienda suelta, y como le estuviesen ya cerca, volvió los ojos, y en viéndolos pensó que con ellos venía sobre él algún gran tropel de caballos. Mas como no hubiese lugar para huir y escapar de ellos, por traer él y los suyos los caballos muy cansados, determinó recogerse a un pequeño monte que se ofrecía delante, confiando que mientras allí se haría fuerte, acudiría con gente el Obispo su hermano
y le libraría. Pero el Obispo nunca acudió, y se creyó que de temor de que no hubiese también para él su ramalazo, por lo que antes había intervenido (entrevenido) con don Fernando y Ahones en el encerramiento del Rey. De manera que subido al monte Ahones con los suyos, uno de ellos, como no le tuviese allí por seguro, se apeó para darle su caballo, por que se escapase por la otra parte del monte. Mas luego fueron a vista de él, don Blasco y Artal para los pasos. Comenzando los
de Ahones a echar cantos y tirar muchas piedras para impedirles la subida, el Rey que no estaba ocioso, subió muy aprisa por la otra parte a lo más alto del monte, y antes de ser visto, ni sentido,
le tomó (tomole) a Ahones las espaldas. Los suyos que vieron al Rey, desampararon a su señor y huyeron todos. Solo quedó un camarero suyo llamado Mezquita, que se puso tras un peñasco por ver el triste suceso de su amo. En este punto don Sacho Martínez de Luna uno de los caballeros que seguían al Rey, arremetió para Ahones, y le dio una cruel lanzada por el lado derecho por la
escotadura del perpunte, de la cual sintiéndose Ahones herido a muerte, se abrazó con el cuello del caballo, y echándose a la parte siniestra, cayó medio muerto. Mucho se ofendió el Rey de ver tan malherido a Ahones, siendo su ánimo solo de prenderle, y no matarle, y así apeándose del caballo le abrazó, y con muchas lágrimas le consoló, reptándole mansamente, y echándole la culpa de todo lo que se había seguido, que si le creyera, no le sucediera tan mal: mas que tuviese buen ánimo que no le desampararía jamás. A esta sazón llegó don Blasco, diciendo al Rey a voces, dejadnos señor despedazar este león, por vengar de una las muchas injurias que ha hecho a vuestra real persona, y como asestase ya la lanza para herir a Ahones, el Rey se puso en medio de los dos, y dijo muy
airado, teneos don Blasco, teneos, porque no heriréis a Ahones sino a mi persona.
Con todo esto, Ahones sintiéndose ya mortal, encomendó a Dios su alma, y al Rey sus cosas, y calló porque le faltó el espíritu y la palabra, a causa de la mucha sangre que le corría de la herida. Mas el
Rey apretándosela muy bien, mandó que le pusiesen a caballo, con uno que le tuviese, y le llevasen a Burbaguena, pero faltándole ya la sangre murió en el camino. Lo cual sintió el Rey en el alma;
y mandó que pasasen a Daroca que no está lejos, y acompañó su cuerpo, haciéndole enterrar en la iglesia mayor con la honra y pompa que por entonces se sufría.
Fin del libro tercero.


Libro décimo cuarto

Libro décimo cuarto.

Capítulo primero. De los trabajos que el Rey sentía oyendo las quejas de la Reyna doña Violante, y como hizo nueva división de sus Reynos para heredar a todos sus hijos.

Entrado era ya el Rey en los XXXV años de su edad, cuando después haber conquistado dos Reynos, y hechas mercedes a los que le habían seguido y servido en las conquistas dellos, se daba tanto a mirar por el bien común de la Repub. y a la mejora y engrandecimiento de los Reynos, que se olvidaba de sus cosas familiares y domésticas: y con nacerle de cada día más hijos y herederos, se descuidaba de lo por venir, y miraba muy poco por ellos. Tenía a don Alonso su hijo mayor y de doña Leonor su primera mujer ya hombre, por su testamento declarado legítimo sucesor en todos sus Reynos. El cual teniéndose por tal, pretendía ser ya los Reynos con todo lo demás suyo. Por donde la Reyna doña Violante segunda mujer, de la cual tenía ya el Rey cinco hijos entre hombres y mujeres, estando muy solícita y cuidadosa de la sucesión y herencia de ellos, y también muy suspensa, no tanto por la edad del Rey, cuanto por los muchos peligros de la guerra, en que cada día ponía su persona: considerando que a faltarles él, cuan mal parados quedarían sus hijos y ella, no hacía otro que llorar cada día y noche, y lamentar ante el Rey, llamándose desventurada, y del todo engañada, pues la apartaron del regazo de su padre, y la trajeron a tierras tan remotas de la suya, no solo para venir a quedar pobre, y entrar en el lugar de otra menospreciada: más aun para sufrir las injurias de su combleça, y para obedecer y estar sujeta a un su entenado soberbio y descomedido finalmente para ser madre desdichada de muchos hijos desheredados. Todo esto oía el Rey con grande tormento y paciencia: porque no solo le lastimaban las palabras tan resentidas y allegadas a razón de la Reyna: pero mucho más le llegaba al alma, ver al Príncipe don Pedro su hijo ya de edad de ocho años, a quien él mucho quería, levantarse tan bien criado, y con tan manifiestos indicios de virtudes heroicas, y dignidad Real, con las cuales daba muy gran esperanza que con sus valerosos hechos, había de continuar los de su padre y llevar siempre adelante la gloria y alabanzas de los dos. Y por el contrario que en don Alonso su primer hijo, que nunca se había apartado de la sombra de la madre, con ser ya hombre, ningún asomo, ni señal de semejantes virtudes Reales se descubriese siendo declarado por sucesor. Y así, en pensar que por la primogenitura de don Alonso, no solo don Pedro, pero los demás hijos que cada año le nacían de la Reyna, habían de quedar desheredados, le daba tan grande pena, que no había cuidado, ni carcoma que más le royese las entrañas, ni congoja que más cruelmente le atormentase la vida. Por eso le oían decir muchas veces, que los trabajos de la Repub. y gobierno de Reynos, así en paz, como en guerra, eran mucho más tolerables que los domésticos y familiares: porque aquellos, como quiera tienen sus pausas y divertimientos, lo que no hacen los domésticos porque son continuos, y hacen amargar la comida, y menoscabar el sueño. Por esto muchas veces le causaba risa el verse tan mejorado de hacienda, y acrecentado de Reynos, y por solos cinco hijos que a la sazón tenía, darle mayor cuidado el haberlos de acomodar, que daría al más pobre hombre del mundo, aunque tuviese muchos más. Por todas estas causas le pareció más presto valerse, y usar de la universal ley y derecho natural, que no seguir el uso y costumbre de los particulares fueros de sus Reynos. Y así determinó que los señoríos y Reynos que había consignado para su primer hijo cuando era único, se dividiesen entre él y los otros hermanos que después nacieron, y que proporcionadamente gozasen todos de ellos.


Capítulo II. Como el Rey tuvo cortes en Daroca, donde fue jurado Príncipe de Aragón su hijo don Alonso: y como tuvo otras en Barcelona, y de lo que pasó en ellas.

Pareciendo muy bien a la Reyna, y quedando muy contenta de la determinación del Rey, cerca la división de los Reynos, mandó el Rey convocar cortes en en la ciudad de Daroca para los Aragoneses, a las cuales también acudió con sus síndicos la ciudad de Lerida. En ellas se declaró por sucesor en el Reyno de Aragón al Príncipe don Alonso, y por tal le juraron todos los Aragoneses con los de Lerida. Pues porque con mayor gracia de don Alonso, se pudiese dar el Principado de Cataluña a don Pedro primer hijo de doña Violante, quiso el Rey que se entendiese el Reyno de Aragón más allá del río Segre, y que Lerida fuese comprendida en el Reyno de Aragón. Concluidas las cortes partió para Barcelona, donde también quiso tener las de Cataluña, y de la misma forma el Príncipe don Pedro fue declarado por sucesor en el condado de Barcelona y Principado de Cataluña. Mas sintiéndose mucho los Catalanes, del estatuto hecho en Daroca con el cual se desmembraba la ciudad de Lerida con todo el territorio que tiene entre los dos ríos Ebro y Segre de Cataluña, y se aplicaba a Aragón, se quejaron al Rey, mostrándole como por los fueros y leyes que les dieron sus antepasados, cada y cuando se pregonaban treguas entre los Reynos, de ordinario se hacían y publicaban desde Cinca a Salsas, incluyendo la ciudad y distrito de Lerida en Cataluña. Y así claramente le dijeron, que si no deshacía aquel estatuto, y les conservaba el derecho antiguo que sobre esto tenían, no aprobarían la división de los Reynos por él hecha. Visto esto por el Rey, para mejor traerlos a su opinión en lo demás, tuvo por bien de contentarles, y dado por ninguno el estatuto hecho en Daroca, decretó por nueva constitución, que el condado de Barcelona y Reyno de Cataluña se entendían desde el río Cinca hasta la fortaleza de Salsas, y los límites de Aragón como de primero, desde Cinca hasta Fariza. Reformado el estatuto, los Catalanes se apaciguaron, y recibieron muy de buena gana por sucesor de su Rey a don Pedro, y por tal le juraron.


Capítulo III. De la queja de los estados de Ribagorza y Pallars, y como don Alonso comenzó a hacer parcialidad por si, y de los tratos que los castellanos tenían con los de Alzira.
Declarando los términos y divisiones hechas de los Reynos, se siguió de ello mayor queja de los Aragoneses, por lo señoríos y distritos de Ribagorza y Pallars que están de la otra parte de Cinca hacia Cataluña, los cuales don Ramiro, y don Sancho, y sus hijos don Pedro y don Alonso Reyes de Aragón habían ganado por fuerza de armas, y juntado con el Reyno: y así los síndicos de los dos estados formaron grande queja porque contra todo desecho y razón los excluían del Reyno de Aragón. Por donde a instancia de ellos, el Príncipe don Alonso como agraviado, comenzó a entrar en diferencias con el Rey, y poco a poco a despegarse de su amor y obediencia, y esto con tanta insolencia y soberbia, que como los Aragoneses se inclinasen a la parte de don Alonso, ponían ya en consulta, si vendrían por ello a hecho de armas, y se iban descubriendo las parcialidades. Tanto que hallándose don Alonso en Calatayud, se allegaron a él no pocos caballeros, y aun principales del Reyno, a ofrecerle sus personas y haciendas. Entre los cuales don Fernando, que con la mucha edad y años ya permitía le llamasen Abad, se le ofreció con todo su poder y fuerzas, aunque fuese contra la persona del Rey. Después vinieron otros, a quien el Rey había hecho mercedes, y dado villas y castillos a hacer los mismos ofrecimientos, para mayor muestra de su desconocimiento y alevosía. A los cuales más desvergonzadamente que todos siguió don Pedro de Portugal, el cual dejada Mallorca, se había vuelto a tierra firme. De manera que todo era ya parcialidades, y división entre las ciudades y villas reales de Aragón y Valencia y se inclinaban a la guerra civil sin que hubiese neutrales, porque cada uno seguía una de las dos partes, sin considerar que a los mismos Reynos se les aparejaba de esto miserable destrucción y ruina: mayormente si el Rey don Fernando de Castilla determinaba favorecer la parte de don Alonso su sobrino, como se podía creer, por haber venido en socorro de su hijo don Alonso, el cual andaba, por entonces con ejército formado, acompañado de algunos grandes de Castilla, por el Reyno de Murcia, para defenderlo del Rey de Granada, y a causa de este socorro se había apoderado de ciertas villas y castillos, poniendo gente en ellos y que tras eso el mismo don Alonso, sin estorbarlo el padre, había tentado de mover guerra a ciertos lugares del Reyno de Valencia, pretendiendo que tocaba a su conquista, por la antigua división de los Reynos, y por el concierto sobre esto ya hecho entre los Reyes de Aragón, y de Castilla. Demás que un Sancho Sánchez Maçuelos Castellano cabo de escuadra de la gente de guarnición puesta por aquella frontera, a quien don Alonso había dado a Alcaudete, y otras villas, trataba con el Alcayde de Alzira, persuadiéndole entregase la villa al Rey de Castilla, con algunos otros indicios, de que también se entendía con don Alonso de Aragón, y que los negocios se iban gastando.


Capítulo IV. Como el Rey fue a poner cerco sobre Xatiua, por descubrir el trato de los de Alzira, la cual se dio al Rey, y se describe su asiento.

Vuelto el Rey de Barcelona a Valencia, entendiendo las novedades sobre lo de Alzira pasaban, comenzó a tener sospecha de todas partes, y de ahí adelante tuvo grande ojo a los movimientos de los dos pueblos de Alzira y Xatiua que estaban a tres leguas el uno del otro. Trayendo pues consigo a don Vgo Folcalquier Comendador de Amposta y Vicario del gran Maestre del Espital, con buena parte del ejército que estaba en guarnición de la ciudad, y sus contornos, se partió para Xatiua y asentó su real sobre ella: no tanto por cercar de nuevo y espantar a los de Xatiua: cuanto por impedir las inteligencias y trato de los de Alzira con los Castellanos, y por estar cerca para talarles los campos y destruirlos, al primer sentimiento que del trato tuviese. En este medio, mientras que los nuestros asentaban sus máquinas y trabucos contra la ciudad, los jinetes de Xatiua, salían adefora a dar sobre el campo. Y de uno a uno, o de muchos a muchos, había desafíos y escaramuzas a porfía. Señalándose de ambas partes, y mostrando el hermoso orden y concierto que cada una llevaba para desconcertar a la otra. Con todo eso el Rey siempre tenía puestas sus espías, y alguna gente de pie en celada, por si encontrarían con algunos Castellanos que entrasen, o saliesen de tratar con los de Alzira, por enterarse y sacar en limpio lo que de los unos y de los otros se sospechaba. Como entendió esto el Alcayde de Alzira, persuadiéndose que ya el Rey sabía el trato y secreto suyo con los Castellanos, y que de allí vendría a disparar su cólera contra él y la villa, tomó treinta caballos jinetes, y en lo más sosegado de la noche se salió secretamente, y se fue desviado del camino real, por no caer en las manos de la gente del Rey, la vuelta de Murcia. Luego los de Alzira viéndose desamparados de su Alcayde, lo hicieron saber al Rey, y como le entregarían la villa libremente, con condición que se pudiesen quedar en ella con sus campos y heredades, y con su secta de los Almohades, en la cual se habían criado. Era esta secta una cierta especie de religión de Mahoma, más supersticiosa que las otras. Concedioles el Rey todo lo que pidieron y a la hora se le entregaron con la villa, que ya entonces era de las más importantes del Reyno. Por estar en lugar llano, cercada de muy fuerte y torreado muro, y rodeada de Xucar río caudaloso, el cual con su riego fertiliza sus campos en tanta manera, que abundan de todas aquellas mieses y frutos que la vega de Valencia: señaladamente en morales para la seda: porque es imcomparable la ganancia que allí se saca de ella. Está la villa fortificada desta manera, que llegando el río junto a ella se divide en dos brazos, que después de apartados vuelven a juntarse, y queda hecha una Isla: en la cual está el pueblo situado, que por esto fue nombrada en Arábigo Alzira o Algezira, que quiere decir tierra aislada. Hay en ella dos grandes puentes de calycanto fortísimas, asentadas sobre los dos brazos del río, para la entrada y salida de la villa: y así está de mano y arbitrio de ella, dar, o impedir la entrada del Reyno por aquella parte: a cuya causa fue por los antiguos llamada llave del Reyno, que por eso tiene por armas una llave. Entrado el Rey en la villa, y hecho por todos muy gran recibimiento a su Real persona, reconoció por todas partes el asiento de ella, y para su mejor fortificación, de tres grandes y bien fuertes torres que están junto a la puerta mayor que llaman de Valencia, hizo dellas una fortaleza por si, con sus adarves y bastiones alrededor, y puso en ella su Alcayde, con gente de guarnición, mandando que los Cristianos estuviesen en la fortaleza apartados de los moros, salvo las guardas y guarnición de Cristianos, que dejó fuera en defensa de la otra puente, que tira hacia Xatiua, porque la de Valencia, la misma fortaleza que estaba junto a ella la guardaba.


Capítulo V. Como el Rey se concertó con los de Xatiua, por acudir al Rey de Francia en Aluernia, y que de vuelta envió sus dos hijas a casar con el Príncipe de Castilla, y don Manuel su hermano.
Tomada Alzira y hecho de nuevo conciertos con los de Xatiua en confirmación de los pasados, el Rey levantó de allí el cerco. Porque recibió cartas de París del Rey Luys de Francia en que le rogaba se viniese a la Guiayna, para tratar con él negocios arduos e importantísimos a los dos Reynos, que le saldría al camino en Aluernia, donde está el tan nombrado monasterio de nuestra señora del Puig de Francia. Luego se puso el Rey en camino y llegó allí medianamente acompa
ñado de los suyos: holgándose extrañamente de tan buena ocasión, por visitar aquella tan santa y nombrada casa: donde halló ya al de Frácia, del cual fue muy suntuosamente hospedado. Concluidos entre ellos, sus negocios (de los cuales ni el Rey ni otros, hacen especial mención) se despidieron con mucho amor, y el Rey se volvió para Cataluña, y de allí pasó a Zaragoza. Donde fue Dios servido que para apaciguar tantas distensiones, y sanear tan malas voluntades como entre los Reyes de Castilla y Aragón había, a efecto de poder mejor perseguir a los moros, se hiciesen allí los Capítulos y conciertos que para entonces convenía, y se refirmasen, con poner en ejecución el matrimonio de doña (donya) Violante hija del Rey, del cual antes se había tratado, con el Príncipe don Alonso de Castilla. Y así fue llevada con grande acompañamiento a la villa de Valladolid en Castilla la vieja. Donde con muy solemnes fiestas fueron celebradas las bodas de ambos ados. Y se cree que en el mismo tiempo y lugar lo fueron también las de la otra hija del Rey con el Infante don Manuel hermano de don Alonso, puesto que ni en la historia del Rey, ni de otros se trata deste particular.


Capítulo VI. Que el Rey se detuvo en Aragón por echar freno a los movimientos de don Alonso su hijo, y llamó cortes en Huesca, donde recopiló las leyes y fueros antiguos del Reyno y hizo otros más.

Echado a parte este cuydado (que no era de los menores) con haber casado dos hijas, el Rey se entretuvo muchos días en Aragón, por refrenar la insolencia y movimientos de algunos grandes del Reyno, que no entendían sino en apartarse de su voluntad y obediencia al Príncipe don Alonso, y debajo de este nombre se atrevían a causar algunos movimientos en los pueblos, en harta disminución y menosprecio de su autoridad Real. Por lo cual, como dijimos, el Rey no había comenzado a dividirse y andar en parcialidades. Y así fue su fin de entretenerse, por ver, si con su presencia y afabilidad ablandaría los ánimos de algunos malintencionados, y que don Alonso volviese en si, y entendiese que de muy embaydo de malsines estaba fuera del caso. Y así para que pareciese más honesta la causa de su entretenimiento, mandó convocar cortes en Huesca, con fin que los Aragoneses a quien tantos años había tenido puestos en armas, y con la continua guerra y victorias se habían vuelto fieros, austeros, difíciles, y como intratables para tiempo de paz: con su ejemplo y modestia se instruyesen, y con el conocimiento y buena interpretación de las leyes, se redujesen a la razón y buenas costumbres de vida. Para esto con el consejo de los Prelados y grandes del Reyno, y asistencia de los síndicos de las ciudades y villas Reales, llamó, algunos hombres letrados y muy doctos in vtroque Iure, de la misma Huesca, que fue la más antigua universidad de España, y también de otras partes, con los de su consejo. Los cuales con la autoridad y presencia del Rey redujeron en un cuerpo, y recopilaron todos los antiguos fueros del Reyno, y leyes hechas por sus antepasados. Entendiendo de sacar en limpio lo que estaba oscuro, en suplir lo falto y diminuto, en corregir lo errado, o pervertido, por reducirlo todo a la clara inteligencia y verdadero sentido de ellos: para que conforme a estos fueros y leyes enmendadas, se pudiesen declarar y juzgar todas y cuantas diferencias y pleytos se ofreciesen. Mas adelante, para evitar tantas marañas y revueltas de las causas, que cada día nacían de la contrariedad y discrepancia que entre si tienen las leyes por ser humanas, y de las faltas, o forzadas interpretaciones que la multiplicidad de doctores suelen inventar, santamente añadió por ley, que en lo que se hallasen dudosos los fueros, y tuviesen necesidad de interpretación, o no se hallase ya declarado por otros fueros, en tal caso, los jueces no recurriesen a leyes escritas, ni a sus legisladores, sino al arbitrio de buen varón: pues este también se halla en hombres cursados por el mundo y experimentados en el gobierno de las Repub. aunque no sepan leyes escritas. De manera que este buen Rey y singular Príncipe, sin ningún ruido, ni estrépito de armas, sino entre las mismas armas con claros y tantos fueros, y con bien ordenadas judicaturas, conquistó de nuevo los ánimos de sus fieles vasallos Aragoneses, y los sujetó a la razón y pacífico estado de vivir y para que de allí adelante callasen las armas donde hablaban las leyes, entendió en tenerlas tan bien rubricadas que fuese fácil, en ofrecerse el delito hallar luego la ley, o fuero para castigarlo. Y no como antes, que se remitían a las costumbres y usos de la patria, y se regían por el orden guardado en semejantes casos. Fue esta obra del Rey de las más heroicas y levantadas que hizo en su vida, y hazaña no menos digna de engrandecer que si hubiera conquistado el Reyno de nuevo: porque Reynos y Repub. sin leyes claras y distintas, o son cuerpos sin almas, o como hombres que andan en tinieblas. Pues no son otro las leyes, que guiones para no apartarse de la virtud ni dejar perder el norte de la justicia. Siendo así, que en estas dos cosas se funda todo el peso y ser de la Repub. Como acabó el Rey de poner en talle, y en un cuerpo todas las leyes y fueros del Reyno, por sus antepasados y por si hechos, y los mandó publicar de nuevo, y tener por ratos y firmes: amonestó a todos los grandes, y a los síndicos de las ciudades y villas, se diesen a la buena observación de ellos. Porque eran tan tolerables y blandos cuanto ninguna otra nación en todo el mundo los tenía, y junto con eso tan defensores de la honesta libertad del Reyno, que tenían mucho que agradecer a los Reyes porque los mantenían en ella. Se hizo esta recopilación de fueros en poco menos de un año.

Capítulo VII. De la nueva división que el Rey hizo de sus Reynos y señoríos, dejando el de Aragón para don Alonso, y los demás para los hijos de doña Violante, y de lo mucho que sintió don Alonso esta división.

Concluida por el Rey la recopilación de los fueros y hecho un tan singular beneficio para los Aragoneses, halló en ellos un modo de agradecimiento y estimación de tan buena obra en esto, que todo el pueblo en volver a Zaragoza se le mostró muy benévolo, y los principales de la parcialidad de don Alonso se allegaron y sosegaron sus ánimos de manera, que mostraron quedarle muy aficionados. Puesto que don Alonso andaba divertido por el Reyno, y no se vio entonces con el Rey. Con esta seguridad de los grandes y benevolencia del pueblo, hallándose el Rey con algún ocio determinó dar vuelta para Valencia, y mirar por los negocios de su casa, por lo mucho que sobre esto le solicitaba con cartas la Reyna doña Violante. Y así en llegando a Valencia quiso hacer testamento de nuevo, teniendo cuenta en que también quedasen heredados todos los hijos de doña Violante. Por esto insertó en el testamento la división y repartición de todos sus Reynos y señoríos entre sus hijos de primero y segundo matrimonio, con fin de publicarla luego. Porque si de ella había de nacer contraste y descontento entre ellos, lo averiguase todo en vida: pareciéndole que para la perpetuidad de su herencia y Reynos no se podía ofrecer otra mejor ocasión que dejarlos a todos contentos. De manera que para adjudicar a cada uno los límites y términos de su porción y tierras, partió sus Reynos por las villas, caserías, barrios, montes, y valles, en la forma que aquí ponemos, según que el cronista Surita la describe con muy buena resolución en sus Indices Latinos, y ponemos aquí palabra por palabra, como se ha traducido dellos.
El Rey don Iayme tuvo quatro hijos de la Reyna doña Violante su muger, don Pedro, don Iayme, don Fernando, y don Sancho. Tuuo otras tantas hijas, doña Violante, doña Gostança, doña Sancha, y doña María. En Valencia a los XIX de Enero 1248 hizo su heredero a don Alonso su primer hijo de doña Leonor del Reyno de Aragón, al cual señaló y dio por límites de oriente a poniente, del río Cinca hasta la villa de Fariza: y hacia el septentrión, al monasterio de santa Christina en lo más alto de los Pyrineos: hacia el mediodía, al río de Aluentosa. Mas, con Cataluña juntò a Ribagorça con su término y distrito, y con las demás tierras que fueron conquistadas de los Moros dessotra parte de Cinca. El Reyno de Mallorca y Menorca con las Islas de Iuiça y Formentera concedió por su parte y porción al Príncipe don Pedro, a quien poco antes había ya jurado por Príncipe de Cataluña. A don Iayme solo heredó del Reyno de Valencia. A don Fernando nombró por heredero del Condado de Rosselló, Conflent, Cerdaña, de la ciudad de Mópeller, y todo el estado de Castelnou, y castillos de Lates, de Frontinian, del territorio de Omelades, y de los derechos que tenía sobre los pueblos de la Guiayna dichos Melgorrès, Pailiá, Lupià, Carcassona, Termes, Rodès, Fenollet, y del Condado de Aimillá. A don Sancho dedicó para eclesiástico. Instituyó también segundos herederos en falta de aquellos. Las hijas no son llamadas a participar de la herencia. Empero los nietos que pariese su hija doña Violante casada con el Rey de Castilla también entran en la herencia. Con tal que el hijo que sucediese en el Reyno de Castilla, no pueda entrar a heredar a Aragón. Y el que entrase sea exento (
exempto). Esto dice Surita. Publicose, este testamento, y división, que no quiso el Rey que estuviese secreto, y por ver esto como lo tomarían los Aragoneses, se partió luego para ellos, con achaque, de visitar algunos pueblos del Reyno. Pero resultaron de esto mayores diferencias y discordias entre él y don Alonso. El cual tenía por tan cierta la universal herencia de todos los Reynos del padre, excepto Cataluña: que de muy confiado de ella, se trataba ya como único señor de todo. De manera que sintiéndose muy agraviado de la nueva división, juntó consejo con don Pedro de Portugal y los demás de su bando, y determinaron que pidiese auxilio y favor al Rey de Castilla su primo hermano, y luego comenzó a alterar las ciudades y villas del Reyno, justificando ante todos su causa, con la sinjusticia que decía le había hecho el Rey privándole de los reynos y señoríos de que le había hecho antes universal heredero. Y que como fuese esto en manifiesto perjuicio suyo, podía lícitamente, por defender sus derechos y los del Reyno, porque no se dividiese de la corona, lo que era de la conquista de Aragón, tomar armas, y perseguir al mismo Rey que se los quitaba. Como el Rey que en prudencia, magnanimidad y diligencia excedía a todos, tuviese aviso desto, fue luego con ellos. Y como el sol que atrae a si las nieblas, o las deshace con su vigor y fuerza, así él con su admirable presencia y afabilidad atrajo a si los ánimos de sus contrarios, o con su disimulación los confundió demanera, que por entonces cesaron los alborotos y rebelión que comenzaba. Puesto que don Alonso por mucho que algunos le malsinasen, nunca osó de hecho acometer nada, ni descomponerse contra el Rey en su presencia.


Capítulo VIII. Del aviso que el Rey tuvo del acometimiento de los de Xatiua y como vino a Valencia, y que de paso se hace mención de la fidelidad y pérdida de los de Sagunto.

Estando el Rey en Zaragoza con estos debates de las divisiones, le llegó nueva de Valencia, como don Rodrigo Lizana a quien había dejado por gobernador general del Reyno, con cinco compañías de soldados, y una de los Almugauares, habían hecho correrías por aquellas partes y lugares del Reyno, que no tenían hecho treguas, ni otros conciertos con el Rey, ni tocaban a la jurisdicción de Xatiua, sino contra los que como enemigos perseguían a los Cristianos, y los salteaban y cautivaban doquier que pudiesen haberlos: y así dando sobre ellos, y volviéndose a la ciudad con muy rica presa, al pasar de un collado alto que ahora llaman el puerto de la Ollería, salieron los Moros del valle de Albayda, con los de la Ollería, y con el ayuda de la caballería de Xatiua, dieron con tanto ímpetu en los Cristianos, hiriendo y matando de los Almugauares; que más resistían, que ahuyentaron a los demás, y les quitaron la presa de las manos. Como fuese de esto avisado el Rey por las cartas de Lizana, mostró mucho alegrarse de ello. Porque pues el Alcayde de Xatiua había quebrantado la tregua, y conciertos, tenía ya justa ocasión y libertad para cercar de nuevo a Xatiua, y combatirla hasta saquearla. Y así hecha su plática a los barones y principales del Reyno, a quien tenía por sus más fieles amigos, encomendándoles las cosas del gobierno del, se partió de Zaragoza, y se trajo consigo algunos que secretamente favorecían la parcialidad de don Alonso, y eran gente poderosa: señaladamente al Abad don Fernando principal fautor y caudillo de ella, a efecto de dividirlos. Con esto se dio grande prisa por ser luego en Valencia. Llegado pues a cuatro leguas de ella, hizo alto en la villa de Murviedro, donde fue muy bien recibido de los Moros que le salieron al camino. Pues aunque el Rey por concierto los había dado a don Pedro de Portugal, con todo eso se quisieron entregar al Rey de nuevo, y los recibió debajo de su amparo. Entrando en la villa se admiró extrañamente de ver, aunque algo de lejos, la antigüedad y majestad del Coliseo, o Theatro que hecho a semejanza de los de Roma, se veía muy patente en el recuesto del monte donde está el Castillo. Y así se detuvo dos días más por contemplar este y los demás vestigios y reliquias de aquella gran ciudad de Sagunto que allí fue fundada, y tenida en España por segunda Roma. Cuya blacion fue tan grande, que se afirmaba haber llegado hasta mil pasos del mar, del cual ahora dista tres mil: como se descubre hoy día por las monedas de oro y plata, y otros metales, que siempre hallan los que cultivan los campos donde llegaban sus edificios. Pues como el Rey gustase mucho de entender los sucesos de su fundación, y si era verdad lo que de su ruina e incendio vulgarmente se decía: le fue relatado por algunos de sus cortesanos leídos, lo que habían collegido de las historias de Titoliuio, Silio Italico, Plutarcho, y Valerio Max. que fue lo que aquí sumariamente referiremos. Como fueron los primeros fundadores de ella de nación Griegos, que vinieron corsarios por mar; cuyo capitán fue Zacinto caballero principal de la Isla así dicha, que ahora llaman el Zante, cerca de la Morea. Los cuales visto el buen sitio de la tierra, y su mejor cielo, junto con la grande y varia fertilidad de su campaña, fundaron esta ciudad y la nombraron Sagunto, como algunos creen, deducida de Zacinto. La cual floreció mucho tiempo hecha Repub. por si, muy poderosa, y de bien ampliada señoría. Porque dominaba la mayor parte de la Edetania marítima, de Xucar hasta el río Mijares, con lo mediterráneo hasta la Serranía de Teruel. Reynaban entonces dos supremas Repub. en el mundo: la una en la Europa que era Roma, la otra en África llamada Carthago. Las cuales tenían gran competencia entre si, y por ellas estaba la mayor parte de España dividida en dos parcialidades. Y porque Sagunto siendo tan principal ciudad quiso estar a la devoción del pueblo Romano, y jurar amistad con él, recibiendo sus leyes y costumbres con su lenguaje Latino (como antes dijimos) los Carthagineses tomaron gran despecho desto y formaron un poderosísimo ejército nombrando por general del a Aníbal capitán famosísimo, para continuar la guerra comenzada contra los Romanos y sus aliados. Y así pasó con el ejército, a España, tomando puerto en Cartagena que era dellos: con fin de tomar la derrota para Italia por tierra, y de paso dar sobre los Saguntinos, por ser amigos de sus enemigos. Llegando pues Aníbal a Sagúto con su ejército se juntaron con él los Españoles de su parcialidad y llegó a ser de CL mil hombres (según lo afirma Plutarco en la vida del mismo Aníbal) con todos puso cerco sobre ella. La cual viéndose en tanto estrecho, envió sus embajadores a Roma implorando el favor y socorro de ella para defenderse de tan poderoso y común enemigo. Pues como los Romanos prometiesen darlo, la ciudad con sola esta esperanza sustentó su valor y fidelidad, y se defendió de los continuos combates de Aníbal por espacio de ocho meses continuos: padeciendo entre otras miserias de cercados la cruelísima hambre Sagútina (como el proverbio dijo dellos) pues para defenderse de tan grande infinidad de enemigos que de noche y día la batían, es bien de creer que también sería mucha la gente que dentro había para su defensa, y que la hambre crecería: hasta que tardando el socorro, y estando el muro aportillado por muchas partes, determinaron los Saguntinos más presto perderse, y morir a sus propias manos, que rendirse a los enemigos, por no faltar a la fé que habían dado a los Romanos sus amigos. De manera que antes de esperar el último asalto, amontonaron todas sus joyas y riquezas, por las plazas y lugares públicos de la ciudad, y dado fuego a ellas, juntamente pusieron las manos en si mismos, hombres y mujeres, niños y viejos, y se degollaron unos a otros, con tanta presteza, que por mucha prisa que Aníbal y su gente se dieron a entrar en la ciudad, pudieron bien llegar a tiempo de apagar el fuego para salvar las riquezas que fueron infinitas, pero triunfar de las personas y vidas, no pudieron ni así llevar un solo Saguntino en triunfo por testigo de su victoria. De suerte que partido Aníbal quedó la ciudad por espacio de años yerma y desierta del todo, y los edificios y casas totalmente arruinadas, salvo algunos sepulcros marmóreos (como diremos) y algunos Hyppodromos para correr los caballos: aunque destruidos solo el Teatro, o Coliseo fue el que quedó muy entero, donde solían representar las Comedias Latinas que de Roma les enviaban, y que servía para espectáculo de los que condenaban a las bestias fieras, según por las cavernas donde las encerraban y estrechura de callejones por donde las hacían salir al área del teatro, hoy día se demuestra: y así le hicieron tan magnífico, tan sólido y permaneciente, por perpetuar la memoria del gran ser y poderío de su ciudad, que con haber pasado 1500 años de su fundación hasta que el Rey le vio, quedaba muy entero: demás de estar tan bien compartido, que podían caber en él sentados en sus gradas hasta XII mil personas muy a placer, para poder ver y entender cada uno la voz y gesticulación de cualquier representante. Asimismo permanecieron mucha parte de los muros de la ciudad, aunque tan cubiertos de yedra, y verdura que apenas se parecían. De manera que los segundos pobladores (no se sabe en qué tiempo, ni quién fueron) viendo la grasseza y fertilidad de la tierra, entraron a poblalla, y por hallar el muro tan cubierto de yerbas y verdura, dejaron su antiguo nombre, y la llamaron Murviedro, que significa muro verde, o como interpretan otros Murouiejo, y esto es lo más cierto: porque debajo de este nombre ha perseverado todo el tiempo que le poseyeron los moros hasta en nuestros días. Oyendo el Rey todo esto, quedó maravillado de oír tan extrañas cosas como pasaron por la fundación y destrucción de aquella ciudad. Y andando reconociendo los vestigios de los edificios antiguos, llegó a los sepulcros marmóreos antiquísimos que estaban muy bien labrados y enteros (cuales agora se vehen) con sus epitafios y nombres de los muy antiguos y principales Senadores Romanos, los cuales (como se cree) vinieron a regir la ciudad como amigos, y a introducir las leyes y costumbres Romanas en ella. Y que muriendo, los Saguntinos les edificaban aquellos sepulcros tan honoríficos y sumptuosos, poniendo allí sus cenizas para perpetuar la memoria de ellos. Y así considerando el Rey el miserable fin que los de la ciudad hicieron por guardar la fidelidad a los Romanos sus amigos, que tan mal se la pagaron, sintiolo mucho, y no pudo dejar de condenar a los Romanos: no tanto porque no les acudieron con el socorro ofrecido: pero mucho más porque no reedificaron la ciudad, haciéndola su principalísima colonia, para memoria de su incomparable constancia, y único ejemplo de amistad fidelísima. Finalmente queriendo ya el Rey partirse, mandó que se introdujese allí la fé sancta de Iesu Christo, y su religión Christiana, y que se edificase su iglesia y templo en ella, dedicado al gloriosísimo nombre de la madre de Dios nuestra Señora. El cual con el tiempo se ha hecho muy principal y suntuoso. También porque algunos caballeros y soldados viejos de los que venían con el Rey, se contentaron mucho de la tierra y su buen asiento, con tan fértil campaña, suplicaron al Rey los heredase y repartiese campos en este pueblo: que tomarían a su cargo, así la introducción de la religión Cristiana, como la perpetua guarda y protection de la tierra contra Moros. Pareciole al Rey muy justa la demanda, y llegado a Valencia envió fieles para hacer el repartimiento a los Cristianos, echando de la villa a los Moros, a los cuales repartieron por los valles del mismo territorio, donde hoy están, y habitan en los lugares que después acá se han hecho dellos. Fueron pues heredados en la villa y su vega muchos Aragoneses y Catalanes de los que hasta entonces habían seguido al Rey en todas sus conquistas y jornadas. Los cuales demás que ennoblecidos por sus propias manos, han continuado allí con sus descendientes y familias hasta en nuestros tiempos: también con el agro, y poderosos alimentos de la tierra parece que han sucedido en aquel antiguo valor y fidelidad de los primeros fundadores, pues por mantener aquella para con sus Reyes, han padecido después acá guerras y cercos crudelísimos: de manera que hoy es esta villa, así en gente y calidad, como en valor y hecho de armas, a pie y a caballo, cuando la ocasión se ofrece, de las principales y bien armadas del Reyno.


Capítulo IX. Del cerco que de nuevo puso el Rey sobre Xatiua a la cual de secreto favorecía el Príncipe don Alonso de Castilla, y como fue tomado un castellano por espía y sentenciado a muerte.

El día siguiente después de haber dejado el Rey su gobernador, o alcayde en Murviedro con gente de guarnición en el castillo que está en lo alto de un monte con la más hermosa y extendida vista por mar y tierra que puede haber otra: pasó a Valencia, donde fue principalmente recibido. Y certificándose muy bien del gobernador, de lo que con los de Xatiua había pasado, tomó algunas compañías de infantería, y gente de a caballo, con parte de los Almugauares, y fuese para Xatiua, mandando a todo el ejército le siguiese. Como llegase a Alzira, que poco antes (como dijimos) se le había rendido, despachó un trompeta para el Alcayde de Xatiua, diciendo que luego sobre su real palabra, viniese a verse con él en Alzira. El cual vino luego, y llegado, el Rey le pidió que sin ningún otro pauto ni condición, le entregase dentro de ocho días la ciudad con las fortalezas: otramente le haría guerra a fuego y a sangre, y no dejaría a vida hombre de ella. Volviose el Alcayde con este despacho a Xatiua: y el Rey y la Reyna, con el Abad don Fernando y grandes de los dos Reynos que allí se hallaron, juntamente con algunas compañías de infantería y de a caballo, fueron la vuelta de Castellón, que poco antes se lo habían entregado por concierto los de Xatiua. Allí vinieron los embajadores del Alcayde de Xatiua, por los cuales se excusaba diciendo, que no era de tanto peso el daño que se había hecho a la gente del gobernador Lizana, que por eso quedase obligado a entregar a Xatiua: pues con mucho menos se podía recompensar la presa que otros con los de Xatiua le quitaron. A esto respondió el Rey, que lo de la recompensa se remitiese al juicio de su tío el Abad don Fernando: pero los embajadores no vinieron bien en ello, y se fueron. Maravillándose mucho el Rey del orgullo que cada día les crecía a los de Xatiua, y del poco caso que de su presencia y cerco hacían, entendió por las espías ser causa dello los Castellanos, que enviados por el Príncipe don Alonso desde Murcia, donde a la sazón estaba con ejército formado, entraban cada día secretamente en Xatiua, y solicitaban al Alcayde de parte del Príncipe, se diesen a él: porque le daba palabra que en la misma hora sería allí con todo su ejército para librar la ciudad del cerco. Lo cual pareció después ser muy grande verdad, porque saliendo los caballeros de Xatiua a escaramuzar con los nuestros, entre otros fue tomado por Pedro Lobera caballero Aragonés un soldado, que fue conocido ser Cristiano y Castellano. El cual traído ante el Rey, puesto al tormento, confesó ser Cristiano, y hermano del Obispo de Cuenca, que era venido a Xatiua enviado por el Príncipe don Alonso de Castilla desde Murcia, en traje y hábito de mercader, para comprar una muy rica rionda de oro y seda de gran precio, que había mandado hacer allí. Porque con esta disimulación pudiese entrar y tratar con el Alcayde, y prometerle que la ayuda y socorro del Príncipe le vendría a la hora, y sería con él siempre que diese muestra de quererle entregar la ciudad. Lo cual oído, fue luego el hombre justamente condenado a muerte, y ejecutada la sentencia: por cuanto el día antes de ser tomado en la escaramuza, mandó el Rey echar bando por todo el campo, y que lo entendieron los de la ciudad, que ningún Cristiano, so pena de la vida, entrase en Xatiua, sin saberlo el Rey, y que ni tuviese plática ni conversación alguna con los de Xatiua: quien lo contrario hiciese fuese preso y traido delante del, para que conforme al bando, fuese rigurosamente castigado.


Capítulo X. Como el Rey fue sobre Enguera, y por el desacato que le hicieron ahorcó (haorco) XVII hombres del pueblo, y de lo que el Rey respondió a don Alonso, al cual por trato le tomó ciertos lugares del Reyno.

A esta misma sazón la villa de Enguera de la señoría de Xatiua se entregó voluntariamente a una compañía de soldados Castellanos, de los que don Alonso enviaba en socorro de Xatiua. Lo cual sintió el Rey gravísimamente, ver que llegase a tanto la insolencia y desvergüenza de su propio yerno, que, teniendo cercada a Xatiua, en su presencia, osase ocuparle los pueblos y lugares tocantes a lo cercado. Y así envió luego alguna gente de a pie y a caballo para que hiciesen correrías y trabasen escaramuza con la gente de Enguera. Los cuales idos y puestos en celada, aguardaron que saliesen algunos de la villa, y de los primeros que salieron tomaron hasta XVII hombres que iban a trabajar al campo. Y como fuese de presto el Rey con ellos, envió sus embajadores a los del pueblo amonestándoles, se le entregasen a la hora, porque donde no, haría con ellos como contra rebeldes. Pero ellos confiados en la compañía de los soldados de don Alonso, no solo rehusaron de darse, pero le respondieron con desacato y soberbia, echando de allí con palabras injuriosas a los embajadores. El Rey que supo esto mandó de presto ahorcar de los árboles que estaban en torno de la villa los XVII Engueranos que tomaron, amenazando a los del pueblo, haría lo mismo de todos ellos, y lo asolaría todo. Como llegó a saber esto don Alonso, luego despachó sus embajadores al Rey, rogándole tuviese por bien se viesen los dos juntos, y tratasen de los negocios de la guerra, que vendría por solo esto a verse con él en Alzira. A los cuales respondió el Rey que en ninguna parte se vería, ni trataría con el fin que le rehiciese, primero los daños que le había causado, y con esto los despidió. En este medio trató el Rey muy secretamente con un caballero de la orden de Calatrava * suyo, el cual tenía debajo su guarnición por don Alonso a Villena y a Saix, fronteros del Reyno de Valencia, le hiciese saco tanto placer, que sin tocar, ni dañar en cosa alguna en las villas, le entregase por pocos días, las fortalezas y castillos dellas, dejando poner en ellas guarnición de gente Aragonesa. El Alcayde que sabía la intención del Rey, y que no lo hacía sino por dar una sofrenada a los desacatos de don Alonso su yerno, fue contento dello, pues tuvo la palabra del Rey que se las restituiría, siempre que se las pidiese. Y así envió el Rey su gente de guarnición, y muy quedamente, antes que llegase la de don Alonso, que por haber tenido sentimiento del trato la enviaba, se apoderó de las dos fortalezas, y de improviso fue más gente a tomar los dos Alcaudetes con la villa de Mugarra, que estaba sin guarnición, y era todo de la señoría del Príncipe.


Capítulo XI. Como don Alonso envió a rogar al Rey se viesen en cierto puesto, y se vieron, y de los enojos y rompimiento que hubo entre ellos, y como se concertaron, y se volvió cada uno a su ejército.

Quedó don Alonso muy espantado con la nueva que le trajeron, de que el Rey le había ocupado las fortalezas de Villena y Saix, antes que su gente llegase a tiempo para defenderlas, y de que ya se hubiese apoderado de los Alcaudetes. Pareciéndole pues que con la vista asentaría mejor sus diferencias con el Rey, determinó de enviar otros embajadores, rogándole tuviese por bien de verse con él en medio del camino, entre Almizra (que ahora es Almansa) donde don Alonso había puesto sus tiendas, y los Capdetes donde el Rey estaba. El cual fue contento, y llegó allí con la Reyna, acompañados de don Guillen de Moncada, y del vicario del Maestre del Espital, don Ximen Pérez de Arenos, y otros muchos caballeros Aragoneses y Catalanes. Con don Alonso vinieron el Maestre del Temple de Castilla, el Maestre de Vcles, don Lope de Haro señor de Vizcaya, y otros grandes de Castilla y de Galicia. Como se hubo hecho muy grande recibimiento de ambas partes, don Alonso se fue luego para las tiendas de la Reyna su suegra que estaban a la salida de Almansa, para verla y besarle las manos: de la cual fue muy amorosamente recibido, que era la primera vez que los dos se vieron. Y como procurase don Alonso con grande porfía, que el Rey se pasase a una gran tienda Real que tenía aparejada para él y la Reyna, no quiso pasar el Rey, sino quedar en la suya propia, la cual hizo luego plantar cerca la de don Alonso. Donde con mucho placer y regocijo pasaron comiendo y cenando juntos todo aquel día y noche siguiente. Lo que no les duró mucho: porque al otro día el Maestre de Vcles, y don Lope vinieron a la tienda del Rey, y entrados, mandando salir a todos, comenzaron a hablar de la guerra de Xatiua: y sin más le rogaron, tuviese por bien, y diese lugar, a que se entregase Xatiua con todo su distrito y territorio al Príncipe su yerno (hierno), pues con haber ganado la ciudad principal con tantas villas y mayor parte del Reyno de Valencia, aun no había dado alguna dellas en parte de dote a su hija casada con él, habiendo prometido de darla. Lo cual oyendo el Rey con mucha risa, atribuyendo esto a lo que era, y que con engaño y cavilación se le pedía, por si a dicha en oír que había prometido, se arrojaría a darle a Xatiua: pero habido su acuerdo, de parecer de la Reyna y de su consejo, respondió. Decid al Príncipe don Alonso se quite del pensamiento de haber a Xatiua, ni palmo de su distrito, por el fin que pretende: como sea muy ajeno, y contra la costumbre de los Reyes de Aragón, dar a sus hijas, ni un morabatin en cuenta de dote cuando las casan: y así va muy lejos de la verdad decir que yo he prometido dote a mi hija doña Violante, pues yo tampoco lo tomé con doña Leonor su tía: y por eso estoy muy lejos de darle a Xatiua en contemplación de matrimonio por haberme yo dotado de ella para concluir mi casamiento con la conquista de Valencia. Porfiando de nuevo sobre ello los Embajadores, y mezclando con los ruegos amenazas, llegaron a decir al Rey, sería harto mejor, y más honroso, que don Alonso recibiese a Xatiua de su mano, que no de la del Alcayde, pues ya esto lo tenía por cierto. A esto respondió el Rey, no sin cólera, que era mucho más cierto que ni don Alonso tomaría a Xatiua, ni el Alcayde osaría dársela, y que ni hombre, ni ejército entraría en ella sino abriéndoles él mismo la puerta. Y diciendo esto, por no encenderse en mayor cólera, movido por la insolencia y porfía de los embajadores, se levantó de la mesa y los despidió con harta blandura, aunque con ánimo de partirse en la misma hora sin despedirse de don Alonso. Empero tratando a parte el negocio los mismos con la Reyna, se vino a este medio, que se estuviese a la antigua división de los dos Reynos, y que el de Murcia fuese de don Alonso, y el de Valencia del Rey, y que por cumplimiento de esto, Villena y Saix, con los Capdetes y Mugarra que tomó el Rey, se restituyesen a don Alonso. Y Enguera y Moxent de la señoría de Xatiua que se habían entregado a don Alonso, se diesen al Rey. De manera que confirmados y jurados estos conciertos, y apaciguados los ánimos, después de muchos abrazos y amorosas palabras que entre el Rey y la Reyna pasaron con el príncipe su yerno a la despedida, encomendándole mucho a la Reyna su hija, tomó cada uno su camino y se volvió a su ejército.

Capítulo XII. Como el Rey volvió a cercar Xatiua y la apretó de manera que el Alcayde le vino a tratar de darse a partido por medio de Ximeno Tobía, y como se rindió.

Sintió mucho el Rey la atrevida demanda que de parte del Príncipe su hierno se le hizo con pedirle a Xatiua, y mucho más por el poco modo que en ello tuvieron sus medianeros. Por eso tanto más se determinó en no perder punto, sino apretar el cerco de ella hasta salir con la empresa. Para esto mandó venir los soldados que estaban en guarnición, así de la ciudad como de todo el Reyno, con las máquinas y trabucos, y la demás artillería que se hallase para combatirla por el monte y por el llano. Llegado todo a punto, los soldados se dispusieron con tanto esfuerzo para acometerla, que con la esperanza del saco, por ser ciudad tan famosa de rica, no cesaban noche y día de rondarla y aparejarse para los asaltos. Demás que por atemorizar más a los de dentro estaban por defuera tan encarados contra los que asomaban al muro, que apenas parecía un hombre que no le cubriesen de saetas y lo matasen. Y sobre todo ni dejaban entrar, ni salir de la ciudad ánima viva. Por donde hallándose muy perdidos los del pueblo, y desconfiados del socorro de don Alonso, por haber entendido lo que entre el Rey y él había pasado: comenzaron a tratar entre si de entregarse al Rey, teniendo por muy cierto que los acogería a todo buen partido. De manera que lo hablaron, y trataron dello ante el Alcayde. El cual viendo la ciudad, aunque por una parte bien guarnecida de gente y armas, y cercada de muy fuerte muro: por otra muy desanimada, padeciendo dos meses de cerco, y que comenzaba ya la hambre a consumirla: demás de quedar si alguna esperanza de socorro, y tener ya entendido la voluntad del pueblo: procuró de volver a la plática antigua con un Ximeno Tobía caballero Aragonés muy conocido suyo, y cabido con el Rey, por haber recibido poco antes cartas de él, por las cuales le inducía a que entregase la ciudad al Rey, sino quería verla en total destrucción y ruina: encareciéndole mucho la cólera del Rey contra los contumaces y obstinados, junto con su grande benignidad para con los que voluntariamente se le entregaban, y las mercedes que a él le haría, y también comodidades al pueblo. Señaladamente que los libraría del saco que los soldados tanto deseaban, y procuraban, por robar la ciudad y cautivar a cuantos hallasen dentro con hijos y mujeres. Lo cual como el Alcayde comunicase de nuevo con los principales de la ciudad, e hiciese ostensión de las cartas: determinaron darse con los conciertos y más honestos partidos que pudieron. Y así cometieron al Alcayde de que tratase dello por el mismo medio de Tobía su amigo, y hechos por mano del los conciertos con el Rey, el cual por librar la ciudad de saco vino bien en todo: prometió el Alcayde entregarla con estas condiciones. Primeramente que fuese libre de todo género de saco: Que daría de las dos fortalezas la menor, quedándose con la mayor, con gente y guarnición de Moros en ella, por solo tiempo de dos años. Otrosi que se darían los de la ciudad aseguradas sus vidas y haciendas y con libertad de que, darse a vivir en ella todos, o los que quisiesen, con su secta de los Almohades, como fue permitido a los Moros de Alzira. Mas que las fortalezas de Montesa y Vallada vecinas a Xatiua se le diesen a él para su habitación y de los suyos. Los cuales conciertos venidos a manos del Rey y comunicados con la Reyna y los del consejo de guerra parecieron ser tolerables, y que no debían dejar de aceptarse, por no diferir más la entrada y posesión de una tan rica y principal ciudad, acabo de tantos cercos sobre ella puestos que apocaban la misma autoridad y poder Real.


Capítulo XIV. Que el Rey y la Reyna entraron con triunfo en Xatiua, y se consagró la Mezquita mayor en iglesia.

Hechos los conciertos del entrego y por el Rey admitidos, mandó echar un bando por el ejército notificando a todos, como tomaba la ciudad con pauto y condición de salvar las vidas y haciendas de los ciudadanos de ella, y porque así lo había prometido y jurado de guardar por su corona Real que a pena de la vida ninguno osase contravenir a su juramento y palabra, y que todo el mundo tuviese sus manos quedas. Con esto entraron el Rey y la Reyna con muy grande triunfo en Xatiua. Saliendo a recibirlos toda la caballería de los moros con sus lanzas y adargas como jinetes de paz, y también las moras con sus panderos y danzas todas riquísimamente vestidas y muy enjoyadas: lo que acrecentó más la murmuración y despecho de los soldados contra la benignidad del Rey, por verse privados del saco y presa de otra segunda Valencia. Pero el Rey disimuló con ellos, y pues les pagaba muy bien su sueldo y quedaban ricos de las correrías y presas que habían hecho en los tres cercos, por toda la campaña y pueblos de Xatiua, pasó adelante, y luego se apoderó de la fortaleza pequeña, poniendo en ella guarnición de soldados y a Ximeno Tobía por su Alcayde. El día siguiente el Rey y la Reyna con todos los principales del ejército fueron a ver la Mezquita mayor, el más bien labrado y suntuoso edificio de Mezquita de cuantos había en el Reyno, con el título y nombre del perverso Mahoma. La cual después de purificada con sahumerios y exorcismos por el Obispo de Huesca (por las causas que en el siguiente capítulo diremos) levantó un altar, donde celebró misa con muy grande solemnidad y devoción, haciendo gracias por el Rey y Reyna, y todo el ejército, a nuestro señor Iesu Christo y a su bendita madre, por tan felice successo y victoria les había dado aquella ciudad, en mayor aumento de su santa fé católica y religión Cristiana. Hecho esto determinó el Rey echar la Mezquita por tierra, y edificar nuevo templo en la misma área y puesto, como lo hizo en la ciudad de Valencia. Pero después de bien reconocida toda ella, hallándola muy ancha y suntuosamente edificada de obra musaica y de relieve, fue muy rogado por la Reyna y Prelados, con todos los demás señores que le seguían: y mucho más por el Alcayde, y principales Moros de la ciudad, no permitiese derribar un tan singular y raro edificio, y que, solo quedase, se holgaban fuese templo mayor de la ciudad para los Cristianos. Mayormente por quedar las fuerzas y riquezas de ella por entonces tan flacas y debilitadas, a causa de la larga guerra, que apenas bastaban para reparar las obras públicas y muy necesarias de la misma ciudad que andaban por tierra, y que por esto pasarían muchos años antes que se pudiese acabar la iglesia: el Rey vino bien en ello. Y así purificado, y de nuevo consagrado templo en ella, se dedicó al nombre e invocación de la sacratísima virgen María, y se mantiene muy entero hoy día. Por este tiempo llegaron al Rey cartas del Rey don Fernando de Castilla su consuegro con aviso de como a cabo de muchos días que tenía puesto cerco sobre la ciudad de Sevilla, con el favor divino se le había rendido, y que había entrado en ella con triunfo. Holgose mucho el Rey con esta nueva por las causas que adelante diremos, y hechas gracias a nuestro señor, por ser victoria contra Moros, mandó se hiciesen fiestas y regocijos por ella. Y respondió luego a las cartas con mucha satisfacción y contento de la nueva, y también dio la suya de la presa de Xatiua.


Capítulo XIV. De la elección de don Andrés de Albalate en Obispo de Valencia, y como fundó a vista de la ciudad el monasterio de Portaceli del orden de los Cartuxos.

Se dijo en el precedente capítulo, como entrando el Rey en la ciudad de Xatiua, luego que llegó a la Mezquita mayor ordenó se purificase, a efecto de consagrarla en iglesia: y que se encomendó el cargo y oficio desto al Obispo de Huesca, por no hallarse allí el de Valencia, a quien por ser en su diócesis tocaba el consagrarla. Pero fue causa desto la sede vacante de la iglesia de Valencia por haber sido su obispo don Arnaldo de Peralta poco antes trasladado a la de Zaragoza. Y así fue electo en su lugar don Andrés de Albalate de la orden de los Predicadores, y hermano del Arzobispo de Tarragona, en el mismo año de 1249, que fue tomada Xatiua. Cuya elección se hizo desta manera. Que estando sobre ella muy diferentes de votos los Canónigos y Cabildo de Valencia, y no concordando en uno, el sumo Pontífice Inocencio IV, de consentimiento del Arzobispo de Tarragona como Metropolitano, y de los Arcediano y Cabiscol de Valencia también Canónigos y mayores dignidades, confirmó la elección por ellos hecha de don Andrés. El cual fue luego aceptado por el cabildo y Clero con mucho aplauso del pueblo, por ser persona muy señalada en letras, y de muy santa y ejemplar vida. Este poco después de electo, entre muchas buenas obras que por su iglesia, y de buen pastor hizo, fue introducir en su diócesis la suprema religión y orden de los Cartujos. Porque considerando, que habiéndose ya introducido en el Reyno por mano del Rey las dos órdenes mendicantes de los frailes Predicadores, y de los Menores de sant Francisco, con la de nuestra señora de la Merced, para redimir cautivos, las cuales a causa de estar muy puestas en la conversión de los Moros, y otras obras pías de la vida activa, andaban algo divertidas de la pura contemplativa, que es la propia, y final de las religiones: determinó de introducir esta devotísima de los Cartujos, como suprema, y de seraphica contemplación en la tierra. Para que con su grande estrechura de vida y perpetuo ayuno, junto con la soledad y oración continua, que observan sus religiosos, estuviesen siempre con las manos altas, como Moisés en el monte, rogando por los de la ciudad y Reynos que peleaban y andaban en la conquista contra los Moros. Para este efecto, con el consejo y favor de su Cabildo fundó el monasterio y convento célebre de esta religión y orden, so la invocación de nuestra señora de Portaceli, a media jornada, y a vista de la ciudad, a la parte septentrional, en lugar algo eminente y muy hecho a la contemplación, por ser solitario, y devoto puesto al pie de unas grandes sierras y montes que con algún intervalo lo cercan y defienden de la tramontana, y están abiertos al Oriente. De donde se descubre la ciudad con toda su compañía muy patentemente, a efecto que los Religiosos desde aquella celeste atalaya tengan los ojos, y el ánimo siempre intentos y puestos en la ciudad, para rogar por la salud y conservación de ella. Y así demás de tener su asiento muy sano en medio de una selva llena de muchas fuentes, de árboles, y yerbas muy saludables, con el acarreo cotidiano de vituallas para el sustento de la casa, y de cuantos pobres de Christo a esta llegan, goza de la más hermosa y espaciosa vista de mar y tierra que hay en la Europa, pues se contiene en ella Valencia con su vega. Y porque puestos a la puerta de su convento contemplan lo mejor de la tierra, y entrados dentro, su conservación es en el cielo, meritoriamente (meritamente) fue esta santa casa Portaceli llamada.


Capítulo XV. De los Repartimientos de tierras y campos hechos por el Rey, en la vega y campaña de Xatiua.

Hecho por el Rey lo que tocaba a la casa de Dios, con fin de introducir en la ciudad la religión Cristiana, entendió luego en poblarla de Cristianos de los principales del ejército, por ser lugar grande poderoso y fuerte, cabeza que fue siempre de la Contestania, para tenerla allí por alcanzar y principal fortaleza de toda esta región. Y por ser su vega campaña tan rica, tan delicada y fructífera, con los demás cumplimientos que dicho habemos, quiso que la gozasen y poblasen los más principales soldados viejos, que de muchos años atrás seguían la guerra, señaladamente los caballeros y nobles del ejército, para que como de los Moros solía estar allí la principal nobleza del Reyno; también de los Cristianos la poblasen principales linajes de Aragón y Cataluña, con algunos Navarros que seguían la conquista. Y así siguiendo el mismo orden y estilo que tuvo en el repartimiento que hizo en la ciudad de Valencia, cerca las casas, y heredamientos de su vega y campaña, nombró fieles para las dos cosas. Lo que se hizo de esta manera: que mandó alojar a los soldados por las casas de los Moros, con fin que poco a poco se irían de la ciudad, y se quedarían los huéspedes Cristianos con ellas, entendiendo por los soldados ya viejos e inhábiles para pelear. Los cuales para más multiplicar sobre la tierra, se casaron, parte con Cristianas que traían de los dos Reynos, parte con doncellas hijas de moros nobles que se convertían a la fé, y eran muy bien tratadas de sus maridos. Porque no solo de las mujeres, pero de los muy nobles de los Moros se convirtieron muchos, y quedan hoy destos algunos linajes como los Beluises y Benamires y otros. También con el repartimiento de los campos y heredades de la vega, los oficiales y ministros del ejército, y caballeros aventureros quedaron bien heredados, conforme a los servicios de cada uno hechos en la guerra. Porque de la manera que pasó en Valencia nombró el Rey por fieles así de las casas, como de las heredades, a Iayme Sanz, Guillé Bernad, y Pedro Escruian, como personas de mucho saber y prudencia, y también de muy buen linaje, pues no hubo contradicción en la elección, como en Valencia contra los fieles primero nombrados, por no ser tenidos por muy nobles, como en el precedente libro 12 se contiene. Y así hicieron sus repartimientos de campos y heredades por jugadas, y para cada uno de los que fueron por mandado del Rey puestos en el Aranzel, dando a unos tantas jugadas así en lo Realenco que era de los propios de la ciudad que cupieron al Rey, como de lo que era de los Moros en particular, y de los lugares vecinos que en el Aranzel están nombrados, según los servicios de cada uno. Y así fue hecho el repartimiento con mucho contentamiento de todos. Lo cual concluido el Rey en premio del trabajo pasado hizo mercedes a Iayme Sanz del castillo de Roseta, y del lugar de Ceniera en el mismo distrito de Xatiua: y a Pedro Escriuan, del lugar de Patraix fuera de los muros de la ciudad de Valencia, según que en el privilegio de esta donación se contiene: y se refiere de las dos donaciones en el libro Aranzel de los repartimientos que está en el archivo de la ciudad de Xatiua. En la cual el mismo Iayme Sanz, y también su hermano Pedro Sanz secretario que fue del Rey, por este, y otros muchos servicios que ellos y sus antepasados descendientes de Navarra, hicieron en paz y en guerra a los Reyes de Aragón y de Navarra, quedaron tan bien heredados, y se ha tanto propagado su linaje en esta ciudad, que es hoy de los más extendidos que hay en ella, tanto que está en proverbio, son más que los Sanzes en Xatiua. También se halla, que un año después de conquistada Xatiua, estando el Rey en Lerida confirmó el privilegio del repartimiento hecho de los campos y heredades en la vega de Xatiua y su distrito. Pues como hecho el repartimiento viesen los Moros de ella que los soldados Cristianos se iban enseñoreando de todo, y que los mandaban como a esclavos, sin ningún respeto, aunque fuesen de los más nobles moros: se fueron poco a poco saliendo de la ciudad, recogiéndose por las alquerías y lugares de fuera, tomando a feudo, o como podían, las tierras y campos que los Cristianos en virtud del repartimiento hecho les habían quitado, y en fin como gente vil se fueron contentando de lo poco que hallaban, por salvar sus vidas, y de sus mujeres e hijos, hasta que siendo echados por mandado del Rey todos los moros hombres y mujeres de todo el Reyno (como en el siguiente libro veremos) quedaron los Cristianos de Xatiua absolutos señores de las casas, campos, y heredades que les fueron repartidas. De manera que por haber sido esta ciudad también poblada de gente noble, de valor y experta, por haber seguido tantos años la guerra, junto con ser la tierra de si tan fértil (como dicho habemos) tan alegre y fructífera, y para sustentar la caballería bastantísima: en poco tiempo se rehizo así bien de las talas y destrucción de su vega en la guerra pasada, que volvió a ser mucho más de lo que antes solía, y se reedificó y amplió en el esplendor y grandeza que hoy la vemos y que por su riquísimo trato de la seda y otros mil provechos de la tierra, es una de las muy prósperas ciudades y bien concertadas Repub. de la corona. Demás que finalmente dobla su valor con la excelencia de los ingenios de la gente, por tan insignes y señaladas personas que de si ha producido, pues entre otros fueron tales dos tan bien nacidos tío y sobrino, dentro de ella, de la ínclita, y esclarecida familia de los Borjas, que guiados por la mano de Dios, llegaron a sumos Pontífices, llamados Calixto III y Alejandro VI. Mandó pues el Rey tener bien guarnecidas de gente las dos fortalezas (porque luego renunció el Alcayde de la tenencia de la mayor) y encargó mucho que se ejercitase allí siempre la caballería por el buen pienso que para los caballos en la vega había: dejando a Ximeno Tobía por Alcayde mayor de las dos fortalezas, y como general gobernador en paz y en guerra de la ciudad con todo su distrito.


Capítulo XVI. De las Cortes que el Rey tuvo en Alcañiz para asentar las diferencias entre él y don Alonso, y de los señores y barones que se declararon por el Rey, y la sentencia que dieron los árbitros entre padre e hijo.

Tomada la ciudad de Xatiua y con ella rendida la mayor parte de la región Contestania, como dijimos, entendiendo el Rey por cartas de muchos de Zaragoza, las novedades que los de la parcialidad de don Alonso movían de cada día, determinó dar una vuelta por Aragón para satisfacer a las quejas que daban siempre de él por la división hecha de los Reynos. Para esto mandó convocar cortes generales para los Aragoneses y Catalanes en la villa de Alcañiz. Donde juntados los grandes y barones con los prelados de los dos Reynos, y síndicos de las ciudades y villas Reales, quiso en presencia de todos estar a juicio con don Alonso su hijo. Mas como él estuviese ausente, sus embajadores propusieron por él todas sus quejas y demandas, y el Rey las suyas. Fueron nombrados para juzgar dellas don Pedro de Albalate Arzobispo de Tarragona con Obispos de Huesca, Lérida, y Barcelona el vicario del Temple Comendador de Amposta, el Conde de Ampurias con otros siete barones principales de Aragón y Cataluña, y más los Síndicos de doce ciudades de ambos Reynos: a cuya determinación y juicio quiso el Rey someterse. Y si don Alonso, y don Pedro de Portugal que también se quejaba del Rey, no querían estar al juicio destos, en tal caso obedecería y pasaría por la declaración y decreto del sumo Pontífice, solo que tan assiétosas diferencias se echasen a una parte. Con este convenio fueron deputados por los jueces, algunos de ellos mismos, y se partieron para Sevilla, donde estaban don Alonso y don Pedro, para tomar su consentimiento, pues el Rey había dado el suyo, a efecto de hacer esta concordia entre padre e hijo. Y así vinieron bien en este partido: creyendo don Alonso que por esta vía se le reservaría del todo el derecho y sucesión de los Reynos, y que todos los de su parcialidad estarían firmes en favorecerle. En este medio que los deputados hicieron su viaje, muchos de los grandes y Barones de los dos Reynos se juntaron, y se hicieron de la parte y bando del Rey y Reyna, y de sus hijos contra don Alonso. Los principales fueron don Guillen, y don Pedro de Moncada, don Pedro Cornel, don Guillen Dentensa, don García Romeu, don Ximen Foces, don Ximen Pérez de Arenos, don Sancho Antillon, don Pedro y don Martín de Luna. Los cuales con muchos otros caballeros de los dos Reynos movidos de si mismos, hicieron pleito y homenaje de emplear sus vidas y haciendas por la salud y conservación del Rey y Reyna y de sus hijos con todo el estado Real. Por ello les hizo el Rey muchas gracias y prometió remunerarles en su lugar y caso. De manera que en sabiendo el Rey que los diputados que fueron a Sevilla traían cumplido despacho y poderes, luego otorgó salvaguarda a todos los grandes y Barones que seguían el bando de don Alonso, para que viniesen a él, y les mandó restituir todos los bienes que por su parte como a rebeldes había mandado confiscar, y concedió treguas, para que libremente pudiesen venir a oír la sentencia que se daría por los jueces. Entrados en las Cortes los embajadores mostraron sus poderes y firmas que de don Alonso, y de don Pedro traían, y revisto todo lo por ambas partes alegado, pronunciaron. Que el hijo obedeciese al padre. Que el padre hiciese a su hijo gobernador general de los Reynos de Aragón y Valencia, reservando el Principado de Cataluña para el Príncipe don Pedro como hijo mayor del Rey y de la Reyna doña Violante. Que a don Pedro de Portugal se le restituyese el campo de Tarragona, y la Isla de Ibiza con otros bienes, excepto Morella, Segorbe, Murviedro, Almenara, y Castellón desotra parte de Valencia. Las cuales villas con sus fortalezas se habían de entregar a los jueces hasta que el principal pleito fuese acabado. Por cuanto don Pedro con el poder destas villas, a tuerto o a derecho movía cuestión y guerra contra el Rey. Finalmente se determinó, que don Rodrigo Martín sobrino de hermana de don Pedro, fuese libre de la prisión donde el Rey por cierta causa le tenía preso. Esta fue la sentencia dada por los jueces en causa tan ardua, y tan dificultosa de concordar.


Capítulo XVII. De las mercedes que el Rey hizo al hijo del Rey de Mallorca, y de las cortes que convocó en Barcelona, y de la nueva división que hizo de los Reynos, y otras cosas.

Publicada la sentencia y obedecida por ambas partes, el Rey despidió las cortes, y se vino para Zaragoza, donde hizo merced a don Iayme hijo del Rey Moro de Mallorca que se había vuelto Cristiano, de la villa de Gottor con su fortaleza para él y los suyos, con derecho de sucesión perpetua. Después desto, confiando del buen ánimo y voluntad de sus caballeros aficionados, de los cuales con las mañas de don Alonso le quedaban pocos en Zaragoza pasó a Barcelona, siempre con la compañía de la Reyna, la cual continuamente le solicitaba por la colocación de sus hijos, señaladamente porque los Catalanes acabasen de recibir y jurar por Príncipe a don Pedro su hijo mayor. Porque de los otros hijos, el don Fernando era ya muerto, y había necesidad de hacer nueva división de los Reynos y señoríos entre los que quedaban vivos. Para este efecto el Rey convocó Cortes en Barcelona para solos Catalanes, en las cuales hizo nueva división de los reynos, y dio al Príncipe don Pedro a Cataluña, desde el río Cinca hasta Salsas por la val de Aran y los montes Pirineos: por la mar hasta el río de la Cenia por donde se divide de Valencia y Aragón hasta el mismo Cinca, como arriba está dividido: y reservando el Rey para si el usufructo, le puso luego en posesión de toda ella. En ejecución de esto Barcelona con las otras ciudades y villas reales juraron solemnemente a don Pedro por su Rey. Y por lo semejante los señores de título, con los barones y caballeros del Reyno, juraron el mismo nombramiento, y la sustitución, por la cual se ordenaba, que muriendo don Pedro sin hijos, sucediese en los mismos derechos y posesión, don Iayme su hermano hijo de doña Violante. Por lo cual no faltaron algunos, que sobre todo esto arguyeron al Rey de cruel, y que no guardaba la fé a don Alonso su primer hijo, a quien había hecho antes absoluto heredero de todos sus reynos: señaladamente le increpaban porque en la sustitución hecha del Reyno de Cataluña, en caso que don Pedro muriese sin hijos, no nombraba a don Alonso, sino a don Iayme hijo segundo y de la segunda mujer.


Capítulo XVIII. De la honesta excusa que por el Rey se da acerca lo que hizo con don Alonso, y que este fue el desconocido, y de lo que asignó por nueva división a don Iayme hijo segundo.

Si queremos bien, y desapasionadamente considerar la razón, y dar a cada uno lo que es suyo, hallaremos, que por mucho que el vulgo quiso argüir al Rey de cruel, por lo que usó con don Alonso en excluirle de la universal herencia de sus Reynos, por heredar a los otros hijos suyos y hermanos del mismo don Alonso, no tienen razón para ello que valga, ni llegue con la muy clara y evidente que le excusa: por la cual se muestra que no solo no fue cruel contra él, pero que aun usó de mayor favor y benignidad con él que con cuantos hijos tuvo. Porque si tenemos cuenta con el divorcio hecho por el Rey con doña Leonor madre de don Alonso, que fue aprobado y dado por jurídico por los jueces delegados por la sede Apostólica, los más principales Prelados de toda España, y con esto declarado ser tan libre del matrimonio, que pudo casar con otra mujer: cuan fácil y lícito le fuera entonces al Rey, en consecuencia de la nulidad del matrimonio, excluir de la herencia a don Alonso, dándole por bastardo? Y por lo contrario, cuan libre fue, cuan generoso, o por mejor decir, cuan forzado el nombramiento que ante los mismos jueces hizo de don Alonso para universal heredero suyo? Como fuese así que ni por divina, ni natural ley conformaba con la razón ni justicia, que los hijos nacidos de la legítima y verdadera mujer tuviesen menos derecho a la herencia paternal, que el que nació de madre dudosa, incierta, y por público y judicial divorcio, apartada de su marido? Pudiendo con harto mejor derecho, los hijos legítimos convenir al dudoso, y cobrar de él lo mal *. Mas no fue así, sino que le trató el Rey como a hijo mayor, pues dándole el Reyno de Aragón le heredó del principal de la corona. Y ni consentía el derecho natural, ni la razón universal que hacen a todo hijo heredero de su padre, que por seguir el derecho y como particular uso de las gentes, pues no es común a todas, quedase de los hermanos heredado uno solo, y los demás desheredados. Además de que con la misma razón y libertad, que pudo igualmente heredar a todos, pudo también, en defecto de hijos (como está dicho), sustituir a los que quisiese por herederos. De manera que no queriendo don Alonso considerar todo esto, sino darse a quererlo todo, haciendo parcialidad por si, y abrazando los ofrecimientos de muchos contra su propio padre y hermanos, parece que nació de aquí justa causa para que perdida la gracia de su padre, lo perdiese todo, como se vio a la clara: pues ni alcanzó los demás Reynos, ni de Aragón gozó mucho tiempo, como adelante veremos. Volviendo pues al Rey, allende de las divisiones y sustituciones arriba dichas, hizo otra nueva distribución de los Reynos, por la cual dio a don Iayme el Reyno de Mallorca y Menorca, con las Islas de Ibiza y la Formentera, y más la señoría de la ciudad de Mompeller, con todo su estado. También hizo otra asignación para el mismo don Iayme, del Reyno de Valencia, para después de sus días: porque durante su vida, no se quitase el gobierno de Valencia a don Alonso, al cual pensaba poder meritamente privar de todo por su desobediencia y ambiciones. Y para esto hizo que todos los señores del Reyno de Valencia, y Mallorquines, con los de Mompeller, que en Barcelona se hallaron, jurasen a don Iayme por señor, y le prestasen la obediencia. Hecho esto y dadas las gracias a todos los convocados, concluyó las Cortes.


Capítulo XIX. Como doña Teresa Vidaure volvió a su primera pretensión contra el Rey por el nuevo testigo que dio ante el Papa, y lo que el Rey hizo contra el Obispo de Girona pretendiendo había testificado contra él.

Por este tiempo, muy poco antes que la Reyna doña Violante muriese, el Rey volvió a ser muy molestado por parte de doña Teresa Vidaure, por la pretensión matrimonial que contra él tenía, cuya causa a instancia de ella (como en el libro X mostramos) fue remitida al sumo Pontífice, y sobre esto el Rey fue de nuevo citado, y compareció por sus procuradores. Con esto quedó el pleito en pie: pero no pudo pasar adelante, porque doña Teresa no tenía suficientes testigos para probar el matrimonio: hasta que recurrió al Obispo de Girona (no le nombra la historia) que sabía él solo la verdad de lo que sobre esto pasaba: y acabó con él, que sin falta enviaría su dicho y testimonio escrito muy en secreto al Pontífice. Este dicho dado por el Obispo, importó tanto, que comenzó a ser oída doña Teresa muy de veras por el Pontífice, y el matrimonio volvió a divulgarse por Roma. Siendo de esto avisado el Rey por sus Embajadores, señaladamente como el Pontífice daba muestras de inclinarse a la parte de doña Teresa, se encendió en tanta ira y cólera, sospechando que esto no se había innovado, sino por el dicho Obispo de Girona su confesor antiguo, según de Roma lo había señalado, que luego mandó llamar al Obispo. Al cual, no tanto por la injuria y atrevimiento, cuanto por haber revelado la confesión sacramental, en llegar a Palacio, con achaque de hablarle muy en secreto, le entraron en el más escondido retrete, y secreta cámara del Rey, y (como fue fama) cogido por los camareros, de presto le fue cortado un pedazo de la lengua, y después de curado de la llaga, secretamente le enviaron a Girona. Como la nueva de tan atroz y sacrílego hecho, cuanto menos el mismo Obispo lo hablase, tanto más se publicase y llegase a orejas del Pontífice, sintiolo tan gravemente, que mandó a la hora despedir descomuniones, y execraciones gravísimas contra el Rey, hasta poner perpetuo entredicho en todos sus Reynos, sin querer admitir ningunas excusas, ni descargos dados de parte del Rey: hasta tanto que envió a don Andrés de Albalate Obispo de Valencia, con sus cartas para el Pontífice, llenas de todo arrepentimiento y sumisión, confesando su culpa, y pidiendo con grandísimo dolor de ánimo perdón, con absolución por ella.


Capítulo XX. Que el Obispo de Valencia dio tales descargos por el Rey ante el Pontífice, que envió dos Comisarios para darle la absolución, y como el Rey la pidió, y de la penitencia pública que se le dio.

Partió el Obispo de Valencia con mucha diligencia para Leon de Francia, donde estaba el Papa Innocencio IV para celebrar el primer concilio Lugdunense, y llegado el Obispo se le fue a echar a los pies para besárselos: y dadas sus cartas de creencia, hizo tal relación de la grande humildad y verdadera contrición, con reconocimiento de culpa, de parte del Rey: y mucho más del grandísimo afecto con que pedía la absolución, con aceptación de cualquier penitencia, y satisfacción de su pecado, por grave que se le impusiese: que el Pontífice se aplacó, y determinó de absolverle. Para esto envió a España la vuelta de Cataluña dos Legados, que fueron el Obispo de Camarino, y un religioso de gran fama y santa estimación llamado Desiderio, que era Penitenciario Apostólico: los cuales trayendo comisión y facultad amplísima del Pontífice para absolver al Rey con grave penitencia por su delito, llegaron a Lérida, donde mandaron convocar a los Prelados de los dos Reynos, que fueron el Arzobispo de Tarragona, y los Obispos de Zaragoza, Vrgel, Huesca, y Elna, porque los demás eran idos al Concilio de Lyon (Leon), y a muchos Abades que también vinieron llamados por los Legados, con la asistencia de muchos señores y Barones de los tres Reynos: junto con la infinidad de gente popular que de todas partes vino, por ver un tan célebre espectáculo de la humildad del Real. Llegado el plazo fue llamado el Rey, que ya era venido a Lérida, y entró en la iglesia mayor, donde estaban sentados los Legados en su trono alto, ante los cuales se puso el Rey descaperuzado y de pies, y en voz alta conforme a la cédula que se le dio en escrito, con muchas lágrimas y arrepentimiento de corazón confesó su crimen y detestable pecado, que contra el Obispo cometiera: y hecha su detestación del, pidió con lágrimas la absolución. Satisfechos los Legados de la humildad y verdadera contrición de ánimo con que el Rey la pedía, luego en la forma que la santa madre Yglesia suele, le absolvieron de su crimen y exceso plenísimamente, y le restituyeron al gremio de ella: mandando quitar todas las censuras y entredicho de todos los Reynos, por esta causa puestos. Finalmente le fueron dados por penitencia y satisfacción del crimen tres cargos. El primero, que acabase de edificar con toda suntuosidad, conforme a la traza comenzada, el monasterio y convento de nuestra Señora de Benifaça, que está en el distrito de Tortosa a la montaña: el cual comenzó a fundar catorce años había, después de tomada Morella, en honor de la gloriosísima Madre de Dios, y acabado le dotase de CC marcos de plata cada un año para renta perpetua. El segundo, que el Espital para pobres peregrinos, con el templo y convento, que había comenzado a edificar fuera de los muros de la ciudad de Valencia, luego que fue tomada, so la invocación de nuestra Señora y sant Vicente mártir, lo acabase de labrar, y dotase de seiscientos marcos de plata cada un año perpetuamente: con cierto número de sacerdotes, que hiciesen allí el oficio divino, y administrasen los sacramentos a los pobres peregrinos. Lo último que fundase una capellanía en la iglesia mayor de Girona para un sacerdote, que perpetuamente asistiese en los oficios divinos de la iglesia, y rogase a Dios por el Rey. La cual penitencia aceptó y cumplió el Rey de muy buena gana, y hechas muchas gracias y mercedes a los Legados se despidió de ellos. No se hace ninguna mención en la historia del Rey ni otros, de la satisfacción y recompensa de la injuria hecha a la persona del Obispo: porque se cree, que como fuese muy viejo, sería ya muerto por este tiempo. La bulla de la absolución fue concedida por el dicho Pontífice Innocencio IV en Leó de Frácia a XV de Setiembre 1246 y del Pontificado año cuarto, la absolución se dio por los Legados a los XVI de Octubre del mismo año. Como lo atestiguan dos cartas del Rey para el Pontífice. La primera llevó el Obispo de Valencia cuando fue a Lyon por la absolución. La otra escribió, recibida la absolución con hacimiento de gracias por ella. Cuyas copias auténticas con todo el proceso de la absolución plenamente hecha los vimos y leímos sacadas del Archivo de dicho monasterio de Benifaçà, del orden de Císter (Cistel). Mas la causa porque nos pareció hacer tan larga y cumplida relación de todo esto fue por ocurrir la infamia pública del delito con otra fama pública así de la ocasión y fines que el Rey tuvo para cometerlo, como de la penitencia pública y larga satisfacción que por ello hizo, por lo cual fue plenísimamente absuelto. A fin que haciendo especial memoria de la absolución, quedase purgada del todo la impuesta infamia del delito, a ejemplo del santo David, que por ventura cometió mayor, o igual crimen, y por haberse arrepentido del, no solo alcanzó la gracia y misericordia de Dios, pero volvió en muy buena fama y opinión del pueblo: pues es cierto que en los delitos con la satisfacción de la pena, y absolución de la culpa, se borra cualquier infamia. En lo demás acerca del hecho, y causa de doña Teresa, no hallamos que en vida de la Reyna doña Violante pasase adelante con el negocio, ni que sus hijos don Iayme y don Pedro que tuvo del Rey hubiesen tratado antes con los de doña Violante, hasta después de muerta. Y así dejamos de contar lo que de nuevo se siguió en la causa, para el libro penúltimo de la historia.

Capítulo XXI. De los trabajos y angustias que la Reyna padeció con las pretensiones de doña Teresa, y como adoleció y murió, y del gran sentimiento que el Rey y Reynos hicieron por su muerte.

Por este mismo año, poco después que pasaron estas molestias de doña Teresa, estando la Reyna doña Violante en Barcelona aparejándose para seguir al Rey que había partido para Valencia, adoleció de una lenta calentura, por la cual le fue ordenado por los médicos que no se pusiese en camino. Empero arreciándosele (areziando se le) más el mal, con ser aun de mediana edad, comenzaron a desconfiar de su salud y vida, por hallarse tan quebrantada de trabajos, con tan continuos partos, y tristezas de alma que la tenían consumida: señaladamente por los rumores que andaban, que las cosas de doña Teresa iban prósperas en Roma, persuadiéndose que de esto habían de seguirle a sus hijos don Pedro y don Iayme grandes tribulaciones con pérdida de los estados. En fin traído su testamento que hizo en Huesca, por el cual heredaba a sus tres hijos don Pedro, don Jaime y don Sancho, del Condado de Possania que dejó en confianza al Rey de Hungría su hermano, encomendándose muy de veras y como católica Cristiana, que siempre fue, a Dios y a su bendita madre, recibidos a los sacramentos de la iglesia, pasó de esta vida a la bienaventuranza del cielo. Dejando muy grande lástima de si, y mayor para los que la perdían, por los favores y mercedes que de ella en vida recibieron. Porque realmente fue mujer valerosísima, muy gran sierva de Dios, y prudentísima, de muy reales y Cristianas virtudes adornada: y que tuvo en ella el Rey mujer cual desear podía, así en fecundidad con tantos y tan principales hijos que le parió: como por haberle sido continua compañera en sus trabajos, y fiel consejera en sus empresas: siguiéndole en todas las jornadas de paz y de guerra: pues ni su continua preñez, ni sus muchos partos (que fueron nueve en espacio de XV años) fueron parte para dejar de parir las más veces debajo los pabellones y tiendas del campo, en medio del gran ruido y estruendo de armas y atambores: y por eso fue dignísima que el Rey a ella y a sus hijos amase más tiernamente que a todos: como lo mostró, pues por ella prefirió sus hijos a los demás, y los dejó heredados de todos sus Reynos y señoríos. Luego que fue muerta todos los señores y barones del Reyno hicieron gran sentimiento de su muerte, y más la ciudad, por haber perdido una tan principal madre y señora. Y así muy cubierta de luto y dolorosa, le hizo las obsequias Reales que se le debían, con la mayor pompa y suntuosidad que jamás por ninguna otra Reyna se hicieron, acompañando su cuerpo al monasterio de Valbona de religiosas del orden de Cistel cerca de la ciudad de Lérida, donde ella se mandó sepultar. Sintió el Rey esta muerte amargísimamente, y le mandó hacer en Valencia las obsequias reales con mayor sentimiento y llantos de la ciudad que jamás se vio, y él estuvo muchos días por ello retirado.


Capítulo XXII. De los dos Moros que vinieron de la villa de Biar a convidar al Rey con el entrego de ella, y como fue allá, y se le defendieron, y determinó poner cerco sobre ella.

Hechas las obsequias de la Reyna, estando el Rey muy puesto en acabar la conquista del Reyno, que de tanto tiempo atrás había comenzado, quedando ya pocas tierras por conquistar dessotra parte de Xucar: por haberse ya metido en las villas de las montañas de la Contestania a vivir muchos Cristianos soldados viejos, con sus gobernadores que tenían el mando de ellas: llegaron al Rey dos Moros de buen arte, de los principales de la villa de Biar, que está en lo último del Reyno hacia lo de Murcia, frontero de Villena. La cual estaba muy bien cercada, y puesta con buena fortaleza en defensa. Estos dijeron que eran de los principales del pueblo, y tan ricos y emparentados que comprendían la mitad del. Los cuales se determinaron en que pues no había quien los defendiese, ni por los de Valencia, ni por los de Murcia, sería bien darse al Rey de Aragón que ya tenía casi todo el Reyno conquistado. Y confiando que los recibiría con los mismos pautos y conciertos que a los de Xatiua, vinieron enviados por la mayor parte del pueblo para suplicarle fuese a ellos. Fue el Rey contento de seguirlos, después de haber bien examinado el ser de estos, y hallado por relación de algunos moros de Valencia que los conocían, ser personas de suerte, y de los principales del pueblo. Y así partió luego para allá con alguna gente de a pie, y llegando a Xatiua tomó una buena banda de caballos, dejando orden en que de allí y de Valencia viniese más gente en su seguimiento. Llegando a medio camino envió a decir a los de Biar por uno de los dos que vinieron, como dentro dos días sería con ellos, reteniendo al otro como en rehenes, y para que los guiase. Mas luego que el Rey llegó a vista de la villa, descubrió mucha gente a las puertas de ella puesta en armas, más en son de pelear que de recibirle pacíficamente. Como vio esto, dejó al otro Moro que quedaba se fuese para ellos, a traer mejor respuesta que el primero, pero en llegando el Moro a ellos, a traer mejor respuesta que el primero, pero en llegando el Moro a ellos, con las puntas de las lanzas le dieron la entrada, ni permitieron que él, ni los Cristianos que se iban allegando tras él pasasen adelante. Maravillado el Rey de la novedad y engaño de los Moros, y perdida la esperanza del entrego sin armas: mandó asentar el Real hacia el camino de Moxente de otra parte del río. Donde se entretuvo tres días, aguardando lo que harían los Moros que le llamaron. Mas cuando vio era por demás el aguardar, mandó reconocer todos los sitios y puestos alrededor de la villa, y pasó su Real a un collado que estaba junto a ella y casi sobre la fortaleza, con solo un valle en medio. Allí hizo asentar el Real y plantar las máquinas y trabucos, con ánimo de no partir de allí sin tomar la fortaleza, y saquear la villa. Para esto aguardó que llegase la demás gente de a pie y de a caballo que dejó hecha en Valencia y Xatiua. Los cuales en ser llegados, comenzaron a escaramuzar con los de la villa que la hallaron estaba muy en orden y bien provista de gente de a caballo y armas. Porque como tuvieron nueva que el Rey venía sobre ellos, avisaron a los de Villena y Murcia, y les acudieron con quinientos jinetes, con ciento más que ya ellos tenían. Y con estos tomaron orgullo, y se salieron de lo que habían determinado antes que este socorro les viniese, cuando los dos Moros fueron al Rey.


Capítulo XXIII. Como dado el primer asalto por los Cristianos a la villa, salió tanta gente de a caballo contra ellos, que fue necesario retirarse al monte, mas continuando los asaltos se dio la villa con los conciertos de Xatiua.

Como por este tiempo que era en medio del invierno, arreciase el frío, y el ejército estuviese mal acomodado en el monte, determinó el Rey de acometer la tierra con mayor ímpetu, y dar uno y muchos asaltos a la fortaleza. Para esto plantó las máquinas en aquella parte del collado que la sobrepujaba y servía de caballero: y que toda la gente de a caballo anduviese por el valle como en defensa del monte. Además de esto hizo que alguna gente de a pie de noche de pocos en pocos, sin ser sentidos, subiesen al monte do estaba la fortaleza, a fin de que reconociesen los lugares más débiles, y menos fuertes de ella, y viesen las hendiduras (endeduras) y agujeros que las máquinas hacían para tentar la entrada por ellos, y también porque de lo alto descubriesen los lugares más convenientes para combatir la villa que estaba a las espaldas de la fortaleza. Pasada pues la media noche, a la segunda vela, mandó el Rey a los de a caballo discurrir por el valle, y a un mismo tiempo comenzar a combatir y disparar las máquinas contra la fortaleza, y la gente de a pie subir a ella para los efectos señalados. Empero luego que los Moros sintieron los tiros de las máquinas y trabucos, salieron de la villa los seiscientos caballos, y dieron con tanta furia sobre los nuestros que los turbaron y apretaron de manera, que les fue forzado con harto daño suyo retirarse al monte: y los de a pie que subieron al de la fortaleza, conocido el peligro en que estaban, valerse de la oscuridad y con no ser bien de día, echarse el monte abajo, y por diversas vías volver al Real. Mas tornando el Rey una y diversas veces a combatir la fortaleza, y hacer muchas arremetidas contra la villa, llegó a cansar con sus continuos rebatos los de dentro, no dejándoles reposar noche y día. Los cuales allende de esto, como se viesen impedidos para no entender en su ejercicio de las abejas, y cría de caballos, que eran sus principales granjerías, y sustento de la tierra: comenzaron a sentir la calamidad del cerco, y que se esperaba mayor de cada día, porque siempre iba creciendo el campo del Rey, y a ellos faltaban las vituallas y esperanza de socorro. Por donde la parcialidad de los dos Moros comenzó a alabar mucho la clemencia y benignidad del Rey, y cuan bien se había tratado con los de Xatiua, cuando se le entregaron, cumpliéndoles cuanto les prometiera. Con esto fue fácil persuadir al pueblo se entregasen para tomar asiento en sus cosas. Y como viniesen bien los más en rendirse, y lo notificasen al Alcayde que andaba reparando los grandes portillos y roturas de la fortaleza, luego envió los mismos dos moros, para que dijesen al Rey, que el pueblo de Biar estaba prompto para entregarse en sus manos, si los recibiese con el partido y conciertos que a los de Xatiua. Plació al Rey la demanda, y prometió de guardarles y cumplir todo cuanto en ella se contenía. Con esto le abrieron las puertas, y con grande aplauso de los Moros entró en la villa, y se apoderó de la fortaleza.


Capítulo XXIV. Como por ser la villa de Biar puesta en frontera, mandó el Rey fortificarla, y de la excelencia de la miel de ella, y como se apoderó de la villa de Castralla y se le rindieron todos los demás lugares del Reyno.

Tomada por el Rey la villa y fortaleza de Biar, y con ella dado fin a la conquista del Reyno de Valencia, por ser la postrera plaza y tan frontera al Reyno de Murcia, entendió con brevedad en reparar y fortificar muy bien su fortaleza, y para esto subió en persona a verla (vella) y reconocerla. Donde se holgó mucho de ver una espaciosa y extensa (estendida) vista de tan fértil y bien cultivada campaña, por la parte que se extiende hacia Villena y Reyno de Murcia, y mucho más cuando gustó del suavísimo licor (liquor) de la miel que allí se coge, de la cual hace el pueblo muy grande granjería. Pues allende de la mucha copiosidad (copia), es por su excelencia, entre todas las mieles la más rara y singular del mundo, y que se halla haber sido antiguamente conocida, y alabada por los Romanos, y tuvo fama entre ellos. Porque es de su color blanca, y en los vasos de barro se aprieta de manera que si pasa la mar, o a tierras frías, en color y sabor representa un propio azúcar, y casi se deshace en polvos. De ahí se tiene por cierto que antiguamente los Romanos llamaron a este pueblo Apiarium que significa Abejar, o lugar de Abejas, de donde el vulgo le llama Biar. Dejó pues el Rey muchas armas y guarnición de soldados viejos en la fortaleza, y mandó despedir toda la caballería que había venido en ayuda de la villa, y acabados de poner en limpio los conciertos y pactos hechos, se partió la vuelta de Valencia, pasando por la villa de Castralla pueblo grande y bien puesto en defensa, cercano a Biar. Del cual le pareció que por ser de gente belicosa, sería bien ganarle para ayuda de los de Biar, por estar los dos en frontera. Y así vino en poder del Rey, no por buena guerra, sino por liberalidad y servicio que de la villa le hizo don Ximen Pérez de Arenos, que allí se hallaba, yerno y heredero de Zeyt Abuzeyt, de quien fue Castralla. Lo cual tuvo el Rey en mucho, y prometió darle la recompensa dentro del mismo Reyno: de esta manera que se hizo trueque de ella con los lugares de Chestal campo, y villa Marchant ribera del Guadalaviar, poco más arriba de la ciudad de Valencia. De ahí quedó Castralla por el Rey, en la cual también puso gente de guarnición por ser frontera como Biar. Finalmente como todos los demás pueblos del Reyno que no fueron combatidos, de Xucar a delante, entendieron que el Rey era ya señor, y se había apoderado de Xatiua y Biar, luego se le entregaron todos desde Xucar hasta el Reyno de Murcia, con los mismos conciertos y partidos que los de Xatiua. De esta manera la conquista de todo el Reyno se acabó felicísimamente, con la constancia, prudencia, armas y buena industria de este sapientísimo Rey, sojuzgando debajo un Reyno, las tres regiones. La de los Contestanos que toman desde Xucar hasta el Reyno de Murcia: la de los Edetanos, desde Xucar la vuelta del Septentrión, hasta el río Idubeda, dicho Millàs, y la de los Ilergaones, del mismo Millas, hasta los límites de Cataluña.

Fin del libro décimo cuarto.