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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro segundo

LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

Capítulo I. Que muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del Conde Monfort.

Muerto el Rey los principales de su ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro, haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
Pues aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar (machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón. Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada, juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de los reynos.


Capítulo II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo embajada al Pontífice, y de su respuesta.

Como los del campo real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón y Cataluña, con poderes bastantísimos y particular orden, para que si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime: el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo, salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y tan
divisos entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen. Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor ab intestato. Pues la separación y divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde, temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho, y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no, la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente, le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos, que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede debemos.
Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo Pontífice consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa: y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les diese su bendición, y respuesta.

Capítulo III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller, fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al Príncipe don Iayme al Legado.

En este medio que fue la rota y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la iglesia, contra los herejes y
fautores de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun, y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi, y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto, luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó. Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe, que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer, hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos, entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del Principado de Cataluña, tierra
bien abastecida de todas cosas, y con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y asiento.

Capítulo IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

Pareció al Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas, señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes, el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de Tarragona, cercano (
propinquo) pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes bastantísimos se leyeron.
Solo faltaron don Sancho, y don Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta, alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la posesión de sus reynos.
De ay, considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir, determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente, que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió. Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la persona de Monredon (Monredó), a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando: porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.


Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


Por este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia, de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento, sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida, fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila, como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de Aragón y Cataluña, con el Principado de Mompeller, y los demás reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de Aragón, Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre, que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones, hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se volvió a Roma.

Capítulo VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


Como el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos, por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy disoluta. Demás que las
alcaualas y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda. Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios, tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos, poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir, determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron: así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel, y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas, por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en consejo y estado, viese también intencionados y determinados al servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa. Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida, lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda, salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín. Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el puerto de Salou un bajel (vaxel) bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse, comenzole mucho a animar y a consejar que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos, se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela, por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón pacífico posesor de todo el Condado.
Capítulo VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a pesar de la gente de don
Sancho, pasó a Huesca, y de allí a Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

Fue grande la alteración que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se señalaban contra
don Sancho por parte del Rey, ayudados por la mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron amparar
al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus enemigos, hasta ponerle
en salvo en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey, respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado. Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren hollaran de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí, y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con otros muchos caualleros del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían el bando del Rey: pero las más se tenían al
de don Sancho. Y como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad del Rey, para que gustase de ellos.


Capítulo VIII. Que el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

Andaban las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo, arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando. El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar, Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas llegaría a 800.ducados de renta
cada un año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500. ducados de renta, y no replicó más sobre ello. Porque se entienda la rica pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos su demanda, y a actió a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar, como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de una ley y peso. 

Montearagón
Castillo de Montearagón



Capítulo VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced para la redención de cautiuos Christianos.

Concluidas las cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
Augustin, con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían, no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero, quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la religión fuese proueydo del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de Barcelona, una Cruz de plata en campo roxo, que también es la insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia, vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se pasa enatahona y con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto. De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad, estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort, del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo, porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo Peñafort de la orden de Predicadores: porque también esta orden, con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el capítulo siguiente.

Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo en sus reinos y les edificó conventos.

Algunos años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores, Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos, y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto, y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia, soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos. Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo, dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia, y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el estudio y continua lección (licion) y predicación del santo Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu, con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera, porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica, y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas religiones de todas.


Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a ellos, y los apaciguó con su presencia.

Apenas eran pasados seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes, vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho, y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados, apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos, pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado, tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser menos amados que temidos.


Capítulo XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

Luego que el Rey acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra, fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo. El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu, dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y don Gil Atrosillo su hermano,
mandó ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo, y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo Catalán Limosin, que quiere decir honda, o ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere Tito livio) usó el cónsul Marco Regulo en África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los inficionaua y se morían: usó pues de este instrumento y machina, encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron, que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo, pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250 caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando el combate
por todas partes, mayormente por donde el trabuco disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia. Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.

Capítulo XIII. Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército sobre ellos.


Como don Rodrigo, que no estaba lejos del campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero. Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese, ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que más se señalaron en procurarla.
Por esta causa, habiendo mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras, pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar, pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro, profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca, ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera, Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y 800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba hacer por las ciudades arriba dichas.


Capítulo XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su gracia.

Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador, que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya, porque la población estaba tan hundida, que no había forma de poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa (defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las dos,
Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar, a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen: tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
tygres en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón, según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no solo de los designos del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona, y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
al ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos y leales caballeros en la defensa de su Rey.
Y luego don Pedro, puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo, también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia, porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor: teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

Fin del libro segundo.

Leer el tercer libro

Libro décimo tercero

Libro décimo tercero (tercio)

Capítulo primero. Como vinieron al Rey embajadores de Xatiua y otras partes a pedir treguas, y serle tributarios, y como se partió para Mompeller.

Contado habemos en los dos libros precedentes el trabajado cerco, y triunfante entrada del Rey en la ciudad de Valencia: la reedificación y fundación de su catedral e iglesia; el repartimiento de sus casas y heredamientos: la traza de su ensanchamiento y calles; el establecimiento de sus leyes y fueros: con el largo discurso de los ingenios y costumbres de su gente: conviene que hablemos de lo que queda por conquistar del Reyno. Y pues hasta aquí se ha tratado de la conquista de las dos regiones del, la primera de los Ilergaones, desde el río de la Cenia hasta el río Mijares: la otra de la Edetania, desde este río hasta el Xucar: pasemos a la tercera región, que comienza del Xucar hasta Biar a los confines del Reyno de Murcia, y se llama la Contestania. Tiene esta región al oriente la mar, al mediodía el Reyno de Murcia: confina con Castilla al poniente, y a la parte de Septentrión se cierra con el Xucar y Valencia. Es tierra fertilísima, y de muchas y bien fortificadas villas y lugares poblada. De los cuales algunos se tomaron a pura fuerza de armas, por ser de gente belicosa: otros con paciencia y porfiado cerco: otros con industria y arte: finalmente muchos, convencidos por la buena fama y opinión del Rey, voluntariamente se le rindieron. Entre todas la ciudad de Xatiua era y es el más principal pueblo y cabeza de esta región, a una jornada de Valencia. La cual además de ser muy próspera, y de más noble morisma que la de todo el Reyno, era sobre todo muy fortificada, y la que con las disensiones de Zeyt Abuzeyt con Zaen, se había apoderado de su gobierno, y vivía como Repub. por si, puesto por su principal gobernador el Alcayde. El cual con los principales de ella, como viesen los prósperos éxitos (successos) del Rey en la presa de Valencia con las demás del Reyno, y que se determinaba en pasar adelante la conquista hasta quedar con todo: deliberó con el parecer de todos, de enviarle sus embajadores: y lo mismo hicieron los demás pueblos dessotra parte del Xucar, siguiendo el ejemplo de Xatiua. Los cuales llegados ante el Rey en Valencia, le suplicaron los recibiese en su gracia y amor, y por sus percheros y tributarios: y que pues entendían que su ánimo y determinación era llevar la conquista de todo el Reyno adelante, les otorgase las treguas que fuese servido, hasta que con el tiempo se acabase con la ciudad se le rindiese libremente. Lo uno y lo otro hizo el Rey de buena gana: porque les otorgó treguas hasta que ellos las rompieron: y se contentó con el tributo que le quisieron dar, aunque del tanto no habla la historia . Con esto se despidieron del Rey los embajadores de Xatiua muy contentos de haber visto la benignidad con que se había tratado con ellos. Pensando los pueblos que estaban de acá de Xucar que haría con ellos lo mismo, hicieron también su embajada, pero debalde, porque no se pudo acabar con él les concediese cosa de lo concedido a los de Xatiua, por mucho que se lo suplicaron. Mas aunque no les dio razón alguna de la diferencia que hacía de los unos a los otros: se entendió que la tuvo, y consideró muy sabia y prudentemente. Porque la conquista del Reyno que quedaba por acabar, no convenía emprenderla toda junta, ni comenzarla por lo más remoto, sino de poco en poco, y por lo más cercano o próximo (propinquo) a lo ganado. Entendiendo que en hacer treguas con los Moros de allende el Xucar, y guerra con los de aquende, se alcanzaría más próspera y segura la empresa, y victoria contra todos. Pues a los de acá como más propinquos a la ciudad y al cuerpo de las guarniciones y ejército, sería más fácil romperlos, y con poco trabajo conservar lo tomado: que no pasar adelante a pelear, sin dejar las espaldas seguras. Por eso fue de sabio capitán tener a los desotra parte del Xucar atados con las treguas, porque no pudiesen ayudar, ni valer a los desta otra: para que desta manera, casi sin mover el pie de la ciudad, hiciese guerra a los pueblos vecinos muy al seguro. Por esta causa amonestó de nuevo a los trescientos y ochenta caballeros, a quien había dado posesiones y heredamientos en la vega de Valencia: para que conforme a las obligaciones de estar en guarnición del Reyno, se mudasen de cuatro en cuatro meses, de manera que el tercio de ellos estuviesen en perpetua guarda y guarnición de la ciudad y sus contornos. Por esto, teniendo el Rey fin de hacer alguna ausencia del Reyno, mandó que acudiesen todos a su palacio, y venidos ante él, después de haberles dado una general razón del viaje que determinaba hacer fuera de estos Reynos, y llegarse hasta la Guiayna, a visitar los estados de Mompeller: los repartió por los presidios de la ciudad, y otras fortalezas entorno de ella: que fueron el Grao, Silla, Liria, Chiua, Enesa, y Almenara: nombrándoles por capitanes, y caudillos a Nasturcon de Belmonte vicario del Maestre del Temple, a don Berenguer Dentensa, don Guillen Aguilon, y Ximen Pérez Tarazona, principales del ejército, y de su consejo Real. A los cuales dispuso por sus cuarteles, y les encomendó mucho tres cosas. La paz y concordia entre ellos. La guarda y defensa de la ciudad y Reyno: y sobre todo se guardasen las treguas y conciertos hechos con los de Xatiua, y los demás del Xucar adelante, mandando a todos expresamente que en su ausencia, ni se moviese, ni se innovase cosa alguna, hasta que él volviese, que sería presto. A esta sazón llegaron los de Xatiua y de sus contornos con el tributo prometido, que vino a muy buen tiempo para los gastos del camino: con esto confirmó las treguas y concierto, y despedido de todos se partió para Mompeller, así por asentar las cosas de aquel estado, por lo que andaban alborotados y revueltos los nobles con los populares de la tierra como por sacar alguna buena suma de dinero para suplir los gastos de su tan continua y costosa guerra.


Capítulo II. De la ida del Rey a Mompeller, y de las pretensiones de precedencias que hubo en su entrada, y de la queja que Bonifacio cabeza de los nobles puso contra Narbano gobernador de la ciudad.

La causa porque el Rey dejó por entonces de proseguir la conquista del Reyno, y se dio prisa de ir a Mompeller, fue porque recibió cartas del estado con aviso, que la ciudad estaba muy alborotada (albarotada) y dividida en dos parcialidades de los nobles, y los del pueblo, tan contrarias entre si, que si no apresuraba su venida, sin duda que prevalecería la una contra la otra, y de aquí nacerían comunidades y rebeliones en perdición del estado. Lo cual entendido y bien creído por el Rey, según conocía los humores de aquella ciudad, se puso luego en camino, llevando consigo a don Pedro Fernández de Azagra, y Assalido Gudal, con treinta otros caballeros principales, con los cuales entrando en una galera bien armada se hizo a la vela, y con viento próspero llegó en pocos días al puerto más propinco de Mompeller. Donde los mismos que le escribieron, habida noticia de su partida, disimuladamente le aguardaban, y como llegase, fue llevado al Castillo de Larès y muy bien recibido de los principales ciudadanos de Mompeller, así nobles como populares, que allí acudieron. Puesto que en la entrada del pueblo, que se hizo con alguna solemnidad, ciertos ciudadanos de los más nobles y poderosos, tuvieron a mal, y murmuraron del Rey, porque no se los ponía a su lado. Señaladamente se sintió dello Pedro Bonifacio nobilísimo y el más rico de ellos, que era cabeza de bando de la parcialidad Barcense. El cual se llegó a don Pedro Fernández, y a Gudal, que llevaban al Rey en medio, y con algún denuedo les dijo, diesen a él y a su compañero, otro noble ciudadano, el lado del Rey: porque según costumbre y preeminencia (preminencia) de la tierra, tocaba a ellos. Rehusando de darlo don Pedro y Gudal, mandó el Rey se hiciese lo que Bonifacio pedía: así porque le parecía era justo, y debido a los naturales y principales de la tierra, como porque había entreoído murmurar, y estar de ello muy sentidos, él y los demás principales que allí se hallaban. Y no era tiempo aquel de causar más novedades de las que en la tierra había: y así les dieron el lugar y lado del Rey que pedían. Llegado pues a palacio, luego Bonifacio comenzó a darle grandes quejas de los magistrados y gobernador de Mompeller (señalando a Narbano, hombre anciano al cual siendo ciudadano de mediana suerte, por solo su valor y prudencia se le había dado el gobierno de la ciudad) los cuales como gente ínfima y popular, por complacer al pueblo, querían mal a los caballeros y nobles, y se valían de sus oficios y cargos Reales para perseguirlos hasta echarlos de la tierra: siendo ellos la fuerza y nervio de la Repub. y que ponían sus personas y haciendas por la defensa de ella, que por eso el gobernador entre otros, merecía ser echado del cargo, y castigado con los demás populares que le seguían, que para la ejecución de esto, él y los de su bando, y parcialidad estaban muy prontos, y en orden para servir a su Real persona: solo que por la tranquilidad de la tierra y autoridad de los nobles, reprimiese la soberbia del gobernador, e insolencia del pueblo. A esto respondió el Rey, que agradecía mucho a él y a los nobles el buen ánimo y ofrecimientos que para servirle mostraban. Que en lo demás del gobernador y pueblo pondría la mano, y conforme a justicia, haría lo que al beneficio y sosiego de la Repub. más convenía.


Capítulo III. Que por la acusación de Narbano, fueron Bonifacio y los nobles citados, y no compareciendo, condenados a muerte y sus bienes confiscados, y que el pueblo pagó el tributo impuesto.

Después que Bonifacio propuso sus quejas en general contra el gobernador Narbano y pueblo ante el Rey, con palabras soberbias y orgulloso favor de los de su bando, que estaban presentes y mostraban ser en todo de la misma opinión de Bonifacio, y se salieron de Palacio, acudió Narbano con algunos principales del pueblo, y descubrió al Rey la mala vida y disoluciones que Bonifacio y los de su bando hacían, y los denuestos y deshonestidades que con gran escándalo y deshonra de muchos buenos ciudadanos pobres habían causado en el pueblo, con tanto menosprecio de la jurisdicción de los que regían y de su Real alteza: que habían muchas veces puesto al pueblo en condición de levantarse por defender la ciudad, antes que los nobles se alzasen contra ella: según que se carteaban con algunos fuera de la tierra, para con su favor emprenderla. Para esto dio ciertos indicios de lo que sobre ello maquinaban los nobles con el favor de algunos señores y potentados de la Guiayna, que parecieron muy verosímiles. Y porque el Rey diese más crédito a todo esto, hizo venir Narbano de noche mucha gente armada de los populares ante el Rey. Los cuales dando grandes quejas de Bonifacio, y de Guerao Barcen (este era también cabeza del bando de los nobles) de Bernaldo Reguardana, y Ramón Beseda, principales nobles, los acusaron de gravísimos excesos que tocaban en el crimen Lesae majestatis: que para haberlos de castigar se ofrecían de servir a su Real persona con una legión entera de gente armada, cuales ellos venían: solo que echase de la ciudad tan perniciosos hombres, enemigos formados de la paz y tranquilidad de su Repub. Movido el Rey por tantas y tan graves acusaciones del pueblo, contra Bonifacio, y los demás nobles ya nombrados puestas: mandó que fuesen con público pregón denunciados, y que compareciesen ante él dentro cierto tiempo. Como ninguno dellos compareciese, quizá por hallarse culpados: y que por eso, y ser los crímenes tan atroces, se habían ausentado de la ciudad, y de todo el estado: fueron como alevosos alborotadores de la Repub. y como traidores al Señor de ella, condenados a muerte, con la confiscación de todos sus bienes: y más sus casas asoladas, y sembrada sal en ellas. Lo cual hecho muy a favor y gusto del pueblo (guardado pero todo buen orden de justicia para con los condenados) luego se pagó al Rey el tallon, o tributo extraordinario que les impuso, cuando llegó a Mompeller, muy cumplidamente: con el cual, y lo que se añadió por la confiscación de los condenados, que eran haciendas riquísimas, el Rey acrecentó mucho su thesoro.


Capítulo IV. De los condes de Tolosa y de la Proença que vinieron a visitar al Rey, y del grande Eclypse del Sol que vieron, y plática que sobre él tuvieron.

Estándose el Rey en Lates le llegó nueva como los Condes de Tolosa y de la Proença, con otros señores y barones de la Guiayna, venían por solo visitarle. Luego se entró en Mompeller por hospedarlos más espléndidamente. Y así fue, que los recibió con muy grande alegría y contento: señaladamente al de la Proença su primo, que había muchos años, desde que se partió de la fortaleza de Monzón, que no se habían visto. Del cual entendió los trabajos y diferencias grandes que entre él y sus vasallos había: los cuales a la postre acabaron en rebeliones. Por esto le dio el Rey algunos buenos avisos y advertimientos para bien regirse con ellos, como adelante diremos. Estando pues solazándose mucho con los Condes, acaeció al cabo de tres días después de llegados, que fue a los II de Iunio año MCCXXXIX (según lo afirma la historia del Rey y otros) que a dos horas después de medio día súbitamente se oscureció (escurecio) el cielo, por un muy grande Eclypse del Sol que se causó, con mayor oscuridad y tinieblas que nunca fueron a tal hora vistas: descubriéndose por todo el cielo las estrellas, como si fuera a la media noche. Lo mismo confirma Bernaldo Guidon Obispo Lodonense en su historia: y aun añade que en el día de Santiago a los XXV de Iulio, estando el cielo sereno, se siguió otro Eclypse del Sol muy grande, aunque no tan oscuro como el pasado. De los cuales eclypses puede ser, que se hubiese seguido algunos efectos notables: como muertes de Príncipes, pero la historia no hace mención alguna dello: sino que aquellos señores huéspedes se alteraron mucho del primer eclypse, temiéndose no viniese algún mal siniestro (sinistro) por ellos: por lo que habían entendido de Astrólogos, y leído en historias, que estos eclipses señalaban, y pronosticaban muertes de Príncipes, o caídas de estados grandes. En lo cual a la verdad se engañaban: porque semejantes eclipses, o defectos del Sol y de la Luna, que se ven en el cielo de tiempo a tiempo, no tanto anuncian las muertes de los Príncipes: cuanto realmente las causan, y se siguen por ellos: y esto por la grande impresión que hacen en las cosas inferiores. Como se puede entender del Sol cuando influye su fuerza y vigor en los elementos, y sus compuestos, que no solo es causa de la producción y generación dellos, pero lo es también de su conservación y sustento. Y así con la interposición de la Luna se puede muy bien seguir, que privados de la acción y virtud del Sol les influye, y del sustento que de él reciben, venga más presto a desfallecer y morirse, por faltarles la virtud que les daba vida: y mucho más aquellos compuestos que por su ternura y delicadez están más sujetos a las impresiones celestes, como son los cuerpos y sujetos de Príncipes y Reyes. De manera que así el eclipse del Sol causado por la interposición de la Luna, como el de la Luna por la interposición de la tierra, no tanto pronostican, o denuncian las muertes y desfallecimientos que se han de seguir, cuanto son ellos la misma causa de ellos. Por eso es menester recurrir (recorrer) a otros señales, o impresiones del aire, a las cuales se ha de referir, no la causa, sino el pronóstico, o significación de semejantes muertes y desfallecimientos. Porque estos más vivamente, y como con el dedo los hallamos señalados por los Cometas, que aparecen en la más alta región del aire, y se detienen hasta que se consume la materia de que están compuestos, o por mejor decir, hasta que Dios es servido que duren, para mayores pronósticos y avisos de algunas grandes calamidades y muertes, que por permisión divina se siguen en los Reyes y Reynos, a efecto de que miren por si. Según que en nuestros tiempos se ha verificado esto clarísimamente por un Cometa de los más extraños que se han visto en ningún siglo de los pasados, significando y pronosticando las tan desastradas muertes de Reyes, con pérdidas de ejércitos, y mudanzas de estados, que en haber desaparecido el Cometa, en un solo día se siguieron. Los cuales por ser casos extrañísimos, rarísimos, y tan dignos de ser admirados, y también por haber sido al vivo cuadrados con el pronóstico y señales del mismo Cometa, no creo se ofenderá el lector de ver enxerida en nuestra historia principal, la relación de ellos. Pues a la verdad no van tan fuera del propósito, que la ocasión para tratarlos no haya nacido de la misma historia: y que por ser maravillas acaecidas en nuestros tiempos, se ha de dar mucha fé en los venideros a los primeros autores, que casi como testigos de vista, las escribieron. Y tanto más por haber sucedido todas ellas en tan felicísimo aumento de Imperio y gloria de nuestro invictísimo Rey don Phelipe segundo deste nombre, y del serenísimo don Phelippe su hijo Príncipe del mundo, al cual va dedicada esta historia, con el digresso del Cometa y guerra de Portugal y África, en estos seis capítulos siguientes contenidos.


Capítulo V. Del espantable Cometa que apareció el año MDLXXVII, con su portentoso pronóstico de guerras y muertes de Príncipes.

Por estos tiempos, rigiendo la iglesia de Dios nuestro muy santo Padre Gregorio Papa XIII en el año Quinto de su Pontificado: y las Españas con el occidental imperio, el gran Rey Philipo II en el XX año de su felice Reynado, y de nuestra Cristiana redención, MDLXXVII, a los VII días del mes de Noviembre apareció una estrella, o Cometa, grande a la parte occidental, no en alto del cielo, sino en la suprema región del aire, cuyo nacimiento entre Oriente y Septentrión era debajo del signo Sagitario, y su origen y principio era de una estrella, o signo lucidísimo, que extendía sus rayos como cabellos de color blanco sobre fumoso, como ceniciento, hacia la África: y según se podía discernir de su encorvada figura, parecía bocina (bozina), y su cabellera o cuerpo de ella era como manojo de azotes (açotes). La cual figura, naciendo debajo del signo Sagitario (por observación de Astrólogos) significaba terribles sucesos de guerras muy sangrientas, de pérdidas de ejércitos con lamentables muertes de Príncipes, y Reyes. Se detuvo este Cometa fijo en el mismo sitio y lugar do apareció casi por espacio de setenta días, y aunque de día estaba oculto, en anocheciendo se descubría potentísimo, señalando con su duración y entretenimiento, que los daños y pérdidas que se habían de seguir serían grandes, y durarían luengos tiempos el sentimiento y fama dellos. Y fue así, que en pasando los dos meses y medio poco menos, comenzó a desaparecerse, y como que había ya hecho su oficio, nunca más fue visto. De manera que para declarar lo que luego después se siguió, y probar que por el mismo Cometa fue así pronosticado, conviene brevemente contar las causas y principios de las guerras y horribles muertes de Príncipes que se siguieron, y en donde, y por quien se movieron, conforme a lo que dejó señalado el Cometa.


Capítulo VI. Como reinó Abdalla en Marruecos, y muerto él se movió guerra entre sus hijos, y que mató Maluco hermano segundo al mayor que sucedió en el Reyno, y venció a Mahomet hijo del, y lo echó del Reyno con el cual se alzó.

En la África occidental hay dos provincias llamadas Mauritania y Numidia, que hoy son dos reynos poderosísimos de Fez y Marruecos, de los cuales fue Rey uno llamado Abdalla. Este tuvo cuatro hijos. El primero llamaron Abdalla como al padre. El segundo Abdamelico por otro nombre dicho Maluco. El tercero Muleameto. El cuarto Mulcamumio. Muerto el padre, reinó Abdalla hijo mayor, el cual tuvo un hijo llamado Mahomet, y como otros decían, el Negro, porque lo era, y se dice lo hubo el padre en una Reyna etíope (Ethiope). Pero Maluco hermano segundo luego que vio crecido a su sobrino Mahomet, temiéndose de él y de su padre, se fue a Constantinopla a servir a Selymo el gran Turco: al cual por algunos años siguió en la guerra: y por ser valeroso y valiente fue bien quisto y muy estimado de él. Y porque el Rey Abdalla su hermano no quería sujetarse a Selymo, ni darle parias, Maluco con el favor y ayuda del Selymo se vino para Argel (Reyno propinquo al de Marruecos) muy encomendado al Rey del, con fin de conquistar los Reynos de su hermano. Holgó mucho con su venida el de Argel, y entendida la voluntad de Selymo, se ofreció de favorecerle con todo su poder y fuerzas, y para que lo creyese, de hecho le casó con su hija: dotándola el Maluco su marido de sola la esperanza de los Reynos de su hermano que venía a conquistar. Y luego con el favor y ayuda del Rey su suegro maquinó el Maluco de dar la muerte al Rey su hermano. De suerte que confiado de la gente y parcialidad secreta que tenía en Marruecos a su devoción, se partió para allá con poca gente por ir más disimulado. Y una noche secretamente se metió, con el favor de algunos dentro la Mezquita, donde entrando el Rey su hermano, le disparó un pistolete y le mató: poniéndose luego en cobro con el favor y amparo de los de su parcialidad. Lo cual visto por los principales y pueblo de Marruecos que amaban al muerto, alterados de tan cruel acometimiento contra el propio hermano, que tan buen Rey era, determinaron de perseguir al matador, y echarlo del Reyno. Para esto alzaron luego por Rey a Mahomet el Negro. Sentido de esto el Maluco, pretendiendo que el Reyno de derecho pertenecía a él como a hermano segundo del muerto, y que Mahomet no era legítimo sucesor en él, se vino para Argel: donde hallando ya formado un poderoso ejército de la gente de Selymo, y de su suegro, volvió con gran presteza a ponerse en Marruecos. Pues como Mahomet saliese a defenderle la entrada, se dieron cruel batalla los dos, y fue por el Maluco vencido Mahomet. El cual viéndose perdido, se salió huyendo con pocos hacia los montes Claros, a los extremos del Reyno, del cual quedó señor el Maluco.


Capítulo VII. Como Mahomet recurrió a los Reyes Cristianos por favor, y solo el de Portugal se le ofreció, y como en el mismo punto apareció el Cometa, y del tiempo que duró.



En este medio Mahomet el Negro, aunque quedó de la batalla pasada muy destrozado y roto, no por eso perdió el ánimo, ni los que le favorecían y seguían, sino que entendió en rehacerse. Y con haber enviado embajadores a diversas partes de África a los amigos de su padre implorando su favor, para que le ayudasen a cobrar lo perdido: confiando entre todos del poder y socorro de España, pasó a ella, para procurar de haber el del Rey Philippo, y de don Sebastián primero deste nombre Rey de Portugal. A los cuales suplicó que por la buena amistad y alianza que su padre había tenido con ellos (pues por mantener aquella, había rompido con el Turco Selymo, de quien le venía tanto daño) tuviesen por bien de favorecelle, y ayudarle con gente y armas, pues con esto, y el ejército que le quedaba, con otros principales parciales suyos que tenía dentro en Marruecos, y los amigos de su padre, que le ayudarían, podría muy bien rehacerse y prevalecer contra su enemigo. Al Rey Philippo se le ofrecieron tales y tan justas causas para dejar de favorecerle, que se excusó dello. Pero don Sebastián, por beneficio y conservación de las ciudades marítimas, y puertos que poseía en África vecinos al Reyno de Marruecos, condescendió con la demanda del Mahomet: y no solo ofreció de favorecerle con gente y armas: pero como se hallase mozo, valiente, gallardo, y de gran corazón, también muy rico, y deseosísimo (desseossimo) de aventajar con esta guerra su nombre y fama a todas las victorias y triunfos ganados en la África por sus antepasados: prometió de ir en persona, con su ejército a valerle. En lo cual se determinó tan de veras sin más consulta de los suyos, que no bastaron las amonestaciones y persuasiones de muchos para apartarle de su obstinado propósito: por mucho que entre todos lo procuraron, el Cardenal don Enrique hijo del Rey don Manuel, y tío de su padre, de don Sebastián: y la Reyna doña Catalina, su abuela: finalmente el mismo Rey Philippo su tío hermano de la Reyna doña Juana (Iuana) su madre, hijos de Carolo V Emperador. El cual por solo esto vino a verse con él en el monasterio de nuestra Señora de Guadalupe a la raya de Portugal y Castilla, por estorbar a lo menos, la ida de su persona en esta jornada: diciendo era manifiestísimo el peligro en que se ponía, fiándose de infieles. Que mirase la confusión que dejaba en sus reyno y señoríos, no dejándoles propio sucesor y heredero: que supiese era venido allí con ánimo de casarle con la princesa su hija, con aventura de heredarlo de todos sus Reynos. Mas no fue parte todo esto, para divertirlo de su miserable obstinación, tanto pudieron las lisonjas de algunos suyos a que estuvo rendido. Y así fue, que casi en el mismo punto, que don Sebastián propuso en su ánimo de emprender esta jornada, el Cometa apareció, y según algunos curiosos de la casa del Rey lo notaron, se detuvo tanto en el aire a vista de todos, cuanto don Sebastián revolvió en su pecho este propósito, y se preparó para la jornada. Porque en la hora que comenzó a poner en ejecución su intento, y acabó de hacer la gente, y tener en orden la armada para hacer vía, milagrosamente desapareció el Cometa. Significando que con su aparición, no solo había anunciado a todos lo venidero: pero que al mismo don Sebastián había dado tiempo para mirar muy bien lo que hacía, y para que con el motivo y señales del cielo, consultase sobre la empresa, y deliberase lo mejor. Porque no es de creer que los sabios y Astrólogos de su Reyno se cegasen tan torpemente, que de un tan prodigioso Cometa, cuya cola tiraba a África para donde se encaminaba la armada, no hiciesen judiciario discurso, y advirtiesen al Rey lo que del prodigio sentían: siquiera por excusar la ida de su persona. Mayormente no siendo esta guerra en favor de la religión Cristiana, ni tan justificada, que por ley alguna quedase don Sebastián obligado a seguirla con su persona. Pues sin esto pasa en verdad, como en el tiempo que apareció el Cometa, y muchos días antes que desapareciese: entre otros se publicó un pronóstico (pnostico) que leímos de un doctísimo Astrólogo Aragonés, el cual claramente afirmaba, que las ruinas y calamidades grandes que el Cometa anunciaba, todas se enderezaban contra Portugal y África, y el autor concluía con estas palabras. Mire Portugal por si, guárdese África.


Capítulo VIII. Como pasó el Rey don Sebastián con su ejército en África, y no queriendo seguir el consejo de Mahomet, fue salteado, y muerto, y su ejército vencido por el Maluco, el cual también murió.

Como no bastasen ruegos, ni amonestaciones de hombres, ni señales y prodigios del cielo, para apartar al Rey don Sebastián de su desastrada empresa, comenzó a ponerse en orden para perseguirla, y ajuntó en Lisboa ciudad grandísima y riquísima, cabeza de todo el Reyno, un escogido ejército de Italianos y Tudescos, con la gente de la tierra, que todos hacían número de MD caballos, y de XV mil infantes, donde iba toda la flor y nobleza de Portugal por seguir la persona del Rey, por lo que acostumbran siempre los Portugueses amar tan tiernamente a sus Reyes, que tienen en poco su propia vida por la dellos: como lo mostraron muy bien en esta jornada con sus personas y haciendas: pues demás de la artillería y armas, y del inestimable tesoro de oro, plata, y joyas, que consigo llevó el Rey: cargó tanto cada uno del propio, para señalarse en la empresa, que si es cierto (como lo fue) que apenas volvió a Portugal cosa de lo que del salió, y entró en África, no faltó nada para ser un riquísimo saco el que los mismos Portugueses dieron de esta vez a su propia tierra para los Moros. De manera que embarcado el Rey con su ejército y partido de Lisboa, llegó con toda la armada al puerto de Cádiz (Cáliz): donde se declaró que contra el Alarache puerto famosísimo de Marruecos era la empresa. De allí pasó con buen tiempo a Tánger, ciudad suya en África. Y fue luego con él, Mahomet Rey Negro con su ejército: el cual le hizo infinitas gracias por tan favorable socorro como le traía, aunque por sobrarle la merced, tuviera por excusada la venida de su Real persona: que por eso tanto más convenía tener en cuenta de no arrojarse el ejército como quiera al enemigo. Porque era sagacísimo, y estaba muy poderoso en armas y con mucha caballería: aunque no menos poderoso era el suyo, mayormente juntado con el de Portugal, para no temer al mundo todo: pero que no cumplía tanto el acometer, cuanto el entretener los enemigos. Porque tenía aviso cierto como el Maluco estaba tan acosado de su mortal dolencia de veneno, que ya por días, sino por horas le contaban la vida, y en morir él, era cierto que luego se le rendirían todos. Esto dicho, mandó Mahomet a su ejército le siguiese por tierra, y él se puso con don Sebastián en la armada, y costeando la tierra hacia el poniente llegaron a Arzilla, también pueblo de don Sebastián y puerto seguro. Desembarcados en tierra con el artillería y bagaje, quiso luego don Sebastián pasar adelante al Alarache, que no estaba muy lejos, sin esperar que llegase el ejército de Mahomet, mas él se puso delante, rogándole muy a las veras no hiciese tal, ni se moviese de allí por la vida: porque estaba ya casi a vista de los enemigos, y como fuesen tres tantos que los suyos, le pondrían en trabajo. Por esto le señaló un puesto entre dos ríos muy seguro para si y a su ejército, y entrados en él, asentó allí su Real don Sebastián, y puesto en defensa el lugar y paso por do se podía vadear el río, Mahomet se fue luego por su ejército, prometiendo de traerle dentro de tercero día, como lo cumplió. Mas en siendo partido Mahomet, pareciéndole a don Sebastián que su ejército era bastante para resistir a tres tantos, mandó pasasen el río algunos jinetes, para correr la campaña, y descubrir el puesto de los enemigos. Pero el Maluco, que era mañoso, tenía en lugares secretos puestos algunos en centinela para descubrir los movimientos que don Sebastián haría, y él se quedó más atrás con un gruesísimo ejército de cincuenta mil de caballo, cuyo general era Muleamet su hermano. El cual entendiendo por sus espías que Mahomet era ido por su gente, y que don Sebastián quedaba con solo su ejército, procuró de haberlas con él antes que Mahomet llegase con el suyo: mandando que no embargante su grande enfermedad, en caso de batalla, le llevasen en una litera por medio del ejército, a fin de animar con su presencia, y como quiera esforzar a los suyos para la batalla: temiéndose que en llegar Mahomet, muchos se pasarían a su banda. Pues como los jinetes diesen vuelta por toda la campaña, que estaba rasa y desierta, por astucia del enemigo, y sin descubrir persona en toda ella volviesen con esta relación, quiso luego don Sebastián, por su desgracia, de muy codicioso y por ganar a solas la gloria de la victoria, comenzar sin ningún orden a pasar el río. Mas apenas le había pasado con la mitad del ejército cuando en un punto, como lluvia, fue sobre él toda la caballería del Maluco, y dieron con tan grande furia en los Cristianos, alanceando a unos, y degollando a otros, de los que habían salido del río, y atropellando a los que andaban por salir, porque la corriente los ahogase: que comenzaron todos a desmayar, y a rendirse los más de ellos. Pues ni había para donde huir, perdido ya el puesto: ni otro remedio de vida mejor, que postrarse a los pies del enemigo. De manera que ni el gran ánimo y esfuerzo que don Sebastián daba a los suyos peleando ante todos: ni la nueva que ya Mahomet asomaba con su ejército para socorrerles, fueron parte para que los Cristianos se rehiciesen: sino que se turbaron de suerte, que no escapó hombre de preso, o muerto: señaladamente don Sebastián que peleando como un león, siendo desamparado de los suyos, fue por la devisa Real conocido de los Moros. Los cuales le cercaron con grandes alaridos y porfía, con fin de prenderle vivo para presentarle (psentalle) al Maluco. Mas no permitió tal su Real ánimo y corazón invictísimo, antes por no dejarse prender hacía tan grande estrago en ellos, que a la postre no pudiendo haberle vivo, le mataron el caballo, y en cayendo llegaron a él, y le hallaron ya muerto, quedando todos muy despechados por ello. Pero cogieron su cuerpo, y con el acatamiento y respeto Real le sacaron del campo, el cual no mucho después fue restituido y trasladado a Lisboa donde está sepultado. Con esto acabó todo el ejército de Portugal a venir a manos del enemigo. Andando pues en esto la batalla, el Maluco, antes de saber el successo de don Sebastián, sintiéndose ya con la rabia de la muerte, saltó de la litera, y subido en un caballo arrebató de una lanza, y echando un gran grito, la arrojó con la fuerza que pudo contra el ejército Cristiano, lo que dio grande ánimo a los suyos. Mas él como desmayase del todo, fue vuelto a la litera, donde sin gozar de la victoria ganada, perdió luego la vida, y fue su cuerpo llevado con mucho disimulo (mucha dissimulacion) y secreto a su tienda Real, fingiendo que aun era vivo.


Capítulo IX. Que llegó Mahomet con su ejército, y visto al de Portugal al perdido se fue a poner donde le dejó, y que al pasar del río se ahogó, y de los que sucedieron a los Reyes muertos y de la monarquía del gran Rey Philippo.

A la sazón que muerto don Sebastián iban de vencida los Cristianos, casi al poner del sol, llegó el Rey Mahomet con su ejército, y entendiendo por sus adalides, como por no haber querido don Sebastián entretenerse en el puesto donde le había dejado, en saliendo de él había sido cercado del ejército del Maluco, y no solo era muerto peleando, pero toda su gente y ejército destrozado y preso: y más que el campo del Maluco, habiendo entendido su venida, revolvía sobre él todo junto: quedó desto muy atónito, y despechando mucho de su fortuna adversa, y no determinando esperarle, corrió por salvar su persona con todos los que seguirle pudieron hacia el mismo puesto dentre los dos ríos. Mas como al pasar del uno, su caballo de muy sediento se parase a beber, y los enemigos ya llegasen, tirole con tanta cólera las riendas, y juntamente le arrimó tan recio las espuelas, que turbado de dos tan contrarios ímpetus el caballo se enarboló, y echó a su señor de espaldas en el río: donde con el gran peso de las armas no pudiendo nadar, ni seguir al caballo, quedó el miserable Rey ahogado en el agua, y tras él todo su ejército cogido por los del Maluco. De esta manera en un mismo día y lugar, y en una misma batalla, murieron tres grandes Reyes: y aunque con diversos géneros de muertes, pero por una misma ocasión y causas acabaron sus tristes días todos tres juntos, con la total pérdida de dos grandes ejércitos a manos del vencedor tercero. Finalmente disponiéndolo así la providencia divina, por cuya mano y orden todos los Reynos e Imperios del mundo se dan y quitan, y como él manda y dispone pasan de unos en otros: dispuso en que Maluco, por haber muerto injustamente a Abdalla su hermano, muriese también él sin gozar de la victoria. Que Muleameto su general que tan valerosamente peleó por su hermano, muerto él, sucediese en su Imperio y Reynos. Que Mahomet por no ser legítimo sucesor en ellos, y haber sido causa de la pérdida de don Sebastián y su ejército, también él se perdiese con el suyo. Que el mismo don Sebastián por haber tomado empresa tan escusada, y no seguido los saludables consejos del Rey Philippo su tío, ni haber querido arrostrar a los prodigios y señales del cielo, que lo padeciese y muriese: y que por las mismas causas y derechos de heredero, sucediese tío a sobrino en todos sus Reynos y señoríos. De esta manera que para más justificar la entrada y sucesión de Philippo en los Reynos de don Sebastián, sucedió primero en ellos el Cardenal don Enrique hijo (como dicho habemos) del Rey don Manuel, y tío del padre de don Sebastián: el cual viejo ya de ochenta años fue alzado por Rey: empleando los pocos días que vivió, en averiguar los derechos de muchos deudos suyos descendientes de la casa Real de Portugal, que tiraban al Reynado. Los cuales derechos después de bien vistos y reconocidos por el Cardenal, y sus consejos, fue por su testamento declarado por legítimo sucesor y heredero del Reyno con todos sus anexos y derechos el mismo Rey Philippo. El cual, muerto dentro pocos días el Cardenal, fue con ejército formado, guiado por la felice mano del gran Duque de Alba (Dalua) don Fernando Álvarez (Aluares) de Toledo el mayor y más esclarecido capitán de su siglo, a tomar posesión del mismo Reyno: echando de él a los que injustamente se lo querían usurpar. Para que conozcamos, después acá que comenzó el mundo, se vio jamás cosa igual, ni más triunfante y gloriosa, de la que en nuestros tiempos vemos en el mismo Rey Philippo, y por él, divinamente acabada. Como es que con el allegamiento del Reyno de Portugal y sus Australes y Orientales Indias, no solo se haya ajuntado, e incorporado en uno la España toda con sus occidentales Indias que hinchen medio mundo: pero que con los Reynos de la corona de Aragón y sus Islas mayores del mar Mediterráneo, y con los mayores estados de Italia y Flandes por Philippo poseídos, quede hecho un nuevo globlo de la mayor, y más extendida monarquía de cuantas de su principio acá hubo en el orbe. Ni hay porque oponer a esta, la que antiguamente alcanzaron los Cónsules y Emperadores Romanos, con decir que la de ellos, ya que no fue tan extendida, llegó a estar toda junta y unida, y a tener su cabeza Roma en el centro y medio de toda ella. Demás que participó de las tres partidas del mundo, que fueron la Europa, Asia menor, con parte de la África, todo como a vista de su Imperial ciudad de Roma, para poder mejor regir todo el Imperio. No como el de España que lo dividen tres mil leguas de mar que tiene en medio. A lo cual se responde, que todo el estado de los Romanos junto se podía muy bien encerrar dentro la inmensa Provincia del Perú, con la nueva España, que son las dos más ricas Provincias de oro y plata y de extrañas maravillas, de cuantas hay en el mundo: y aun no son el todo, sino una parte de esta Monarquía. Que por eso tanto más se engrandece el saber y gobierno de nuestros gloriosísimos Reyes, y gente Española. Pues con estar quedos ellos, y como sentados en una silla en medio de la España, a tres mil leguas de distancia, y con tanto mar en medio, no solo han conquistado por si solos gloriosísimamente aquel medio mundo, y enviado a él innumerables colonias de España, reduciendo aquella infinidad de pueblos y gentes bárbaras a la policía y religión Christiana (obra más divina que humana) pero que de cien años a esta parte que comenzó la conquista, le rijan, y gobiernen de manera, que hoy sea más próspero, y más pacífico su estado que nunca. No como los Romanos que con tener su Imperio junto jamás le tuvieron pacífico, más le perdieron del todo.


Capítulo X. De las otras muertes y enfermedades de Príncipes que se siguieron luego después del Cometa, y como el Rey despidió sus huéspedes de Mompeller, y se volvió a Cataluña.

Mas porque acabemos ya de contar los portentosos pronósticos de este Cometa y muertes de Príncipes, pues a las de los tres Reyes muertos en la batalla, se añadió la cuarta del Cardenal Rey don Enrique: mostremos las que dentro de año y medio después que apareció el Cometa sobrevinieron a la gran casa de Austria. La primera de don Fernando Príncipe primogénito del mismo Rey Philippo que murió de una repentina enfermedad de edad de siete años. Don Iuan de Austria hijo natural de Carolo V Emperador felicísimo, el cual después de haber triunfado con la victoria naval contra el gran Turco Selymo: atendiendo a la reducción de los estados de Flandes, siendo general del ejército de Philippo su hermano, murió de una enfermedad muy acelerada. Por el mismo tiempo don Fernando Archiduque de Austria pasó desta vida, y también Vinceslao Príncipe primogénito y sucesor del Emperador Maximiliano II. A esta sazón el mismo Philippo, luego que con la Reyna doña Anna de Austria su mujer entró a tomar la posesión de Portugal (como está dicho) adoleció de una gravísima dolencia, tan recia que llegó a todo el extremo de la vida, y fue ya tenido por muerto. Pero no permitió la inmensa bondad y misericordia divina, que estando su Repub. Christiana tan afligida y perseguida de tantos enemigos de su santa fé y religión sagrada, faltase un tan católico y Christianissimo Príncipe, que tan hecho y nacido fue siempre para el total reparo y sustento de ella: ni que su felicísimo curso de fama y gloria que tan adelante pasaba, y hacía raya a todos cuantos Reyes y Príncipes antes de él fueron y de presente son en el mundo, se le interrumpiese con tan importuna muerte a lo mejor de su vida. Y así parece que por salvar esta, ofreció la suya la serenísima doña Anna de Austria Reyna y mujer suya queridísima (carissima), pues adoleció luego de la misma enfermedad que el Rey su marido, y murió de ella. Por donde se colige claramente deste sanguinolento Cometa haber ilustrado y ennoblecido su aparición con las más insignes y señaladas muertes y caídas de cuatro Reyes y otros Príncipes en África y Europa, que de cualquier otros Cometas se halla haber sido en ningún tiempo pronosticados. Para que volviendo al propósito de donde partimos, que fue de los Condes huéspedes del Rey en Mompeller, que vieron el Eclipse, y quedaron muy atemorizados de él, quedemos advertidos de no atribuir a los Eclipses, lo que solo es dado a los Cometas, de pronosticar semejantes muertes y caidas de estados: y que para esto sirven de pregoneros de la providencia divina, para remedio (como está dicho) de muchas cosas que están por venir. Festejó pues mucho el Rey a sus huéspedes, y por complacerles en lo que mucho le rogaron, les contó de su propia boca el discurso y sucesos de las dos conquistas de Mallorca y Valencia, y esto con la verdad y moderación que se halló siempre en su boca, atribuyéndolo todo a Dios y a su bendita madre, de cuya mano confesaba haber alcanzado todos sus triunfos y victorias. Quedaron pues los Condes con los demás contentísimos de oír tan admirables y felices sucesos que al Rey, como a otro David por estar bien con Dios, se le siguieron. Con esto acabaron su visita: y el Rey después de haber repartido con ellos algunas joyas de estima, los despidió con mucho amor y gracia, y se partieron del muy satisfechos y pagados. Partidos ellos, dejando ya el Rey los negocios de la ciudad y estado bien asentados, se vino para el puerto, donde se embarcó en una galera de 25 bancos que llamaban la Bufa: la cual poco antes había hecho la ciudad y se la presentó. Fuese para Cataluña, y aportó en Portuendre, de donde pasó a Girona.


Capítulo XI. Que don Guillen Aguilon salió a hacer correrías, y saqueó algunos lugares en el término de Xatiua, y como él con otros capitanes tomaron el castillo de Chio, y se retiraron al monte de Luchente.

Por este tiempo que el Rey estuvo ausente de Valencia, y se detuvo en Mompeller, fueron extraños los acaecimientos (acaescimientos) que auinieron a los seis capitanes que arriba nombramos, a quien el Rey dejó encomendado el gobierno de la ciudad y guarda del Reyno. Porque entre otros don Guillen Aguiló, que de muy hecho a pelear y continuar los trabajos de la guerra no podía sufrir el ocio, y encerramiento en la ciudad, juntó una banda de caballos con parte de los Almugauares que quedaban a su cargo, y dejando a los otros capitanes en guarda de la ciudad y sus contornos, hizo una salida contra los Moros que no habían sido conquistados, pero tenían hechas treguas con el Rey, dessotra parte del Xucar, y le quedaban tributarios. Sobre los cuales dando con su gente de improviso, hizo muy grande presa, y cercó la villa de Rebolledo y la tomó por fuerza. De la cual fue hecha después merced a don Pedro Simón Carroz, hijo de aquel Carroz que fue Almirante de Mallorca, de quien arriba se hizo mención en el libro VII. Taló también los campos, y robó las caserías y ganados de otros muchos pueblos pequeños, que no se le paraba ninguno delante que no le saquease, o le rescatase por dinero. Con la fama de esta presa, muchos otros soldados se dieron a seguir a Aguilon, con fin de robar, y por eso los Moros comenzaron a tomar armas contra él, y perseguirle. De manera que la guerra se iba encendiendo poco a poco de moros contra Cristianos, los cuales comenzaban ya a verse en trabajo. Entendido esto por los capitanes que quedaban en la ciudad, y por los cuarteles: dejando en su lugar otros fueron con la mitad del ejército a valer al capitán Aguilon. De suerte que con el ejército, se acrecentó la presa y licencia de robar. Señaladamente en los lugares sobre Xatiua hacia el valle de Albayda, que es muy ancho y rico, y de los más poblados y bien cultivados del Reyno, por ser entre otras cosas fertilísimo de mucho y muy singular Azeyte. Mas como ya los Cristianos no pudiesen hacer sus cabalgadas como antes, ni discurrir libremente por todas las partes del valle, a causa de estar los moros sobre el aviso: determinaron de ir a combatir un castillo llamado del Chio, que estaba muy fortificado de gente y armas al fin del valle. Porque tomado aquel, según el paso do estaba, quitarían el trato y comunicación a los Moros del valle con los de otras partes, para que no se favoreciesen los unos a los otros. Y también por tener en él para si algún refugio y defensa, en caso que creciese mucho la morisma que se armaba contra ellos. Como entendieron esto los del castillo por sus espías, y se viesen ya cercar de los Cristianos, hicieron sus fuegos en anochecer y de castillo en castillo se entendió, que había enemigos en la tierra. Y luego todos los del valle se pusieron en armas. Y sabiendo que los del Chio estaban cercados de Cristianos, determinaron de ir a descercarlos, y poner en él más gente de guarnición, por ser (como está dicho) la llave del valle para abrir, o cerrar puerta a los de Xatiua y otras partes. Estaba este castillo puesto en medio de dos pueblos antiguos con alguna distancia entre si, llamados Luchente y Pinet, donde los Cristianos habían puesto todo su bagaje, por estar según el asiento y aspereza dellos, muy puestos en defensa, y entre tanto continuarían su cerco. Mas los del Castillo, pensando que luego les vendría el socorro del valle, porque la victoria comenzase a ganarse por ellos, salieron muy de improviso con gran furia a dar sobre el Real de los Cristianos, los cuales los recibieron tan bien que los destrossaron y pusieron en huida. Y así queriendo los nuestros tomar el castillo el día siguiente, entendieron por los espías, como se ponían en armas más de veinte mil moros para venir a socorrer a los del castillo, y que habían ya asentado su Real no muy lejos de allí, por aguardar se juntasen todos los pueblos, y que se daban tanta prisa, que en muy pocas horas serían con ellos. Oyendo esto los Cristianos se recogieron a lo alto de un monte donde después se fundó y permanece un devotísimo monasterio de frailes Dominicos, que está junto al pueblo de Luchente.


Capítulo XII. Como marchando el ejército de los moros para los Cristianos, determinaron de salir a darles la batalla, y del razonamiento que don Berenguer Dentensa les hizo para animarlos.

Como los Moros del valle que venían en socorro del Castillo, entendieron que los Cristianos se habían ido de allí a recogerse en el monte junto a Luchente, tomaron todos los pasos con las entradas y salidas del valle, que está cercado de montes, poniendo gente de guarnición por los puertos del, para que por ninguna vía los Cristianos se escapasen comenzó pues el cuerpo del ejército dellos a marchar la vía del mismo monte, demás los Cristianos viéndose puestos en tan grande aprieto y manifiesto peligro de sus vidas, si se dejaban cercar de tanta morisma en el monte, determinaron de no quedar en aquel lugar, aunque fuese naturalmente fortificado, y puesto bien en defensa, por no tener hecho aparejo de vituallas, ni de lo demás que era necesario para mantenerse cercados: sino como valerosos salir al encuentro a los Moros, antes que acudiese más gente dellos. De manera que según se collige de lo que sobre esto escribe el maestro P. Antonio Beuter, y otros en sus historias (aunque en la del Rey ninguna mención se hace de lo que aquí diremos) los capitanes don Berenguer Sánchez de Ayerbe, don Pedro Simón Carroz, don Pedro y don Ramón de Luna Aragoneses, y don Guillen Aguilon, todos seis tomando por su caudillo a don Berenguer, animándose unos a otros, y comunicando sobre ello con los soldados, se pusieron a punto para salir a dar batalla a los Moros. Con todo eso haciendo de nuevo reseña de la gente el capitán don Berenguer, el cual se había hallado presente en la victoria de Enesa con su primo don Guillen Dentensa (como está dicho) teniendo muy experimentada la flojedad y poca destreza en el pelear de los Moros, como viese titubear los soldados Cristianos, y en alguna manera temer tan grande muchedumbre de los Moros que se decía venían, vuelto a todos les dijo en voz alta. Quiero que tengáis muy buen ánimo (señores y compañeros nuestros) para pelear contra esta canalla de Moros, pues tenéis muy bien sabido, como a mucho mayores ejércitos dellos han vencido los nuestros con harto menos gente de la que ahora tenemos para defendernos de estos: como lo vimos muy poco ha junto a la fortaleza de Enesa, siendo capitanes don Guillen Dentensa mi primo, y don Guillen Aguilon que está presente, y yo que les hice tercero: pues con menos de mil hombres de pelea vencimos a cuarenta mil que trajo Zaen Rey de Valencia: y que pues son estos muchos menos, y nosotros pasamos de mil, no dudéis que les resistiremos: con tal que a los mismos patrones y defensores nuestros Cristo y su bendita madre a quien los de Enesa nos encomendamos, también vosotros muy de corazón y alma os encomendáis agora, y confiéis en que peleamos contra los enemigos de su santo nombre, y que pues la guerra es suya, será nuestra la victoria. Demás que puedo certificaros, como todo este tropel de gente bárbara que viene, es allegadiza y forzada, y a ningunas armas, ni destreza de pelear hecha, y que viene tan derramada sin ningún orden ni caudillo, que no valen diez por uno. Para que con esto, y con que peleáis contra los enemigos de Dios más os aseguréis de la victoria que os ha de dar de sus enemigos. En diciendo esto don Berenguer, y confirmarlo con no menos vivas razones don Guillen Aguilon, los soldados tomaron grande ánimo, y con todo valor y esfuerzo se determinaron de salir a la batalla.


Capítulo XIII. Como estando los seis capitanes para recibir las seis hostias ya consagradas, fueron forzados a salir a pelear antes de tomarlas, y de lo que el sacerdote hizo dellas.

Como don Berenguer y los demás capitanes descubriesen tan buen esfuerzo y valor para pelear en los soldados, cobraron muy grande ánimo, y mandaron que todos se fuesen a reposar aquella noche: porque tuvieron aviso, como los Moros a causa de ser todos allegadizos, y no tener capitanes prácticos, llevaban tan mal orden juntos, que por mucha prisa que se diesen, no podrían llegar allí hasta la mañana. La cual venida, levantados los capitanes, mandaron almorzar a los soldados, y ellos se recogieron a una tienda hecha capilla, donde estaba puesto un altar, y el sacerdote revestido que les dijo misa. El cual teniendo ya las seis hostias consagradas para darles la comunión, comenzó a sentirse tan grande estruendo de atambores, y algarada de los Moros, que daban de improviso sobre los Cristianos que estaban defuera, que fue necesario a los capitanes tomar las armas y salir a pelear a toda furia, por defender a ellos y al cuerpo de Iesu Christo que dejaban sobre el altar. Con cuyo favor arremetieron los seis, y animando cada uno su bandera y cuartel, se hubieron tan valerosamente, que pudieron hacer estar en peso, y con admirable vigor y fuerza entretener la batalla por algunas horas. En este medio el sacerdote que quedó en la capilla con las seis hostias consagradas, no advirtiendo, con la turbación, de sumirlas (o porque lo quiso Dios así para mayor milagro suyo) andaba muy solícito y congojado, donde las escondería. Mas con el instinto divino que le alumbró, las envolvió en los corporales, y envueltas las puso debajo una grande piedra algo apartada de la capilla. Y puesto de rodillas ante ellas con las manos alzadas al cielo se quedó llorando y orando con grande eficacia por la victoria de los Cristianos: con ánimo de morir allí antes que dejar la guarda, ni partirse de cabo ellas. Pues como su oración fuese oída ante el acatamiento divino, y los Moros de vencidos huyesen, los seis capitanes con haber peleado tantas horas, volvieron sanos y salvos a la capilla donde quedaron las hostias, para adorarlas, y dar las gracias al señor de todo el mundo que en ellas se encerraba, por tan milagrosa victoria como por su mano soberana había alcanzado.


Capítulo XIV. Como volviendo los capitanes para adorar las hostias, el sacerdote las halló hechas carne y sangre, y que envueltas con los corporales las enviaron a la ciudad de Daroca.

Llegando los capitanes a la capilla, como viesen al sacerdote algo apartado de ella arrodillado, y orando con las manos altas ante una piedra, juntaron con él y le pidieron, dónde estaban las hostias para adorarlas. El cual como los conoció, levantose con grandísima alegría, y alzada la piedra donde las había metido, llevó los corporales al altar de la capilla: donde desenvolviéndolos con mucha veneración y lágrimas, halló todas las seis hostias distintas unas de otras como las puso, pero teñidas en sangre y apegadas a los corporales. Como las vio en aquella forma, espantado de tan grande milagro, con muchas lágrimas, y en voz alta comenzó a decir cánticos en alabanza de Dios, y del santísimo Sacramento: no osando tocar los corporales, sino llorar y contemplarlos. Maravillados desto los capitanes, como se allegasen por acabar de entender lo que era: vieron aquel celestial y divino prodigio en la tierra. Y después de muy bien reconocido el milagro por ellos, llegando allí luego todo el ejército a ver y contemplar lo mismo, hicieron infinitas gracias a nuestro Señor Iesu Christo por tan divinos favores como en esto, y en la victoria pasada les había hecho. Estando en esto, los Moros que de lejos vieron como los Cristianos, desamparando el campo, corrían todos hacia el monte: pensando que huían de ellos, volvieron a darles alarma. Pero los Cristianos animados con la visible presencia y favor del santísimo Sacramento, ya tarde arremetieron segunda vez con tanto ánimo para ellos, que los acabaron de vencer, y echar de todo aquel cabo de valle. Vueltos al monte recrearon sus personas y pasaron aquella noche con mucha alegría y descanso: a la mañana ajuntados los capitanes trataron sobre la translación de los santísimos Corporales a lugar seguro y decente de Cristianos, donde estuviesen con toda veneración y recaro reservados. Y fue común parecer de todos se trasladasen a la ciudad de Daroca en Aragón, por ser tierra segura y muy apartada de Moros, demás de ser muy abastada de todo género de mantenimientos para poder bien recoger y hospedar a los que para visitar los santísimos Corporales fuesen en peregrinación a ella. A donde los enviaron (como se cree) con el mismo Sacerdote, y con haber camino de cuarenta leguas, llegaron milagrosamente a la ciudad, a la cual fueron encomendados, y puestos en el sagrario de la iglesia mayor: donde no solo de los del mismo pueblo, pero de los tres Reynos de la corona, y de toda la Christiandad son con grandísima devoción venerados. Demás que con muchos milagros que allí han hecho y hacen de cada día, queda muy atestiguada y confirmada la verdad de este sagrado hecho. Según que más largo se contiene en la propia historia que de este celestial milagro está compuesta y guardada en la misma ciudad e iglesia : a la cual me refiero, porque volvamos a la nuestra.


Capítulo XV. Como vuelto el Rey a Valencia, los Moros de Xatiua y de otros lugares dieron queja de don Guillen Aguilon por los robos que había hecho en sus tierras, y de la enmienda que mandó el Rey hacer sobre ello.

En este medio que los capitanes andaban envueltos en esta guerra, el Rey volvió de Mompeller a Valencia, y no hallando en ella ninguno de los capitanes a quien había dejado encomendada la guarda de la ciudad y Reyno, y el ejército tan derramado, que ni le había salido alguno de ellos a recibir al camino, ni tenido con él la cuenta que se debía, pensó luego el mal recaudo que había. Lo cual se confirmó con la venida de los Moros tributarios de Xatiua, y de otros pueblos allende el Xucar, con los cuales tenía firmadas treguas, a dar grandes quejas del capitán Aguilon y sus compañeros, por los muchos robos y presas que habían hecho en sus tierras, con tanta destrucción y tala de sus campos y heredades, que por ello quedaba toda la morisma del Reyno movida a hacer rebelión de nuevo contra su Real persona, viendo que no se cumplía nada de lo que se les había con las treguas ofrecido. Lo cual sintió el Rey mucho, y prometió de hacer cumplida enmienda de todo. Mas como los otros capitanes que llevaban parte de la culpa, anduviesen también como Aguilon por temor del Rey derramados, los unos por Aragón, los otros por Cataluña, y otros que andaban por el Reyno se excusasen con cartas ante el Rey, diciendo que por ir en socorro de la gente que llevó consigo Aguilon, le habían seguido: cargó sobre él toda la culpa de esta querella. Y así fue necesario que con salvo conducto del Rey que se le envió, compareciese ante él para que se entendiese la verdad, y diese de si algún descargo. De manera que llegado ante él, y convencido por la acusación de los Moros contra él puesta, mandó el Rey secuestrarle todas sus rentas de los lugares de Algerres, y Rascaya, los cuales poco antes le había dado, para que los Moros se valiesen de los frutos y provechos de ellos, hasta tanto que los daños y talas de campos que confesaba el mismo Aguilon haber hecho, fuesen recompensados. Pero como Aguilon tuviese ya consignadas todas sus rentas a los acreedores por mucha suma de dinero que debía (por ser muy gran gastador y pródigo) mandósele de nuevo que restituyese a sus dueños todos los cautivos moros, con los demás despojos y joyas que de todas estas correrías había cogido, y se hallasen en su poder y casa. Con esta tan prompta justicia, entregando todo cuanto se halló en la casa de Aguilon a los moros, se pagaron mucho de ello, y con persuadirse, que pues el Rey era vuelto al reyno, estando presente, no serían más molestados de sus capitanes ni soldados, se tuvieron por contentos.


Capítulo XVI. De la salida que el Rey hizo para conquistar el valle de Bayren, donde se describe el de Alfandech, que ahora llaman Valdina.

Acabado esto determinó el Rey, pues las cosas de la ciudad con lo conquistado ya del reyno, estaban apaciguados y quietas, hacer una salida hacia essotra parte del Xucar, contra los Moros con quien había hecho antes treguas, por ser ya expiradas, y no haber vuelto a confirmarse. De suerte que pasado el plazo, tomó hasta cien caballos, y ochocientos infantes: dejando otros tantos que se ponían en orden para seguirle. Y como puesto en camino llegase a hacer noche en una aldea llamada Albalate de Pardinas, que está a la ribera de Xucar, entre Alzira y Cullera, a la mañana pasó el río con barcos, y dejado el camino de Xatiua, guió su campo hacia el gran val de Bayren, cuya cabeza es agora Gandía. Allí comenzó a hacer correrías y cabalgadas en los primeros lugarejos de la llanura grande que está antes de llegar al valle entre la mar y un monte alto y luengo que está a la mano derecha. Puesto que esta llanura que se extiende desde la halda del monte hasta la mar, es de muy poco provecho por ser muy pantanosa: y que a causa de las muchas aguas que de los montes y valles corren y están allí restañadas, no puede bien cultivarse. Acaba este monte alto y luengo por la una parte en el castillo y valle de Bayren hacia el mediodía, y por el septentrión en el castillo de Corbera, y el valle que los moros llaman Dalfandech que significa valle hondo: a vista del cual pasó el Rey entendiendo estaba poco poblado, no curó de entrar en él. Que si le viera cual agora está, y el Rey don Iayme II, nieto suyo le dejó, no le despreciara. Y que por ser tan fértil y fructífero, y tan bien cultivado y poblado, nos obliga a que hagamos una breve descripción de su bellísimo asiento y riqueza, con los demás cumplimientos que en él se hallan. Tiene pues este valle MD pasos de largo, y quinientos de ancho, y está cercado de muy altos y eminentes montes. Su principio y origen del está entre poniente y mediodía al pie de una muy alta sierra, donde nacen cinco fuentes bellísimas muy cerca unas de otras, tan grandes que luego hacen un mediano río, del cual se riega todo el valle que se abre hacia la llanura ya dicha al oriente. Se cogen en él no solo muchos y muy variados frutos, pero los más delicados y ricos de todos. Porque todo el está plantado de cañaverales de azúcar, y al cabo donde da en el llano, con la abundancia del agua, se cría la otra rica mies de arroz el mejor del Reyno. Demás de otras muchas cosechas que en él hay de seda, de pan, vino, azeyte, miel y esparto, y todos granos menudos por ser tierra muy hábil y templada para producir todo género de frutos. De manera que así por la abundancia de estas dos tan principales mieses, como de las demás, por ser tan bien cultivado, ha llegado a ser de los más poblados valles del Reyno. Por esta causa el mismo Rey don Iayme el II, nieto del nuestro, que sucedió en el Reyno, considerando el hermosísimo asiento y fertilidad, junto con el buen cielo de este Valle, y cuan a su propósito era el sitio del en su principio donde nacen las fuentes: mandó allí mismo edificar un monasterio y convento de religiosos de los más suntuosos y ricamente labrados de España, con su bellísimo templo dedicado a gloria y nombre de Christo nuestro señor y de su madre benditísima, debajo la orden y regla de Cistels, y le nombró Valdivina puesto que vulgarmente de dice Valdina. Al cual adornó y dotó de la posesión y señoría de todo el valle con sus pueblos y lugares, que luego se fundaron por todo él, y son de tanta riqueza que su ordinaria cosecha llega a XXX mil ducados, de los cuales vienen al convento en cada un año diez mil. Está en él sepultado el mismo Rey fundador, y es de lo bueno del Reyno.


Capítulo XVII. En el cual se describe el valle de Bayren y villas de Gandía y Oliua con su increíble fertilidad: y como envió a decir el Rey a todos los castillos del valle se le entregasen.

Pasó pues el Rey al otro valle de Bayren, que está más adelante, al otro cabo del monte a la mano izquierda hacia el mediodía, donde está fundado el castillo de Bayren, cabeza y como atalaya de todo aquel valle, que aun es más fértil y deleitoso que el pasado, por ser mayor y más bien cultivado, y de más variedad y muchedumbre de frutos, a causa del riego de un mediano río que pasa por medio de él, derivado por sus acequias a una mano y a otra que riegan muy grande espacio de tierra hasta la mar. Donde no solo excede con su larguísima mies de azúcar (cuya fineza no tiene par en el mundo) a toda la Europa: pero en pan, vino, aceite, arroz, caña, lino, y morales para seda, con otras muchas granjerías, ninguna otra tierra del Reyno, ni fuera del, se le compara. Hay en él dos excelentísimos pueblos, el uno junto al mismo castillo de Bayren llamada Gandía, villa grande y hermosísima, asentada en lo llano, muy fuerte y bien edificada con su alta y bien edificada cerca, y muy puesta en defensa, y a causa del gran trato del azúcar muy rica y bien poblada. Esta es la cabeza de todo el Ducado y señoría de ella, que posee la nobilísima Aragonesa familia de los Borjas, linaje muy ilustre y de los antiguos del Reyno: que ya entonces comenzó a servir al Rey en la conquista. La otra villa que está asentada en lo último del valle hacia el mediodía, con su fortaleza en un recuesto de monte muy bien labrada, se llama Oliua, cabeça de su Condado, también es riquísima, porque abunda de todo lo que Gandía: de la cual no dista más de una legua, pero es este espacio de tierra, aunque pequeño, incomparable de fértil y fructífero. Porque tomado en forma cuadrada, cercado por el levante del mar, por el mediodía de Oliva, por el poniente de montes, y por el Septentrión de Gandía, y ser todo él por la mayor parte plantado de cañaverales de azúcar, se halla, que este y los demás provechos que produce en cada un año se estiman hoy en CCC mil ducados, según por el diezmo y promicia de ella se averigua. Pues como entrase el Rey con su ejército en la llanura: envió un trompeta a todas las villas y castillos de Bayren, Vilalonga, Borró, Viloval y Palma, cercanos al valle que estaban fundados en montes muy enriscados para notificarles que pues tenían entendido la benignidad y buen tratamiento que había usado con todos los pueblos y tierras del Reyno, que hasta allí se le habían entregado, y llanamente rendido, que ellos hiciesen lo mismo, porque les acogería a todo buen partido: otramente les denunciaba la guerra a fuego y a sangre: certificándoles que lo primero que haría sería talarles y destruirles todos sus campos y heredades y tenerlos cercados hasta que muriesen de hambre. Oído esto por los Alcaydes de cada castillo, no dejaron de alterarse mucho de tan resoluta embajada con todo eso pidieron tiempo para consultar sobre la demanda con los pueblos súbditos a cada castillo, y que darían presto la respuesta.


Capítulo XVIII. Como Zaen antiguo Rey de Valencia vino de Denia a visitar al Rey, y de lo que le pidió, y se le dio por respuesta.

Estando el Rey junto al castillo de Corbera con su ejército, aguardando la respuesta de de todas aquellas villas y castillos del valle, a quien había denunciado la guerra si no se le rendían, Zaen antiguo Rey de Valencia, que pasaba su miserable vejez en la villa de Denia pueblo principal con su puerto de mar entre levante y mediodía, cercano de allí, vino con muy poca gente a visitar al Rey, del cual fue muy amigablemente y con mucho honor recibido, ya todo cano, y al parecer muy viejo, y mal preciado: según que con la pérdida del Reynado, había mucho perdido de su grandeza y cortesanía. Porque en pidiéndole el Rey la causa de su venida, dijo sin más término que venía a pedirle la Isla de Menorca con toda su jurisdicción y fortalezas, para si, y a los suyos: y que le daría en recompensa de ella, la fortaleza y castillo de Alicante, ciudad principal del Reyno: porque estaba en su mano darla (posible era que hasta entonces esta fortaleza estuviese en poder de Moros, por concierto hecho con los Cristianos cuando se rindió la ciudad) y concluyó Zaen su demanda: con tal que el Rey le pagase cinco mil besantes para igualar la permuta. Fue maravilla que no pidiese más, según es costumbre de Moros, pedir muy desvergonzadamente, y más de lo justo. El Rey oyó con mucha paciencia su demanda, y mostró que le pesaba no poder venir bien en lo que le pedía, excusándose con los conciertos y condiciones que en la división sobre las conquistas de los Reynos de España habían hecho antiguamente el Rey don Pedro su padre con el Rey don Alonso octavo de Castilla, y quedando aun la fortaleza de Alicante, por estar en poder de Moros, sujeta a la conquista de Castilla, no le era lícito el aceptarla, ni echar su hoz en la mies ajena. Con esta respuesta quedó satisfecho Zaen, y muy maravillado de la constancia y gran ser del Rey en llevar siempre su conquista adelante. Mas viéndole el Rey que andaba tan despreciado, es bien de creer (aunque la historia no lo dice) que por haber entendido las necesidades y miserable vida que padecía Zaen le daría algún socorro, y ordinaria ayuda de costa, pues se despidió con mucha gracia del Rey, y se volvió muy contento para Denia. Donde pasó el resto de la vida con tanto recato y cordura, que por muchas revoluciones y rebeliones que hubo de los Moros del Reyno (como adelante veremos) no se lee del que se juntase, ni que hiciese liga con ninguna de ellas.


Capítulo XIX. Que se rindieron al Rey todos los lugares del valle de Bayren, y de los caballeros que se reconciliaron con él, y volvieron a su servicio y cargos antiguos.

Después que el Rey envió su trompeta a las villas y castillos del valle y sus contornos para que se diesen, y tomaron tiempo para pensar en lo que harían, el primero que respondió fue el Alcayde de Bayren, diciendo, que por excusar la tala y pérdida de sus campos y heredades vendría bien a este partid. Que si dentro de siete meses no le venía socorro, entregaría el castillo al Rey, y en este medio daría en rehenes la torre Albarrana que dista poco del muro del castillo, y era la mayor guarda del, y solo hay en medio un muy ancho foso. Como lo aceptase el Rey, luego el Alcayde con otros principales del pueblo, se obligaron con juramento de cumplir lo prometido y entregaron la torre. La cual encomendó el Rey a Pelegrín Atrosillo: y él la fortificó al entorno con su foso y adarves, ayudando a la obra los mismos Moros del pueblo. De allí volvió el Rey a Cullera, que poco antes estando él en Mompeller la había tomado por fuerza de armas el Vicario del Temple, y por este servicio y otros, el Rey dio a Sueca pueblo muy cercano a Cullera, a la orden de los Templarios con su patente y sello. Este con todos los demás pueblos del Reyno, que poseían los Templarios, deshecha su orden, se aplicaron a la nueva que se instituyó en este Reyno, de nuestra Señora de Montesa y sant jorge. Entrando pues el Rey en Cullera, llegaron los Embajadores juntos de los castillos y villas del val de Bayren, con sus poderes para confirmar las condiciones del entrego. A los cuales recibió el Rey muy bien, y con las mismas que a los otros pueblos confederados, como Xatiua, y los demás, firmó las capitulaciones sobre ello hechas, con el plazo y término de los siete meses. Los cuales mientras pasaron se entretuvo por allí cazando y reconociendo los lugares de aquella comarca: y también haciendo trazas para la conquista de Alzira y Xatiua, con lo demás que el Reyno quedaba por conquistar: hasta que pasado el término de los siete meses se partió para apoderarse de los lugares que se le habían de entregar conforme al concierto, pues no les había llegado el socorro que esperaban. Y así en llegando el Rey a ellos se le entregaron todos y fue Bayré de los primeros. En este lugar se acabaron de reconciliar con el Rey don Pedro Fernández de Azagra, don Pedro Cornel, don Artal de Luna, don García Romeu, y don Ximen de Vrrea todos principales señores de Aragón y del consejo del Rey. Los cuales se habían apartado de su amistad por causas que no se explican en la historia: quizá sería por algún disgusto que del Rey tuvieron por intereses propios, o de sus amigos. Que cierto por haber sido todos ellos tan íntimos, y continuos compañeros suyos en todas sus guerras y conquistas, y el Rey haberlos aventajado a otros, en favores y mercedes, fue maravilla como pudo haber divorcio, o división entre ellos. Y así prevaleciendo el antiguo amor al rencor moderno, y con humillarse le fue fácil la reconciliación con el Rey, y de nuevo se confederaron con él muy a las veras. Con esto fueron restituidos en los mismos cargos y oficios que tenían antes, así en lo de la guerra, como en la casa Real y consejo.


Capítulo XX. Como el Abad don Fernando y otros fueron a dar asalto sobre Villena, y fueron muy rebatidos de los de la villa, los cuales después se rindieron a los Comendadores de Calatrava.

En tanto que el Rey andaba en la conquista del valle de Bayren, el Abad don Fernando, con muchas canas a cuestas, y muy poco de lo que ellas suelen traer consigo, concertó con algunos capitanes del ejército del Rey, y con los Comendadores de Calatrava, hiciesen una salida hacia el reyno de Murcia, a efecto de salir con alguna grande empresa, a imitación del Vizconde de Cardona, como en el precedente libro relatamos. Para esto determinaron llevar una buena banda de caballos ligeros, con dos compañías de infantería, y un par de máquinas, para disparar en la primera tierra del Reyno. Con esto se partieron una mañana para Villena, y confiando don Fernando, que con seiscientos hombres de guerra que llevaba podría asolar la villa, pues el Vizconde con solos sesenta de a caballo la saqueó, puso cerco sobre ella. Y luego sin aguardar que llegasen los Comendadores de Calatrava, y sin consejo dellos, porque la batería fuese junta con el asalto, comenzó con sus mal assestadas máquinas a batirla. Mas los de dentro, que después de lo que pasaron con el Vizconde, de escarmentados, se habían muy bien fortificado, y apercibido de todas armas para su defensa, los recibieron tan varonilmente, que los hicieron retirar con muy gran pérdida a fuera: y aun no contentos con esto, salieron a la media noche con grande ímpetu a dar sobre ellos, y poniendo fuego a las máquinas las quemaron del todo y mataron a cuantos estaban en guarda de ellas. Pero antes que se volviesen a la villa a triunfar de la victoria, fueron sobre ellos el Comendador de Alcañiz con los demás de su orden, y también los Almugauares, y los encontraron tan bravamente, que mataron muchos de ellos, y con tomarles una puerta, pusieron en tanto aprieto la villa, que fueron forzados los de dentro a pedir tres días de treguas, para consultar con el Rey sobre el entrego de ella. Pareció a los comendadores convenía concederles la demanda: porque también cargaba ya tanta gente de las Aldeas, que a querer pasar el cerco adelante, se habían de ver en grande trabajo y peligro. Y así entendieron luego para que fuesen los embajadores de la villa al Rey: al cual suplicaron los tomase a merced, que se darían muy de buena gana a su Real persona. Les respondió el Rey, que se diese al Comendador mayor de Alcañiz, y a los de su orden, prometiéndoles, que estos usarían con ellos de toda benignidad y clemencia, que así se los había encargado, y con esto los despidió. No quiso el Rey remitirlos a don Fernando su tío, ni hacerles tanta honra, por el descontento que tuvo de él por haber hecho esta empresa sin darle parte, y haberle tan mal sucedido: y aun con los Almugauares, siendo sus tan queridos, mostró estar muy disgustado. De suerte que vueltos los embajadores con la respuesta, y entendida la voluntad del Rey por los de la villa, luego se dieron con honestos partidos a los Comendadores, y por haberlo así mandado el Rey se libraron del saco, muy a pesar de los soldados.


Capítulo XXI. Como el Rey casó dos hijas con el Rey de Castilla y don Manuel su hermano, y volvió a Valencia a remediar los daños que don Berenguer Dentensa hacía en los Moros confederados.

En este tiempo se ofrecieron al Rey tan importantes negocios en Cataluña, que le fue forzado suspender por un poco tiempo las cosas de la guerra, y partirse para Barcelona, dejando a don Rodrigo Lizana por general gobernador de la ciudad y Reyno de Valencia. Llegado pues a Barcelona, y asentados muy en breve los negocios que se ofrecieron de Cataluña, dio vuelta por Zaragoza: donde concluyó el matrimonio de sus dos hijas que tenía de la Reyna doña Violante, y se las habían enviado a pedir de Castilla: la primera que también se decía Violante, con el Príncipe don Alonso Rey que fue X deste nombre, y llamaron el sabio, por lo que adelante se dirá: al cual prometió el Rey de ayudar con todo su poder y estado, en la cobranza y nueva conquista del Reyno de Murcia, que se le había rebelado: y lo cumplió después muy bien, como adelante diremos. La otra hija llamada Gostança casó con don Manuel hermano del don Alonso. A esta sazón, estando el Rey ausente de Valencia, don Pedro de Alcalá primo hermano del gobernador Lizana, que estaba en su cuartel con su gente de guarnición en guarda de la ciudad y Reyno, partió desapoderadamente, y con otra más que ampró (qampro) de sus amigos para Xatiua: donde hizo muchas cabalgadas y daños sobre la vega y arrabales de ella. Mas mientras se aparejaba para dar asalto a la misma ciudad , cayó en cierta celada que le tenían puesta los Moros de ella, y preso le pusieron en la fortaleza con buena guarda. También por este tiempo don Berenguer Dentensa, el cual por las correrías que había hecho con don Guillen Aguilon contra los Moros confederados estaba en alguna desgracia del Rey, y se había recogido dentro de Xatiua con su gente, con el favor del Alcayde hacia sus cabalgadas en tierras de otros Moros confederados, fuera del distrito de Xatiua: y contra las chozas, y cabañas de los ganaderos de Teruel, que de ordinario bajaban por el invierno a estremar con sus ganados al Reyno. En lo cual perseveraba don Berenguer con tanta insolencia y destreza, que ni el gobernador Lizana, ni el Maestre del Ospital, ni toda la gente que estaba en guarnición se lo podían estorbar. Sabido esto por el Rey, que dejamos en Zaragoza, se partió luego con veinte y cinco de a caballo, y se entró por el Reyno. Llegado a Altura villa pequeña situada casi a las puertas de Segorbe, se le rindió sin dificultad alguna, y luego se divulgó la venida del Rey por toda la tierra. Como lo supo don Berenguer, no pasó más adelante en sus correrías: antes procuró mucho de volver en gracia del Rey, y así debajo de su Real fé y palabra vino a verse con él. El cual aunque le recibió benignamente, todavía le reprendió con alguna aspereza: porque habiendo sido por él antes convidado, dudó de su reconciliación y vuelta en su amor y gracia. Prometió pues y juró de nuevo don Berenguer que en ningún tiempo dejaría de servirle fidelísimamente, con la villa y castillo de Chiva que está a media jornada de la ciudad, y es por su fortaleza y fuente bellísima pueblo preciado, del cual el Rey le había hecho merced poco antes, al cual fueron los dos entonces a solazarse. Llegados a Chiva (Chiua), luego fueron a ver al Rey don Pedro de Albalate Arzobispo de Tarragona, y don Rodrigo Lizana, con los cuales se vino a la ciudad, y en el camino fue muy rogado dellos, mandase librar a don Pedro de Alcalá, que tenían preso los de Xatiua. Lo cual prometió hacer de buena gana, y tomar esto por ocasión de romper con ellos, para más presto entender en conquistarlos: también por lo que él amaba y estimaba en mucho el valor de don Pedro.


Capítulo XXII. Que el Rey entró en Valencia, y de allí fue segunda vez a poner cerco sobre Xatiua, y del descargo que dio de si el Alcayde, y respuesta del Rey.
Entró el Rey en Valencia donde fue recibido con muy solemne procesión del Obispo y Cabildo de la iglesia mayor, con la clerecía y religiosos de la ciudad: a los cuales seguían los jurados y demás oficiales Reales, con gran frecuencia y alegría de todo el pueblo: a todos se mostró el Rey muy afable y humano. Y después de haber entendido del buen gobierno y pacífico regimiento de don Rodrigo, mandó hacer gente de a pie y de a caballo para ir por segunda vez a poner cerco sobre Xatiua. Por esto hizo luego se pregonase guerra a fuego y sangre contra ella. Y en siendo hecha la gente salió de la ciudad, y vino aquel día con la mayor parte del ejército a un pueblo que llamaban Barragua, donde se detuvo tres días aguardando la demás gente que quedaba atrás. Divulgada por todas partes la fama de esta guerra que el Rey había mandado pregonar, y que él mismo en persona iba por general de ella, los de Xatiua, que después que faltó el Rey de Valencia, tenían el gobierno por si, y ponían el Alcayde como gobernador de su mano, comenzaron a temer mucho al Rey: sabiendo que no pararía hasta salir con la empresa, como había hecho en la de Valencia. Y así el Alcayde que gobernaba, viendo el manifiesto peligro en que la ciudad se vería si el Rey ponía cerco sobre ella, determinó, antes que los ciudadanos se le alterasen por verse cercados, de enviar su Embajador al Rey, y fue para acordarle como las treguas o conciertos de paz hechos con los de Xatiua que tenían firmados de su mano, nunca por ellos se rompieron, ni jamás hubiera tomado armas contra los suyos, si no fuera por defenderse de las correrías de don Pedro de Alcalá hacía contra ellos y sus heredamientos, en tanto que a escala vista tentaba de entrar en la ciudad, tratándolos como a enemigos, y aherrojando algunos de ellos por esclavos; en muy grande menosprecio de su Real palabra, y quebrantamiento de las treguas. A esto respondió el Rey, que era justo que los daños hechos por los suyos a los de Xatiua se recompensasen, y que esto con brevedad lo procuraría: con tal que luego librasen de las prisiones a don Pedro y se lo enviasen, con todos los demás Cristianos que tenían presos: otramente sería luego con su ejército sobre ellos. Y con esto despidió al Embajador.


Capítulo XXIII. Que el Rey antes de poner el cerco contempló a Xatiua de un monte, notando sus excelencias y asiento, y como reconoció el mejor puesto para asentar el Real.

Como esperase el Rey tres días después de vuelto el Embajador a Xatiua, y ni le enviasen a don Pedro con los demás Cristianos que había pedido, ni diesen otra razón de si que el callar por respuesta: sin hacer más caso de él teniéndolo ante si con ejército formado para cercarlos, holgose mucho con tan buena ocasión como le daban para romper las treguas del todo, y moverles guerra. Y así fue con su gente allegándose hacia la ciudad, pasando el Xucar con barcos más arriba de Alzira. Como tuviese gran deseo de ver el asiento y sitio de la ciudad antes de poner el cerco sobre ella: mandó que el ejército le siguiese poco a poco, y tomando consigo treinta caballeros bien puestos a punto de guerra, con una banda de los Almugauares de a caballo, se fue con ellos allegando hasta que descubrió de lejos los castillos, con lo más alto de la ciudad. Y siendo avisado que de ninguna parte la descubriría toda mejor que del monte que está junto a ella en medio de su vega a la parte de Valencia, que hoy llaman de nuestra Señora del Puig, por la ermita que está en lo más alto del, llegado allí se apeó del caballo, y dejando en guardia los Almugauares al pie del monte, se subió con los treinta caballeros a lo más alto del. De donde en un punto se le descubrió toda la ciudad con sus fortalezas, arrabales, alquerías, y aldeas, con toda su vega junta, de cuya vista se maravilló y recreó extrañamente. Viendo la ciudad fundada sobre un recuesto de monte no muy pendiente, cuya cumbre, que está bien alta, se cerraba con dos grandes fortalezas mayor y menor, asentadas sobre dos muy enriscadas rocas, las cuales estaban cercadas de un mismo muro sobre peña tajada de toda parte, salvo hacia la ciudad, aunque no deja por allí de ser la bajada áspera y trabajosa. Está por la parte de mediodía y poniente cercada de montes propincos a la fortaleza mayor, que la defienden del lebeche y mediodía, cuyo aire suele ser allí y por todo el Reyno hacia lo marítimo muy caliente. De manera que solo está abierta a los demás vientos. Los edificios y casas, así por mirarlas el Rey de lo alto, como por estar ellas extendidas por el recuesto del monte, se parecían una a una todas, y que por ser altas, anchas y también labradas se doblaba la vista y hermosura de ellas. Demás de la obra suntuosísima y comodísima de los conductos o caños de agua que en muy grande cantidad se trae de lejos y se reparte en muchas y bien labradas fuentes por toda la ciudad, que causan no solo mucha recreación y limpieza en toda ella, pero del agua que sobra, riegan muchos jardines que están dentro la ciudad, y por la mayor parte de la vega. Sus arrabales con las alquerías y aldeas parecían muchas, aunque si por entonces (lo que no se cree) hubiera las que ahora hay, bastaran a hacer otra ciudad por si de dos mil casas de población como ella es. Su vega y huerta, por el buen cielo y suelo de la tierra, con el mucho riego que tiene, a causa de los dos ríos que allí concurren, y más por la gran cultura y labranza de que se vale mucho, son de ordinario tan fructíferas de todo género de mieses y diversidad de frutales, que no deben nada a la de Valencia, señaladamente por las moreras para seda, de la cual hay mayor cogida que en otra parte del Reyno. De aquí vino a creer el Rey, que de ser la tierra tan viciosa en herbajes (heruages), y tener tan regalado pienso los caballos, se criaban en Xatiua tantos y tan buenos, que hacían los mejores jinetes de España, y que por esto residían allí los más nobles caballeros de toda la morisma. Holgose pues el Rey extrañamente de haber visto lo bueno y hermoso de la ciudad: pero volviendo los ojos a las dos fortalezas, le espantó el inexpugnable sitio de ellas. Con todo eso en descendiendo del monte, hallando ya al pie del todo el ejército junto que le aguardaba, determinó de poner el cerco sobre la ciudad y fortalezas, y no alzarle de allí, hasta que, o por fuerza, o por concierto quedase señor de todo. Asentado el Real en aquella parte del campo y huertas, que están más cercanas a las fortalezas, mandó reconocer los montes que les están a las espaldas y la señorean, para asentar allí las máquinas y batirlas con ellas. Pero fue luego avisado por los adalides, como aquellos montes y peñascos eran muy ásperos y enriscados, de suerte que ni para las máquinas, ni para el ejército eran cómodos de asiento. Demás de la falta de agua que tenían, que sería necesario que la mitad del ejército estuviese en lo llano, para solo defender los aguadores y proveedores del campo, que los saltearían los Moros a cada paso, y que sería muy fácil a los cercados, más presto vencer con hambre al ejército, que ser del vencidos ellos por armas. Mas el Rey queriendo por si mismo reconocerlo todo, halló un lugar muy cómodo a la falda de un monte de aquellos, que estaba (como el Rey en su historia dice) cerca de la alquería de Sallent: donde había copia de agua que venía de la fuente de Anna, pueblo pequeño no lejos de Xatiua. Allí mandó el Rey asentar el campo, y cercarle con buen foso y estacada. Hecho esto, mandó talar los campos y huertas, y romper los molinos así de aceite como de harina, con otros muchos daños, cuanto del más cruel enemigo esperarse podía; yendo la otra parte del ejército destruyendo y robando toda aquella comarca de la ciudad, con grandes presas y despojos que traían al campo.


Capítulo XXIV. De lo que pasó el Rey con don García Romeu, por haberle sacado de su tienda un soldado, que habiendo herido a otro en presencia del Rey se había acogido a ella.

Andando una mañana el Rey reconociendo el ejército para ver como cada uno estaba en su puesto, por los rebatos que cada día los jinetes de Xatiua daban en el Real, acaeció que un soldado de la vanguardia riñó con otro, y sin tener cuenta con la presencia del Rey (habiendo sido advertido de ello) se atrevió a herirle de una mala cuchillada, y se recogió a la tienda de don García Romeu, uno de los más principales señores Aragoneses que había en el campo, y que servía al Rey en aquella jornada con cien caballeros sus vasallos, parte de ellos a sus costas, por la obligación de la tierra que tenía del Rey, y los otros por el sueldo que le pagaba. Mas el Rey que vio el desacato del soldado, saltó tras él, y asido de los cabezones le sacó de la tienda, y le mandó poner a recaudo, para después conforme al delito castigarle. De lo cual se ofendió don García tan gravemente, que como de cosa hecha en menosprecio suyo, envió un caballero Aragonés llamado García de vera a decir al Rey de su parte, como él no había venido a servirle en esta guerra con su persona y gente de a caballo para recibir afrentas, ni menguas de honor en lugar de galardón por los buenos servicios, como se veía manifiestamente con el agravio que se le hacía. Pues si por antiguo privilegio Real era concedido, no solo a señores de título, pero a caballeros nobles, que cualquier hombre por facineroso que fuese, fuera de crimen de traidor, que se recogiese a la casa de ellos, era libre de la justicia, y no podía ser sacado de ella: mucho menos podía serlo de su tienda el soldado que se había recogido a ella, siendo de los principales señores de Aragón, y no inútil para su Real servicio. Respondió el Rey, que era mayor delito el cometido en la guerra, que fuera de ella, y por eso necesario castigar al delincuente más gravemente: y que don García no tenía por qué sentirse de ello, ni tomarlo por afrenta, pues no le había sacado al facineroso de su casa, como él decía, sino de la propia casa Real. Por cuanto el real y alojamiento del ejército, no son muchas casas, ni de diversos señores, antes es todo él una sola casa del general y señor del campo. Al cual, así como militan todos debajo su imperio y mando, también es menester que todos le reconozcan por señor, y le obedezcan: cuanto más que por otra causa de podía decir suya, y no de don Romeu la tienda de donde sacó al delincuente, pues a la verdad él se la había prestado. Demás que sobre delito cometido, no solo en presencia del Rey, pero aun en su menosprecio y desacato, no se podía disimular un tan mal caso, ni tampoco pasar por alto tan debido castigo: antes en la misma tienda, do se recogió el delincuente había de ser hecho cuartos. Que por eso le rogaba que la mucha gracia y favor que del tenía merecidos, por tan buenos servicios como en esta guerra a él le hacía, no la quisiese perder por esta liviana causa: antes se viniese para él, porque negociaría mejor con la presencia que por vía de terceros. Mas Romeu inducido por alguna vana persuasión de ánimo, y de tenerse en mucho, no se contentó de la humanidad y buenos cumplimientos que el Rey usaba con él, sino que tentó de hacer algunos deservicios como mal mirado: porque fue luego avisado el Rey por los de Xatiua, como don Romeu trataba de pasarse con toda su gente a ellos. Lo cual mostró el Rey tener en poco diciendo haría la misma cuenta del que se pasase, que se quedase. Pero con el tiempo se siguió, que Romeu volvió en tanta gracia del Rey, y fue tan favorecido suyo, que llegó su hijo a casar con doña Teresa hija bastarda del Príncipe don Pedro, y nieta del Rey.
Capítulo XXV. Del partido que movieron los de Xatiua viéndose muy apretados por el cerco, y como el Rey lo aceptó, y se partió para Mompeller, y lo que allí hizo.

Con todo eso que pasó el Rey con don Romeu no se descuidaba del cerco, antes apretó de manera a los de Xatiua cerrándoles por toda parte las entradas y salidas, y destruyéndoles la vega y campaña, sin que con las algaradas e impetuosos sobresaltos que la caballería hacía sobre el Real, pudiesen ganar tierra con él: que fueron forzados a pedir partidos que no dejaron de ser harto aventajados para el Rey, prometiendo tres cosas. La primera que le darían libremente la villa de Castellón que era suya, y cercana a la ciudad. La segunda que se obligarían el Alcayde y principales con juramento, que a ningún otro que a su persona Real entregarían la ciudad. La tercera que le restituirían libres a don Pedro de Alcalá con los demás Cristianos que tenían presos. Con estos partidos que ofreció Xatiua por entonces, se tuvo el Rey por contento: así por no detenerse en el cerco, por la necesidad que tenía de acudir a otra parte: como por excusar el grande riesgo y pérdida de gente que se podía seguir, queriendo tomar por fuerza ciudad tan fuerte y bien guarnecida de gente y armas: a la cual solía él llamar segundo ojo del Reyno. Y que bastaba por entonces haberles tomado el ánimo, con haber sacado tan buen partido dellos, pues con el tiempo se facilitaría más la presa de ella. Pero si en esto se engañó, o no, y lo mucho que le costó y trabajos en que se vio, por no haber concluido la presa de ella de esta vez, la historia lo mostrará en los libros siguientes. De manera que habiendo entrado en posesión de la villa de Castellón, y prestado el juramento por el Alcayde y principales de la ciudad cerca lo prometido: y también siendo restituidos don Pedro de Alcalá con los demás cautivos, el Rey levantó el cerco y deshizo el ejército, repartiéndolo por cuarteles en guarnición del Reyno, y se volvió a Valencia. Donde estando con grande cuidado de las cosas de Mompeller (que fue esto harta parte para concertarse con Xatiua) por si acaso Bonifacio, y los otros nobles con la rabia de verse desterrados, y de haber perdido sus haciendas que les fueron confiscadas, moviesen algo contra la ciudad determinó dar una pasada por ella. Dejando nombrado por gobernador general de la ciudad y Reyno, a don Ximen Pérez Tarazona, a quien poco antes había hecho del número de los señores y grandes del Reyno de Aragón (este ya de antes poseía la Baronía de Arenos, de donde él y los suyos tomaron el renombre de Arenos) encargándole mucho la guarda del reyno con expreso mandamiento no se moviese de la ciudad, ni permitiese que ninguno saliese fuera a hacer cabalgadas por el reyno hasta que él fuese de vuelta, que sería muy presto. Con esto se partió para Cataluña con XXX de a caballo asentando de paso algunos negocios hasta que llegó a Narbona, donde supo como estaban muy pacíficas las cosas del estado de Mompeller. De lo cual se holgó mucho, y aun se glorió, porque, si quiera, una vez había hallado a su patria pacífica y quieta, que por entonces la gozaba de veras, y se tenía por señor de ella. Y así se vio en esto, que no fue demasiado el rigor con que se procedió contra Bonifacio y los demás perturbadores de la Repub. pues con él haberlos desterrado quedó la tierra tan pacífica y quieta. Entrando en la ciudad fue recibido del pueblo con infinito contento. Y en sabiendo los Condes de Tolosa y de la Proença de su venida, luego llegó cada uno por su parte a visitarle, y a rogar, tuviese por bien de firmarse con Ramón Gucelin señor de Lunel, y con Albesa barón nobilísimo de la Guiayna, jueces árbitros, en la sentencia que habían dado sobre el divorcio del Conde de Tolosa con doña Sancha su mujer, tía del Rey. El cual después de estar muy bien informado de la causa, temiéndose que de no firmarla, se podía seguir mayor daño a su tía, determinó de complacerles, y despedido de ellos se volvió a Aragón.

Fin del libro XIII.